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Opinión

Jue 4 Mayo 2023

El Buen Pastor da la vida por las ovejas (Jn 10, 11)

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve -El cuarto domingo de Pascua está destinado por la liturgia de la Iglesia a contemplar a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, esto quiere decir que, le preocupa cada uno de los seres humanos que no están en el redil y Él como Buen Pastor, las busca para llevarlas hasta el Padre. Jesucristo como Buen Pastor está atento a cada uno de nosotros, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, conociendo la profundidad de nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras esperanzas, como también nuestros pecados y nuestras dificultades diarias. Aun cuando estamos cansados y agobiados por el peso de la vida, Él como Buen Pastor nos invita a reposar en Él “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Acoger a Jesucristo, convertirse en su discípulo, aprender a conocerle, amarle y servirle, es reposar en Él con la certeza que como Buen Pastor ya conoce nuestro cansancio, nuestros aciertos y desaciertos, porque “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ovejas, no como el jornalero que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. El jornalero cuando ve venir al lobo, las abandona y huye” (Jn 10, 11-12). La acción del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, que no las abandona, son acciones que muestran cómo debemos corresponder a la actitud misericordiosa del Señor. Seguir al Buen Pastor y dejarse encontrar por Él, implica intimidad con el Señor que se consolida en la oración, en el encuentro personal con el Maestro y Pastor de nuestras almas. De esta actitud amorosa del Pastor se tiene que desprender una actitud contemplativa de cada uno de nosotros, porque es la intimidad en la oración a solas con Él, lo que refuerza en nosotros el deseo de seguirlo, saliendo del laberinto de recorridos equivocados, abandonando comportamientos egoístas, para encaminarse sobre los caminos nuevos de fraternidad y de entrega de nosotros mismos, imitándolo a Él, incluso en la Cruz donde estamos llamados también a contemplarlo cada día de rodillas. Jesús es el único Pastor que nos habla, que nos conoce, que nos da la vida eterna y que nos custodia todos los días de nuestra vida. Todos nosotros somos su rebaño y solo debemos esforzarnos en escuchar su voz, mientras con amor Él escruta la sinceridad de nuestros corazones, para que le abramos nuestra vida de par en par y podamos decirle siempre: “quédate con nosotros Señor” (Lc 24, 29). Con esta intimidad permanente con nuestro Pastor, surge la alegría de seguirlo dejándose conducir a la plenitud de la vida eterna. Esta vida eterna está ya presente en nuestra existencia terrena, pero se manifestará plenamente cuando lleguemos a la plena comunión con Dios en la felicidad eterna. Jesucristo Buen Pastor se ha quedado con nosotros en cada uno de los sacerdotes, que, participando del único sacerdocio de Jesucristo, hacen visible al Buen Pastor, siendo pastores del pueblo de Dios, cuidando las ovejas, saliendo en busca de la oveja perdida y comportándose como pastor en medio del redil y no como asalariado que abandona las ovejas en el momento del peligro. Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, como Buen Pastor, sale al encuentro de todos. Él está Crucificado y mantiene el combate de las fuerzas del amor contra las fuerzas del mal. Con los brazos clavados en la Cruz, Él pronuncia sobre la Iglesia y el mundo la gran noticia del perdón para todos. Con los brazos extendidos entre el cielo y la tierra, recoge todas las miserias e intenciones del mundo. Transforma en ofrenda agradable toda pena, todo rechazo y toda esperanza del mundo. Cada sacerdote en el mundo es sacramento de este Sumo Sacerdote de los bienes presentes y definitivos. El sacerdote actúa en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo Resucitado, que se hace presente con su acción eficaz. El Espíritu Santo garantiza la unidad en el ser y en el actuar, con el único sacerdote. Es Él quien hace de la multitud un solo rebaño y un solo Pastor y la misión del sacerdote es apacentar las ovejas, que debe ser vivida en el amor íntimo con el Supremo Pastor (cfr. Benedicto XVI, Audiencia General, 14 de abril de 2010). Hoy es un día especial para dar gracias a Dios por el Sumo Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que, como Buen Pastor, nos rescata a cada uno de nosotros de las tinieblas del pecado y levantándonos nos lleva sobre sus hombros. Pero también es un día para agradecer al Señor por cada uno de nuestros sacerdotes, que dejándolo todo han sabido escuchar la voz del Pastor, para cumplir la misión en el mundo de pastorear al pueblo de Dios con los sentimientos de Jesucristo Buen Pastor. Cada sacerdote como pastor de una comunidad parroquial necesita de la oración y del acompañamiento de su pueblo. La santidad del pueblo de Dios está en las rodillas del sacerdote, que, como buen pastor, sabe acompañar desde la oración a cada uno de los fieles. Pero también la santidad del Sacerdote está en las rodillas de los fieles, que, en actitud contemplativa frente al Señor, ora por sus sacerdotes. Agradecemos hoy el don de cada uno de los sacerdotes de nuestra Diócesis de Cúcuta y también de las vocaciones, oremos para que el Señor siga enviando obreros a su mies, para rescatar tantas ovejas perdidas que necesitan volver al redil a beber el vino de la gracia de Dios y llegar un día a participar de la felicidad eterna. Los invito a que caminemos juntos en oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y en actitud contemplativa miremos y abracemos al Crucificado, teniendo muy presentes a todos los sacerdotes del mundo entero y de nuestra Diócesis, para que cada día el celo pastoral de los ministros, conduzca al pueblo de Dios por los caminos de la fe, la esperanza y la caridad, y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, todos los sacerdotes seamos fieles a Jesucristo y a la Iglesia. En unión de oraciones, caminemos juntos, rezando el Santo Rosario. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Jue 27 Abr 2023

Tres enfoques sobre el cuidado de la tierra

Por Mons.Fernando Chica Arellano-Cada año, el día 22 de abril nos ofrece una provechosa ocasión para reflexionar sobre los retos de la sostenibilidad ambiental, la contaminación, la biodiversidad y el cambio climático. Desde hace lustros en esa fecha se celebra el Día Mundial de la Tierra, tanto en el ámbito del activismo ecologista (allí surgió esta efeméride en 1970) como en el marco institucional (la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó esa Jornada Internacional en 2009). También, desde la perspectiva eclesial podemos acercarnos a esta cuestión. Hay, al menos, tres enfoques al respecto, que se corresponden con tres palabras clave. Primero, encontramos la noción teológica de la creación. Por ejemplo, en su Mensaje para la XXIII Jornada Mundial de la Paz, en 1990, san Juan Pablo II recordaba que “los cristianos descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe”. No es extraño, por tanto, que durante la Vigilia Pascual, después de proclamar la lectura del relato de la creación en el libro del Génesis, oremos pidiendo comprender “cómo la creación del mundo en el comienzo de los siglos no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio de Cristo en la plenitud de los tiempos”. Es decir, que la teología de la creación no sólo remite al Padre Creador, sino también a Cristo Redentor. Como dice la Carta a los Colosenses, por medio de Cristo “fue creado todo, en el cielo y en la tierra: lo visible y lo invisible […]. Todo fue creado por él y para él, él es anterior a todo y todo tiene en él su consistencia” (1, 16-17). A este respecto, se leerá con provecho el segundo capítulo de la encíclica Laudato Si’, titulado “el evangelio de la creación” (LS 62-100). Siendo también útil traer a colación que todos los años, el día 1 de septiembre, celebramos la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que da inicio al Tiempo de la Creación, iniciativa ecuménica. En segundo lugar, tenemos la expresión casa común, incorporada por el papa Francisco en el subtítulo de la mencionada encíclica Laudato Si’, invitándonos al cuidado y salvaguarda de nuestro planeta. Si la creación es un término teológico, aquí encontramos una palabra de resonancias más bien espirituales. Inspirado en san Francisco de Asís, el Santo Padre recuerda que “nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos” (LS 1). Al mismo tiempo, “basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común” (LS 61). Como dijo Su Santidad en su Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación del 2022, “si aprendemos a escucharla, notamos una especie de disonancia en la voz de la creación. Por un lado, es un dulce canto que alaba a nuestro amado Creador; por otro, es un amargo grito que se queja de nuestro maltrato humano”. Por eso, la convicción de vivir en una casa común se encarna en iniciativas concretas que, al mismo tiempo, expresan y alimentan la vida espiritual: “De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias espirituales” (LS 232). En este sentido, resultará sugerente y fecunda la lectura del capítulo sexto de la ya indicada encíclica Laudato Si’. Animados por sus fecundas y pertinentes reflexiones, y vista la sequía que nos azota, podríamos cuidar de la naturaleza utilizando el agua de forma genuinamente responsable, procurando para ello ducharnos en vez de bañarnos, no dejar el grifo abierto mientras nos afeitamos o lavamos los dientes, instalar sistemas de ahorro de agua en grifos, duchas o cisternas, arreglar fugas o averías en las tuberías, usar sistemas de riego por goteo en los jardines, no vaciar las piscinas de forma injustificada, etc. En tercer lugar, podemos hablar de ecología, término que nos vincula con las disciplinas científicas y con los movimientos sociales. La doctrina social de la Iglesia utiliza este vocablo hablando de “una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea” (LS 15), del “sentido humano de la ecología” (LS 16) o de una “ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales” (LS 137 y todo el capítulo 4 de la encíclica). El mismo papa Benedicto XVI, en un discurso ante el Parlamento Federal Alemán, el 22 de septiembre de 2011, se refirió a la aparición del movimiento ecologista en su patria como “un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni rechazar porque se perciba en él demasiada irracionalidad”. Valoró en dicha alocución cómo la gente joven “se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones”. En 2010, en su Mensaje para la XLIII Jornada Mundial de la paz, dicho Pontífice ya había subrayado con agudeza la responsabilidad de la Iglesia en la defensa de la naturaleza y el cuidado de la creación, don de Dios para todos, indicando que “la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con la cultura que modela la convivencia humana, por lo que «cuando se respeta la ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia». Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás”. Por eso, el papa Benedicto alentaba de buen grado una auténtica “ecología humana”, con la renovada convicción de la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, de la dignidad de la persona y de “la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza”. Y es que “hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). Más bien, debemos captar “hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (LS 10). Estas tres aproximaciones no son excluyentes sino, más bien, complementarias: teología, espiritualidad y pastoral social; creación, casa común y ecología. Incluso podríamos ver aquí un eco de los clásicos trascendentales: verum, pulchrum, bonum. En la tutela, el cuidado y salvaguarda de la Tierra convergen la verdad de la teología de la creación, la belleza espiritual de la casa común y la bondad de nuestro compromiso en el ámbito eco-social. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Vie 21 Abr 2023

La paz esté con ustedes (Jn 20, 19)

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - La primera palabra de Jesús para los discípulos fue de paz, y solo esa palabra fue suficiente para que se llenaran de alegría, para que todos los miedos, dudas e incertidumbres que tenían, quedaran atrás y se convirtieran en fuente de esperanza y consuelo para muchos que estaban atentos al mensaje de salvación. Un mensaje de paz que contiene la misericordia y el perdón del Padre Celestial. Con este mensaje los discípulos fueron enviados a anunciar la misericordia y el perdón: “A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados” (Jn 20, 23), dejando la paz a todos, porque no puede existir paz más intensa en el corazón. que sentirse perdonado. Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento, es la esperanza y la paz que nos conforta y una vez fortalecidos, queremos transmitir la vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque la paz que viene de lo alto está con nosotros y desde nuestro corazón se transmite a todos los que habitan con nosotros. La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, ante las contrariedades, los problemas familiares y cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su Resurrección, que verdaderamente nos da paz. La Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación decisiva para decirle al mundo que no reina el mal, ni el odio, ni la venganza, sino que reina Jesucristo Resucitado, que ha venido a traernos amor, perdón, reconciliación, paz y una vida renovada en Él, para que todos tengamos la vida eterna. Si Cristo no hubiese resucitado realmente, no habría tampoco esperanza verdadera y firme para el hombre, porque todo habría acabado con el vacío de la muerte y la soledad de la tumba. Pero realmente ha resucitado, tal como lo atestiguan los evangelistas: “Ustedes no teman; sé que buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28, 5-6). Es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, la paz que renueva a todo ser humano que se abre a la gracia de Dios. La vida del Resucitado hace que nuestro corazón esté pleno de gracia y lleno de deseos de santidad. La voluntad de Dios es que seamos santos, recordando que la santidad es ante todo una gracia que procede de Dios. En la vida cristiana hemos de intentar acoger la santidad y hacerla realidad en nuestra vida, mediante la caridad que es el camino preferente para ser santos. El profundo deseo de Dios es que nos parezcamos a Él, siendo santos. La caridad es el amor, y la santidad una manifestación sublime de la capacidad de amar, es la identificación con Jesucristo Resucitado. El caminar de hoy en adelante afrontando los momentos de prueba, lo vamos a hacer como María al pie de la Cruz. Recordemos que toda la fe de la Iglesia quedó concentrada en el corazón de María al pie de la Cruz. Mientras todos los discípulos habían huido, en la noche de la fe, Ella siguió creyendo en soledad y Jesús quiso que Juan estuviera también al pie de la Cruz. Lo más fácil en los momentos de prueba es huir de la realidad, pero por la gracia del Resucitado que está en nosotros, vamos a permanecer todo el tiempo al pie de la Cruz, ese es nuestro lugar, ese es el lugar del cristiano que se identifica con Jesucristo, y estando con Él, contemplando y abrazando la Cruz, encontramos paz en el corazón, que es el tesoro más grande que hemos recibido del Resucitado. Aspiremos a los bienes de arriba y no a los de la tierra, vivamos desde ahora el estilo de vida del Cielo, el estilo de vida de los resucitados, es decir, una vida de piedad sincera, alimentada en la oración, en la escucha de la Palabra, en la recepción de los sacramentos, especialmente la confesión y la Eucaristía, y en la vivencia gozosa de la presencia de Dios; una vida alejada del pecado, de los odios y rencores, del egoísmo y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, sobria, fraterna, edificada sobre la justicia, la misericordia, el perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, cimentada en la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios que nos da la paz. Debemos procurar llevar la alegría de la Resurrección a la familia, a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad de la paz y de la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado. ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en el testimonio sonriente de un buen cristiano! La alegría es una enorme ayuda en el apostolado, porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección. Los invito a que caminemos juntos en oración, en alegría pascual y gozo por la Resurrección del Señor. Que la oración pascual, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, nos ayude a seguir a Jesús Resucitado con un corazón abierto a su gracia, para dar frutos de fe, esperanza y caridad. Pongámonos siempre en las manos de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra paz, y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, que nos protegen. En unión de oraciones, caminemos juntos, con nuestros sacerdotes. +Mons. José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 21 Abr 2023

La Cruz del señor Cardenal es la Cruz de la Iglesia de Soacha

Por:P. Rafael Castillo Torres -El pasado jueves 20 de abril, presididos por el señor Cardenal Michael Czerny, prefecto para del Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral, y monseñor Juan Carlos Barreto Barreto, obispo de la Diócesis de Soacha, visitamos el páramo de Sumapaz y el Salto del Tequendama, sitios emblemáticos y de gran valor histórico, cultural y biológico, por ser un patrimonio cultural y un referente fundamental en el desarrollo de la Nación. Fue la oportunidad para constatar el creciente deterioro ambiental que está desestabilización este ecosistema, y otros ecosistemas del municipio de Soacha, como consecuencia de su explotación irresponsable y del abuso de los recursos naturales de la casa común. Siendo conscientes de que en Soacha convergen todas las dinámicas sociales de una nación, pobre e injusta, nos dirigimos hacia uno de sus sectores, Altos de Casuca, donde, en espíritu sinodal, se habría de celebrar la cultura del encuentro a través de una escucha, paciente y sincera, con los diferentes sectores sociales y organizaciones de base que, acompañados por sacerdotes, religiosos, religiosas y misioneros, mantienen la esperanza, allí, donde la pobreza es purgatorio…Y la miseria es infierno. Escuchar con atención los testimonios privilegiados de la Defensoría del Pueblo; de líderes y lideresas sociales; de defensores de Derechos Humanos; de su obispo, sacerdotes y religiosas, así como de agentes pastorales con una presencia histórica de casi 25 años, fue la oportunidad para que el señor cardenal pudiera constatar la estigmatización de un territorio vulnerado en sus derechos y de una comunidad silenciosa y silenciada por el control territorial de actores armados ilegales que, con su presencia y cercanía del papa Francisco, lograba recuperar la palabra. Las víctimas del conflicto armado que llegaron escapando de la trampa de la muerte de esa Colombia profunda; los desplazados internos que caminaron hasta llegar a esta Iglesia samaritana de Soacha donde la acogida es la hija mayor del amor; nuestros hermanos migrantes venezolanos que no son personas extrañas, sino hermanos que no conocemos; así como los jóvenes y las mujeres que se resisten a ser cooptados y reclutados por quienes ejercen un control y dominio del territorio, sintieron la presencia de un cardenal y de un obispo, de unos sacerdotes, diáconos, religiosas y laicos comprometidos que, revestidos de temeridad, audacia e intrepidez, son el signo creíble de una Iglesia que ve y se detiene; de una Iglesia que se compadece y se acerca; de una Iglesia que se dona y acompaña y que es capaz, con muchos otros, de desencadenar acciones colaborativas que sostengan la vida. Luego de escucharlos a todos, el señor Cardenal Michael Czerny, tomó la palabra para dirigirse a los presentes y nos dijo: “Compartimos vuestro compromiso por los Derechos Humanos. Los invito a considerar que las cosas que son importantes y que ustedes quieren, son muy valiosas para los Derechos humanos. Qué bueno que ustedes puedan mantener una misma meta, un mismo sueño y unos mismos objetivos. Estamos comprometidos con el sueño de Jesús: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Juan 10, 10). Esa vida plena y abundante incluye todo cuanto me han compartido. Lo que Jesús nos ha traído es lo que queremos para cada uno de los más pequeños. Con este mensaje quiero expresarle la cercanía del papa Francisco que siempre se pregunta; ¿Cuál es el miedo para la Iglesia? R/ es el miedo a la realidad. Porque una Iglesia temerosa de la realidad no puede acompañar. Será una Iglesia que, en vez de salir, terminará encerrada en sí misma. La Iglesia también se debe dejar acompañar por el pueblo. Estoy muy contento de estar aquí en una Iglesia que no es indiferente, que no es miedosa y que no es clerical. Agradezco cuanto están viviendo juntos. Todos los testimonios escuchados nos han mostrado que siempre estamos abiertos a las palabras de los demás. Qué bueno ser la Iglesia de la escucha, que es lo más importante para el papa Francisco”. Al final, y originada por la pregunta curiosa de una periodista ante su pectoral de madera, el señor cardenal nos dijo a todos: “la cruz de mi pectoral está hecha con los restos de madera de un barco que transportaba migrantes y que naufrago en la isla de Lampedusa. Es símbolo de la crucifixión contemporánea”. Esta reflexión y testimonio del señor Cardenal, expresada en el contexto de la Iglesia de Soacha, nos deja algunas lecciones: 1. Nuestra realidad colombiana está llena de personas que sufren. Hermanos nuestros crucificados por la desgracia, las injusticias y el olvido. No son pocos los enfermos privados de cuidado, mujeres maltratadas y abusadas; ancianos ignorados; niños y niñas violados; migrantes que llegan hasta nosotros sin papeles ni futuro. Y mucha gente hundida en el hambre y la miseria. 2. La cruz del señor Cardenal ha sido, para Altos de Casuca, un símbolo cargado de mucha esperanza. No ha sido únicamente memoria conmovedora de un Dios crucificado en Lampedusa, sino también recuerdo e identificación con todos los inocentes que están sufriendo de manera injusta en la comunidad de toda Soacha. 3. Esa cruz de palo, colgada en su pecho, nos recuerda que Dios sufre con este pueblo. Que le duele lo que la hermana nos dijo recordando las palabras del alcalde Juan Carlos: “Aquí se han muerto más personas de hambre que por la pandemia”. El crucificado es un Dios que sufre con las madres de Soacha y las acompaña en su clamor de justicia por sus hijos asesinados y llora con cada una de ellas. Tal vez no sabemos explicarnos la raíz ultima de tanto mal. Y, aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho. Sólo sabemos que Dios sufre con este pueblo y esto lo cambia todo. 4. El testimonio del señor Cardenal, nos invita a preguntarnos: ¿Qué sentido tiene llevar una cruz sobre nuestro pecho, si no sabemos cargar con las más pequeñas cruces de tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué significan nuestros besos al Crucificado, si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el acercamiento a quienes viven crucificados? Al final, el señor Cardenal nos dijo que “la alegría, en comunidades como las de Altos de Casuca, entra por todas partes, aunque las puertas estén cerradas, porque donde hay miedo las puertas están cerradas y aquí no hay miedo, hay alegría, porque es una Iglesia de puertas abiertas y en salida, y si hay alegría…Siempre habrá esperanza”. P.Rafael Castillo Torres Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social (SNPS) - Cáritas Colombia

Sáb 25 Mar 2023

¡Firmemos pactos por la vida y contra la muerte! 

Por: P. Rafael Castillo Torres - Colombia ha celebrado la 'Semana por la vida' como un esfuerzo por crear conciencia de su valor sagrado en medio de una cultura de muerte. Cuanto está sucediendo en nuestras zonas rurales por el conflicto armado y el domino de los territorios; en nuestras calles con la violencia social y de las puertas hacia adentro en nuestras casas; amén de la consideración absurda de que el derecho a abortar está por encima de la vida humana, nos tienen que hacer despertar. Pareciera que hemos perdido nuestra capacidad de asombro y de reacción. Hemos llegado al extremo de la indolencia, de la insolidaridad, de la impotencia, de la inercia. Reaccionamos de manera grandiosa frente a los desastres inevitables, y en forma cobarde, frente a los desastres que podríamos evitar: los de la confrontación armada y la criminalización del conflicto social. Todo indica que no creemos en nada, ni en nadie. Ni en nosotros mismos. No creemos que nadie pueda detener la guerra. No creemos ni aún en las acciones de los que dicen querer participar en detener la guerra: “alguna ventaja debe pretender sacar”. El mayor agravante de tal situación, son los convencidos de que las soluciones nada tienen que ver con ellos. Las soluciones al conflicto armado, y al conflicto de la criminalización de la vida cotidiana, no provienen para nada de nuestra propia participación. ¿Qué caminos podemos explorar, y recorrer juntos, para que esta celebración de la vida sacuda nuestras conciencias y nos anime a reconocer que un medio es moralmente bueno si participa del bien que se persigue como objetivo y lo genera y es inmoral cuando produce lo contrario del bien buscado? Lo primero es reconocer que en determinadas circunstancias nosotros también somos parte del problema, porque no siempre sabemos resolver nuestras diferencias como conviene. No siempre tratamos bien a nuestros semejantes. Muchas veces somos también violentos, con nuestros hijos, con nuestra mujer, con nuestros familiares más cercanos. El conflicto que se nos presenta a la vuelta de la esquina, no siempre lo resolvemos en forma adecuada, justa y pacífica. Solemos reaccionar mal frente a dificultades que se nos presentan con nuestros vecinos y compañeros de trabajo. En un accidente de tráfico, perdemos los estribos. Muchas veces somos parte del problema, aunque no lo reconozcamos. Fácilmente nos convertimos en agentes de violencia en sus distintas manifestaciones. En no pocas ocasiones, y sin medirlo ni pensarlo, estamos arriesgando nuestra propia vida y la vida de la gente que amamos. Es urgente reconocer que hacemos parte del problema y que podemos ser también parte de la solución. Las soluciones también dependen de nosotros. Las personas que amamos no las podemos proteger por completo. No podemos estar detrás de ellas a cada instante. Necesitamos de los otros, para proteger a los que amamos. ¿Quién de nosotros puede detener la práctica del fleteo tan común y tan cotidiana en nuestras ciudades? ¿Necesitamos de agentes de policía en cada esquina o tal vez estamos urgidos del coraje de construir, de manera concertada, nuevos pactos de ciudadanía? Lo segundo que tenemos que lograr es recuperar la confianza en nosotros mismos para proteger a los que amamos, como nosotros también podemos proteger a otra gente, que tienen gente que los ama y que no siempre pueden ser protegidos. Siempre habrá personas que nos pueden ayudar a proteger a la gente que amamos; así como nosotros, también, podemos ayudar a proteger a personas amadas por otras personas que quizás ni conozcamos. Es el momento de pedir ayuda y ayudar a cuidarnos y a cuidar a otros, hasta de nosotros mismos, que solemos reaccionar, a veces, de manera violenta. También hay que cuidarlas de quienes suelen emplear la violencia de manera circunstancial o como medio de vida. Lo tercero es construir pactos que hagan ridícula la violencia y que ayuden a construir una cultura del respeto a la vida. Pactos que se renueven y se evalúen. Pactos para prevenir hechos violentos y evitar que en algún caso se sucedan muertes violentas. Pactos para poder Vivir. Pactos que le permitan funcionar a las autoridades y al Estado con eficacia, con oportunidad y suficiencia. Pactos para ayudar a construir Estado, legitimidad y gobernabilidad. Pactos por medio de los cuales rompamos el miedo, quebremos el sentimiento de impotencia, la indolencia y construyamos los artesanos de la paz que saquen de las orejas a los guerreros de la guerra. Pactos por la vida que nos mejoren nuestra calidad de vida, nuestra seguridad y nuestra confianza. Pactos para Vivir que sean el producto del libre examen de la situación de violencia en la localidad y que libremente quieran adoptar sus implicados. Pactos que vayan mostrando la capacidad de solucionar pacíficamente los conflictos cotidianos. Pactos en los que se concrete la voluntad de paz y en los que todos pueden participar: Pactos a favor de todos y en contra de nadie. Pactos en los que cualquiera pueda participar y con los que pueda proteger a la gente que ama. Basta que yo me sienta bueno. No pensemos que todo se ha perdido, hay muchas cosas que se pueden hacer, que están al alcance de nuestras manos, y aún, al frente de nuestras narices. Pero llevamos un retraso de años y nos tenemos que apurar, si nos queremos salvar…Y salvar a la gente que amamos. Pero con todo este desafío que nos interpela y que es el mayor reto que tenemos como Nación, nos preguntamos: ¿Qué sigue? Creemos que ha llegado el momento de construir civilidad alrededor de cada uno de nosotros para protegernos de la violencia y curarnos de la enfermedad de matar. Hay que construir pactos de ciudadanía entre los que vivimos cerca, los que trabajamos juntos y los que estudiamos en el mismo lugar. Pactos que creen confianza y construyan sociedad desde una manera nueva de resolver las diferencias. Construir una sociedad que tengamos a la mano y que sea capaz de asumir la obligación y el reto de encontrar una y mil formas de entronizar la cultura del respeto a la diferencia; la valoración del otro y la tolerancia mediante un adecuado manejo del conflicto, de modo que siempre se respete y preserve la vida. Construir una sociedad que no ponga en juego la vida de nadie, en cada contradicción o diferencia. Construir sociedad convirtiendo en un propósito nacional detener la violencia y la guerra, en medio del conflicto. En este propósito debemos ocuparnos de salir todos victoriosos de esta guerra: la del conflicto armado y la de la criminalización del conflicto de la vida cotidiana. Necesitamos construir un nuevo acuerdo entre los colombianos. Dotarnos de una carta de navegación de mediano plazo con la cual mostrarnos orgullosos con nosotros mismos: haber sido capaces de construir desde abajo la Nación, en un proceso de reconciliación liderado por la gente que ama y que ha salido, decididamente, al rescate de sus amores. Vamos a salir al rescate de la vida creando una nueva cultura que la respete. Todos tienen derecho a sus vidas, todas sus vidas nos son preciosas. Una vida que perdamos nos hace daño a todos. En este terreno tenemos que reconstruir o recuperar el tejido social, el mecanismo de la regulación y el control social, ejercido por la sociedad civil. Desde el Secretariado Nacional de Pastoral Social Cáritas Colombiana queremos movilizarnos y nos vamos a movilizar a favor de la vida para protegerla; para romper el miedo; y salir a su rescate donde quiera que ella sea amenazada. Queremos invitarlos a reaccionar de manera preventiva contra todo aquello que signifique riesgo de muerte para cualquier habitante en la cuadra, en el barrio, en la localidad o en la comuna. Vamos con los pactos para vivir y contra la violencia. Hacemos un llamado a toda la gente de la cuadra que tiene la obligación de reaccionar y de intervenir contra el maltrato infantil; la violencia contra la mujer ejercida en el seno del hogar o en nuestras calles; el maltrato entre los hermanos. Todos en la cuadra tenemos que ocuparnos de la vida de nuestros jóvenes donde los padres, dadores de vida, sean protectores de la vida humana; todo el barrio tiene que reaccionar ante el peligro de las riñas entre vecinos, en las tiendas y bares de la localidad. Pero para ello es indispensable que los vecinos, los compañeros de trabajo, los jóvenes en los colegios y universidades, etc. decidan voluntariamente la naturaleza y el alcance que le quieren dar a estos Pactos por la Vida y contra la Muerte. Pbro. Rafael Castillo Torres Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social (SNPS)

Vie 24 Mar 2023

Caminemos juntos en la acción pastoral

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve -El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarrollando centra hoy la atención en la acción pastoral que es “para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana” (Directorio General para la Catequesis #49). Es el compromiso de la fe que se vuelve misionera, con la misión de transmitir a otros el tesoro del encuentro con Jesucristo vivo en medio de la comunidad, que brota de un corazón convertido y transformado en Cristo. “En la Iglesia los bautizados, movidos siempre por el Espíritu, alimentados por los sacramentos, la oración, el ejercicio de la caridad y ayudados por las diversas formas de educación permanente, procuran hacer suyo el deseo de Cristo ‘sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto’. Esta es la llamada a la santidad para entrar en la vida eterna” (DC, 2020, 35). En este sentido, la acción pastoral tiene la tarea de alimentar y sostener de modo permanente los dones de la comunión y la misión, en un proceso de conversión continuo, que va desde la iniciación cristiana hasta el crecimiento permanente en la fe y desde las bases del edificio de la fe, hasta la santidad de vida, para un mundo que vive en la caridad de Cristo. La acción pastoral le permite al creyente la inserción en la vida comunitaria y la participación más directa en la misión de la Iglesia a través de los distintos servicios o ministerios que ayudan al fortalecimiento de la fe en otros que están iniciando su proceso de vida cristiana. Con la acción pastoral, la Iglesia se sitúa en una nueva etapa evangelizadora que debe responder a las dificultades y obstáculos que se viven hoy en un mundo complejo, que reclaman de los evangelizadores compromisos serios en la renovación espiritual, moral y pastoral, abiertos a la acción del Espíritu Santo que sigue suscitando en las personas la sed de Dios, y en la Iglesia ayuda a despertar un nuevo fervor evangelizador en salida misionera. Para que este proceso sea eficaz y pueda dar frutos de santidad en los evangelizadores y evangelizados, es necesario nutrirse constantemente de la oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y alimentarse diariamente de la celebración de la Eucaristía, que da fortaleza para continuar con la tarea misionera. Solamente en actitud de oración estaremos como María con los Apóstoles a la espera del Espíritu Santo que va moviendo el corazón, para que cada día demos el paso de la salida misionera para anunciar el Evangelio de Jesucristo, reconociendo que esta actitud es posible manteniendo una fuerte confianza en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo lo conduce todo, también hoy a nosotros como a los Apóstoles el día de Pentecostés, nos sigue guiando por el camino misionero que hoy se nos traza para cumplir la voluntad de Dios. Así lo enseña el Papa Francisco cuando afirma: “Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él viene en ayuda de nuestra debilidad. Pero esta confianza generosa tiene que alimentarse y para eso necesitamos invocarlo constantemente. Él puede sanar todo lo que nos debilita en el empeño misionero. No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamen¬te fecundos! (Evangelii Gaudium #280). En nuestra Diócesis de Cúcuta nos abrimos con confianza y docilidad a la escucha del Espíritu Santo, para que la acción pastoral esté impregnada de una espiritualidad misionera y evangelizadora, teniendo en cuenta que “la espiritualidad de la nueva evangelización se realiza hoy por una conversión pastoral, mediante la cual la Iglesia es invitada a realizarse en salida, siguiendo un dinamismo que atraviesa toda la Revelación y situándose en un estado permanente de misión. Este impulso misionero también lleva a una verdadera reforma de las estructuras y dinámicas eclesiásticas, para que todas se vuelvan más misioneras, es decir capaces de vivir con audacia y creatividad tanto en el panorama cultural y religioso como en el ámbito de toda persona. Cada bautizado, como discípulo misionero es suje¬to activo de esta misión eclesial” (DC, 2020, 40). Nuestro compromiso diocesano es continuar un proceso serio de formación de discípulos misioneros del Señor, que realmente se comprometan con la acción pastoral, que den testimonio del encuentro personal con Jesucristo que se renueva constantemente con la acción misionera, que suscite una respuesta inicial mediante la conversión como transformación de la vida en Cristo, aceptando la cruz del Señor y consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida, para llegar a la madurez del discipulado que se fortalece con la acción catequética y que le permite al discípulo perseverar en la vida cristiana y en la misión de la Iglesia. Todo este itinerario tiene que ser vivido en comunión. Así como los primeros cristianos se reunían en comunidad, también el discípulo participa en la vida comunitaria, viviendo la caridad de Cristo en la fraternidad. Este discípulo cada día se compromete más con la misión, a medida que conoce y ama a Jesucristo se consolida la acción pastoral que significa la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo entero a anunciar a Jesucristo. En este trabajo evangelizador en salida misionera siempre está la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José. Que ellos alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, el fervor pastoral y la salida misionera para que caminemos juntos en la acción misionera, la acción catequética y la acción pastoral, que nos pueda poner en estado perma¬nente de misión en esta porción del pueblo de Dios. En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación. Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 22 Mar 2023

Las piedras y las tentaciones

Por: Mons. Fernando Chica Arellano -Durante el tiempo de Cuaresma, se nos invita a considerar el pasaje de las pruebas de Jesús en el desierto. Tanto en la versión de Mateo como en la de Lucas, la primera tentación es la de convertir las piedras en pan (Mt 4,3; Lc 4,3). Viene a ser el engaño de querer usar una varita mágica para resolver nuestros asuntos: en el peor de los casos, en beneficio propio; en otras ocasiones, con el señuelo de ayudar a los demás (la tradición cristiana señala que el Tentador “se disfraza de ángel de luz”: 2Cor 11,14). A partir de esta imagen, sugiero dedicar los siguientes párrafos a reflexionar acerca de algunos de los engaños que nos podemos encontrar ante los retos del hambre en el mundo. Una primera actualización la encontramos en la tentación que supone el paradigma tecnocrático, criticado con firmeza en la encíclica del papa Francisco Laudato Si’. El optimismo tecnológico piensa que, para resolver el hambre o la malnutrición, es suficiente aumentar la producción de alimentos, olvidando la importancia de la distribución de los bienes. Siempre busca algún atajo o una quimera, alguna innovación tecnológica que pretende convertir piedras en panes. “De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a «estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite” (LS 106). En los evangelios encontramos otra conocida escena en la que las piedras juegan un papel relevante. En el episodio de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11), los acusadores están dispuestos a apedrearla. Jesús les remite a la verdad de sus propias vidas, tal como reconocen sus conciencias: “Quien esté libre de pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Santo Padre denuncia que la inequidad genera violencia, y recuerda: “Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones” (EG 60). Si somos honestos con nosotros mismos, personalmente y como sociedad, hemos de reconocer que, con frecuencia, culpabilizamos a los pobres de su miseria. Esta es otra tentación que debemos desenmascarar y combatir. En otro momento del evangelio, Jesús invita a la conversión de sus oyentes, pidiéndoles que den frutos acordes con los deseos que formulan. “No creáis que basta decir ‘Tenemos por padre a Abrahán’, porque os digo que puede Dios de estas piedras suscitar hijos de Abrahán” (Mt 3,9). De nuevo, las piedras. Y, con ellas, encontramos una nueva tentación a propósito de las piedras: la de encerrarse en uno mismo, en sus propios intereses o en su grupo cerrado. Toda la encíclica Fratelli Tutti es una invitación a romper esa parálisis y a entrar en la dinámica expansiva del amor, que va construyendo amistad social y fraternidad universal, un ‘nosotros’ cada vez más amplio e inclusivo. “El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos ‘amistad social’ en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera apertura universal” (FT 99). No somos piedras, somos hijos de Abrahán. Con esta imagen llegamos a otra tentación clásica, ya criticada por los profetas del antiguo Israel: la tentación del corazón de piedra. Dice el Señor Dios al pueblo extraviado: “Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios” (Ez 11,19-20). La ya mencionada encíclica Fratelli Tutti dedica todo su segundo capítulo a glosar la parábola del Buen Samaritano, que “nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede ‘a un costado de la vida’. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano” (FT 68). No podemos mirar el reto del hambre en el mundo con un corazón de piedra: eso es, sin duda, una tentación. El episodio de la entrada del Señor en Jerusalén, de acuerdo con la versión de Lucas, nos brinda la última de las imágenes que empleamos para nuestra reflexión. La multitud aclama a Jesús, pero algunos fariseos se irritan y piden que se calle el griterío. Él, en cambio, responde: “Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40). El grito de las piedras se une al grito de los pobres. La encíclica Laudato Si’ enumera diversas situaciones que “provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo” (LS 53), lo cual nos lleva a “integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). Por ello, como indicaba el Sucesor de Pedro en Evangelii Gaudium: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo. Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres” (EG 187). No hacerlo así sería caer en una tremenda y nociva tentación, que volvería nuestro corazón duro como el pedernal. En estos días que faltan para la celebración solemne de la Pascua, supliquemos a Dios que renueve nuestro espíritu y oriente nuestros pasos hacia el cumplimiento de su santa voluntad, rechazando el orgullo y el egoísmo que petrifica nuestra alma y nos impide vivir en el amor. La Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio de nuestra vida. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación y busca que nos desviemos de la senda que nos conduce a Dios. Para ello, fijemos nuestros ojos en Cristo, Redentor del mundo, que sigue mirando con misericordia a cuantos sufren injusticias y necesidades, compadeciéndose de todos (cfr. Mt 9,36). Que nuestro corazón se deje purificar por su amor para no endurecerse. Avivemos nuestra fe en Dios, demos un espacio mayor en nuestras jornadas a la escucha de su Palabra, acerquémonos con humildad al sacramento de la Reconciliación y participemos con dignidad en el banquete eucarístico. Vayamos con Jesús al desierto, aprendiendo las lecciones que derivan de un encuentro personal con Él, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. Encomendemos a la Virgen Santísima, Consuelo de los afligidos y Salud de los enfermos, nuestro camino cuaresmal, para que nos lleve a su divino Hijo. Pongamos en sus maternas manos, con especial fervor, a las muchedumbres de quienes viven golpeados por la miseria, el hambre, el analfabetismo, el dolor y la soledad e imploran con piedad su ayuda, apoyo y comprensión. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Sáb 11 Mar 2023

Caminemos juntos en la acción catequética

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve -El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarrollando en estas entregas editoriales, nos pone hoy a reflexionar sobre la acción catequética, que está prevista en la evangelización para “los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación” (Directorio General para la Catequesis #49), esto quiere decir un proceso de formación continuo que está al servicio de la profesión de fe. Quien encuentra a Jesucristo siente en su corazón un deseo intenso por conocerlo más íntimamente manifestando su cercanía y celo por el Evangelio, haciéndose su discípulo (cfr. DC, 2020, 34). Esta condición de discípulo que el creyente va desarrollando es lo que pone en acción el proceso de la catequesis, que consiste en el crecer de la fe con la perseverancia que brota del amor vivo y entrañable por la persona, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que tiene sus raíces en el primer anuncio y el ‘kerygma’ propios de la acción misionera. Así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o kerygma, que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita el Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: Jesucristo te ama, dio la vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte. Esto es lo que hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos” (Evangelii Gaudium #164). Esto quiere decir que la catequesis no es un acto aislado en el proceso evangelizador de la Iglesia, sino que tiene sus raíces en el primer anuncio propio de la acción misionera, que se enriquece con una formación continua, orgánica y sistemática que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo y ayuda al crecimiento en la fe cristiana. “La catequesis es una formación básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas básicas de la fe y en los valores evangélicos fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para recibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de la comunidad cristiana” (DGC #67), de esta manera la catequesis ejerce “tareas de iniciación, de educación y de instrucción” (DGC #68). La acción catequética no es un acto aislado sino parte de un proceso que conecta muy bien con la acción misionera, que llama a la fe y con la acción pastoral, que la nutre continuamente, avivando el crecimiento de la adhesión a Jesucristo y comunicándolo en una acción pastoral concreta, donde el cristiano se convierte en un auténtico misionero, haciéndolo capaz de vivir la vida cristiana en un estado de conversión, como transformación de la vida en Cristo y luego transmitirla a los otros, ya que “dicha acción catequética no se limita al creyente individual, sino que está destinada a toda la comunidad cristiana para apoyar el compromiso misionero de la evangelización. La catequesis también fomenta la inserción de los individuos y de la comunidad en el con-texto social y cultural, ayudando a la lectura cristiana de la historia y promoviendo el compromiso social de los cristianos” (DC, 2020, 73). De aquí se desprende que la acción catequética en la vida del cristiano no es algo circunstancial u ocasional, para recibir la primera comunión o la confirmación, sino que está al servicio de la educación permanente en la fe y por eso se relaciona con todas las dimensiones de la vida cristiana que deben tener su centralidad en Jesucristo reconociendo que “en el centro de todo proceso de catequesis está el encuentro vivo con Cristo. El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. La comunión con Cristo es el centro de la vida cristiana y, en consecuencia, el centro de la acción catequética” (DC, 2020, 75). En este sentido tenemos que proponernos entre todos revisar nuestros procesos de catequesis para los sacramentos de iniciación cristiana, que se convierten en muchos casos en simples requisitos de unos pocos meses para recibir un sacramento y nunca más volver a la Iglesia a seguir profundizando en la fe, desdibujando de esa manera la vida cristiana y sacramental. Tenemos que volver a “catequesis orientada a formar personas que conozcan cada vez más a Jesucristo y su Evangelio de salvación liberadora, que vivan un encuentro profundo con Él y que elijan su estilo de vida y sus mismos sentimientos, comprometiéndose a llevar a cabo, en las situaciones históricas en las que viven, la misión de Cristo, es decir el anuncio del Reino de Dios” (DC, 2020, 75). Con esta reflexión los convoco a todos a seguir profundizando en la acción catequética, como parte esencial del Proceso Evangelizador de la Iglesia, que hace madurar la conversión inicial y ayuda a los cristianos a dar un significado pleno a su propia existencia, educándolos en la mentalidad de fe conforme al Evangelio, hasta que gradualmente lleguen a sentir, pensar y actuar con los sentimientos de Cristo. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las bendiciones y gracias para que caminemos juntos en la acción catequética, para formar muchos discípulos misioneros del Señor entusiasmados con el anuncio gozoso del Evangelio. En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta