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provincia eclesiástica de florencia

Mar 21 Jul 2020

Dios guía nuestra historia

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Mensaje del arzobispo de Florencia con motivo del primer aniversario de la creación de la Provincia Eclesiástica de Florencia. Saludo cordial de Paz y Bien. Todo lo que Dios crea lo crea por amor, con amor y para el amor. Dios guía nuestra historia. Dios es el Señor de la vida. Dios es y todo lo demás es desde Dios. A Dios demos gracias hoy y siempre, por la obra que ha realizado en nuestra Iglesia Particular, por todo lo que hoy sigue haciendo y por lo que hará hasta los confines de la historia. Hace un año estábamos celebrando con júbilo, con alegría y gozo la ceremonia litúrgica y canónica en la que el Señor Nuncio apostólico, Luís Mariano Montemayor, en representación del Santo Padre Francisco elevaba nuestra Iglesia particular de Florencia a la dignidad de Arquidiócesis metropolitana. Hoy damos gracias al buen Dios de la misericordia, porque “ha estado grande con nosotros por eso estamos alegres” (Cf Sal 125). Damos gracias al Santo Padre, porque se ha dignado mirar con amor y esperanza la Iglesia de la amazonia colombiana. Damos gracias a Dios por tantos misioneros y misioneras que han entregado su vida por la causa del Evangelio en esta porción del pueblo de Dios que peregrina en medio de múltiples sombras y luces de esperanza cristiana. Infinita gratitud a los misioneros capuchinos, a los misioneros del Instituto de la consolata, por donar sus vidas en las selvas húmedas y malsanas de la amazonia de los siglos pasados; gracias, porque ustedes han sido, desde Cristo y con el poder del Espíritu Santo, quiénes han sembrado por primera vez la semilla del Evangelio en estás tierras de “indios” (pueblos originarios), de colonos y mestizos, de campesinos, de hombres y mujeres de tesón y luchadores por forjar un mundo mejor. Hoy es un día para dar gracias a Dios por los obispos, sacerdotes, religiosos (as) y tantos fieles laicos que han asumido con dedicación y esmero la causa del Reino de Dios, en esta porción de Iglesia, que se ha gestado y desarrollado en la amazonía colombiana, sólo y únicamente con el afán de dar gloria a Dios y servir a los hermanos. Gracias a ustedes queridos obispos, sacerdotes, religiosos (as), seminaristas y hermanos todos, por ser fieles al Evangelio. Gracias a todos: a las autoridades civiles, militares y de policía, gracias al mundo de las comunicaciones, gracias a los líderes y demás hombres y mujeres de esta bella amazonia colombiana por acoger con afecto, cariño y esperanza el mensaje del Evangelio que les anunciamos en nombre del Señor. Un año como Arquidiócesis, liderando el trabajo misionero en la amazonia colombiana. Un año con la delicada tarea de ser Sede Metropolitana. Un año de grandes acontecimientos en la Iglesia: Sínodo de la Amazonia, Exhortación apostólica, “Querida Amazonia”. Un año de grandes crisis mundiales y de grandes transformaciones sociales. Un año en el que nos ha correspondido asumir una Pandemia: COVID 19, realidad para la cual ninguno estábamos preparados. Sin embargo, aquí estamos en actitud de esperanza, animados y animándonos unos a otros y diciéndonos: ¡Siempre adelante, Dios guía nuestra historia! Dice la Palabra: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré (Mt 11,28). Estimados obispos, queridos sacerdotes, religiosos (as), agentes evangelizadores, misioneros (as), hermanos todos, no pensemos que a nosotros nos ha correspondido vivir el momento más difícil de la historia, por favor, no. Observemos con la lupa de la fe el pasado y nos daremos cuenta como tremendos gigantes, hombres y mujeres de fe, nos llevan sobre sus hombros. Nuestra generación ha sido bendecida, porque hemos sido beneficiados de las Semillas del Reino que han sembrado nuestros mayores. Venimos generalmente de hogares bien constituidos, de una sociedad, por lo menos en su exterioridad, con un nivel económico estable (aunque no todos). Estábamos muy esperanzados y teníamos momentos de cierta placidez, porque, creíamos que habíamos superado una guerra fratricida que nos ha desgastado por más de medio siglo. Teníamos un cierto nivel de alivio. Pero, aquí estamos en un contexto de mundo totalmente novedoso e incierto. Como personas de fe, no podemos perder la esperanza, a nosotros nos corresponde vivir con alegría y serenidad el “instante vital” en el cual estamos insertos. Una vez más y de una manera contundente la historia nos ha dicho: “Somos frágiles y nos necesitamos los unos a los otros”. Nos habíamos creído autosuficientes, creíamos que nos bastábamos solos. El Santo Padre Francisco nos lo ha recordado: “Vamos en la misma barca”. Una vez más la vida nos dice: por esencia somos sociables, sin la comunión con Dios, con los demás y con la naturaleza moriremos, porque todo está interconectado. La vida es una integridad, en la cual entendemos que, si un miembro sufre, todos sufren con él (Cf 1 Cor 11,1-ss). La fe nos enseña que debemos ir siempre hacía adelante en busca de la tierra prometida (Cf Gén 12,1-9). No es tiempo de llorar, no es tiempo de lamentaciones, no es tiempo para estar buscando culpables; en este momento, “quien piensa pierde”. La historia más pronto que tarde, nos explicará el momento histórico que estamos viviendo. Por ahora, asumámoslo sin pusilanimidad, vivámoslo con esperanza, con sensibilidad humana y divina. No nos sentemos a llorar sobre la leche derramada. Es tiempo para la esperanza. Estemos seguros de que la historia venidera no será igual a la de ayer. Ojalá superemos lo odios, las venganzas, los resentimientos, los deseos desesperados por enriquecernos en contra del plan de Dios, destruyendo al ser humano y gastando sin misericordia las riquezas de la naturaleza. En muchas cosas no podemos seguir como antes; por eso, no estemos pensando, ¿y cuando será que volvemos al mundo de antes? ¿Cuándo será el día cero? En nuestra misión y tarea como Iglesia los invito a confiar absolutamente en el amor providencial y misericordioso de Dios. Perdónenme que haga una referencia a mi madre, ella dice: “Dios no se ha muerto ni está enfermo”. Nuestra fe nos enseña que “Dios es amor” (1 Jn 4,8). “Dios nos primerea en el amor” (Francisco). El amor de Dios que ama tanto e infinitamente al mundo es un amor que se manifiesta en su naturaleza eterna, inmutable, omnipresente, omnisciente y omnipotente (atributos divinos naturales). Y a su vez, es un Dios que se manifiesta en su amor, en su justicia, en la Verdad, en su Sabiduría y en su santidad (atributos divinos morales). Puede ser que esta situación se alargue por mucho tiempo, nadie lo sabe, hoy vivimos en el mundo de lo impredecible, al fin, la fe es búsqueda, expectativa, tensión, camino, desierto. La fe se plenifica en la esperanza y en la caridad. Por eso, en actitud orante, con espíritu sinodal, soñemos la Iglesia como la soñó Cristo, soñemos la Iglesia como la sueña el Santo Padre Francisco, soñemos la Iglesia como la soñamos en las conversaciones callejeras, soñemos la Iglesia como la deseamos tantas veces en nuestros planes de pastoral. Somos Iglesia con rostro amazónico y en salida misionera: soñemos con el Santo Padre con una conversión cultural, social, sinodal y eclesial. Desbórdense, nos decía el Papa Francisco en el sínodo de la Amazonia. Desbordémonos, queridos hermanos obispos en amor por las almas. Dios nos regale celo y creatividad pastoral. Desbordémonos, estimados sacerdotes, en vida divina, en espiritualidad, en Evangelio, en caridad fraterna, en misericordia, en compasión, en entusiasmo y entrega por causa del Reino de Dios. Desbordémonos en amar a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados, desde Dios y para la mayor honra y gloria de Dios. Desbordémonos estimadas religiosas (os), seminaristas, misioneros, misioneras, agentes de evangelización en amor por la Palabra, al Magisterio de la Iglesia y en amor a la Santísima Virgen María. Serán guías segurísimos en la iluminación de la realidad que estamos viviendo. Desbordémonos, querida sociedad amazónica, en la búsqueda de una nueva sociedad, una sociedad más incluyente, donde todos, de verdad seamos y nos sintamos hermanos. Líderes religiosos, también de otras confesiones religiosas, somos amazonia, somos territorio, somos identidad regional. Líderes políticos y sociales, institucionalidad, es la hora de la unidad. Solos no somos capaces, solos nos fraccionamos, nos reventamos y nos revientan. Urgente que entre todos luchemos por la dignificación de la salud pública en la amazonia colombiana. El Papa Francisco nos dice: “Una sociedad que descuida a los más frágiles, sobre todo, los niños y los ancianos, es una sociedad enferma”. Urgente, queridos gobernantes, la buena utilización de los recursos públicos, que estos tengan de verdad el fin de prestar un servicio al bien común, por amor a Dios, que estos bienes, sean sagrados. Querida sociedad, por favor, ya, vinculemos la actitud ética en nuestro pensar y actuar cotidiano. Esta pandemia ha puesto a prueba nuestra humanidad. A todos nos ha sacudido, la institucionalidad tendrá que ser diferente a partir de ahora. La Iglesia tendrá que ser la Iglesia de Cristo. La sociedad tendrá que ser una sociedad nueva. Es hora de que todos asumamos nuestra propia responsabilidad. El presente es ya. No esperemos el día cero, quizás nunca llegará, no ocultemos más el misterio de la muerte, a todos nos alcanzará. No centremos nuestra mirada solo en los súper poderes de la ciencia y de la técnica. Recordemos: Dios guía nuestra historia. Es impostergable la necesidad imperiosa de construir una sociedad más fraterna, donde no haya una brecha tan prolongada entre los ricos, los más ricos, los pobres y los más pobres. Caigamos en la nota: No hay actos individuales que no tengan consecuencias sociales, la vida es siempre una vida en común. El nuevo humanismo significa fraternidad universal. Ya se ha dado la revolución industrial, la revolución de la ciencia y la tecnología, estamos en la revolución virtual; el futuro del mundo tendrá que ser una revolución de la fraternidad, comencemos ya. Somos una casa común y una sola familia, como nos lo ha recordado tantas veces el Papa Francisco. ¿Queremos derrotar el COVID? Derrotemos primero nuestros egoísmos, vivamos la solidaridad humana. Seamos cómplices para hacer el bien. Atendamos con urgencia el campo de la salud, cada uno aportemos lo que esté de nuestra parte, hagámoslo pensando siempre en el bien común y no solo en mi propio bien. Seamos solidarios, cuidémonos para cuidar a los demás. Agentes de la salud, gracias por su esfuerzo, por su entrega y por su generosidad. Administradores de salud, por favor, es urgente un plan de salud más proactivo en el tema de la prevención, recuerden el dicho popular: “es mejor prevenir que curar”. Con seguridad que “es menos costoso prevenir que curar”. A todos, un llamado a la esperanza, no a la resignación, ¡de esta salimos todos o nos hundimos todos! No a la nostalgia por volver al pasado. Hoy es el tiempo de Dios. Dios guía la historia. Hoy es la gran oportunidad para que soñemos una sociedad, todos juntos y de la mano de Dios. Hoy es el momento oportuno para decirle a nuestras comunidades ancestrales, ustedes tienen razón, la clave está en el “Buen vivir”. Cada uno de nosotros es indispensable, somos diferentes, pero, aquí esta la clave: desde la diversidad construiremos la unidad. Líderes religiosos, institucionalidad, hermanos todos…, el futuro es ya. Dios guía nuestra historia. Necesitamos seamos próximos unos de otros. Tenemos que ser próximos a los más débiles de la sociedad, no para seguir alimentando su pobreza, sino para que entre todos jalonemos un futuro mejor, donde el “Buen vivir”, no sea un privilegio de unos cuantos, sino un honor de todos. El futuro es ya. ¡Ánimo, de la mano de Dios y juntos podemos!. + Omar de Jesús Mejía Giraldo Arzobispo de Florencia