Pasar al contenido principal

Opinión

Mar 4 Feb 2020

2020

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Con frecuencia se escucha la expresión “cómo se pasa el tiempo de rápido” o, “se pasó el año sin darme cuenta”. Como es natural, se trata de la percepción que tenemos del transcurrir cotidiano de la vida, que si bien es cierto en el tiempo cronológico ni se adelanta, ni se detiene, tampoco se atrasa, con el ritmo de prisa que lleva la sociedad y cultura actual, en variedad de escenarios, acumulación de acontecimientos que se entrecruzan, sucesión acelerada de hechos que apenas se registran en las intrincadas redes sociales, ya empiezan a ser pasado para dar curso a la avalancha intermitente de nuevas noticias. En efecto, pareciera increíble que hayan pasado ya dos décadas desde cuándo con tantas expectativas, festejos y proyectos se celebró con alborozo el año 2000 que inauguraba un nuevo siglo. Dos décadas que indudablemente están marcando un cambio sustancial en la vida del mundo, que como lo afirmara el documento de Aparecida (Brasil, 2007), no vivimos una época de cambios sino “un cambio de época” (#44). Los cambios culturales son los que más han incidido indudablemente en estos años, marcados por un mundo globalizado en el que tiene protagonismo el imperio del ciberespacio que conecta y comunica simultáneamente la vida de la persona concreta con las colectividades y grupos que definen identidades diversas, formando una nueva manera de agregación en la población del planeta. Por eso también se escucha la expresión “¡cómo ha cambiado la vida!”. ¡Y sí que ha cambiado! Curiosamente el Concilio Vaticano II, que con providencial mirada previó de alguna manera el desarrollo del siguiente futuro, como modo de ubicación para plantearse a fondo el desafío de la evangelización, tarea fundamental de la Iglesia, describió tal expectativa afirmando: “El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador … se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también sobre la vida religiosa” (G.S.4). Y es lo que está ocurriendo pero que al contrario de lo que allí se señaló como aspiraciones más grandes de la humanidad, de no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, sino establecer un orden político, económico y social que estuviera más al servicio del hombre, permitiendo a personas y colectividades afirmar y cultivar su propia dignidad, se acentúa lo que allí se temía de que la carencia de bienes, servicios, atención integral a las grandes mayorías en el mundo, revelan la injusticia y la inequidad creciente que es un desafortunado resultado que hoy se verifica, generando nuevas formas de dependencia y aumentando periferias sociales como, con intervenciones puntuales, lo viene denunciando el Papa Francisco. De ahí, en el caso nuestro como Iglesia, en particular, la necesidad de releer con visión profética los signos nuevos de los tiempos en los que estamos inmersos, para que no obstante, y muy seguramente por ello, los momentos de pruebas y crisis eclesiales que experimentamos, nos conduzcan no solamente a compartir las esperanzas y temores de la hora presente de toda la familia humana sino a acelerar y hacer cada vez más propia la “salida misionera” de modo que la propuesta del Evangelio, con su benéfica eficacia, pueda provocar mediante su inculturación, razones para vivir y razones para esperar. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Vie 24 Ene 2020

El Año de la Palabra

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - La Carta a los Hebreos nos dice que “de muchos modos habló Dios a nuestros padres... ahora, en estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hebreos 1, 1-2). El Papa FRANCISCO, con una Carta Apostólica “Aperuit Illud”, (hace referencia a un versículo de San Lucas, cuando Cristo en el camino de Emmaus, «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» Lc 24, 45) del 30 de septiembre de 2019, estableció la JORNADA DE LA PALABRA DE DIOS, así nos lo indica en este documento Pontificio: “Establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha, el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad”. Es intención del Papa FRANCISCO llevarnos a una profunda reflexión y acogida de la Palabra de Dios, que es fuente de vida, de alegría y de esperanza en nuestras vidas. Así, este domingo, celebraremos el Domingo de la Palabra de Dios y pondremos toda la fuerza en la escucha del Dios que nos habla, hoy, en nuestras circunstancias concretas de vida. Volver cada día a la Palabra de vida, es fuente de crecimiento para nuestra vida espiritual, para nuestra relación con Dios, llevando a hechos concretos nuestra opción por Él. Por una inmensa bondad de Dios hemos recibido la revelación del amor de Dios en las distintas etapas de la Historia de la Salvación. Dios de una forma clara y precisa, con nuestro lenguaje, nos ha hablado y manifestado su voluntad, nos ha revelado su plan de salvación que se cumple en su Hijo Primogénito, Jesucristo nuestro Señor. Dios se ha manifestado de modo paternal y pedagógico, en la historia del pueblo santo, de modo que, poco a poco, como convenía a la condición limitada del corazón humano, se entendiera como acción divina cada momento de la historia de Israel, la creación, la liberación de Egipto, la conquista de la Tierra Prometida, la comunicación del amor de Dios por medio de los profetas. Tenemos a disposición la Palabra, un libro con gran difusión, pero desconocido para muchos en su sentido profundo. La Biblia no es una suma de libros agregados como si se armara una biblioteca; es la bondadosa manifestación de la voluntad divina recogida por los autores que, inspirados por el Espíritu Santo, recogen la vida de la comunidad, la voz de los profetas que hablan en nombre de Dios y hacen la interpretación de cada momento como una intervención decidida y gloriosa del Dios verdadero, el que nos ama, el que nos acompaña. En el camino espiritual y en respuesta a Dios tenemos que ir con seguridad y constancia a la Palabra para encontrar el fundamento de la fe. Esta Jornada será la ocasión para explicar, presentar y propiciar que la Palabra llegue a todos los fieles y que entremos con más cuidado en las enseñanzas de Jesús. Toda la vida y enseñanza que tiene la Palabra de Dios, es la revelación del plan de Dios. El final de esta revelación es la Encarnación del Verbo, Jesucristo, que llega “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gálatas 4,4) en el momento preciso de la historia. La Palabra es esencial, la Iglesia no es una religión de un libro sino una comunidad que mira cada palabra contenida en la Escritura como el fundamento de su fe, la luz de su esperanza, la fuerza de su caridad. La Palabra proclamada y anunciada configura la Iglesia y la llama a ser en el mundo constante testimonio del amor de Dios revelado en su Hijo. El Espíritu Santo no solo inspira la Escritura entera sino que da luces para poderla comprender, para poderla explicar, para poderla vivir. La Iglesia Católica, madre y maestra, se construye cada día dejándose guiar por la Palabra de Dios, bajo la acción del Espíritu Santo. En efecto, «todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Romanos 15, 4). Este año en nuestro plan pastoral, buscaremos propiciar una experiencia personal y dinámica, en la cual “ME ENCUENTRO CON EL EVANGELIO”, repasaremos la enseñanza de Jesús en el Evangelio de San Mateo, que leeremos en este año litúrgico. Un versículo nos acompañara cada mes, pero abriendo el espacio para que leamos, meditemos, contemplemos y, especialmente, vivamos la palabra de Cristo que nos quiere llevar al Padre. En la fe la Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su vida la Escritura unida a la tradición y que luego se concreta en el Magisterio y también se hace Liturgia que alaba y celebra, justamente con la Palabra, la gracia santificante. Esta experiencia de contemplación y de lectura de la Palabra de Dios, tiene que animar a nuestras comunidades, a cada uno de nosotros para seguir con amor y generosidad a Cristo en nuestras vidas y comunidades. De la Iglesia el cristiano recibe la Biblia, mas no como un libro hermoso que contiene historias y enseñanzas, ni como un texto literario, sino como el camino seguro por el que Dios nos habla y nosotros llegamos hasta Dios. Creo que todos tenemos en nuestros hogares la Palabra de Dios, la Biblia, aprovechémosla. Que la Biblia no sea más un adorno que reposa en un atril, sino que, leyéndola y orándola, sea camino de esperanza y nos lleve a contemplar a quien en esas miles de letras nos comunica su amor, su voluntad, su vida, su esperanza. Que se realice en nosotros como se realizó en Santa María, la Virgen Santa, la voluntad de Dios escuchada por ella en su corazón. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Dom 9 Dic 2018

“Cuentas claras y chocolate espeso”

Por: P. Jorge Bustamante Mora: ¡Llegan días de gran alegría! ¡Llegó diciembre! Época marcada por sentimientos muy vivos como el gozo, la amistad, el compartir, florecen sentimientos de reencuentro y vivencia familiar o comunitaria; es tiempo de adornos, luces, colores, tradiciones y platos típicos… porque llegó navidad. Pero me pregunto, ¿Se tiene claro qué es lo que acontece? A esto me refiero con el refrán de “cuentas claras y chocolate espeso” me permitiré en estas líneas llamar “al pan pan y al vino vino” o como diría mi abuela “poner los puntos sobre las íes”. ¡Indudablemente diciembre es un tiempo cristiano! Quien da el sabor y el son a este tiempo es Cristo, Él es el centro del acontecimiento, pues Navidad es la celebración de su nacimiento, que llamamos “Natividad de Jesús”, es un tiempo que la experiencia cristiana ha marcado con su amor y vivencia, pero que con el correr de los años se ha hecho común a todos y se volvió una celebración del pueblo en general, y es aquí donde han entrado ciertas costumbres que colocan en riesgo la naturaleza y correcta vivencia de estos tiempos. La Iglesia del pasado tuvo la genialidad de cristianizar este tiempo dedicado a la celebración y recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios. Hoy, a causa de los cristianos que no tienen “cuentas claras”, corremos el riesgo de permitir que la fiesta de la Navidad se convierta en una mezcla de paganismo, de mundanidad, es decir ceder al espíritu del mundo, que invita con todos sus tentáculos a actuar a espaldas de Cristo buscando su propio goce y no la gloria de Dios; esto lo hace de una manera tan sutil que parece no ser peligro para la fe. Coloquemos algunos puntos. ¿Cuándo comienza y cuando termina? El cristiano católico debe saber que el Adviento y Navidad son tiempos litúrgicos de la Iglesia, que ella, siguiendo sus ritmos, determina su inicio y finalización, los cuales no tienen fecha fija. Inicia el Adviento el domingo siguiente a la Fiesta de Cristo Rey, es para esta fecha que se colocan los arreglos de navidad; Navidad termina con la Fiesta del Bautismo del Señor Jesús, hasta este día deberían estar las casas de los cristianos adornadas con lo propio de la Navidad. ¡No te dejes robar estos tiempos! El comercio coloca sus arreglos con un mes de anticipación, y a finales de diciembre ya los retira. La razón es que a ellos no les interesa vivir estos tiempos, lo hacen para generar ambiente de ventas, por eso entre más temprano más ventas, y cuando ya no habrá ventas, hay que recoger los adornos y poner otros… ¡No siga el ritmo del comercio! ¡Siga el ritmo de la vida cristiana! ¿Qué arreglos colocar en mi casa? En el hogar de un cristiano católico no debe faltar, en ningún diciembre, el pesebre. El centro de todos los arreglos es el “Belén” que nos recuerda el nacimiento del Niño Jesús, Hijo de Dios. La Imagen del Niño, se puede colocar en una mesita, en espera de ser colocado en el pesebre, no escondido, hay que colocarlo a la vista de todos, donde quien llegue reciba así el testimonio de vida cristiana. La mundanidad se ha entrado en las familias y ya en muchos hogares católicos no se viste el pesebre, sino un “árbol”, en estos días el Papa Francisco ha recordado: “En navidad se celebra el nacimiento de Jesús, no el nacimiento de un árbol decorado”, el árbol de navidad es un signo que no remplaza el pesebre, no hay que desechar el pesebre para colocar costosos árboles, el Dios que nace es el Dios del amor de la pobreza. En muchas familias y lugares públicos se ha remplazado el nacimiento de Jesús por un viejo, barbado, barrigón y vestido de rojo, que absolutamente nada tiene que ver con la experiencia cristiana, ese viejo, apareció así envejecido en las dimensiones del comercio, que ha querido hacerle creer a los cristianos católicos que se trata de un santo, ¡no sea tan inocente! Navidad es la llegada del Hijo de Dios no de un viejo burlón, “jo, jo, jo”. En los hogares de los católicos no debe haber imágenes de este viejo. Coloque muchos Niños Jesús, estrellas, luces, signos que hablen del gran acontecimiento: Nacimiento de Jesús. Hagamos una cruzada de vivencia cristiana que dé testimonio de lo que creemos y celebramos, no nos dejemos robar el sentido cristiano del Adviento y la Navidad, hay que permanecer “vigilantes y en oración”. Inicie y termine estos tiempos con la Iglesia, arregle su pesebre, para que el mensaje entre por los ojos, cante villancicos de Jesús, de la Virgen, de san José, no de renos ni cosas raras. El mundo nos quiere quitar a Jesús y remplazarlo por cualquier cosa, necesitamos héroes de la fe como la niña de 10 años, que en una escuela en la Riviera Italiana Brenta lideró una protesta porque su maestra quiso quitar de un villancico el nombre de “Jesús” para no ofender a alumnos de otras religiones no cristianas, la reacción de esta valiente cristiana le ha dado la vuelta al mundo. La navidad es cristiana, quien la célebre respete su sentido cristiano, y el cristiano no corra tras de expresiones paganas o mundanas que quieren meter en la Navidad, es decir “Cuentas claras y chocolate espeso”. P. Jorge Enrique Bustamante Mora [email protected]

Vie 27 Abr 2018

¡Colombia, déjate reconciliar por Dios!

Por: MonseñorElkin Fernando Álvarez Botero: Los obispos de Colombia, reunidos en noviembre de 2017 para profundizar el mensaje que el Santo Padre nos dejó en su Visita Apostólica a nuestro país, quisimos invitar a la realización de una jornada dedicada especialmente a orar por la reconciliación entre los colombianos. Propusimos que ésta tuviera lugar en la misma fecha de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Celebraremos, por tanto, la primera jornada este jueves 3 de mayo de 2018, recordando el gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, presidido por el Santo Padre Francisco en Villavicencio. En esa ocasión el Papa nos hizo este urgente llamado: “¡Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios, déjate reconciliar! Colombianos, no tengan miedo a pedir y ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas…”. Para celebrar este 1er Día Nacional por la Reconciliación, el Secretariado Permanente del Episcopado (SPEC) ha puesto a disposición diversas herramientas y subsidios pastorales, incluido un esquema para el rezo de los mil Jesús, bella devoción que, desde antiguo, hace parte de la práctica religiosa de nuestro pueblo. Sin embargo, como lo pedía San Pablo a la comunidad de Corinto y como nos exhortó el Papa, el principal propósito de esta jornada es que nos dejemos reconciliar por Dios. ¿Cómo lo logramos? Aquí les propongo cuatro claves: Tenemos necesidad de reconciliación: convenzámonos, inspirados por el Espíritu Santo, de que la reconciliación con Dios, con los hermanos, con nosotros mismos y con la naturaleza es el sendero que debemos recorrer para alcanzar la paz. No nos cansemos de orar por la reconciliación: necesitamos pedir la reconciliación y la paz de nuestro país, pues son un don que nos viene solo de Jesucristo, que dio su vida en la Cruz para sanar nuestras heridas y para derribar el muro que nos separaba, el odio. Conviene que el 3 de mayo dediquemos un mayor tiempo a la oración, ojalá ante el Santísimo expuesto; acudamos a Cristo porque Él es nuestra paz (cf. Ef. 2,14). Hagamos un compromiso serio de reconciliación: se trata de erradicar de nuestra vida personal y comunitaria todo aquello que nos divide y nos separa, que nos lleva a la violencia y a la muerte. La reconciliación que pedimos a Dios tenemos que vivirla en nuestros círculos familiares, en las escuelas, en los lugares de trabajo. Hay que poner freno a la agresividad e intolerancia que destruyen las relaciones y nos enfrentan con nuestros hermanos. Reconciliarse implica limar diferencias y reconocer que los odios y rencores no nos dejan vivir bien. En fin, el compromiso es ir al encuentro del otro, renunciando a las venganzas y permitiendo que la gracia de Dios nos dé la fuerza para el perdón. Cultivemos, cuidemos y promovamos los valores que nos disponen a vivir la reconciliación: el diálogo, el compartir, la solidaridad, la comprensión, la paciencia y, ante todo, la caridad que nos permite ir al encuentro de los más pobres y necesitados, con el mismo amor que Cristo nos enseñó desde la cruz. Sin duda, a todos nos han quedado en la mente y el corazón la imagen y las palabras del Papa Francisco orando frente a la imagen del Cristo negro de Bojayá, el 7 de septiembre de 2017. En esta jornada de oración estamos invitados a contemplar, con idéntica actitud a la del Santo Padre, al Señor en la Cruz y a rogarle que su amor y misericordia nos impulsen a ser constructores de reconciliación y paz, allí donde tanto mal han causado los odios y resentimientos.

Lun 25 Sep 2017

A causa de la corrupción: Pocos tienen mucho y muchos tienen poco

PorIsmael José González Guzmán*:Uno de los problemas que afecta significativamente a Colombia es la corrupción. Ella limita el progreso como sociedad al privar de calidad de vida –salud, educación, recreación, empleo, malla vial, etc.– a las personas, sobre todo a las más necesitadas y excluidas al margen de la historia. La corrupción además, genera incredulidad hacia la democracia, porque se distorsiona el papel de las instituciones políticas, que han traicionado los principios morales y las normas de la justicia social (Doctrina Social de la Iglesia [DSI], 410-411). El papa Francisco se refiere a la corrupción como un cáncer social que se arraiga en muchos países (Evangelii Gaudium, 60). De igual manera, los Obispos Católicos de Colombia, como fruto de su asamblea general 101 y 102, han reconocido en la corrupción una raíz de la violencia que amenaza a la construcción de la paz y un mal que permea la sociedad en sus estructuras fundamentales. En ese sentido, el Episcopado no sólo denuncia esta realidad, sino que también anima a un compromiso serio con la verdad, la honestidad y la justicia, para evitar que la corrupción acabe con nosotros como sociedad. Hay que tener presente que la sociedad, a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe exigir de los gobiernos la implementación de normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Cuando esto se lleva a la práctica, se está reflejando una sociedad sana, madura y soberana (Laudato Si, 177;179). Al respecto, la Doctrina Social de la Iglesia recuerda que dentro de las consecuencias de la corrupción están el subdesarrollo y la pobreza, el analfabetismo, las dificultades alimenticias, la ausencia de estructuras y servicios, la carencia de medidas que garanticen la asistencia básica en el campo de la salud, la falta de agua potable, la precariedad de las instituciones y de la misma vida política (DSI, 447). Todas estas consecuencias, se constituyen en estructuras opresoras, injustas, o bien sea, en un pecado estructural donde pocos tienen mucho y muchos tienen poco, como lo denunciaría el documento de Medellín [II Conferencia del Episcopado Latinoamericano]. Como cristianos-católicos, no podemos perder de vista el lugar teológico que subyace en los más afectados por la corrupción: los pobres. Por ello, nuestro actuar como bautizados en la sociedad debe ir siempre orientado a la promoción de la dignidad humana, a sembrar justicia, verdad y honestidad en nuestras decisiones, en nuestras relaciones con los demás. Ya para finalizar, recordemos que si no somos capaces como sociedad, de romper esta lógica perversa de la corrupción, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la humanidad (Laudato Si, 197). Por tal motivo, el Consejo Pontificio Justicia y Paz nos ha recordado que, para superar la corrupción, es necesario el paso de sociedades autoritarias a sociedades democráticas, de sociedades cerradas a sociedades abiertas, de sociedades verticales a sociedades horizontales, de sociedades centralistas a sociedades participativas (Cfr. Nota del Consejo Pontificio «Justicia y Paz» del 21 de septiembre de 2006 sobre la lucha contra la corrupción). *Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia [email protected][email protected] Twitter: @ismagonzalez - @cenestrategico

Mié 22 Mar 2017

El presbítero para el cambio de época

Por: +Gabriel Villa Vahos. Obispo de Ocaña: El Documento de Aparecida afirmó que estamos viviendo un cambio de época. Se abre paso un nuevo período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado por el desconcierto generalizado que se propaga por nuevas turbulencias sociales, por la difusión de una cultura lejana y hostil a la tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas religiosas, que tratan de responder a su manera a la sed de Dios que manifiestan nuestros pueblos. Hemos pasado de una sociedad de cristiandad a una sociedad pluricultural, pluri-religiosa, con distintas tendencias, matices y necesidades. En este contexto debe mirarse hoy el ministerio presbiteral. Como advirtió Juan Pablo II, hay una fisonomía esencial del presbítero que no cambia: deberá asemejarse a Cristo. No obstante, la Iglesia y el presbítero se renuevan y adaptan por fidelidad a Cristo y en este sentido el presbítero de hoy deberá reflejar a Cristo Buen Pastor en medio de una cultura y una sociedad nueva. Esto le pide: Pasar del pedestal a la participación: ponerse en actitud de servicio y comunión. Se requiere que el presbítero acentúe la corresponsabilidad de los bautizados, de cara al bienestar de la Iglesia. Que se relacione más con la gente a la que sirve y esté dispuesto a escuchar. Pasar del predicador clásico a portador del misterio: las homilías no deben estar pensadas para derramar nuevos conocimientos e inspiración en mentes y corazones vacíos, sino para contribuir a que la gente pueda hacerse más consciente del Dios que lleva dentro y ama a todos. Pasar del estilo llanero solitario al ministerio en colaboración: descubrir a feligreses que posean carismas ministeriales, invitarlos a ponerse al servicio de la comunidad y favorecer el desarrollo de sus dones y talentos específicos. Presbítero, diácono, coordinador de catequesis, coordinador de liturgia, animador de jóvenes, etc. forman un equipo pastoral que sirve a los feligreses. Pasar de la espiritualidad monástica a una espiritualidad inspirada en la caridad pastoral: durante siglos, la espiritualidad presbiteral ha estado profundamente influida por las grandes órdenes monásticas y por congregaciones mendicantes. El ritmo de la vida parroquial requiere una espiritualidad que se alimente del propio ejercicio del ministerio, de la caridad pastoral, “aquella virtud con la que imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y de su servicio” y “determina el modo de pensar y de actuar, el modo de comportarse con la gente”(PDV 23). Pasar de salvar almas a liberar personas: desde la perspectiva del presbítero al servicio del culto su función principal consistía en salvar almas a través de la atención pastoral y la celebración de los sacramentos. Alguien que es solidario con las “víctimas” de este mundo globalizado. Llevar a los fieles a que sientan la necesidad de vincular Evangelio y vida cotidiana. Su profundidad espiritual lo debe impulsar al compromiso con los hermanos, especialmente los más desprotegidos. No se trata de filantropía, sino de compromiso que emerge desde la misma coherencia evangélica. Pasar de reyes dominadores a servidores humildes de la grey: Cristo es el Cordero, el Pastor, el Siervo. Y el presbítero no es ni dueño ni propietario, sino administrador y servidor; el hombre desinteresado, magnánimo y auténtico. Pasar del maestro doctor a la sabiduría de un corazón que escucha: Se requieren testigos del misterio, que hablen de lo que viven. Pasar del residente al itinerante. No vale hoy quedarse en el templo esperando la llegada de los fieles, sino salir al encuentro, en especial de las personas necesitadas. El misionero no está atado a ningún grupo, sector o movimiento, por importante que éste sea. Se requiere pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Pasar de la atención a la masa al cuidado personal de cada uno de los fieles: Hoy se exige pastoreo personal, para una cultura de la reconciliación y de la solidaridad. Trato cercano con las personas. Pasar de oficiante de servicios religiosos, a presidente de la fiesta de la vida y de la bendición. Para compartir con la comunidad sus alegrías, sus tristezas y esperanzas. Celebraciones que no sean meros ritos vacíos o acontecimientos sociales sino celebraciones de fe que integran a la comunidad y las conectan con el Dios vivo y verdadero. +Gabriel Villa Vahos. Obispo de Ocaña

Mar 14 Mar 2017

Viene el Papa, ¡Qué alegría!

Por Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez: “Y cualquiera que sea vuestra opinión sobre el Pontífice de Roma, conocéis nuestra misión: traemos un mensaje para toda la humanidad... Y así como el mensajero que al término de un largo viaje entrega la carta que le ha sido confiada, así tenemos nosotros conciencia de vivir el instante privilegiado —por breve que sea— en que se cumple un anhelo que llevamos en el corazón desde hace casi veinte siglos. Sí, os acordáis. Hace mucho tiempo que llevamos con nosotros una larga historia; celebramos aquí el epílogo de un laborioso peregrinaje en busca de un coloquio con el mundo entero, desde el día en que nos fue encomendado: «Id, propagad la buena Nueva a todas las naciones» (Mt 28, 19)”. Esto lo dijo el beato Pablo VI en la ONU, el 4 de octubre de 1965, antecedido con una expresión del todo especial: “Os saluda Pedro”. En la presentación de la visita del Papa, el Señor Nuncio Apostólico comenzó diciendo: “hace 31 años no viene el Papa a Colombia”. Sí, porque aunque se llamen de forma distinta, el Papa es uno. El Papa es, como bien lo anota Pablo VI, el sucesor de Pedro, por tanto es Pedro quien nos visita. Por eso estamos alegres, y por eso acogeremos al Papa Francisco, el Pedro de este tiempo, y de este año 2017, con el corazón y los brazos abiertos, con el convencimiento de que él “nos trae un mensaje para toda la humanidad”, y ese mensaje es Cristo mismo. De seguro, en el corazón de todos los colombianos estaba al anhelo de poder contar con la presencia física del Papa en todos los lugares de nuestro territorio. La verdad, era imposible; pero lo que sí es real, es que estará cerquita a nosotros, y muchos, quizás millones de colombianos, lo verán en las celebraciones litúrgicas y encuentros que se programen, y todos los colombianos lo podremos ver a través de los medios de comunicación y sobre todo, escuchar a Pedro, hablando nuestra propia lengua. Pedro, el Papa Francisco, es uno de los nuestros, es latinoamericano, nos conoce, sabe de nuestras angustias, de nuestros logros, de nuestros sueños. Será Pedro quien nos hablará al corazón y nos bendecirá con el alma. Por esto, que nadie se sienta excluido de esta visita. El Papa nos hablará a todos, su mensaje universal nos llegará, y como espada de doble filo, logrará atravesar la dureza de nuestros corazones para ayudarnos a realizar el camino de la conversión, a renovar nuestra fe y a asumir el compromiso de ser verdaderos discípulos misioneros. El Papa viene a confirmarnos en la fe. Es una visita pastoral. Con el Papa Francisco daremos el primer paso hacia la nueva Colombia y la nueva patria que juntos, de la mano del Señor, vamos a seguir construyendo. Nuestra Señora, la Virgen Madre en todas las advocaciones, desde Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá hasta Nuestra Señora de los Remedios en Cali, nos ayudará a disponernos para acoger a quien, como Juan Pablo II, vino a Colombia “como Mensajero de Evangelización que enarbola la cruz de Cristo, deseando que su silueta salvadora se proyecte sobre todas las latitudes de esta tierra bendita” (Discurso de llegada, 1 julio de 1986). +Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mié 8 Mar 2017

La ludopatía, una esclavitud silenciosa

Por Monseñor Ricardo Tobón Restrepo: Está creciendo aceleradamente en nuestra sociedad la adicción a los juegos de azar. Es cierto que desde la más remota antigüedad tenemos noticias del juego como un fenómeno presente en todas las culturas. Más aún, una de las dimensiones bellas de la vida es el aspecto lúdico. Por eso, el deporte y la diversión hacen parte de la expresión y la realización del ser humano. Sin embargo, es fatal la afición a los juegos de azar que crea en la persona una verdadera dependencia sicológica, con un comportamiento compulsivo como el que producen el alcoholismo y las toxicomanías. La ludopatía es un desorden emocional, progresivo y destructivo que lleva a la persona a la incapacidad de controlar su deseo de jugar y apostar. Todo comienza por la ambición de encontrar un camino fácil y rápido para hacer fortuna, sobre todo en ciertas situaciones de penuria económica. En un primer momento, se percibe el juego como una oportunidad para resolver, sin trabajo y sin esfuerzo, situaciones difíciles y, después, se practica como un refugio o evasión para escapar de las frustraciones de la vida. Así se entra en un mal con graves consecuencias en la vida personal, familiar, laboral y social. La inversión de tiempo, energía y dinero en el juego va llevando a la persona a ser cada vez más dependiente, pues empieza a vivir de fantasías creyendo que se va a enriquecer rápidamente o de presiones sociales y económicas pensando que tiene que jugar más para recuperar lo que ha perdido y para saldar las deudas que con el mismo juego ha acumulado. En el fondo, se trata de una ilusión, de un espejismo, de una esclavitud sin fondo porque esta “magia” casi nunca da el resultado esperado. El juego compulsivo va llevando al descontrol progresivo y, por consiguiente, a caer en circuitos de usura, en endeudamientos desmesurados, en problemas económicos y financieros, en severos desajustes familiares y en graves trastornos psicológicos. Es así como se va entrando en la intolerancia a la frustración, la incapacidad para manejar las emociones, los sentimientos de baja autoestima y la mitomanía fruto de la doble vida que desarrolla el adicto. Todo abre la puerta a la depresión y a la desesperación, que muchas veces conducen incluso al suicidio. La persona que se entrega a esta dependencia entra en un circuito obsesivo del que es difícil salir: juega para ganar más si está ganando y juega para recuperarse si está perdiendo. Las manifestaciones de la ludopatía son siempre coincidentes y muestran que no podemos admitir que el juego sea una actividad creciente en la vida humana y que sea el azote de las familias y de las personas más pobres y desfavorecidas. Debemos hacernos conscientes de cómo la industria del juego está introduciendo enfermedades mentales, crimen organizado y altos niveles de corrupción en la sociedad. Es necesario promover en las familias, en los centros educativos, en las parroquias, en diversos ámbitos de la sociedad diferentes iniciativas para proteger a las nuevas generaciones de esta ilusión seductora que arruina la vida personal, la sana relación con los demás, la debida administración de los bienes y el bienestar de la comunidad. Habría que exigir igualmente el debido control de los centros de juegos de azar y ofrecer terapias adecuadas a quienes ya padecen esta enfermedad silenciosa. Como en todas las pasiones desordenadas se sabe dónde se empieza pero no hasta dónde va a llevar, a nivel personal y social, el peso de una esclavitud que se hace cada vez más aplastante. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín