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Mons. Tobón

Mié 11 Mayo 2016

"Matrimonio Igualitario"

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Corte Constitucional de Colombia, el pasado 28 de abril, autorizó la validez del matrimonio entre personas del mismo sexo. Algunos han proclamado que se trata de un acontecimiento trascendental que cambia la historia. Pero podría verse más como el resultado de una presión ideológica internacional que hace que los partidos políticos, los órganos legislativos y las instituciones judiciales no sean capaces de cuestionar la ideología de género actualmente imperante. Tantos no logran quedarse fuera del guión que establece el “nuevo orden mundial” para poder estar en lo “políticamente correcto”. Todos sabemos que se deben respetar la dignidad y los derechos de las personas homosexuales como los de cualquier otra persona humana. Esto, sin embargo, no exige llamar y autorizar como matrimonio su relación. El pueblo, en su mayoría, lo comprende y por eso se opone. En primer lugar, porque la “naturaleza jurídica” de las instituciones no admite una modificación radical conservando su identidad. Por ejemplo, si la compraventa es el cambio de cosas por dinero, no podemos llamar compraventa el cambio de cosas por cosas; esto ya tiene otra identidad y otro nombre: permuta. Es necesario pensar, además, que la “garantía constitucional” no permite que una realidad a través de nuevas normas sea desnaturalizada y vaciada de su contenido. Si la Constitución ha configurado un modelo de matrimonio basado en el principio heterosexual, son inconstitucionales las normas que lo desvirtúan o tergiversan; en efecto, si se aplica este procedimiento a todo lo establecido, se llega a un verdadero caos jurídico y social, pues se deja sin seguridad y consistencia las instituciones y comportamientos ya consolidados. En el fondo, se llega a la negación del orden jurídico mismo. El matrimonio entre un varón y una mujer, opinan pensadores de gran solvencia, es la única relación biológicamente complementaria; por tanto, la única unión legal que puede conducir de manera natural a la procreación. “El hecho de que haya una vinculación natural entre intimidad sexual y procreación es lo que hace al matrimonio distinto y diferente. Rede¬finir su estructura socavaría esa diferenciación e incurriría en el riesgo de normalizar la instrumentalización tecnológica de la reproducción, incrementando el número de familias en las que existe una confusión de la identidad biológica, social, y familiar” (Declaración de Westminster). La legítima sensibilidad de hoy hacia la igualdad ha venido a decir que el matrimonio heterosexual implica discriminación. Se trata de una afirmación más emotiva que reflexiva; pues rediseñar el matrimonio para homologarlo con las uniones homosexuales es afirmar, desconociendo las características del orden jurídico, que las limitaciones insertas en todo derecho fundamental son discriminatorias. Según eso, sería también discriminatorio prohibir el matrimonio entre padres e hijos o entre menores de determinada edad. No se puede olvidar que el orden jurídico tutela a la persona desde la base de la interpersonalidad y no simplemente desde su individualidad. La lógica y frialdad del razonamiento jurídico pueden contrastar con la corriente emotiva que determina tantas cosas de hoy, pero el bienestar personal y el bien común necesitan que las leyes civiles sean coherentes y sólidas. Heráclito decía: “Es necesario que el pueblo defi¬enda las leyes como los muros de la ciudad”. La tarea legislativa no puede hacerla cualquiera y no puede reducirse a justificar los deseos de los individuos; así se llega a la creación de una sociedad de egoísmos opuestos. Esto ya ha sido pensado y sufrido desde la antigüedad; de ahí la afirmación de Tácito: “Corruptissima república, plurimae leges”: Cuando el Estado se corrompe, las leyes se multiplican. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 27 Abr 2016

Este momento nos pide ir a lo esencial

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo: Estamos celebrando la Pascua, como una fiesta que nos afecta, en la que estamos profundamente implicados. Desde la Vigilia Pascual hemos sentido que la resurrección del Señor ha comenzado también en cada uno de nosotros, como un acontecimiento personal y definitivo, a partir del Bautismo; el cual, a la vez, nos ha unido a todos, con lazos muy fuertes, al transformarnos en un nuevo cuerpo del Resucitado. Por eso, la liturgia nos viene haciendo meditar, al mismo tiempo, los textos evangélicos de la Resurrección y el relato de la vida de la Iglesia, que nos trae el libro de los Hechos de los Apóstoles. La Pascua, por tanto, es una ocasión para hacernos más conscientes de la dignidad y de la responsabilidad de ser la Iglesia, pensada desde siempre por el Padre, realizada al precio de la sangre de Cristo y conducida en la historia por el poder del Espíritu de Dios. Cada uno de nosotros lleva dentro la vida toda de la Iglesia, la presencia de Jesús muerto y resucitado, la unción y la fuerza del Espíritu Santo, la tradición de una comunidad que ha servido con empeño a la causa de la humanidad, las obras admirables de nuestros hermanos santos, la compañía de todos los que viven en la casa de Dios. Hoy, cuando nos llenan la cabeza de críticas contra la Iglesia, es fundamental tener presente nuestra identidad, recordar nuestros orígenes y reencontrarnos con nuestros ideales. Hoy, cuando no pocos se ocupan de mortificar la Iglesia con asociaciones cismáticas, espiritualidades extrañas y movimientos de todo tipo, debemos afanarnos en construir la más plena unidad. Hoy, cuando muchos piensan que la Iglesia tiene una visión arcaica y anacrónica del mundo, una falta de liderazgo frente a los desafíos del momento y una incapacidad de responder a las actuales necesidades pastorales, es necesario formarnos bien y asumir con audacia nuestra misión. Hoy, cuando incluso muchos católicos se sitúan frente a la Iglesia con actitudes equivocadas fruto de la ignorancia, la indiferencia religiosa, el relativismo moral y la falta de comunión, urge que por nuestra vida y testimonio no dejemos desfigurar el rostro del Cuerpo del Señor. Debemos sentir en esta Pascua un llamamiento apremiante a comprometernos con la vida, el camino y la tarea de la Iglesia. En una palabra, a ser en verdad Iglesia. Por eso, tenemos la obligación grave y urgente de orar más, de purificarnos de aquello que no debe darse entre nosotros, de reparar el mal causado, de entregarnos con todo el corazón para amar y servir a los demás con alegría. En este momento de grandes desafíos y oportunidades para la Iglesia debemos apuntar, con decisión y en comunión, a lo esencial. Concretamente, pienso en cuatro propósitos impostergables. En primer lugar, la santidad de vida a fin de poner en acto, como pide la Lumen Gentium , una dinámica intrínseca y determinante de pertenecer cada uno de nosotros a quien es el Santo. Luego, debemos acrecentar la tarea que tenemos de evangelizar; a eso vino Cristo, para eso estamos nosotros, que debemos, en esta etapa de la historia, emplear nuevos métodos y poner nuevo ardor. Igualmente, tenemos que seguir cuidando una liturgia viva y fructuosa, preparada por una catequesis permanente y respaldada por una sólida y coherente espiritualidad; la liturgia es la verdadera vida de la Iglesia, porque nos permite actualizar el misterio de Cristo. Por último, un compromiso efectivo con la justicia y la promoción social, para trabajar decididamente en una transformación de la sociedad y para hacer concreta nuestra solidaridad, especialmente, con los más pobres y necesitados. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 2 Mar 2016

Cuatrocientos años de evangelización

La fundación de Medellín puede pensarse como un proceso realizado a lo largo de muchos años. Los primeros pobladores indígenas, que habitaban estas tierras desde tiempo inmemorial, fueron encontrados, el 10 de agosto de 1541, por Jerónimo Luís Tejelo, el primer español que pisó el Valle de Aburra. Cien años después, en 1649, comienza a formarse el caserío de Aná, tomando el nombre de la quebrada que lo atravesaba, hoy conocida como Santa Helena. Más tarde, en 1675, se funda propiamente la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria y se establece la parroquia denominada con esta advocación mariana, en el sitio que ocupa actualmente. Pero, entre esos acontecimientos hay uno, ocurrido exactamente hace cuatrocientos años, que no puede pasar desapercibido. El 2 de marzo de 1616, el Oidor-Visitador Francisco Herrera Campuzano inauguró, probablemente donde hoy se ubica el parque de El Poblado, un Resguardo Indígena con el nombre de San Lorenzo de Aburrá. Se trata de un ente jurídico que arropa unas construcciones básicas, alrededor de una capilla doctrinera, para la protección y evangelización de unos 500 nativos de distintas tribus de Antioquia. Se cumplía así una política del gobierno español que ordenaba concentrar los indígenas que sobrevivieron a la conquista, en rudimentarios caseríos con fines humanitarios y militares. El Oidor dispuso que los indígenas fueran adoctrinados, que se les enseñara el español, que se los defendiera en su libertad para tener una organización bajo jefes de su misma tribu y ordenó que no se sometieran a trabajos duros y que se protegiera especialmente a los ancianos y a los huérfanos. La fundación de San Lorenzo puede considerarse, de una parte, como el inicio del poblamiento de todos los municipios del Valle de Aburrá; y, de otra, como el verdadero comienzo de la evangelización en esta comarca. Hecho que resulta innegable por la constitución de la primera parroquia-doctrina y la toma de posesión del primer párroco, el portugués Baltasar Pereira Orrego. No es difícil imaginarse las dificultades del comienzo. En este sentido, concluye el P. Javier Piedrahíta, cuidadoso investigador de estos acontecimientos, que la evangelización de América fue tan meritoria como lo fue la primera evangelización del mundo pagano hecha por los apóstoles y sus inmediatos sucesores y añade que la evangelización de una cultura no puede verse sino como una obra de Dios. Junto a la acción insustituible de la gracia podemos pensar también cuánto esfuerzo y cuántos sacrificios han aportado obispos, presbíteros, religiosos y laicos bajo el sol de estos cuatro siglos para que la fe cristiana esté, desde la raíz, en nuestra historia y en nuestra organización social y cultural. Por eso, no se trata simplemente de recordar unos acontecimientos, sino de entrar en una realidad espléndida y permanente que se ha descrito desde el principio de la evangelización diciendo: “Y la Palabra de Dios cundía...”. Entonces, debe brotar en cada uno de nosotros, junto a la acción de gracias por el camino recorrido, el impulso apostólico para continuar, respondiendo a los desafíos de hoy, la misión que hemos recibido de Cristo. De tal manera, que nuestra sociedad no olvide su vocación cristiana y logre configurar desde ella un modelo de vida que no cambie los valores irrenunciables del Evangelio por los ídolos del poder, de la riqueza, del placer y de la violencia. La celebración de estos cuatrocientos años de evangelización es una nueva oportunidad para reforzar el sentido de pertenencia a nuestra Iglesia y para renovar la pasión por hacer verdaderos discípulos misioneros de Cristo; así los católicos no estarán tentados de acampar en sectas y grupos que los deslumbran, pero que no les dan la vida plena en Cristo. Debe acrecentarse la formación de los laicos, además, para que puedan trabajar con eficacia en la construcción de un tejido social que no ceda ante las propuestas de la corrupción, de la fuerza de las armas, de la codicia, del espejismo de la droga, de ciertas ideologías y del egoísmo que carcomen la integridad moral y la esperanza de nuestro pueblo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 25 Ene 2016

“Muéstranos, Señor, tu misericordia”

Por: Ricardo Tobón Restrepo:Entremos con esta invocación del Salmo 85 en el año 2016. Que esta súplica, humilde y confiada, nos alcance la gracia de conocer mejor el corazón de Dios que está lleno de bondad y compasión para con todos; de ser profundamente sensibles, como él, frente a las necesidades y miserias de nuestros hermanos; de experimentar que en el camino que recorremos, a nivel personal o comunitario, no nos falta nunca la solicitud amorosa de su paternal providencia. A un nuevo año entramos siempre con inquietud frente a los serios desafíos que es necesario afrontar y con esperanza ante los logros y realizaciones que se podrán cosechar. Esto vale por lo que se refiere a los acontecimientos de la sociedad civil y también a la marcha de la Iglesia que avanza en la historia cumpliendo su misión. Es bueno mirar a la Iglesia así, en camino, en tensión permanente; sin caer en triunfalismos que ven todo realizado, ni en pesimismos que anuncian la decadencia y el fracaso. Los análisis negativos que se hacen, con frecuencia, responden a una comparación con una supuesta edad dorada que nunca ha existido. La lucha es una realidad permanente en la vida. Cada día, la Iglesia debe enfrentar retos nuevos, porque no está para conservar el mundo como es, sino para acompañarlo en una transformación, vislumbrando sus nuevas posibilidades. San Gregorio Magno tuvo la lucidez y el coraje, mientras la sociedad romana se desplomaba, de enviar monjes a evangelizar a los bárbaros. No podemos negar los problemas y las dificultades, pero es necesario ir adelante con la convicción paulina de que “el Evangelio es poder de Dios para salvar a todo el que cree”. No se trata, con un fundamentalismo nocivo, de empeñarnos en restaurar el pasado que ya no existe, sino de poner en acción la asombrosa capacidad que tiene el Evangelio para transformar la debilidad en fuerza. Basta que trabajemos con humildad, porque “llevamos este tesoro en vasijas de barro”. Concretamente, por lo que se refiere a la Iglesia, algunos miran con decepción el futuro por las dificultades que ella enfrenta. Sin embargo, la Iglesia nunca es una realidad terminada. Es la ilusión y el esfuerzo porque Cristo sea todo en todos. Sabemos que Dios va trabajando con esta “fuerza débil”, “que no cuenta”, para cambiar desde adentro el corazón humano y las poderosas dinámicas del mundo. No nos pueden paralizar ni el miedo ni la sensación de impotencia. La esperanza tiene que ser más fuerte que todas nuestras debilidades. Con esta convicción iniciemos este nuevo año. Tenemos muchas tareas que nos esperan. Debemos darle más vigor a toda la organización diocesana; seguir respondiendo a las crecientes exigencia administrativas; aprovechar cada vez más el ICAP, PROBIEN y Barrios de Jesús, instituciones que se renuevan según nuestras necesidades; continuar aprovechando las enormes posibilidades de la comunicación actual; buscar que se consoliden todos los lazos de comunión y de interacción para tener más vida y fecundidad en lo que somos y hacemos. Y todo, para lograr ser más eficaces y apostólicos en cuanto concierne a nuestra misión esencial que es la evangelización. Por tanto, para impulsar la catequesis, el trabajo pastoral con los jóvenes y las familias, la promoción de pequeñas comunidades e iniciativas de pastoral social. De un modo particular, pienso que debemos continuar consolidando el Centro Arquidiocesano de Evangelización, los Centros de Pastoral Familiar y la Fundación para la Educación. Este año, igualmente, nos espera poner en marcha el Centro Pastoral Pablo VI y la Fundación para las Obras Sociales de la Arquidiócesis. Feliz Año para todos y que el Señor nos muestre su misericordia. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín