Pasar al contenido principal

víctor ochoa

Vie 16 Nov 2018

Gritar, Responder, Liberar; verbos activos, dinámicos, comprometedores

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El Santo Padre Francisco ha querido crear en la Iglesia la Jornada Mundial de los pobres. Desea que la Iglesia entera dirija su mirada a los pobres, a los que sufren, a los que tienen gran necesidad en sus vidas. Nosotros, en nuestra ciudad tenemos una masiva presencia de personas que tienen gran necesidad, urgencias y afugias en sus vidas. Este es el segundo año que celebramos esta Jornada. En su mensaje, a partir de tres verbos, gritar, responder, liberar, el Papa Francisco ha querido que la Segunda Jornada de los Pobres nos llame la atención y nos permita descubrir el sentido auténtico de nuestra preocupación y de nuestras acciones en favor de los pobres. Desde el mismo comienzo de la vida de la Iglesia, la opción por los pobres fue un hecho claro y evidente. Lejos de una mera expresión que muchas veces se ha usado, mirar al pobre es la forma de concretar la verdad del Evangelio celebrada y vivida en la fe. Gritar. Esta palabra revela una de las acciones más vivas del ser humano. Hoy escuchamos muchos gritos, gritos de euforia, gritos de alegría, gritos de desconsuelo. El verbo gritar implica una acción que puede y debe tener dos sentidos: Escuchar para saber que se vive, actuar para interpretar el grito como una llamada de atención que no se puede quedar en una mera conmoción sino que pasa a una acción en la que siempre se ha ofrecido la dinámica de la caridad que, como bien lo propuso el Señor, es silenciosa, eficaz y luminosa, así no la perciba el mundo. Responder. La respuesta ante el grito de los que sufren siempre ha sido generosa y clara. No se puede ignorar el raudal inmenso de acciones, de obras, de signos de misericordia, tantas veces desconocidos o ignorados a propósito porque la alegría de dar, las saludables iniciativas de servicio y de caridad no son ni deben ser meras expresiones que se vuelven ostentación de las acciones, sino modos concretos de acudir presurosos a las raíces mismas del dolor, de la pobreza, del sufrimiento humano. Nosotros sabemos de humanidad y, concretamente, esta Iglesia que peregrina en Cúcuta, ha sabido salir al encuentro de muchas realidades con unos signos evidentes y concretos que manifiestan que, aún desde las naturales limitaciones, hemos podido dar desde la pobreza con una generosidad ejemplar, activa, gozosa, que trae paz y esperanza, que es capaz de iluminar la vida de tantísimos que han recibido un servicio amoroso hecho desde la fe y la esperanza. Liberar. Esta expresión es también muy usada, ha denominado acciones y tareas que, cuando se viven desde la fe, incluyen la superación del pecado que provoca la esclavitud, el hambre, la muerte, enfrentados con valerosa alegría por acciones simples, concretas, amorosamente realizadas por los que, iluminados por el amor de Jesús, han imitado al que, con su vida, nos libera y nos fortalece. Liberar implica el conocimiento real de la persona, de la cultura, que tantas veces se ve atada, restringida, violentada por acciones humanas que destruyen la obra de Dios. La Iglesia es experta en humanidad y por ello, a pesar de que no se reconozcan con justica sus acciones, ha sabido romper cadenas, desatar el corazón de los que sufren, sanar heridas y llevar a los que necesitan “el vino del consuelo y el aceite de la alegría”, como dice un texto litúrgico que retrata la acción liberadora del Buen Samaritano que es Cristo mismo acudiendo presuroso al corazón necesitado de aliento y fortaleza. Gritar, Responder, Liberar; verbos activos, dinámicos, comprometedores, son acciones constantes entre nosotros que no podremos negar con cuanto amor se ha procedido siempre, con qué alegría espiritual hemos buscado llegar incluso desde nuestras limitaciones, al corazón del que experimenta la pobreza en sus consecuencias más dramáticas: desplazamiento, indigencia, esclavitud. Nos corresponde no solo mirar cuanto hemos hecho con amor, sino también cobrar aliento para seguir escuchando con amor, para seguir llegando al dolor del hermano, para seguirlo liberando de verdad en acciones en las que el amor a Dios se hace concreto cuando se llega al hermano con la misma fuerza del Señor que sigue tendiendo su mano y que sigue recibiendo, con una gratitud que bendice, la buena voluntad con la que seguimos ofreciendo amor y esperanza. Ayudemos a los pobres, interesémonos por sus necesidades, dediquemos a ellos esfuerzos y trabajo, vivamos la caridad de Cristo, oremos por sus necesidades. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Vie 26 Oct 2018

Digamos NO AL ABORTO

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días se nos presenta nuevamente el tema de la despenalización del aborto en Colombia, tema que suscita en todos los miembros de nuestra comunidad una gran sensibilidad y necesita también una palabra clara y precisa para orientar a los hombres y mujeres que viven la fe. Tenemos presente también que estos hechos suscitan un gran drama entre quienes tienen que enfrentarlo, poniéndonos de frente al gran tema del valor de la vida humana. En el designo amoroso de Dios, en las normas y modelo de vida que nos ha regalado, resuena claramente en la Palabra de Dios el precepto: “No matarás” en el libro del Éxodo (Ex 20, 13) y que Jesucristo en el Sermón de la montaña nos recuerda claramente (Mateo 5, 21). La vida humana es sagrada. Ella pertenece solamente a Dios, está en sus manos y en su plan, desde el momento mismo de la concepción hasta el término final de la misma. Ningún hombre o mujer puede atribuirse el derecho a matar o “interrumpir la vida humana”, se puede intentar disfrazar con otras palabras este hecho, pero siempre será el asesinato de una vida inocente, un acto realizado por un sicario. Como recientemente nos enseñó el Papa Francisco). En la cultura occidental, en el espacio jurídico y en el diario vivir de nuestro contexto social, toman cada vez más fuerza los “Derechos humanos”, algo justo y necesario, que lleva a fortalecer las condiciones de vida, los derechos y obligaciones de todos en el marco que pretende dar a cada uno lo que le corresponde. Muchos se han empeñado en este frente -de los derechos humanos-, pero con figuras de lenguaje y palabras, a veces ambiguas, se quiere destruir uno de los derechos fundamentales de la persona humana, el derecho a la vida, un derecho inalienable, que pertenece concretamente pertenece a un embrión o a un feto no nacido, o a un niño que ya es viable para una vida autónoma. Esta creatura es una persona humana, sujeto de deberes y derechos por parte de la sociedad. ¿Es justo matar un niño a pocos días de su nacimiento? ¿Es licito matar una vida inocente en los días que su nacimiento es ya viable, en los parámetros de la capacidad técnica de la medicina para mantener la vida? En una forma equivocada se van abriendo espacios para nuevos “derechos” (derecho al aborto, a nuevas formas de unión de parejas del mismo sexo, a la eutanasia, al uso de drogas) pero que no corresponden a la moral ni a la ética humana, leída en sus verdaderos fundamentos antropológicos. Podemos decir que descansan estas reflexiones sobre una antropología equivocada. El derecho a la vida humana es un derecho natural e inalienable, que también es tutelado por la Constitución de la República de Colombia (“El derecho a la vida es inviolable”, Articulo 11). No puede existir una forma de manipulación del lenguaje, que lleve a presentar el aborto, con otras palabras o con otra modalidad de expresión que lo descargue de su peso moral. El aborto es la conculcación de un derecho a la vida, es la muerte de un ser humano que tiene derecho a nacer y a recibir lo necesario para ser autónomo y cumplir el plan de Dios para el hombre. La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde su inicio, es decir desde la concepción misma (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2270). A una creatura indefensa, a un hombre en potencia, tiene que respetarse su derecho a la vida, debe protegerse y debe garantizarse. Si se invoca el respeto a los derechos humanos, debería respetarse el primero y fundamental entre todos: el derecho a la vida, el derecho a nacer. El aborto es un hecho contrario a la moral católica y a la ética, es claro que matar una vida humana está íntimamente ligado a la acción que consideramos “mala”. Este llamado se repite para la vida humana en todos los contextos y en el tiempo de su existencia. Nuestros Legisladores deben reflexionar y pensar que su tarea legislativa, tiene que defender, cuidar, garantizar la vida de todos los hombres y mujeres, también ciudadanos, incluso los no nacidos. El hombre, en su ser mismo, desde la concepción tiene que ser defendido en su integridad. De frente a la dramática realidad el aborto, se nos presentan el derecho fundamental a la vida, contrapuesto a otro presunto “derecho” a decidir el aborto, como si la vida del niño fuera propiedad de la madre (un derecho individual de la madre). En la reflexión sobre el aborto en Colombia debemos tener claro que cuanto se ha aprobado en su momento por la Corte Constitucional, la despenalización del aborto, con la sentencia C-355/2006, puede ser considerada como una ley injusta desde la moral católica. Respetuosamente, con las autoridades civiles legislativas, debemos señalar que esta decisión establece la apertura a este grave atentado a la vida humana, el aborto, sin pasar por la decisión del legislador y al ratificar su decisión se está fortaleciendo una decisión que va contra la vida humana. El uso de la expresión “interrupción del embarazo” quiere descargar de su peso moral la acción de matar a un niño que ha sido concebido (y que está condicionado por la situación de violencia-violación, posee deformidades o padece enfermedades, disturba la concepción sicológica de la madre). San Juan Pablo II, el gran apóstol de la familia y de la vida, define el aborto como el matar la vida humana –de forma deliberada y directa- en la fase inicial de su existencia, entre la concepción y el momento del nacimiento natural (San Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 58). Como ciudadanos, pero como cristianos, disentimos del pretendido “derecho al aborto” que va apareciendo en las reflexiones y sentencias judiciales. Recordemos a los lectores que este tipo de aproximación jurídica viene desde la famosa sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América (Sentencia Roe vs. Wade: Sentencia 410 US 113 / 1973). Esta decisión abrió la puerta al aborto en forma legan en USA. En esta ella se pretende defender el “derecho de la mujer al aborto” y el derecho a la privacidad en la persona que toma esta decisión. Este tipo de concepción jurídica va entrando y permeando también nuestra jurisprudencia en detrimento del valor de la vida humana. No podemos de ninguna manera defender el aborto como un derecho, más bien es el ataque y la destrucción de la vida humana. En la teología católica, no podemos hacer prevalecer el aparente “derecho personal” de la mujer sobre el derecho real y fundamental a la vida de la vida humana que tiene el derecho a nacer (derecho inviolable del “nasciturus”). El niño en el vientre de su madre no es una “cosa”, algo que puede ser desechado sin ninguna consecuencia ética o valor moral. Todos tenemos que defender la vida humana, potenciar sus derechos, fortalecer las acciones que ayuden el nacimiento de los niños y, también las acciones que ayuden a las madres -en necesidad o en condiciones de pobreza o enfermedad- para llevar a término el nacimiento de los niños. Estas interpretaciones jurídicas que van contra la persona humana, contra el derecho fundamental a la vida, abren necesariamente la puerta a una reflexión sobre el derecho que poseen las personas que viven la vocación a las tareas sanitarias (médicos, enfermeras, personal administrativo y de servicios), así como las Instituciones a invocar el derecho a la objeción de conciencia para realizar el aborto. Es necesario que encontremos el camino para la defensa de la vida humana, para procurar su respeto y su fortalecimiento en nuestra comunidad. Ello nos hace mirar con fe y responsabilidad el futuro. Del respeto de la vida humana, en todo momento de su existencia, surge el fortalecimiento de nuestra comunidad y entorno social. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 12 Oct 2018

La Santidad al servicio de los pobres y necesitados

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El Santo Padre FRANCISCO nos ha regalado un precioso y profundo documento, la Exhortación Apostólica GAUDETE ET EXSULTATE (Alegraos y regocijaos), sobre el importante tema de la Santidad. En este periódico LA VERDAD, hemos venido reflexionando ampliamente acerca de los contenidos, que pueden ayudarnos a vivir según el modelo del Evangelio en nuestro contexto humano, en estos tiempos de complejas crisis sociales. Estos son grandes retos que se presentan a la santidad. Después de la reflexión que nos ha hecho el Santo Padre en el capítulo tercero, mirando la santidad desde el Evangelio y, en concreto desde los apartados de San Mateo referidos a las bienaventuranzas (que comprende como una forma de llegar a la santidad, al cumplir la voluntad de Cristo), nos invita a reconocer a Cristo y a mirarle, fortaleciendo nuestra vida de opciones que nos llevan a la santidad, “por Fidelidad al Maestro” (N. 96). En su reflexión, el Pontífice nos llama a mirar a Cristo, que nos hace una gran invitación a la caridad, pero que al mismo tiempo se convierte en una profunda experiencia de Cristo y de su Evangelio y que también, nos hace reflexionar profundamente acerca de las consecuencias que tiene la fe, al acercarnos a “reconocerlo en los pobres y sufrientes que se revela en el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse”. La santidad es pues la configuración con Cristo, en una relación personal e individual, pero también tiene unas consecuencias y un camino que tiene que realizarse necesariamente: El servicio y la caridad con los demás, especialmente en los pobres y aquellos que viven situaciones complejas de sufrimiento. Continuando con su reflexión el Obispo de Roma, destaca la necesidad de aceptar el evangelio en su radicalidad, en su profundo contenido, sin ninguna glosa o anotación que lo desvirtúe y le quite todo el valor de su fuerza, es decir, no podemos de ninguna manera acomodar, diluir, revisar el Evangelio de Cristo y sus consecuencias. Nos dice: “El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es el corazón palpitante de la misericordia” (N. 97). En su reflexión nos invita a meditar sobre hechos y situaciones concretas, que experimentamos en la vida, en el diario caminar de nuestra existencia de cristianos, seguidores de Cristo, para encontrar al Maestro. Es un camino que nos acerca al que tiene frio en la calle, a los abandonados, a los delincuentes, reconociendo a un “ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo” (n. 98). Este mirar a Cristo es el origen y la fuente de la santidad, que no es otra cosa que configurarse con Cristo (N. 96). El Santo Padre nos invita a poner fuerza en esta dimensión de servicio y de amor a los pobres. Creo que en nuestras comunidades parroquiales, en los movimientos, en los distintos tipos de apostolado vivimos esta opción y esta gran fuerza de la evangelización y de la santidad. La búsqueda de la santidad pasa por en medio del servicio y ayuda a los pobres, mostrando el rostro fresco y alegre de la Iglesia. La santidad se ha asumido por muchos grandes santos que con grandes opciones por la oración y por la vida de amor a Dios y al Evangelio, no disminuyen la fuerza y la opción por el Evangelio vivido en los pobres. Nos pone unos grandes ejemplos concretos: San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, Santa Teresa de Calcuta (N. 100) ejemplos que son “testigos creíbles del Evangelio” con palabras del Papa Benedicto XVI. El compromiso con los hermanos pobres, tiene su fuerza en la vivencia de la caridad, que ella necesariamente nos lleva a la santidad. Una de las enseñanzas claras del Santo Padre está en que no podemos “separar estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con Él, de la gracia” (N. 100). Es decir, santidad y compromiso cristiano van íntimamente unidos, el uno exige necesariamente del otro, temas y acciones que van completamente unidos y con temas bien concretos: La defensa del no nacido, el compromiso con la vida, la defensa de la vida humana, la entrega a los pobres. Concluyo con una cita de la Exhortación Apostólica en la que el Santo Padre FRANCISCO nos habla y enseña claramente: “No podemos plantearnos el ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (N. 101). Espero que estas reflexiones, que son limitadas, y que dejan muchos elementos del documento sin una necesaria profundización, nos ayuden a entrar en estos temas tan importantes y precisos para buscar la santidad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mar 21 Ago 2018

El reto de la verdadera educación

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Amigos lectores, deseo con ustedes afrontar un tema de vital importancia en el momento actual: el valor de la educación en la formación y crecimiento de nuestros niños y jóvenes. Vivimos un tiempo complejo, sometido a profundos cambios de orden cultural y tecnológico. En los últimos decenios la humanidad ha sufrido cambios inmensos en las capacidades tecnológicas y también de la comunicación. El hombre por la ciencia va teniendo cada vez más capacidades para enfrentar el mundo y disponer de bienestar, pero también ha entrado en una profunda crisis de valores y de falta de consistencia moral en sus hechos y comportamientos. El campo de la formación de los jóvenes y de sus principios de vida ha preocupado siempre a la Iglesia y ha comprometido en su tarea a los seguidores de Jesús, para fortalecer la escuela católica. La educación de los hijos hace parte de las tareas que no se pueden delegar ni entregar a otros sin asumir la propia responsabilidad de los esposos. En la transmisión de la vida, en la formación de una comunidad de vida en la mutua colaboración y en la educación de los hijos se concretan los altos valores a los cuales están llamados los esposos. Hoy hay muchas líneas o lecturas de la realidad social que busca arrancar a los esposos esta tarea de la educación de los hijos, entregando sus ideales, sus valores y líneas al Estado o a unos principios de presunta civilidad. La educación da razones de esperanza. El aprender las letras, los conocimientos, el saber humano no es el mero fundamento de la educación, no es el mero saber, es -sobre todo- el conocer a Dios y entender su respeto y el amor y la veneración que debemos darle. Enseña el libro de los Proverbios: “El inicio de la sabiduría es el temor de Dios” (Sap 9, 10). La primera verdad a la cual se enfrenta el hombre, desde niño, es la aceptación de Dios como creador y salvador del hombre, este es el gran reto que tienen quienes aplican las modernas teorías pedagógicas para educar y transmitir las verdades. El hombre creado por Dios, a su imagen y semejanza, está dotado de capacidades intelectuales y conocimiento que le permiten conocer y entender el plan de Dios para su existencia y, especialmente, para enfrentar el mundo con su discernimiento. El conocimiento y la ciencia son la base también del bienestar que debe procurar para su existencia. El saber, el conocer la naturaleza humana exclusivamente no son la base del conocimiento, el hombre está llamado también a conocer y amar los valores, las dimensiones trascendentes de la persona humana, que pasan más allá de lo que es meramente material. La Educación es una responsabilidad de los padres: A veces olvidamos esta verdad y este principio; la formación de los niños y de los jóvenes depende de sus padres, ellos son los primeros responsables de conocer la forma, el contenido, los métodos que se apliquen para la formación de los niños. No puede entregarse a otros esta tarea, si bien tiene que respetarse el trabajo de los profesores, los contenidos, la orientación, las grandes ideas y contenidos de la formación de los jóvenes tiene que ser supervisada con mucho cuidado por los padres. La educación comienza en los hogares, con la transmisión de los valores de la autoridad, de la honestidad, de los principios que rigen la vida de los hombres. El educar a los niños y jóvenes tiene que superar lo meramente humano, el solo conocimiento de las cosas de este mundo (sea la ciencia, sean las relaciones espacio corporales del hombre, sean las relaciones sociales entre las personas). El conocimiento hoy es inmenso, el hombre conoce tanto como nunca ha podido conocer y esta sabiduría está al alcance de todos con las modernas tecnologías. Es allí donde está el gran reto para la educación, una formación para asumir con libertad y en el respeto de la voluntad de Dios la vida y sus realidades. La escuela es uno de los dones preciosos de la comunidad humana. De la educación y de su calidad, de sus principios altos de moralidad y ética, depende el futuro de la humanidad y de nuestra comunidad concreta: Esta es la razón de la presencia de muchas comunidades religiosas y de la Iglesia misma en la tarea educativa. Hacer resplandecer el alto valor y los principios de la humanidad, de la alta dignidad de la persona humana. El gran reto está en buscar que las actividades que se realicen en la educación fortalezcan valores humanos y espirituales, que lleven a que el hombre busque siempre los bienes supremos de su existencia, que de verdad asuman los grandes principios de la existencia. Preguntémonos cuales son los valores que hoy se transmiten a los jóvenes y niños: ¿De verdad prevalecen los grandes valores?, ¿Prevalece la dimensión espiritual sobre lo material y el mero bienestar humano? Es real que tenemos una gran crisis de valores, tenemos situaciones de inmoralidad y de incoherencia en nuestra sociedad en los momentos actuales, busquemos todos fortalecer la comunidad humana desde los grandes valores de la fe. ¿Cómo son formados nuestros jóvenes? En nuestra Diócesis, estamos en la ESCUELA DE JESÚS, una escuela que nos lleva a la verdad, que nos muestra el camino de Dios, un camino donde conocemos a Dios por su PALABRA y comprendemos la Buena Noticia del Evangelio. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mié 8 Ago 2018

Evangelizadores, anunciando a Jesucristo hoy

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El anuncio que realiza la Iglesia del Señor está fundamentado en Jesucristo, que es presentado al mundo entero como Salvador y Redentor. Toda la acción, la palabra, el testimonio de la Iglesia se fundamenta en el Divino Maestro, no es obra de la propia voluntad o de la propia decisión. Es Jesucristo quien está profundamente en cada una de las palabras que transmitimos a los hombres y mujeres de todos los tiempos, para que ellos libremente encuentren el camino de la verdad, que no es otro que el camino de la salvación y de la vida eterna. Este fundamento, Cristo, es el contenido al que no podemos renunciar en nuestra acción evangelizadora. (Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n25). Nuestros tiempos están cambiando profundamente gracias a los nuevos desarrollos y capacidades tecnológicas que el hombre ha creado con sus capacidades intelectuales, en apenas un siglo hemos pasado del gran desarrollo de la tipografía, a los medios hablados, escritos, televisivos, las redes sociales. Es tan fuerte el cambio de la comunicación que estamos perdiendo la interacción personal entre los hombres, muchos de los intercambios son meramente tecnológicos (El tema de las redes sociales e internet). Es allí, en esos nuevos medios y lugares donde debemos llevar a Cristo para que toque la vida de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que sea una experiencia de vida cercana y accesible a cada uno de nosotros, para que el Evangelio se convierta en vida diaria y en experiencia de una vida de fe en la comunidad, en la Iglesia de Cristo. Dice el Maestro, “he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia...” (Jn 10, 10). El anuncio de Cristo tiene que ser un anuncio claro, explícito, seguro, ordenado en sus contenidos y en sus acciones concretas y que tengan incidencia en la vida. No es un anuncio alejado de la vida y de la experiencia de la sociedad que tienen quienes lo reciben. Esta es una de las grandes contradicciones que tienen hoy los creyentes: su forma de vida esta distante de cuanto profesan y creen. El evangelio no toca la vida de comodidad, de bienestar, de desarrollo tecnológico de que disponen. El Evangelio de Cristo, es una Palabra cierta, verdadera, que toca la existencia de los hombres, los toca con la riqueza de su fuerza, como un gran fuego que hace arder de amor la existencia de muchos, este Evangelio toca dimensiones diversas y precisas de la existencia del hombre: su dimensión personal en primer lugar, las relaciones que establece con la familia y la comunidad de otros que viven el Evangelio, la interacción con otros hombres y comunidades (Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 29). No hay contradicción entre Evangelio y vida humana. En el anuncio de Jesucristo, la humanidad encuentra el camino para fortalecer su existencia y hacer resplandecer el hombre en todas sus mejores dimensiones. El hombre es el camino del Evangelio, en la predicación del mensaje del Evangelio, en la predicación de la salvación que Cristo ofrece, se encuentra el verdadero camino de la Iglesia y del hombre (San Juan Pablo II, Redemptor hominis). No hay contradicción entre fe y ciencia, entre la fe en Cristo y el desarrollo del mundo actual. Uno de los grandes retos de la humanidad en los últimos decenios, es el desarrollo de sus capacidades y conocimientos, que han hecho posible que el hombre tenga en sus manos muchas capacidades y elementos para desarrollar su bienestar. Para muchos parece una contradicción entre estas capacidades y la opción de vida que acepta a Jesucristo. Aceptar a Jesucristo, es aceptar la esperanza, el camino de una vida nueva, donde damos testimonio del amor y de la caridad en medio de la comunidad humana. El siglo pasado presentó un modelo de lectura de la comunidad humana basado solamente en los temas de la economía y de las relaciones sociales (Marxismo, comunismo, colectivización), modelos que no tienen esperanza y que destruyen la vida del hombre quitando sus derechos y sus capacidades de realización personal. El tema de la evangelización, del anuncio de Cristo es fundamental para la Iglesia, en esta novedad se encuentra su vitalidad y su dinamismo. Cada vez que es fiel a este mandato del Señor, “Id al mundo entero y predicad del evangelio” (Mc 16, 15). La Iglesia se renueva y se fortalece, hace resurgir el fuego de su vitalidad y de la novedad de su vida, que ha cautivado a los santos y a los hombres a lo largo de la historia. Abramos el corazón a la evangelización, y después de aceptar en nuestras vidas a Jesucristo, dediquemos lo mejor de nuestro ser a la evangelización para que Cristo sea conocido, amado y servido por muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. De esta riqueza vive la Iglesia y de ella se fortalecen nuestras comunidades eclesiales en este tiempo que nos ha regalado Dios para evangelizar: llevar la buena noticia de Jesucristo a todos los hombres. Esta es la invitación para nuestra Iglesia diocesana, a ser fieles a este mandato evangelizador de Cristo, llevar la buena noticia a todos, y ponerle a Él en el corazón y en la vida de cada uno de los hombres y mujeres de nuestra comunidad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Lun 30 Jul 2018

Cristianos santos y alegres (II)

Por: Mons. Víctor Ochoa Cadavid - Hemos iniciado hace algunos días, en las páginas de La Verdad, una presentación de la Exhortación Apostólica GAUDETE ET EXSULTATE (Alegraos y regocijaos) del Papa Francisco, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. Con orden hemos repasado cómo la santidad es un llamado para todos los miembros de la Iglesia, que sigue a Cristo. La santidad es un camino para todos hacia Jesucristo en la vivencia y experiencia de su Evangelio. Deseo ahora continuar con esta reflexión y repaso de las enseñanzas del Santo Padre Francisco. El Papa Francisco nos llama la atención sobre dos falsas ideas de la santidad que son de gran actualidad. La primera falsificación a la cual se refiere el Obispo de Roma es la del “Gnosticismo” (Donde el conocimiento y el saber algo es fruto de la razón y de los sentimientos), donde nos limitamos a los conceptos, a las ideas, a una concepción de la santidad fundamentada solo en ideas y en estructuras de pensamiento. El Santo Padre nos invita a no olvidar tocar con nuestras manos la “carne sufriente de Cristo” (n. 37). Con esta afirmación plantea el peligro de que la espiritualidad y los principios que surgen del Evangelio, fundamenten solo una doctrina teórica. Esta forma indebida de espiritualidad aparece lejos de la realidad. Es la vía contraria a la oración, la devoción, la piedad que solo pone su fuerza en la doctrina. La segunda falsificación es la del “pelagianismo” (Una doctrina que no corresponde a la de la fe católica, que es una herejía, propuesta por Pelagio, entre los siglos IV y V; donde el pecado original no existe). Entonces, según Pelagio, la gracia de Dios, se alcanza sólo con la voluntad del hombre, confiando sólo en las propias fuerzas (n. 49). Parecería que el hombre es capaz de alcanzar sólo con su voluntad y decisión la santidad. La santidad sería sólo un esfuerzo humano, fruto de la aplicación y del trabajo virtuoso del hombre, sin la participación de Dios. El proceso que lleva a la Santidad pasa por el reconocimiento de los propios límites, la gracia y el don de ella presupone nuestra naturaleza. El Papa Francisco cita una frase que nos puede iluminar y que es tomada del libro del Génesis: “Yo soy Dios Todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto” (Gen 17, 1). La santidad es una llamada a la perfección, en esta realidad el hombre alcanza la posibilidad de ser lo que Dios quiere (n. 51). El Papa nos recuerda la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica (Catecismo n. 1998): “El don de la gracia sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana” y, que frente a Dios, no hay ningún mérito del hombre. Una frase es bien clara: “Solamente a partir del Don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más” (n. 56). La santidad es asociada a la “pertenencia” a Dios, donde el hombre es propiedad de Dios, para mostrarle, amarle y servirle. Una llamada precisa y clara para cada uno de nosotros donde ponemos lo mejor de nuestras capacidades. La santidad es hacer crecer la vida de la gracia en nosotros y esto esta íntimamente ligado también al crecimiento de la caridad en cada uno de los hijos de la Iglesia. Esta llamada a la santidad es una llamada universal, una llamada que toca a todos y a cada uno de nosotros (no se puede llegar a que el Evangelio sea de unos pocos, de una clase muy selecta de cristianos). La santidad necesita del esfuerzo humano y de la doctrina, pero no es solamente esto, es una experiencia vivida y personal que cada hombre, cada miembro de la Iglesia debe realizar. La experiencia de la santidad es el seguimiento de Cristo, de sus enseñanzas, para toda la comunidad de los Discípulos del Maestro. El Papa Francisco nos invita a mirar el rostro de los hermanos que sufren, de los frágiles, de los indefensos y de los que muestran el dolor. Él nos pide revisarnos para evitar estas dos tentaciones de vida. No todo depende de nuestra voluntad, ni tampoco de un rígido modelo de vida que es sólo doctrina. Compartiendo con ustedes, queridos lectores, estas reflexiones, deseo invitarlos a reconocer que esta llamada es una invitación para todos, la comunidad de fe no puede abandonar a ninguno de los hermanos en la fe. Además, se encuentra una vía especial, la vía del servicio y de la entrega a los demás que suscita en nosotros la caridad de Cristo. Los invito a seguir a Dios, a servirlo, a amarlo y a mirar su presencia en los otros, especialmente los que sufren. + Víctor Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta [icon class='fa fa-download fa-2x'] LEA: Cristianos santos y alegres (I)[/icon]

Jue 12 Jul 2018

Cristianos santos y alegres (I)

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Deseo con Ustedes, queridos lectores, repasar un precioso regalo que nos ha hecho el Papa FRANCISCO, con la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos) publicada el 19 de marzo 2018. En este texto el Papa afronta el tema de la llamada a la Santidad en el mundo actual. El Santo Padre con un lenguaje muy sencillo y personal quiere mostrarnos la posibilidad de ser santos, como fuente de amor y del seguimiento del evangelio con gran alegría. Parecería un tema para élites teológicas, pero el Pontífice quiere hablarnos al corazón, a todo el pueblo de Dios y deseo llevar a ustedes estos argumentos para el crecimiento en la fe. Su Santidad pone de frente a nuestra reflexión una gran llamada a la santidad, en la expresión de la voluntad de Dios, el Todopoderoso que quiere que seamos santos, nos presenta una sencilla premisa que, para todos nosotros, debe ser de gran aliento. “Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada” (Cf. n. 1). El Santo Padre desea entrar en los medios de santificación, como llamada que es actual y posible para todos los hijos de la Iglesia. Nos presenta, cómo en el tiempo actual, con todos los riesgos y desafíos, las muchas oportunidades de ser santos (Cf. n. 2), algo que es alcanzable por todos y cada uno de nosotros. La santidad surge de Cristo, que nos manifiesta la voluntad de Dios Este es un “camino” que nos muestra la voluntad de Dios, la santidad es también una “misión”, un proyecto de vida que todos debemos emprender como discípulos de Cristo. Esta forma de vida surge del Evangelio y está vinculada a Él de forma insuperable (cf. n. 19). Esta forma de vida, la santidad, es una actitud que tiene de reflejarse en la vida ordinaria, en cada uno de los gestos y hechos de vida que nos tocan. El Papa FRANCISCO pone el ejemplo de pequeñas acciones que nos permiten experimentar ese camino de santidad: una señora que va al mercado y no acepta hablar allí mal de nadie; la madre que escucha con atención a su hijo, acerca de sus fantasías –con paciencia y afecto- con toda la atención; viviendo pruebas, orando con devoción a la Virgen; viviendo la caridad. Gestos, ofrendas, signos completos de santidad (Cf. n. 16). En la vida diaria, en sus desafíos, en el devenir de la vida diaria, es dónde Dios nos invita a “nuevas conversiones” para que la gracia de Dios se “manifieste mejor en nuestra existencia ‘para que participemos de la santidad (Hb. 12,10)’ “. La Santidad no es una forma de vida para unos pocos que pueden como aislarse del mundo, de las cosas de la vida, o que viven una vida lejana de los problemas de hoy. ¡No!, es una vida cercana, posible, en la cual cada persona, cada uno de nosotros en nuestras vidas experimenta al Señor. Hace una cita del Concilio Vaticano II, “Cada uno por su camino” (Lumen gentium, 11) para que pueda tocar a cada uno de nosotros y nuestra reflexión: la santidad es posible para todos en el camino de la propia historia, de los propios hechos y de la concreta realidad que vive (Cf. n. 11). Este don de la santidad es un don del Espíritu Santo a toda la Iglesia “El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios” (Cf. n. 6). El Pueblo de Dios, cada uno de nosotros, tiene que vivir la santidad, como forma concreta de seguimiento del Señor y de su Evangelio. La comunidad humana está llamada a la santidad, en una dinámica del pueblo. Nos dice el Papa FRANCISCO: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de “la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad” (n. 7). Con estas reflexiones, el Santo Padre quiere que seamos conscientes de esta llamada de Dios, en la posibilidad de caminar respondiendo a Dios. Esta santidad se construye en la propia historia (cf. n. 8). La santidad de los hijos de la Iglesia ayuda y estimula a otros a ser santos, a vivir en este estilo de vida y comportamientos que son signo claro de la opción por Jesús. “La santidad es el rostro más bello de la Iglesia” Es habitual que al entrar en los templos o en nuestra devoción personal tengamos la imagen de los santos. Desde hace algún tiempo, podemos tener fotografías de hombres y mujeres que con su vida siguieron y sirvieron a Dios (En Cúcuta, el Beato Luis Variara, salesiano -llamado el Santo de Cúcuta- que sirvió a los leprosos y murió en Cúcuta el 1 de febrero de 1923 y fue beatificado por San Juan Pablo II el 14 de abril de 2002; el Beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Misionero Javeriano de Yarumal, muerto el 2 de octubre 1989 y beatificado por el Papa Francisco el 8 de septiembre 2017). Santos con rostro personal, humano. Esta llamada a la santidad es personal, directa, que exige de nosotros una respuesta y un compromiso concreto. Una respuesta y un compromiso en toda la acción pastoral de la Diócesis de Cúcuta, ella tiene un objetivo concreto, encontrar a Jesucristo, vivir el Evangelio y con nuestros comportamientos alcanzar una forma de vida, la santidad que es la llamada de Cristo. Esta llamada te toca a ti querido lector, toca tu vida, tu respuesta a Cristo. Termino con una profunda reflexión que nos hace el Papa: la santidad está profundamente unida a la humanidad. La santidad no entra en contradicción con la humanidad, la asume y la acoge en toda su profundidad. Con la santidad, la humanidad se hace fecunda (Cf. n. 33). En otro momento seguiremos repasando las enseñanzas del Papa FRANCISCO, sobre la santidad, dejémonos interpelar por esta invitación a la santidad, que no es otra que seguir a Cristo, entrar a la ESCUELA DE JESÚS. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mar 6 Feb 2018

Iglesia lanza campaña de Cuaresma 2018

La Iglesia Católica a través del Secretariado Nacional de Pastoral Social durante el 2017 y hasta la fecha, han atendido alrededor de 9.200 familias migrantes de Venezuela en las diócesis de Cúcuta, Riohacha, Puerto Carreño, Arauca, Barranquilla, Ipiales y Bogotá, según expresó monseñor Héctor Fabio Henao, Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social. “Nos hemos centrado en los puntos de frontera, ya que hay más de 280 pasos informales de Venezuela hacia Colombia. Trabajamos en Cúcuta, Riohacha, Puerto Carreño y Arauca, allí se atiende por la migración pendular, en donde las personas buscan alimentos y medicamentos pero no tienen interés de quedarse en Colombia, pero también a personas que se adentra hacia el territorio nacional”, afirmó Monseñor Henao. Según datos oficiales en los últimos 18 meses, al incrementarse la crisis en Venezuela, por lo menos 660 mil venezolanos han pasado la frontera para quedarse en Colombia a través de los diferentes pasos fronterizos. Por su parte Monseñor Víctor Manuel Ochoa, Obispo de Cúcuta, aseguró que la llegada de los venezolanos cada día es mayor y preocupa porque están necesitando comida, medicamentos, alojamiento y hasta electrodomésticos. Monseñor Ochoa señaló que así como a los colombianos los atendieron y recibieron en Venezuela en épocas pasadas, ahora es la oportunidad de responder con la misma humanidad. “Es un servicio que hacemos manteniendo la dignidad. Muchos de ellos son colombianos y el número de colombianos retornados va aumentando,” puntualizó el Obispo. La acción humanitaria se ha enfocado en ayuda alimentaria y no alimentaria, alojamiento, brigadas de atención en salud y entrega de medicamentos, asesoría jurídica y psicosocial. Así: Los prelados advirtieron que el Gobierno colombiano tendrá que tomar decisiones inmediatas sobre la atención de la emergencia que se presenta por al paso de venezolanos. Al respecto Monseñor Henao comentó que Colombia tendrá que pronunciarse pronto en la ONU sobre el tema de atención a los refugiados, en el marco de una convención que se está preparando en esa organización. Los excluidos y marginados son nuestros hermanos… ¡Comparte con alegría! Hoy durante rueda de prensa, la Iglesia Católica Colombiana lanzó la Campaña de Cuaresma, que desde hace 36 años se realiza desde la época de cuaresma y permanece durante todo el año con el fin de recaudar recursos para atender a ciudadanos afectados por emergencias de carácter natural y/o por la violencia. Para este año, el eslogan acogido para la campaña es el mensaje del papa Francisco: “los excluidos y marginados son nuestros hermanos… ¡Comparte con Alegría¡” La mayoría de estos recursos recaudados estarán destinados a ayudar a los venezolanos. Cualquier ciudadano puede acercarse a cualquier parroquia del país y hacer sus aportes durante el tiempo de la campaña. Para este fin el Secretariado Nacional de Pastoral Social ha dispuesto la cuenta del Banco de Bogotá N° 08133959-0.