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homilía

Lun 26 Nov 2018

El Papa: la generosidad de las pequeñas cosas ensancha el corazón

En su homilía en la Misa matutina en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco exhortó a preguntarnos cómo podemos ser más generosos con los pobres, incluso con "las pequeñas cosas". Y advirtió que el enemigo de la generosidad es el consumismo, gastando más de lo que necesitamos. Por el contrario, la generosidad ensancha el corazón y conduce a la magnanimidad. El Pontífice observa que muchas veces en el Evangelio Jesús hace el contraste entre ricos y pobres, basta pensar en el rico Epulón y Lázaro o en el joven rico. Un contraste que hace que el Señor diga: “Es muy difícil para un rico entrar en el reino de los cielos”. Alguien puede etiquetar a Cristo como "comunista", señala Francisco, "pero el Señor, cuando dijo estas cosas, sabía que detrás de las riquezas siempre estaba el mal espíritu: el señor del mundo". Por eso dijo una vez: "No se puede servir a dos señores: servir a Dios y servir a las riquezas". La generosidad nace de la confianza en Dios En el Evangelio de hoy (Lc 21,1-4), también hay un contraste entre los ricos "que entregaban sus ofrendas al tesoro" y una viuda pobre que entregaba dos monedas. Estos ricos son diferentes del rico Epulón: "no son malos", subraya el Papa. "Parece ser gente buena que va al templo y da la oferta." Es, por lo tanto, un contraste diferente. El Señor quiere decirnos algo más cuando dice que la viuda tiró más que nadie porque dio "todo lo que tenía para vivir". "La viuda, el huérfano y el emigrante, el extranjero, eran los más pobres de la vida de Israel" – recuerda – hasta el punto de que, cuando querían hablar de los más pobres, se les remitía a ellos. Esta mujer "dio lo poco que tenía para vivir" porque confiaba en Dios, era una mujer de las bienaventuranzas, era muy generosa: "da todo porque el Señor es más que todo. El mensaje de este pasaje del Evangelio – evidencia el Papa – es una invitación a la generosidad". Preocuparse por hacer el bien Ante las estadísticas de la pobreza en el mundo, a los niños que mueren de hambre, a los que no tienen que comer, a los que no tienen medicinas, a tanta pobreza – que se oye todos los días en las noticias y en los periódicos – es una buena actitud preguntarse: "Pero, ¿cómo puedo resolver esto? Nace de la preocupación de hacer el bien. Y cuando una persona que tiene un poco de dinero, se pregunta si lo poco hace sirve, el Papa le responde que si sirve, "como las dos monedas de la viuda". “Una llamada a la generosidad. Y la generosidad es algo cotidiano, es algo en lo que debemos pensar: ¿cómo puedo ser más generoso, con los pobres, con los necesitados.... cómo puedo ayudar más? "Pero usted sabe, Padre, que estamos a punto de llegar a fin de mes" - "¿Pero te sobra algunas monedas? Piensa, puedes ser generoso con ellas...". Piensa. Las pequeñas cosas: hagamos un viaje a nuestras habitaciones, por ejemplo, un viaje a nuestro guardarropa. ¿Cuántos pares de zapatos tengo? Uno, dos, tres, cuatro, quince, veinte... cada uno lo puede decir. Un poco demasiado.... Conocí a un monseñor que tenía 40... Pero, si tienes tantos zapatos, da la mitad. ¿Cuántas prendas que no uso o uso una vez al año? Es una manera de ser generosos, de dar lo que tenemos, de compartir”. La enfermedad del consumismo El Papa cuenta además, que conoció a una mujer que, cuando iba al supermercado a comprar, siempre compraba para los pobres el diez por ciento de lo que gastaba: daba el "diezmo" a los pobres, subraya de nuevo Francisco. “Nosotros podemos hacer milagros con generosidad. La generosidad de las cosas pequeñas, pocas cosas. Tal vez no hacemos esto porque no nos viene a la mente. El mensaje del Evangelio nos hace pensar: ¿cómo puedo ser más generoso? Un poco más, no tanto... "Es verdad, Padre, es así, pero... no sé por qué, pero siempre hay miedo...". Pero, hay otra enfermedad, que es la enfermedad contra la generosidad, hoy: la enfermedad del consumismo. Siempre comprar cosas, tener...” Y consiste en comprar, siempre cosas. El Papa Francisco recuerda que cuando vivía en Buenos Aires "cada fin de semana había un programa de turismo de compras": se llenaba el avión el viernes por la noche y se iba a un país a unas diez horas de vuelo y todo el sábado y parte del domingo se iba a comprar a los supermercados. Y luego de regresó. “Una gran enfermedad, [esto] del consumismo, ¡hoy! No digo que todos hagamos esto, no. Pero el consumismo, gastar más de lo necesario, la falta de austeridad en la vida: es enemigo de la generosidad. Y la generosidad material – pensar en los pobres, "Yo puedo dar esto para que coman, para que se vistan" –, estas cosas tienen otra consecuencia: ensancha el corazón y te lleva a la magnanimidad”. La generosidad lleva a la magnanimidad Se trata, por tanto, de tener un corazón magnánimo por donde todos entran. "Los ricos que dieron el dinero eran buenos; la anciana era santa", señala el Papa que, en conclusión, nos exhorta a seguir el camino de la generosidad, empezando por "una inspección en casa", es decir, pensando en "lo que no me es útil a mí, lo que será útil a otro, por un poco de austeridad". Debemos rezar al Señor "para que nos libere" de ese mal tan peligroso que es el consumismo, que nos hace esclavos, una dependencia del gasto: "es una enfermedad psiquiátrica". "Pidamos – exhorta – por esta gracia del Señor: la generosidad, que ensancha nuestros corazones y nos lleva a la magnanimidad". Fuente: Vatican News

Mié 19 Sep 2018

El verdadero discípulo está dispuesto a la cruz

Primera lectura: Sb 2,12.17-20 Salmo Sal 54(53),3-4.5.6+8 (R. 6b) Segunda lectura: St 3,16–4,3 Evangelio: Mc 9,30-37 Introducción. Hoy la Palabra ilumina nuestra vida y nos confronta distinguiendo, en primer lugar, entre el justo y el impío; entre quien posee la sabiduría de Dios o quien posee la sabiduría del mundo. Quién es verdaderamente importante en el Reino de los cielos. En segundo lugar, la Palabra nos hace mirar al interior de la comunidad: la envidia destruye las sanas relaciones y coincide con el tema de la sabiduría del mundo. En tercer lugar, la Palabra nos lleva a descubrir al verdadero discípulo de Jesús, aquel que está dispuesto a compartir su mismo destino: la cruz. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El libro de la Sabiduría en su capítulo 2, reproduce los sentimientos y las actitudes de los impíos de frente a la existencia humana, a la vida presente, a los justos y a su conducta. Los impíos y los justos que se enfrentan en los vv. 10-20 son hombres concretos. Los justos son los fieles que viven en la ciudad de Alejandría, en el primer siglo antes de Cristo, circundados de paganos y de judíos que han caído en la indiferencia; estos dos últimos grupos son los impíos. La razón principal que coloca a los unos contra los otros es de orden religioso: los primeros tienen fe, los segundos no la tienen. Los justos resultan incómodos ante la presencia de los impíos porque: a) se enfrentan a nuestro modo de obrar; b) nos echan en cara faltas contra la ley; c) nos culpan de faltas contra nuestra educación; d) se glorían de tener el conocimiento de Dios; e) se llaman a sí mismos hijos del Señor. En los vv. 17-20, los impíos emprenden contra los justos una despiadada persecución conduciéndolos hasta la muerte. El apóstol Santiago en su carta ayuda a mirar las características de quien posee la sabiduría divina y de quien no la posee. En relación con lo que se ha dicho de los impíos y los justos, nos ayuda a entender que el impío tiene en su corazón amarga envidia y espíritu de contienda; pero esta sabiduría no proviene de lo alto, sino que es terrena, natural y demoníaca (St 3,15). En cambio el justo posee otra sabiduría que viene de lo alto, es pura, pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Hace pensar en los bienaventurados, los felices, porque producen frutos de justicia y procuran la paz. En el Evangelio, Jesús anuncia su muerte: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará”. Se relaciona este acontecimiento con lo que decía antes el libro de la Sabiduría donde los impíos dicen: “Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de la mano de los enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento, para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará” (Sab 2, 18-20). Aquí ya estamos pensando en Jesús como el Justo, sometido al ultraje de los que no le conocen: los impíos. Conviene mirar la actitud de los discípulos. Dice el vv. 32: “No entendían lo que les decía”. Llama la atención el diálogo que realizaban mientras Jesús viene hablando de su muerte: “Habían discutido entre sí quién era el mayor”. La enseñanza de Jesús es totalmente novedosa frente a la mentalidad de la época: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Para comprender el mensaje de Jesús, y recibirlo a Él, es necesario transformarse en pequeños, como los niños. El soberbio, no tiene la capacidad ni de entender su mensaje ni recibir a Jesús mismo. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Los discípulos de Jesús reflejan también una mentalidad similar a la nuestra. Esperaban un Mesías poderoso y guerrero, capaz de liberar al pueblo judío del yugo romano. Tenían pretensiones y querían también escalar en la búsqueda de “puestos” y honores. Así que, mientras Jesús está hablando de su misión: “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto, a los tres días resucitará”, algunos de sus discípulos conversan sobre ¿quién era el más importante entre ellos? El Maestro entra a corregir la mentalidad y a dar la clave de la vida y de la felicidad, para que quienes le sigan las puedan alcanzar: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Esta mentalidad es contraria a nuestra común manera de pensar: Hacerse el último, sin buscar reconocimientos y títulos, sin esperar alabanzas y recompensas por lo que hacemos, no buscando sino en todo “Amar y servir”, más bien actuar considerando superiores a los demás, sin vanagloria, es decir, buscando únicamente la gloria de Dios en todo momento. Entonces seremos “pequeños”, seremos los “pobres” según el Evangelio del Reino, quienes colocan la confianza en Dios mismo y no en sus propias fuerzas; seremos como los niños que transparentemente y sinceramente reconocen sus límites, perdonan rápidamente y se olvidan del mal causado, viven alegres en toda circunstancia y se alegran con el triunfo del otro. La soberbia hace que, contrario a las actitudes del pequeño, se suscite en nosotros la envidia. Y dice el apóstol Santiago en la lectura de hoy, que: “Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males”. Además nos revela de dónde vienen las guerras y los conflictos entre nosotros: “De los deseos de placer que combaten en nuestro cuerpo”. La verdad es que “codiciamos lo que no podemos tener” y es por esto por lo que terminamos asesinando, matando al otro para obtener lo que nosotros queremos. Ambicionamos tantas cosas y no podemos alcanzarlas, entonces ¡litigamos! ¿Qué me sugiere la Palabra en lo que debo decirle a la comunidad? Analizando un poco nuestra sociedad: ¿quién es el más importante? Nuestros padres frecuentemente nos han colocado medidas y tallas procurando suscitar en nosotros el deseo de “ser alguien en la vida”. En el fondo de esta motivación se esconden, unas razones que circulan en el común de las personas: tener comodidades para vivir; dinero suficiente para gastar y satisfacer todos los placeres que le vienen ofrecidos por el mundo; no pasar necesidades; no tener angustias por la precariedad. Estas “justificaciones” hacen que pasemos toda la existencia luchando por alcanzar estas “metas” y…por ser tan elevadas, con frecuencia se experimenta la frustración, el desaliento, la decepción y el fracaso. ¿Qué tal que la medida o la talla fuese un poco más baja para ir subiendo por escalas los niveles experimentando felicidad a cada momento que pasa? Si nuestra manera de pensar correspondiera a la que nos ofrece Jesús: ¿Cómo sería nuestra vida? ¿Qué lograríamos al hacernos servidores de los demás? Haciéndonos los últimos, ¿qué alcanzaríamos? ¿Por qué nos cuesta tanto hacernos pequeños? La Palabra nos revela un secreto para alcanzar la verdadera felicidad: hacernos como los niños. El pequeño no siente envidia y se alegra por el bien que le sucede al otro. El impío, es decir, quien no conoce a Dios, se confronta con aquel que sí le conoce y le ama y termina detestándole porque, el creyente, con su manera de vivir le denuncia su misma existencia. Dice Jesús: “Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras; pero el que obra la verdad va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3, 20-21). ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? El Señor Jesús, “siendo de condición divina no alardeó de su categoría de Dios, sino que se anonadó, despojándose de sí mismo…se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz” (Filp 2,6-8). El Señor se hace pequeño, humilde. La imagen del niño, es muy apropiada para comprender la intención de Jesús: enseñar que la autoridad de la Iglesia no viene por el poder, sino por el servicio. El primero es el siervo de todos. Así nos ha manifestado Dios Padre su amor misericordioso: “No se ha reservado para sí mismo a su Hijo único, sino que nos lo entregó para que todos por Él obtuviéramos la Vida eterna (Rom 8,32) Jesús es la misma verdad, es el verdadero Justo, Él es nuestra Paz. En la cruz ha perdonado a los impíos que le están matando, porque “no saben lo que hacen”. Quien llega a perdonar, es porque ha llegado a hacerse pequeño, ha dejado destruir en él su soberbia. Por Cristo, con Él y en Él, hemos obtenido la victoria sobre la muerte; Él se ha hecho tan pequeño como para quedarse en un pedazo de pan y en un poco de vino, para que nosotros, comiendo y bebiendo del mismo pan y del mismo vino pudiéramos tener la máxima felicidad, la vida en plenitud. Sólo en Jesús, la “Misericordia y la Verdad se encuentran, la Justicia y la paz se abrazan”.

Mié 12 Sep 2018

¿Quién dicen que soy yo?

Primera lectura: Is 50,5-9a Salmo Sal 115 (114),1-2.3-4.5-6.8-9 (R. cf. Lc 9,57) Segunda lectura: St 2,14-18 Evangelio: Mc 8,27-35 Introducción El encuentro con la Palabra que vamos reflexionar en esta celebración dominical, entre otras, nos ofrece las siguientes ideas temáticas: Reconocimiento y seguimiento de Jesús en una vida manifestada con la Fe y con las obras. Concientizarnos que para vivir hay que morir para resucitar a una vida nueva; tomar la cruz y seguir a Jesús. Ser discípulo misionero implica ser consecuente con la misión de Jesús para alcanzar la herencia prometida de la resurrección. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La liturgia de la palabra, particularmente el Evangelio presenta una especie de confrontación entre lo que la gente pensaba de Jesús, y lo que pensaban sus discípulos, respecto a lo que El proponía para verdaderamente ser sus discípulos. El Evangelio de hoy muestra la diversidad de prospectivas entre Jesús y Pedro, en las cuales, comúnmente nos encontramos nosotros mismos. Nos dice el evangelista Marcos: “En aquel tiempo Jesús partió con sus discípulos hacia una ciudad en torno a Cesarea de Filipo, y por la vía interrogaba a sus discípulos diciendo: “¿quién dice la gente que soy yo?”. Y ellos respondieron: unos dicen que “Juan el Bautista, otros que Elías y otros uno de los profetas”. Pero ustedes replico: ¿y ustedes quién dicen que yo sea? Pedro le responde: “tú eres el Cristo”. Y les impide a ellos de no hablar ello con ninguno. Da la impresión que Jesús, conociendo los pensamientos y la profundidad del corazón de los suyos, con firmeza los saca de los falsos sueños y de las falsas expectativas que tienen a cerca de Él, sorprendiéndolos con su verdadera visión de Mesías: “Y comenzó a enseñarles que el hijo del hombre debía sufrir mucho, ser condenado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, para luego ser asesinado y a los tres días resucitar”, Jesús pronunciaba abiertamente este discurso. Pedro lo llevo aparte y comenzó a reprenderle. Pero Jesús se volvió, miró a los discípulos y reprendió a pedro diciéndole: “apártate de mí satanás, tú piensas como los hombres no como Dios”. No tenía todavía una perspectiva de vida del Maestro: una visión divina, eterna, de grande valentía para difundir el evangelio, sobre todo no podía tener la disposición de poner en riesgo la misma vida terrena, por la vida eterna, como acontecerá después de la venida del Espíritu Santo, en pentecostés. Podemos comprender la perplejidad de los discípulos, que terminará en el miedo y la fuga, el día del arresto de Jesús y durante su pasión y muerte… cómo fueron caídas las esperanzas que habían cultivado. ¿Qué me dice la sagrada Escritura? Será el Espíritu Santo que clarificará el verdadero plan de Dios sobre los discípulos, al punto que, después de pentecostés, serán hombres diversos, de verdad seguidores del Maestro: dejando el miedo, afrontarán todo tipo de obstáculos, de sufrimiento, de persecución, de prueba, hasta el martirio. Tal vez los apóstoles veían en Jesús, que tenía palabras de verdad ligada a la potencia de los milagros, un mañana aquí en la tierra lleno de gloria. Eran de verdad pobres los apóstoles: pescadores sin un mañana… se parecían a tanta gente de hoy que no tenían ni siquiera la fuerza de “soñar”, conscientes de que estos sueños muchas veces son sólo castillos en el aire, golpeados por la fatiga del día a día o, como otros, guiados por un sueño de grandeza humana, sin escrúpulos, marginando la posibilidad de una actitud simple de los apóstoles, que termina siempre en dejar un sin sabor en la boca. Sólo quien ha tenido la fortuna de nacer y vivir en familia, donde la fe estaba en el primer puesto, sin falsas ambiciones, puede entender la belleza de no tener sueños simplemente humanos, sino deseos de la realidad eterna. Hoy la Sagrada Escritura me invita a formular diversas preguntas existenciales para la vida: Aparece la pregunta fundamental que nos podrimos formular personalmente: ¿Quién es Jesús para mí?, ¿cuáles son los tiempos mejores para mí como ser humano? ¿Considero los tiempos en los cuales los sueños terrenos no van más allá de la belleza física, del estar bien y contar humanamente en la sociedad o del tiempo de la simplicidad evangélica, que da espacio a Dios, a las virtudes, a la generosidad en el amor? ¿Qué me sugiere la Palabra que debo decirle a la comunidad? Nos sucede también a nosotros, a veces, de concebir nuestra fe, como una serie de “seguridades” que vienen de Dios, pero como una “garantía” contra las dificultades de la vida. Frente a esta tentación humana, Jesús dice a sus discípulos, y hoy a nosotros: “el que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame”. Sabemos que ningún ser humano puede escapar del sufrimiento y del dolor, o también a momentos de grande angustia, ligados a nuestro ser de creaturas frágiles, sujetos a los límites y a las precariedades de nuestra vida terrena, que se manifiesta de tantos modos. Aparece, en la liturgia de la palabra, el verdadero sentido del “poner a prueba nuestra fe”, confirmar la presencia de Dios en nuestra vida, el amor personal y fiel de cada uno por Jesús. En reiteradas ocasiones Jesús les pedía a sus Discípulos: “Meteos bien esto en la cabeza”. Jesús trata de hacer caer en cuenta a sus discípulos de la novedad de su propuesta de salvación. Debe ser que Jesús sabía bien que sus discípulos eran cabeciduros. O simplemente les pasaba lo que nos puede pasar nosotros, que a veces hay cosas que no nos gusta oír, y que, por lo tanto, no las oímos. Los discípulos, animados por Pedro, habían tomado conciencia de que Jesús es el Mesías, el enviado de Dios para liberar al pueblo de Israel de la opresión y la injusticia. Esto lo sabe Jesús. Como buen maestro y pedagogo sabe que los discípulos han dado un paso al frente. Ahora saben que él es el Mesías, pero no tienen idea de qué tipo de Mesías es Jesús. Más bien tienen muy claro cómo les gustaría a ellos que Jesús fuese Mesías.Cuando Jesús les da esta trágica noticia: “Al hijo del hombre deberá sufrir mucho y ser entregado en manos de los ancianos y morir”, esta afirmación de Jesús les cambia por completo el horizonte. Por eso, sabía Jesús que les iba a costar comprender su peculiar manera de ser Mesías: estar cerca de los pobres y sencillos, siendo testigo del amor de Dios para los marginados y excluidos y encontrándose con los poderosos sin armas, renunciando a toda violencia. Asumiendo que al final las fuerzas del mal podrían ganar la batalla (¡pero no la guerra!). La muerte no tiene la última palabra. Jesús les anuncia también que al tercer día resucitará. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Como es natural, los discípulos no entendían. Tampoco querían entender algo que estaba tan lejos de sus expectativas. Sentían que lo que decía Jesús era verdad, pero les daba miedo asumir esa verdad. A ellos, como tantas veces a nosotros, les costaba entender que la resurrección pasa por la muerte y que no puede ser de otra manera. La invitación de Jesús sigue vigente para nosotros: “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía y el Evangelio la salvara”. El Papa Francisco continuamente nos invita a ser discípulos misioneros del Evangelio con alegría y venciendo los miedos y temores que puede suscitar la misión, aunque, si a veces, esto implique correr la misma suerte del maestro.

Mié 25 Jul 2018

La Palabra nos inspira a la solidaridad

Primera lectura: 2R 4,42-44 Salmo Sal 145 (144),10-11.15-16.17-18 (R. cf. Mt 6,11) Segunda lectura: Ef 4,1-6 Evangelio: Jn 6,1-15 Introducción La Palabra de Dios en este domingo nos presenta la idea del banquete de la solidaridad, la fraternidad y el compartir de la vida en la fracción del pan y la unidad. Es una oportunidad para reflexionar sobre la fuerza que tiene la Palabra para animar la dimensión solidaria de nuestras comunidades. El mensaje de la Palabra hecha carne, sigue transformando nuestras vidas en acciones concretas y en respuestas ante las adversidades por las que pasan nuestros pueblos. Es oportunidad, entonces, para que, por medio de la oración y el silencio, reflexionemos sobre la dimensión social del evangelio de la que nos habla el Papa Francisco en sus mensajes y reflexiones a la Iglesia y al mundo. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Ser dóciles a la palabra de Dios, es sintonizar la palabra con la mente, el corazón y la voluntad, así, el libro de los Reyes es una completa inmersión en la historia de una buena parte del legado de Israel como pueblo escogido de Dios. La figura de los profetas es muy importante a la hora de entender el designio de Dios para con su pueblo. El texto que nos ocupa hoy está centrado en la capacidad que tiene el profeta Eliseo de ver la necesidad de la gente, ya que, al recibir las primicias, de inmediato las reparte, como signo de generosidad. Más aún, Eliseo insiste en entregar el pan recordando la promesa y las palabras recibidas: comerán y sobrará, por lo que, en la generosidad del profeta y en la eficacia de su sirviente, se cumple la promesa de Dios para con los más necesitados y hambrientos, aquellos que están y hacen parte del amor entrañable de Dios. La acción generosa del profeta tiene una recompensa en el pueblo, el favor de Dios para quienes reciben las primicias de los frutos de la tierra. De nuevo Eliseo, en medio de sus relatos milagrosos, vuelve a ser el mediador, el puente y canal por el que Dios se manifiesta a su pueblo, cumpliendo la promesa de ser el Dios del pueblo que él se ha escogido. Por su parte, el Salmo 144 presenta al ser humano que agradece a Dios los dones recibidos, el alimento dado, la justicia divina, la bondad de Dios; por lo que se constituyen, así, en aclamaciones de un ser que se reconoce cuidado y amparado por Dios. Así, la aclamación en este domingo culmina diciendo: “cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente”, v18. Toda una asamblea invoca el nombre de Dios y se complace en la respuesta de Dios ante el clamor del pueblo. En la segunda lectura, Pablo habla claramente a los habitantes de Éfeso sobre la unidad en la diversidad, el amor ante las imposibilidades generadas por la arrogancia, intolerancia y la falta de comprensión de las situaciones de la vida ordinaria de la comunidad. En efecto, recuerda a los creyentes que hay una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, para que las primeras comunidades cristianas, en su avidez por comprenderse, busquen en los apóstoles los criterios propios del quehacer y del ser de su vivencia comunitaria. El evangelio de Juan es una síntesis que recoge el sentir profundo de la palabra en su más íntima naturaleza. El texto hace una introducción por medio de una referencia geográfica o de lugar. En ella, el evangelista Juan quiere dar prioridad a dos figuras muy importantes en el desarrollo de la relación de Dios con su pueblo, ellas son el mar, evocación del éxodo, y la montaña como signo del encuentro de Dios con sus elegidos. De esta forma a Jesús lo vamos a encontrar como el generador de una nueva dinámica en la relación con el Padre. Dos figuras recurrentes en las acciones realizadas en el texto tienen una mediación directa en la comunidad. De este modo, los apóstoles movidos por Felipe son quienes toman la iniciativa previa al gesto de desborde de solidaridad presente en la comunidad. La atmósfera narrativa del texto del evangelio nos va a dar algunas pautas sobre el quehacer de Jesús en la comunidad: en la primera parte del relato hay una conexión con la perícopa anterior, en dónde un hombre toma su camilla y sale a caminar; la secuencia, puede llegar a ser lógica, todas las acciones, tanto la anterior como está, se van a centrar en la comunidad. Pero vamos a encontrar, por lo que nos dice el relato, la importancia de los gestos que narra el evangelista, en conexión con el Antiguo Testamento. La primera mención de ello está centra en la subida al monte por parte de Jesús y sus discípulos; una clara alusión a Moisés y todos los patriarcas que tienen la montaña como lugar de encuentro y manifestación de Dios. Sin embargo, en una manera de verlo desde el A.T. vamos a descubrir que allí hay toda una serie de maneras, formas y signos que nos evocarán la eucaristía. Retomemos esas imágenes en el texto: la ofrenda del pan, la acción de gracias, la repartición y el recoger las migajas; los cuatro momentos, articularán la manera de entender la dimensión eucarística de la narración. La ofrenda del pan hace parte de los discursos del pan de vida. Jesús mismo, en Juan, será el pan vivo bajado del cielo, por lo tanto, cada vez que se menciona el término pan, el evangelista llevará al lector a entender la importancia de la entrega del hijo a la humanidad. La acción de gracias, en el texto, nos va a narrar la manera en que, Jesús mismo reconoce el don que se repartirá, que proviene del Padre y por ello se agradece el don de haberlo recibido para convertirlo en eucaristía (acción de gracias), don de Dios entregado a la humanidad. El evangelista Juan, se vale de signos y elementos que nos transmiten directamente una idea fundamental de la experiencia de Dios; figuras como: pastor, luz, vida, vid, entre otras, llevan al lector, a encontrarse con una vivencia que lo vinculará al Señor de una manera real y tangible. Descubramos cómo en la representación del pan, se juntan elementos que son fundamentales para vivir intensamente, una relación íntima de comunión con Dios en la comunidad.

Jue 19 Jul 2018

"Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas"

Primera lectura: Jr 23,1-6 Salmo Sal 23(22),1-3a.3b-4.5-6 (R. 1) Segunda lectura: Ef 2,13-18 Evangelio: Mc 6,30-34 Introducción: Identifiquemos tres ideas temáticas en esta dominica: Las cualidades del Pastor, El descanso y la profunda razón del reunir Ser solidarios entre los hombres. El tema que hoy hemos elegido y es fontal a todas las lecturas de este Domingo se sintetiza en la palabra reunir. "Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas", dice Dios (primera lectura). Jesús ve la multitud con compasión y exclama: "son como ovejas que no tienen pastor" (Evangelio), pero El, buen pastor, las reunirá en un solo rebaño (Jn 10,16). Jesús, buen pastor, reúne también en un solo rebaño a los que "estaban lejos" (paganos) y a los que "estaban cerca" (judíos) por medio de su sangre derramada en la cruz (segunda lectura).

Jue 12 Jul 2018

La Palabra nos da tres claves: elección, envío y misión

Primera lectura: Am 7,12-15 Salmo Sal 85(84),9ab+10.11-12.13-14 (R. cf. 9b) Segunda lectura: Ef 1,3-14 (forma larga) o Ef 1, 3-10 (forma breve) Evangelio: Mc 6,7-13 Las ideas temáticas de esta dominica las podemos sintetizar en tres palabras: La elección El envió La misión. En este decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario el punto de encuentro de las lecturas que hemos elegido para la lectura orante de la Palabra es la acción misionera. El Evangelio habla de la misión que Jesús da a los Doce: "Comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos". El profeta Amós, en la primera lectura, subraya que profetiza, no por voluntad o iniciativa personal, sino "porque el Señor le agarró y le hizo dejar el rebaño diciendo: ´Ve a profetizar a mi pueblo Israel´". El himno cristológico de la carta a los Efesios (segunda lectura), canta los frutos de la misión en la conciencia de los cristianos: la bendición de Dios Padre, la elección en Cristo, la adopción filial, la redención y el perdón de los pecados, la revelación de los designios de Dios sobre la historia, el bautismo en el Espíritu Santo. Es importante anotar que a partir de hoy, y durante siete domingos, seguiremos, como segunda lectura, la carta de Pablo a los Efesios, una alegre visión global de la Historia de la Salvación, como una gran bendición de Dios, a la que corresponde que nosotros también le dediquemos unos espacios de meditación y oración. En el Evangelio también damos inicio a una nueva etapa en la misión de Jesús. Los domingos 15 y 16 leemos el envió de los doce a predicar y curar por los diversos pueblos y también su vuelta, al parecer, con bastante éxito. Hasta ahora Jesús había predicado él solo, aunque con la presencia de los apóstoles. Ahora son ellos los que son enviados a colaborar con él. Que estás dos anotaciones nos ayuden a darle unidad a las celebraciones de estos dos domingos que nos propone la liturgia de la Iglesia.

Jue 14 Jun 2018

El Reino de Dios exige: humildad, confianza y discipulado

Primera lectura: Ez 17,22-24 Salmo Sal 92(91),2-3.13-14.15-16 (R. cf. Ez 17,24) Segunda lectura: 2Co 5,6-10 Evangelio: Mc 4,26-34 Introducción La Palabra de Dios nos presenta hoy la idea del Reino de Dios que exige la acogida humilde por parte del hombre. Este tema se vislumbra claramente en la primera lectura y en el Evangelio. En efecto, en ellos se presentan figuras agrícolas de la siembra, un cedro, para el caso de la primera, y un grano de mostaza, para el Evangelio. En dichos relatos se exalta la simplicidad y pequeñez de la semilla. La Palabra de Dios también ofrece el tema de la fe o de la confianza en Dios. En efecto, el Salmo 91, que es considerado, en la liturgia y en la devoción popular, como el salmo de la confianza divina, presenta al hombre que confía en Dios, protegido de todo mal y de todo peligro. Igualmente, la segunda lectura habla de la confianza en Dios y pide caminar “a la luz de la fe” (2Co 5,7). Otra idea, que emerge de la Palabra de Dios y que es indispensable en el seguimiento del Señor y condición para entrar en su Reino, es el del discipulado. Este tema está insinuado de forma muy modesta al final del Evangelio, en el último verso: “No les decía nada sin parábolas. Pero a sus propios discípulos les explicaba todo en privado” (Mc 4,34). Al respecto dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 546: «Es preciso hacerse discípulo de Cristo para “conocer los Misterios del Reino de los cielos” (Mt 13,11)». Los tres temas pueden presentarse en uno solo, pues, están indisolublemente unidos y se implican mutuamente, de esta manera tenemos que el Reino de Dios exige: humildad, confianza y discipulado. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? En la primera lectura vemos que el Señor escoge al humilde y rechaza al soberbio: “Yo el Señor, humilló al árbol elevado y exalto al árbol pequeño” (Ez 17,24). Recordemos que hace ocho días la primera lectura, tomada del Génesis, nos refería la caída de nuestros primeros padres, es decir, el pecado original, que consistió en dejarse tentar por el demonio y caer en la soberbia de desobedecer a Dios, de usurparle su puesto (“ser como Dios”). Ahora la Palabra, una vez más, habla de la necesidad de la humildad para poder entrar en la amistad con Dios, pues sólo el humilde obedece porque ama y se siente esencialmente dependiente de su Creador. El salmo 91 es una oración especial de confianza en el Señor invocando su protección contra todos los males y peligros. Es muy especial la siguiente oración del verso 2: “Refugio mío, Dios mío, confío en ti”. La humildad requiere la confianza, el humilde se confía a Dios, el arrogante sólo confía en sí mismo, cree no necesitar de Dios y humilla a los demás. Por lo tanto, sólo el humilde ora de verdad y es escuchado por Dios, en cambio el soberbio, aunque se dirija a Dios no es escuchado porque en su interior no quiere seguirlo sino auto justificarse y manipular a Dios a su acomodo. En la segunda lectura el apóstol san Pablo anima a la comunidad de creyentes a vivir no de lo que se ve, sino de la fe: “En todo momento tenemos confianza… Y caminamos a la luz de la fe y no de lo que vemos” (2Co 5,6-7). La confianza y la esperanza son concedidas a las personas de oración sincera, que se saben limitadas, inclinadas a aferrarse a sí mismas o a lo terreno, y que por lo tanto no se cansan de suplicar a Dios su fuerza para vivir de Él, de la fe, y no del engaño de poner la confianza en sí mismo, en los demás o en lo terreno. En el Evangelio Jesús resalta la fuerza interior imparable que tiene en sí el Reino de Dios, lo compara con la semilla de mostaza que “es la más pequeña de las semillas, pero, una vez sembrada, crece, se hace la mayor de todas las hortalizas” (Mc 4, 31-32). Así es el verdadero discípulo que por su humildad y confianza total en Dios es acogido en la amistad con el Señor y es depositario de los misterios del Reino, pues, “Dios se enfrenta con los soberbios, pero da su gracia a los humildes” (Sant 4,6; 1Pe 5,5). El mismo Jesús lo dijo en otra ocasión: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha aparecido bien” (Mt 11,25-26).

Vie 25 Mayo 2018

Somos comunidad de amor y de vida

Primera lectura: Dt 4,32-34.39-40 Salmo Sal 33(32),4-5.6+9. 18-19.20+22 (R. cf. 12) Segunda lectura: Rm 8,14-17 Evangelio: Mt 28,16-20 Introducción La Palabra de Dios que ilumina esta solemnidad de la Santísima Trinidad, manifestación de la comunión de las tres divinas personas en la diversidad de su misión, nos ofrece varias ideas temáticas para la reflexión, la celebración y la aplicación en la realidad concreta de cada comunidad: Dios Padre, en Jesucristo, siempre está presente entre nosotros y continúa actuado sus maravillas. Somos comunidad de amor y de vida a ejemplo de la Santísima Trinidad. Llamados a vivir la misma relación de comunión que Cristo vivió con Dios y con los hombres ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Sagrada Escritura nos ofrece el misterio de la Santísima Trinidad, no como un evento para entender y descifrar, sino para creer, celebrar y experimentar que Dios siempre acompaña y bendice a su pueblo, de ahí que le pone de presente su historia: ¿cómo se ha mostrado Dios en su recorrido de familia, de patria? En efecto, el texto del Deuteronomio, en consideración para esta celebración (Dt 4,32-34.39-40), se centra en recordar el camino que el pueblo ha recorrido y de cuánto el Señor ha hecho por él. Es una llamada a descubrir a Dios, no sólo como el Dios del pueblo, sino como el más cercano, el más comprometido con la historia del ser humano, el Señor de Israel: «dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad» (Sal 33,12). Este gozo que da al hombre descubrir al verdadero Dios y tener experiencia de Él en su propia vida, le permite confesarlo como su Señor, su único Dios. El Salmo 33 es un himno de alabanza al poder y a la providencia de Dios que frente a la debilidad humana aparece la fuerza de la palabra creadora y de la providencia solícita del Señor para con sus fieles. Del mismo modo que Dios, al comienzo de la creación, por su palabra, mandó que surgiera el mundo, así también, por su palabra creadora manda, que surja el bien. Se trata de que el hombre esté convencido en todo momento que la fuerza providente del Señor está del lado de aquellos que confiesan que sólo el Señor es su auxilio y escudo y que sólo en él se alegra el corazón. Pablo, por su parte, en la carta a los Romanos (8,14-17), desarrolla la nueva condición del bautizado, que ha recibido el don del Espíritu que da la vida en Cristo. En efecto, nos encontramos en la plenitud del don. La «carne», la Ley... nos pone en referencia con todo lo caduco, lo finito, lo que cierra al ser humano en sí mismo, y por lo tanto, lo separa de Dios. El don, el «Espíritu», en cambio, realiza la obra de abrir a la vida, y nos hace «hijos de Dios», y capaces de gritar «Abbá». Este Espíritu que impulsó a Jesús a la misión y que nos hace gritar Abbá, nos hace «hijos» en el Hijo, para vivir la misma relación de comunión que Cristo vivió con Dios, y con los hombres. Finalmente, el evangelio de Mateo (28,16-20), que describe la aparición de Jesús a los once, presenta el envío misionero como el modo de salir, acompañados por el don del Espíritu, al encuentro del otro para hacerlo discípulo en el nombre de Dios. Este envío es presentado en tres momentos: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra», «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones... enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado» y, concluye con la afirmación de la presencia de Jesús en la comunidad: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»; Él, que llamó a los discípulos y los envió, sigue estando presente en medio de ellos, mientras ellos hacen discípulos para seguir al Maestro.