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Dios de vivos
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Por Mon. Omar de Jesús Mejía Giraldo - San Lucas a la altura del capítulo 20 nos presenta a Jesús en Jerusalén, la ciudad capital, allí como en toda ciudad existe una gran variedad de culturas, de pensamientos y por lo tanto de dudas, discusiones y planteamientos de mil situaciones. La cultura Judía en la época de Jesús ya existía bajo variadísimas maneras de expresar y vivir la fe. Había sobre todo dos tendencias fuertemente marcadas: fariseos y saduceos. Los fariseos creían en la resurrección de los muertos y como lo dice expresamente el texto del evangelio los saduceos negaban explícitamente la resurrección. Por eso se organizan y plantean al Señor la cuestión de la resurrección; para ello se valen de un ejemplo típicamente humano(…). Como era natural no podían ir más allá, porque no creían en la posibilidad de la Vida Eterna.
Jesús, el Señor, le enseña a los saduceos que el hombre tiene un fin. Jesús no se queda en la pregunta racional y meramente humana que los saduceos le plantean. Él le da vuelta a la pregunta. El problema de los saduceos partía de la realidad del hombre como única medida, de modo que la realidad de la vida en el marco de una resurrección quedaba sumergida en un mar de dudas. Jesús invierte este cerrado punto de referencia e indica que la cuestión de la resurrección no puede plantearse (en orden a una solución) a partir de la simple experiencia humana, sino sólo dentro de un horizonte muchísimo más amplio y abarcador: el horizonte de Dios, para quien todos los hombres están vivos.
Por eso vale la pena entender que el misterio de la resurrección como problemática final y definitiva de la existencia humana la tenemos que entender y asumir desde las siguientes perspectivas:
Desde la alianza
Alianza es pacto, compromiso mutuo, es juramento. En el antiguo testamento la alianza entre Dios y el hombre se sella con la siguiente manifestación: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” y en el nuevo testamento esta alianza se plenifica con la vida de Jesucristo, el Señor. Por eso, hay que entender una cosa: El Dios de los cristianos es el Dios de Jesucristo, Dios de vivos y no de muertos. La resurrección es el centro del cristianismo y de los cristianos cuando nos reunimos para orar.
Los cristianos comenzamos la alianza con el Señor el día de nuestro bautismo y renovamos la alianza con el Señor todos días al celebrar la Santa Misa, recordemos las palabras de la consagración: “Tomen y coman todos de Él, porque está es la sangre de la alianza, alianza nueva y eterna…” También dice Jesús, el Señor: “el que come mi carne y bebe mi sangra, habita en mí y yo en él.” Además reitera la Palabra de Dios: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida Eterna” y Vida Eterna es vida en Dios, vida para siempre; por eso, desde la alianza con el Señor es imposible morir, porque “no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.”
Desde la fe
Aunque parezca paradójico la fe en la otra vida es la única que puede dar sentido humano a la historia y al progreso. La persona de fe sabe y entiende que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe.
Cuando la fe es realmente profunda nos da una escala de valores y de fidelidades. Así lo deja ver hoy la primera lectura del libro de los Macabeos, éstos son hombres llenos de fidelidad… Para nosotros hoy son un buen ejemplo para insistir en los valores que se requiere para sumir con fe y responsabilidad nuestra vida cristiana. Será necesario creer siempre en la vida, en la posibilidad de reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones...
Poseer el don de la fe es creer en la vida. Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura huir de la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya, ahora, en la que cada uno camina con responsabilidad. El Dios cristiano es el Dios de la vida, por eso, nuestra fe cristiana nos enseña a vivir con alegría, a vivir con plenitud cada “instante vital.”
Hay que entender algo más hermanos, el cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de Jesucristo, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo).
En éste aspecto, entendamos una cosa más: la fe en Cristo sería mera palabrería si no pudiésemos traspasar el umbral de la muerte. Solamente si vivimos para la eternidad vale la pena creer y solamente la fe en Cristo nos da la eternidad. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos.” No podemos perder la fe. Fe, hermanos fe. Tenemos que ir a nuestras tumbas con dos principios bien claros y contundentes: Con dignidad y con fe.
Desde el amor
Así oramos en cada Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús.” Nuestra experiencia nos enseña que solo invocamos a quien amamos. El amor nos vincula al otro, el amor nos acerca y nos permite compartir el destino de la existencia. Sin amor no hay salvación. Sin amor no hay vida. Solamente en el amor de Jesús, quien en la cruz donó la vida por nosotros, podemos entender el misterio de la muerte. A Jesús no le arrebataron la vida, él la entregó por amor, para salvarnos. La muerte no es algo que ocurre, es alguien que llega, el amor no es algo, sino alguien, no es una abstracción, es una persona, es la Palabra. Con la muerte en cruz, Jesús, el Señor, nos trae la plenitud de la salvación; es la cruz la máxima manifestación de amor de Dios hacía el mundo.
“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” El amor verdadero es hasta el final, hasta que duela, hasta agotar existencia, es decir hasta la muerte. ¿Prometes fidelidad hasta que la muerte los separe? El único amor verdadero es el amor divino, el amor que viene de Dios. Entender y asumir la muerte desde el amor de Dios, es entender y asumir la eternidad, es vivir con la certeza de no morir jamás.
Sin amor no hay acogida. Cristo que nos ha llamado, nos acoge; por eso, hay que entender una cosa fundamental para aprender a vivir con libertad y serenidad: El Señor no condena a nadie, se limita a ratificar lo que el hombre decide, a dar satisfacción a sus deseos”. Nuestra tarea es vivir con sentido de eternidad, con sentido de trascendencia, con fe y esperanza. No podemos ser pesimistas, ni podemos ser personas derrotadas por el mundo, no. Nosotros sabemos en quien hemos puesto nuestra confianza.
Para comprender lo que en definitiva es la muerte asumida desde el amor de Dios, contemplemos lo que nos dice San Agustín,: “Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. No hay otro lugar en la vida futura, sino Dios”. Dios, en cuanto que llama al hombre a comparecer ante El, es la muerte; en cuanto juez, es el juicio; en cuanto beatificante, es el cielo; en cuanto ausente, es el infierno; en cuanto purificador, es el purgatorio.
Tarea:
- Por favor que no pase un día sin realizar una sencilla oración en la que nos acordemos de nuestros seres queridos que han muerto; oremos por ellos, para que el Señor les conceda el descanso eterno.
- Vivamos siempre preparados para morir: “de morir tenemos, el día y la hora no lo sabemos.”
- Pensemos en clave de vida, por eso hablemos de: “vida más allá de la vida.”
Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo
Obispo de Florencia
Miremos y contemplemos el Crucificado
Jue 2 Mayo 2024
Lex orandi, lex credendi, lex vivendi
Jue 2 Mayo 2024
Mar 16 Abr 2024
“Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo domingo contemplamos en la liturgia de la Iglesia a Jesucristo Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, así lo expresa en el Evangelio: “Yo soy el Buen Pastor, el buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11), además, el Evangelio destaca las características de Jesús Buen Pastor y nos dice que va en busca de las ovejas para llevarlas hasta el Padre. Jesucristo como Buen Pastor está atento a cada uno de nosotros, nos conoce, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, conociendo la profundidad de nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras esperanzas, como también nuestros pecados y nuestras dificultades diarias, “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14).La acción del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, que no las abandona, son acciones que muestran cómo debemos corresponder a la actitud misericordiosa del Señor. Seguir al Buen Pastor y dejarse encontrar por Él, implica intimidad con el Señor que se consolida en la oración, en el encuentro personal con el Maestro y Pastor de nuestras almas, es la actitud del conocimiento y el amor que tenemos por el Señor, que nos lleva a profesar la fe en Él diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), reconociendo como el centurión, al mirar y contemplar el Crucificado que “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39) y que desde la cruz ha conocido nuestros pecados y ha dado la vida por nosotros, en un acto de amor infinito del Padre celestial por toda la humanidad caída y rescatada desde la Cruz.Jesucristo Buen Pastor se ha quedado con nosotros en cada uno de los sacerdotes, que, participando del único sacerdocio de Jesucristo, hacen visible al Buen Pastor, siendo Pastores del pueblo de Dios, cuidando las ovejas, saliendo en busca de la oveja perdida y comportándose como pastor en medio del redil y no como asalariado que abandona las ovejas en el momento del peligro. “El Sacerdocio es el Amor del corazón de Jesús”, repetía el Santo Cura de Ars. Un Amor que desciende del cielo para entrar en el corazón de cada pecador, para romper sus cadenas, para sacarlo de las tinieblas y llevarlo a la vida de la gracia. Así es cada sacerdote Buen Pastor, es el Amor del Corazón de Jesús para la comunidad parroquial, para cada una de las familias, para todos los fieles de la comunidad, cercanos y alejados de Dios, todos caben en el corazón del Buen Pastor.Cada sacerdote en el mundo es sacramento de este Sumo Sacerdote de los bienes presentes y definitivos. El sacerdote actúa en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la persona misma de Cristo Resucitado, que se hace presente con su acción eficaz. El Espíritu Santo garantiza la unidad en el ser y en el actuar con el único sacerdote. Es Él quien hace de la multitud un solo rebaño y un solo Pastor y la misión del sacerdote es apacentar las ovejas que debe ser vivida en el amor íntimo con el Supremo Pastor (Cfr Benedicto XVI, Audiencia General, 14 de abril de 2010), dando la vida por las ovejas, conociéndolas por su nombre y dejándose conocer por el Supremo Pastor.El próximo domingo es un día especial para dar gracias a Dios por el Sumo Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que como Buen Pastor nos rescata a cada uno de nosotros de las tinieblas del pecado y levantándonos nos lleva sobre sus hombros. Pero también es un día para agradecer al Señor por cada uno de nuestros sacerdotes, que dejándolo todo han sabido escuchar la voz del Pastor Supremo, para cumplir la misión en el mundo de pastorear al pueblo de Dios con los sentimientos de Jesucristo Buen Pastor, dando la vida por las ovejas que han sido puestas bajo su cuidado.Cada sacerdote como Pastor de una comunidad parroquial necesita de la oración y del acompañamiento de su pueblo. La santidad del pueblo de Dios está en las rodillas del sacerdote, que, como Buen Pastor, sabe acompañar desde la oración a cada uno de los fieles. Pero también la santidad de cada Sacerdote está en las rodillas de los fieles, que en actitud contemplativa frente al Señor ora por sus sacerdotes. Agradecemos hoy, el don de cada uno de los sacerdotes de nuestra Diócesis de Cúcuta y también de las vocaciones, para que el Señor siga enviando obreros a su mies, para rescatar tantas ovejas perdidas que necesitan volver al redil a beber el vino de la gracia de Dios y llegar un día a participar de la felicidad eterna. Oremos por los jóvenes que se encuentran en nuestro Seminario Mayor San José, para que sepan responder al llamado del Señor y se vayan configurando con Jesucristo Buen Pastor, hasta llegar a dar la vida por el rebaño que se les será confiado.Pidamos la gracia de la renovación sacerdotal para nuestro tiempo, que nos comprometa a todos en salida misionera, para ir en busca de la oveja perdida, de quien rechaza a Jesús o no lo conoce y poderlo retornar a tomar el alimento que ofrece Jesucristo Buen Pastor en la Eucaristía, en donde somos transformados en Cristo cuando comulgamos en gracia de Dios y aprendemos desde la Eucaristía a resolver nuestra vida desde Dios.Pongámonos en oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y en actitud contemplativa miremos y abracemos el Crucificado y tengamos muy presentes a todos los sacerdotes del mundo entero y de nuestra Diócesis, para que cada día el celo pastoral de los ministros conduzca al pueblo de Dios a hacer profesión de fe en Jesucristo Crucificado y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, todos los sacerdotes seamos fieles a Jesucristo y a la Iglesia.En unión de oraciones,reciban mi bendición.Mons. José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
Vie 5 Abr 2024
“Les traigo la paz” (Juan 20, 19.21.26)
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - ¡FELICES PASCUAS! Es el saludo esperanzado de los creyentes durante este tiempo inaugurado con la Resurrección de Cristo que es el acontecimiento más importante de la fe, pues nos permite comprender en profundidad el sentido de la vida verdadera, respondiendo incluso a los interrogantes ¿Cómo aprovechar y cómo construir la vida en nosotros?En los días de las Octava de Pascua y en el domingo “de la Divina Misericordia” escuchamos en el Evangelio cómo Jesús, cuando se aparece a los discípulos, los saluda diciendo: ¡Les traigo la paz!Hoy, como su arzobispo católico de Cali, en nombre del Señor que vive, les hago llegar el mismo saludo de paz a todos los que habitan en el territorio de la Arquidiócesis, especialmente a los jamundeños y a todos los que viven o visitan Terranova y sectores aledaños, El Rodeo y las zonas rurales en Robles, Timba, Quinamayó, Guachinte, Villa Paz, Potrerito, San Antonio, Villa Colombia y las veredas que las conforman.Con el Resucitado, les expreso mi paternal cercanía con este mensaje pascual reiterando el llamado a que se custodien y respeten las vidas humanas y la libertad de pensamiento, de culto y de movimiento.En nombre de Dios, hago eco del clamor de millones de colombianos para que cesen las acciones bélicas de todas las partes, así como las acciones orientadas por los grupos insurgentes al reclutamiento de menores de edad y el uso de las poblaciones civiles como escudos humanos. Nos inquieta y preocupa el incremento y reestructuración de los grupos armados ilegales.Reitero este llamado con las palabras del Papa Francisco en su último mensaje pascual: “No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en los ojos de los niños: ¡olvidaron de sonreír esos niños en aquellas tierras de guerra! Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra es siempre un absurdo, la guerra es siempre una derrota… Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme. La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón”.Como Iglesia católica seguimos acompañando a todos los ciudadanos en el territorio de la Arquidiócesis. Especialmente, nuestro pensamiento se dirige ahora a quienes viven en Jamundí y sus corregimientos, sedientos de paz y de tranquilidad.A todos pido orar por quienes han perdido la vida, están siendo extorsionados, han sido reclutados o han tenido que salir desplazados de sus tierras, implorando también el arrepentimiento y la conversión de los autores de tales crímenes.Los bendigo y animo a que no pierdan la esperanza, pues Jesús, con su resurrección, venció la muerte y nos hizo libres, ¡Aleluya!+LUIS FERNANDO RODRÍGUEZ VELÁSQUEZArzobispo de CaliSantiago de Cali, abril 4 de 2024
Mar 2 Abr 2024
“Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Con esta expresión el evangelista Marcos resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra profesión de fe, que se hace realidad en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos con gozo la resurrección del Señor. Ya en el momento del calvario pocos segundos después de Jesús lanzar un fuerte grito y expirar, el centurión romano hizo profesión de fe cuando dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), encontrando la certeza plena en el anuncio que el joven vestido de blanco les dijo a las mujeres que fueron a ver el sepulcro: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (Mc 16, 6-7).Frente a un mundo con mucho odio, venganza y violencia, la Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema para decirle a la humanidad que finalmente no reina el mal, sino que reina Jesucristo Resucitado que ha venido a traernos perdón, reconciliación y paz, para que todos tengamos en Él la vida eterna. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17), pero como Cristo resucitó, Él es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).El desarrollo de la vida diaria tiene que conducirnos a un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en misioneros del Señor resucitado, según su mandato a los discípulos: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación por todos los confines de la tierra.Pedro, ante la pregunta de Jesús de quien era Él para ellos, le contesta: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), pero como todavía no había llegado la hora, Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Ahora con la certeza de la resurrección, después de pasar por la cruz, todos salen a comunicar esa gran noticia por todas partes. También nosotros haciendo profesión de fe como Pedro, en el momento presente somos testigos de Jesucristo resucitado y cumplimos con el mandato de ir por todas partes a anunciar el mensaje de la salvación, con la certeza que no estamos solos en esta tarea, Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 19-20).Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento y fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6).La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contra-riedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su resurrección.Haciendo profesión de fe en el Señor, miremos y contemplemos el Crucificado y digamos: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y en ambiente de alegría pascual por la Resurrección del Señor, afrontemos nuestra vida diaria renovados en la fe, la esperanza y la caridad y vayamos en salida misionera a comunicar lo que hemos experimentado al celebrar esta semana santa. Puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, pidamos la firmeza de la fe para ser testigos de la Resurrección del Señor.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Jue 7 Mar 2024
Cuaresma: un camino de fe en comunidad
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Cuaresma, si por una gracia especial de Dios la vivimos en serio, es un verdadero camino hacia la Pascua. Es decir, asumimos el éxodo en que estamos y aprendiendo a interpretar y a aprovechar los dones y las pruebas en medio de las que avanza nuestra existencia, vamos haciendo resurrección en cada uno de nosotros y en las personas que nos rodean. Para esclarecer las sombras, afrontar las luchas y no perder la esperanza, es necesario peregrinar en comunidad a la luz de la fe. Tal vez, entonces, la primera pregunta es si hoy tiene sentido creer.Partamos de la realidad. Junto a tantos signos de bondad y junto a un desarrollo impensable de la ciencia que cada día abre nuevos horizontes, crece igualmente una especie de desierto espiritual. Se tiene la sensación de que, a pesar de tantos logros, a veces el mundo no se dirige hacia la construcción de una sociedad más justa y fraterna. El hombre no aparece más libre y humano, continúan tantas formas de explotación y de violencia, quedan preguntas fundamentales sin responder, constatamos que, además del pan, necesitamos también sentido, fundamentos seguros, amor y esperanza.En este contexto, se requiere una renovada educación para la fe, que lleve a un conocimiento de la verdad y de los acontecimientos de la salvación, pero que brote sobre todo de un encuentro con Dios. Realmente, la fe verdadera se produce en un contacto profundamente personal con Dios, que nos pone frente a Él en absoluta inmediatez de modo que podamos hablarle, amarlo, entrar en comunión con Él, permitirle que nos toque en lo más íntimo de nosotros mismos. La fe es confiarse a un Tú, que es Dios, el cual nos da una certeza diversa, pero no menos sólida de la que viene de los cálculos exactos de la ciencia.La fe no es un mero asentimiento intelectual a unas verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que nos confiamos libremente a un Dios que es Padre y que nos ama, es adhesión a un Tú que nos da confianza y esperanza. Este amor tiene su máxima revelación en la cruz de Cristo. Con la muerte y resurrección de su Hijo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para levantarla hasta Él. Así la fe hace ver cómo el amor de Dios es capaz de transformar toda forma de mal en salvación y cómo en Cristo se ha revelado la realidad profunda de la persona, el camino a la libertad y la posibilidad del amor.La fe viene por la escucha, dice San Pablo; es necesario escuchar a Dios que, a partir de una historia que Él mismo ha creado, nos interpela. Para que podamos creer tenemos necesidad de testigos que han encontrado a Dios y nos lo hacen accesible. De ahí la importancia de la comunidad. Pero la comunidad de fe no se crea por sí sola. La Iglesia ha sido creada por Dios y viene continuamente formada por Él. Esto encuentra su expresión en los sacramentos, especialmente en el Bautismo, en el que venimos acogidos por una comunidad, que no se ha originado por sí misma y que se proyecta más allá de sí misma.Esta realidad profundamente personal que es la fe está en relación inseparable con la comunidad. La fe es un don comunicado a través de otro don que es la comunidad. En efecto, es parte de la esencia de la fe el hecho de quedar introducidos en el nosotros de los hijos de Dios, en la comunidad peregrina de los hermanos y hermanas. El encuentro con Dios significa que, al mismo tiempo, somos sacados de nuestra soledad y acogidos en la comunidad viva de la Iglesia. Ella es mediadora de nuestro encuentro con Dios, que llega al corazón de cada uno de un modo completamente personal.La Cuaresma es entonces una oportunidad imperdible para consolidar nuestra fe y al mismo tiempo construir la comunidad cristiana. Nuestra sociedad requiere cristianos que se comprometan con Dios y su proyecto de salvación, que estén vitalmente incorporados a Cristo por la acción de su Espíritu, que sean la Iglesia que testimonia al mundo la experiencia de la vida nueva que surge del bautismo. Tengamos presente que esto se logra por la acción de Dios mediante la catequesis bien conducida, la liturgia celebrada con unción, la práctica de la oración humilde y el ejercicio de la caridad con todos los hermanos. Esta es la tarea pastoral de las parroquias en este tiempo de Cuaresma.+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín