
Tercer Rosario Nacional: “Colombia en el corazón de María”
Vie 9 Mayo 2025
El próximo martes 13 de mayo a las 11:00 a. m., se llevará a cabo el Tercer Rosario Nacional bajo el lema “Colombia en el corazón de María”, una convocatoria espiritual que busca unir a los fieles del país en oración por las familias colombianas.El evento tendrá lugar en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, santuario mariano nacional, y será transmitido por distintos medios de comunicación a nivel nacional e internacional.La iniciativa es organizada por el Santuario Mariano Nacional de Nuestra Señora de Chiquinquirá, el movimiento Lazos de Amor Mariano y la Familia Religiosa Fricydim - Mater Fátima, con el objetivo de fortalecer los lazos de fe y esperanza en el marco del Jubileo de la Esperanza convocado por el papa Francisco para el año 2025.En un contexto marcado por desafíos sociales y espirituales, esta jornada busca ser un espacio de encuentro con Dios y de unión entre los colombianos. Los organizadores extienden una invitación fraterna a obispos, sacerdotes, comunidades religiosas, movimientos eclesiales, medios de comunicación y, especialmente, a las familias, a participar de este acto de fe como peregrinos de esperanza, gracia, perdón y caridad.Para más información y detalles sobre cómo participar activamente en la jornada, se pueden consultar las redes sociales oficiales del evento: @materfatima_col. Además, está disponible el comunicado de prensa con la invitación oficial al Rosario Nacional.¡Colombia en el corazón de María!

La devoción a San José: un legado de esperanza y fe que celebrará la Arquidiócesis de Ibagué durante el IV Congreso Josefino
Jue 20 Mar 2025
A propósito de la reciente celebración de la fiesta litúrgica de San José, la Arquidiócesis de Ibagué se prepara para vivir su IV Congreso Josefino, un momento especial de reflexión, formación y oración entorno a la profunda devoción de esta Iglesia particular por el custodio de la Sagrada Familia y patrono de la Iglesia Universal. En esta ocasión, el congreso se llevará a cabo del 21 al 23 de marzo bajo el lema “San José, hombre de la Esperanza, lleno del Espíritu Santo".Más que un evento, la Arquidiócesis buscará que el congreso se convierta en un testimonio concreto del profundo amor que sus comunidades tienen hacia San José, aquel hombre justo que supo vivir en esperanza y confianza en las promesas del Padre; un ejemplo para todos los fieles.La vida del santo Patriarca, marcada por la docilidad al Espíritu Santo, inspira a la Arquidiócesis de Ibagué a seguir caminando en la fe y a fortalecer su misión evangelizadora, especialmente en este año jubilar 2025, en el que esta jurisdicción del departamento del Tolima celebra 125 años de la creación como Diócesis y 50 años de su erección como Arquidiócesis.Monseñor Orlando Roa Barbosa, arzobispo de Ibagué, ha convocado a este encuentro como una oportunidad para profundizar en la espiritualidad josefina y para seguir el itinerario del Plan Arquidiocesano de Evangelización, que este año se centra en el anuncio kerigmático y en la acción del Espíritu Santo. “El IV Congreso de San José es un momento muy importante en la vida de nuestra Arquidiócesis, que ha visto florecer y fructificar el conocimiento, devoción y amor a San José”, expresó el prelado.El congreso contará con la participación activa de otros obispos de esa Provincia Eclesiástica: monseñor Marco Antonio Merchán Ladino, de la Diócesis de Neiva; monseñor Miguel Fernando González Mariño, de la Diócesis de El Espinal. Además, con la presencia de monseñor Flavio Calle Zapata, arzobispo emérito de Ibagué. Sus ponencias abordarán la figura de San José como modelo de esperanza y de docilidad al Espíritu Santo, invitando a los fieles a imitar su ejemplo en la vida cotidiana.El IV Congreso Josefino iniciará el viernes 21 de marzo con una Eucaristía en la Catedral Metropolitana Inmaculada Concepción, seguida de un concierto de órgano dirigido por el padre Óscar Andrés Torres Ávila. Durante los días 22 y 23, en el Colegio Tolimense, se alternarán enseñanzas, momentos de oración y testimonios, culminando con una peregrinación a la Catedral y una Santa Misa el domingo 23 de marzo, donde los participantes podrán ganar la Indulgencia Plenaria.Aunque el congreso es presencial, la Arquidiócesis de Ibagué ha dispuesto que quienes no puedan asistir puedan seguirlo a través de las redes oficiales y de la emisora online arquidiocesana (www.lainmaculadaibague.com). Esto permitirá que la devoción a San José trascienda fronteras y llegue a todos los rincones del país.La devoción a San José en Ibagué no se limita a los congresos, que ya son emblemáticos, sino que se manifiesta en los grupos josefinos de las parroquias, en el culto eucarístico, en las obras de caridad y en las expresiones populares de fe. Este IV Congreso es, por tanto, una oportunidad para renovar el compromiso con el santo Patriarca y para seguir construyendo una Iglesia llena de esperanza, guiada por el Espíritu Santo.Vea a continuación el mensaje de monseñor Orlado Roa Barbosa:

Papa León XIV: la elección y el inicio de su pontificado desde la experiencia de los cardenales colombianos
Mar 13 Mayo 2025
¿Cómo vivieron el Cónclave los cardenales colombianos? ¿Fue sorpresa para ellos la elección del Papa León XIV? Desde su perspectiva, ¿Qué viene para la Iglesia con el nuevo Pontífice? En el último informe de la Conferencia Episcopal de Colombia desde Roma, el cardenal Luis José Rueda Aparicio, el cardenal Rubén Salazar Gómez y el cardenal Jorge Enrique Jiménez Carvajal, dan respuestas a estos interrogantes a través de sus testimonios.Además, le contamos detalles de los mensajes que dio el pontífice durante su primer Regina Coeli rezado este domingo y de su encuentro especial con parte de los periodistas presentes durante estos días en el Vaticano.Vea el informe a continuación:

Papa León XIV: Emotiva celebración de la Iglesia colombiana tras el anuncio del nuevo pontífice
Vie 9 Mayo 2025
Este jueves, 8 de mayo, los 133 cardenales que participaron en el Cónclave 2025, entre ellos, el cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y primado de Colombia, bajo la luz del Espíritu Santo, eligieron al 267º Obispo de Roma. El cardenal Robert Francis Prevost es el nuevo sucesor del Apóstol Pedro.El Papa León XIV se convierte en el primer Papa agustino y primer papa norteamericano de nuestra Iglesia, ha estado en Colombia y conoce muy de cerca la realidad del país y de latinoamérica. Durante muchos años ha sido misionero y obispo en Perú. Su lema episcopal es «In Illo uno unum», palabras que San Agustín pronuncia en un sermón, la Exposición sobre el Salmo 127, para explicar que «aunque los cristianos somos muchos, en el único Cristo somos uno».Mientras en la Plaza de San Pedro, millones de personas, tras conocer el anuncio y ver al nuevo Pontífice, gritaban "¡Viva el Papa León XIV!", en Colombia, los arzobispos reunidos en Comisión Permanente, en compañía del Nuncio Apostólico, viendo la transmisión, no pudieron contener su alegría y gratitud al ver al nuevo Papa que el Espíritu Santo le ha dado a la Iglesia Universal. Los obispos colombianos también se han unido en acción de gracias y han convocado a la oración por el Papa León XIV. Han convocado a todas las parroquias del país para que el próximo domingo 11 de mayo, en la Solemnidad de Jesucristo, Buen Pastor, se celebre la Eucaristía en acción de gracias a Dios por el don del nuevo Papa.Vea los momentos más emotivos, entrevistas y hechos destacados en el especial informativo de la Conferencia Episcopal de Colombia:
CONTRA LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR, EL AMOR INTRAFAMILIAR
Vie 9 Mayo 2025

Por Monseñor Héctor Cubillos Peña - Asistimos en la actualidad a un ataque a la familia desde múltiples frentes que la alcanzan y la hieren en muchas dimensiones de su naturaleza y de su desarrollo en la vida de los seres humanos y en la sociedad. Amenazas que quieren destruir su unidad, su constitución, su vigencia, sus contribuciones al desarrollo de la sociedad, a la destrucción del amor y de la vida misma.
Una de esas amenazas, no la única, es la violencia que se experimenta al interior en el campo de las relaciones entre sus miembros. Los relatos de hechos y las estadísticas indican hasta dónde se ha extendido esta situación interior que afecta profundamente la integridad de las personas. La pasada pandemia, vivida y sufrida, puso a la luz el dolor y el sufrimiento en el seno familiar. Violencia en las parejas, violencia entre padres e hijos, violencia entre hermanos debido precisamente al confinamiento en los hogares especialmente en las ciudades. En esas circunstancias los miembros de las familias tuvieron que soportar las agresiones, la intolerancia, los insultos, la incomprensión, la impaciencia y las dificultades para llegar al perdón y la reconciliación. Particularmente, se manifestó en múltiples formas la violencia contra la mujer.
Esta violencia intrafamiliar, no se puede afirmar que fuera generalizada; pues hubo grupos familiares que lograron vivir con fortaleza para superar estos desafíos.
En general, se puede afirmar sin ninguna discusión que la violencia es en definitiva ausencia de amor, de respeto, de paciencia, y esto se da en todos los niveles sociales, culturales y económicos de la sociedad. La violencia, es ante todo una manifestación de lo más profundo del corazón. En general, ella está presente como amenaza y como realidad en todos los lugares en donde se manifiestan las relaciones humanas. Colombia es una sociedad invadida por la violencia.
En sí misma la violencia busca la destrucción y el mal; es la enemiga de la vida y el amor. Su máxima expresión es la muerte. Todos los días se asiste a noticias de asesinatos que hieren el corazón de todos. La violencia intrafamiliar no está exenta de esta realidad; la muerte de Abel por Caín es una prueba de ello (Gn 3). La violencia mata las relaciones más profundas del ser humano. Ella destruye la vida, destroza el corazón, causa heridas que no se pueden borrar; incentiva el odio y la venganza; hace más difíciles el perdón y la reconciliación; hace de los hogares escenarios de guerra; la violencia en la familia es manifestación del ansia de poder y dominio. El machismo del hombre amenaza el reconocimiento de la dignidad y los derechos de la mujer. La violencia en el ejercicio de la autoridad hace que se llegue a los enfrentamientos intergeneracionales. La violencia intrafamiliar fomenta la drogadicción y el madresolterismo como búsqueda de salida y huida a las dificultades intrafamiliares. La violencia crea grandes desequilibrios en el desarrollo de la madurez de los hijos. A causa de estas situaciones se pierden los valores fundamentales de la vida humana, individuales y sociales. Además, las legislaciones de los Estados amenazan los grandes pilares y principios de la familia: la fidelidad y la generación y cuidado de la vida.
Ciertamente hoy se vive en ambiente de violencia en la vida social: la inseguridad, las diferentes formas de agresión, el irrespeto a la dignidad de los demás. Los diferentes medios de comunicación y las redes sociales no solo dan cuenta de la violencia, sino que también llegan a alimentarla como las redes sociales, el cine, la televisión o el internet.
Hay una atención especial a la defensa de los derechos, pero no tanto a la práctica de los deberes para con los demás. La violencia no solo se da en el seno familiar sino también en las instituciones educativas, la intolerancia se experimenta con gran facilidad. Los esfuerzos que se realizan en la búsqueda del respeto y la convivencia pacífica no obtienen los resultados deseados.
En este contexto es necesario atender con una mayor aplicación y atención a lo que debe ser la vida familiar y a su puesto y servicio a la sociedad, pues está el principio conocido que afirma que “la familia es la cédula de la sociedad”.
El Papa Juan Pablo II presentaba una descripción de lo que es lo esencial de la familia como institución humana: “la familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Su primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas…sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas…sin el amor del hombre no puede vivir…si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente” (FC 18)
La violencia al interior de la familia es por tanto falta de amor. El que no ha tenido la oportunidad de recibir y experimentar el amor no lo puede tener para hacer de su familia un verdadero hogar de perdón, respeto y paz; tampoco puede aportar a la construcción de una sociedad verdaderamente humana. La familia es la casa y la escuela del amor porque el amor es el que posibilita la práctica de los valores esenciales de la convivencia. Una sociedad será por tanto lo que sean sus familias. Está científicamente probado que es en los primeros años de vida cuando se siembran las disposiciones y principios que comprenden el amor en su sentido amplio; después ya será más difícil. Es triste ver como las instituciones educativas buscan sembrar lo que no fue sembrado en la vida familiar.
El amor implica su educación su formación en las personas; la familia es por tanto escuela de amor. Hay que formar en el amor y para el amor; y, esta es la tarea y responsabilidad de los padres de familia, es un derecho y un deber que son inalienables, que necesariamente pide la colaboración de la misma sociedad mediante sus instituciones públicas y privadas. El amor es educado para la convivencia en el seno de la familia y para la construcción de la sociedad. Si hay tanta violencia en la sociedad, es porque falta el amor desde la familia.
Dice el Concilio Vaticano II: “puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos” No hay nada ni nadie que pueda apropiarse de esta responsabilidad de los padres. El Estado nunca podrá usurpar este derecho, pero sí ayudar a que los padres lo cumplan. La educación en el amor ha de formar personas humanas integras, como ciudadanos y forjadores de sociedad, de justicia y de convivencia social digna, honesta, de justicia y libertad. Es a partir de la familia como una sociedad podrá salir de la destrucción que produce la violencia para encaminarse por las sendas de la paz y el desarrollo.
De acuerdo con los planes de Dios manifestados y propuestos a los discípulos de su Hijo y que conforman su familia, en la Iglesia que es familia, la familia tiene una importancia suprema por cuanto ella está llamada a reflejar en su vida del amor de Dios y a contribuir en la misión que recibió de su divino Fundador.
Dice el Papa Juan Pablo II: la familia cristiana es “comunidad íntima de vida y de amor” (FC 50) y ha de seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesús sobre la unidad y la comunión. La violencia es un pecado contra el amor y este mal puede ser expulsado por la fuerza de la gracia divina. Todos los miembros de la familia cristiana, fieles al amor de Dios pueden, en sus relaciones inspiradas por la caridad cristiana, realizar la vida familiar como escuela y hogar de vida, diálogo, cariño, respeto y solidaridad para la formación de sus miembros según el ejemplo de vida de Jesús y de acuerdo con los valores del Evangelio.
La familia es también llamada “Iglesia doméstica” es decir, una realidad humana social en donde se vive el amor a Dios y el amor a los demás; por esto la familia está llamada a contribuir al desarrollo de la sociedad y a la construcción de la familia de Dios, la Iglesia. Donde hay amor no hay violencia y por tanto allí está Dios, porque Dios es amor.
Ante tanto ataque y destrucción que las familias están sufriendo, es necesario que aquellas que Dios ha bendecido con la unidad y el amor, creyentes o no creyentes, se acerquen al dolor para que puedan volver llegar a reinar la convivencia y la paz mediante la solidaridad y la atracción del testimonio. El daño está siendo muy grande y el dolor ha alcanzado a miles de seres humanos niños, jóvenes, adultos y ancianos. Es necesario manifestar la oposición a todas las leyes y propuestas que matan el amor y a la vez, proponer el verdadero camino del amor y de la paz para la consecución del bien, el amor y la felicidad de las personas, familias y sociedades. Las familias cristianas tienen una luz y un camino seguro en el mandato del Señor de la caridad, que es enseñanza y fuerza para implantar el Reino del Amor. Todos son llamados a actuar para vencer la violencia intrafamiliar para que reine el amor intrafamiliar.
LA IGLESIA SINODAL: ES UN SIGNO NECESARIO PARA EL MUNDO DE HOY
Mié 7 Mayo 2025

Por Rev, Monseñor Fadi Bou Chebl, Exarca Apostólico para los fieles del Rito Maronita. LA IGLESIA SINODAL: ES UN SIGNO NECESARIO PARA EL MUNDO DE HOY, en el contexto actual, marcado por profundas divisiones y desafíos sociales, la Iglesia Católica a través de su Santidad el Papa Francisco ha planteado el modelo de la sinodalidad que se vive en la comunión, participación y misión, en un mundo cada vez más plural y secularizado. La sinodalidad, entendida como el caminar juntos, se presenta no solo como una estructura de gobierno o una metodología pastoral, sino como un signo profético y necesario que refleja la voluntad de Dios para su pueblo en este momento histórico. Este artículo explora la relevancia de la Iglesia sinodal en el mundo de hoy, basándose en fundamentos bíblicos y teológicos que subrayan la necesidad de caminar juntos hacia la misión común, por el bien de todo ser humano.
1. Fundamentos Bíblicos de la Sinodalidad
El concepto de sinodalidad tiene sus raíces en las Escrituras, donde se observa un constante llamado a la unidad y a la comunión entre los creyentes. Desde el inicio del cristianismo, la Iglesia ha sido llamada a ser una comunidad en la que todos los miembros participan activamente en la vida y misión del Cuerpo místico de Cristo. En los Hechos de los Apóstoles, se narra cómo la primitiva comunidad cristiana vivía una experiencia de comunión profunda: "todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común" (Hechos 2:44). Esta imagen de la Iglesia no es simplemente una descripción de un tiempo pasado, sino un modelo que debe ser revivido y actualizándose constantemente en la vida eclesial.
El Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen Gentium, recuerda que la Iglesia es el Pueblo de Dios, un pueblo en marcha hacia la plenitud del Reino de Dios. La sinodalidad se muestra, por tanto, como un modo de ser Iglesia en el que cada miembro, desde su lugar, tiene una participación activa en la vida de la comunidad eclesial. Esta participación no es solo una cuestión administrativa, sino que responde a un mandato bíblico: "Porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28). La sinodalidad, entonces, es un signo visible de la unidad y la comunión que deben caracterizar a la Iglesia.
Además, la sinodalidad refleja el modelo de Jesús, quien llamó a sus discípulos a caminar juntos, compartiendo la misión del Reino de Dios. En el Evangelio de Mateo (18:20), Jesús afirma: "Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Esta promesa de la presencia de Cristo en la comunidad es central para comprender la sinodalidad: la Iglesia no es solo una organización humana, sino el lugar donde se realiza la presencia activa de Cristo en el mundo.
2. Fundamentos Teológicos de la Sinodalidad
La sinodalidad también tiene un fundamento teológico profundo. La Iglesia, en su origen y en su misión, es una realidad trinitaria. Así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están unidos en una perfecta comunión de amor, la Iglesia debe reflejar esa comunión en su vida interna y en su relación con el mundo. La sinodalidad, entendida como un caminar conjunto, es una forma de vivir la comunión eclesial en la que todos los miembros se reconocen como miembros de un solo Cuerpo, con una misma misión y bajo una sola cabeza que es el mismo Señor.
El Papa Francisco, al convocar el Sínodo sobre la Sinodalidad, ha destacado que la sinodalidad implica un "escuchar" mutuo entre los miembros de la Iglesia, un escuchar que no es solo humano, sino que es un abrirse al Espíritu Santo, quien guía y sostiene a la Iglesia en su peregrinaje por la historia. El Espíritu Santo es el principio de unidad en la diversidad, y es en Él que se hace posible la sinodalidad: "El Espíritu Santo, que nos reúne y nos convoca a la misión, también es quien nos guía en este camino común hacia la plenitud del Reino de Dios".
En este sentido, la sinodalidad tiene un carácter eclesiológico y pneumatológico, pues implica tanto una profundización de la comunión eclesial como una apertura al Espíritu que mueve a la Iglesia hacia la misión. La Iglesia sinodal no es un espacio de poder o de autoridad jerárquica centrada en unos pocos, sino una comunidad donde todos, en su diversidad, son llamados a aportar su don y su participación activa en el proceso de evangelización y de discernimiento comunitario.
3. La Sinodalidad como Respuesta a los Desafíos del Mundo de Hoy
En el mundo actual, marcado por la secularización, los conflictos sociales, y las divisiones políticas, la Iglesia sinodal se presenta como un signo de esperanza y unidad. En un tiempo en que la individualidad y la falta de diálogo parecen ser predominantes, la sinodalidad ofrece un modelo de comunidad que da testimonio de la fraternidad y la solidaridad. En este sentido, la Iglesia sinodal se convierte en un signo necesario, porque muestra al mundo que es posible caminar juntos, a pesar de las diferencias, y que el amor de Dios es capaz de sanar las divisiones.
El Papa Francisco ha subrayado que la sinodalidad no es solo un camino para la Iglesia, sino también para el mundo. En una época de grandes desafíos, donde el diálogo y la cooperación parecen escasos, la Iglesia debe ser un faro de unidad, mostrando que la verdadera fuerza se encuentra en la comunión y en el servicio mutuo. La sinodalidad invita a una reflexión profunda sobre cómo vivir como pueblo de Dios en medio de las tensiones y polaridades del mundo contemporáneo.
Conclusión
La Iglesia sinodal es un signo necesario para el mundo de hoy, porque responde a las necesidades profundas de comunión, unidad y participación que la humanidad busca. Fundada en los principios bíblicos y teológicos de comunión en Cristo y la guía del Espíritu Santo, la sinodalidad no solo es un camino interno de la Iglesia, sino también una luz para el mundo. En un tiempo donde las divisiones parecen insuperables, la Iglesia sinodal ofrece un testimonio de que, en Cristo, es posible caminar juntos hacia un futuro de esperanza, justicia y paz.
Rev. Monseñor Fadi Bou Chebl
Exarca Apostólico para los fieles del Rito Maronita.
“Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera” Papa Francisco
Lun 28 Abr 2025

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- El Ministerio del Papa en la Iglesia Católica está fundamentado en la Palabra de Dios cuando Jesús dice: “Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre está piedra edificaré mi Iglesia y el poder de la muerte no podrá con ella” (Mt 16, 18) y cumple su misión evangelizadora con el único propósito de extender el Reino de Dios por todas partes, haciendo presente a Nuestro Señor Jesucristo que transforma la vida de cada creyente. La imagen de Pedro, la vimos plasmada en el Papa Francisco quien ha guiado a la Iglesia por caminos de evangelización en salida misionera.
Como bautizados y creyentes en Cristo nos hemos unido en oración desde el lunes 21 de abril, cuando conocimos la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Entregamos a todos los bau-tizados, creyentes y personas de buena voluntad de la Diócesis esta edición especial del Periódico La Verdad, como un homenaje de esta Iglesia Particular, a quien fue el sucesor de Pedro y Vicario de Cristo desde el 13 de marzo de 2013 hasta el 21 de abril de 2025.
Jorge Mario Bergoglio desde que vivió su ministerio apostólico en Buenos Aires se caracterizó por vivir el Evangelio y el anuncio de Jesucristo en salida misionera y al iniciar su pontificado tuvo la convicción que “Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera” y para eso planteó desde el principio en la Encíclica Evangelii Gaudium (El Gozo del Evangelio) la necesidad de una profunda conversión que consiste “en salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).
Como creyentes y evangelizadores recibimos como testamento espiritual el llamado a una sincera conversión personal, pastoral y de las estructuras, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Iglesia, conscientes que lo que se nos pide a todos es disponernos a la conversión como adhesión personal a Jesucristo nuestra Esperanza y la voluntad de caminar juntos en su seguimiento, siendo este momento inicial la raíz y el cimiento sin los cuales todos los demás esfuerzos resultan artificiales. Esto significa un cambio profundo de actitud, que conlleva a una transformación de nuestra vida en Cristo (Cfr. Documento de Aparecida 278b, 366), para salir en misión a anunciar la alegría del Evangelio: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una simple administración” (EG 25).
Caminando juntos desde la conversión personal, tenemos la fortaleza que nos da la gracia para vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como pensamos y realizamos la pastoral (Cfr. DA 368), en este sentido “la conversión pastoral exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posi-ble que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370).
La entrega y vocación que encarnó en su misión el Papa Francisco fue un gran testimonio para la Iglesia, ya que desde siempre recibió encargos de gran responsabilidad, que, aunque nunca los esperó, los ejerció con generosidad, serenidad y humildad, pero también con seriedad y determinación. El espíritu misionero lo dejó plasmado en su aporte en la reunión de los Obispos en Aparecida, donde colaboró con mucha dedicación en el documento final, que es una hoja de ruta importante del camino evangelizador de la Iglesia en salida misionera.
Para la Iglesia ha sido una gran pérdida, un hombre de fe, un Evangelio vivo que, desde su servicio eclesial y preocupación por la Evangelización en las periferias físicas y existenciales, contribuyó para que el Evangelio de Jesucristo fuera comprendido en los diversos ámbitos en los que se mueve el ser humano. Ahora, en la gloria de Dios, hemos ganado un intercesor que pedirá al Señor, para que la Iglesia, en salida misionera, continúe su misión anunciando a Jesucristo. El Señor en su gran bondad y proveyendo lo mejor para su Iglesia, concede para cada tiempo los pastores eximios a la altura de las exigencias de las épocas, y desde los carismas que el Espíritu Santo infunde en ellos, sirven oportunamente para seguir guiando la Iglesia, en medio de muchas tormentas que intentan derrumbarla, pero con la certeza que “el poder de la muerte no podrá con ella” (Mt 16, 18)
Damos gracias a Dios por la vida y testimonio de Su Santidad, el Papa Francisco, y nos unimos en oración constante con toda la Iglesia Universal, para que esté gozando de la Gloria de Dios que predicó con fe y anunció con fervor por la evangelización.
Pidamos al Señor que siga guiando a la Iglesia por caminos de fe, esperanza y caridad, de manera que todos nos sintamos protegidos por la gracia de Dios y así cumplamos con el mandato misio-nero Sean mis testigos, en el Proceso Evangelizador de nuestra Diócesis, hasta que lleguemos un día a gozar de la plenitud de Dios en su Gloria. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para que practicando la enseñanza que nos ha dejado el Papa Francisco, con su convicción: “Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera” nos ayude a crecer en santidad y a prepararnos también nosotros un día para llegar a la gloria de Dios.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.
+José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
“¡Es Verdad, el Señor ha Resucitado!” (Lc 24, 34)
Jue 24 Abr 2025

Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Con esta fórmula contenida en el relato de los discípulos de Emaús, el evangelista Lucas resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra Fe, toda nuestra Esperanza y la razón de ser de la Caridad, que se tiene que hacer real en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos la resurrección del Señor. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el apóstol San Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17).
La resurrección de Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación decisiva para decirle al mundo que no reina el mal, ni el odio, ni la venganza, sino que reina Jesucristo resucitado que ha venido a traernos amor, perdón, reconciliación, paz y una vida renovada en Él, para que todos tengamos la vida eterna. “¡Es verdad, el Señor ha Resucitado!” (Lc 24, 34), tal como lo atestiguan los evangelistas: “Ustedes no teman; sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28, 5 - 6) y es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación.
Nuestro caminar diario tiene que conducirnos a un encuentro personal con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en testigos del Señor resucitado, para cumplir el mandato dado a los discípulos: “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que SEAN MIS TESTIGOS en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Hech 1, 8).
Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la Fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación. También nosotros en el momento presente somos testigos de Cristo resucitado, que como bautizados estamos llamados a llevar a cabo la misma misión de Cristo de hacer discípulos misioneros por todas partes, “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 - 20).
La certeza que brota de la resurrección del Señor es que Él estará con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 20), dándonos la fuerza del Espíritu para ser testigos del Evangelio. En nuestra Diócesis de Cúcuta recibimos el envío misionero del Señor y con la ayuda de su gracia queremos cumplir su mandato que lo sintetizamos en el lema pastoral para este mes: Sean mis testigos, Anuncien la Resurrección, para que el fruto de nuestra fe profunda en el resucitado sea un encuentro con Jesucristo que nos dé el fervor misionero que le dio a los Apóstoles para ir a anunciarlo vivo y resucitado, incluso hasta dar la vida por Él, experimentando la alegría del anuncio del Evangelio que nos llena de Esperanza y sana todas las divisiones y sufrimientos que vienen a causa del pecado que quiere entrar en la vida y destruir la gracia de Dios que hay sembrada en el corazón.
Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento, es la esperanza y la fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva con mucho entusiasmo a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “¡Es verdad, el Señor ha resucitado¡” (Lc 24 - 34).
La Esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contrariedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Necesitamos esforzarnos constantemente para estar más cerca de Jesús. Tenemos esta posibilidad gracias a su Resu-rrección. Podemos sentir como San Pablo, que dijo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).
Los animo a que sigamos caminando juntos en el ambiente de la alegría pascual y el gozo por la Resurrección del Señor. Que la oración pascual nos ayude a seguir a Jesús Resucitado con un corazón abierto a su gracia, para transmitir el Evangelio invitando a todos en el nombre del Señor, diciéndoles: Sean mis testigos, Anuncien la Resurrección y a dar frutos de Fe, Esperanza y Caridad para con los más necesitados y siempre puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra Esperanza y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, que nos protegen.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.
+José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
LEÓN XIV: RENOVADO IMPULSO PARA LA IGLESIA MISIONERA EN EL SIGLO XXI
Vie 9 Mayo 2025

Por Pbro. Mauricio Rey - Con el corazón aún palpitante por la emoción y el silencio respetuoso que se apoderó de la Plaza de San Pedro, la humanidad ha sido testigo de un nuevo comienzo. El Papa León XIV, recién elegido sucesor de Pedro, ha salido al balcón no como un gobernante, sino como un hermano entre hermanos, como un pastor que llega con los pies descalzos ante el dolor del mundo, con los brazos abiertos para abrazar a todos.
“Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo”, ha citado las palabras de San Agustín, con la sencillez de quien ha comprendido que el verdadero liderazgo nace del servicio humilde y comprometido. Su voz, serena y firme, ha resonado como una invitación clara, “Tenemos que buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera que construya puentes de diálogo, siempre abierta a todos aquellos que tienen necesidad de nuestra caridad, presencia, diálogo y amor.”
No es un lema. No es una frase más. Es una hoja de ruta espiritual para toda la Iglesia. El Papa León XIV nos propone una Iglesia que no se encierra en sus templos, sino que se deja tocar por las heridas del mundo. Una Iglesia que no condena desde lejos, sino que se acerca, escucha, llora, acompaña y, sobre todo, ama sin condiciones.
Su primer gesto ha sido un llamado a la paz. A una paz verdadera, que nace de corazones reconciliados, de pueblos que se miran a los ojos y se reconocen hermanos. No es una paz ingenua, sino valiente. Una paz que exige renunciar al orgullo, tender la mano primero, y apostar por la reconciliación como camino y posterior meta.
El Papa León XIV nos recuerda que ser Iglesia hoy significa estar en movimiento, caminar juntos entre pastores, laicos, consagrados, dejando atrás las comodidades, los miedos, los privilegios, para salir al encuentro del que está caído en el camino. Una Iglesia en salida, como tantas veces lo pidió el Papa Francisco. Una Iglesia madre, no aduana; casa abierta, no fortaleza cerrada.
Y su mirada a Roma no fue casual. Con gratitud y afecto, recordó a esta ciudad como un símbolo del mundo entero. Porque Roma, con sus contrastes, sus luces y sombras, es el reflejo de lo que somos: un mosaico de humanidad que clama por sentido, por justicia, por esperanza. Y allí, en ese clamor, León XIV se hace presente como testigo de la misericordia de Dios.
El nuevo Papa no ha llegado con promesas vacías. Ha llegado con el Evangelio en el corazón y con la firme convicción de que la caridad es el lenguaje más creíble de la fe. Nos anima a dejarnos transformar por el amor, a tocar las llagas de Cristo en los pobres, en los migrantes, en los descartados, en quienes viven la soledad o el rechazo.
Este es el comienzo de una nueva etapa. No se trata de grandes discursos, sino de pequeños gestos cargados de fe. El Papa León XIV ha plantado una semilla, y nos toca a nosotros regarla con nuestra entrega cotidiana. Nos ha recordado que la Iglesia no tiene otro sentido sino el de ser sacramento del encuentro entre Dios y los hombres, y para ello debe estar dispuesta a abrazar a todos, especialmente a los que más necesitan consuelo, dignidad y amor.
Con el papa León XIV, la Iglesia vuelve a mirarse a sí misma como discípula y servidora, como comunidad de creyentes peregrinos, unidos en la esperanza. Y eso nos renueva. Nos llama. Nos compromete. Porque la santidad de nuestro tiempo será misionera o no será. Será puente o será muro. Será luz o será silencio.
Que este nuevo pontificado sea tiempo de gracia. Que caminemos juntos como Pueblo de Dios, unidos en la fe, en la esperanza y en la caridad, con la certeza de que el amor de Cristo todo lo renueva, pues tiene la potencia, la fuerza y la capacidad de hacer nuevas las cosas.
Así sobrevive la gente humilde: minuto a minuto.
Jue 8 Mayo 2025

Por Pbro. Mauricio Rey -Un canto a los que nunca aparecen en los titulares, pero sostienen el mundo desde abajo. Hay vidas que no tienen pausa. Que no pueden darse el lujo de detenerse a planear el futuro, porque el presente les exige todo. Vidas que no transcurren en oficinas ni en cafeterías con wifi, sino en las calles, en las cocinas improvisadas, en los patios de tierra, en los mercados populares. Allí donde cada minuto cuenta, donde cada decisión es una elección entre lo urgente y lo necesario. Así vive la gente humilde, minuto a minuto, con el alma en la mano y los pies firmes en la tierra.
No se trata de pobreza como dato. Se trata de una lucha cotidiana marcada por el ingenio, por la fe, por la solidaridad tejida con manos sencillas. Mientras otros se angustian por el futuro, ellos se preocupan por el hoy, por llegar al final del día con algo de pan y dignidad. No porque no sueñen, sino porque han aprendido que la esperanza se construye paso a paso, sin falsas promesas.
No es poesía ni romanticismo. Es cruda realidad. En los márgenes de nuestras ciudades, en las laderas, en los barrios populares y zonas rurales, la vida no se vive por días ni semanas. Se sobrevive minuto a minuto. La gente humilde no planea vacaciones ni organiza agendas a largo plazo. Ellos organizan su existencia según lo que hay para el almuerzo, según el clima, según si hoy se pudo conseguir algo de trabajo. Su reloj no mide el tiempo, mide la urgencia.
Porque cuando uno no tiene la seguridad del empleo, ni la despensa llena, ni el alquiler garantizado, cada minuto se convierte en una decisión de resistencia. Una madre que parte en dos una arepa para alimentar a sus hijos y se queda sin probar bocado. Un joven que decide no caer en la trampa del delito a pesar de que la necesidad le aprieta la garganta. Un abuelo que cuida con ternura a sus nietos mientras la pensión no alcanza. Estos no son ejemplos aislados. Son rostros concretos. Son historias reales. Son vidas que se narran sin adornos y se sostienen con una fuerza que no se compra ni se aprende en libros.
La gente humilde sobrevive porque ha desarrollado una sabiduría del corazón. Saben cuándo esperar, cuándo ceder, cuándo insistir. Saben que la dignidad no depende del bolsillo, sino de cómo se mira al otro, de cómo se comparte lo poco, de cómo se resiste sin perder la ternura. Por tanto, su lucha no es sólo por la comida, sino por mantener en pie los valores que el sistema les niega: justicia, respeto, humanidad.
Minuto a minuto, levantan a sus hijos para llevarlos al colegio, aunque no haya desayuno. Minuto a minuto, caminan largas distancias para llegar a sus oficios, aunque duelan los pies. Minuto a minuto, agradecen a Dios por un nuevo día, aunque la noche anterior haya sido de incertidumbre. Minuto a minuto, dan ejemplo sin saberlo. Son los verdaderos testigos del Evangelio, los que hacen vida las Bienaventuranzas sin nombrarlas. Porque suyo es el Reino de los Cielos, aunque el mundo no lo vea.
Ellos no viven esperando milagros, pero los provocan. Con su solidaridad, con su capacidad de perdonar, con esa forma tan profunda de acompañarse unos a otros en la necesidad. Hoy, donde muchos tienen de todo y sienten que nada los llena, los humildes tienen poco y comparten mucho. Esa es su riqueza.
Sin embargo, duele que su dignidad sea sistemáticamente negada. Que sus voces no sean escuchadas. Que su trabajo no sea reconocido. Que su sufrimiento se normalice. Duele que se piense en ellos sólo como estadísticas o beneficiarios de programas, y no como protagonistas de su propia historia. Porque tienen voz, tienen pensamiento, tienen sueños. Y sobre todo, tienen derecho a una vida más justa.
Por tanto, cuando hablamos de justicia social, de desarrollo, de paz, es indispensable empezar por mirar su realidad con ojos nuevos. Escuchar su sabiduría. Reconocer su aporte. Porque mientras el mundo corre detrás del éxito, ellos sostienen la vida. Mientras algunos se encierran en sus privilegios, ellos abren sus puertas. Mientras muchos se sienten vacíos en medio de la abundancia, ellos florecen en medio de la escasez.
La gente humilde sobrevive minuto a minuto, pero no es pasiva. No es resignada. Es profundamente resiliente. Y en cada acto sencillo, poner alimento en la mesa, cuidar al enfermo, dar un consejo, levantar al caído, nos muestran el camino de la esperanza.
Minuto a minuto, esta gente humilde no sólo sobrevive: construye humanidad. Y es hora de que el mundo lo reconozca.
Situación de la Iglesia tras la muerte del Papa Francisco
Mar 22 Abr 2025

Por Pbro. Carlos Guillermo Arias Jiménez - El canon 335 del Código de Derecho Canónico (CIC) nos dice que al quedar vacante o totalmente impedida la sede romana, nada se ha de innovar en el régimen de la Iglesia universal y por lo tanto han de observarse las leyes especiales dadas para esos casos. En este momento, tras la muerte del Papa Francisco, nos encontramos en sede vacante.
En cuanto a las leyes especiales dadas para este caso, nos remitimos a la Constitución Apostólica UNIVERSI DOMINICI GREGIS, del papa Juan Pablo II, del 22 de febrero de 1996, dedicada a los temas de la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice. Este documento, como lo refiere el mismo Papa Juan Pablo II, contiene las normas a las que, cuando tenga lugar la vacante de la Sede Romana, deben atenerse rigurosamente los Cardenales que tienen el derecho-deber de elegir al Sucesor de Pedro, Cabeza visible de toda la Iglesia y Siervo de los siervos de Dios.
Este documento está compuesto por dos grandes partes, la primera dedicada a la vacante de la sede Apostólica que, en cinco capítulos, presenta todo lo referente a los poderes del Colegio de Cardenales mientras está vacante la sede, a las congregaciones de los cardenales para preparar la elección del Sumo Pontífice, además de algunos cargos durante la sede vacante, las competencias de los dicasterios de la Curia Romana y las exequias del Romano Pontífice. En la segunda parte, dedicada al tema de la elección del Romano Pontífice, se expone en siete capítulos lo referente a los electores, el lugar de la elección y las personas admitidas en razón de su cargo, el comienzo de los actos de elección, la observancia del secreto sobre todo lo relativo a la elección, el desarrollo de la elección, lo que se debe observar o evitar en la elección del Sumo Pontífice, y finalmente la aceptación, proclamación e inicio del ministerio del nuevo Pontífice.
A estas normas se le han hecho dos modificaciones, ambas por el Papa Benedicto XVI, la primera el 11 de junio del año 2007, en el que se modifican algunas cuestiones relacionadas a los escrutinios en las votaciones de los cardenales y la segunda modificación a través de la Carta Apostólica Normas Nonnullas, publicada el 22 de febrero del año 2013, donde se modifican las normas publicadas en el 2007 y otras de las establecidas por el Papa Juan Pablo II, relativas a la elección del Romano Pontífice.
La Sede Vacante
A la muerte del Pontífice todos los jefes de los Dicasterios de la Curia Romana, tanto el Cardenal Secretario de Estado como los Cardenales Prefectos y los Presidentes Arzobispos, así como también los Miembros de los mismos Dicasterios, cesan en el ejercicio de sus cargos. Se exceptúan el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana y el Penitenciario Mayor, que siguen ocupándose de los asuntos ordinarios, sometiendo al Colegio de los Cardenales todo lo que debiera ser referido al Sumo Pontífice.
Apenas recibida la noticia de la muerte del Sumo Pontífice, el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana debe comprobar oficialmente la muerte del Pontífice en presencia del Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, de los Prelados Clérigos y del Secretario y Canciller de la Cámara Apostólica, el cual deberá extender el documento o acta auténtica de muerte. Además, sellar el estudio y la habitación del mismo Pontífice, disponiendo que el personal que vive habitualmente en el apartamento privado pueda seguir en él hasta después de la sepultura del Papa, momento en que todo el apartamento pontificio será sellado. Es competencia del Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, durante la Sede vacante, cuidar y administrar los bienes y los derechos temporales de la Santa Sede, con la ayuda de tres Cardenales Asistentes.
El Decano del Colegio de los Cardenales, sin embargo, apenas haya sido informado por el Cardenal Camarlengo o por el Prefecto de la Casa Pontificia de la muerte del Pontífice, tiene la obligación de dar la noticia a todos los Cardenales, convocándolos para las Congregaciones del Colegio. Igualmente comunicará la muerte del Pontífice al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y a los Jefes de Estado de las respectivas Naciones. Durante la Sede vacante, todo el poder civil del Sumo Pontífice, concerniente al gobierno de la Ciudad del Vaticano, corresponde al Colegio de los Cardenales, el cual sin embargo no podrá emanar decretos sino en el caso de urgente necesidad y sólo durante la vacante de la Santa Sede.
Después de la muerte del Romano Pontífice, los Cardenales celebrarán las exequias en sufragio de su alma durante nueve días consecutivos, según el Ordo exsequiarum Romani Pontificis, cuyas normas, así como las del Ordo rituum Conclavis ellos cumplirán fielmente.
A nadie le está permitido tomar con ningún medio imágenes del Sumo Pontífice enfermo en la cama o difunto, ni registrar o grabar sus palabras para después reproducirlas. Si alguien, después de la muerte del Papa, quiere hacer fotografías para documentación, deberá pedirlo al Cardenal Camarlengo, el cual no permitirá que se hagan fotografías del Sumo Pontífice si no está revestido con los hábitos pontificales.
Desde el momento en que la Sede Apostólica quede vacante, se debe esperar durante quince días completos a los Cardenales ausentes de la ciudad de Roma antes de iniciar el Cónclave, aunque los Cardenales tienen la facultad de anticipar el comienzo del mismo, si consta la presencia de todos los electores, así como la de retrasarlo algunos días si hubiera motivos graves, pero, en todo caso, al máximo de veinte días desde el inicio de la Sede vacante, todos los Cardenales electores presentes están obligados a proceder a la elección.
En todo caso, siempre habrá que estar pendiente de las indicaciones que, a través de los medios oficiales, la Santa Sede estará emitiendo sobre las exequias del Santo Padre, así mismo sobre todo lo referente a la sede vacante y la realización del cónclave.
El Cónclave
El derecho de elegir al Romano Pontífice corresponde únicamente a los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, con excepción de aquellos que hayan cumplido 80 años de edad antes del día de la muerte del Sumo Pontífice o del día en que la Sede Apostólica quede vacante. Ningún Cardenal elector podrá ser excluido de la elección, activa o pasiva, por ningún motivo o pretexto. Todos los cardenales están obligados, en virtud de santa obediencia, a cumplir con el anuncio de convocatoria y acudir al lugar designado, a menos que estén impedidos por enfermedad u otro impedimento grave.
Desde el comienzo del proceso de elección hasta el anuncio público de que se ha realizado la elección del Sumo Pontífice, o hasta que así lo ordene el nuevo Pontífice, los locales de la Domus Sanctae Marthae y, de manera especial, la Capilla Sixtina y las áreas destinadas a las celebraciones litúrgicas, deben estar cerrados a personas no autorizadas, bajo la autoridad del Cardenal Camarlengo y con la colaboración externa del Sustituto de la Secretaría de Estado. Se debe cuidar especialmente que nadie se acerque a los Cardenales electores durante el traslado desde la Domus Sanctae Marthae al Palacio Apostólico Vaticano.
A todos los Cardenales electores les está prohibido mantener cualquier tipo de comunicación con el exterior desde el comienzo del proceso de elección hasta que ésta tenga lugar y sea anunciada públicamente. Las personas que, por razón de su oficio, tengan acceso a los Cardenales o a los lugares donde ellos se encuentren, deben prestar juramento de mantener en secreto todo lo que puedan ver y escuchar, y abstenerse de usar cualquier elemento electrónico de grabación o comunicación.
En el día establecido para el inicio del Cónclave, todos los Cardenales se reunirán en la Basílica de San Pedro en el Vaticano para participar en una solemne celebración eucarística con la Misa votiva Pro eligendo Papa, que debe celebrarse preferiblemente en la mañana. En la tarde, desde la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, los Cardenales electores irán en solemne procesión, invocando con el canto del Veni Creator la asistencia del Espíritu Santo, a la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico, lugar y sede del desarrollo de la elección. Se deberá cuidar que dentro de dicha Capilla y de los locales adyacentes, todo esté dispuesto de manera que se preserve la normal elección y el carácter reservado de la misma.
Llegados los Cardenales electores a la Capilla Sixtina, en presencia aún de quienes han participado en la solemne procesión, emitirán el juramento. Una vez terminado, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias pronunciará el "extra omnes" y todos los ajenos al Cónclave deberán salir de la Capilla Sixtina.
El Papa Juan Pablo II, en la Universi Dominici Gregis, estableció el modo de realizar los escrutinios en los números 64 al 77. En ellos se detallan las formas de entregar y recoger las papeletas y su conteo. En la tarde del primer día del cónclave, podría realizarse un solo escrutinio. En los días sucesivos, si la elección no ha tenido lugar en el primer escrutinio, se deben realizar dos votaciones tanto en la mañana como en la tarde, comenzando siempre las operaciones de voto a la hora previamente establecida en las Congregaciones preparatorias. Al terminar las dos votaciones de la mañana, tendrá lugar la quema de las papeletas, y lo mismo por la tarde. Para la elección válida del Romano Pontífice se requieren al menos los dos tercios de los votos, calculados sobre la totalidad de los electores presentes y votantes.
En este documento también se advierte a los cardenales sobre pactos, alianzas o la intromisión de autoridades civiles en el proceso de elección. Los Cardenales deben abstenerse de toda forma de pactos, acuerdos, promesas u otros compromisos de cualquier género que los obliguen a dar o negar el voto a uno o a algunos. Si esto sucediera en realidad, incluso bajo juramento, tal compromiso es nulo e inválido y nadie está obligado a observarlo, so pena de la excomunión latae sententiae para los transgresores de esta prohibición. Igualmente, está prohibido a los Cardenales hacer capitulaciones antes de la elección, es decir, tomar compromisos de común acuerdo, obligándose a llevarlos a cabo en el caso de que uno de ellos sea elevado al Pontificado. Estas promesas, aun cuando fueran hechas bajo juramento, son nulas e inválidas.
También se exhorta a los Cardenales electores, en la elección del Pontífice, a no dejarse llevar por simpatías o aversiones, ni influenciar por el favor o relaciones personales con alguien, ni moverse por la intervención de personas importantes, grupos de presión, medios de comunicación social, la violencia, el temor o la búsqueda de popularidad.
La Elección del Romano Pontífice
Realizada la elección canónicamente, son llamados al aula de la elección el Secretario del Colegio de los Cardenales y el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias. Posteriormente, el Cardenal Decano, en nombre de todo el Colegio de los electores, pide el consentimiento del elegido con las siguientes palabras:
¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?
Una vez recibido el consentimiento, le pregunta:
¿Cómo quieres ser llamado?
Entonces, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, actuando como notario y teniendo como testigos a dos Ceremonieros que serán llamados en ese momento, levanta acta de la aceptación del nuevo Pontífice y del nombre que ha tomado.
Después de la aceptación, el elegido que ya haya recibido la ordenación episcopal es inmediatamente Obispo de la Iglesia romana, verdadero Papa y Cabeza del Colegio Episcopal. En cambio, si el elegido no tiene el carácter episcopal, será ordenado Obispo inmediatamente. Esta ordenación debe hacerla, según la costumbre de la Iglesia, el Decano del Colegio de los Cardenales o el más antiguo de los Cardenales Obispos.
Cumplidas todas las formalidades previstas, los Cardenales se acercan para expresar un gesto de respeto y obediencia al nuevo Sumo Pontífice. A continuación, se dan gracias a Dios. El Cónclave se concluye inmediatamente después de que el nuevo Sumo Pontífice elegido haya dado su consentimiento a la elección, salvo que él mismo disponga otra cosa. Luego, el primero de los Cardenales Diáconos anuncia al pueblo, que está esperando, la elección y el nombre del nuevo Pontífice, con estas palabras:
Annuntio vobis gaudium magnum:
Les anuncio un gran gozo:
Habemus Papam;
Tenemos Papa
Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum [prænomen] Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem [nomen],
El eminentísimo y reverendísimo señor, Don [nombre], el cardenal de la Santa Iglesia Romana [apellido],
qui sibi nomen imposuit [nomen pontificale].
quien se ha impuesto el nombre [de] [nombre papal].
Inmediatamente después, el nuevo Papa, imparte la Bendición Apostólica Urbi et Orbi desde el balcón de la Basílica Vaticana.
Conclusión
Como vemos, la elección de un Papa es un proceso que conlleva el cumplimiento de normas y preceptos que garantizan que la elección sea realmente secreta, además de libre y bajo la guía del Espíritu Santo. Este proceso, por su carácter secreto, ha llamado la atención del mundo, a tal punto que no faltan las especulaciones e incluso las obras escritas o cinematográficas que, lejos de la realidad, quieren mostrar de forma ficticia lo que ocurre en la elección de un Sumo Pontífice.
Además del cónclave, la elección del Romano Pontífice es un momento en el que la Iglesia se encomienda totalmente a la acción del Espíritu Santo. Es a través de Su guía y sabiduría divina que los Cardenales eligen a quien llevará adelante la misión de Cristo en la Tierra. Este proceso no solo reafirma la continuidad y la tradición de la Iglesia, sino que también destaca su compromiso inquebrantable con la misión de evangelizar, guiar y servir a todos los fieles en el camino de la fe. La elección de un nuevo Papa es, sin duda, un acto profundo de fe y esperanza, una renovada respuesta al llamado de Cristo para ser luz del mundo y sal de la tierra.
Pbro. Carlos Guillermo Arias Jiménez.
Director Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y el Diálogo
Conferencia Episcopal de Colombia.
Con esperanza en el retorno del Papa francisco a la Casa del Padre Eterno: custodiar su legado para los hombres de este tiempo
Mar 22 Abr 2025

Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - La noticia del retorno del Papa Francisco a la Casa del Padre no nos sumerge en la tristeza, sino que nos envuelve en una serena esperanza. Ha concluido su peregrinación terrenal, pero su testimonio sigue latiendo con fuerza en el corazón de la Iglesia y en la conciencia del mundo. Fue un pastor que caminó con su pueblo, un profeta que habló desde las periferias, un hermano mayor que nos enseñó a mirar la vida desde el Evangelio. Su partida, por tanto, no cierra un capítulo, sino que abre una responsabilidad de custodiar, encarnar y proyectar su legado con valentía, fidelidad y alegría.
El Papa Francisco fue, en medio de un mundo herido y fragmentado, un testigo luminoso de la alegría del Evangelio. Con palabras sencillas y gestos radicales, nos recordó que el anuncio cristiano no es una doctrina muerta, sino una experiencia viva de encuentro con Cristo que transforma la existencia. Su magisterio en particular Evangelii Gaudium nos desafía a ser una Iglesia en salida, que no se encierra en estructuras ni lenguajes autoreferenciales, sino que va al encuentro del otro con ternura y pasión misionera. Es interesante notar cómo logró, en un lenguaje cercano, renovar la conciencia misionera del Pueblo de Dios y devolverle frescura al testimonio cristiano.
Con mirada compasiva y corazón atento, Francisco discernió los signos dolientes que atraviesan el mundo actual, el de la tierra herida y el de los pobres olvidados. No los nombró por separado, porque en su mirada de fe todo estaba vinculado. En Laudato Si’, nos propuso un camino de conversión ecológica que no solo interpela nuestros hábitos, sino también nuestras estructuras, nuestras prioridades y nuestra espiritualidad. Con claridad y ternura profética, denunció el modelo de desarrollo que descarta tanto a la creación como a los más vulnerables. Por tanto, su palabra se alza como un llamado urgente a tejer una nueva relación con el mundo y con los otros, donde el cuidado sustituya al dominio y la justicia a la indiferencia. Escuchar estos clamores no es una opción ideológica, sino una exigencia del Evangelio encarnado en nuestro tiempo.
El Papa Francisco caminó hacia las periferias humanas, no solo geográficas, sino existenciales. Allí donde el dolor, la exclusión o la desesperanza se hacían carne, él quiso estar presente, como pastor con olor a oveja. Nos enseñó que la dignidad humana es inviolable y que el rostro de Cristo se revela con especial claridad en los marginados y sufrientes. Es interesante constatar cómo esta opción preferencial por las periferias resignificó la identidad misma de la Iglesia como madre cercana y samaritana.
Su constante llamado a asumir una cultura del cuidado es una respuesta evangélica a la lógica del descarte. Cuidar de los otros, de la creación, de las instituciones, de la fraternidad y del tejido social roto, es una tarea urgente que Francisco nos deja como herencia. En este horizonte, promovió una fraternidad universal, como lo expresó en Fratelli Tutti, insistiendo en que somos hermanos todos, sin distinción, y que la amistad social es el camino hacia una paz duradera. Por tanto, nuestras comunidades están llamadas a ser escuelas de humanidad donde florezca la reconciliación y el compromiso social.
Igual de importante fue su decidido impulso a la sinodalidad como expresión genuina de ser actual de la iglesia. Nos llamó a escuchar con atención a todos, a caminar juntos en comunión y discernir de manera comunitaria, dejando atrás el clericismo y abriendo caminos para una participación real y corresponsable del Pueblo de Dios. Su visión. A lansinodalidad no se reduce a una estructura organizativa, sino que brota de una espiritualidad y de una iglesia en permanente salida misionera.
La conversión integral que el Papa Francisco promovió no se limitó a lo personal o espiritual, sino que abarcó las dimensiones cultural, social, eclesial y ecológica. Nos desafió a dejar atrás esquemas obsoletos, a dialogar con el mundo contemporáneo desde el corazón del Evangelio, a construir puentes, a sanar heridas y a recomponer lo humano desde la fe. Es interesante observar cómo su propuesta de transformación integral ha sido acogida con entusiasmo en diversos espacios eclesiales, académicos y sociales. Por tanto, se abre ante nosotros la responsabilidad de seguir traduciendo esta visión en caminos concretos de comunión y servicio.
Hoy, al elevar oraciones por su descanso eterno, hacemos memoria agradecida y, con más fuerza que nunca, asumimos la misión de hacer vivo su legado. Que el Espíritu Santo nos impulse a ser testigos del Evangelio con la alegría, la audacia y la ternura que Francisco nos mostró. Que su ejemplo nos inspire a seguir caminando, sin miedo, hacia un mundo más justo, fraterno y reconciliado.
Papa Francisco, gracias por habernos mostrado el rostro misericordioso del Padre. Ruega por nosotros desde la Casa del Amor eterno.
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

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