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Opinión

Jue 24 Ago 2023

La acción catequética para crecer en la fe

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Al conmemorar a San Pío X el 21 de agosto, la Iglesia celebra el día del catequista, que nos permite orar, agradecer y felicitar a tantos consagrados en el sacerdocio, la vida religiosa y los agentes de pastoral, quienes por años se han dedicado a esta noble misión de cumplir con el mandato misionero recibido en el bautismo, para anunciar a Jesucristo, fortaleciendo la Fe, la Esperanza y la Caridad de muchos niños, jóvenes y adultos, que les son confiados para que les anuncien el Evangelio y que a su vez ellos también se conviertan en misioneros del Señor.En todas las comunidades parroquiales existen muchos agentes de pastoral, que desde siempre se han dedicado a la Catequesis. En la actualidad el Papa Francisco en su “Motu Proprio” Atiquum Ministerium, instituye el ministerio del Catequista, dándole una dignidad especial a esta misión. El Papa Francisco afirma: “El Catequista está llamado en primer lugar a manifestar su competencia en el servicio pastoral de la transmisión del fe, que se desarrolla en diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce al Kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de iniciación cristiana, hasta la formación permanente que permite a cada bautizado estar siempre dispuesto a dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza” (AM 6).Con esta enseñanza del Papa queda claro que la catequesis no es un curso académico para un momento de la vida del creyente y mucho menos un requisito para recibir un sacramento. La acción catequética responde al Proceso Evangelizador de la Iglesia, que tiene su fase inicial en la acción misionera y que culmina con la acción pastoral, con cristianos comprometidos a seguir transmitiendo lo que han visto y oído acerca el Señor. El directorio General para la Catequesis del año 1997 deja claro como las tres etapas del Proceso Evangelizador están en total unidad y responden al fervor que deja en el corazón en anuncio de Jesucristo. De tal manera que este proceso “está estructurado en etapas o momentos esenciales: La acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequética para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos no son etapas cerradas, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad” (DGC 49, Cfr DGC, 2020, 31 - 35).Recibiendo esta enseñanza se hace énfasis en la acción catequética que es el tema que nos ocupa y que responde a la segunda etapa del Proceso Evangelizador de la Iglesia, que está prevista en la evangelización para “los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación” (DGC 49), esto quiere decir un proceso de formación continuo que está al servicio de la profesión de Fe. Quien encuentra a Jesucristo siente en su corazón un deseo intenso por conocerlo más íntimamente manifestando su cercanía y celo por el Evangelio, haciéndose su discípulo (Cfr DC, 2020, 34).De tal manera que para quienes hacen la opción por Jesucristo y el Evangelio, se hace necesario profundizar sobre su persona y enseñanza, para formar un camino espiritual que provoque un cambio progresivo en la vida interior y en las costumbres (Cf AG 13) y que ayude a la configuración del creyente como un verdadero discípulo del Señor. Así lo expresa el Directorio para la Catequesis del 2020: “La acción catequística - iniciatoria está al servicio de la profesión de fe. Aquellos que ya han encontrado a Jesucristo sienten un creciente deseo de conocerlo más íntimamente, manifestando así una primera elección por el Evangelio” (DC 34).En este sentido la Catequesis es una escuela de formación en la fe, que ayuda al creyente a transformar la vida en Cristo, en un proceso de auténtica conversión cristiana. Tenemos que volver a la “catequesis orientada a formar personas que conozcan cada vez más a Jesucristo y su Evangelio de salvación liberadora, que vivan un encuentro profundo con Él y que elijan su estilo de vida y sus mismos sentimientos, comprometiéndose a llevar a cabo, en las situaciones históricas en las que viven, la misión de Cristo, es decir el anuncio del Reino de Dios” (DC, 2020, 75).Como bautizados seguimos comprometidos en la Diócesis de Cúcuta con la iniciación cristiana de muchos bautizados para fortalecerlos en la Fe, Esperanza y Caridad y hacerlos discípulos del Señor y misioneros en la Iglesia, para gloria de Dios y salvación nuestra y de nuestros hermanos. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para vivir la misión evangelizadora en nuestra Iglesia particular en salida misionera, dejando resonar en el corazón la invitación caminemos juntos como Iglesia Diocesana. En unión de oraciones. Reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta

Jue 3 Ago 2023

Nuestra meta es el cielo

Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - “La Virgen inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte” (LG, 59). “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (Catecismo, 966).La solemnidad del Dogma de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa Pio XII en 1950, está ubicada en el centro del mes de agosto, y nos invita a pensar en la motivación central que debemos tener todos los bautizados. No solo nos presenta a María como modelo del cristiano, de la persona que, siendo igual a nosotros, se esforzó por acoger en su corazón, en su mente y en su vientre al Hijo de Dios e hizo todo posible por cumplir en su vida su voluntad. Su fiat, es decir, su sí al anuncio del ángel, fue una clara expresión de la nobleza de su alma y la generosidad para entregarse por completo al Dios que la invitaba a hacer parte de su plan de salvación para toda la humanidad.María es la bienaventurada precisamente porque había creído. Y no solo, lo era también porque había acogido la Palabra y la había puesto en práctica.María fue la mujer valiente que no abandonó nunca a su Hijo, y la vez era la mujer que confiaba en que los planes de Dios siempre se cumplirían. Por eso junto a los discípulos permanecía en oración expectante.María es el modelo del cristiano que estamos llamados a imitar. Por eso mismo, “lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su hijo único Jesucristo” (Pío XII, Constitución apostólica Munificentissimus Deus).En este mismo orden de ideas, cuán necesario es que volvamos la mirada a María, y le pidamos que nos ayude hacer de nuestra fe, de nuestra religión, una auténtica experiencia de relación personal con su Hijo, y a su vez, con el Padre del cielo. Ha de ser una fe y un ejercicio de nuestra religión, que busque no solo la solución de nuestros problemas, de nuestras falencias, de nuestras necesidades. La auténtica religión no es la de los milagros, es la de la vida eterna, la que nos permita entrar, como María, al cielo. Hay que buscar, como lo dice Jesús, primero el Reino de Dios y justicia, pues lo demás viene por añadidura.Somos peregrinos en esta tierra. Nuestra meta es el cielo. Por eso los cristianos celebramos cotidianamente los sacramentos, que nos ayudan a preservar y fortalecer la fe, y a buscar con ánimo ferviente gozar un día de la presencia de Dios en el cielo.A eso invito a los fieles de nuestra Arquidiócesis, a que pongan su mirada en la realidades del cielo, no tanto en las de la tierra. Las primeras son eternas, las segundas son siempre pasajeras. María, asunta a los cielos, nos anima a caminar alegres por las sendas de la vida y a darnos cuenta de que, si ella pudo entrar gloriosa al cielo, también nosotros, por gracia, también podemos entrar a él. Ánimo, es mi voz de aliento.Este mes en la Arquidiócesis de Cali vamos a tener una serie de eventos para los cuales pido especiales oraciones: Congreso nacional de diaconado permanente, con la presencia de cerca de 180 diáconos permanentes que vienen de todo el país, varones casados, en su inmensa mayoría, que descubrieron también un llamado especial para santificarse celebrando un nuevo sacramento el del orden diaconal, para hacer extensiva la caridad de Dios y el servicio de altar.También vamos a tener el encuentro nacional del Obispos y líderes del Sistema Integral de Nueva Evangelización – SINE, con la presencia de cerca de 26 Obispos y los animadores diocesanos del sistema en Colombia. Es el llamado que el Señor nos hace para vivir intensamente el bautismo y la vida cristiana, no a manera de movimiento, sino como un estilo de vida acorde al plan de Dios, que “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de verdad”.También cuatro hermanos van a ser ordenados diáconos, tres permanentes y un transitorio. Oramos para que su respuesta generosa al llamado del Señor redunde en la santificación de sus vidas y la de todos a quienes sirvan.Por último, les pido unirnos en la oración por la paz y la reconciliación de nuestro país, en la fiesta del 7 de agosto.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali

Lun 31 Jul 2023

La primacía de la Gracia en el camino de Santidad

Por Mons. José Libardo Garcés - En el pasado editorial presentaba a María como Madre en el orden de la Gracia, título que le dio el Concilio Vaticano II al reflexionar sobre la maternidad espiritual de la Santísima Virgen María. Ella siempre en estado de Gracia pudo mantener el corazón limpio para Dios, siempre fue un santuario reservado solo a Dios, entregando su vida a la misión encomendada, colaborando de esa manera con la salvación de toda la humanidad. Este mes de Julio en el desarrollo de nuestro Plan de Evangelización estamos invitados a que caminemos juntos, con nuestros niños, jóvenes y mayores en el contexto de la semana que tenemos para animar a nuestros fieles de las distintas edades, que tendrá que ser una renovada invitación a la santidad dándole primacía al estado de gracia en el que debemos vivir todos.San Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte al concluir el jubileo del año 2000 nos proponía a todos un programa de vida con unas prioridades para caminar desde Cristo, como son: La Santidad, la oración, la Eucaristía dominical, el Sacramento de la Reconciliación, la Primacía de la Gracia, la escucha de la Palabra y el anuncio de la Palabra (Cfr NMI 29), como medios de vida cristiana que nos llevan a la santidad, indicando al respecto: “No se trata de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra en definitiva en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (NMI 29).Todas las prioridades propuestas por San Juan Pablo II son muy importantes y esenciales para llegar a la Salvación, pero aquí vamos a detenernos en la primacía de la gracia, como el estado habitual en el que el Cristiano se debe mantener siempre. Hemos recibido la gracia de Dios en el bautismo que nos ha hecho sus hijos y nos ha dejado el corazón limpio. Por debilidad humana somos pecadores, pero de un cristiano se espera que no permanezca en estado de pecado por mucho tiempo, sino que de inmediato frente al pecado pueda buscar el sacramento de la Reconciliación para recuperar la gracia y volver al estado inicial de recién bautizado, para llevar a plenitud su vocación que es vivir en gracia de Dios.Cuando damos primacía a la gracia de Dios, comenzando por el estado de gracia en el que estamos llamados a permanecer y perseverar, toda la vida del Cristiano fluye como don de Dios, porque Jesucristo es el centro de la vida y por Él, que derrama permanente su gracia sobre nosotros todo fluye con mayor eficacia. San Juan Pablo II así lo expresa: “En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la Gracia” (NMI 38).Cuando toda nuestra vida está proyectada desde la primacía de la gracia, reconocemos que todo depende de Dios, y de nuestra parte, a ejemplo de María nos disponemos a decir: “Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), diciendo con esto que queremos hacer y amar la voluntad de Dios, porque de Él depende todo y nosotros somos instrumentos para que la gracia de Dios dé frutos abundantes en nuestra vida y en el entorno social donde nos movemos.En la vida de la gracia y en la colaboración con Dios para llevar la gracia a otros, tenemos que evitar la tentación del protagonismo personal, atribuyendo a nuestra pequeñez, lo que le corresponde a Dios. San Juan Pablo II ya nos previene de esta tentación cuando nos enseña: “Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma; pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo, no podemos hacer nada (Cfr Jn 15, 5)” (NMI 38). El camino de vida espiritual y de santidad que todos estamos llamados a vivir cada día, parte del hecho de darle primacía a la gracia de Dios y es la oración y el estado de gracia en el corazón lo que nos hace vivir esta verdad. Vuelve San Juan Pablo II a ilustrarnos al respecto: “La oración nos hace vivir reconociendo la primacía de la gracia, que nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio los proyectos pastorales caen en el fracaso” (NMI 38).Los invito a todos a que nos esforcemos por vivir en estado de Gracia todos los días de nuestra vida, sólo así podemos cumplir con nuestra misión, dándole primacía a Jesucristo que es el centro de todo. Sostengamos la gracia de Dios en el corazón con la oración contemplativa de rodillas frente al Señor, con la Eucaristía diaria, con la escucha y el anuncio de la Palabra de Dios y en los momentos de debilidad, acudamos al sacramento de la reconciliación, que nos permita reconocer el primado de la gracia, como camino seguro de santidad. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José alcancen del Señor todas las bendiciones y gracias, que nos fortalezcan en el compromiso de vivir siempre en estado de Gracia, para que caminemos juntos, con nuestros niños y mayores, con fervor pastoral por el Reino de Dios. En unión de oraciones. Reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta

Lun 17 Jul 2023

La Virgen María: Madre en el orden de la gracia

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve -El mes de julio nos llena de gozo con la celebración de dos advocaciones de la Virgen muy queridas por todos nosotros: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y Nuestra Señora del Carmen. La devoción a la Virgen María en todas sus advocaciones, es un fuerte llamado a vivir en gracia de Dios, que es el estado en el que se mantuvo siempre María, porque es la llena de gracia, como nos la presenta el Evangelio. Una vida interior en gracia de Dios que la hizo proclamar ante el anuncio del arcángel Gabriel: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38), reconociéndose como sierva de Dios que responde auxiliada por la gracia que deja actuar en su vida. La Santísima Virgen María nos quiere cristianos semejantes a Ella en la vida de la gracia, que consiste en la limpieza de corazón y la rectitud de vida para obrar de acuerdo con la voluntad de Dios. El corazón de María siempre fue limpio, siempre se mantuvo en estado de gracia, fue permanentemente un santuario reservado solo a Dios, donde ninguna criatura humana le robó el corazón, reinando solo el amor y el fervor por la gloria de Dios y colaborando con la entrega de su vida a la salvación de toda la humanidad, en total unión con su Hijo Jesucristo. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia” (Lumen Gentium #61). Mantenerse en estado de gracia es el camino seguro para cumplir cada día con la voluntad de Dios a ejemplo de María, tal como lo oramos varias veces al día en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), en actitud de oración contemplativa, en una vida por entero dedicada a la búsqueda de Dios. En este mundo con tanto ruido y confusión exterior, donde se ha perdido el horizonte y la meta de la vida, se necesita el corazón de los creyentes fortalecido por el estado de gracia, que hace posible el contacto continuo con Dios, en actitud contemplativa, descubriendo en cada momento la voluntad de Dios, con una vida en total entrega a la misión, como María nos lo enseña permanentemente. Es esta la gracia que debemos pedir a la Virgen, cada vez que nos dirigimos a Ella y en los momentos en los que celebramos una de sus advocaciones, renovar nuestro deseo de tenerla siempre como Madre en el orden de la gracia. Cuando el discípulo de Cristo desarrolla su vida interior, a ejemplo de María, es capaz de discernir todos los momentos de la vida, aún los momentos de Cruz, a la luz del Evangelio. María precisamente enseña al creyente a mantener la fe firme al pie de la Cruz, Ella estaba allí con dolor, pero con esperanza; en ese lugar Ella estaba en total comunión de mente y de corazón con su Hijo Jesucristo, así lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica cuando dice: “La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la Fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26-27)” (LG #58) (CCE 964). De un corazón que aprende a estar en gracia de Dios, brota la capacidad para vivir los momentos difíciles y tormentosos de la vida, como una oportunidad para fortalecer la fe, mantener viva la esperanza y acrecentar la caridad cristiana. María al pie de la Cruz, da a la Iglesia y a cada uno la esperanza para iluminar cada momento de la existencia humana, aún los más dolorosos. María, Madre en el orden de la gracia está acompañando el caminar de todos. También en la Cruz y la dificultad, descubramos qué nos está pidiendo Dios y hagamos lo que Él nos vaya diciendo en el silencio del corazón. Jesús hoy nos dice que confiando en su gracia escuchemos su Palabra, recibamos los sacramentos, oremos y pongamos de nuestra parte toda la fe, toda la esperanza y toda la caridad, y Él se encargará del resto, darnos su gracia y su paz, en todos los momentos de la vida, los más fáciles y también en las tormentas que llegan a la existencia humana y todos en comunión hacernos servidores los unos de los otros. Solo poniendo al servicio de Dios y de los demás lo que somos y tenemos, todo irá mejorando a nuestro alrededor, en la familia, en el trabajo, en la comunidad parroquial y en el ambiente social. Los convoco a poner la vida personal y familiar, bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María: Madre en el orden de la gracia, que nos dé la fortaleza para vivir en estado de gracia todos los días de nuestra vida y que en gracia de Dios caminemos juntos, con nuestros niños, jóvenes y mayores. Que el glorioso Patriarca san José, unido a la Madre de todas las gracias, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo muchas gracias y bendiciones para cada uno de ustedes y sus familias. En unión de oraciones, reciban mi bendición. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 10 Jul 2023

Hacia una Iglesia siempre joven

Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez -“Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven. La Palabra de Dios nos pide: eliminen la levadura vieja para ser masa joven (1Cor. 5,7). Al mismo tiempo nos invita a despojarnos del hombre viejo para revestirnos del hombre joven (cf. Col. 3,9.10) … Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida”. Esto lo dice el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica postsinodal Christus vivit, dirigida a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios (CV nn. 13,1).Al cumplir el primer semestre de mi servicio como arzobispo de Cali, lo primero que quiero es hacerles llegar mi sincera gratitud por la forma como me han acogido en este nuevo servicio que el Señor me ha confiado. Soy consciente de las expectativas y de los grandes retos que tenemos por delante y pido al Buen Pastor, que nos siga acompañando, a ustedes y a mí en esta tarea.Quiero seguir insistiendo en los sueños. El texto con el que comienzo este editorial recoge tanto la mente del Papa, como lo que debe animar la vida de la Iglesia de ayer y de hoy. Me sueño con una arquidiócesis de Cali siempre joven, alegre, animada y convencida de que el estancamiento significa retroceder, y en algunos casos, el preludio de una muerte o desaparición, como sucede con grupos apostólicos, movimientos y comunidades religiosas que ante la crisis de fe, de vocaciones y de no leer adecuadamente los signos de los tiempos, están teniendo que cerrar sus casas, o fusionarse con otras.El futuro de la Iglesia de Cali está en nuestras manos y en la forma como seamos capaces de dar respuesta a los innumerables retos sobre los cuales debemos tener conciencia.Necesitamos dejar el desaliento evangelizador. Es un reto para todos, los ministros, los consagrados, pero de una manera muy especial para los laicos, que en su mayoría no han sabido entender que ellos también hacen parte de la Iglesia y que, según sus carismas y estado, están llamados a ser testigos de la Buena Nueva de salvación. La Iglesia agradece a los laicos que han acogido con alegría la misión de ser ministros, servidores y catequistas, pero nos falta, por ejemplo, realizar mejor el ministerio de la conyugalidad en la familia.Necesitamos dejar a un lado la pereza para profundizar nuestras verdades de fe. Es sin duda una de las grandes dificultades que tenemos en la evangelización. Cómo sería de bello que los que piden ser admitidos a los sacramentos de la eucaristía y la confirmación, o quienes se preparan para el matrimonio, entiendan que las catequesis que se proponen no son solo requisitos, sino la ocasión de conocer más y mejor nuestra religión, y así poder, como dice el apóstol Pedro, dar razón de nuestra fe.Animo a los laicos para que acojan con gusto la invitación a las catequesis presacramentales, pero también a quienes las ofrecen para sean espacios bien preparados, didácticos, amenos, que permitan a los asistentes no solo prepararse para celebrar un rito, sino para dar espacio a Jesús en sus vidas, a través de los sacramentos. Estos tiempos han de ser adecuados, limitarlos en el tiempo no es conveniente, porque no se trata de “salir rápido de eso”, como algunos lo piden, Muy pronto, en las Orientaciones pastorales que vamos a publicar en Cali, daremos instrucciones a este respecto.Necesitamos ser positivos y personas de fe. La esperanza es lo último que se puede perder. Los tiempos que estamos viviendo están poniendo a prueba nuestra fe y la actitud positiva y esperanzadora como debemos vivir. Las incertidumbres son muchas, y en algunos campos, los problemas crecen. Con la mirada puesta en el cielo y los pies en la tierra, debemos ser capaces de prepararnos para las realidades no previstas que lleguen. De todos modos, hay que tener presente las palabras del Señor Jesús, que nos dice que no debemos tener miedo, porque “Él ha vencido al mundo”.Por eso mismo, una oración constante, una adecuada preparación y un compromiso evangelizador, han de ser las características de una Iglesia joven que está en salida misionera llegando a todos con el saludo y mensaje de la paz.Una solicitud:Durante este mes de julio y las dos primeras semanas de agosto, los presbíteros de Cali harán sus retiros espirituales. Invito a las comunidades parroquiales para que oren por sus párrocos y los presbíteros en general, para que este tiempo les ayude a ellos tener una experiencia fuerte de encuentro con el Señor que los llamó al ministerio ordenado, recuperen sus energías y renueven sus compromisos sacerdotales.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali

Mié 24 Mayo 2023

Hágase en mí según tu Palabra (Lc 1, 38)

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en este mes de mayo venerando de manera especial a la Santísima Virgen María, y en nuestra Diócesis lo hacemos con el lema del mes: “Caminemos juntos, rezando el Rosario”, que se enmarca con el momento significativo de Nuestra Señora de Fátima, con insistencias pastorales puntuales para el sector educativo y comercial, que nos ayuden a fortalecer la acción misionera en estos sectores de la sociedad y de la Diócesis, que reciben con gozo el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo por medio de la Bienaventurada Virgen María. Recordamos a María como modelo del creyente, reconocida esta virtud en la visita que le hace a su prima Isabel, tal como lo narra el Evangelio de Lucas: “¡Dichosa tú que has creído¡ Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 45), palabras que reconocen la fe de María, en el acto de entrega a la voluntad de Dios que pronunció desde el mismo momento en que el arcángel Gabriel le anuncia que iba a ser la madre del Salvador, respondiendo ella con palabras que expresan la fe y entrega fiel al querer de Dios: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38), afirmando con ello el Evangelio la actitud de fe de María y que Isabel reconoce y lo exclama con entusiasmo en la frase: “¡Dichosa tú que has creí-do!” (Lc 1, 45), alabándola porque Ella ha creído que lo que ha prometido el Señor se cumplirá. Nada es imposible para Dios y esto se hace realidad porque su corazón es un terreno abonado para que la Palabra de Dios germine y pueda dar fruto de buena calidad. La fe de María la dispone a hacer la voluntad de Dios y engendra la virtud de la esperanza, para estar de pie junto a la Cruz del Señor, virtudes, que a la vez dan el fruto maduro de la caridad y por eso en un momento importante de la vida se pone en camino hacia donde su prima Isabel para ejercitar con ella la caridad, la entrega y el servicio desinteresado. De esto da testimonio el Evangelio cuando afirma: “María se puso en camino y fue de prisa a la montaña” (Lc 1, 39), ese ponerse en camino, es la salida misionera de María para comunicar el don de la salvación a la humanidad, que en la persona de Isabel reconoce con las palabras: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42). Como creyentes en Jesucristo reconocemos que el amor oblativo, de caridad sin límites de la Virgen, nace de la comunión que tenía con el corazón de Dios, que la llevó a aceptar ser la Madre del Redentor para entregarle la salvación a todo el género humano, siendo este el mayor acto de caridad para con todos. La caridad y el amor de María por cada uno de nosotros, conduce de inmediato hasta Jesús, una caridad silenciosa, prudente, que de nuevo al pie de la Cruz de su Hijo calla y ofrece por la humanidad en el acto de amor más grande, al redentor del mundo, “la Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de Salvación, concibiendo, educando y acompañando a su Hijo hasta su sacrificio definitivo” (Documento de Aparecida #267), siendo esta misión la caridad más silenciosa, pero la más efectiva para cada uno de nosotros. María, al entregarnos a Jesús, nos trae con Él todo el amor, el perdón, la reconciliación y la paz, “como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como una familia, la familia de Dios” (DA #267) y por eso, siguiendo su ejemplo, en un acto de caridad inmenso hacia nuestro prójimo, estamos llamados a entregar a Jesús a otros, incluso a quienes no lo conocen o abiertamente lo rechazan. Esta es la tarea de la Iglesia, comunidad de creyentes que tiene como vocación y misión comunicar a Jesucristo, como el mayor acto de caridad. Así nos lo enseña el Papa Francisco: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (Evangelii Gaudium #14), recordando que la primera obra de caridad que hemos de hacer a nuestros hermanos será mostrarles el camino de la fe. Así lo enseñó san Juan Pablo II cuando dijo: “El anuncio de Jesucristo es el primer acto de Caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solidaridad” (Mensaje para las migraciones 2021), y en esto la Santísima Virgen María, como maestra de la caridad, nos da ejemplo de un amor total a todos nosotros, entregándonos a Jesús y llevándonos hasta Él. La profunda vida interior y contemplativa de nuestra Madre del cielo, nos exhorta a mirar fijamente a Jesucristo y a vivir nuestra fe, esperanza y caridad en la actitud constante de hacer y amar la voluntad de Dios. Hoy repetimos con María: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38), para que todo nuestro peregrinar humano y cristiano, con las incertidumbres y tormentas diarias, pongamos nuestra vida en las manos del Padre, con los ojos fijos en el Señor, hasta que lleguemos a participar de la Gloria de Dios. Los convoco a poner la vida personal y familiar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, en todas las circunstancias de la existencia, aún en los momentos de cruz. Que el glorioso Patriarca san José, unido a la Madre del cielo, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, la fortaleza para hacer en cada momento la voluntad de Dios, para que sigamos siendo discípulos misioneros del Señor. En unión de oraciones, caminemos juntos, rezando el Rosario. Reciban mi bendición. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 24 Mayo 2023

Abejas, biodiversidad y polinización

Por Mons. Fernando Chica Arellano -Hace casi quince años, concretamente en 2009, un grupo de estudiosos del sistema terrestre, encabezados por Johan Rockströn, del Centro de Resiliencia de Estocolmo, y Will Steffen, de la Universidad Nacional Australiana, en colaboración con notables académicos, entre los que destacaba el Premio Nobel James Hansen, introdujeron la noción de límites planetarios. Paulatinamente este concepto ha ido adquiriendo consistencia a la hora de analizar la situación medioambiental global y señalar soluciones. Estos estudiosos individuaron nueve procesos claves para asegurar la estabilidad de la Tierra. Los designaron fronteras o límites planetarios porque, de ser traspasados, lastiman la habitabilidad, sostenibilidad y pervivencia de nuestro planeta. El susodicho novenario está compuesto por la crisis climática, la acidificación de los océanos, el agujero de ozono, el ciclo del nitrógeno y fósforo, el uso del agua, la deforestación y otros cambios del uso del suelo, la contaminación de partículas de la atmósfera, la contaminación química y la pérdida de biodiversidad. Dichos autores identificaban tres límites que, ya en 2009, al parecer habían sido cruzados: el ciclo del nitrógeno, la crisis climática y la pérdida de biodiversidad. Desde entonces, los datos indican que hemos franqueado dos fronteras más. En efecto, se ha producido una perjudicial modificación en el uso del suelo: muchas praderas han sido aradas e hiperfertilizadas, numerosos humedales desecados y multitud de bosques degradados o deforestados. De este modo, la mitad de la superficie terrestre habitable (dejando a un lado desiertos y glaciares, por ejemplo) está dedicada a usos agrícolas. Muchos científicos dicen también que la concentración de sustancias con efectos nocivos no ha dejado de incrementarse en cualquier rincón del planeta desde mediados del siglo XX, por lo cual no son pocos los que afirman que hace tiempo que atravesamos el umbral permitido de contaminación química. Sin duda, el calentamiento global o el cambio climático es el fenómeno al que mayor relieve se otorga desde un punto de vista científico y mediático; y hay buenos motivos para preocuparse por esta emergencia planetaria. Pero hoy quisiera detenerme en la pérdida de biodiversidad, otro de los límites ampliamente rebasados. Es un hecho que tiene graves consecuencias y que, sin embargo, apenas recibe la atención que se merece. Aprovechando que cada 22 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Diversidad Biológica quisiera brindar alguna reflexión. Digamos, de entrada, que un millón de especies de animales y vegetales están en peligro de extinción. En buena parte, ello se debe a la acción humana, que ha alterado el medio ambiente terrestre en un 75% y el marino en un 66%. Como si se tratara de un efecto boomerang, esta tendencia vulnera la supervivencia de la especie humana. Y es que, en concreto, más del 80% de nuestra dieta está basada en plantas; los peces proporcionan el 20% de las proteínas animales a unos 3.000 millones de personas; y el 80% de los que pueblan las zonas rurales de los países del Sur del planeta dependen de medicamentos naturales obtenidos a partir de la vegetación de su entorno. A este respecto, el Papa Francisco recordó que “los recursos de la tierra están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental. Pero no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales «recursos» explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho” (Laudato Si’, n. 32). Precisamente porque el campo de la biodiversidad es tan amplio (¡es diverso por definición!) puede ser importante resaltar un caso concreto: las abejas. Resulta que en nuestro planeta existen más de 20.000 especies de abejas, que polinizan más del 80% de las plantas de la Tierra y más de 90 tipos diferentes de cultivos. Sólo con esto nos podemos hacer una idea de la importancia de las abejas, lo cual llevó a la comunidad internacional a declarar cada 20 de mayo como el Día Mundial de las Abejas. Se calcula que el valor económico de la labor de polinización de las abejas y otros polinizadores para la agricultura es de unos 265.000 millones de euros anuales en todo el mundo. “El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener” (Laudato Si’, n. 36). Está claro que la biodiversidad terrestre depende en gran medida de la polinización, un proceso natural que permite que se fecunden las flores y den así frutos y semillas. Las abejas, y otros insectos como mariposas y abejorros, son de colosal importancia en este proceso. El problema está en que, en todo el mundo, el 40% de los polinizadores invertebrados, en particular abejas y mariposas, se enfrentan a la extinción. Concretamente, en Europa está disminuyendo el 37% de las poblaciones de abejas. Confluyen diversos factores que amenazan a las abejas y a otros polinizadores: la pérdida y el deterioro de hábitats; la extensión de la agricultura industrializada, con los monocultivos y el uso de plaguicidas; los parásitos y enfermedades; las especies vegetales y animales invasoras; y los impactos del cambio climático. Estas consideraciones tienen que interpelarnos y hacernos pensar. Es errado creer que las problemáticas aludidas no nos incumben, que ya habrá alguien que las solucione, que tal vez no será para tanto, etc. No es cuestión de caer en el pánico, pero tampoco podemos seguir igual, cruzados de brazos. Debemos generar cambios en nuestras vidas. Cambios, naturalmente, a mejor. Cuidar la variedad de formas de vida en el planeta y la interacción entre ellas no es algo baladí sino fundamental. ¿Cómo podemos actuar para proteger la biodiversidad? Ya sabemos que “una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo” (Laudato Si’, n. 230). En este sentido, e intentando ayudar, sugiero unas iniciativas muy sencillas y concretas: consumir miel silvestre y otros productos de abejas; cultivar especies variadas de plantas, que florezcan en distintas épocas del año; reducir el uso de plaguicidas tóxicos; no debemos hacer fogatas, tirar basura o cualquier otro elemento que dañe el entorno;no compremos especies exóticas. No son souvernirs, ni mascotas, ni juguetes. Y mucho menos las abandonemos, porque con ello también se contribuye a aumentar otro de los grandes enemigos de la biodiversidad: las especies invasoras. Tampoco liberemos especies o semillas que no son propias del lugar, ni destrocemos los nidos ni las crías de animales que veamos. En definitiva, se trata de comportarnos sensatamente, siendo conscientes de “que esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente” (Laudato Si’, n. 212). Salvaguardar la biodiversidad es una hermosa y urgente tarea de la que nadie queda eximido. Por el contrario, todos estamos llamados a contemplar el mundo con otros ojos que no sean los de la avidez. Las generaciones venideras nos agradecerán mucho que pasemos de una voraz y compulsiva explotación de los recursos naturales a un encuentro con la creación, cuidándola y acogiendo todos sus dones. Pidamos a Dios con este propósito que sepamos abandonar la mirada depredadora y adquirir una amorosa y contemplativa. Monseñor Fernando Chica ArellanoFernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Jue 4 Mayo 2023

Mayo, mes dedicado a la Virgen María

Por Pbro. José Antonio Díaz Hernández - Iniciamos el mes de mayo, mes que dedicamos de manera especial a fijar nuestros ojos en María, a cultivar y purificar nuestra devoción mariana, porque para nosotros, discípulos misioneros de Jesús, ella es modelo perfecto de vida cristiana y en ella encontramos estímulo, refugio y fortaleza para anunciar a Jesús, salvador del mundo. Podríamos aprovechar, entonces, estos días, para profundizar en el conocimiento y la búsqueda, de una verdadera relación con María, que no quede reducida solo a algunos actos de piedad. Al respecto nos puede ayudar de manera particular la Sagrada Escritura, la teología de los Santos Padres, bajo la dirección del Magisterio. En cuanto a María en el Nuevo Testamento, sólo unos pocos pasajes nos hablan de ella. Sin embargo, a partir de estos textos podemos escuchar su testimonio del modo más atento y preciso sobre la vida de aquella Mujer que se convirtió en una figura singular en la historia de la salvación. Puede parecer asombroso ver cuántas cosas nos dicen estos pasajes sobre la llamada de María por parte de Dios, sobre su camino con Jesús, sobre su relación con él en su niñez y durante su vida pública, sobre su relación con los discípulos de Jesús. De toda esta riqueza sobre la madre de Jesús, me permito compartir con ustedes, los dos grandes amores que estuvieron presentes en la vida de María: el amor a Dios y el amor a los hermanos. 1. El amor a Dios: Tras la explicación del ángel sobre el cómo de la generación del “Hijo del Altísimo” en su seno, María responde confiadamente, “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra” (1,38). El Papa Benedicto XVI, en su libro La infancia de Jesús, explica esta respuesta generosa de María, citando una homilía de Adviento de San Bernardo de Claraval. Después de la caída de nuestros primeros padres, todos quedamos sometidos bajo el dominio de la muerte. Sin embargo, Dios busca una nueva entrada en el mundo. Llama a la puerta de María. Con esto, se quiere indicar que Dios necesita la libertad humana, pues no puede redimir al hombre, creado libre, sin un “sí” libre de su voluntad. Por eso la respuesta de María es esperada con expectación por el cielo y la tierra. San Bernardo muestra como el “hágase en mí según tu palabra” es el momento de la obediencia libre, humilde y magnánima a la vez, en la que se toma la decisión más alta de la libertad humana. Estas enseñanzas prueban con claridad que María se convierte en madre por su “sí” generoso. A este respecto, también los padres de la Iglesia han dicho esto mismo cuando afirman que “María habría concebido por el oído”, esto es, mediante su escucha. Por su obediencia libre la Palabra ha penetrado su vida, y ella se ha hecho fecunda (Cf. J. RATZINGER [BENEDICTO XVI], La infancia de Jesús, pp. 42-43). Esta actitud de escucha generosa y libre por parte de María, está motivada por su amor a Dios. Por amor a Dios escuchó, llena de disponibilidad, las palabras del ángel que le anunciaba que iba a ser Madre. No le discute ni le pone condiciones. Ama a Dios con todas sus fuerzas, con toda su alma, con todo su ser (cf. Dt 6,5); amó a su Hijo Jesucristo, y por eso lo acompañó con sufrimiento hasta el calvario y, de pie, escuchó sus últimas palabras y, en su descendimiento, lo recibió entre sus brazos. El Concilio Vaticano II subraya la dimensión profunda de la presencia de la Virgen en el Calvario, recordando que “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (Lumen gentium, 58), y afirma que esa unión “en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte” (ib., 57). Esto es puro amor. 2. Por amor a los hermanos, María también está pronta a socorrer a quien le necesita en cada momento: - Después del relato del anuncio de la concepción de Jesús en el seno de María, la Virgen, San Lucas nos cuenta la visita que esta realiza inmediatamente a su pariente Isabel, es decir, la esposa de Zacarías, madre del que sería llamado “profeta del Altísimo” (cf. Lc 1,39-56). El texto comienza diciendo: “En aquellos días se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judea” (1,39). En este texto, María sale al encuentro de Isabel no solo para ponerse a su servicio, sino también como portadora del Salvador, pues tiene prisa en comunicar la Noticia y en regocijarse con la señal que le ha dado el ángel en Isabel. La referencia de Lucas a la región montañosa, la premura de María y la alegría del ambiente, han hecho pensar a muchos en una velada cita de Is 52,7: “¡Qué hermoso son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae las buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión: ‘Ya reina tu Dios!’”. De ser así, María surge en Lucas como la primera mensajera del Evangelio de Dios: lleva desde Galilea a la región de Judá la noticia de la paz, la felicidad y la salvación. Esta interpretación deja ver a una María que es enviada a comunicar la Buena Noticia de su Maestro, una María que no quiere esperar para comunicar la dicha que lleva en su vientre, una María que desde el instante del anuncio del ángel se hace discípula de su Hijo. - Las bodas de Caná (Jn 2,1-11): ¿Qué hace María? Participa en la fiesta y, por tanto, sirve, ayuda, conversa, pero también observa, con cierta distancia, lo que sucede en aquella fiesta. Su distancia atenta y discreta le permite ver lo que, de hecho, nadie ve, como es que el vino se ha terminado. Es decir, María está atenta al momento humano de la existencia, atenta a las situaciones, a las personas y a las cosas (cf. Cardenal C. Maria Martini, María, la mujer de la reconciliación, p. 13ss). - La última referencia de María en los escritos lucanos la encontramos en Hechos de los Apóstoles: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch 1,14). Ahora, en este segundo libro de San Lucas, María aparece entre la primera comunidad de creyentes, también como discípula, al lado de los otros discípulos compartiendo experiencias de fe. María ha sido llamada a un servicio muy particular respecto a Jesús y a favor del pueblo de Dios, a ella le ha sido dada también la más estrecha vinculación con Jesús. Ella pudo participar en el camino de Jesús desde el inicio hasta el anuncio a todo Israel. En María, madre de Jesús, comenzó la existencia terrena de Jesús y comienza la comunión de los hombres con él. María pertenece a la Iglesia, es decir, a los hombres que creen en Jesús y viven en comunión con él. En esta Iglesia, la madre de Jesús tiene un cometido muy específico y un puesto singular. De lo que se trata es que, en este mes mariano, podamos vivir un auténtico amor hacia María, vinculado, como no puede ser de otra manera, a la misión de su Hijo. Como recuerda el Concilio Vaticano II: “que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG, 67). Teniendo en cuenta todo esto, podemos vivir las diversas devociones marianas. Entre ellas, es necesario destacar el Santo Rosario, que es una oración sugerida por el Magisterio de la Iglesia. En la sobriedad de sus elementos, tiene en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual puede decirse que es un resumen. Además, la misma Virgen María, en sus apariciones, ha animado a rezar esta oración. El 13 de mayo de 1917, en su primera aparición en Fátima, María dijo: “Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra” y en su última aparición en ese lugar la Madre de Dios se presentó como la “Señora del Rosario”. El Papa Pablo VI, definió el Rosario como “compendio de todo el Evangelio” (Exhortación Apostólica Marialis Cultus, 42). Por su parte, el Papa Francisco recordó que el 7 de octubre la Iglesia celebra a la Virgen del Rosario, y animó a rezarlo porque “el rezo del Rosario es la oración más hermosa que podemos ofrecer a la Virgen María; es una contemplación sobre las etapas de la vida de Jesús Salvador con su Madre María y es un arma que nos Protege de los males y de las tentaciones” (7 de octubre de 2020). Motivados, por todo esto, podemos vivir nuestro mes mariano. Ha resultado, en muchas parroquias, muy provechoso peregrinar la imagen de María de casa en casa, y rezar el rosario, y, el último día del mes de mayo, hacer la coronación de la Virgen. Es, asimismo, propicio en este mes, dar una catequesis y un curso de apologética sobre el papel de la Virgen en la historia de la salvación y en nuestras vidas, habida cuenta de la confusión que siembra en los corazones de los católicos la predicación agresiva de algunos grupos religiosos, muy presentes en nuestro territorio diocesano. Pongámonos en este mes de mayo y en toda nuestra vida bajo el auxilio de María, y contemos siempre con su ayuda ante nuestras necesidades para lograr ser nosotros, a imagen suya, verdaderos discípulos de Jesús. P. José Antonio Díaz Hernández Sacerdote de la Diócesis de Santa Marta