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héctor cubillos

Mié 22 Feb 2017

“Sin el sacerdote se pone en peligro la vida de la Iglesia”

Por: Mons. Héctor Cubillos Peña - “Sin el sacerdote se pone en peligro la vida de la Iglesia” - El tema del presente editorial viene a hacer eco del tema del pasado mes de septiembre de 2016 que trata sobre la necesidad de orar y trabajar espiritual y apostólicamente por las vocaciones sacerdotales. El número de jóvenes que piensan en el sacerdocio es cada vez menor. El ingreso de aspirantes al Seminario en el 2017 se ha reducido a su más mínima expresión ¿Qué está pasando? A todos los miembros de la Iglesia incumbe esta situación. No podemos quedarnos tranquilos como si no estuviera pasando algo que tiene importancia, la falta de vocaciones es una responsabilidad de toda la Iglesia: ministros, consagrados, familias y fieles. El sacerdote tiene una importancia trascendental para la Iglesia: sin él la Palabra de Dios deja de tener fuerza; sin él, no puede haber perdón para los pecadores, sin él Jesús el Pan de vida no llega a ser el alimento para la vida eterna; sin sacerdote, la vida de la comunidad cristiana pierde la guía y el horizonte; en definitiva sin el sacerdote se pone en peligro la vida de la Iglesia, su misión evangelizadora; es decir su fidelidad a lo que Jesús ha querido de ella como instrumento de salvación. Sin el sacerdote, el mal aprisiona más a sus esclavos y acrecienta su poder. Sin sacerdotes el mundo, las culturas, las sociedades no tienen posibilidad de ver la luz y recibir el amor salvador. Cada uno de nosotros es, como creyente, lo que ha recibido de un sacerdote. Estamos asistiendo a un fenómeno muy preocupante de olvido de Dios. Del vivir de cada día en muchísimos seres humanos, conocidos o desconocidos, Dios ha sido relegado, olvidado, desalojado del corazón de las personas y de las relaciones sociales. Y cuando Dios no cuenta, la vida humana cae en el peligro, la amenaza de la destrucción y la muerte. La corrupción, la violencia, los vicios actuales, la falta de la moral son indicadores palpables que no se pueden negar. Pero no solo asistimos a la expulsión de Dios de la vida que propone la publicidad y la sociedad; estamos también asistiendo al combate y al rechazo directo de la Iglesia. Los casos de sacerdotes con caídas graves contra la moral son amplificados y censurados por los medios de comunicación; las autoridades eclesiásticas son “condenados” casi a muerte; vistos como un mal para la sociedad. Sí, le quieren quitar el derecho a la predicación del Evangelio y anular el servicio que ellas puedan prestar en favor de los demás y en especial de los más pobres y necesitados. El anterior panorama incide de manera especial en los jóvenes los cuales además son deslumbrados por las oportunidades e invitación que ofrece el mundo del éxito, el goce personal, la riqueza o el poder. Hoy es más difícil que un joven o incluso un niño pueda ser capaz de escuchar un posible llamado de Jesús. Además porque la vida familiar de muchos hogares y la educación de ninguna manera son medios de transmisión de la voz de Dios. La cuestión no es la de que Dios haya dejado de llamar, porque El sigue llamando, nunca ha dejado de hacerlo ni lo dejará de hacer en el futuro. Lo grave es más bien la sordera que se ha extendido y agudizado para impedir que el llamado divino sea escuchado. ¿Qué hemos de hacer nosotros? Nunca hemos de olvidar la orden del Señor: “Rogad al dueño de la mies que envíe operarios a la mies” (Mt.9, 38) la súplica por las vocaciones sacerdotales no puede suspenderse. Hay que insistir día y noche, con la confianza y perseverancia; no para conseguir que Dios se despierte y atienda nuestras plegarias, sino para que acrecentemos la conciencia de la necesidad y urgencia de las vocaciones al sacerdocio. En otras palabras, pedimos en la oración por que sabemos de la gran importancia de los sacerdotes. De cada familia debe brotar una plegaria, de cada grupo apostólico debe elevarse una oración; en cada misa una petición, en cada acción apostólica de la parroquia, de los movimientos y grupos ha de dirigirse esta misma petición. Nuestra Iglesia diocesana de Zipaquirá ha de ser un coro permanente de día y noche y en todo rincón que pida al Padre del Cielo el envío de vocaciones. Los Comités Vocacionales han de ejercer este apostolado; no puede hoy existir ni una sola parroquia en donde no haya un comité de vocaciones. Su inexistencia sería la manifestación más grande de indiferencia e insolidaridad para con la Iglesia y el mundo. Además de la oración se hace absolutamente necesaria la formación de las vocaciones, la búsqueda, el lanzar las redes. Eso fue lo que hizo el Señor al llamar a sus discípulos. Se acercó a ellos a la orilla del lago en donde se encontraban y los llamó por su nombre: Pedro, Juan, Santiago y así los demás. Hoy también es necesario acercarse a los jóvenes y llamarlos por su nombre: los papás a los hijos, los maestros a sus alumnos, los sacerdotes a los acólitos, a los jóvenes que se encuentran en los colegios, en los campos deportivos, en las esquinas de las cuadras, en las familias, en los grupos juveniles; hoy los catequistas han de llamar por su nombre a sus niños y jóvenes catequizados en la preparación a los sacramentos. Ir como el Señor a donde se encuentran; también han de llamar los agentes de pastoral a los jóvenes del vecindario, a los de sus familiares. La búsqueda ha de ser permanente. Las parroquias han de acoger la presencia de los sacerdotes y jóvenes de la pastoral vocacional. Como Jesús, todos hemos de fijar la mirada en ellos en quienes podemos descubrir cualidades y disposiciones para escuchar el llamado del Señor a través de nuestra invitación. El hacer despertar la responsabilidad vocacional de todos los fieles es una tarea de los sacerdotes y de los comités vocacionales parroquiales. Confiemos en el Señor y trabajemos para hacer realidad una primavera vocacional. + Héctor Cubillos Peña Obispo de Zipaquirá