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Mons. Fabio Suescún

Vie 29 Jul 2016

El matrimonio, compromiso eterno

Por: Mons. Fabio Suescún Mutis - Creer en el matrimonio como forma de realizar la vida, siendo el uno para el otro. Creer en la familia porque así lo han aprendido en sus propios hogares, como comunidad de vida y amor, fuente de seguridad afectiva y ámbitos con calor de hogar que abriga el mutuo compartir, orienta y acompaña el desarrollo de las personas en la calidez del hogar. En su reciente exhortación sobre la familia el Papa Francisco habla de la alegría del amor. Fortalece así nuestro espíritu en la fe sobre la relación entre amor y felicidad. La fiesta de amor es testimonio de que sigue vigente el impulso del hombre y la mujer para darle a su vida un entusiasmo y una razón para vivir en plenitud. Los fracasos en el intento de amar, la falta de madurez psicológica y afectiva, el egoísmo y la soberbia que han apagado la promesa de compromiso, no pueden ensombrecer la voluntad original de Dios de que hombre y mujer en la entrega mutua sean felices. No falta la ignorancia sobre la esencia del amor humano. Un mismo término tiene diversas interpretaciones. En unos casos se usa para encubrir la propia satisfacción, en otros se confunde con la inicial y valiosa atracción o con el aspecto físico, cosa importante pero efímera de romanticismo transitorio. El amor como lo enseña Jesús, el Maestro del amor, es una decisión consciente que nace de la libre voluntad. La alianza con que se unen un hombre y una mujer, es una decisión firme de entrega y aceptación. Él le prometerá dar lo mejor de sí para hacerla feliz a ella. A su vez ella acogerá a su esposo y le expresará su propósito de entregarse para hacerlo feliz. Es su determinación. Se sienten alegres y en su corazón hay fiesta. Las personas maduras saben que tener una ilusión no los separa de nuestra condición humana llena de buenas intenciones pero necesitada de ayuda en la imperfección. Los novios que se unen tienen un proyecto para su matrimonio y familia. Saben que su aplicación y ejecución depende de los dos y es obra de todos los días. Acuden a Jesús para que Él, que hizo inolvidable la fiesta de los novios en Caná de Galilea, les conceda siempre el vino de la mejor calidad, cambiando con su ternura y dedicación el agua insípida de la rutina que causa y pierde el gusto diario de la unión. Una pareja que decide aceptar la vocación del matrimonio, decide prolongar ese día sacramental todos y cada uno de los días. Los novios van a prometerse el uno al otro que estarán atentos a que esta llama no se apague, sino que crezca con el correr del tiempo, y en medio de los momentos gratos y también cuando la crudeza de la vida pueda aparecer en su existencia. Al construir todos los días los dos su relación, la que inician cogidos de la mano, sientan la compañía y la seguridad de estar juntos para crecer en medio de las circunstancias de la vida, siempre juntos. + Fabio Suescún Mutis Obispo Castrense

Jue 9 Jun 2016

Familia escuela de misericordia

Por: Mons. Fabio Suescún Mutis – Los seres humanos no nacemos conocedores del arte de vivir. Somos llamados a realizar un proceso de crecimiento en el cual necesitamos de aprendizaje. El sabio se va haciendo de conocimientos y de la experiencia del diario acontecer. Dios, Maestro insigne, que ha hecho todo bien, regala a la criatura la familia como lugar privilegiado para el crecimiento del ser humano. En el Evangelio se nos dice que el mismo Dios cuando se hizo hombre quiso tener una familia y bajó la mirada de María y José, “iba creciendo en sabiduría en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc. 2,52). Todo en casa enseña y con el ejemplo de los miembros de la familia, se muestra cómo se debe asumir la vida. En el hogar se vive la primera realidad de convivencia. Hay que vivir con otros, hay que aceptar y dejarse enriquecer por la personalidad de los otros. En el hogar, iglesia doméstica, se aprende la convivencia cristiana que tiene su modelo en Dios. Dios que nos ama con amor misericordioso y nos invita a ser como Él, cercano a los débiles para fortalecerlos, amable con los que necesitan comprensión y cariño, bondadoso con quienes esperan ayuda. El creyente debe tener las entrañas compasivas de Dios en el trato con su hermano, en especial con aquel que no puede levantarse por sí mismo. Papá y mamá deben acercar a los niños a la realidad de los más pobres. Pueden enseñar a compartir la ropa, a no desperdiciar la comida ni el agua. Los niños son muy sensibles al dolor humano y su corazón no puede endurecerse por el bienestar y el apego a las riquezas y a los bienes materiales. Deben aprender del desapego generoso y a preocuparse por los que sufren. Un señor contaba que su padre todos los años organizaba “las onces” para los “viejitos” del ancianato de su pueblo. Los niños lo acompañaban a comprar el chocolate, el queso, los panes, los tabacos y eran ellos los que atendían a los ancianos a la mesa. ¿Pasará inadvertida esta enseñanza de misericordia a los niños que vivieron esta experiencia? Estoy seguro de que gestos como este moldearán cristianos compasivos como es compasivo el Padre celestial. + Fabio Suescún Mutis Obispo Castrense