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monseñor víctor ochoa

Mar 19 Mayo 2020

Una gran crisis dentro de la crisis

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Todos en nuestra querida Colom­bia, hemos visto la tragedia de los hermanos venezolanos, a todas las ciudades y pueblos más remotos de nuestro territorio han llegado para bus­car su futuro y tratar de aliviar sus difíci­les situaciones humanas. Un drama que todos hemos contemplado con nuestros ojos. Los hombres y mujeres de esta querida nación y, también los colombianos retor­nados, que no podemos olvidar, quienes emigraron por las particulares situacio­nes que vivió nuestra patria, en otras dé­cadas, han cambiado las ciudades capita­les, los hemos visto con sus requintos y con su música, con su trabajo e inventiva para encontrar sus medios de subsisten­cia y poder ayudar a sus familias en la hermana nación. Son casi dos millones de venezolanos en Colombia y unos cin­co millones que han dejado a Venezuela. Desde la tarde del 17 de agosto del año 2015, en la frontera colombiana de Cú­cuta, se comenzó a vivir una gran trage­dia, la deportación de más de 22 mil co­lombianos, y el retorno de muchos otros, este fue el inicio de un gran drama, que se ha ido desarrollando en los días. Primero vimos llegar deportados en au­tobuses, en forma oficial, con toda la for­malidad institucional, luego vimos llegar familias, hombres y mujeres con niños e infantes con sus pobres pertenencias pa­sando por las trochas de la frontera. La Iglesia Católica, mirando a Jesucristo, exiliado en Egipto -con sus Padres San José y Santa María- , deseó ser testigo de caridad para estos hermanos, atendien­do sus necesidades y sus dolores. Desde este momento las Diócesis de la frontera, tanto en Venezuela como en Colombia, comenzamos a servir a los deportados y a los primeros emigrantes que por diver­sas razones deseaban salir de su tierra, buscando horizontes de esperanza y de bienestar. Todos, sacerdotes, diáconos, religiosas, laicos, los obispos, nos pusimos desde ese momento al servicio de la caridad, pensando en cuanto nos había enseñado el Apóstol San Pablo en la segunda carta a los Corintios, “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14). La tragedia de una nación con grandes dificultades materiales nos trajo a Norte de Santander y al nororiente de Colom­bia el gran drama de las urgencias en la salud y el bienestar huma­no de muchos venezola­nos que en sus espacios no encontraban los recursos y los cuidados para sus en­fermedades. Comenzamos a ver enfermos de cáncer y otras dolencias graves que necesitaban atención. También escuchamos el llanto alegre de los niños que nacían en los distin­tos hospitales, pues sus madres buscaban un parto seguro. Con nuestros ojos vimos a muchos pobres y nece­sitados buscando medici­nas y drogas que no era posible encontrar en sus lugares de origen. Desde pequeñas y simples pre­paraciones, hasta los re­cursos más avanzados de la medicina, a los cuales estaban acostumbrados por un buen servicio médico que tuvieron en otros decenios. Con paciencia y con un gran esfuerzo, muchos llegaron desde lugares remotos de Venezuela, para buscar repuestos, aprovisionamiento de bienes básicos de subsistencia en alimentos o en las cosas necesarias para la vida. Nuestra ciudad tuvo la presencia de has­ta 80 mil personas, muchas de las cua­les comenzaron su camino, para llegar a otras ciudades de Colombia o para llegar a Ecuador, Perú, Chile, Argentina. Miles de kilómetros, hechos por los caminan­tes. Muchos de ellos llegaron a nuestras ciudades, a Bogotá Capital, a Medellín, a Cali, a Barranquilla, a Bucaramanga, o también a pequeñas poblaciones y allí se asentaron para buscar oportunidades. En este gran drama y tragedia, la Igle­sia no ha querido quedarse inmóvil y ha sacado lo mejor de sí para atender y cuidar a estos hermanos necesitados de ayuda y de protección. Con la previsión y el cui­dado de un gran pastor, hoy anciano en sus años, el Cardenal Pedro Rubia­no Saénz, el Centro de Migraciones de la Dióce­sis de Cúcuta regentado por los Padres Escala­brinianos dio refugio y apoyo material a muchas familias, a enfermos, a refugiados que buscaban caminos de esperanza. También, con la ayuda de un gran sacerdote, con la presencia de otros miem­bros del clero, diáconos, religiosas y casi 800 lai­cos, se abrió la Casa de Paso ‘Divina Providencia’, que entregó desde el 7 de junio 2017, tres millones y medio de almuerzos calientes y un mi­llón quinientos mil desayunos a los que venían de paso a la ciudad de San José de Cúcuta. A esta tarea se unieron ocho parroquias, con entusiastas hijos de la Iglesia, llenos de caridad. Un testimo­nio de caridad viva y operante, una tarea que nos formó en el servicio y exigió a todos una gran generosidad y esfuer­zo. Muchas Iglesias diocesanas siguen sirviendo la caridad, para atender estos hermanos. Muchos católicos colombia­nos, hombres y mujeres generosos nos apoyaron y siguen haciéndolo. Es necesario destacar siempre la genero­sidad del Papa FRANCISCO, que siem­pre estuvo atento a estas necesidades y realidades sociales complejas de esta gran emigración. Su atención estuvo y está siempre presente con el cuidado de dos Nuncios Apostólicos que nos han visitado y animado, S. E. Mons. Ettore Balestrero y S. E. Mons. Luis Mariano Montemayor, trayéndonos la bendición del Papa. El Santo Padre FRANCISCO también, con gestos concretos y precisos ha enviado su ayuda para atender a los necesitados. La caridad en esta gran tragedia la hemos vivido también en la atención médica y sanitaria de emergencia para muchos, con la entrega de medicinas y de peque­ños elementos para los niños y niñas (pa­ñales, complementos vitamínicos, ele­mentos de aseo). Se ha reverdecido una de las instituciones más antiguas de Cú­cuta, la Fundación Asilo Andresen, que cuida de niños y niñas en dificultades. A esta gran tragedia, y a una gran emi­gración que ha llenado las periferias de nuestras ciudades y de San José de Cú­cuta, se une ahora la difusión de esta Pandemia, originada por el virus CO­VID-19. El virus que se ha difundido por todo el mundo, creando una situación ex­cepcional en tiempos de nuestra historia, tocando lo más profundo de nuestra fe y limitando también la expresión de esta con el culto y la celebración de los sa­cramentos ha llegado a los lugares donde todos estos hermanos vivían, mostrando sus limitaciones y necesidades, ocasio­nando la decisión de estos hermanos de retornar a su país, al menos para tener la seguridad de un techo propio. Esta profunda crisis que nos ha tocado vivir, en la cual los medios de comunica­ción han tenido una gran tarea informati­va, nos ha puesto la atención de nuestras comunidades en esta nueva situación. El gobierno colombiano reconoce ya más de 50 mil venezolanos que han retornado a su tierra, en forma oficial. Se abre ante nuestros ojos una nueva crisis, dentro de una gran crisis. Como Iglesia, como creyentes, tenemos que continuar viviendo la caridad, el servicio de los hermanos que sufren. Estos días nos han llevado a todas las Iglesias que peregrinamos en Colombia y en el mundo entero a ponernos al servi­cio de los pobres y necesitados, de aque­llos que no tienen el alimento necesario y los medios de subsistencia. La Caridad de la Iglesia se ha puesto al servicio de los enfermos y de los que sufren en esta pandemia – entre nosotros todavía en ci­fras graves pero contenidas de frente a las de otras naciones- confortando con los sacramentos y la gracia de Dios a los que sufren. Gracias a todos los respon­sables de los bancos de alimentos y de los grupos de caridad que en estos días han atendido a los pobres, también a los donantes generosos y a los voluntarios. Gracias al trabajo de muchos sacerdotes y laicos, con la caridad de muchos he­mos entregado más de 42.000 mercados. Muchos sacerdotes y laicos han vivido la tarea de escuchar y consolar a los que sufren por la pérdida de sus seres queri­dos o que se enfrentan a situaciones muy complejas fruto de la soledad o falta de elementos necesarios para la vida. Gra­cias a las religiosas se han atendido mu­chas obras y servicios caritativos en sus obras educativas y sociales, empeñadas en primera línea en el servicio de los po­bres. Esta grave situación, en la que tenemos que actuar con gran responsabilidad y serenidad para evitar la difusión de la en­fermedad, nos tiene que llevar a vivir la caridad de Cristo, en nuestros hogares en primer momento, con nuestros vecinos, en cada una de nuestras comunidades pa­rroquiales y de vida religiosa. Tenemos que mirar el futuro con los ojos puestos en Jesucristo y en sus palabras que nos invitan a amarnos y a servirnos, inspirados en su Evangelio. Que la Santa Madre de Dios nos proteja y regale la sa­lud en este tiempo de enfermedad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 11 Mayo 2020

Bajo tu amparo, Santa Madre de Dios

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid -Con gran esperanza y fe, escribo estas palabras para el periódico diocesano LA VERDAD, que en esta ocasión llega a ustedes por medio de los modernos medios de comunicación social, en forma virtual. Para todos es bien conocida la situación en la cual nos encontramos por un gran riesgo sanitario, ocasiona­do por un agente biológico, el virus CORONAVI­RUS, que ha ocasionado más de 240.000 contagios, superando las 10.000 personas fallecidas en más de 170 países del mundo, en cantidades diversas pero que ya es una PANDEMIA declarada. Con nuestros ojos y con nuestra particular forma de comprender las cosas vamos viendo ya los signos de esta gran preocupación para toda nuestra comunidad. También en Colombia, al momento de escribir estas palabras los infectados positivos al virus, son 145 personas y esta cifra está en crecimiento. Es una triste realidad, que por las condiciones de glo­balización y de posibilidad de movimiento y viajes que tienen las personas hoy, ha permitido el avance y contagio de este virus, que amenaza la vida humana. Seguramente hay otros virus y enfermedades que glo­balmente, ocasionan más muertes entre nosotros, pero la difusión que han hecho los medios de comunica­ción social y la virulencia y agresividad de este agente biológico, hacen temer un gran número de muertes en nuestro medio, especialmente las personas ancianas, con dificultades y problemas en sus defensas o que tienen otros problemas graves de salud los amenazan grandemente. Esta situación nos ha tocado también en la fe, en la vivencia de nuestra vida cristiana, privándonos de la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, decisión dolorosa pero necesaria para no arriesgar la vida de muchos hermanos o la vida personal de quien se expone al virus, que es de muy fácil propagación. Debemos como comunidad de fe, reflexionar también en esta situación y en las enseñanzas que podemos adquirir todos en medio de esta prueba. Para muchos de nosotros la renuncia a la celebración de la Eucaristía, los sacerdotes la siguen celebrando en privado, nos hace reconocer la centralidad e im­portancia de este encuentro personal con Jesucris­to, donde le recibimos real y personalmente presente en el Pan y el Vino, que son su Cuerpo y su Sangre. También sentimos la ausencia de la comunidad de fe, de los hermanos que juntos se encuentran y viven comunitariamente su fe en la vivencia de los sacra­mentos, en la formación y catequesis que acompañan la vida cristiana. También tenemos que entender el sacrificio, la cari­dad, el dolor de muchos en este momento que están privados de lo necesario por la ausencia de trabajo o de bienes, por la dedicación inmensa que tienen que hacer de su vida y de sus acciones al servicio de los hermanos que viven la prueba. Esta gran emergencia tiene que hacernos pensar en muchos de los criterios que aplica la economía y el mercado imperante, los salarios de los jugadores son exorbitantes, como las ganancias de los artistas, que seguramente corresponden a su esfuerzo, pero se nos muestra que la compensación de los agentes sanita­rios (médicos, especialistas, investigadores, perso­nal de los hospitales, enfermeros) no corresponde a su trabajo generoso y riesgos asumidos en el servicio de los otros. La situación que enfrentamos, que ape­nas comienza, tiene que hacernos pen­sar en valores superiores, el cuidado y la dedicación a los ancianos que te­nemos que proteger y acompañar, la dolorosa realidad de los pobres y nece­sitados, la difícil situación de los que viven en condiciones precarias por la falta de trabajo, de justas oportuni­dades y remuneración. Muchos dedicarán su tiempo, su es­fuerzo, su tarea con un gran riesgo para atender la emergencia, en pri­mer lugar los Gobernantes, a nivel mundial y a nivel nacional, en nuestra región, de ellos esperamos gran decisión, claridad y precisión en sus decisiones. Para ellos pedimos a Dios las luces del Espíritu Santo. En sus decisiones está el futuro y el rumbo que tomen los volúmenes de contagio de esta enfermedad, que no perdonará a muchos. En momentos de la historia humana, donde el hom­bre consideraba que estaba a salvo y se consideraba el amo y señor de la naturaleza y del ambiente, un pequeño virus, ha tomado al descubierto a las nacio­nes más importantes de la tierra, poniéndolas de rodi­llas. Esta enfermedad nos recuerda la fragilidad de la vida humana, de su naturaleza superior por la inteligencia y capacidades decisionales, propias de su alma, pero también la fragilidad de la condición biológica de la persona humana. Un pequeño virus tiene en vilo a la humanidad entera. Se unen en el hombre su gran naturaleza y valor, pero también su gran fragilidad. De frente a esta gran pandemia, tenemos que entender que el hombre hace parte también de una realidad bio­lógica muy compleja, que no conocemos totalmente y que muestra la debilidad del hombre. Tenemos que aprender que el hombre es limitado, y no tiene las respuestas a todos los retos de la vida y existencia humana. La fragilidad y la debilidad de estos momentos nos tienen que llevar a respetar y a defender la vida humana en todas sus dimensiones, desde la concepción, desde el pri­mer instante, hasta el término na­tural de la existencia, esta es una de las grandes enseñanzas. El hombre y su inteligencia ha hecho adelantos inmensos en los últimos decenios, especialmente en la medicina, pero en esta situa­ción concreta se encuentra débil y con las manos vacías. En estas circunstancias aprende­mos muchas cosas, una de ellas la necesidad de la caridad y el servi­cio que debemos todos vivir, para ayudar a los enfermos, a los ne­cesitados, para propiciar la ayuda a quien esté en dificultades. En primer lugar los médicos, las autoridades, las fuerzas del orden -Ejercito y Policía Nacional- que están des­plegando su ingente tarea y acción. Es de valorar el esfuerzo de nuestros hospitales, clínicas, lugares de atención médica, a ellos tenemos que ayudar y prote­ger, de ellos depende nuestra vida. Gratitud para quienes nos siguen brindando la po­sibilidad del alimento, la provisión de lo necesario para la vida. Tenemos que ayudarnos y cuidarnos todos, mutuamente, en familia, permaneciendo en nuestros hogares y espacios seguros, para evi­tar ser transmisores de la enfermedad. Gran res­ponsabilidad en el aprovisionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad, caridad hacia los pobres y necesitados, donde podamos ayudar y completar lo necesario a niños y ancianos. Saludo afectuosamente a los sacerdotes, quienes viven un particular momento de prueba en estos momentos por la ausencia de sus comunidades. Los invito a cui­dar a los enfermos, a los pobres, a los necesitados en estos momentos de prueba. A los religiosos y religio­sas, también un saludo para que continúen viviendo la caridad de Cristo en sus carismas y llamadas recibidas de Dios. A los seminaristas los exhorto a continuar su proceso formativo con gran responsabilidad, con la oración y el estudio. En esta grave crisis, como Obispo diocesano de Cú­cuta, he repetido la consagración que esta ciudad hizo al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del gran terremoto y que se cumplió en la construc­ción del Monumento de Cristo Rey que preside la ciudad. A Él, con fe cierta, pedimos la protección de la ciudad y de sus hijos, de Norte de Santander y de Colombia entera, también del hermano pueblo de Venezuela en momentos bien difíciles de su histo­ria. He querido llevar con devoción y solemnidad el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad y bendecir cada uno de sus espacios, implorando la protección del Señor sobre nosotros. Los invito a que no cesemos en la oración, en la pe­tición a la protección de Dios sobre nosotros y sobre todo el mundo. Con devoción pidamos también a la Santa Madre de Dios que salvó a Roma de la peste negra en el año 590 que nos proteja. Oremos todos con devoción y fe: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, de todo peligro líbranos oh Virgen Gloriosa y Bendita. Amén.San José, nuestro celeste Patrono nos proteja como protegió a su Santa Familia, Jesús y María Santísima. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 7 Abr 2020

Semana Santa con la esperanza que Cristo Resucitado nos concede

Por: Mons. Víctor Ochoa Cadavid - Vivimos un tiempo de prueba, como cristianos, hemos experimentado una Cuaresma sin precedentes, la humanidad ha sido azotada por la enfermedad del Coronavirus, convertida en pandemia. Por tal motivo, la Organización de las Naciones Unidas la define como la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial.Precisamente en estos días celebramos la PASCUA gloriosa de Jesucristo, resucitado de entre los muertos. Al cierre de esta edición especial de SEMANA SANTA del periódico LA VERDAD, se reportaban51.515muertes,25de ellas, en Colombia, donde además, el número de contagiados superaban los 1.267. Son cifras dramáticas, que tocan el alma y la llenan de sufrimiento.En nuestro país nos encontramos en un confinamiento obligatorio, directriz que ha impartido el Gobierno Nacional para prevenir la propagación de este virus que aún no tiene vacuna y se expande con rapidez por el mundo enero. Así como en Colombia, en muchos países se optó por estar en cuarentena, es la mejor medida para que el virus no encuentre “huéspedes” y se extinga. La Iglesia Católica ha asumido con responsabilidad todas las medidas necesarias, la más dolorosa, el cierre de los Templos, con la ausencia de los fieles, pero sabemos que en cada uno de los corazones cristianos la Iglesia vive, crece y palpita. Como signo de esperanza, hemos recibido de Su Santidad, el PAPA FRANCISCO, la bendición extraordinaria ‘Urbi et Orbi’, otro hecho histórico. En su oración, le dice al Señor:“Nos llamas a tomar este tiempo de prueba comoun momento de eleccioìn. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”. Es verdaderamente un tiempo de prueba para todos, creyentes y no creyentes, la enfermedad nos ha quitado la venda de los ojos, ¿a cuántos les sirve la riqueza en sus bolsillos, si no pueden salir de sus casas? La riqueza la encuentran en los ojos de sus padres, hijos, la familia que no es valorada, pero es la única compañía (terrenal) en el aislamiento. Por otra parte, están quienes son perjudicados económicamente por no poder salir a trabajar porque “viven del diario”; que nuestra caridad pueda ayudar en estos momentos a quienes podrían pasar días sin servir un plato de comida en su mesa. Esta será sin duda, una Semana Santa en FAMILIA, no hay posibilidad que tomen estos días festivos para salir de vacaciones o distraerse, DIOS tiene distintas maneras de obrar, ahora, todos desde casa viviremos los misterios centrales de nuestra fe. La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, publicó un decreto titulado: En tiempo de Covid-19, donde se aclara que la fecha de la PASCUA no puede ser trasladada y están consignadas todas las indicaciones para que los Obispos y presbíteros celebremos los ritos de la SEMANA SANTA sin la presencia del pueblo y en un lugar adecuado, “evitando la concelebración y omitiendo el saludo de paz”, entre otras pautas para que, primero que todo, los fieles reciban los sacramentos y vivan la liturgia, y, segundo, para que nos cuidemos entre nosotros mismos. Por esto, LA VERDAD, dispone para ustedes, en formato digital, el material preciso para encontrarnos con el Evangelio en este momento especial y extraordinario en la historia de la humanidad. La Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, nos encuentra en esta ocasión con un corazón contrito y sedientos de que nos conceda una nueva vida, una vida de Salvación. En esta Semana Santa los invito a vivir una experiencia de amor, cada día junto a nuestra familia, vamos a darle un sentido aún más profundo desde el Domingo de Ramos, hasta la Pascua. En el contenido de esta revista encontrarán la programación de las celebraciones, que gracias a los modernos medios de comunicación de la DIÓCESIS DE CÚCUTA, pueden seguir las transmisiones en video en vivo por internet o transmisión radial; contamos con página web, redes sociales, emisora, todo el equipamiento para unirnos en este tiempo de gracia, donde vamos a reconocer el gran amor de Dios. Jesús nos dice -a esta Iglesia Particular- en abril: “Por sus frutos los conocerán”, ¡estamos llamados a dar frutos para el Señor! Creciendo en el conocimiento de la Palabra y realizando buenas obras, lo lograremos. Que durante la Semana Mayor nos empeñemos en renovar nuestra existencia y agradar a Dios. En esta oportunidad, rezo para que Cristo Resucitado permanezca en sus hogares, que los motive a que las buenas obras empiecen por actuar con responsabilidad moral y civil, que se cumplan todas las medidas necesarias para protegerse y proteger al prójimo de ser contagiados por el Coronavirus; que en el confinamiento las familias se reencuentren y juntos reaviven su fe, que confíen en que en la CRUZ el Señor venció el pecado y la muerte. Por último, hago la invitación a que realicen con profunda espiritualidad los SIGNOS para los días Santos, que se indican en esta guía digital; es una forma de no sólo vivir, meditar, orar, sino de participar como Iglesia en cada una de las celebraciones. “Todo está cumplido” (Jn 19, 30), hermanos, abracemos la Cruz, llenémonos de su esperanza.Que la Virgen Santa, María de Nazareth, nos mantenga firmes en la esperanza, junto a la Cruz, en la espera de la alegría de la Pascua. + Víctor Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mié 25 Mar 2020

Bajo tu amparo, Santa Madre de Dios

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid -Con gran esperanza y fe, escribo estas palabras para el periódico diocesano LA VERDAD, que en esta ocasión llega a ustedes por medio de los modernos medios de comunicación social, en forma virtual. Para todos es bien conocida la situación en la cual nos encontramos por un gran riesgo sanitario, ocasiona­do por un agente biológico, el virus CORONAVI­RUS, que ha ocasionado más de 240.000 contagios, superando las 10.000 personas fallecidas en más de 170 países del mundo, en cantidades diversas pero que ya es una PANDEMIA declarada. Con nuestros ojos y con nuestra particular forma de comprender las cosas vamos viendo ya los signos de esta gran preocupación para toda nuestra comunidad. También en Colombia, al momento de escribir estas palabras los infectados positivos al virus, son 145 personas y esta cifra está en crecimiento. Es una triste realidad, que por las condiciones de glo­balización y de posibilidad de movimiento y viajes que tienen las personas hoy, ha permitido el avance y contagio de este virus, que amenaza la vida humana. Seguramente hay otros virus y enfermedades que glo­balmente, ocasionan más muertes entre nosotros, pero la difusión que han hecho los medios de comunica­ción social y la virulencia y agresividad de este agente biológico, hacen temer un gran número de muertes en nuestro medio, especialmente las personas ancianas, con dificultades y problemas en sus defensas o que tienen otros problemas graves de salud los amenazan grandemente. Esta situación nos ha tocado también en la fe, en la vivencia de nuestra vida cristiana, privándonos de la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, decisión dolorosa pero necesaria para no arriesgar la vida de muchos hermanos o la vida personal de quien se expone al virus, que es de muy fácil propagación. Debemos como comunidad de fe, reflexionar también en esta situación y en las enseñanzas que podemos adquirir todos en medio de esta prueba. Para muchos de nosotros la renuncia a la celebración de la Eucaristía, los sacerdotes la siguen celebrando en privado, nos hace reconocer la centralidad e im­portancia de este encuentro personal con Jesucris­to, donde le recibimos real y personalmente presente en el Pan y el Vino, que son su Cuerpo y su Sangre. También sentimos la ausencia de la comunidad de fe, de los hermanos que juntos se encuentran y viven comunitariamente su fe en la vivencia de los sacra­mentos, en la formación y catequesis que acompañan la vida cristiana. También tenemos que entender el sacrificio, la cari­dad, el dolor de muchos en este momento que están privados de lo necesario por la ausencia de trabajo o de bienes, por la dedicación inmensa que tienen que hacer de su vida y de sus acciones al servicio de los hermanos que viven la prueba. Esta gran emergencia tiene que hacernos pensar en muchos de los criterios que aplica la economía y el mercado imperante, los salarios de los jugadores son exorbitantes, como las ganancias de los artistas, que seguramente corresponden a su esfuerzo, pero se nos muestra que la compensación de los agentes sanita­rios (médicos, especialistas, investigadores, perso­nal de los hospitales, enfermeros) no corresponde a su trabajo generoso y riesgos asumidos en el servicio de los otros. La situación que enfrentamos, que ape­nas comienza, tiene que hacernos pen­sar en valores superiores, el cuidado y la dedicación a los ancianos que te­nemos que proteger y acompañar, la dolorosa realidad de los pobres y nece­sitados, la difícil situación de los que viven en condiciones precarias por la falta de trabajo, de justas oportuni­dades y remuneración. Muchos dedicarán su tiempo, su es­fuerzo, su tarea con un gran riesgo para atender la emergencia, en pri­mer lugar los Gobernantes, a nivel mundial y a nivel nacional, en nuestra región, de ellos esperamos gran decisión, claridad y precisión en sus decisiones. Para ellos pedimos a Dios las luces del Espíritu Santo. En sus decisiones está el futuro y el rumbo que tomen los volúmenes de contagio de esta enfermedad, que no perdonará a muchos. En momentos de la historia humana, donde el hom­bre consideraba que estaba a salvo y se consideraba el amo y señor de la naturaleza y del ambiente, un pequeño virus, ha tomado al descubierto a las nacio­nes más importantes de la tierra, poniéndolas de rodi­llas. Esta enfermedad nos recuerda la fragilidad de la vida humana, de su naturaleza superior por la inteligencia y capacidades decisionales, propias de su alma, pero también la fragilidad de la condición biológica de la persona humana. Un pequeño virus tiene en vilo a la humanidad entera. Se unen en el hombre su gran naturaleza y valor, pero también su gran fragilidad. De frente a esta gran pandemia, tenemos que entender que el hombre hace parte también de una realidad bio­lógica muy compleja, que no conocemos totalmente y que muestra la debilidad del hombre. Tenemos que aprender que el hombre es limitado, y no tiene las respuestas a todos los retos de la vida y existencia humana. La fragilidad y la debilidad de estos momentos nos tienen que llevar a respetar y a defender la vida humana en todas sus dimensiones, desde la concepción, desde el pri­mer instante, hasta el término na­tural de la existencia, esta es una de las grandes enseñanzas. El hombre y su inteligencia ha hecho adelantos inmensos en los últimos decenios, especialmente en la medicina, pero en esta situa­ción concreta se encuentra débil y con las manos vacías. En estas circunstancias aprende­mos muchas cosas, una de ellas la necesidad de la caridad y el servi­cio que debemos todos vivir, para ayudar a los enfermos, a los ne­cesitados, para propiciar la ayuda a quien esté en dificultades. En primer lugar los médicos, las autoridades, las fuerzas del orden -Ejercito y Policía Nacional- que están des­plegando su ingente tarea y acción. Es de valorar el esfuerzo de nuestros hospitales, clínicas, lugares de atención médica, a ellos tenemos que ayudar y prote­ger, de ellos depende nuestra vida. Gratitud para quienes nos siguen brindando la po­sibilidad del alimento, la provisión de lo necesario para la vida. Tenemos que ayudarnos y cuidarnos todos, mutuamente, en familia, permaneciendo en nuestros hogares y espacios seguros, para evi­tar ser transmisores de la enfermedad. Gran res­ponsabilidad en el aprovisionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad, caridad hacia los pobres y necesitados, donde podamos ayudar y completar lo necesario a niños y ancianos. Saludo afectuosamente a los sacerdotes, quienes viven un particular momento de prueba en estos momentos por la ausencia de sus comunidades. Los invito a cui­dar a los enfermos, a los pobres, a los necesitados en estos momentos de prueba. A los religiosos y religio­sas, también un saludo para que continúen viviendo la caridad de Cristo en sus carismas y llamadas recibidas de Dios. A los seminaristas los exhorto a continuar su proceso formativo con gran responsabilidad, con la oración y el estudio. En esta grave crisis, como Obispo diocesano de Cú­cuta, he repetido la consagración que esta ciudad hizo al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del gran terremoto y que se cumplió en la construc­ción del Monumento de Cristo Rey que preside la ciudad. A Él, con fe cierta, pedimos la protección de la ciudad y de sus hijos, de Norte de Santander y de Colombia entera, también del hermano pueblo de Venezuela en momentos bien difíciles de su histo­ria. He querido llevar con devoción y solemnidad el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad y bendecir cada uno de sus espacios, implorando la protección del Señor sobre nosotros. Los invito a que no cesemos en la oración, en la pe­tición a la protección de Dios sobre nosotros y sobre todo el mundo. Con devoción pidamos también a la Santa Madre de Dios que salvó a Roma de la peste negra en el año 590 que nos proteja. Oremos todos con devoción y fe: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, de todo peligro líbranos oh Virgen Gloriosa y Bendita. Amén. San José, nuestro celeste Patrono nos proteja como protegió a su Santa Familia, Jesús y María Santísima. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 24 Ene 2020

El Año de la Palabra

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - La Carta a los Hebreos nos dice que “de muchos modos habló Dios a nuestros padres... ahora, en estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hebreos 1, 1-2). El Papa FRANCISCO, con una Carta Apostólica “Aperuit Illud”, (hace referencia a un versículo de San Lucas, cuando Cristo en el camino de Emmaus, «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» Lc 24, 45) del 30 de septiembre de 2019, estableció la JORNADA DE LA PALABRA DE DIOS, así nos lo indica en este documento Pontificio: “Establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha, el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad”. Es intención del Papa FRANCISCO llevarnos a una profunda reflexión y acogida de la Palabra de Dios, que es fuente de vida, de alegría y de esperanza en nuestras vidas. Así, este domingo, celebraremos el Domingo de la Palabra de Dios y pondremos toda la fuerza en la escucha del Dios que nos habla, hoy, en nuestras circunstancias concretas de vida. Volver cada día a la Palabra de vida, es fuente de crecimiento para nuestra vida espiritual, para nuestra relación con Dios, llevando a hechos concretos nuestra opción por Él. Por una inmensa bondad de Dios hemos recibido la revelación del amor de Dios en las distintas etapas de la Historia de la Salvación. Dios de una forma clara y precisa, con nuestro lenguaje, nos ha hablado y manifestado su voluntad, nos ha revelado su plan de salvación que se cumple en su Hijo Primogénito, Jesucristo nuestro Señor. Dios se ha manifestado de modo paternal y pedagógico, en la historia del pueblo santo, de modo que, poco a poco, como convenía a la condición limitada del corazón humano, se entendiera como acción divina cada momento de la historia de Israel, la creación, la liberación de Egipto, la conquista de la Tierra Prometida, la comunicación del amor de Dios por medio de los profetas. Tenemos a disposición la Palabra, un libro con gran difusión, pero desconocido para muchos en su sentido profundo. La Biblia no es una suma de libros agregados como si se armara una biblioteca; es la bondadosa manifestación de la voluntad divina recogida por los autores que, inspirados por el Espíritu Santo, recogen la vida de la comunidad, la voz de los profetas que hablan en nombre de Dios y hacen la interpretación de cada momento como una intervención decidida y gloriosa del Dios verdadero, el que nos ama, el que nos acompaña. En el camino espiritual y en respuesta a Dios tenemos que ir con seguridad y constancia a la Palabra para encontrar el fundamento de la fe. Esta Jornada será la ocasión para explicar, presentar y propiciar que la Palabra llegue a todos los fieles y que entremos con más cuidado en las enseñanzas de Jesús. Toda la vida y enseñanza que tiene la Palabra de Dios, es la revelación del plan de Dios. El final de esta revelación es la Encarnación del Verbo, Jesucristo, que llega “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gálatas 4,4) en el momento preciso de la historia. La Palabra es esencial, la Iglesia no es una religión de un libro sino una comunidad que mira cada palabra contenida en la Escritura como el fundamento de su fe, la luz de su esperanza, la fuerza de su caridad. La Palabra proclamada y anunciada configura la Iglesia y la llama a ser en el mundo constante testimonio del amor de Dios revelado en su Hijo. El Espíritu Santo no solo inspira la Escritura entera sino que da luces para poderla comprender, para poderla explicar, para poderla vivir. La Iglesia Católica, madre y maestra, se construye cada día dejándose guiar por la Palabra de Dios, bajo la acción del Espíritu Santo. En efecto, «todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Romanos 15, 4). Este año en nuestro plan pastoral, buscaremos propiciar una experiencia personal y dinámica, en la cual “ME ENCUENTRO CON EL EVANGELIO”, repasaremos la enseñanza de Jesús en el Evangelio de San Mateo, que leeremos en este año litúrgico. Un versículo nos acompañara cada mes, pero abriendo el espacio para que leamos, meditemos, contemplemos y, especialmente, vivamos la palabra de Cristo que nos quiere llevar al Padre. En la fe la Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su vida la Escritura unida a la tradición y que luego se concreta en el Magisterio y también se hace Liturgia que alaba y celebra, justamente con la Palabra, la gracia santificante. Esta experiencia de contemplación y de lectura de la Palabra de Dios, tiene que animar a nuestras comunidades, a cada uno de nosotros para seguir con amor y generosidad a Cristo en nuestras vidas y comunidades. De la Iglesia el cristiano recibe la Biblia, mas no como un libro hermoso que contiene historias y enseñanzas, ni como un texto literario, sino como el camino seguro por el que Dios nos habla y nosotros llegamos hasta Dios. Creo que todos tenemos en nuestros hogares la Palabra de Dios, la Biblia, aprovechémosla. Que la Biblia no sea más un adorno que reposa en un atril, sino que, leyéndola y orándola, sea camino de esperanza y nos lleve a contemplar a quien en esas miles de letras nos comunica su amor, su voluntad, su vida, su esperanza. Que se realice en nosotros como se realizó en Santa María, la Virgen Santa, la voluntad de Dios escuchada por ella en su corazón. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 24 Dic 2019

El Espíritu de la Navidad

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1, 14). Estos días nos llevan a todos a vivir el espíritu de la NAVIDAD. Es un momento particular en el cual nos encontramos en familia y compartimos momentos de especial alegría y familiaridad. No olvidemos que la Navidad es encontrar a Jesucristo, que nació para nuestra salvación. Celebrar la Navidad es permitirle al corazón la inmensa alegría de recibir la visita de la Vida, la esperanza, la alegría, la luz y la verdad que el Señor nos regala con abundancia. Es muy humano añorar tiempos de fiesta y de regocijo. En nuestra realidad cultural, este tiempo es de fiesta y, a veces de excesos. Los dolores de cada día deben encontrar, sobre todo en este tiempo, el alivio de la alegría y el ambiente gozoso que produce el encuentro de las familias, la vivencia espontánea y reconfortante de las tradiciones que en estos días nos animan y fortalecen. Compartimos muchas cosas, alimentos, regalos, momentos de encuentro, a veces con demasiado ruido que no nos permite escuchar y vivir el sentido de este tiempo de gracia. Nuestras tradiciones navideñas evidencian la fuerza y la hondura de los procesos de evangelización que han grabado en el alma de la cultura la presencia del Señor en su nacimiento, el reencuentro de los hogares, la experiencia maravillosa de orar alegremente delante del Portal de Belén, “admirable signo” como lo llama el Papa Francisco en su última Carta Apostólica, porque nos presenta la bondad de Dios y la cercanía de su amor en la persona de su Hijo, Señor nuestro y Dios de todo consuelo, que llega al corazón de quienes lo aguardan con fe. Este tiempo tiene que ser espacio de profunda vida espiritual. Debemos retornar a la identidad cristiana de estas fiestas, a la alegría que cada mañana nos proporciona acudir a la Novena de Navidad llenando la alborada de cada día con el canto de la esperanza de un pueblo que sigue diciéndole al Señor: ven, no tardes tanto. Las celebraciones de la Novena, en las primeras horas del alba, conservan ese profundo sentido espiritual de la Navidad. Volvamos a Dios, volvamos a Belén, abramos la puerta del corazón al Señor. Oremos juntos en las casas, en el trabajo, en la vida pública que, por fortuna, aún conserva la dicha de recordar con tantos signos la encarnación y el nacimiento del Salvador. Recojamos la herencia de dulzura, de esperanza, de bondad gozosa que se vuelve caridad, fraternidad, alegría iluminada por el Señor que comparte nuestra historia, que la llena de vida y de paz, justamente cuando cruzamos diariamente la mirada y la vida con tantos sufrimientos, con tantas expresiones de soledad, de desarraigo, de desesperación. Recordemos en estos días a los que sufren, a los enfermos, a los tristes, a los que están en la cárcel. No perdamos de vista el ejercicio gozoso de la misericordia que nos permite compartir con los necesitados, ayudar a los que necesitan una voz de aliento en estos días en los que se añora la patria, la familia, la paz que el mundo aguarda y que tenemos que seguir construyendo con la fuerza de la justicia y de la fraternidad. Sintamos que es preciso saber que la Navidad con sus luces, colores, alegrías, debe ser el reflejo de una comunidad que crece en humanidad, que hace suyo el camino que Jesús también recorrió al poner su vida, su amor, su tienda entre nosotros. En Belén, encontramos la LUZ de los pueblos, a Cristo que viene a iluminar a los pueblos que caminan en oscuridad. El humilde y alegre hogar de Jesús, de María y de José, nos ayude a celebrar la esperanza y a vivir estas fiestas con sinceridad, con misericordia, con generosidad. No olvidemos que no sólo debemos pedir, hay que dar gracias por tantas bondades, por ser Iglesia viva que camina con todos y que a todos anuncia el amor y la esperanza. No dejemos que empiece el año nuevo 2020 sin pedirle al Señor que nos asista con su amor, que nos regale la fe de María, la bondad de San José, la paz que irradia el Niño que, por nosotros bajó del cielo y se hizo hermano de quienes le acogen con sencillez y alegría. Feliz Navidad para todos los queridos lectores de LA VERDAD, los mejores deseos y bendiciones de Dios para el año 2020. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Jue 7 Nov 2019

Defendamos la vida humana

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jeremías 1, 5). La vida humana es sagrada siempre, toda, en todas partes, para todos. Aparece nuevamente en el horizonte de nuestra comunidad el delicado tema de la VIDA HUMANA. Se ha presentado por parte del Ministerio de Salud y Protección Social, el proyecto de una resolución sobre la “Interrupción Voluntaria del Embarazo” -que no es otra cosa que el aborto- en Colombia, mostrado antes de su firma a la comunidad. También en el Congreso se ha expuesto y aprobado en primer debate, un proyecto de ley que reglamenta la eutanasia, que no es otra cosa que un atentado a la vida humana. Se pone pues ante nuestros ojos un delicadísimo tema, el irrespeto y el ataque a la vida humana desde sus primeros momentos de existencia -la concepción- hasta su término natural con la muerte. La humanidad, sobre todo en las últimas décadas, tiene una rara tendencia al desprecio de la vida. Esta es una constante que ha ido creciendo progresivamente. También entre nosotros, se ha abierto esta puerta con algunas sentencias de la Corte Constitucional, despenalizando el aborto y abriendo la puerta para su realización. Justamente cuando los adelantos de la ciencia han descubierto la admirable maravilla de la vida humana en todas sus facetas, se genera un movimiento que ataca y destruye la grandeza de la existencia humana, que niega el derecho natural a la vida, que atenta contra los que empiezan o contra los que, por una u otra razón, están ante el drama de la muerte, pretendiendo legislar y normativizar acerca de un derecho inalienable e indeclinable como es el de la existencia. Es oportuno que nosotros, como católicos, reflexionemos profundamente sobre este tema, que es fundamental y toca lo más sagrado de la existencia humana. Todos, tendríamos que entrar profundamente en el misterio de la vida, de sus fundamentos y realidades, en la dimensión de profundo valor que posee y, sobre todo, entrar claramente en su defensa. Se está tocando lo más fundamental de cuanto el hombre tiene, como regalo del Creador. La esencia misma de la fe, la misma naturaleza humana nos pide defender la vida en su totalidad. En la Sagrada Escritura encontramos claramente el precepto de Dios: “No matarás” (Éxodo 20, 13). El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” (Número 2258). Los primeros cristianos, desde los primeros años, entraron claramente a defender la vida humana, respetando este don de Dios. Incluso, en la primera literatura cristiana, al comenzar la predicación del Evangelio, se nos ofrecen ejemplos de esta defensa autorizada de la vida en su origen mismo. En los dos primeros siglos encontramos esta enseñanza: «No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido» (Didajé, 2, 2; cf. Epistula Pseudo Barnabae, 19, 5; Epistula ad Diognetum 5, 5; Tertuliano, Apologeticum, 9, 8). Estas referencias no son únicamente una erudición, nos muestran que la lucha por la vida y su defensa hacen parte de la doctrina misma de los Santos Padres. Nos extraña profundamente que el mismo Estado, en sus autoridades del poder ejecutivo y del legislativo, tome estas decisiones que atentan contra la persona humana. Es claro que nuestra Constitución, respeta claramente la vida (Artículo 11 de la Constitución) el mismo que argumenta ampliamente la defensa de la vida, que en muchísimos apartes de la Constitución se defiende la existencia humana. Es doloroso, y creo que contra el espíritu de la misma y de los constituyentes, que se vaya abriendo la puerta a un verdadero crimen agravado por la plena convicción que dicen tener quienes proponen la destrucción de la vida, argumentando que la vida puede ser interrumpida, tanto en el momento mismo del nacimiento, como terminarla antes de su término natural. La gravedad del deseo de reglamentar lo que en mala hora fue aprobado por personas que, sobrepasando los límites de la autoridad, permitieron la práctica del aborto, instruyendo sin cansancio sobre la necesidad de generar leyes en las que se termina abusando de la propia libertad, de la libertad de los demás, de la libertad de la criatura que se está formando y que está en estado absoluto de indefensión. La Iglesia, Madre solícita, tiene el deber y la obligación de enseñar y actuar, por lo que nos enseña en la ‘Instrucción Donum Vitae’: “Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho [...] El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum Vitae 3). Por ello, los estados no pueden, por principio, negar el común criterio de defensa de la vida, legislando acerca de cómo suprimirla, extinguirla, suspenderla, negarla. Las leyes emanadas en tal sentido, incluso las propuestas que permitirían el Aborto, son intrínsecamente lesivas de la dignidad humana, ya que no pueden destruir lo que dicen defender, ni negar el derecho a vivir especialmente a los más vulnerables. El ABORTO, incluso si le cambian el nombre o definición a esta acción inhumana, es un homicidio en toda su realidad, agravado porque se comete contra quien no se puede defender y porque una legislación que va contra el principio fundamental de la vida, contra la vida misma, no es humana y pierde todo el sentido de su autoridad al propiciar la muerte, el dolor, la negación de la vida misma. La EUTANASIA, el suicidio asistido, es un atentado a la vida humana, una negación del derecho fundamental a la vida, que tiene cada persona y que es inviolable. Con estas decisiones se está destruyendo y atacando algo que es fundamental para los derechos de la persona humana, su derecho fundamental a la vida y a la existencia. No dejemos de pensar en la belleza de la persona humana, en la ternura de un niño, en la bondad y alta carga ética de valor de la vida humana. Somos hoy muy sensibles a los derechos de la persona humana, decimos todos defenderlos y promoverlos. Empeñémonos todos en la defensa de la vida humana en todos los momentos de su existencia. En esta edición de LA VERDAD encontrarán algunos elementos que entran claramente en estos temas, concretamente la Carta que la Conferencia Episcopal de Colombia ha escrito al Señor Ministro de Salud, sobre este delicado argumento. Gritemos y manifestemos claramente nuestra posición, con un ¡SÍ A LA VIDA! + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 22 Oct 2019

El voto de los católicos

Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Estamos a las puertas de un momento muy importante en la vida de nuestra comunidad: Las elecciones a los cargos de las autoridades locales, aquellos que tienen la responsabilidad directa del entorno cercano a nuestras comunidades. Seremos llamados a expresar nuestra elección en los próximos días, y es necesario entrar a reflexionar sobre la gran responsabilidad que tenemos al escoger a quienes tienen que cuidar y gestionar los recursos de la comunidad. Deseo presentar en estas sencillas reflexiones, algunos elementos para los lectores de LA VERDAD, que susciten una profunda lectura de esta realidad social que nos toca. Con las elecciones entramos en el ejercicio de la democracia, el sistema político que hemos elegido para nuestra expresión como estado; por el voto, elegimos a algunos que tienen que administrar y buscar el bien de todos. En nuestra comunidad, los gobernantes deben buscar el desarrollo humano integral, un compromiso con las realidades superiores que animan nuestra sociedad, pero que se concretizan en las necesidades de los hombres y mujeres de nuestra comunidad. Como ciudadanos, pero también como cristianos, seguidores de Jesús y de su Evangelio, tenemos que asumir con mucha responsabilidad este momento decisivo. En la democracia, algunos son encargados por la comunidad de velar por los derechos y los deberes de todos. La democracia es también participación, fortaleciendo formas y modos en los cuales se lleve a que todos los ciudadanos participen con su aporte, y con el cumplimiento de las normas y leyes entregando su valioso aporte a la vida del entorno en el cual vivimos, ayudando a que todos tengan lo necesario y fundamental para su existencia. Esa decisión que tomamos con las elecciones, deben ser libres, garantizando que este proceso elija a los mejores, a aquellos que por sus valores y capacidades respondan a todas las necesidades. No debe ser sólo una elección basada en agrupamiento de ideas o de principios políticos, siguiendo solo una bandera o una persona. Deben manifestarse principios y elementos superiores en esta elección, repasando ideas, propuestas, programas de acción y de gobierno. Esta elección no puede estar marcada por beneficios políticos, por dádivas o cosas que creen una corrupción de la escogencia que hacen los ciudadanos. Tendríamos que superar esta forma de buscar la expresión del voto por los miembros de nuestra comunidad. Debemos extirpar toda forma de pago o de intercambio por el voto, además de ser un delito, rompe con los altos principios éticos de este delicado momento de la comunidad. La elección de los mejores, es el principio, tener claramente marcada la verificación que los ciudadanos deben realizar en el tiempo. Los responsables del Gobierno deben rendir cuentas de forma clara y constante a todos, incluso aquellos que no han votado por ellos. Algunos principios deben estar siempre presentes: quien administra la realidad de los bienes públicos tiene que mostrar que su obrar y acción son correctos y responden a la construcción de un ideal social. Al momento de expresar nuestra voluntad en las urnas, debemos tener en cuenta que la acción de los gobernantes tiene que defender temas y principios que para nosotros los cristianos son fundamentales: • La defensa de la vida humana (desde su concepción en el primer instante de la fecundación, hasta el término natural de su fin), esto comporta claramente un NO al aborto y a la eutanasia, a los experimentos médicos en el campo de la vida humana. • La defensa de la familia humana (constituida por un hombre y una mujer, abierta a la vida, con acceso a los bienes fundamentales para su realización en la vivienda, la justa remuneración, la educación). • La educación y acceso a los bienes que como cristianos defendemos en la doctrina social de la Iglesia, la libertad religiosa y el respeto de los espacios para los que somos creyentes (en todas las condiciones religiosas y de vida espiritual). • Que todos puedan participar de los beneficios de la salud, sus desarrollos y medicamentos; comenzando con los más pobres. • Los gobernantes tienen también que procurar la ejecución de los recursos públicos con total eficiencia y honestidad, buscando el bien común en obras que sirvan a todos y no a unos pocos o a segmentos de una determinada comunidad. • Deben igualmente garantizar que todos los miembros de la comunidad reciban los bienes y beneficios sociales, especialmente los que por razones históricas o los complejos momentos de nuestra Patria, están excluidos de ellos. Es la búsqueda del ejercicio de la justicia social (Números 81, 82). Estos principios y elementos están muy bien expuestos en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, publicado por mandato de San Juan Pablo II en 2004 (números 408 y siguientes). Es necesaria la participación de todos con una afluencia masiva a las urnas, así garantizamos que exista verdaderamente una representación de todos en la elección de nuestros gobernantes. Un voto necesario, pero que también tiene que ser respetado y acompañado con gran honestidad por las autoridades responsables de su registro y conteo. Nuestro país, Colombia, vive una polarización política desde hace muchos decenios. Es justo que en las elecciones y en la lectura de las realidades políticas (que comporta la lectura de hechos económicos, sociales, de derecho y justicia), se garantice el derecho de la agrupación de ideas y de líneas de acción (partidos políticos), pero debe tenerse en cuenta también la búsqueda del bien común y de la construcción del desarrollo humano integral. Existen bienes superiores que tenemos que buscar con urgencia: el bien de todos, la paz, el orden y la adecuada aplicación de las leyes, la reconciliación y la reparación de los derechos de las víctimas de la violencia, la verdad (en todos los espacios) para construir sólidamente el futuro. Los discursos y las palabras del Papa FRANCISCO en su visita apostólica a Colombia, son un precioso tesoro que tenemos que repasar cada vez más, buscando su profunda enseñanza. El servicio político en el Gobierno y la representación que se ejerce, tiene una importante tarea y horizonte: BUSCAR EL BIEN COMÚN, donde se ayude a todos. San Juan Pablo II, hablando de los fieles laicos, nos dio algunas características para este servicio en la comunidad política: la paciencia, la modestia, la moderación, la caridad, la generosidad (Carta Apostólica Christifidelis laici, n. 42). De frente a nosotros, en nuestra comunidad concreta, tenemos grandes retos y grandes problemas en el horizonte, no podemos alejarnos de ellos y no tenerlos en cuenta a la hora de expresar nuestra voluntad en las urnas: la emigración y retorno de tantos a esta región, la pobreza en nuestras periferias, la falta de empleo y de oportunidades para muchos, la pérdida de valores cristianos y de fe, la corrupción, la violencia e irrespeto de la vida humana -don sagrado de Dios-, la falta de vivienda digna y de oportunidades. A la hora de emitir nuestro voto, pensemos en la alta responsabilidad de todos. Cada voto es importante y necesario, debe ser animado por principios de altos principios del bien común. Un voto que debe ser animado no por intereses de parte o por beneficios materiales debe contribuir al beneficio de todos, y al desarrollo de una comunidad en forma integral. Nos asista Dios, con su Espíritu Santo en esta elección al expresar nuestra voluntad escogiendo los gobernantes que necesitamos. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta