SISTEMA INFORMATIVO
El desperdicio de alimentos: una herida sangrante
Tags: pandemia desplazamiento hambre pobreza monseñor fernando chica fao Iglesia desperdicio de alimentos
Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El recrudecimiento de la pandemia en curso está generando ingentes desafíos a la seguridad alimentaria en muchos países, así como crecientes obstáculos para el abastecimiento de los comercios con productos agrícolas, pesqueros y ganaderos. Las medidas de cuarentena, las interrupciones en las cadenas de suministro, el cierre de fronteras, las trabas en el desplazamiento de la población y otra serie de iniciativas han contribuido a que muchos productos queden en la mar o en el campo y no lleguen a los distribuidores, o no encuentren mercados a los que abastecer, por lo cual terminan perdiéndose. En algunas naciones se llegó incluso al desabastecimiento en los supermercados, los cuales tampoco podían regalar comida a unos bancos de alimentos ya de por sí diezmados por una demanda creciente a causa del alza del desempleo. Por otra parte, las compras frenéticas o compulsivas y una cierta variación en el hábito de consumo durante el confinamiento causaron un gran desperdicio alimentario.
Si la pérdida de alimentos se asocia a las regiones del sur del mundo, nuestro hemisferio contempla en mayor medida el derroche alimentario, una lacra que, si todos pusiéramos de nuestra parte, dejaría de existir o se vería aminorada de modo considerable.
En efecto, en nuestros pueblos y ciudades, sonroja ver montones de comida tirada en la basura, a la vez que va incrementándose el número de personas que no tienen lo necesario para llenar su estómago. Conviven individuos que no pueden alimentarse ni sana ni suficientemente junto a otros que malgastan y derrochan sin control. Nos deberíamos avergonzar de esta atroz contradicción, sobre todo si traemos a colación tantos niños como mueren de hambre diariamente en el mundo. Es un escándalo que clama al cielo pidiendo justicia, como la sangre del Abel (cfr. Gen 4,10). El despilfarro de alimentos es un triste fenómeno que ha de interpelar nuestras conciencias y resolverlo compete a todos.
Las cifras hablan por sí solas. Si pensamos en el entorno que nos circunda, según estudios atendibles, España es el séptimo país de la Unión Europea que más comida dilapida. De media, cada persona arroja al vertedero unos 179 kilos de comida al año. Importante es no ignorar que, de todos los alimentos desechados, aproximadamente 1,2 millones de toneladas son aptos para el consumo. Las estadísticas señalan además que hasta 98 millones de toneladas de alimentos se despilfarran anualmente en la Unión Europea. Según la FAO, más de 690 millones de personas sufren desnutrición en el mundo. Otras fuentes ilustran este dato informando que en torno al 9,6% de la población europea no alcanza a comprar comida de calidad cada dos días. Desconcierta saber, en fin, que el 20% de los alimentos producidos en el viejo continente se desperdicia, con un coste económico estimado en 143.000 millones de euros.
Si ahondamos en el problema, observamos que el derroche de alimentos no solo supone prescindir irresponsablemente de comida, una comida que, bien utilizada, podría servir para aliviar las necesidades nutricionales de quienes lo precisan. Entraña también echar por la borda mucha mano de obra, usada inútilmente para producir alimentos que a la postre acaban desperdiciados. Significa igualmente un empleo innecesario de recursos que no son ilimitados, sino más bien escasos, como la tierra, el agua y la energía. Pero el impacto del despilfarro alimentario no es solamente cuantificable desde la perspectiva financiera. El medio ambiente es otro de los grandes afectados por los desperdicios de alimentos, ya que su producción conlleva la utilización de fertilizantes y pesticidas. Esos ingredientes menoscaban enormemente nuestro planeta, ya bastante vapuleado por otros efectos nocivos del cambio climático: por cada kilogramo de alimento producido, 4,5 kg de dióxido de carbono (CO2) va a la atmósfera.
Permanecer impasible ante esta grave temática, o reputarla como una cuestión que no nos afecta, es ciertamente erróneo. Los medios de comunicación, la escuela, pero sobre todo la familia, han de sensibilizar a la opinión pública para encarar muy en serio un problema que depende, en gran medida, de haber recibido una educación correcta, que otorgue a los alimentos el valor que realmente tienen. Nadie, pues, puede contentarse con ser un mero espectador en la lucha contra el derroche de alimentos, siendo una herida que supura, perjudicando sin piedad a multitud de personas, especialmente a los pobres y vulnerables de la sociedad.
A este respecto, pocos meses después de ser elegido Sucesor de Pedro, el papa Francisco, en la audiencia general del 5 de junio de 2013, hablando de la cultura del descarte, dijo sin medias tintas que “nos hemos hecho insensibles al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre!”.
Por tanto, poner fin a una mentalidad caprichosa en el uso de los alimentos, que los desdeña sin ningún miramiento, ayuda a combatir también el desprecio a las personas cuando estas ya no son útiles, son ancianas o están enfermas, han perdido su apariencia o se han vuelto frágiles y débiles.
El asunto no es de poca monta: de hecho, sabemos que se desperdicia un tercio de los alimentos producidos para consumo humano en todo el mundo, es decir, unos 1300 millones de toneladas anuales. Esta cantidad sería suficiente para dar de comer al menos a unos 2.000 millones de personas en nuestro planeta.
En este sentido, el día 18 de noviembre de 2019, el Santo Padre, en su Mensaje con ocasión de la apertura del segundo período ordinario de sesiones de la Junta Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, denunciaba sin ambages que “el derroche de alimentos lacera la vida de muchas personas y vuelve inviable el progreso de los pueblos. Si queremos construir un futuro en el que nadie quede excluido, tenemos que plantear un presente que evite radicalmente el despilfarro de comida. Juntos, sin perder tiempo, aunando recursos e ideas, podremos presentar un estilo de vida que dé la importancia que merecen a los alimentos. Este nuevo estilo consiste en estimar en su justo valor lo que la madre Tierra nos da, y tendrá una repercusión para toda la humanidad”.
Ante semejante panorama, ¿cuál puede ser nuestra contribución personal? Todo tiene que arrancar de una convicción: no podemos seguir adelante con un estilo de vida que contemple el despilfarro de alimentos como algo normal, sin importancia. Es fundamental un cambio de paradigma en el plano económico, ecológico, educativo y social, que potencie la convergencia de medidas internacionales, estatales, regionales, locales y, en particular, individuales, con el fin de zanjar una problemática que tiene terribles secuelas negativas. Se trata de identificar vías y modos que, afrontando sensatamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de generosidad con los más necesitados.
Sin afán de ser exhaustivos, apunto algunas pistas para focalizar el asunto y atisbar soluciones al mismo.
Primero, en el ámbito personal y familiar. Hemos de subrayar que los alimentos se despilfarran en todas las fases de la cadena de alimentos (producción primaria, procesamiento, venta, servicios de comida, etc.), pero es en el marco hogareño donde más se desperdicia. Contrarrestar esta tendencia es una obligación, algo verdaderamente imprescindible. Para ello es cuestión de no olvidar acciones tan sencillas como cocinar cantidades pequeñas, reutilizar las sobras, comprar solo lo necesario, no dejarse llevar por las apariencias (para desechar “frutas feas”, por ejemplo), revisar el refrigerador, consumir primero los alimentos más antiguos, entender las etiquetas de fechas (“consumir antes de”, “consumir preferentemente antes de”, “fecha de caducidad”), compostar y donar los excedentes a instituciones que harán buen uso de ellos.
En segundo lugar, hemos de apoyar a las entidades sociales y organizaciones no gubernamentales (ONG)que están plantando cara al desperdicio de alimentos de forma creativa y eficiente, intentando salir al encuentro de quienes lo precisan. En este apartado es justo incluir asimismo los esfuerzos que están llevando a cabo muchos comedores promovidos por parroquias, institutos religiosos, grupos juveniles y asociaciones cristianas para redistribuir alimentos. Y esto, en muchas ocasiones, contra viento y marea, incitados por la fantasía y la pujanza que nacen del amor desinteresado, venciendo burocracias agobiantes, sin reparar en cansancios o cortapisas. Remediar el derroche de alimentos pasa, pues, por la conjunción de medidas individuales, pero también comunitarias e institucionales.
En tercer lugar, en la lucha contra el despilfarro las empresas ocupan un puesto de relieve. En numerosos centros industriales, restaurantes, grandes superficies y supermercados, por ejemplo, se están poniendo en marcha “auditorías de desperdicios” que permiten ser mucho más eficaces en la gestión de los recursos. Por el lado del consumidor, algunas aplicaciones permiten, a través del teléfono móvil, encontrar comida sobrante de restaurantes a precios rebajados. En comercios de alimentación de diversos países, se está implantando la costumbre de vender las frutas, verduras y hortalizas por unidades y no por paquetes o manojos. Se ha comprobado que de esta manera se reduce el desperdicio de alimentos en torno al 25%. El papel de las ONG de consumidores ha sido muy relevante a la hora de lograr estos avances.
Un cuarto aspecto nos lleva al terreno político y legislativo. En estos momentos, determinados países cuentan con leyes que prohíben a los supermercados, a los hospitales y a los hoteles tirar o destruir alimentos. En lugar de eso, están obligados a cederlos a diversas organizaciones benéficas, que son las encargadas de distribuirlos entre las personas y familias necesitadas. Sería esta una iniciativa que habría que generalizar y ampliar más todavía por el beneficio que comporta.
Finalmente, están los organismos internacionales y, entre ellos, el Programa Mundial de Alimentos, que lanzó la campaña global Stop Desperdicio. En el Mensaje enviado el 18 de noviembre de 2019 a esta agencia de las Naciones Unidas, con ocasión de la apertura del segundo período ordinario de sesiones de su Junta Ejecutiva, el Papa se refería a ella con estas palabras: “Deseo que esta campaña sirva de ayuda a quienes en nuestros días sufren las consecuencias de la pobreza y pueda demostrar que, cuando la persona ocupa el centro de las decisiones políticas y económicas, se afirma la estabilidad y la paz entre las naciones y crece por todas partes el entendimiento mutuo, cimiento del auténtico progreso humano”.
En definitiva, el desperdicio de alimentos constituye una cuestión de conspicua envergadura, que exige implementar inteligentemente acciones que la aborden desde su raíz, sin superficialidades, sesgos o negligencias. Es por eso que, en 2019, la LXXIV Asamblea General de la ONU designó el 29 de septiembre como el Día Internacional de Concienciación de la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. Este año 2020 ha sido la primera vez que se ha celebrado esta jornada con el fin de fortalecer nuestra responsabilidad en el consumo adecuado de los alimentos, evitando malas prácticas y decisiones, como el derroche alimentario. En este terreno cada uno de nosotros podemos hacer algo para impedirlo. Como recuerda el papa Francisco, “una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas” (Laudato Si’, n. 230). Si nos mentalizamos auténticamente, si unimos ideas y voluntades y redoblamos nuestro compromiso, afrontando sin improvisaciones el despilfarro de alimentos, este flagelo quedará relegado al pasado y podremos construir un presente más justo, que abra las puertas a un futuro en donde todos puedan comer de forma digna, sana y nutritiva.
Mons. Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA
Miremos y contemplemos el Crucificado
Jue 2 Mayo 2024
Lex orandi, lex credendi, lex vivendi
Jue 2 Mayo 2024
Mar 16 Abr 2024
“Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo domingo contemplamos en la liturgia de la Iglesia a Jesucristo Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, así lo expresa en el Evangelio: “Yo soy el Buen Pastor, el buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11), además, el Evangelio destaca las características de Jesús Buen Pastor y nos dice que va en busca de las ovejas para llevarlas hasta el Padre. Jesucristo como Buen Pastor está atento a cada uno de nosotros, nos conoce, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, conociendo la profundidad de nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras esperanzas, como también nuestros pecados y nuestras dificultades diarias, “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14).La acción del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, que no las abandona, son acciones que muestran cómo debemos corresponder a la actitud misericordiosa del Señor. Seguir al Buen Pastor y dejarse encontrar por Él, implica intimidad con el Señor que se consolida en la oración, en el encuentro personal con el Maestro y Pastor de nuestras almas, es la actitud del conocimiento y el amor que tenemos por el Señor, que nos lleva a profesar la fe en Él diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), reconociendo como el centurión, al mirar y contemplar el Crucificado que “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39) y que desde la cruz ha conocido nuestros pecados y ha dado la vida por nosotros, en un acto de amor infinito del Padre celestial por toda la humanidad caída y rescatada desde la Cruz.Jesucristo Buen Pastor se ha quedado con nosotros en cada uno de los sacerdotes, que, participando del único sacerdocio de Jesucristo, hacen visible al Buen Pastor, siendo Pastores del pueblo de Dios, cuidando las ovejas, saliendo en busca de la oveja perdida y comportándose como pastor en medio del redil y no como asalariado que abandona las ovejas en el momento del peligro. “El Sacerdocio es el Amor del corazón de Jesús”, repetía el Santo Cura de Ars. Un Amor que desciende del cielo para entrar en el corazón de cada pecador, para romper sus cadenas, para sacarlo de las tinieblas y llevarlo a la vida de la gracia. Así es cada sacerdote Buen Pastor, es el Amor del Corazón de Jesús para la comunidad parroquial, para cada una de las familias, para todos los fieles de la comunidad, cercanos y alejados de Dios, todos caben en el corazón del Buen Pastor.Cada sacerdote en el mundo es sacramento de este Sumo Sacerdote de los bienes presentes y definitivos. El sacerdote actúa en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la persona misma de Cristo Resucitado, que se hace presente con su acción eficaz. El Espíritu Santo garantiza la unidad en el ser y en el actuar con el único sacerdote. Es Él quien hace de la multitud un solo rebaño y un solo Pastor y la misión del sacerdote es apacentar las ovejas que debe ser vivida en el amor íntimo con el Supremo Pastor (Cfr Benedicto XVI, Audiencia General, 14 de abril de 2010), dando la vida por las ovejas, conociéndolas por su nombre y dejándose conocer por el Supremo Pastor.El próximo domingo es un día especial para dar gracias a Dios por el Sumo Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que como Buen Pastor nos rescata a cada uno de nosotros de las tinieblas del pecado y levantándonos nos lleva sobre sus hombros. Pero también es un día para agradecer al Señor por cada uno de nuestros sacerdotes, que dejándolo todo han sabido escuchar la voz del Pastor Supremo, para cumplir la misión en el mundo de pastorear al pueblo de Dios con los sentimientos de Jesucristo Buen Pastor, dando la vida por las ovejas que han sido puestas bajo su cuidado.Cada sacerdote como Pastor de una comunidad parroquial necesita de la oración y del acompañamiento de su pueblo. La santidad del pueblo de Dios está en las rodillas del sacerdote, que, como Buen Pastor, sabe acompañar desde la oración a cada uno de los fieles. Pero también la santidad de cada Sacerdote está en las rodillas de los fieles, que en actitud contemplativa frente al Señor ora por sus sacerdotes. Agradecemos hoy, el don de cada uno de los sacerdotes de nuestra Diócesis de Cúcuta y también de las vocaciones, para que el Señor siga enviando obreros a su mies, para rescatar tantas ovejas perdidas que necesitan volver al redil a beber el vino de la gracia de Dios y llegar un día a participar de la felicidad eterna. Oremos por los jóvenes que se encuentran en nuestro Seminario Mayor San José, para que sepan responder al llamado del Señor y se vayan configurando con Jesucristo Buen Pastor, hasta llegar a dar la vida por el rebaño que se les será confiado.Pidamos la gracia de la renovación sacerdotal para nuestro tiempo, que nos comprometa a todos en salida misionera, para ir en busca de la oveja perdida, de quien rechaza a Jesús o no lo conoce y poderlo retornar a tomar el alimento que ofrece Jesucristo Buen Pastor en la Eucaristía, en donde somos transformados en Cristo cuando comulgamos en gracia de Dios y aprendemos desde la Eucaristía a resolver nuestra vida desde Dios.Pongámonos en oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y en actitud contemplativa miremos y abracemos el Crucificado y tengamos muy presentes a todos los sacerdotes del mundo entero y de nuestra Diócesis, para que cada día el celo pastoral de los ministros conduzca al pueblo de Dios a hacer profesión de fe en Jesucristo Crucificado y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, todos los sacerdotes seamos fieles a Jesucristo y a la Iglesia.En unión de oraciones,reciban mi bendición.Mons. José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
Vie 5 Abr 2024
“Les traigo la paz” (Juan 20, 19.21.26)
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - ¡FELICES PASCUAS! Es el saludo esperanzado de los creyentes durante este tiempo inaugurado con la Resurrección de Cristo que es el acontecimiento más importante de la fe, pues nos permite comprender en profundidad el sentido de la vida verdadera, respondiendo incluso a los interrogantes ¿Cómo aprovechar y cómo construir la vida en nosotros?En los días de las Octava de Pascua y en el domingo “de la Divina Misericordia” escuchamos en el Evangelio cómo Jesús, cuando se aparece a los discípulos, los saluda diciendo: ¡Les traigo la paz!Hoy, como su arzobispo católico de Cali, en nombre del Señor que vive, les hago llegar el mismo saludo de paz a todos los que habitan en el territorio de la Arquidiócesis, especialmente a los jamundeños y a todos los que viven o visitan Terranova y sectores aledaños, El Rodeo y las zonas rurales en Robles, Timba, Quinamayó, Guachinte, Villa Paz, Potrerito, San Antonio, Villa Colombia y las veredas que las conforman.Con el Resucitado, les expreso mi paternal cercanía con este mensaje pascual reiterando el llamado a que se custodien y respeten las vidas humanas y la libertad de pensamiento, de culto y de movimiento.En nombre de Dios, hago eco del clamor de millones de colombianos para que cesen las acciones bélicas de todas las partes, así como las acciones orientadas por los grupos insurgentes al reclutamiento de menores de edad y el uso de las poblaciones civiles como escudos humanos. Nos inquieta y preocupa el incremento y reestructuración de los grupos armados ilegales.Reitero este llamado con las palabras del Papa Francisco en su último mensaje pascual: “No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en los ojos de los niños: ¡olvidaron de sonreír esos niños en aquellas tierras de guerra! Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra es siempre un absurdo, la guerra es siempre una derrota… Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme. La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón”.Como Iglesia católica seguimos acompañando a todos los ciudadanos en el territorio de la Arquidiócesis. Especialmente, nuestro pensamiento se dirige ahora a quienes viven en Jamundí y sus corregimientos, sedientos de paz y de tranquilidad.A todos pido orar por quienes han perdido la vida, están siendo extorsionados, han sido reclutados o han tenido que salir desplazados de sus tierras, implorando también el arrepentimiento y la conversión de los autores de tales crímenes.Los bendigo y animo a que no pierdan la esperanza, pues Jesús, con su resurrección, venció la muerte y nos hizo libres, ¡Aleluya!+LUIS FERNANDO RODRÍGUEZ VELÁSQUEZArzobispo de CaliSantiago de Cali, abril 4 de 2024
Mar 2 Abr 2024
“Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Con esta expresión el evangelista Marcos resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra profesión de fe, que se hace realidad en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos con gozo la resurrección del Señor. Ya en el momento del calvario pocos segundos después de Jesús lanzar un fuerte grito y expirar, el centurión romano hizo profesión de fe cuando dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), encontrando la certeza plena en el anuncio que el joven vestido de blanco les dijo a las mujeres que fueron a ver el sepulcro: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (Mc 16, 6-7).Frente a un mundo con mucho odio, venganza y violencia, la Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema para decirle a la humanidad que finalmente no reina el mal, sino que reina Jesucristo Resucitado que ha venido a traernos perdón, reconciliación y paz, para que todos tengamos en Él la vida eterna. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17), pero como Cristo resucitó, Él es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).El desarrollo de la vida diaria tiene que conducirnos a un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en misioneros del Señor resucitado, según su mandato a los discípulos: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación por todos los confines de la tierra.Pedro, ante la pregunta de Jesús de quien era Él para ellos, le contesta: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), pero como todavía no había llegado la hora, Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Ahora con la certeza de la resurrección, después de pasar por la cruz, todos salen a comunicar esa gran noticia por todas partes. También nosotros haciendo profesión de fe como Pedro, en el momento presente somos testigos de Jesucristo resucitado y cumplimos con el mandato de ir por todas partes a anunciar el mensaje de la salvación, con la certeza que no estamos solos en esta tarea, Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 19-20).Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento y fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6).La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contra-riedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su resurrección.Haciendo profesión de fe en el Señor, miremos y contemplemos el Crucificado y digamos: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y en ambiente de alegría pascual por la Resurrección del Señor, afrontemos nuestra vida diaria renovados en la fe, la esperanza y la caridad y vayamos en salida misionera a comunicar lo que hemos experimentado al celebrar esta semana santa. Puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, pidamos la firmeza de la fe para ser testigos de la Resurrección del Señor.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Jue 7 Mar 2024
Cuaresma: un camino de fe en comunidad
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Cuaresma, si por una gracia especial de Dios la vivimos en serio, es un verdadero camino hacia la Pascua. Es decir, asumimos el éxodo en que estamos y aprendiendo a interpretar y a aprovechar los dones y las pruebas en medio de las que avanza nuestra existencia, vamos haciendo resurrección en cada uno de nosotros y en las personas que nos rodean. Para esclarecer las sombras, afrontar las luchas y no perder la esperanza, es necesario peregrinar en comunidad a la luz de la fe. Tal vez, entonces, la primera pregunta es si hoy tiene sentido creer.Partamos de la realidad. Junto a tantos signos de bondad y junto a un desarrollo impensable de la ciencia que cada día abre nuevos horizontes, crece igualmente una especie de desierto espiritual. Se tiene la sensación de que, a pesar de tantos logros, a veces el mundo no se dirige hacia la construcción de una sociedad más justa y fraterna. El hombre no aparece más libre y humano, continúan tantas formas de explotación y de violencia, quedan preguntas fundamentales sin responder, constatamos que, además del pan, necesitamos también sentido, fundamentos seguros, amor y esperanza.En este contexto, se requiere una renovada educación para la fe, que lleve a un conocimiento de la verdad y de los acontecimientos de la salvación, pero que brote sobre todo de un encuentro con Dios. Realmente, la fe verdadera se produce en un contacto profundamente personal con Dios, que nos pone frente a Él en absoluta inmediatez de modo que podamos hablarle, amarlo, entrar en comunión con Él, permitirle que nos toque en lo más íntimo de nosotros mismos. La fe es confiarse a un Tú, que es Dios, el cual nos da una certeza diversa, pero no menos sólida de la que viene de los cálculos exactos de la ciencia.La fe no es un mero asentimiento intelectual a unas verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que nos confiamos libremente a un Dios que es Padre y que nos ama, es adhesión a un Tú que nos da confianza y esperanza. Este amor tiene su máxima revelación en la cruz de Cristo. Con la muerte y resurrección de su Hijo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para levantarla hasta Él. Así la fe hace ver cómo el amor de Dios es capaz de transformar toda forma de mal en salvación y cómo en Cristo se ha revelado la realidad profunda de la persona, el camino a la libertad y la posibilidad del amor.La fe viene por la escucha, dice San Pablo; es necesario escuchar a Dios que, a partir de una historia que Él mismo ha creado, nos interpela. Para que podamos creer tenemos necesidad de testigos que han encontrado a Dios y nos lo hacen accesible. De ahí la importancia de la comunidad. Pero la comunidad de fe no se crea por sí sola. La Iglesia ha sido creada por Dios y viene continuamente formada por Él. Esto encuentra su expresión en los sacramentos, especialmente en el Bautismo, en el que venimos acogidos por una comunidad, que no se ha originado por sí misma y que se proyecta más allá de sí misma.Esta realidad profundamente personal que es la fe está en relación inseparable con la comunidad. La fe es un don comunicado a través de otro don que es la comunidad. En efecto, es parte de la esencia de la fe el hecho de quedar introducidos en el nosotros de los hijos de Dios, en la comunidad peregrina de los hermanos y hermanas. El encuentro con Dios significa que, al mismo tiempo, somos sacados de nuestra soledad y acogidos en la comunidad viva de la Iglesia. Ella es mediadora de nuestro encuentro con Dios, que llega al corazón de cada uno de un modo completamente personal.La Cuaresma es entonces una oportunidad imperdible para consolidar nuestra fe y al mismo tiempo construir la comunidad cristiana. Nuestra sociedad requiere cristianos que se comprometan con Dios y su proyecto de salvación, que estén vitalmente incorporados a Cristo por la acción de su Espíritu, que sean la Iglesia que testimonia al mundo la experiencia de la vida nueva que surge del bautismo. Tengamos presente que esto se logra por la acción de Dios mediante la catequesis bien conducida, la liturgia celebrada con unción, la práctica de la oración humilde y el ejercicio de la caridad con todos los hermanos. Esta es la tarea pastoral de las parroquias en este tiempo de Cuaresma.+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín