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Mons. Ricardo Tobón

Vie 18 Nov 2016

¿Se clausura el año de la misericordia?

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo: El Año de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, se ha clausurado el 13 de noviembre en todas las diócesis del mundo y una semana después, en la solemnidad de Cristo Rey, se clausura también en Roma. Ha sido un año de gracia en el que toda la Iglesia ha vivido la experiencia de la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, y ha recibido la misión de anunciarla a todo el mundo. Nos ha permitido sentir de nuevo el abrazo de Dios. Ha sido una llamada, un despertar, un relanzamiento de la vida a partir de la certeza de que Dios nos ha amado primero, nos ha perdonado, nos acompaña y remedia las carencias de ser o de bien que se dan en nuestra miseria humana. Pero el Año de la Misericordia no puede pasar sin habernos dejado una nueva forma de pensar, de vivir y de ser misericordiosos como el Padre. En nosotros tiene que quedar para siempre la experiencia de la compasión de Dios que nos ha sido revelada en Jesucristo y que se vuelve una fuente permanente de alegría, de serenidad, de libertad y de paz. En efecto, hemos aprendido a interpretar y a realizar nuestra vida desde el camino de felicidad que nos propone en el Evangelio, desde el perdón que Él nos ofrece siempre, desde el amor creador con que nos trabaja cada día. Este Año Jubilar debe continuar despertando en nosotros la misericordia que habita en nuestro corazón de hijos de Dios, colmados de su amor. De esta manera, la misericordia debe ser la vía maestra que lleve a la Iglesia a cumplir su misión de ser un signo vivo del amor del Padre santo y providente. Y, por lo mismo, será para cada uno de nosotros una llamada a hacernos cargo, a través de las obras de misericordia, de las dificultades y debilidades de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres, que son los privilegiados del amor paterno de Dios. El Jubileo continuará manteniendo en nosotros la certeza clara de que somos peregrinos en camino hacia la meta que es Dios y que la Puerta Santa para entrar es Cristo. En verdad, Cristo es la epifanía definitiva de Dios, que nos enseña a ser hijos y a ser misericordiosos a través de la escucha de la Palabra, de la celebración de su misma vida en la Liturgia a lo largo del año, de la vivencia pascual en los sacramentos particularmente la Eucaristía, de la alegría de la fraternidad en cada comunidad cristiana y del mandato misionero de entregar a otros el Evangelio que hemos recibido. A lo largo de este año, con buena voluntad, cada uno ha buscado recibir y dar los mejores frutos. Dios ve el corazón y conoce los esfuerzos que hemos hecho. El Año de la Misericordia en realidad no se termina; es como un horizonte que nos seguirá mostrando nuevas riquezas y nuevas posibilidades, que es preciso aprovechar. Es como un surco que quedó sembrado y ahora nos corresponde continuar cultivando con responsabilidad y esperanza las plantas que nos darán una fecunda cosecha. Es como un acicate, cargado de humanidad, que seguirá impulsando nuestras vidas hacia la santidad, el apostolado y la caridad con todos. Cerrar el signo exterior, la Puerta Santa, no significa que las gracias de este año dejen de estar presentes en nosotros. El Año de la Misericordia es como un gran río que se alarga en la llanura del mundo y de la historia y cada gota irá regando la vida de los hombres y los pueblos con el consuelo y la alegría del Evangelio. Es como un libro que quedará abierto; cada página continuará revelando el resplandor del amor de Dios y cada página seguirá siendo una oportunidad para que escribamos nuestros actos de misericordia con los demás. El Año de la Misericordia no se acaba; tiene la fuerza vivificante del río, tiene la fascinación del libro que ofrece cada día una página nueva. + Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 26 Oct 2016

La familia es indispensable

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo -Cada día tendríamos que admirarnos más de la grandeza y la belleza de la familia; sin embargo, amplios sectores del mundo de hoy, por un motivo o por otro, viven un momento de ceguera sobre esta institución fundamental. Tener claridad sobre este tema es definitivo para salvar las personas concretas y para salvar la civilización. De la identidad y estabilidad de la familia depende, en buena parte, que haya niños felices, mujeres felices, hombres felices; todos armoniosamente ubicados e integrados en la sociedad. Para percibir y aceptar la identidad y la misión de la familia es necesario, ante todo, ver el proyecto que, a través de ella, Dios ha inscrito en la estructura humana. Se entiende la familia en su realidad profunda cuando se ve como fruto de una vocación, de una llamada y una respuesta, de un diálogo salvífico entre Dios y el ser humano. Desde esta perspectiva se pueden combatir mejor los males que la asechan: el egoísmo, la inmadurez, la falta de formación, la persecución cultural y la escasez de una adecuada acción pastoral. Hoy, tal vez como nunca, la familia es irremplazable en ciertos campos esenciales para la persona y la sociedad. Ante todo, es el espacio primordial para ser amado y para aprender a amar. Uno no nace terminado. En el hogar, de un modo natural, se continúa una dinámica de creación en el amor. Es el único lugar donde el amor es gratuito; uno no tiene que ganarse el amor; lo recibe desde antes de nacer. Así surge la autoestima que nos asegura que cada uno es amado por sí mismo y no es un error de la vida. Por consiguiente, si soy amado también soy capaz de amar y de darme. En el hogar la persona se encuentra con su originalidad y sus posibilidades. Se conocen y se viven la dimensión masculina y la dimensión femenina de la persona; se entra en una relación integral de adultos, jóvenes y niños; se aprenden las actitudes difíciles que llevan a relaciones humanas de calidad: amar al otro como es, compartir lo que se es y se tiene, servir desinteresadamente, perdonar con nobleza, ser solidario con los demás. La familia es una escuela de comportamiento ético. En el hogar no se puede resolver el problema moral de la sociedad, pero se puede enseñar un comportamiento verdadero; el concepto de moralidad se forma en los tres primeros años de vida. Esta es una labor prioritaria de la familia, porque anuncia y testimonia los valores esenciales: ser honesto, ser veraz, ser responsable. Igualmente, desenmascara los valores falsos que deshumanizan. Enseña hacia dónde se debe orientar todo el ser y cómo se deben tomar decisiones en la vida. Por último, la familia es el ámbito para trascender, para entrar en una verdadera espiritualidad. La experiencia de Dios que es Padre misericordioso de quien soy un hijo amado se tiene de un modo primigenio en el hogar. Allí, viendo orar al padre y a la madre, se aprende a creer en alguien que da sentido y fuerza para vivir; se tiene la certeza de que existe un Amor que no traiciona; se aprende también a vivir la fe compartida y en unión con los otros, es la primera experiencia de Iglesia. En la familia se recibe el mejor regalo que es Dios. + Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 12 Oct 2016

Hemos dado un paso adelante

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El plebiscito que acaba de vivir Colombia ha sido un buen ejercicio de reflexión y participación ciudadana, que debemos analizar y aprovechar para continuar el camino hacia la paz. Aunque parezca lo contrario, todos hemos ganado. Hay logros innegables en el proceso que se está haciendo: la afirmación de la paz como una realidad fundamental e indispensable en la vida de un pueblo, la aceptación del diálogo como el verdadero medio para solucionar cualquier conflicto, la participación democrática en la decisión de lo que le conviene a la nación, la esperanza que nunca muere. Sin embargo, a partir de ahora es necesario perfeccionar las metas, de tal manera que motiven y pongan de acuerdo a la población, que saquen de su inadmisible indiferencia a los abstencionistas, que den mayores espacios a las nuevas generaciones que vivirán el futuro que estamos construyendo. La paz es un vestido que es preciso hacerlo a la medida del país. Un gran ideal, apetecible para todos, no necesita artimañas jurídicas ni presiones publicitarias. Éstas, finalmente, resultan contraproducentes porque sin dificultad se percibe que buscan engañar o manipular la libertad. La paz no se puede imponer ni por las armas ni por la ley. El que quiera abrir una flor por la fuerza, la despedaza. Si lo que se propone como paz le causa miedo al pueblo es inútil insistir en ese camino. Para que se acepte la paz, primero es necesario ganar la confianza procediendo con verdad, con humildad, con evidente amor a la patria. Tenemos que entender que la paz es mucho más que ausencia de guerra, que no se puede reducir a un acuerdo con un grupo alzado en armas. Nos ha quedado claro que politizar la paz tiene nefastas consecuencias; que la verdad y la recta intención no se pueden fingir; que el diálogo es con todos o los excluidos no marchan en el proyecto. El pueblo, en último término, no se resiste a dar el perdón aun de grandes crímenes, entiende que lo mejor es la participación de los alzados en armas en la vida política, acepta pagar los grandes costos sociales y económicos de un nuevo estado de cosas. Sin embargo, exige que ceda la prepotencia de un grupo que sin ningún respaldo popular quiere imponerse por la fuerza de las armas o por la astucia, para organizar la nación según un proyecto socialista que naciones vecinas están padeciendo. Necesitamos serias reformas sociales pero hechas en casa y acordadas por todos. El momento que vivimos no es para triunfalismo de unos, para represalia de otros, para aislamiento de algunos y para la indiferencia de los demás. Es una hora importante que nos llama a todos a la responsabilidad, a la humildad, al buen criterio, a la generosidad y al propósito de caminar decididamente hacia el futuro. No es ocasión de criticar sino de proponer medios para afrontar los grandes retos nacionales: la familia, la educación, la economía, la salud, el empleo, la lucha contra la corrupción. Estamos en un momento oportuno y delicado que no podemos arruinar. Debemos andar con mucho cuidado. Hemos dado un paso adelante en nuestro camino histórico, pero debemos cuidar que en nombre de la paz no surja más violencia. Por tanto, depongamos ya la agresividad, superemos las rivalidades, no pensemos más en intereses individuales. Es necesario que vayamos al fondo de nuestra realidad humana y social para que nos aceptemos mutuamente y construyamos juntos una nueva comunidad nacional. Dejemos que Dios toque nuestro corazón porque necesitamos sabiduría, decisión de convertirnos, capacidad de reconciliarnos y compromiso permanente de construir un país que para acoger a unos no tenga que excluir a otros. + Por Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 19 Sep 2016

Polarización

Por Mons. Ricardo Tobón - La fuerte polarización que está viviendo el país a raíz del próximo plebiscito sobre los acuerdos de La Habana es un problema serio, que amenaza la vida nacional. La sociedad se define, en efecto, como un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Es una asamblea que perdura en el tiempo, recoge la herencia del pasado y prepara a cada uno de sus miembros para el porvenir. El ser humano posee la tendencia a asociarse de forma espontánea para alcanzar conjuntamente aquellos objetivos que individualmente exceden su capacidad (Cf CCE, 1880-1882). Se explica que algunos están por el Sí porque la paz es un bien deseable para todos, porque se acepta que el diálogo es el mejor camino para llegar a la paz, porque se sabe que es preciso encontrar la forma de que todos podamos caber en el país, porque hay disposición para perdonar a fin de lograr una mejor convivencia de todos los ciudadanos, porque después de sufrir tanta violencia se vive en la esperanza de que termine o se aminore el conflicto. Otros optan por el No porque hay temor de que no se diga la verdad sobre todo lo que se proponen los acuerdos, porque hay desconfianza en el Presidente y en las FARC, porque se ven signos que coinciden con el proceso seguido por países vecinos en su camino hacia el socialismo, porque el pueblo no ha podido asumir unos compromisos hechos en un gran hermetismo y que no responden a sus criterios y expectativas, porque se piensa que hay un atropello a la justicia o al Estado de derecho. Para superar esta grave polarización es necesario, en primer lugar, que se conozca plenamente la verdad. La mentira, tanto cuando retiene como cuando falsea la información, es un verdadero cáncer de la sociedad; en efecto, tergiversa la realidad, genera desconfianza y es una injusticia que aprovecha la buena fe de los demás en favor de los intereses propios y ocultos. La mentira más temprano que tarde provoca nefastas consecuencias. La polarización desaparece cuando hay una meta, un gran ideal, un propósito común con el que la mayoría está de acuerdo. Cuando se presenta un proyecto que se necesita y que abre horizontes de bienestar para todos, hacia él convergen como de forma natural las voluntades. Por tanto, hay que proponer el bien común tan válidamente que todos estén dispuestos a trabajar juntos y a renunciar por él a algunas cosas. La polarización queda sin consistencia cuando se tiene la seguridad de que lo que se va a hacer cuenta con la aprobación y el aporte de todos sin forzar las cosas con presiones jurídicas o publicitarias. Un pueblo no se compromete con lo que no ha asumido porque antes no lo ha analizado o no tiene la certeza de que se realizará honestamente y sólo en función del bien común. Para que cese la polarización hay que crear las condiciones para el perdón y la reconciliación. No tiene lógica que una propuesta de paz acreciente la violencia. La violencia está en la sociedad porque primero está en el corazón de cada persona. Para romper el círculo vicioso de la confrontación se requiere la lucidez y la generosidad que lleven a los ciudadanos a acogerse, en un acto de benevolencia, los unos a los otros. Es necesario, finalmente, alcanzar de Dios la gracia de que nos abramos todos a su plan sobre Colombia y que así cesen las visiones y los proyectos personales que nos dividen y nos enfrentan. Si seguimos buscando la victoria de un grupo sobre otro por las armas o por la astucia nos quedaremos engendrando nuevas formas de agresividad; entonces, los procesos de paz pasarán por encima de cada uno de nosotros, que seguirá produciendo odio, injusticia y violencia. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 22 Ago 2016

Postulados sobre la paz

Por Monseñor Ricardo Tobón -Estamos viviendo en el país un momento complejo e importante. De una parte, se presenta una oportunidad para reducir la violencia y los atropellos que ha generado uno de los grupos armados al margen de la ley y, de otra, no se sabe a ciencia cierta a qué precio se llegará a ello. Si bien aparecen en nuestra sociedad algunas personas muy confiadas en los acuerdos que se están pactando en La Habana, otras, más bien, se encuentran en la incertidumbre y lamentan el desconocimiento y la confusión que rodean el “proceso de paz” iniciado. La paz nunca estará hecha; es un camino permanente, largo y arduo. En esta situación se me ocurren unas reflexiones que podrían ayudar a discernir la decisión que consciente y libremente debemos asumir en el próximo plebiscito; porque, en este momento, no es posible la indiferencia. Son como unos elementos de juicio o postulados para reflexionar y dialogar sobre este tema, a fin de formarnos políticamente, de crear convergencias y de hacernos responsables de las posiciones que debemos tomar. Todos queremos la paz, porque responde a una necesidad profunda de la persona humana y de la sociedad. No podemos politizar la paz o reducirla al pequeño proyecto de cada uno. La paz auténtica empieza en el corazón de cada persona; es artesanal. Si desarmamos los guerrilleros y armamos los corazones no vamos por buen camino. Todo proyecto que polarice al país le sirve más a la guerra que a la paz. Ninguno es dueño de la paz; cuando alguno se la apropia, la mata; si la paz no es de todos, no es paz. La paz es posible; no es una utopía o un espejismo. Cuando se percibe que la búsqueda de la paz no es recta, no es desinteresada, no mira al bien común, el pueblo ya no pide paz sino justicia. Cuando se pierde la verdad, tampoco se encuentra la paz. Para que haya paz, en cualquier ámbito, todos tenemos que ceder algo. Dialogar y negociar en un conflicto es mejor que pelear. Si aceptamos que podemos negociar y acordar algo para el bien de todos ya se ha logrado mucho. Un diálogo en el que las partes se cierran en sus propios intereses no es diálogo, porque no es búsqueda de la verdad y el bien. Sólo la rectitud y la verdad llevan a la confianza, condición indispensable para cualquier negociación. No todo es negociable en un estado de derecho. Para llegar a la paz no basta hacer acuerdos, hay que poner también otros elementos esenciales como educación, justicia social, solidez institucional. Si el pueblo no participa en la negociación, no la asume; gente por fuera de un acuerdo es siempre gente alzada en “armas”. Un buen acuerdo no hay necesidad de imponerlo por la fuerza, por el miedo o por la publicidad; si es bueno, por sí mismo atrae. La negociación hay que hacerla bien; de una paz mal negociada puede venir un conflicto peor. Cuando se acuerda la paz no basta dejar fusiles y bombas, hay que dejar también otras armas más peligrosas como el egoísmo, el engaño, la injusticia y la astucia. El diálogo y la negociación son efectivos cuando, en realidad, se dan el perdón y la reconciliación. De nada serviría firmar la paz con un grupo y acrecentar el odio y la división en el país. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 11 Jul 2016

Recuperar el camino de los jóvenes

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - A finales de julio, se realizará en Cracovia la Jornada Mundial de la Juventud. Un acontecimiento eclesial, que comenzó con San Juan Pablo II y bajo la dirección de los siguientes Papas, llega ahora a su XXXI versión. Será una nueva ocasión para congregar miles de jóvenes de todo el mundo, para que vivan un encuentro con Cristo y sientan una llamada a seguirlo en la Iglesia. El tema para este año es la quinta bienaventuranza: “Felices los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. Este encuentro internacional de jóvenes, que para que sea realmente fructuoso y tenga una irradiación más amplia debe ser preparado y asumido de alguna manera por la pastoral juvenil de cada diócesis y de cada parroquia, es una buena oportunidad para hacernos conscientes de la realidad y la importancia de la juventud en el mundo y en la Iglesia. No pocas veces perdemos el ritmo y los espacios de los jóvenes; con frecuencia estamos al margen de los problemas vitales de las nuevas generaciones; debemos confesar con franqueza que en muchas parroquias la pastoral juvenil es una “asignatura pendiente”. No basta realizar ciertos eventos para los jóvenes; es preciso hacer el recorrido vital con ellos. Esta tarea corresponde en primer lugar a la familia; basta mirar cómo actúa un joven para saber si proviene de un hogar que lo acompaña. Esta misión incumbe al mundo de la educación, que no puede contentarse con trasmitir datos sino que, desde sus posibilidades, debe también enseñar a vivir. Este deber atañe de modo especial a la Iglesia, llamada a incorporar los jóvenes con sabiduría, con amor, con profundo respeto a su libertad, a la vida en plenitud que debe tener cada comunidad cristiana. De un modo concreto, urge la formación de grupos juveniles en las parroquias, donde puedan hacer un itinerario personal y comunitario que les permita crecer en humanidad, mientas se sitúan adecuadamente en el mundo, aprenden a integrarse creativamente con los demás, logran conquistar su libertad y entran en un proceso trascendente que los ponga en comunión con Dios. Estos grupos deben estar en red, a distintos niveles, para liberarlos del individualismo, que impide verdaderos e integrales procesos de formación. El trabajo pastoral con los jóvenes no puede ser mero entretenimiento. Urge llevarlos a que, con un proceso de sólida formación, se encuentren consigo mismos, descubran la presencia de Dios que ya se da en ellos y vayan asumiendo su propia misión en el mundo. Más que quejarnos porque las instituciones llamadas a hacerlo no les transmiten la fe o porque frecuentemente constamos en ellos irreflexión e indiferencia, debemos ver allí una oportunidad maravillosa para llevarlos a la vida cristiana, desde el comienzo, de un modo auténtico, integral y pleno. Qué maravillas se pueden realizar en la pastoral juvenil. Los jóvenes hoy, como nunca, están necesitados de orientación y acompañamiento. Hay que ayudarlos a configurar bien la humanidad que van a usar toda la vida; en este campo no se puede andar con ligereza y con superficialidad. Hay que entregarles el Evangelio vivo, que les sirva para afrontar todo lo que venga para ellos en el futuro. Hay que llevarlos a que aprendan, desde ya, a analizar la realidad, a situarse en ella y a comprometerse con la construcción de un mundo nuevo. Definitivamente, tenemos que recuperar el camino de los jóvenes. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 24 Jun 2016

La “Revolución tranquila”

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos viviendo un cambio cultural sin precedentes. Sobre el particular hay diversos análisis y pronósticos, que no siempre coinciden ni son totalmente creíbles. A primera vista no se ve quién guía este cambio; parece que obedece a sus propias dinámicas y que no logra tampoco escapar a sus efectos perversos. Nos alegra el desarrollo tecnológico que ofrece tantas posibilidades al hombre actual; las comunicaciones han ido generando rasgos nuevos a la forma de ser y de situarnos en el mundo; tenemos grandes e inéditos recursos para la integración e interacción de todos los países e instituciones del mundo. Hay un gran afán de conquistar la libertad, la más noble de todas las capacidades humanas; en este campo, se han logrado avances no pequeños pero se han desencadenado también nuevas formas de esclavitud personal y colectiva. Se pretende una ética mundial, hecha por consenso, y un estado laico, en el que Dios ya no se necesita. Se busca tener diversas formas y modelos de “familia”, para que las “parejas” puedan tener a su gusto el placer del sexo. Se exigen calidad de vida sin ningún sentido trascendente, derechos individuales sin ninguna norma, tolerancia acrítica frente a la diversidad cultural. La expresión “revolución tranquila” se ha usado para describir el proceso de secularización de Canadá. Hoy vemos, por todas partes, esta transformación silenciosa que va cambiando los principios, los valores y el comportamiento de los pueblos. Constatamos que todo está en movimiento, pero no analizamos qué está pasando, hacia dónde vamos y qué debemos hacer. Todos los adelantos de la ciencia y los logros de un proceso social deben alegrarnos y comprometernos en una permanente cooperación. Pero, igualmente, debemos estar atentos a ciertas realidades y procedimientos que trae este cambio y que preocupan. El capitalismo se ha corrompido por la codicia desenfrenada de ciertos grupos económicos, cuya voracidad los ha llevado incluso a operaciones suicidas que atentan contra los fundamentos mismos del sistema. El hedonismo se ha vuelto casi el único objetivo de la vida; los valores y deberes caen ante el compromiso prioritario con lo cómodo y placentero. El relativismo ha dejado en la incertidumbre la verdad y el bien, para que cada uno haga sus opciones como mejor le parezca renunciando a todo criterio objetivo y a toda norma aun natural. El individualismo nos aísla y disgrega, mientras concentra a cada uno en un amor propio excesivo que no admite ni contradicciones a sus propósitos ni compromiso con causas solidarias. Por eso, la corrupción cunde y se infiltra en los corazones y en las instituciones; la inequidad social se acentúa de modo amenazante; la agresividad se vuelve el medio más eficaz para conseguir cada uno lo que se propone; el abandono de Dios coincide con la idolatría del dinero que promueve la sociedad de consumo; la superficialidad se convierte en el estado normal de la vida y la angustia la consecuencia más común de todo lo anterior. El cambio es un dinamismo indispensable para el crecimiento de la humanidad. Cada generación tiene que dar un paso hacia delante y allá, en último término, se dirige todo lo que vivimos. Pero los resultados son mejores y se dan sin traumas si nos hacemos conscientes del camino y dirigimos la marcha. No podemos permitir que por buscar su bienestar y libertad, la humanidad ensaye un proceso de autodestrucción. Ahí estriba, desde cierto aspecto, la misión que debemos asumir todos en la Iglesia: transmitir la sabiduría y la fuerza del Evangelio para que acrisole y perfeccione lo mejor de la persona humana hacia el futuro. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 30 Mayo 2016

Tribunal eclesiástico arquidiocesano

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El 15 de agosto del año pasado, el Papa Francisco promulgó el Motu Proprio Mitis Iudex Dominus Iesus (El Señor Jesús, Juez Compasivo), sobre la reforma del proceso canónico para las causas de declaración de nulidad del matrimonio. Movía al Santo Padre, al ordenar algunos cambios en este procedimiento, el afán de ayudar a las personas con graves dificultades en su relación matrimonial a encontrar pronto la mejor salida a su situación. Pero más allá de unas disposiciones prácticas, el Papa Francisco ha querido proponer un nuevo espíritu en la Iglesia por lo que se refiere a la administración de la justicia. Concretamente, quiere que se vea, a partir del ministerio del obispo, una más clara dimensión eclesial; busca que todos los procedimientos estén informados por la caridad pastoral; y desea, también, que se valore cada vez más la dignidad de la persona humana. Los Obispos, tanto en la Asamblea de la Conferencia Episcopal como en la reunión de nuestra Provincia Eclesiástica, estudiamos la forma más conveniente de aplicar las disposiciones pontificias, que de alguna manera afectan la organización que hasta ahora hemos tenido. Se tomó entonces la decisión de liquidar el Tribunal Regional de Medellín y de instaurar tribunales eclesiásticos en cada diócesis. Después de los análisis y providencias que esto exigía, dentro de poco estará iniciando sus servicios en Medellín el Tribunal Eclesiástico Arquidiocesano, que será además segunda instancia para las diócesis sufragáneas. Un tribunal eclesiástico es un organismo de servicio pastoral para los fieles que acuden a solicitar la administración de la justicia en la Iglesia. En un sentido amplio, su competencia está delineada por el c. 1400 del Código de Derecho Canónico. En la Iglesia, por ser también una sociedad formada por hombres y mujeres, se puede hablar, como en cualquier otra comunidad, de implantación y cumplimiento de la justicia. En este sentido, será competencia del Tribunal Eclesiástico Arquidiocesano la reclamación o reivindicación de derechos de personas físicas o jurídicas; la declaración de hechos jurídicos; la sanción con penas cuando se cometen delitos. La constitución del Tribunal Arquidiocesano es una ocasión propicia para continuar la reorganización de la Curia en la que venimos trabajando, para subrayar el principio de unidad en los distintos servicios y campos de la misión de la Iglesia y, especialmente, para propiciar que las causas que exigen tramitación judicial, entre ellas las de nulidad matrimonial, estén conducidas siempre desde la caridad pastoral. Este espíritu en el ejercicio de la potestad judicial, además de las personas que asisten al Obispo en el Tribunal, deben asumirlo todos los sacerdotes y particularmente los párrocos, primeros responsables de acoger, orientar y ayudar a los fieles. Sin esta disposición y sin una formación jurídica, por parte de los sacerdotes, no será posible acompañar como se debe a las parejas que buscan el estudio de la nulidad de su matrimonio u otro tipo de dispensas y de ayudas. Tantos factores generados por ciertas ideologías, por la mentalidad mundana y por las componendas del propio egoísmo, amenazan la estabilidad del matrimonio, su exclusividad, su fecundidad y el principio vital de la entrega recíproca para el bien del otro. Tal vez, hemos dejado muy solas las parejas católicas en su esfuerzo de vivir el sacramento. Es hora de comprometernos con una pastoral familiar integral que abarque también a las parejas en situación irregular. Es una exigencia apremiante de la “salus animarum”. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín