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profanación

Jue 24 Mar 2022

Los templos, el último bastión de la ciudadanía

Poco a poco, y sin que la ciudadanía se haya percatado del asunto, cada día se le cierran, aparentemente por seguridad, todos los recintos que deberían ser de uso público. Todo está lleno de policías y guardias armados, de perros que olfatean indignamente a las personas, de detectores de metales, de cámaras que graban la cara de hombres y mujeres, de lectores de barras que atrapan los datos de los adultos. Los recintos y sedes de gobierno, de policía y militares, las sedes educativas, los hospitales y clínicas, las calles anexas a todo esto, los aeropuertos, los bancos, todo está plagado de cámaras, rejas, alambres de púas. Es un mensaje claro a la ciudadanía de que no se le desea en esos lugares o que cada uno primero debe demostrar que no es un delincuente para acceder a esos lugares e instituciones. Tal vez el único lugar realmente público y significativo en Colombia al que todo el que quiera tener acceso puede hacerlo, es el templo religioso. Cuando sus puertas se abren quieren ver entrar por ellas a todo el que quiera hacerlo, sea creyente, no creyente, vecino o viandante. Todos son esperados con igual gusto y respeto. En los templos no hay lugares para privilegiados o para desposeídos; sus duras bancas están hechas para dar cabida a todo el que tenga deseo de permanecer en la casa de Dios. A todo el que entra al recinto sagrado se le invita a la oración, a pedir el perdón sincero por sus pecados, a escuchar la única Palabra de Dios, a caer de rodillas ante la majestad de la divinidad sacramentada, a escuchar también la enseñanza del predicador, a darse un abrazo de paz y a unirse piadosamente en la comunión al Salvador del mundo. Por todo lo anterior, es absolutamente incomprensible hacer del templo, quizás el último bastión realmente democrático de nuestra nación, donde en verdad caben todos, un lugar de profanación, de irrespeto a las creencias o de agitación política. Aterrorizar a unas personas que oran o celebran un sacramento a través de arengas, antifaces, morrales cargados con quien sabe qué objetos peligrosos, cámaras para filmar a quienes se defiendan, es en verdad una falta de respeto y de sentido de verdadera humanidad. Es un acto violento en muchos sentidos e inaceptable para quienes profesan una religión y la practican libre y pacíficamente en medio de la sociedad. Jamás se podrá decir que el pueblo colombiano salió de la misa a ofender a nadie, a irrespetar a otras personas, a sabotear la política o a difamar personas. La misa católica y seguramente la congregación dominical de otras confesiones cristianas y la de otras religiones, en general, son oasis de paz y encuentro en medio de la tensión en que se da hoy la vida en Colombia. Pese a todas las tensiones sociales y las violencias organizadas que se ciernen hoy sobre la vida colombiana, los templos seguirán abiertos porque han sido construidos para la gloria de Dios y para el servicio espiritual de todas las personas. Y seguirán abiertos sin vigilantes ni cámaras, sin perros guardianes ni alambres de púas, sin detectores de mentiras a no ser los confesionarios, sin pedir cédulas o carnets a la entrada, sin pedir abusivamente las huellas digitales. En suma, los templos seguirán abiertos porque la Iglesia, las iglesias, las religiones confían en las personas, las respetan y les favorecen el derecho a profesar una fe y a rendir culto a Dios cuando quieran y cuantas veces se desee. El día que se deban cerrar los templos a causa de la violencia y la intolerancia no habrá duda de que Colombia perdió su libertad y la ciudadanía sus más elementales derechos. Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones Fuente: Dirección El Catolicismo

Lun 3 Ago 2020

De la comunión espiritual a la comunión sacramental

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Recibir la comunión en la mano. Como para algunos fieles esta normativa parece ser nueva, y para otros incluso parece ser una especie de profanación de las especies eucarísticas, a manera de ilustración recuerdo algunos apartes del Magisterio de la Iglesia a este respecto: “Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: tomen éste es mi cuerpo” (Mc. 14, 22; Mt. 26, 26; Lc. 22, 15; 1Cor.11, 23). El pan ázimo, que es el que se usa en las eucaristías, desde los inicios de la Iglesia hasta siglos después, es grande y requiere ser partido y por tanto, como lo hiciera Jesús, según la tradición judía, se debía entregar en las manos a los comensales. En la actualidad, por ejemplo, los miembros del Camino Neocatecumenal tienen la autorización de la Congregación para el Culto Divino, de elaborar el pan ázimo en el formato grande, para sus celebraciones, pan consagrado que debe entregarse en las manos de los fieles para poder ser consumido. Las hostias, como las conocemos hoy, comienzan tardíamente cuando el número de los fieles creció y era prácticamente imposible darles a todos el pan ázimo horneado. Todo indica que la tradición de las hostias viene del s. XII y eran elaboradas por los monjes. La tradición de comulgar en la boca se fue imponiendo, sobre todo para exaltar la sacralidad y el respeto de la Eucaristía que se recibe, y posiblemente por razones higiénicas. En los tiempos más recientes, el tema volvió a presentarse: Por indicación expresa de San Pablo VI, se publicó en 1969 la Instrucción Memoriale Domini, donde, manteniendo la vigencia de la comunión en la boca, se establecía el camino a seguir: “en aquellas regiones en que el Episcopado juzgue conveniente, se podrá dejar a los fieles la libertad de recibir la comunión en la mano, salvando siempre la dignidad del sacramento y la oportuna catequesis del cambio”. En el año 2000, San Juan Pablo II promulgó la Instrucción General del Misal Romano, que en el n.161 afirma: “Si la Comunión se recibe sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la Hostia un poco elevada, la muestra a cada uno, diciendo: El Cuerpo de Cristo. El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento, en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo. Quien comulga, inmediatamente recibe la sagrada Hostia, la consume íntegramente”. La Conferencia Episcopal de Colombia, en la Instrucción pastoral sobre algunos aspectos importantes en la celebración eucarística, publicada el 2005, establece lo siguiente: “n. 17. En Colombia los fieles recibirán la Sagrada Comunión de pie, acercándose procesionalmente al sacerdote o al ministro de la Comunión. n. 18. Se puede recibir la Comunión en la mano en todo el territorio nacional. Pero recuérdese que es una posibilidad que no puede ser impuesta a nadie ni impedida sin causa razonable. Los fieles tienen el derecho de elegir la forma como desean recibir la sagrada Comunión. Ayúdese a quienes deseen recibir el Santísimo Sacramento en la mano, a hacerlo con todo decoro, pulcritud y devoción. Estén vigilantes los ministros sagrados para evitar abusos y posibles faltas de respeto. Se recordará a los fieles con frecuencia la forma más apropiada para disponer sus manos, es decir, la mano derecha bajo la izquierda, de tal manera que el Cuerpo del Señor se deposite sobre esta última y quede lista para llevarlo a la boca. La Comunión se hará delante del sacerdote o ministro, inmediatamente recibida en la mano. Será siempre conveniente que quienes optan por esta forma de comulgar revisen su mano izquierda por posibles partículas que hayan quedado y que también deben ser consumidas con todo respeto”. Ahora bien, dentro de las directrices litúrgicas y preventivas dadas en todo el mundo para la recepción de la Sagrada Comunión, durante la pandemia del COVID-19, está el que se reciba en la mano. En los protocolos para Colombia se dice: “Se recomienda dar la comunión en la mano, evitando el contacto físico, e invitar a los fieles a recibirla con el amor y el respeto que exige la altísima dignidad de este sacramento. El sacerdote debe lavarse las manos en la credencia antes y después de dar la comunión; conviene usar alcohol o gel. Esta precaución no es el rito de lavabo, sobre lo cual conviene ilustrar a los fieles. Los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, en caso de ejercer su ministerio, deben aplicar las determinaciones de este protocolo, para ello serán instruidos por el sacerdote sobre sus funciones durante el tiempo de la pandemia”. Así las cosas, los fieles deben tener cuenta que: La posibilidad de recibir la comunión en la mano, es muy antigua en la Iglesia. No es un acto sacrílego ni falto de respeto. La manera de recibir la Comunión no es un precepto dogmático. Así como se recibe con amor en la boca la Hostia santa, recibir el Pan eucarístico en la mano se vuelve una oportunidad para rendirle un especial homenaje a Jesús presente en el pan consagrado. Se debe tener una especial preparación interna y externa. Por ello la lavada de manos al ingreso del templo se hará no solo para evitar transmitir un contagio, sino también para disponerse a “recibir con decoro el cuerpo del Señor” con las manos limpias. Lo importante no es “cómo se recibe” la comunión o “quién la distribuye”, sino “a quién se recibe”. Todos debemos colaborar para evitar posibles contagios. Recibir la comunión en la boca, puede llevar a contagiar la mano del sacerdote o ministro que está distribuyendo la comunión. La “nueva normalidad litúrgica”, en tiempos de pandemia, nos exigirá humildad para acoger los protocolos de bioseguridad, sindéresis y mucha fe. No se pueden olvidar las palabras del mismo Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (Jn. 6, 51). De la comunión espiritual pasamos a la comunión sacramental, y ello tiene que ser motivo de gran alegría y gozo. Es Jesús quien como “Pan de vida”, se hace comida de salvación, fortaleza en estos momentos de turbulencia, aliento en la incertidumbre, conforto en la tristeza, aliento en la debilidad, confianza en su acción misericordiosa. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali