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mes de maría

Vie 7 Mayo 2021

Todo un mes con la Virgen María

Por: Mons, Fernando Chica Arellano - Mayo es el mes mariano por excelencia. En este año 2021 el Sumo Pontífice ha convocado a toda la Iglesia para que se una en oración, apoyada en la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, pidiendo el fin de la pandemia y, de manera particular, elevando súplicas por los más afectados. Cada día de este mes la iniciativa ha sido especialmente asignada a un santuario mariano del mundo y el culmen de cada jornada de oración será el rezo del Santo Rosario. Como un modo de unirnos a esta intención, y para facilitar una ambientación general, quiero dedicar los párrafos siguientes a presentar algunas de las referencias explícitas que el Sucesor de Pedro ha reservado a la Madre de Dios en su magisterio pontificio. Concretamente, me centro en sus tres encíclicas: Lumen Fidei (2013), sobre la fe; Laudato Si’ (2015), sobre el cuidado de la casa común; y Fratelli Tutti (2020), sobre la fraternidad y la amistad social. Incluyo además la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual, ya que ha sido considerada por muchos analistas como el documento programático del pontificado de Francisco. Los misterios gozosos y Evangelii Gaudium “La alegría del evangelio” es, ya desde el título, el tema central de Evangelii Gaudium. Lo cual no puede sorprender, ya que “el Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: ‘Alégrate’ es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: ‘Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador’ (Lc 1,47)” (Evangelii Gaudium, n. 5). Los misterios gozosos del rosario nos impulsan a contemplar las escenas de la Anunciación a María, la Visitación de esta a su prima santa Isabel, la Natividad del Señor, la Presentación del Niño en el templo y el episodio del Encuentro en el mismo templo. En ellas, descubrimos que “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (Evangelii Gaudium, n. 286). En realidad, “hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque ‘derribó de su trono a los poderosos’ y ‘despidió vacíos a los ricos’ (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Es también la que conserva cuidadosamente ‘todas las cosas meditándolas en su corazón’ (Lc 2,19). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás ‘sin demora’ (Lc 1,39)” (Evangelii Gaudium, n. 288). Los misterios dolorosos y Laudato Si’ Por su parte, los misterios dolorosos nos conducen hasta la oración de Cristo en el huerto de Getsemaní, la flagelación del Señor, la coronación de espinas, el Via Crucis, y la crucifixión y muerte de Jesús en el monte Calvario. Junto a ello, el Obispo de Roma nosanima a “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (Laudato Si’, n. 49), dado que, en realidad, “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (Laudato Si’, n. 139). También en este punto Nuestra Señora viene en nuestra ayuda. “María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Asícomo lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer ‘vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza’ (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su hermosura. Ella no solo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que ‘conservaba’ cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios”(Laudato Si’, n. 241). Los misterios gloriosos y Lumen Fidei Los misterios gloriosos nos introducen en algunas dimensiones absolutamente nucleares de nuestra fe; son realidades que, además, no pueden captarse plenamente si no es desde la fe. Estamos hablando, en primer lugar, de la Resurrección del Señor, pero también de su Ascensión a los cielos y de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés; en el ámbito más directamente mariano, contemplamos la Asunción de María al cielo y la Coronación de la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado. En la primera encíclica de Francisco leemos que “en la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe. En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo” (Lumen Fidei, n. 58). Por eso, con el Santo Padre, nos dirigimos filialmente a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe, con el texto que aparece en el número 60 de Lumen Fidei: “¡Madre, ayuda nuestra fe! Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada. Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa. Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe. Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar. Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Recuérdanos que quien cree no está nunca solo. Ensénanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino. Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor”. Los misterios luminosos y Fratelli Tutti Finalmente, los misterios luminosos son: el bautismo de Jesús en el río Jordán, la autorrevelación del Señor en las bodas de Caná, la predicación del Reino de Dios, la transfiguración del Señor y la institución de la Eucaristía. Estos misterios fueron introducidos por san Juan Pablo II en el año 2002 con la publicación de la encíclica Rosarium Virginis Mariae, para insistir en que Jesucristo es “la luz del mundo” (Jn 8, 12), lo cual se manifiesta, sobre todo, “en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino” (n. 21). Al servicio de este Reino que Jesucristo anuncia y encarna, “la Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Y como María, la Madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad, para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (Fratelli Tutti, n. 276). La vigorosa llamada del papa Francisco a la fraternidad universal, “tiene también una Madre, llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn 19,26) y está atenta no solo a Jesús sino también ‘al resto de sus descendientes’ (Ap 12,17). Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz” (Fratelli Tutti, n. 278). Conclusión María santísima vivió en intensa y honda comunión con su divino Hijo. Ella es modelo perfecto y puro de santidad. Que su ejemplo nos aliente en este mes de mayo. No dejemos de repetir amorosa y constantemente su Nombre. No nos cansemos de abandonarnos a su cuidado materno, rezando para que se incremente en nuestros días el número de hombres y mujeres que, a través de una fe humilde y sencilla, testimoniada en la vida, sean por doquier sal de la tierra y luz del mundo. Con el rezo diario del Santo Rosario, encomendemos a la guía tierna y solícita de la Madre de Dios la vitalidad de las comunidades cristianas, la fidelidad de las almas consagradas, el camino futuro de los jóvenes, la penuria de los desempleados, la aflicción de los atribulados, la suerte de los prófugos, los migrantes y desterrados, el clamor de los hambrientos y la paz y la concordia del orbe entero. Que María enjugue las lágrimas de los contagiados por el coronavirus y de cuantos han visto fallecer a sus seres queridos por esta cruel pandemia. Que Ella alcance también cuantiosas bendiciones a quienes cotidianamente luchan para erradicar de una vez por todas este flagelo, que tan inicuamente nos está fustigando. Monseñor Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Lun 11 Mayo 2020

Bajo tu amparo, Santa Madre de Dios

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid -Con gran esperanza y fe, escribo estas palabras para el periódico diocesano LA VERDAD, que en esta ocasión llega a ustedes por medio de los modernos medios de comunicación social, en forma virtual. Para todos es bien conocida la situación en la cual nos encontramos por un gran riesgo sanitario, ocasiona­do por un agente biológico, el virus CORONAVI­RUS, que ha ocasionado más de 240.000 contagios, superando las 10.000 personas fallecidas en más de 170 países del mundo, en cantidades diversas pero que ya es una PANDEMIA declarada. Con nuestros ojos y con nuestra particular forma de comprender las cosas vamos viendo ya los signos de esta gran preocupación para toda nuestra comunidad. También en Colombia, al momento de escribir estas palabras los infectados positivos al virus, son 145 personas y esta cifra está en crecimiento. Es una triste realidad, que por las condiciones de glo­balización y de posibilidad de movimiento y viajes que tienen las personas hoy, ha permitido el avance y contagio de este virus, que amenaza la vida humana. Seguramente hay otros virus y enfermedades que glo­balmente, ocasionan más muertes entre nosotros, pero la difusión que han hecho los medios de comunica­ción social y la virulencia y agresividad de este agente biológico, hacen temer un gran número de muertes en nuestro medio, especialmente las personas ancianas, con dificultades y problemas en sus defensas o que tienen otros problemas graves de salud los amenazan grandemente. Esta situación nos ha tocado también en la fe, en la vivencia de nuestra vida cristiana, privándonos de la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, decisión dolorosa pero necesaria para no arriesgar la vida de muchos hermanos o la vida personal de quien se expone al virus, que es de muy fácil propagación. Debemos como comunidad de fe, reflexionar también en esta situación y en las enseñanzas que podemos adquirir todos en medio de esta prueba. Para muchos de nosotros la renuncia a la celebración de la Eucaristía, los sacerdotes la siguen celebrando en privado, nos hace reconocer la centralidad e im­portancia de este encuentro personal con Jesucris­to, donde le recibimos real y personalmente presente en el Pan y el Vino, que son su Cuerpo y su Sangre. También sentimos la ausencia de la comunidad de fe, de los hermanos que juntos se encuentran y viven comunitariamente su fe en la vivencia de los sacra­mentos, en la formación y catequesis que acompañan la vida cristiana. También tenemos que entender el sacrificio, la cari­dad, el dolor de muchos en este momento que están privados de lo necesario por la ausencia de trabajo o de bienes, por la dedicación inmensa que tienen que hacer de su vida y de sus acciones al servicio de los hermanos que viven la prueba. Esta gran emergencia tiene que hacernos pensar en muchos de los criterios que aplica la economía y el mercado imperante, los salarios de los jugadores son exorbitantes, como las ganancias de los artistas, que seguramente corresponden a su esfuerzo, pero se nos muestra que la compensación de los agentes sanita­rios (médicos, especialistas, investigadores, perso­nal de los hospitales, enfermeros) no corresponde a su trabajo generoso y riesgos asumidos en el servicio de los otros. La situación que enfrentamos, que ape­nas comienza, tiene que hacernos pen­sar en valores superiores, el cuidado y la dedicación a los ancianos que te­nemos que proteger y acompañar, la dolorosa realidad de los pobres y nece­sitados, la difícil situación de los que viven en condiciones precarias por la falta de trabajo, de justas oportuni­dades y remuneración. Muchos dedicarán su tiempo, su es­fuerzo, su tarea con un gran riesgo para atender la emergencia, en pri­mer lugar los Gobernantes, a nivel mundial y a nivel nacional, en nuestra región, de ellos esperamos gran decisión, claridad y precisión en sus decisiones. Para ellos pedimos a Dios las luces del Espíritu Santo. En sus decisiones está el futuro y el rumbo que tomen los volúmenes de contagio de esta enfermedad, que no perdonará a muchos. En momentos de la historia humana, donde el hom­bre consideraba que estaba a salvo y se consideraba el amo y señor de la naturaleza y del ambiente, un pequeño virus, ha tomado al descubierto a las nacio­nes más importantes de la tierra, poniéndolas de rodi­llas. Esta enfermedad nos recuerda la fragilidad de la vida humana, de su naturaleza superior por la inteligencia y capacidades decisionales, propias de su alma, pero también la fragilidad de la condición biológica de la persona humana. Un pequeño virus tiene en vilo a la humanidad entera. Se unen en el hombre su gran naturaleza y valor, pero también su gran fragilidad. De frente a esta gran pandemia, tenemos que entender que el hombre hace parte también de una realidad bio­lógica muy compleja, que no conocemos totalmente y que muestra la debilidad del hombre. Tenemos que aprender que el hombre es limitado, y no tiene las respuestas a todos los retos de la vida y existencia humana. La fragilidad y la debilidad de estos momentos nos tienen que llevar a respetar y a defender la vida humana en todas sus dimensiones, desde la concepción, desde el pri­mer instante, hasta el término na­tural de la existencia, esta es una de las grandes enseñanzas. El hombre y su inteligencia ha hecho adelantos inmensos en los últimos decenios, especialmente en la medicina, pero en esta situa­ción concreta se encuentra débil y con las manos vacías. En estas circunstancias aprende­mos muchas cosas, una de ellas la necesidad de la caridad y el servi­cio que debemos todos vivir, para ayudar a los enfermos, a los ne­cesitados, para propiciar la ayuda a quien esté en dificultades. En primer lugar los médicos, las autoridades, las fuerzas del orden -Ejercito y Policía Nacional- que están des­plegando su ingente tarea y acción. Es de valorar el esfuerzo de nuestros hospitales, clínicas, lugares de atención médica, a ellos tenemos que ayudar y prote­ger, de ellos depende nuestra vida. Gratitud para quienes nos siguen brindando la po­sibilidad del alimento, la provisión de lo necesario para la vida. Tenemos que ayudarnos y cuidarnos todos, mutuamente, en familia, permaneciendo en nuestros hogares y espacios seguros, para evi­tar ser transmisores de la enfermedad. Gran res­ponsabilidad en el aprovisionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad, caridad hacia los pobres y necesitados, donde podamos ayudar y completar lo necesario a niños y ancianos. Saludo afectuosamente a los sacerdotes, quienes viven un particular momento de prueba en estos momentos por la ausencia de sus comunidades. Los invito a cui­dar a los enfermos, a los pobres, a los necesitados en estos momentos de prueba. A los religiosos y religio­sas, también un saludo para que continúen viviendo la caridad de Cristo en sus carismas y llamadas recibidas de Dios. A los seminaristas los exhorto a continuar su proceso formativo con gran responsabilidad, con la oración y el estudio. En esta grave crisis, como Obispo diocesano de Cú­cuta, he repetido la consagración que esta ciudad hizo al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del gran terremoto y que se cumplió en la construc­ción del Monumento de Cristo Rey que preside la ciudad. A Él, con fe cierta, pedimos la protección de la ciudad y de sus hijos, de Norte de Santander y de Colombia entera, también del hermano pueblo de Venezuela en momentos bien difíciles de su histo­ria. He querido llevar con devoción y solemnidad el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad y bendecir cada uno de sus espacios, implorando la protección del Señor sobre nosotros. Los invito a que no cesemos en la oración, en la pe­tición a la protección de Dios sobre nosotros y sobre todo el mundo. Con devoción pidamos también a la Santa Madre de Dios que salvó a Roma de la peste negra en el año 590 que nos proteja. Oremos todos con devoción y fe: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, de todo peligro líbranos oh Virgen Gloriosa y Bendita. Amén.San José, nuestro celeste Patrono nos proteja como protegió a su Santa Familia, Jesús y María Santísima. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 1 Mayo 2020

Presidente de la CEC: "Como María, hagan lo que Él les diga"

En mayo la Iglesia católica celebra el mes de María, el mes del Santo Rosario, por esta razón el presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), monseñor Oscar Urbina Ortega, ofrece una reflexión, en estos tiempos de pandemia, en la que invita a “contemplar al ritmo del Ave María el amor de Dios nuestro Padre, la salvación que Cristo nos trajo y los dones que nos comunica el Espíritu”. Recuerda cómo María, durante las Bodas de Caná, dejó una frase que aún sigue marcando la existencia de la humanidad: “hagan lo que Él les diga”, así –continúa- “en este momento especial que vivimos esas palabras traducen la disponibilidad de ella para hacer lo que Dios nos pide, pues nuestro verdadero bien estará en hacer siempre la voluntad del Padre”. El también arzobispo de Villavicencio explica que, a ejemplo de María, la humanidad debe estar dispuesta a escuchar y poner por obra lo que Dios va indicando, “porque la vida es un don una tarea y una entrega de todos nosotros”. Finalmente, anima para que ante cualquier problema o adversidad que se presente en el hogar, se busque siempre una salida: “hagan lo que Él les diga, háganlo en familia”.