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Cuaresma

Mié 28 Mar 2018

Viernes Santo: Centremos nuestra mirada en la cruz

Primera lectura: Is 52,13 - 53,12 Salmo Sal 31(30),2+6. 12-13.15-16.17+25 (R. 6a) Segunda lectura: Hb 4,14-16; 5,7-9 Evangelio: Jn 18,1 - 19,42 Introducción En este día celebramos la muerte de Jesús como paso necesario hacia la resurrección, este recuerdo está lleno de esperanza y de victoria. Es un día centrado en la cruz, pero no con aire de tristeza, sino de celebración, ya que Cristo Jesús, como Sumo Sacerdote, en nombre de toda la humanidad, se ha entregado voluntariamente a la muerte para salvarnos a todos. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El profeta Isaías nos anuncia uno de los momentos culmen de la revelación veterotestamentaria: el cuarto cántico del Siervo de Yahveh. Este siervo se presenta ante los demás, en primer lugar, como raíz de tierra árida o flor gris del desierto sin profundidad ni colorido. El Siervo es presentado como despreciado y abandonado por todos. Es condenado a la muerte. Ahora bien, no era culpable, nos dice Isaías. Al contrario, es a causa de nuestras faltas como ha llegado a esta situación. Pero lo que aparecía como un oprobio se ha convertido en una exaltación. Será elevado. Cuando su vida parecía acabar en un fracaso y en soledad, llevaba el pecado de las muchedumbres. Su vida da fruto, verá su descendencia. Será colmado. La vida, muerte y revivificación del Siervo han sido el único modo de aplacar la ira divina, de satisfacer por los pecados de judíos y gentiles conjuntamente. Abandonado en manos de Yahveh, el Siervo ha conseguido lo que no consiguiera ni el Israel histórico con la multitud de sacrificios. Por eso en él se cumplirá la promesa abrahámica de vida perenne expresada en fecundidad. Asimismo, todos los rasgos atribuidos al Siervo de Yahveh, del Israel de la fe, los evangelistas, inspirados por el mismo Dios, lo vieron realizado plenamente en el Jesús histórico de Nazaret. El salmo 31 (30) es un canto individual de acción de gracias en el que se expresa la actitud de quien ha sido liberado de sus aflicciones y alaba a Dios en el templo. Al inicio del salmo se expresa la súplica de un acusado inocente, de un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución: es un maldito, excluido de la comunidad, y “que produce miedo en sus amigos”, porque se lo considera como objeto de desecho. Se huye de él como de un apestado. La parte final del salmo es la dulce oración de intimidad de un huésped de Yahveh: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto este moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con Dios: “¡Qué grande es tu bondad, Yahvé! La reservas para tus adeptos… ¡Bendito Yahvé que me ha brindado maravillas de amor! ¡Tengan valor, y firme el corazón, ustedes, los que esperan en Yahvé! La carta a los Hebreros nos presenta el sumo Sacerdocio de Cristo como un incentivo más para la perseverancia. La argumentación tiene delante el patrón del Antiguo Testamento. Una vez al año, el gran día de la expiación, el sumo sacerdote judío entraba en el santo de los santos, con la sangre de las víctimas, para llevar a cabo la expiación de los pecados de todo el pueblo. Sobre este patrón familiar a todos los judíos, se describe la función sacerdotal. Allí, ante Dios, ejerce su oficio sacerdotal a favor de todos los hombres. Cristo siendo Hijo de Dios se compadece de nosotros, comprende nuestra fragilidad y asume la condición de sumo sacerdote de forma renovada. Él desde esta condición, asume nuestra humanidad, menos en el pecado, para enseñarnos el camino a Dios y ofrecernos su salvación. Por ello, la lectura nos invita a acercarnos con confianza al Trono de la Gracia, con la seguridad de encontrar auxilio y misericordia por nuestros pecados y la fortaleza que nos sustenta en la lucha diaria. En el relato completo de la pasión según san Juan, se evidencia una de las características del Jesús joánico durante la pasión: su soberanía. Jesús se presenta como el hombre libre que camina hacia su muerte con plena conciencia. La cruz no lo agarra desprevenido. Habría podido escapar, pero se deja atar porque da su vida para que todos tengan vida (Jn 18,1-19,42). De esta manera, está cumplido el plan de Dios para redimir al hombre. Esta entrega plena de Jesús en la cruz es testimonio de algo sublime, que nos lleva a preguntarnos ¿por qué Dios permitió que su Hijo viviera tantos vejámenes y muriera en cruz, si Él hubiera podido decir una palabra para dar el perdón a todos los hombres? La respuesta a esto solo tiene una razón: el amor. Jesús mismo declaró su libertad de compadecerse de toda la humanidad y de entregar su vida por la redención de todos. Asimismo, este don pleno de su amor es la invitación a que sepamos, creamos y comprendamos, ante pruebas tan absolutas, la inmensidad sin límites de ese amor que nos tienen. Ahora sabemos, en cuanto al Padre, que "Dios amó tanto al mundo, que dio su Hijo unigénito" (3, 16); y en cuanto al Hijo, que "nadie puede tener amor más grande que el dar la vida" (15, 13). En definitiva, el empeño de Dios es el de todo amante: que se conozca la magnitud de su amor, y, al ver las pruebas indudables, se crea que ese amor es verdad, aunque parezca imposible. De ahí que, si Dios entregó a su Hijo como prueba de su amor, el fruto sólo será para los que así lo crean (3, 16, in fine). El que así descubre el más íntimo secreto del Corazón de un Dios amante, ha tocado el fondo mismo de la sabiduría, y su espíritu queda para siempre fijado en el amor (Cfr. Ef. 1, 17). ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? En este camino del Triduo Pascual llegamos al gran acontecimiento de la salvación por medio de la muerte en cruz de Cristo-Jesús. Por eso, con fe cantamos ¡Victoria, tu reinarás; oh Cruz tú nos salvarás! Esta aclamación recoge la más profunda significación de la Cruz y la misión que adquirimos los discípulos del Maestro. A propósito de esto, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda, ante este gran misterio de fe y amor, que “la muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios”. (CIC 599) Por lo tanto, al morir Jesús por nuestros pecados entendemos que este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is53, 11; Cfr.Hch3, 14) es misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (Cfr.Is53, 11-12;Jn8, 34-36). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (Cfr.Is53, 7-8 yHch8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (Cfr.Mt20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (Cfr.Lc24, 25-27), luego a los propios apóstoles (Cfr.Lc24, 44-45). (Cfr. CIC 601) Entendemos como creyentes que éramos nosotros, la humanidad, la que debía sufrir tantos vejámenes y dolores por habernos negado a obedecer la ley divina. En realidad, todos hemos pecado mucho. Y por nuestros pecados fue tenido por maldito quien no conoció el pecado, para liberarnos de la antigua maldición. Si alguien merecía la cruz era cada ser humano, cada uno de nosotros, porque a pesar de su entrega, muchas veces seguimos repitiendo los actos que nos apartan de su voluntad y de su amor. Actualizar el misterio de la salvación desde la cruz ha de motivarnos, para que de este Triduo Pascual nos comprometamos a emprender con mayor decisión la vida de santidad. No llegaremos efectivamente a la perfección y a la total unión con Dios, sino anteponiendo su amor a la vida terrena y proponiéndonos luchar animosamente por la verdad. Bellamente lo expresó nuestro Señor Jesucristo: “El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí”. En efecto, tomar la cruz significa, renunciar al mundo y posponer todo aquello que nos aparta de su amor. Por consiguiente, los que seguimos a Cristo estamos también con él crucificados, muriendo a nuestra antigua conducta, somos introducidos en una vida nueva conforme al evangelio. Por eso decía Pablo: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos”. Y nuevamente, como hablando de sí, dice de todos: “Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Y a los Colosenses les dice: “Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo? De hecho, la muerte del elemento mundano que hay en nosotros nos introduce en la conversión y en la vida de Cristo”. En consecuencia, si Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre, es necesario anunciar a los hermanos que en la Cruz se produce el más auténtico y genuino encuentro con Dios. Que Dios a los que ama los prueba, como un buen Padre que es. Por los sufrimientos, Jesús aprendió a obedecer y encontrarse con la voluntad genuina de Dios. Y eso se produce en sus discípulos. El creyente es un testigo vivo, en medio del mundo, del amor de Dios desde y en la cruz dolorosa y gozosa. Sólo el creyente puede transmitir esta sabiduría y poder del amor de Dios. Y el mundo lo necesita. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? En este día solemne y de gracia se requiere insistir en el don de la entrega libre y por amor de Cristo en la cruz, para la salvación de toda la humanidad. Es oportuno hacer evidenciar todo aquello que llevó a que el Señor fuera conducido al Gólgota y crucificado, pero además que se reconozca que hoy nuevamente, de muchas formas, llevamos a Cristo a la cruz: cuando destruimos al otro con palabras y obras, cuando atentamos contra la justicia, la verdad, la paz y el cuidado del medio ambiente. En consecuencia, es necesario recordarle a todo el santo pueblo fiel de Dios que para ser discípulo de Cristo hay que renunciar a todo (incluso a sí mismo), tomar su Cruz y seguirle; que para ser discípulos de Jesús es necesario permanecer fieles a su Palabra que es la verdad y que es la única que proporciona la libertad; que la Cruz de Cristo es el valor que subvierte todos los demás valores en los que el hombre cree encontrar su libertad y su felicidad como son el poder, el bienestar, el prestigio, la ciencia humana; que conseguida la liberación, el discípulo descubre que la Cruz es un motivo de gloria, es el único valor que merece realmente su atención. Finalmente, hacer ver que, si es posible conseguir la libertad de los hijos de Dios, porque Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre en favor de la humanidad esclavizada por lo único que no la deja realizarse: el pecado. Sólo se puede amar al otro de verdad en la dimensión de la Cruz, es decir, cuando se descubre y se experimenta el amor que el Padre nos tiene a todos los hombres. Por eso podemos comprender la fuerza liberadora de la Cruz. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? El encuentro con la persona de Cristo transforma la existencia del ser humano. Quien se encuentra íntimamente con el Señor no podrá seguir siendo el mismo, su vida se fundará plenamente en Él y se proyectará buscando dar gloria a su nombre. Por eso, si queremos que este Triduo Pascual nos lance a una misión de evangelización, es necesario recordar las palabras que el Papa Francisco dirigió a los fieles el 03 Jul/16, en el rezo del Ángelus: “la misión del cristiano en el mundo es una misión estupenda y destinada a todos y ninguno está excluido; ella requiere mucha generosidad y sobre todo la mirada y el corazón dirigida a lo alto para invocar la ayuda del Señor. Hay mucha necesidad de cristianos que testimonien con alegría el Evangelio cada día”.

Lun 26 Mar 2018

Jueves Santo: Eucaristía, sacerdocio y amor

Primera lectura: Éx 12,1-8.11-14 Salmo Sal 116(115),12-13. 15+16bc.17-18 Segunda lectura: 1Co 11,23-26 Evangelio: Jn 13,1-15 Introducción Con la celebración de esta eucaristía se da inicio al solemne Triduo Pascual y se nos remite a la Pascua judía, la cual es actualizada y plenificada por Jesucristo. Esta celebración de la cena del Señor desarrolla tres elementos centrales: la institución de la Eucaristía, la institución del Sacerdocio y el mandamiento del amor. Estos tres momentos no deben ser vistos como elementos independientes o diferentes, antes bien, se iluminan y complementan mutuamente. Por lo tanto, es un día cargado de calor humano, en el cual acogemos los grandes regalos que el Señor nos deja como testamento. Hoy es una jornada para reforzar los vínculos que nos unen como hermanos en la fe. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? En la lectura del Éxodo, entre el anuncio y el hecho de la muerte de los primogénitos se inserta la institución de la Pascua judía. Es la fiesta de la liberación en el seno mismo de la opresión en Egipto, de ahí que, es la conmemoración anual más importante para el pueblo hebreo. El nombre de la Pascua se deriva del hebreo pésaj que se asocia con el verbo pasaj, que significa saltar, pasar por alto, y se lo hace aludir al paso del Señor, cuyo ángel exterminador “pasa por alto” dejando a salvo las casas señaladas en sus dinteles con la sangre del cordero. La sangre propiciatoria se pone en relación con la décima plaga y con la liberación de los primogénitos hebreos. El tema de los primogénitos toma cuerpo en este contexto, porque a raíz de ser rescatados por Dios de la muerte, se convierten en su propiedad. El carácter apresurado y como ya en viaje de la Pascua primitiva y el carácter provisional de la fiesta de los Ácimos se orientan hacia la situación presurosa de los hebreos que salen de Egipto. La Pascua no es solo memoria, es celebración de un pasado que se apropia y se revive sacramentalmente. Por ello, el significado pleno de la Pascua del Antiguo Testamento debe buscarse en la Pascua del Nuevo, igual que la Alianza hecha por Dios con su pueblo encuentra su sello y cumbre en la muerte y resurrección de Jesús. El salmo 116 (115) en la tradición cristiana se ha meditado desde la perspectiva del martirio, pero luego se ha enfatizado su carácter eucarístico, por la referencia al cáliz de la salvación. Con verdad profesamos que Cristo fue el primer mártir, dio su vida por la salvación de la humanidad, para superar el odio, la mentira, las injusticias y todo el mal que destruyera al ser humano y lo alejara de Dios. Por ello, sus versículos recogen los sentimientos del orante que mantiene alta la llama de la fe y espera en la respuesta de su Señor. Tiene la certeza que solo Dios podrá liberarlo del momento del dolor y será respuesta a sus interrogantes y fortaleza en la lucha. Este salmo al inicio del memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, es una llamada a la esperanza, a confiar en Dios que no abandona a su criatura, ni siquiera en los momentos difíciles. Por consiguiente, el salmista profesa humildemente y con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad. En la segunda lectura san Pablo se dirige a los Corintios, en ella encontramos el testimonio más antiguo de la celebración eucarística. El Apóstol transmite la tradición que a su vez recibió de los discípulos de Jesús, anuncia que dicha celebración no es un acto que recuerde algo pasado, sino que es una legítima actualización de dicho misterio de salvación, porque en ella se anuncia y acontece nuevamente la muerte del Señor para la redención de muchos. El relato de la Pascua judía, que se narraba en la primera lectura, adquiere ahora un nuevo y pleno sentido, porque se hace el anuncio de la liberación del pueblo bajo el signo del cuerpo y de la sangre que se entrega bajo las especies eucarísticas del pan y del vino. Es el mismo rito de la alianza y de la reconciliación, con paralelos que permiten comprender la celebración cristiana desde el sentido de la Pascua originaria: la noche de la salida de Egipto//la noche de la Pasión; el cordero del Éxodo//el cordero pascual; el memorial de las pruebas del desierto//el memorial del sacrificio de Jesús. En el evangelio de san Juan constamos que Jesús antes de partir de esta vida, anuncia que ha llegado su hora, celebra la última cena con sus discípulos y desea que ellos comprendan, con un gesto simbólico, qué significa su misión, por ello, realiza el lavatorio de los pies. Este acto es un anticipo de su muerte en la cruz, un modo profético de explicar el contundente significado de su vida, muerte y resurrección. Jesús busca una implicación personal en lo escenificado: no se trata de que seamos simples espectadores, sino que pasemos a la acción: “Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho”. Este amor hasta el extremo que venos en Jesús, es lo que sacramentalmente recibimos en la eucaristía, una entrega plena, generosa, desinteresada, todo por amor. Es el amor lo que une íntimamente los tres elementos centrales de la celebración de hoy (eucaristía, sacerdocio y amor fraterno). Asimismo, Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta es la lucha entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia su propia muerte, representada como hemos dicho en el Lavatorio, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está sentado a la mesa. Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más, como se nota en Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y teológicamente su hora, que es también la hora de la glorificación. Por eso, se ciñe antes del lavatorio de los pies porque representa su muerte soteriológica. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El don de la pureza es un acto de Dios. El hombre por sí mismo no puede hacerse digno de Dios, por más que se someta a cualquier proceso de purificación. En esta Palabra que nos actualiza el acontecimiento de la Pascua, Jesús expresa de manera prácticamente sintética lo sublime del misterio de salvación. El Dios que desciende hacia nosotros nos hace puros. La pureza es un don. Por ello, para poder percibir el paso de Dios he de procurar disponer el corazón, estar pronto para dejar lo que el Señor me pide abandonar, para crecer en su amor y avivar el servicio a los hermanos. Esta es la Pascua y el Señor viene a mí, dispuesto he de recibirlo, dejarme lavar los pies y alimentarme con su Cuerpo y Sangre que me otorgan la salvación. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? El Papa Benedicto XVI nos recordaba que para Juan la entrega de Jesús y su acción continuada en sus discípulos van juntas. Los Padres de la Iglesia han resumido la diferencia de los dos aspectos, así como sus relaciones recíprocas, en las categorías desacramentumyexemplum: consacramentumno entienden aquí un determinado sacramento aislado, sino todo el misterio de Cristo en su conjunto –de su vida y de su muerte-, en el que Él se acerca a nosotros los hombres y entra en nosotros mediante su Espíritu y nos transforma. Pero, precisamente porque este sacramentum“purifica” verdaderamente al hombre, lo renueva desde dentro, se convierte también en la dinámica de una nueva existencia. La exigencia de hacer lo que Jesús hizo no es un apéndice moral al misterio y, menos aún, algo en contraste con él. Es una consecuencia de la dinámica intrínseca del don con el cual el Señor nos convierte en hombres nuevos y nos acoge en lo suyo. El obrar de Jesús se convierte en el nuestro, porque Él mismo es quien actúa en nosotros. En consecuencia, la Palabra de Dios, en este inicio del santo Triduo Pascual, nos invita a hacer actual el paso de Dios por nuestra existencia en esta nueva Pascua que nos permite celebrar, para dejarnos liberar de las esclavitudes que nos apartan de él o dañan nuestra condición humana, como nos lo recordaba el Papa Francisco en su visita a Colombia. Esto nos lleva a reflexionar sobre la actitud de Pedro en el evangelio, ¿cuántas veces actuamos como él? nos gustaría que Jesús no tuviese que morir y que no nos lavase los pies, que no llegase el sufrimiento, la renuncia o el sacrificio a nuestra existencia. Hoy la Palabra nos recuerda que en el camino del discipulado es necesario dejarnos purificar por Jesús y asumir el ejemplo que nos da de ser servidores generosos y amorosos de los hermanos, porque es solo así es como verdaderamente podemos decir que hemos vivido la Pascua, que el Señor ha pasado por nosotros. El amor hasta el extremo no debe confundirse con el “melosería”, ni con una alegría superficial. El amor contiene un aspecto duro y difícil, porque exige la muerte de muchas cosas a las que nos aferramos con demasiada fuerza. Recordemos que la Cruz y el lavatorio de los pies, nos hablan de la victoria del bien sobre el mal, pero también de los medios de los que se sirve esa victoria. Asimismo, al celebrar el misterio de la eucaristía y renovar nuestro compromiso por el amor a Dios y a los hermanos, nuestra existencia ha de lanzarnos a ceñir en nuestras mentes y corazones los mandatos del Señor, a ser testigos veraces del obrar de Dios en la cotidianidad de nuestra vida e involucrar, por nuestro testimonio, a nuevos discípulos que deseen dar la vida también por Cristo y su Iglesia. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? “Hagan esto en memoria mía”. Este mandamiento del Señor es verdaderamente sagrado para quienes somos discípulos de Él. La experiencia comunitaria vivida originalmente por los apóstoles se convierte en algo posible en todos los tiempos para los cristianos. Se trata de entrar en el destino histórico de Jesús, que es la historia misma de Dios, su Reino, que acontece definitivamente en la manifestación suprema del amor. Por lo tanto, participar así en el destino del Maestro significa realizar, de manera insuperable, la fraternidad humana. La cena del Señor es la asunción, por parte de los cristianos, de lo que nos une más profundamente: la vida misma del Maestro, la historia del Hijo del Padre en la que participamos todos como hijos y como hermanos los unos de los otros. Finalmente, si entendemos como cristianos la celebración eucarística como el modelo de la celebración del misterio de la Pascua, cada uno de nosotros somos los protagonistas de la Cena del Señor. Hagamos realidad estos sentimientos, siendo paso de Dios a través de nuestras existencias, así como nos lo enseñaba el Papa Francisco en su visita a Colombia: “y como los apóstoles, hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria” (Homilía, Parque Simón Bolívar, Bogotá, 7 de septiembre de 2017).

Mié 21 Mar 2018

Semana Santa es hacer una profesión de fe

Celebrar Semana Santa es hacer una verdadera profesión de fe frente a Jesús crucificado. Es hacer una aceptación personal de Jesús en el corazón y acogerlo. Este es el acto más grandioso de Dios. Allí nos mostró el amor cuando dió a su hijo Jesús en la cruz. Tareas: Participa activamente en todas las celebraciones de Semana Santa. Marca de manera especial estos días con tu oración, con tu encuentro con Jesús y con la lectura de la pasión en la Biblia. </p>

Mié 21 Mar 2018

Domingo de Ramos: Morir y resucitar con Cristo

Primera lectura: Is 50,4-7 Salmo Sal 22(21),8-9.17-18a.19-20. 23-24 (R. 2a) Segunda lectura: Flp 2,6-11 Evangelio: Mc 14,1 - 15,47 (forma larga) o Mc 15,1-39 (forma breve) Introducción Al inicio de la semana mayor, en la que la Iglesia se dedica a un tiempo de oración, silencio y meditación en los misterios de la pasión del Señor, la liturgia de la palabra, hace una antología de textos que nos ayudarán a vivir de una manera sobria y profunda, la celebración del Misterio Pascual de Cristo, no solo para conmemorar lo que Él realizó, sino, y sobre todo, para que estemos inmersos en su Misterio para morir y resucitar con Cristo (Cfr. DH 77). La clave para unir los diversos elementos que se presentan en la celebración de este día, nos dice el Directorio Homilético, está en la segunda lectura, en dónde san Pablo, en su Carta a los Filipenses, presenta el resumen de todo el Misterio Pascual (DH 77) También, el Profeta Isaías, en su tercer canto del siervo sufriente, prefigurará la imagen de Cristo y las ignominias por las que pasará en su entrega por la humanidad, llevando al pueblo de Dios a reflexionar sobre la fuerza del siervo de Dios en las horas previas a su entrega final. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Las palabras de Isaías, son de aliento para el pueblo, la representación de la figura del Siervo de Yahvé, es una manera figurada de encarnar el sufrimiento y la ignominia por las que va a pasar, no solo el pueblo, sino el descendiente de la tribu de David que se enfrentará a sus adversarios para que “lo golpeen, lo abofeteen, injurien y calumnien” (Cfr. Is 50,6.). Todas estas expresiones de violencia física, verbal y carnal, serán una prefiguración del cuerpo lacerado de Cristo en los evangelios, como lo leeremos en el relato de la pasión del evangelio de Marcos. La aclamación al salmo 21 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” será el eco del Hijo en la cruz en el dolor, sufrimiento y desánimo que puede llegar a vivir un discípulo del Señor. La súplica en medio del sufrimiento, deja una sensación de abandono, de soledad y sufrimiento; pero solo al final ese reconocimiento de hondo pesar y dolor, se suple con la súplica: “¡Confía en el Señor, pues que lo libre, que lo salve si le tiene aprecio!”. Pasar del dolor al consuelo, es una manera de experimentar la misericordia de Dios y la incansable anchura de su amor por el ser humano. Solo de esta manera el dolor de la carne sufriente de los más necesitados, se convierte en la carne de nuestro Señor, “cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, Encuentro con los obispos de Colombia, Salón del Palacio Cardenalicio, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). Esta contemplación del sufrimiento ignominioso del Siervo Sufriente de Dios, es evocación de los rostros sufrientes de la tierra que claman por la justicia y la verdad. Rostros con nombre e identidad concretas, que nos llevan a buscar con afán, la inclusión de los descartados e ignorados, de este mundo, en medio de la cultura del descarte. El apóstol de los gentiles en su carta a los Filipenses, escribirá todo un tratado de: humildad, sencillez y entrega. En una de las páginas más bellas de los escritos de Pablo, él exaltará las virtudes del Hijo amado de Dios y su abajamiento, como enseñanza de obediencia y sumisión a la voz del Padre. Al dejar -Cristo- su condición Divina, renunciar a ella, enseña una nueva manera de ver al ser humano. El sometimiento a la muerte en cruz, es una muestra clara de la fuerza que Cristo le imprimió a su fidelidad al Padre. Pero, sin lugar a dudas, nos va a recordar que el nuevo Adán reconcilia la vida de Pecado, con el abundante don de la Gracia que nos da Cristo resucitado, “de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (Cfr. 2 Cor 5,17.). El vaciamiento total de Cristo en la cruz, es toda una paradoja de Dios entregándose al mundo, elemento fundamental en la narrativa de Pablo para hablar de la manera en que Dios se gasta por la humanidad (kenosis); el cántico va a resaltar la idea de cómo Jesús desde su condición divina, se abaja no solo en carne, sino en su manera de relacionarse, “Pero Dios quiso hacerse vulnerable y quiso salir a callejear con nosotros, quiso salir a vivir nuestra historia tal como era, quiso hacerse hombre en medio de una contratación, en medio de algo incomprensible”; (Encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, consagradas, seminaristas y sus familias, Medellín, 9 de septiembre de 2017) hasta que se gasta el último suspiro Jesús sigue hasta el final, siendo fiel y misericordioso, asunto que Dios mismo verá agradable a sus ojos en su glorificación. La experiencia teológica adoptada por Marcos, va a tener como esencia y fuente narrativa a Pablo, el vaciamiento de Jesús en la cruz que nos relata una de las escenas más conmovedoras y reveladoras de su evangelio -la pasión del Señor-, es una prolongación de la kenosis de los textos de Pablo. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? En el texto de la pasión de Jesús, Marcos va a cuestionar al lector sobre la obediencia a la voluntad del Padre, quien amando a su Hijo lo entrega por la salvación de todo el género humano, redimiendo al pecado del mundo con la sangre de su hijo amado. El seguimiento de Jesús en Marcos no se entiende sin la experiencia de la Cruz, todo lleva a ella y de ella surge todo. Marcos es el relato de la comunidad, todo el texto está dirigido a la formación de los discípulos en el seguimiento del Señor. Es por ello que al centro del relato (de XVI capítulos), la perícopa de la transfiguración, se convertirá en la manera en que los discípulos atienden el llamado de Jesús a seguirlo en su camino hacia Jerusalén, (camino que se convertirá en la crucifixión). De esta manera, mientras el texto presenta a Pedro, Santiago y Juan, queriendo construir tres tiendas, al final del relato del encuentro de ellos con Jesús transfigurado, en la pasión encontraremos a Jesús crucificado junto a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda, como evocación de la nueva transfiguración del Señor. La cruz se convierte en la nueva tienda de exaltación del Hijo de Dios en la humanidad. La muerte de Jesús no es la última palabra del Padre, ver a su Hijo amado (Cfr. Mt 3,23.) en la cruz como a muchos colombianos, sigue siendo doloroso para Dios y para nosotros, ver su cuerpo herido, nos debe mover a “… no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia de su gente” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con los obispos de Colombia, Salón del Palacio Cardenalicio, Bogotá, 7 de septiembre de 2017), es una clara invitación a transformar el dolor en fuente de vida y resurrección. El paso que sigue es convertir el luto en danza, dejar que la profecía de Isaías siga teniendo sentido en la sociedad, “Forjarán sus espadas en arados, y sus lanzas en podaderas” (Cfr. Is 2,4.). La muerte de Cristo en la cruz, es una oportunidad para que entendamos el llamado a transformar los signos de muerte existentes en nuestro país, espacios que promuevan la cultura del encuentro, la semana mayor se convierte en una manera de “… desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”, (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Parque Las Malocas, Villavicencio, 8 de septiembre de 2017). ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? La palabra de Dios en este domingo de pasión, nos está llamando a contemplar la carne del crucificado, en muchos colombianos y hermanos latinoamericanos que están necesitados de sanar las heridas causadas por la violencia fratricida, que ha generado miles de víctimas deseosas de reparación: “El Señor nos insta a tender puentes, limar las diferencias, desactivar los odios, renunciar a la venganza, abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Parque Las Malocas, Villavicencio, 8 de septiembre de 2017). La palabra de Dios siga disponiendo nuestro corazón y nuestras vidas, para seguir abriendo caminos de reconciliación, amor y paz, como mensaje clave de este domingo en el que conmemoramos la entrada de Jesús a Jerusalén. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Cristo, nuestro Señor, quien gobierna nuestros actos y nuestra vida, nos anima, en la conmemoración del domingo de ramos, a reconocer y acoger los signos propios de su entrada en Jerusalén. Cada uno de los actos que evocamos en la Palabra de Dios, hoy, tienen toda una carga simbólica; la unción en Betania es un signo de ello: Vivir la unción de nuestro bautismo, es asociarnos al reconocimiento de los poderes que hemos recibido, al inicio de nuestra vida cristiana, por el Espíritu Santo; bendecir con nuestros actos, es reavivar el sacerdocio común en la comunidad; denunciar los casos de corrupción que aquejan a nuestra sociedad, es fomentar el profetismo y asumir nuestra dimensión de ser protectores de la casa común, es revivir la actitud de reinado de Dios en nosotros y de nosotros hacia nuestro entorno. El gesto de servicio, que recordamos en la última cena, no es otra cosa que renovar la actitud de servicio a nuestro Señor, quien “(…) siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios” (Cfr. Fil 2, 6.). Cristo nos llama a no buscar acomodarnos a los títulos y reconocimientos de esta sociedad, evocando el momento de la última cena; “…esa primera noche «eucarística», en esa primera caída del sol después del gesto de servicio, Jesús abre su corazón; les entrega su testamento” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, consagradas, seminaristas y sus familias, Coliseo la Macarena, Medellín, 9 de septiembre de 2017). El testamento de la entrega de Señor, se convierte en una nueva comunidad humana, llamada a ser sensible y atenta a las necesidades de los más frágiles y vulnerables. El encuentro con Cristo nos anima a dejarlo todo en manos del Padre misericordioso. La escena de Jesús, orando en el Huerto de los Olivos, es un acto profundo de discernimiento; luego de haber sido nombrado Rey y acogido por los judíos, Jesús acoge con generosidad la voluntad del Padre, impulsándonos a realizar la misma actitud de docilidad y amor. La palabra de Dios, en este domingo, es un preámbulo a vivir el misterio de la Cruz que es salvación para el creyente. Por ello, el discípulo se forja en la medida en que se dispone a asumir con el maestro la experiencia de la Cruz, aunque ésta no sea fácil de comprenderla dentro de la comunidad. Que el encuentro con Jesús, en su Misterio Pascual de pasión, muerte y resurrección, se convierta para nosotros en un espacio de fortalecimiento de nuestra fe y de renovación para nuestro espíritu cristiano y, así, recordemos que: “Somos verdaderos dispensadores de la gracia de Dios cuando trasparentamos la alegría del encuentro con Él” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, consagradas, seminaristas y sus familias, Coliseo la Macarena, Medellín, 9 de septiembre de 2017). Cristo nos llama a vivir con amor esta semana mayor y nos invita para que este tiempo sea para todos nosotros la oportunidad de renovar permanentemente nuestro encuentro con Él.

Jue 15 Mar 2018

La obediencia es un valor para construir paz

La obediencia es un valor o cualidad que no se recibe automáticamente, hay que aprenderlo. El valor refleja la aceptación, el compromiso frente a la realidad histórica. Obedecer es bueno para las buenas relaciones, convivencia, para la paz, la armonía con los demás. Tarea: - Analizar cómo está la aceptación de la obediencia frente a la autoridad de los demás, incluida la autoridad de Dios. - Inculcar en su comportamiento y en el comportamiento de los demás una sana obediencia. - Haz el compromiso de obedecer amorosamente a tus padres esta semana.

Jue 15 Mar 2018

Caminemos a la Pascua con un corazón contrito

Primera lectura: Jr 31,31-34 Salmo Sal 51(50),3-4.12-13.14-15 (R. 12a) Segunda lectura: Hb 5,7-9 Evangelio: Jn 12,20-33 Introducción Ya está cerca la Pascua, el camino que se ha recorrido en esta cuaresma, nos ha preparado para vivir a plenitud el misterio de la Pascua de resurrección del Señor. Isaías nos va a recordar que la nueva alianza del pueblo ya no es con la frialdad de las tablas de la ley escritas en piedra, el pueblo llevará la ley grabada en su corazón, esto lo llevará a ser más misericordioso y a descubrir cómo Dios se sigue revelando a su pueblo tal cual es. La actitud cristiana, en la cuaresma, de mantener un corazón contrito, arrepentido y abierto al perdón, nos dispone a encontrarnos con Jesús y acogerlo como el reparador de los corazones lastimados por el pecado. Estos días son, para el creyente, un espacio para estar alerta a no caer en las tentaciones que se nos presentan en la vida espiritual; los mal llamados dioses de la sociedad nos pueden engañar: la idolatría al mercado, al dinero fácil, al relativismo y a otros distractores que pueden alejar nuestra vida de la fidelidad a Dios y del reconocerlo como el Señor único y verdadero. El corazón del cristiano está llamado a mantenerse en permanente estado de reconocimiento de las bondades de la alianza, para no alejarse del amor de Dios. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Una de las características históricas del pueblo de Israel es su relación con Dios, por medio de las alianzas. Es así como lo vamos a encontrar siendo fiel o faltándole al Señor en su noble propósito de mantenerse firme a sus promesas. La profecía de Jeremías, en su tercera parte -libro de la consolación-, va a detenerse en la importancia de renovar la promesa con Dios, de grabar en su interior y en el corazón el reconocimiento de ser uno para el otro: “… yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”, un juramento inquebrantable, tanto para Dios, como para el pueblo. Esto le lleva a Israel a reconocer al único y verdadero Dios, que para el pueblo de Israel y también hoy para nosotros, se convierte en un llamado constante al discernimiento, al buscar cómo sacar de nuestra mente y del corazón, todo aquello que no nos deja reconocer la primacía del Señor en nuestro camino a la santidad. En consonancia con la aclamación del profeta Jeremías y la fidelidad a Dios, el salmo 51 conocido como “el Miserere”, dispone el corazón a la pureza y a la renovación interior, acción que la misma palabra de Dios hace en la transformación de corazones de piedra a corazones de carne. Pedir en este salmo la pureza de corazón, no es más que disponerse a vivir esa “nueva alianza” que el profeta Isaías nos recordará en la primera lectura. Si con el profeta renovamos el corazón, con el salmista nos disponemos a hacerlo de una manera mucho más efectiva y afectiva. La carta a los Hebreos es una constante evocación de las virtudes de Cristo, como el mesías e Hijo de Dios encarnado en la historia de la salvación. Por ello, va a destacar la manera cómo Jesús se va preparando, para cumplir con la voluntad del Padre. Es, a través de la obediencia que el Hijo va a exaltar la gloria del Padre. Este sermón a los Hebreos, nos evoca el relato de la plegaria de Jesús en el huerto de Los Olivos, lugar en donde Él descubre la voluntad del Padre y se dispone a cumplirla, renunciando a la tentación del poder por la entrega gloriosa en la cruz. La mejor manera de expresar el contenido de esta lectura es afirmando que Cristo aprendió sufriendo a obedecer para entender la voluntad del Padre. En el evangelio de Juan, evocamos un relato en donde se va a reconocer en Jesús el verdadero hijo de Dios, que “ha salido del Padre y vuelve al Padre”. Toda la reflexión teológica del evangelio de Juan está centrada en la glorificación del Padre, a través del Hijo. Jesús, que, en su condición de obediente al Padre, se hace el logos de Dios: “en arkhé en ho logos” prefigura, según el evangelio, la idea fundamental del Dios entre nosotros. Con esto, el evangelista Juan nos introduce a un texto que va a desarrollar en tres pascuas su experiencia divina y cercana con el Padre. Jesús es la palabra del Padre, la manera de expresarse Dios, la forma en que Dios entra en la humanidad, se encarna en los dolores, sufrimientos, alegrías y esperanzas de su pueblo. En la estructura del texto del evangelio de Juan, de este domingo de cuaresma, vamos a encontrar el momento del retorno del Hijo al seno del Padre. Y es, en este texto, con el que meditamos hoy, en el que el anuncio de la glorificación del Hijo de Dios -o el retorno de Jesús a la experiencia del padre-, evidencia la manera cómo Dios le da a su Hijo la potestad sobre todo y en todo. El evangelista Juan, va a señalar una de las paradojas más retadoras para el cristiano, hoy: “quien ama su vida la pierde”. El mensaje del evangelio en este contexto cuaresmal va a marcar una pauta importante, ¿en qué estamos invirtiendo nuestra vida?, ¿cuál es el valor que le damos a ella?, ¿qué estamos dispuestos a perder? En una sociedad, como lo ha denunciado el Papa Francisco, “del descarte”; la vida se ha convertido en vulnerable y frágil. Defenderla es comprender el mensaje del evangelio de la esperanza y del amor para con los más desfavorecidos de la sociedad. La experiencia del evangelio es una vivencia constante, del amor desprendido de Jesús, en el mensaje glorioso de la cruz. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Es necesario que, ante tantos “cúmulos grises”, generados por la insensibilidad a la vida y a la deshumanización del mundo, el cristiano sea un comprometido con la causa de la defensa de una vida diferente, desprendida, arriesgada, audaz y llena de los valores del evangelio. Aferrarse a esta vida es ponerse en función de una sociedad superflua, que necesita recobrar el sentido de su caminar. Contemplar la vida de Cristo, es reconocer que su existencia no está manchada por el pecado, pero que, tampoco, está libre de sentir las necesidades humanas. Es reconocer en él un Dios humano, cercano y que vive en la carne sufriente de los rostros humanos. Es allí, donde el evangelio invita a todos a ser servidores, unos de otros, para la glorificación del Padre por el Hijo. En medio de un mundo que nos quiere robar la vida y la alegría de amar y ser amados, y siguiendo la enseñanza del Papa Francisco, en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, encontramos una invitación, para todos los cristianos, a guardar el tesoro de “la alegría del Evangelio”, pues, en sus palabras, “… llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y continúa más adelante diciendo: “Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (Cfr. EG 1). Contrario al espíritu del mundo, que nos quiere llenar de falsas alegrías. El evangelio es, per se, la alegría desbordante del Hijo en el Padre, que se revela glorificando a Dios, en medio de las necesidades de los miembros del Cuerpo místico de Cristo. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Dejar caer la semilla del evangelio, para que muera, en la tierra fértil del corazón de un cristiano, no es otra cosa que dejar que la alegría del evangelio y la esperanza, no dejen de dar frutos en la construcción de la paz y la reconciliación de nuestro país. “No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Villavicencio, 8 de septiembre de 2017). Cada día estamos llamados a renovar nuestro pacto con Dios, “somos su pueblo”: “Él es nuestro Dios”; responder al llamado de la palabra en este domingo es permitir que todo lo que somos anime nuestro ser a dejar que Dios mismo se haga parte de nuestra historia. Esto nos exige un corazón, dispuesto a acoger el don que el Señor nos quiere dar. Dejar caer el trigo hasta que muera en la tierra de nuestra esperanza y de los frutos abundantes para nuestro camino, no es otra cosa que permitirle a Dios ser el sembrador en nuestra tierra, de manera que podamos preguntarnos, ¿qué tipo de tierra soy, y para qué semilla estoy aportando mi tierra? ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Por medio de tres signos concretos, la palabra de Dios, en este domingo, nos dispone a salir al encuentro con Cristo: El primero es el deseo permanente de querer ver al Señor; “cuando lo hiciste con uno de éstos, -el más pequeño-, lo hiciste conmigo”. El estar con Cristo me anima a salir a encontrarlo en la vida cotidiana, en la fraternidad permanente, en la comunidad que me alienta a reconocerlo. El segundo, nos anima a no tener miedo de perder para ganar a Cristo. Sólo en la medida en que nos dispongamos al servicio, podremos disponer nuestra vida al encuentro con los más frágiles y necesitados; Allí está la ganancia del cristiano. En el tercer signo, Cristo nos anima en su palabra a ser fieles como lo indica el profeta Jeremías. De esta manera daremos Gloria a Dios, dejando que nuestra vida sea agradable a él y, con ella, podamos servirlo en aquellos que hacen parte de las periferias existenciales de nuestra sociedad. En palabras del Papa Francisco, en su Visita Apostólica: “Los invito a no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia y de la historia de su gente. Háganlo con humildad, sin la vana pretensión de protagonismo, y con el corazón indiviso, libre de compromisos o servilismos” (Encuentro con los obispos de Colombia, Salón del Palacio Cardenalicio, Bogotá, 7 de septiembre de 2017).

Jue 8 Mar 2018

Dediquemos nuestro tiempo a las buenas obras

El que obra perversamente detesta la luz y prefiere las tinieblas. Las obras tienen un efecto en las personas y la sociedad. Dediquemos nuestro tiempo a hacer buenas obras, para eso nos creo Dios. Una buena obra genera paz, alegría, fraternidad, solidaridad y la cultura del encuentro. Gastemos el tiempo y la vida que el Señor nos da en buenas obras. Tareas: - Frente a Jesús reconoce si tienes en tu vida obras de tinieblas y conviértete. - Didica tu vida a hacer buenas obras y que no pase un día sin haber hecho una buena obra que alegre tu vida, la de tu familia o la de la comunidad. - Comparte este video como una buena obra para evangelizar.

Jue 8 Mar 2018

Conversión desde el amor de Dios

Primera lectura: 2Cro 36,14-16.19-23 Salmo Sal 137(136), 1-2.3.4-5.6 (R. 6a) Segunda lectura: Ef 2,4-10 Evangelio: Jn 3,14-21 Introducción Las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma coinciden en demostrarnos que el relato del pecado e infidelidad del hombre a Dios es paralelo a la historia del perdón y amor de Dios al hombre (primera lectura), manifestados en su Hijo, Jesucristo (segunda lectura), a quien el Padre entregó al mundo para salvación de cuantos creen en él (evangelio). Este cuarto domingo de Cuaresma, se llama “Laetare", por la antífona de entrada de la Misa, tomada del libro del Profeta Isaías: “¡Alégrate, Jerusalén! Que se congreguen todos los que te aman; que se regocijen con júbilo los que estuvieron tristes; que exulten y se sacien de su maternal consolación”. (Is. 66, 10-11). Como se ve, la liturgia de este Domingo propone como reflexión el tema de la alegría, pues se acerca el tiempo de vivir nuevamente los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; por eso se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma, predominando el carácter alegre (litúrgicamente hablando), manifestado en el color rosado de los ornamentos, las flores para adornar el altar y los instrumentos musicales para la Misa. Si se toman como elección las lecturas del Ciclo A, para este domingo, llamado Laetare (alegraos), tenemos para la reflexión el tema de la luz. En efecto, la relación entre el Misterio Pascual, que nos disponemos a celebrar, el bautismo y la luz, viene acogida por un versículo de la segunda lectura: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”; idea que se desarrollará más en el prefacio del ciego de nacimiento, correspondiente para esta celebración: “Cristo, por el misterio de la encarnación, condujo a la claridad de la fe al género humano que caminaba en tinieblas, y por el Bautismo transformó en hijos de adopción a quienes nacían esclavos del pecado”. Esta iluminación, inaugurada en el Bautismo, se fortalece cada vez que recibimos la sagrada Eucaristía. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Las tres lecturas de hoy coinciden en demostrarnos que el relato del pecado e infidelidad del hombre a Dios es paralela a la historia del perdón y del amor de Dios al hombre. En efecto, el pasaje de la primera lectura que leemos, es una síntesis del mensaje fundamental de que hay que ser fiel a Dios para no ser destruido y una mirada esperanzada hacia el futuro, en donde el edicto de Ciro, Rey de Persia, permitiendo el retorno, viene a ser como un nuevo compromiso de Dios en favor de su pueblo; un compromiso que comportará la llamada a ser fiel a la Alianza, tantas veces traicionada por el pueblo escogido. Por su parte, en la segunda lectura, el designio de perdón y de amor de Dios, mantenido y escondido por siglos, en Jesucristo se ha realizado y se ha manifestado a todos los pueblos. Este designio supone la reconciliación del mundo entero, manifestada en la ruptura de la barrera que separaba al pueblo de Israel del resto de la humanidad. Así, la Iglesia es el nuevo pueblo que nace de este designio amoroso y salvador de Dios. Finalmente, en el Evangelio, contemplamos cómo Dios por medio de su Jesucristo, ha hecho pasar a la humanidad de la muerte a la vida para salvación de cuantos creen en él. En la entrevista de Jesús con Nicodemo, podemos destacar: La oferta de vida y salvación por Dios para todo el que cree en su Hijo, unigénito. Esta oferta de salvación Dios la hace por puro amor: «tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que el mundo sea salvado por él». La finalidad de Dios con el hombre es su salvación y no su perdición o su condenación. Dios da otra oportunidad, no nos trata como merecemos por nuestros pecados. Dios no quiere que perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Dios ama al hombre y porque lo ama lo ha perdonado. Respuesta libre del hombre a Dios: aceptación o rechazo, opción por la fe o la incredulidad, la luz o las tinieblas. El hombre responde a Dios con la fe o con la incredulidad: «el que cree en el Hijo de Dios no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios». La fe es el criterio último de vida y salvación, como se afirma en la primera conclusión del cuarto evangelio, «escrito para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre». Podemos subrayar que las lecturas de este domingo insisten en que Jesucristo es el signo de esa gratuidad, amor y ternura de Dios para con el hombre, que no quiere su perdición sino su vida. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? La Palabra de Dios nos invita a mirar más allá de la triste realidad de nuestro pecado, mirando a Dios, quien es fuente de infinita Misericordia y quien nos devuelve la alegría de la salvación. Es una nueva invitación a convertirnos de corazón hacia Dios, para amarlo y cumplir sus preceptos, que nos hacen libre. La realidad es que todo proviene de Dios, todo es obra de su gracia y no mérito humano alguno; esta obra de amor y reconciliación Dios la ha realizado uniéndonos a Jesucristo en su evento de muerte y resurrección, de este modo, nos hace vivir todo cuanto Él ha vivido, nos ha resucitado en su Hijo. Este amor y reconciliación de Dios, la obra de su gracia y misericordia en nosotros, nuestra unión con Jesucristo, se notará en nuestro modo de vivir, en nuestras buenas obras. ¿Qué me sugiere la Palabra que debo decirle a la comunidad? El mensaje concreto para nosotros hoy es: Dios nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras que él mismo determinó que practicáramos. Así lo concluye san Pablo en la segunda lectura. No podemos alegar méritos propios, pero no se excluyen las buenas obras, pues, aunque estas no salvan por sí solas, son el fruto necesario y el signo fehaciente de esa salvación de Dios. No basta sólo una fe teórica e inactiva, es necesario un compromiso de cada uno de nosotros desde las buenas obras. Un cristiano convencido en su fe evita toda obra mala que lo conduzca al camino del egoísmo y a lo que la Sagrada Escritura ha llamado las obras de la carne: la fornicación, la impureza, la idolatría, las enemistades, los celos, los rencores, las orgias y cosas por el estilo. En cambio, siempre se deja guiar por lo que son las obras del Espíritu: el amor, la alegría, la paz, la mansedumbre, el perdón, la comprensión, el servicio, la bondad, la lealtad, la amabilidad y el dominio de sí. Nos enseña el Papa Francisco, en la homilía de la Misa, en Medellín, que para responder a la invitación que el Señor nos hace en la realidad concreta que estamos viviendo en Colombia, es preciso la renovación que supone sacrificio y valentía ante “tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz”. (Homilía, Aeropuerto Enrique Olaya Herrera, Medellín, 9 de septiembre de 2017). Cada uno debe hacer una revisión de vida personal, comunitaria, ¿cómo estoy llevando mi compromiso de bautizado, de hombre transformado por Cristo? ¿Cómo va mi proceso de conversión en esta Cuaresma? ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Celebramos hoy el domingo de la alegría cuaresmal. Es esta una celebración marcada por el gozo de prepararnos a vivir próximamente el Misterio Pascual de Cristo en toda su plenitud. Sentimos el gozo de sabernos perdonados por Dios y salvados por su amor; escuchamos su llamado para estar más cerca de él, y a la vez somos conscientes que él espera nuestra respuesta generosa. La liturgia es presencia viva de Cristo en medio de la comunidad. >>> DESCARGA LA PREDICACIÓN ORANTE