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Opinión

Lun 10 Oct 2022

Un regalo de 4500 árboles

Por: Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones de Bogotá - Desde hace varias semanas la Iglesia católica, a través de la Arquidiócesis de Bogotá, ha adelantado una gran siembra de árboles en la ciudad y en sus alrededores. La meta es llegar a sembrar 4500. Es un dato importante si se tiene en cuenta que la Alcaldía Mayor apunta por sus propios medios a sembrar 5000 en todo el año. Los sembradores han sido niños, jóvenes y adultos de todas las localidades de la ciudad y los recursos para la compra y la logística de esta operación a favor de la Casa Común han sido donados por los fieles de todas las parroquias. Ha sido una suma de voluntades y un signo muy potente de lo que se puede hacer cuando la fuerza de la fe une a las personas y les propone acciones muy concretas por el bien de todos. Este importante gesto ecológico, promovido a fondo por monseñor Ricardo Pulido, vicario para el desarrollo humano integral en la Arquidiócesis de Bogotá, resulta ser también un nuevo lenguaje en la acción misma de la Iglesia. Como tantas veces lo ha insistido el papa Francisco, todos somos responsables de esta Casa Común, la única que tenemos, y los creyentes hemos de ser cuidadores activos de la misma. Es también una forma de “sembrar evangelio” pues el mismo es el evangelio de la vida. Y es una conexión muy bien lograda con las aspiraciones de muchísimas personas que ven en el cuidado del planeta una tarea inaplazable y a quienes la Iglesia, con este tipo de campañas, les da la posibilidad de realizar una acción concreta a favor de la creación. Y la campaña tiene también otra virtud. Sitúa muy claramente a la Arquidiócesis de Bogotá como una institución y comunidad en sintonía con los signos de estos tiempos y las acciones que se requieren para el bien común. La sana mentalidad ecológica es ya un lenguaje capaz de comunicar realidades muy importantes, en este caso, por ejemplo, la urgencia de participar todos en el cuidado del planeta y la forma correcta de hacerlo. Porque también es cierto que este tipo de signos deben ser bien hechos para que produzcan los efectos deseados y en este sentido la Arquidiócesis de Bogotá ha sabido asesorarse muy bien del Jardín Botánico para escoger especies y lugares de lo que ha dado en llamarse justamente “la sembratón”. Finalmente, también hay otro mensaje en una campaña como la promovida por el vicario Pulido Aguilar: la Iglesia no tienen que hacerlo todo, pero sí se puede sumar con alegría y eficiencia a acciones por el bien común que ya se adelantan desde diversos ámbitos públicos, privados, comunitarios, institucionales. Esta es una buena lección para quienes se angustian en ocasiones porque “la Iglesia ya no está al mando de todo”. Mucho mejor. Con humildad puede aportar la generosidad de todos los bautizados en la construcción del bien común, el cual no es propiedad de nadie, sino tarea de todos. Sembrando árboles, distribuyendo alimentos a los pobres, atendiendo a los adultos mayores, acogiendo a los enfermos y a sus familias, amparando a los desplazados e inmigrantes, son entre otras muchas, varias de las acciones con las cuales la Arquidiócesis de Bogotá está respondiendo con el Evangelio de Jesús a las necesidades concretas de miles de personas. Esto también es nueva o renovada evangelización.

Vie 7 Oct 2022

El nombre de la Iglesia es misión en salida

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Octubre es el mes misionero por excelencia. La Iglesia lo ha dedicado a este tema por varias razones: la primera, porque siempre es necesario que se nos recuerde que todos, en virtud del bautismo, somos llamados a la misión. Es decir, a dar testimonio de la fe recibida, fe que nos permite tener una experiencia de cercanía de Dios, fe que alimenta nuestro caminar en el mundo, fe que nos ayuda a dar un nuevo significado a la vida. Da pena, sí, constatar que para muchos esta dimensión misionera se ha perdido, y el bautismo lo hemos venido arrinconando a la intimidad de cada uno, sin ninguna repercusión en lo social y en lo eclesial. Por eso, el mes de la misión, es una maravillosa ocasión para preguntarnos: ¿cómo vivo mi bautismo? Cuando asumo un compromiso vital con otros sacramentos, como la confirmación, el matrimonio o el orden, ¿trato de compartir con los demás la alegría de la fe en Cristo Jesús? Una segunda razón es recordarnos el mandato que Jesús hizo a los apóstoles y hoy a nosotros, de ir a todas partes, a todos los pueblos, a todas las personas, para anunciarles la buena nueva de la salvación, y bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No podemos olvidar que la Iglesia católica, en el contexto global, es prácticamente una minoría. Una séptima parte de los habitantes del mundo. Por tanto, es deber de todos anunciar a los no creyentes en Cristo, y a aquellos que siendo bautizados han perdido la fe, la novedad del Evangelio, siempre nuevo, siempre reluciente, para poder asumir las realidades del mundo con esperanza. Para esto hay que orar y colaborar. Orar por las misiones y los misioneros, muchos de ellos que realizan su trabajo en medio de grandes adversidades y hasta persecuciones; y colaborar con recursos para que su tarea pueda permanecer. Y tercera razón, para que de la mano de Santa Teresita del Niño Jesús, que siendo monja de clausura carmelita fue nombrada patrona de las misiones, nos demos cuenta de que para ser misionero no es necesario hacer cosas extraordinarias. Basta que tengamos una fe sólida que nos ayude a tener una vida coherente a nuestras creencias, valientes para defender las verdades no negociables como la vida, la libertad y la familia, alegres por sentirnos amados de Dios. Según la Carta de Diogneto, un documento del siglo II, se hace misión así: “Porque los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres… Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo… Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas… En una palabra, lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el mundo”. Este es el tiempo de la misión sinodal. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Arzobispo Coadjutor de Cali

Sáb 1 Oct 2022

¡El derecho a la vida, a todos nos convida!

Por: Padre Rafael Castillo Torres - Bajo el lema “No mataras, no desaparecerás”, nuestra Nación celebra este domingo, dos de octubre, una jornada por la vida y la reconciliación. Será una jornada que ha de contribuir a tres cosas muy concretas: desescalar el conflicto armado con todos los actores para que no se siga disparando y quienes tienen “piedras en sus manos, las suelten”; distensionar nuestras relaciones para propiciar el dialogo social desde la cultura del encuentro y proteger y preservar la vida de todos, especialmente de las víctimas y los más vulnerables. No obstante, este buen propósito, reconocemos que avanzamos en esta campaña constatando los esfuerzos de algunos por ocultar la indignación que siente la Nación frente a las ejecuciones extrajudiciales, la desaparición de las víctimas, la eliminación de pruebas, la intervención de fuerzas oscuras que son verdaderos escuadrones de la muerte, así como la “prohibición” de investigaciones verdaderamente imparciales. Por otra parte, el clima que se vive en algunas conversaciones está a menudo tejido de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza. Nos movemos en contextos en que lo corriente es la vulgaridad, el lenguaje desvergonzado y hasta procaz. Hemos constatado, en estos días, cómo no faltan quienes, desde la conquista de un mal llamada “libertad de expresión”, se expresan de forma irreverente frente lo sagrado, profanando lugares, violando derechos y utilizando una terminología grosera e indecente. Parece que el lenguaje amable o las palabras educadas han caído en la obsolescencia y a ello se le suma, en la “epilepsia de las redes sociales”, el mal gusto y la transgresión. Frente a todos estos desafíos se nos urge abrir caminos de reconciliación. La salud moral de la nación así lo exige. La reconciliación no nos puede quedar grande a nosotros. La paz, estable y duradera, que buscamos, tiene que ser una realidad operante y orientadora. Tenemos que producirla desde los procesos locales; crearla desde la casa, la parroquia y la calle, sin ser ingenuos sino ingeniosos para trascender los contrapunteos del cálculo político. Nos hace bien reconocer nuestros límites: “somos un país moralmente enfermo y con fracturas múltiples”. Cómo Iglesia que se siente llamada a ser instrumento de reconciliación y concordia, nos hacemos una pregunta: ¿Cuáles serían esas enfermedades que hoy nos aquejan y que debemos enfrentar para lograr ser una sociedad reconciliada y en paz? La primera enfermedad es nuestra memoria patológica. Hemos sembrado resentimientos y venganzas a causa de los odios vividos. Han sido cadenas de violencia y de muerte. La purificación de la memoria es terapia necesaria para reconocer los daños causados, repararlos y comenzar una nueva etapa sin mirar atrás. La segunda enfermad es haber sacrificado la verdad. En este sacrificio aparecen la guerra y la violencia como hijas nefastas de la corrupción. Aquí la terapia es que resplandezca la verdad. Tanto en la reconciliación como en la renovación le debemos obediencia a la verdad. La tercera enfermedad es el “eclipse de la vida”, tan patente entre nosotros ahora que se promulgan leyes injustas que atentan contra la vida inocente, como si fuera poco cuanto acontece en la Colombia de las bases y de las periferias existenciales. Urge parar el desprecio a la vida prohibiendo matar. La vida del más humilde campesino nuestro, vale mucho más que todo el patrimonio de la nación junto. Aquí la terapia es una movilización por la vida como un don sagrado, tal y como lo hicimos hace 25 años en el Viacrucis por la Vida. La cuarta enfermedad es la “cainización de la vida”: “Y dijo Dios a á Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; ¿soy yo acaso guarda de mi hermano? Y Dios le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. Cainizar la vida es lo mismo que “sálvese quien pueda”. La terapia es un ejercicio muy audaz de la de la solidaridad en la que todos nos preocupamos por todos. Sería hacer de la seguridad humana nuestro ethos cultural. Y la quinta enfermedad es la ideologización de la esperanza, la cual surge cuando cambian las perspectivas de un desarrollo humano integral por las salidas violentas y egoístas o por el facilismo, estilo propio del consumismo. La mejor terapia es cultivar la esperanza defendiendo la naturaleza, haciendo un trabajo laborioso y viviendo con austeridad para que no nos ahoguemos. Desde el secretariado Nacional de Pastoral Social/ Cáritas colombiana, los invitamos a participar de esta campaña que llena de sentido y esperanza el camino hacia la paz y la reconciliación, no sin antes reconocer que es una equivocación y una incoherencia condenar con toda clase de repulsas las muertes violentas y avivar, al mismo tiempo, entre nosotros, una agresividad tan estéril como peligrosa. Padre Rafael Castillo Torres Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social – Caritas colombiana

Vie 30 Sep 2022

Reconstruirnos desde el afecto

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía -Nuestra sociedad colombiana vive el descalabro del creciente desafecto y de los extremismos desaforados. Nos hiere infinitamente la crueldad de asesinatos hechos con sevicia. También la inseguridad que generan los atracos y atropellos, la violencia sexual y de género, así como la expansión del dinero ilícito y del daño a seres humanos y al medio ambiente. El momento que vivimos como sociedad ha puesto más al desnudo la agresividad y los miedos que nos hacen aún más violentos. ¡Horroriza! Y preocupa hondamente que los necesarios cambios y las resistencias a los mismos, si no las frustraciones de muchos que los requieren, sumen al desafecto, ya tan grave. Es cierto que las soluciones exigen reformas sociales, ambientales y estructurales, que no dan espera. Pero lo es también que éstas requieren un equilibrio entre prioridades humanas y prisas de quienes, desde los diferentes lados de los poderes del sistema imperante, deberán propiciarlas. No basta con que, de abajo hacia arriba, desde los territorios, las gentes sean protagonistas de estos cambios; sino que, desde arriba hacia abajo y desde las instituciones mediadoras de la sociedad, se generen voluntades y acuerdos prácticos para lograrlos. Un signo muy esperanzador es, en medio de esta crisis y al inicio de un cuatrienio político, la expresión espontánea de voluntades, desde los actores armados reconocibles en la escena nacional, para un cese multilateral del fuego, con la participación en conversaciones y en diálogos que transformen el recurso a las armas en reintegración a la civilidad y a la legalidad. Este gesto y el del Gobierno que se acaba de iniciar, en relación con nuevos enfoques y la cooperación de la fuerza pública a la convivencia pacífica y civilizada, pueden generar una columna de apoyo a esta reconstrucción nacional desde el afecto social concreto. Para nuestro horizonte cristiano y pastoral, es apremiante multiplicar esfuerzos por la vinculación de esposos, parejas de hecho y cabezas de hogar, a esta “cultura del afecto interhumano”. Y se hace imperativo, con ellos y con los educadores, promocionar el acercamiento de adolescentes y jóvenes a procesos de voluntariado social, de noviazgo y proyectos de amor abiertos a la unión estable y al amor exclusivo y fecundo. Refundar el afecto de parejas con vocación a la familia, a hacerse células y moléculas de esta cultura de afecto y de amor, es parte de esa ecología humana sostenible, con futuro para el tejido familiar y social. Apoyar la constitución de alianzas de amor y la conformación de hogares y familia, debería estar al centro de las políticas de estado, de empresa y de sociedad, que no como una mera generación espontánea. El afecto y la vivencia a fondo de la propia intimidad, como camino de las personas hacia el tú, el otro y el nosotros, debe importar e interesarnos a todos. De la salud afectiva de los hombres y mujeres de Colombia, dependerá, en gran medida, que los cambios legítimos se hagan efectivos. Dios es Amor, proclama la fe en Cristo, Enviado por el Padre Dios. Que el Espíritu de este Amor, en el que la unidad del Dios Único se hace unidad inseparable con el mundo y misterio de encarnación, de cruz y resurrección, sea invocado y acogido en la multitud de los corazones y en la formación espiritual de las consciencias. Este mes del Santo Rosario y del amor por La Virgen María, consolide con el “rezar juntos” bajo cada techo, el “caminar juntos” como Iglesia y sociedad. La sensibilidad de todos, las emociones y los sentimientos, más que las razones y los argumentos, encuentren nuevos cauces para expresarnos, que no sean los de la dureza, la ofensa, la violencia y las armas. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Vie 30 Sep 2022

Ecología integral: «Los arcángeles y el desperdicio de alimentos»

Mons. Fernando Chica Arellano - Las casualidades del calendario han unido, en el mismo día 29 de septiembre, la Fiesta de los Santos Arcángeles y el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, declarado por las Naciones Unidas. ¿Podemos ver alguna conexión entre ambos eventos, aparentemente tan distantes entre sí? Aunque sea de un modo simbólico, me parece que así es. Y, en todo caso, este hecho nos ofrece una sencilla ocasión para vincular lo más grandioso a lo más cotidiano de la realidad. De entrada, recordemos que los arcángeles son seres espirituales cuyo conocimiento se fue afianzando en los fieles a medida que se subraya la infinita trascendencia de Dios. El Altísimo, el Innombrable, el Misterioso, el Señor podría quedar muy lejos de la vida cotidiana. En ese contexto, los arcángeles aparecen como mediadores de la presencia divina y expresión de su amoroso cuidado por los hombres. De manera análoga, cuando hablamos del hambre, la injusticia o la desigualdad en el mundo, podemos sentir que se trata de palabras muy grandes, inabarcables, desmesuradas. Tomar conciencia de la pérdida y del desperdicio de alimentos puede ayudar a tender un puente entre esas grandes palabras y nuestra vida diaria. Se estima que en la Unión Europea se desperdician 80 millones de toneladas de alimentos cada año, unos 180 kilos por persona. Es decir, unos 3 kilos y medio cada semana. Es como si cada uno de nosotros (varones, mujeres, niños, niñas, ancianos, jóvenes…) tirase a la basura un melón y tres cuartos cada siete días. Otro dato importante, que no debe pasar desapercibido, es que el 42% de esos despilfarros se produce dentro de los hogares (un 39% ocurre en la industria, un 14% en la restauración y un 5% en el comercio). Se calcula que solamente con una cuarta parte de las pérdidas y del desperdicio de alimentos se podría alimentar a 870 millones de personas, equivalente casi al número total de personas subalimentadas en nuestro mundo. Aquí se ve el vínculo entre lo grande (el hambre en el mundo) y lo pequeño (nuestras acciones cotidianas en la cocina, en el comedor o en el mercado). ¿Y los ángeles, mediadores entre Dios y los hombres, qué pueden decir al respecto? “Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos”, escribe Santo Tomás de Aquino. Y, ya en el siglo IV, había afirmado San Basilio Magno: “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida”. A partir de estos textos podemos decir, por un lado, que los ángeles protegen a cada persona, y muy especialmente a aquellas que sufren hambre o viven en la miseria; y, por otro lado, que los ángeles animan el compromiso de cada persona y organización que lucha contra el despilfarro de alimentos y a favor de una mejor distribución de los recursos en nuestro mundo. “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”. Siguiendo estas observaciones de San Agustín, podemos ahora detenernos en los nombres de los tres arcángeles, sabiendo que en el nombre descubrimos su función específica. Rafael significa “medicina de Dios” o bien “Dios sana”. Por eso, ejerce su patronazgo sobre enfermeros y personal sanitario. El pasaje bíblico más relevante sobre el arcángel Rafael lo encontramos en el episodio de la curación de Tobías, que quedó completamente ciego durante cuatro años (Tob 2,10), hasta que fue enviado Rafael “para que pudiera ver con sus mismos ojos la luz de Dios” (Tob 3,17). Entre otras cosas interesantes de este relato, podemos detenernos en el modo en que se produce la curación de la ceguera, gracias a la hiel de un pescado. El ángel da instrucciones precisas: “Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado, y tira los intestinos; porque su hiel, su corazón y su hígado son remedios útiles” (Tob 6,5). Lo que parecía inútil, poco vistoso o incluso desagradable a la vista, se convierte en un remedio saludable. Lo que se pensaba desperdiciar resulta ser valioso. Quizá hay aquí una lección para nuestros hábitos de despilfarro, para nuestra cultura del descarte. Gabriel significa “fortaleza de Dios” y, en su caso, la acción benéfica de este ángel está muy especialmente asociada a la Anunciación de la Virgen María (Lc 1,26-38). Se trata de un pasaje lleno de paradojas fecundas. La fortaleza de Dios anuncia, en debilidad, la llegada del Señor de los ejércitos: “Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz” (Is 9,5). El amor desbordante de Dios se derrama, abundantemente, por toda la creación, con suma sencillez. Podemos decir que ni el arcángel Gabriel ni la Santísima Virgen María despilfarran palabras; al contrario, van a lo esencial. Quizá también nosotros podemos aprender de esta actitud: no perdernos en la palabrería hueca, por muy solidaria que parezca, sino dar pasos concretos para luchar contra el hambre y contra el desperdicio de alimentos. Miguel significa “¿quién como Dios?”, dando a entender así la grandeza de Dios, que nunca deja de sorprendernos y desbordarnos en su infinita misericordia. Es el ángel protector que defiende al pueblo en las dificultades; así aparece tanto en el Antiguo Testamento (Dan 10,12-21) como en el Nuevo (Ap 12,7-12), en contextos de batalla contra el Mal. Como dijo el papa Francisco al bendecir la estatua de san Miguel en los Jardines Vaticanos, el 5 de julio de 2013, “Miguel lucha por restablecer la justicia divina; defiende al pueblo de Dios de sus enemigos y sobre todo del enemigo por excelencia, el diablo”. En la misma dirección, hace un año, el 2 de octubre de 2021, el Santo Padre decía en una homilía, inspirándose en la figura del arcángel San Miguel: “Que el Señor nos dé a todos la gracia de comprender bien que la vida es una lucha: cuando no hay lucha no hay vida: los muertos no luchan; los vivos siempre luchan, hay lucha. Y que nos dé la gracia de no estar solos en la lucha, que siempre haya alguien que nos acompañe”. Quizá también podamos descubrir que, en algo tan sencillo como la lucha contra el desperdicio de alimentos, estamos luchando por la vida. Termino recordando algunas palabras de Su Santidad, en su Mensaje al Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el pasado 15 de octubre de 2021, por la Jornada Mundial de la Alimentación: “La lucha contra el hambre exige superar la fría lógica del mercado, centrada ávidamente en el mero beneficio económico y en la reducción de los alimentos a una mercancía más, y afianzar la lógica de la solidaridad”. Y añadía: “Nuestros estilos de vida y prácticas de consumo cotidianas influyen en la dinámica global y medioambiental, pero si aspiramos a un cambio real, debemos instar a productores y consumidores a tomar decisiones éticas y sostenibles y concienciar a las generaciones más jóvenes del importante papel que desempeñan para hacer realidad un mundo sin hambre. Cada uno de nosotros puede brindar su aportación a esta noble causa, empezando por nuestra vida cotidiana y los gestos más sencillos”. Que los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael nos ayuden en esta misión. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Jue 22 Sep 2022

La misión de la Iglesia es anunciar la Palabra de Dios

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en este mes de septiembre que en sus comienzos ha estado dedicado a orar por la paz, recibirla en el corazón como don de Dios y llamados a trasmitirla a nuestros hermanos, y ahora seguimos con esa intención, reforzando nuestro compromiso con la escucha atenta de la Palabra de Dios, con el llamado que nos hace la Iglesia y nuestra Diócesis de Cúcuta a reflexionar sobre el contenido de las Escrituras en la próxima Semana Bíblica para la que nos preparamos, que fortalecerá el Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular, que este mes tiene como lema: “El amor todo lo puede, sigamos adelante”. El llamado insistente que el Papa Francisco nos sigue haciendo es el fortalecimiento en la Iglesia de la conciencia misionera, que es el mandato de Jesucristo desde los orígenes: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20), como una invitación a compartir la fe con los hermanos, que hoy se hace realidad en nuestra Iglesia particular que está en salida misionera y desea transmitir la Palabra de Dios por todas partes. La misión de la Iglesia es anunciar la Palabra de Dios a tantas personas que no conocen a Jesús, para ello, el Papa Francisco lo recuerda como la tarea prioritaria de la Iglesia: “quiero recordar ahora la tarea que nos apremia en cualquier época y lugar, porque no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor, y sin que exista un primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización” (EG 110), que está contenido en la Palabra de Dios y por esta razón, la fuente de la predicación y la evangelización se encuentra en las Sagradas Escrituras, que contienen la fuente de nuestra salvación. La Evangelización es tarea de la Iglesia, entendiendo aquí el llamado a todos los bautizados a trasmitir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo a los demás, porque ese tesoro que se recibe no puede quedar escondido, hay que comunicarlo a otros para que también tengan la alegría de conocer a Jesús. Así nos lo enseñó el Papa Benedicto XVI en ‘Verbum Domini’: “No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita de este anuncio. El Señor mismo, suscita entre los hombres nueva hambre y sed de las palabras del Señor. Nos corresponde a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia” (VD 91). Con esto, todos los cristianos entendemos que la misión de la Iglesia de transmitir la Palabra de Dios, no puede ser algo opcional, ni un agregado a nuestra vida de fe, esperanza y caridad, sino que es el núcleo de nuestro ser de cristianos que estamos llamados a comunicar como prioridad en nuestra vida, pues se trata de participar en la vida y misión de la Iglesia, escuchando la voz del Espíritu Santo que nos ilumina la manera como debemos comunicar hoy a Nuestro Señor Jesucristo. Se hace necesario para los cristianos redescubrir cada vez más la prioridad y la urgencia de anunciar la Palabra de Dios, para que el Reino de Jesucristo llegue y crezca en todos los corazones y familias de nuestras comunidades cristianas. Esta tarea corresponde a cada uno de nosotros, así lo repite el Papa Benedicto XVI cuando afirma que “la misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada uno en su propio estado de vida, está llamado a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano” (VD 94). Con este llamado que hace Benedicto XVI a todos a participar en la misión de la Iglesia de trasmitir la Palabra de Dios por todas partes, invito a todos los bautizados, familias, parroquias, comunidades cristianas, asociaciones y movimientos apostólicos de nuestra Diócesis de Cúcuta a redoblar los esfuerzos por la evangelización y cada uno desde su carisma y don que ha recibido del Espíritu Santo se ponga en salida misionera, para transmitir la fe a otros que no conocen a Jesús, porque “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15). Como cristianos comprometidos sigamos en salida misionera, anunciando la Palabra de Dios por todas partes. Que esta Semana Bíblica (del 25 de septiembre al 2 de octubre) que vamos a vivir juntos, sea un momento especial de gracia para interiorizar la Palabra de Dios, conocer y amar más a Jesucristo y comunicarlo a nuestros hermanos, incluyendo a aquellos que no lo conocen o lo rechazan abiertamente. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con la misión de la Iglesia de anunciar la Palabra de Dios por todas partes. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 20 Sep 2022

¡Un país descuadernado!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Quizás muchos me tilden hoy de sectario o partidista; me llamen duquista, petrista, uribista, sin embargo, mi corazón está con la comunidad inspirando mi vida en el evangelio; como san Pablo estoy convencido de que soy de Cristo, aunque muchos se inclinen a pensar: ‘soy de Pablo, soy de Apolo, soy de Cefas’ (1 Cor 1,12). Por estas convicciones, desde el evangelio y mi compromiso social, no puedo callar ante tanto ruido y poca acción contundente que nos conduzca a la llamada ‘paz total’. Con razón decía San Vicente de Paúl: ‘el ruido no hace bien; el bien no hace ruido’. En lo que va corrido de este período presidencial, hemos visto a un gobierno que va de ‘tumbo en tumbo’, tomando decisiones que hoy se difunden y al día siguiente se cambian. No se asumen las responsabilidades sino, que siempre se está mirando al gobierno anterior, a quien se le endilga la debacle económica, las masacres, la corrupción, etc. Anunciar la creación de un ‘ejército del pueblo’, invitando a los jóvenes pertenecientes a las bandas criminales a que se desmovilicen y actúen ahora como si fueran los adalides de la paz, es incongruente. No es de justicia pensar en que, quienes han sido terroristas, criminales y antisociales se conviertan en los gestores de paz y quienes trabajan por la paz y la justicia, desde el anonimato o a través de acciones sociales contundentes, sean vistos como los enemigos de la paz. Es un exabrupto pensar que un dictador como el presidente Maduro, se convierta de la noche a la mañana en garante de un proceso de paz con el ELN, cuando su país está en crisis y no ha sido capaz de contener la delincuencia organizada, convirtiendo su casa en guarida de bandidos y guerrilleros. El panorama no es alentador: una seguridad urbana cada vez más frágil, un ESMAD que no puede actuar ante los atropellos de los maleantes; el freno de bombardeos que impide la garantía de una seguridad soberana; invasiones a predios privados como vía de hecho para debilitar la propiedad privada, una vía como la del Gaubio bloqueada. Y qué decir de las quince masacres perpetradas por grupos delincuenciales en lo que va corrido de este semestre. Es ilógico que un ministro de justicia salga a decir que ‘no hay relación de las masacres con la paz total’, que es necesario ‘mirar la naturaleza de las masacres’ trivializando y ocultando la responsabilidad que les compete al argumentar que en el gobierno anterior fueron más de sesenta masacres. No se puede gobernar evadiendo responsabilidades, lavándose las manos como Poncio Pilato y justificando los errores, endilgando a otros las crisis y flagelos sociales. Dónde quedan los buenos deseos de hacer frente a la corrupción, con un congreso que sigue enredado en polémicas y mermeladas; cómo fortalecer la inteligencia y apostarle a una prevención eficaz si no hay una ruta clara y lo que vemos son caminos tortuosos, trochas y derrumbes. La salida en falso de los ministros no hace bien, los anuncios del presidente generan más polarizaciones que tranquilidad, la reforma tributaria pone en riesgo el bolsillo de los colombianos, así como el costo de los combustibles, la reforma pensional y un anuncio, que duele profundamente, cuando se advierte que todo esto obstaculizará una inversión social justa y a tiempo, mientras crece el hambre, se recrudece la pobreza y las pobrezas y se genera una mayor violencia. Los plantones por el alza de tarifas de energía, el malestar en distintos departamentos por la ausencia del estado, el desplazamiento forzoso y la salida de cientos de hombres y mujeres del departamento de Chocó, es la radiografía de que las cosas no van bien. El país está descuadernado y se requiere la serenidad; indudablemente, es urgente apostarle a la unidad nacional y a la reconciliación, pero, solo será posible si hay una conciencia clara de que hay que apostarle a la verdad, a la libertad, a la justicia y a la sensatez. Hay signos evidentes de salidas en falso y empezamos a dividirnos y a enfrentarnos como enemigos. ¿De qué manera se puede construir una paz total si no hay decisiones que lleven a construir caminos de fraternidad? El populismo no es sano, aliarse con delincuentes y aprobar las acciones de dictadores no es aceptable. No podemos dividirnos en petristas y no petristas. El presidente de los colombianos debe gobernar para todos y hacerlo con responsabilidad, rodeándose de los mejores y tomando decisiones que revistan esta patria colombiana de seguridad, confianza, credibilidad y justicia. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Lun 19 Sep 2022

Protestar desde la Iglesia

“Convirtieron el Rosario en un arma de protesta”, dijo recientemente un prelado, viendo las imágenes de unas personas situadas en la calle para protestar contra algo que no era de su agrado. Y es cierto. Se ha convertido en una especie de hábito el que algunos católicos se agrupen ante instituciones, clínicas, edificios estatales y, camándula en mano, expresen su protesta por una u otra cuestión. Aunque hay que reconocer la valentía de situarse en la calle para levantar la voz de protesta cuando hay ofensas a la religión y a la Iglesia, cabe preguntarse si una oración como la del Rosario fue diseñada para tal fin, pero, sobre todo, si esos plantones generan a la larga algo positivo o una mayor repelencia con la fe y la Iglesia. En lo que estamos de acuerdo unos y otros es que la Iglesia, los fieles bautizados, no podemos permanecer estáticos cuando hay actos que violentan la libertad religiosa y de culto, cuando se ataca a la institución eclesiástica o a sus ministros, a las comunidades, en razón de su fe. La historia milenaria de la Iglesia demuestra una y otra vez que, si no está atenta a los signos negativos de los tiempos, la fe corre peligro de extinguirse, la Iglesia es desplazada, sus instituciones aniquiladas. Hoy en día se ha visto un despertar notable de los laicos para ser la voz de protesta de la Iglesia pues a veces consideran las intervenciones de los pastores muy genéricas y diplomáticas, sin efectos reales sobre ciertos problemas por solucionar. Sin embargo, pareciera que hoy en día la Iglesia tiene que ser la abanderada del diálogo en todo momento, pero sobre todo en cuestiones problemáticas que causan tensiones. Hay que tener cuidado de no fomentar a nivel de la misma Iglesia y en el campo religioso posiciones extremas y polarizantes, pues cualquier persona radicalizada en lo religioso puede convertirse en problema mayúsculo y hasta generadora de violencia. Por eso, insistimos, el diálogo para crear, fortalecer o sanar vínculos de la fe y la sociedad, o la fe y las instituciones, o la fe y el Estado, debe ser la herramienta –no arma- para lograr acuerdos benéficos para que los creyentes puedan vivir su fe en medio de la sociedad sin mayores inconvenientes. La Iglesia toda debe ser consciente de que estamos en un mundo cambiante y que se hace necesario encontrar las formas adecuadas para continuar su misión en todas partes. En Colombia, la Constitución y las leyes admiten y protegen los derechos religiosos de las personas y en ese marco hay que actuar. Las protestas sobre realidades que afecten derechos adquiridos o la misma libertad religiosa, además de manifestaciones públicas válidas y necesarias, deben ir acompañadas de claros soportes teológicos y jurídicos, de manera que se obtengan los resultados esperados. Pero siempre hay que tener presente que ninguna manifestación eclesial debería producir alejamientos de la fe de otras personas, ni cerrar las puertas del diálogo en toda circunstancia. Como quiera que sea, a todas las personas, incluso a quienes no simpaticen con la Iglesia, esta debe llevarles el mensaje salvador de Jesús y por eso siempre se necesitan puentes. Y la oración que siempre siga siendo eso: oración. Fuente: Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones de Bogotá