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Opinión

Vie 4 Sep 2020

El Jubileo de la Tierra

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días celebramos el JUBILEO DE LA TIERRA, vivimos en un mundo complejo, con profundos cambios sociales en una humanidad que también tiene unos retos inmensos, en campos diversos, que afectan a los hombres y a la persona humana en todos los lugares de la tierra. Esta situación no se debe solamente a la grave situación que nos aflige, con el masivo contagio del virus COVID-19. Son muchos los elementos que se unen para mostrarnos este panorama ecológico terrible, la destrucción de los bosques de la tierra, la explotación desmedida de los mares y de sus recursos pesqueros, la actividad minera intensiva -legal o ilegal- para extraer minerales y recursos para la producción industrial, el uso indiscriminado de los combustibles para producir energía, con el desprendimiento del carbono en cantidades ingentes. El hombre, en todos los confines de la tierra ha asumido una actitud de aprovechamiento desmedido y desordenado de los recursos de la tierra, llevando al límite las capacidades de regeneración del equilibrio de la naturaleza. Todos somos conscientes de estos cambios que han sucedido en los últimos decenios y que nos afectan directamente con el llamado cambio climático. Son muchas las tragedias que hemos experimentado entre nosotros por los huracanes, las temporadas excesivas de lluvia o la sequía. Particularmente la escasez de agua potable, que es la protagonista de estas crisis que afectan a muchos pueblos de la tierra. En muchos campos el hombre busca su bienestar, su alimentación, su transporte. Todo ello ha afectado el equilibrio de la tierra con desmedidas emisiones de gas carbónico. Estas emisiones llegan a ser 35 millones de millones de toneladas de gas carbónico, en el año 2019. Estos días, entre el 1 de septiembre y el 4 de octubre de 2020, se celebrará el “JUBILEO DE LA TIERRA”, que comienza con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. El Papa FRANCISCO, desde el inicio de su “Solicitud por todas las Iglesias”, como Obispo de Roma, nos ha invitado a una “Conversión ecológica” (Cf. Encíclica Laudato Si’, ns. 5,8, 216,221). El Papa FRANCISCO nos invita a empeñarnos en esta tarea del cuidado de la creación con muchas acciones precisas con las cuales evitaremos dañar el planeta, alejando la posibilidad de dañar la creación de Dios, asumiendo también la conversión de esos pecados (una sociedad de consumo desmedida, el uso excesivo del plástico, el desperdicio del agua potable, el no reciclar los bienes materiales, la destrucción de los bosques y la naturaleza, el mal uso de la electricidad). Hace 50 años se estableció en la humanidad “El día de la Tierra”, en ambientes ecologistas de los Estados Unidos de América. El Papa FRANCISCO en el rezo del Angelus, del día 30 de agosto 2020, nos recordó que “Celebramos con nuestros hermanos y hermanas, cristianos de diversas Iglesias y tradiciones el “Jubileo” de la tierra, para conmemorar el establecimiento, hace 50 años, del “Día de la Tierra” y que dará inicio con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación”. Este es un gran reto para los católicos y para todos los cristianos, esta es una tarea que también otras Iglesias, como la gran Iglesia hermana de Constantinopla, con el Patriarca Bartolomeo han emprendido. El Santo Padre en este mensaje que ahora ha escrito para este Jubileo nos indica una gran enseñanza a partir de una frase del libro del Génesis “Dios vio que era bueno” (Gen 1, 25), nos enseña qué es este Jubileo con cinco grandes actitudes: el Jubileo es un tiempo para recordar, regresar, descansar, reparar, y alegrarse. Tiempo para recordar: Que Dios es el destino eterno de la creación y haciendo memoria de la vocación original de la creación, en el respeto de las obras de Dios y de las relaciones entre los hombres. Tiempo para regresar: Para volver atrás y arrepentirse del daño causado a la creación, rompiendo con Dios. Es el “tiempo para volver a Dios, nuestro creador amoroso”. Debemos pensar en el destino de los bienes de la tierra como “herencia común, un banquete para compartir con los hermanos” (n. 2). Tiempo para descansar: Dios estableció el reposo del Shabat, el sábado, que los católicos vivimos en el Domingo de la resurrección del Señor. De frente al clamor de la creación, ocasionada por el daño ecológico es necesario hacer descansar la tierra. Dice el Papa “hoy necesitamos encontrar estilos de vida equitativos y sostenibles que restituyan a la tierra el descanso que merece, medios de subsistencia suficientes para todos, sin destruir los ecosistemas que nos mantienen” (n. 3). Es necesario redescubrir estilos de vida más sencillos y sostenibles. Hay una gran llamada a evitar aspectos nocivos y nuevas formas de relaciones entre los hombres. Tiempo para reparar: Una invitación a reparar la armonía original de la creación y a sacar las relaciones humanas perjudiciales. Es necesario reparar la enorme deuda ecológica. Propone el Santo Padre asegurar los incentivos para la recuperación de muchas maneras y formas, para mirar el mundo con cariño y sentirlo como propio. Todos los pueblos están siendo invitados a asumir estas tareas. Tiempo para alegrarse: Por la respuesta ecológica, sabiendo que la relación con el Creador puede ser mejor. “Las cosas pueden cambiar” (FRANCISCO, Encíclica Laudato Si’, n. 13). Nos invita el Papa a “crear un mundo más justo, pacífico, sostenible”. Estas reflexiones del Papa FRANCISCO son fundamentales para el tiempo actual, mirando a Jesucristo, el Señor del tiempo y de la historia, que hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21,5). Tenemos que cambiar y reconocer la importancia de la tierra, de la naturaleza, del jardín maravilloso en el cual nos ha puesto el Creador, y sobre el cual tenemos la gran responsabilidad del cuidado de esta “casa común”. Reflexionemos. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Jue 3 Sep 2020

Un réquiem

Por: Mons. Ovidio Giraldo Velásquez - En esta pandemia y en el tiempo de confinamiento ha habido una frecuente y dolorosa experiencia de la muerte. Algún amigo, vecino, compañero de trabajo, conocido o, más doloroso aún, alguien de la familia ha partido. En la reapertura de las actividades ya no los encontraremos. En esta luctuosa lista hay personas de todas las edades, de todas las profesiones y condiciones. No importa tanto saber su número o establecer una clasificación. Nos debemos resistir a olvidarlos o a pasar desapercibida su partida. Son más que registro de estadísticas. En cada uno de ellos hay una historia de vida, un drama familiar, un reclamo, lágrimas, esperanzas y desesperanzas. Han partido, ya no están, queda su ausencia y tal vez profundo dolor. Hagamos un pare para pensar en ellos y en sus familias, para pensar que, como dice Ernest Hemingway, “la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntas por quién doblan las campanas: doblan por ti”. Sin duda alguna la pandemia nos ha arrebatado un significativo número de compañeros de viaje y nos ha desprovisto de su presencia y competencia, enrostrándonos nuestra esencial fragilidad, la natural precariedad de los recursos y cálculos humanos y el límite de nuestras posibilidades. Pero, en nuestra esperanza y para nuestro consuelo debemos pensar, con el apóstol San Pablo, que en la muerte se siembra una semilla y ésta fructificará en un cuerpo celestial; y que la muerte también es una ganancia, es una puerta de vida “porque este ser corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y este ser mortal tiene que vestirse de inmortalidad” (1Corintios 15,53). Oremos por todos los que han partido, muchos de ellos en angustia y soledad; oremos por sus familias y sus allegados; también por quienes en vida de ellos supieron servirles, supieron ayudarlos, supieron quererlos. Dios pagará. Finalmente, pensemos en Dios, en su dolor, en el luto de su corazón por toda esta suspensión afanosa de la vida de muchos. Todos somos sus hijos. El corazón de Dios está sangrando con más intensidad en estos días. Pensemos también en la creación, que gime por nuestras locuras, que sufre nuestros horrores, que se estremece por nuestros abusos. Para nuestra oración de sufragio podemos apoyarnos en los salmos 40, 42, 51, 70, 86, 121, 130, 145. Para oración de reconciliación con la creación nos pueden servir los salmos 8, 104, 148. Para nuestro reencuentro con Dios en estas circunstancias dolorosas nos pueden ayudar los salmos 9, 11, 25, 31, 38, 39, 40, 41, 46, 89, 90, 102, 123, 127, 139, 143, 146, 150. Himno de la Liturgia de las Horas Amargo es el recuerdo de la muerte en que el hombre mortal se aflige y gime en la vida presente, cuya suerte es morir cada día que se vive. Es verdad que la luz del pleno día oculta el resplandor de las estrellas, y la noche en silencio es armonía de la paz y descanso en las tareas. Pero el hombre, Señor, la vida quiere; toda muerte es en él noche y tiniebla, toda vida es amor que le sugiere la esperanza feliz de vida eterna. No se oiga ya más el triste llanto; cuando llega la muerte poco muere; la vida, hija de Dios, abre su encanto :“La niña no está muerta, sólo duerme”. Señor, da el descanso merecido a tus siervos dormidos en la muerte; si el ser hijos de Dios fue don vivido, sea luz que ilumine eternamente. Amén. + Ovidio Giraldo Velásquez Obispo de Barrancabermeja

Jue 27 Ago 2020

Monseñor Jaime Prieto: El hombre

Por: Mons. Orlando Olave Villanoba - Dos hechos me llegan a memoria cuando inicio a escribir este semblante de Monseñor Jaime Prieto Amaya, que espero sea inspirador para muchos de nosotros. El primero de mayo de 2006, caminábamos varios sacerdotes de la Diócesis de Barrancabermeja junto a Monseñor en la popular marcha de la clase obrera. El primero, de tipo personal, fue que se me acercó y en su acento bogotano, me dijo: “!!! ala Orlando… y te vas para Roma No¡¡¡¡¡¡¡ (Unos meses después viaje a Roma para adelantar estudios de especialización en Teológica Pastoral). El segundo fue una respuesta que le hicieron varios periodistas al terminar la marcha, ¿Monseñor Jaime y usted por que se mete a apoyar estas marchas… estos no son de izquierda y ateos? Su respuesta fue ciertamente provocadora: ¡Pues si no me quieren ver en estas marchas … que me nombren Arzobispo de Bogotá! Algunos se miraron, otros simplemente nos reímos, entendimos que detrás de esta respuesta estaba su manera de ser Pastor, de ser Obispo. Su pueblo le interesaba, su pueblo le dolía y por eso lo hacía. El hombre de Iglesia Del primer hecho, que no quiero profundizar, me queda esa forma desparpajada, sencilla y directa con que afrontaba muchas de las circunstancias de su vida que no se puede entender como superficial o desinteresada; por esto quiero quedarme en la segunda, que me parece ejemplifica su talante humano y cristiano: era un Obispo con una conciencia profundamente eclesial. San Ireneo de Lyon escribió hace muchos años: “lo que no se asume no se redime” palabras que son retomadas en el siglo pasado por el concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium Et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”. Creo que estas dos frases tan llenas de profundidad fueron un faro para el quehacer pastoral de Monseñor Jaime y nos permiten entender su modo tan especial de ser Pastor: Presbítero y Obispo. Él fue un hombre que siempre sintió con la Iglesia, quizá no siempre con la Iglesia institucional, pero si con la Iglesia, con la Iglesia pueblo de Dios, con ese rebaño que la misma madre Iglesia le había encomendado. Fue un obispo que entendió que debía caminar con su pueblo: con los campesinos, con lo sindicalistas, con los líderes sociales, con los empresarios, con las familias, con los niños, y los jóvenes, con su rebaño, siempre pensado en el bien común, en llevarlos a Jesús. El hombre con los pies en la tierra Este modo de ser, insertado en la realidad que había con alegría asumido al aceptar este nombramiento como Obispo de Barrancabermeja, nos permite entender su proceder. Sin duda muchas veces sus opciones no fueron entendidas por muchos —me incluyo— quizá censurada por otros y hasta señalada —también por algunos en el seno de la Iglesia— de peligrosa y por diversos actores armados de derecha de subversiva. Jamás para Monseñor fue esto un problema, él tenía clara su opción profundamente eclesial, que sin lugar a dudas por esa misma convicción que le daba aquel documento del concilio enunciado. Él entendía que al ser Obispo de Barrancabermeja, asumía su historia, sus luchas, sus triunfos y también sus derrotas. Quizá en él podemos comprender esta frase del Papa Francisco que «más vale una Iglesia herida por salir a la calle, que una sana escondida en la sacristía». Monseñor entendía este riesgo. Unos años después en los viajes de regreso al lugar donde se hospedaba cuando participaba en un encuentro en Roma, me soltó una de esas frases lapidarias, pero que en su rostro expresaba todo lo que tenía por dentro: “En ocasiones me siento incomprendido por mis opciones pastorales”. Y guardó silencio. Pero a pesar de esa incomprensión jamás lo vi quejarse, siempre fue un ser humano de acción, de procesos, que era capaz de entender la realidad humana, pero que tenía muy claro su caminar pastoral, su tarea misionera. El hombre místico Una cosa si es clara en la vida de Monseñor Jaime, era un hombre místico, un hombre con una fuerte experiencia de Dios, que lo llevó incluso a colocar su propia vida en riesgo, pero esa experiencia le permitió colocarse siempre en las manos de Dios. Unas palabras del Papa Francisco podrían ayudarnos entender a Monseñor Jaime: “La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás”. Esta profundidad espiritual de Monseñor le dio una característica muy especial como es ser casi un adelantado a su época. Muchas veces me he imaginado a Monseñor Jaime ejerciendo su ministerio episcopal con este pontificado de Francisco. Cuanta alegría le hubiera provocado escuchar a nuestro Papa actual, cuantas veces él nos dijo que era necesaria una renovación de las estructuras pastorales. Cuanto nos insistía en esa tarea evangelizadora que debía emprenderse con alegría, cuanto amor le tenía a la Pastoral de la tierra y la promoción que hizo de esos procesos. Sí, fue un místico con los pies en la tierra, que nos impulsó a hacia una nueva evangelización. El hombre buscador de paz Finalmente, pero no menos importante, fue él un apóstol de la paz, con cuánta pasión hablaba de ello, con cuanta inteligencia creó procesos, dinamizó acciones, provocó estrategias que beneficiaron ese sueño, mejor, comprendía en profundidad que la paz era la mejor apuesta para el desarrollo de los pueblos. Cuánto esfuerzo hizo para dinamizar en el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, cuanto vigor le imponía a la Comisión Diocesana de Vida, Justicia y Paz. No olvidamos sus valientes declaraciones y homilías donde desarrollaba esa idea de construir una sociedad en paz y señalaba valientemente aquellos que se oponían a este sueño compartido. Recordamos como participó en diversas comisiones de diálogo de paz, cuántos diálogos no emprendió con los actores armados, buscando siempre mediar en la consecución de acuerdos de paz que desescalarán la guerra en nuestros territorios. También aquí fue incomprendido, no valorado suficientemente e incluso señalado, lo que le provocó momentos dolorosos y riesgosos a su seguridad física. Nada de eso lo amilanó, al contrario, siempre encontró fuerzas en el Señor para seguir siendo mensajero de la paz, constructor de puentes y el hombre buscador de paz. Gracias Monseñor Jaime + Orlando Olave Villanoba Obispo de Tumaco

Mar 25 Ago 2020

Ante las masacres, ¡Sí a la vida!

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Deseo entrar en el tema complejo que nos afecta en estos días, en todo Colombia. Las masacres en las cuales han perdido la vida muchas personas, jóvenes y también adultos. Han sucedido hechos terribles y abominables contra la vida humana, primero entre nosotros en Banco de Arena y la zona rural de Cúcuta, en Campo Dos, Tibú (Norte de Santander), en Cali (Valle del Cauca) y en Samaniego (Nariño). Tristes imágenes aparecen ante nuestros ojos, de tantas vidas humanas sacrificadas inútilmente, unidas al dolor inmenso de sus familias y amigos. También tenemos ante nosotros el gran número de víctimas humanas en el Área metropolitana de Cúcuta, más de 200 desde el inicio del año y la muerte de personas que tienen una figuración o trabajo en el campo social, los llamados líderes sociales que han sido asesinados. Es necesario, desde nuestros espacios, levantar la voz en defensa de la vida humana, de los derechos humanos y fundamentales, el primero el derecho a la vida. No podemos permanecer en silencio ante tantas muertes, ante tantas circunstancias y hechos donde se roba el primer derecho de la persona humana, la vida. La Iglesia defiende y promueve la dignidad de la persona humana, pero sobre todo afirma el derecho a la vida -completa-, es decir desde su concepción hasta la muerte natural. Es la base y el fundamento de todos los demás derechos de la persona humana (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum Vitae, 22.02.1987). Los invito a repasar algunos conceptos, desde nuestra fe, que son importantes y que necesitamos fortalecer, en orden a comprender mejor lo que es la vida humana. El hombre es una creatura salida de las manos de Dios, con una bella figura el libro del Génesis nos enseña que el hombre salió de las manos del Creador, que con sus manos lo modeló a su imagen y semejanza (Gen 1, 26ss). Recibió el hombre de Dios su vida, su fuerza, el espíritu de vida que le anima y mueve (Cf. Gen 2, 7), pero al mismo tiempo este hombre es frágil, limitado en su ser y sus acciones, pues la muerte le ronda, como fruto del pecado y de su opción por no cumplir la voluntad de Dios (Cf. Gen 3, 19ss y Job 14, 7-10). El hombre, como creatura de Dios tiene un fin, una tarea que cumplir y entra en este designio amoroso del Creador (Cf. Gen 1, 11ss). La vida humana es breve, con una figura bíblica – es como un soplo -, como – una sombra- (Job 14, 1; Salmo 144, 1). El hombre hace parte de este plan de Dios, por ello cada vida humana es irreemplazable y, según el deseo creador del Altísimo tiene una tarea y una vocación fundamental, que completará su plenitud en Dios, en la eternidad. El hombre tiene una vocación de infinito y está llamado a vivir en Dios, dice Santo Tomás de Aquino (Ordo ad Deum, S.Th. I-II, q. 4, a. 4). Mirando su origen, su tarea, su dirección y misión en el plan de Dios, nos duelen las muertes de los hombres, es un daño irreparable y que nos afecta. La vida humana es sagrada, es una verdad que conocemos y que tenemos que continuar afirmando siempre, es necesario que respetemos siempre la condición de vida del ser humano. San Juan Pablo II, el gran profeta de la vida en nuestros tiempos nos enseñó: “La defensa de la vida humana es urgente” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n 3). En nuestros tiempos, especialmente en Colombia, contemplamos formas inauditas de ataque a la dignidad de la vida humana. En estas masacres que tratamos de rechazar y en otros muchos modos y circunstancias, la violencia, los asesinatos de líderes sociales, de personas de nuestro entorno, el aborto, la eutanasia. No podemos callar ante asesinatos selectivos y de la gran violencia que nos aflige. Por esto, cada noticia que nos llega de muertes, injustas y dolorosas, es motivo de gran preocupación para nuestra comunidad de fe. Tenemos que cambiar la mentalidad y no acostumbrarnos a la muerte, entender que estas vidas son irrepetibles, que cada vida, incluso una sola, tiene un valor absoluto. Uno de los obispos de Cúcuta, Mons. Jaime Prieto Amaya, nos decía una frase que ha quedado como epitafio de su tumba: “Cada vida es irrepetible, cada persona es irreemplazable, cada muerte es irreversible”. La violencia es degradación, este fenómeno que reaparece es un mal síntoma de nuestra realidad social, no es un fenómeno aislado, sino que es signo de la profunda crisis que nos afecta, nos tiene que interrogar profundamente a cada uno de nosotros, a nuestros gobernantes y a todas las instituciones, a cada uno de los miembros de esta comunidad. Vivimos en Colombia problemas sociales muy complejos, fruto de nuestra historia, de la falta de educación y oportunidades, de la falta de la justicia social y que tienen gran incidencia en nuestra comunidad: violencia familiar, narcotráfico, corrupción, grupos ilegales, contrabando, explotación de las personas. A estas duras realidades no podemos unir el desinterés por estas muertes indiscriminadas de personas, fruto de la acción de cualquiera que sea el actor violento. Es un momento dramático donde debemos levantar nuestra voz en defensa de los jóvenes y niños, de los niños no nacidos por causa del aborto, de los ancianos suprimidos con la eutanasia, con los asesinatos del crimen en las distintas ciudades y en nuestro San José de Cúcuta y municipios del área metropolitana. No podemos continuar contando muertos, como cifras estadísticas, en nuestro territorio y en el país entero. Esperamos también la precisa y puntual intervención de las autoridades en la defensa de la vida humana y en el esclarecimiento de estos tristes hechos. Tenemos que reaccionar, levantando nuestra voz y gritando ¡SÍ A LA VIDA! Es la defensa de un derecho fundamental de la persona humana, mucho más para aquellos que tenemos fe y reconocemos que cada hombre nace de la mano de Dios. No podemos agregar a muchas injusticias, a los abusos contra la persona humana por las condiciones sociales de pobreza, la violencia y la muerte. A los violentos, a los que asesinan, un llamado a la conversión y al respeto a la vida humana. Que no falte en este momento una palabra de aliento y de esperanza para las familias de quienes sufren por la muerte de sus hijos, familiares y amigos. San Juan Pablo II nos enseñaba que “Somos un pueblo de la vida y para la vida” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n. 6). Es necesario crear una cultura de la vida, donde brille con toda su fuerza el don de la creación de Dios, donde el hombre es el centro, pero también él tiene una gran responsabilidad con el creador, con la creación de Dios. Que todos, respetando nuestras vidas, tengamos la posibilidad de desarrollar ese proyecto que Dios nos ha entregado. ¡SÍ A LA VIDA! + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Vie 21 Ago 2020

Leguízamo: Tiempos de COVID en tierras del olvido

Por: Mons. Joaquín Humberto Pinzón Gûiza - Iniciando la propagación del COVID 19 en Colombia, recibí una llamada de una persona que me dijo: “creo que en esas lejanías donde tu vives ni el COVID llegara”. Una afirmación cruda, que golpea fuerte el oído, pero en parte con mucha razón. Digo en parte con mucha razón, pues desafortunadamente la Pandemia si llegó a estas lejanías, lo que no ha llegado es la asistencia que debía garantizar un estado de derecho como se autodenomina el nuestro. Durante los primeros meses de pandemia como en todo el país vivimos la cuarentena con relativa responsabilidad. Lo que talvez no supimos fue aprovechar ese tiempo para prepararnos con miras a una eventualidad como la que estamos viviendo en este momento. Sin duda las autoridades locales y todas las personas en general estábamos pensando que en estas lejanías sería difícil que llegara la pandemia tal como lo afirmaba la persona que me llamó. Leguizamo es un municipio región, en donde encuentran un punto de convergencia las comunidades el sur del Putumayo, del sur del Caquetá y del norte del Amazonas, de igual manera algunas de las comunidades que habitan la frontera del Perú y del Ecuador. Por esta razón, los servicios de salud se brindan en esta cabecera para muchas personas. No obstante, dicha realidad, contamos con un hospital de primer nivel con pocas posibilidades de ofrecer un servicio adecuado, aun sabiendo que los otros centros con mejores posibilidades se encuentran muy distantes. Cualquier situación que requiera de una atención con mayor complejidad necesariamente se debe remitir, casi siempre a Puerto Asís en una lancha ambulancia a donde se llega después de poco más de 6 horas de recorrido fluvial. En algunos casos, cuando la situación es de mayor gravedad y el sistema sanitario lo permite, se hace la evacuación a través de la avioneta ambulancia, hacia Neiva u otro lugar con mayores posibilidades. Este panorama asustaba y hacía pensar lo peor en caso de tener que afrontar una crisis sanitaria. Algunas personas manifestaban: “¿Qué será de nosotros cuando nos llegue este flagelo? Desde la administración municipal se afirma que se han hecho algunas solicitudes a las autoridades tanto departamentales como nacionales. El pasado 8 de mayo, los obispos de la frontera, de los vicariatos de San José del Amazonas (Perú) y de Puerto Leguizamo Solano (Colombia), escribimos una carta a través de las respectivas nunciaturas apostólicas a las dos cancillerías solicitando la adecuación de los hospitales de la frontera, con el fin de poder ofrecer la atención que requieran las personas que habitan en este territorio amazónico y fronterizo. Desafortunadamente no han tenido eco las diferentes solicitudes. Seguimos constatando la triste realidad de vivir en un territorio estratégico, pero sin ningún interés para las autoridades tanto departamentales como del orden nacional. Al iniciar el mes de julio, la situación cambio para este llamado “jardín exótico del universo”. La pandemia, paso de ser una realidad que veíamos por televisión, a una realidad muy cercana, con rostros propios y nombres concretos. El miedo nos hace temer lo peor. Hoy 27 de julio, según el Instituto Nacional de Salud tenemos en Leguizamo 79 contagios y tres fallecidos. Esto es lo que dicen los datos oficiales ya que en estas lejanías tampoco todos caben en los datos oficiales. En lo que va corrido del mes han muerto más de 30 personas, en su gran mayoría adultos mayores. Se nos están muriendo los ancianos, tal vez no todos por el COVID -19, pero que coincidencia, justo en estos tiempos de pandemia como nunca mueren muchas personas. Los datos serán más dramáticos cuando lleguemos a saber a ciencia cierta la magnitud de la tragedia, o tal vez nunca lo sabremos pues en esta tierra del olvido las cosas se viven así. Hace dos semanas vimos al Señor alcalde Rubén Velázquez, lanzando un S.O.S. a través de la televisión. Después lo oímos por la emisora y la situación no podía ser menos alentadora, el hospital María Angelines está colapsado, de los ocho médicos presentes, cuatro estaban en cuarentena y los otros cuatro extenuados por todo el trabajo, pero sobre todo por la precariedad con la que deben prestar su servicio. Ante tal panorama, la decisión de las personas es no acudir a los servicios sanitarios sino resistir desde sus casas con medicinas tradicionales y caseras. Ayer una persona que estuvo de paso por aquí, me decía: “cuídese y si se enferma no vaya al hospital, pues allí las condiciones son difíciles, es mejor que se ponga a tomar los remedios caseros, por lo menos si muere, está acompañado”. Son palabras desgarradoras, y no se trata solo de la expresión de una persona, es la mentalidad que está manejando nuestra gente ante tanta dificultad, pues en este momento a estas lejanías no solo llego el COVID-19, sino que tenemos una fuerte virosis, un brote de dengue sin precedentes y a esto sumado el hambre que genera la inactividad de la gran mayoría de familias que viven del rebusque. Ante esta dura realidad, es motivo de fortaleza, la confianza en Dios que manifiestan las personas y la resiliencia para afrontar con audacia y creatividad la enfermedad con medios precarios. Por otra parte, preocupa la filosofía con la que la gente toma la situación queriendo vivir como si nada estuviese sucediendo. No obstante, nos acogemos a la sabiduría de nuestra gente reconociendo que lo único que nos queda es ponernos en las manos de Dios y resistir haciéndole frente a esta problemática con lo poco que se cuenta en estas tierras del olvido. Una vez más hacemos un llamado a quienes tienen la responsabilidad de garantizar el derecho de la salud, no sean indiferentes, no nos dejen solos contemplando la muerte de nuestra gente. + Joaquín Humberto Pinzón Gûiza, imc Vicario Apostólico Puerto Leguizamo Solano

Mar 18 Ago 2020

Reflexiones éticas sobre la enfermedad (I)

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días donde continuamente hacemos referencia a la enfermedad y al dolor, por la pandemia que nos afecta, desearía dedicar una pequeña reflexión a la condición del hombre, a su realidad corporal, a la dimensión espiritual y también a algunos elementos morales y éticos que esta situación nos presenta. “Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2, 7). Este texto de la Sagrada Escritura nos relata la creación del hombre, que salió de las manos de Dios, que le dio “forma” del polvo de la tierra y le dio el “soplo de la vida”, y por tanto se constituyó en un ser viviente. Esta bella figura, pone a Dios como un alfarero, que, con el polvo de la tierra, con una bellísima forma del lenguaje, explica la creación del hombre y su ser mismo. Los dedos del Creador moldearon al hombre y le dieron su ser, pero especialmente, le entregó su “Espíritu”, su alma que da vida y lo constituye en imagen de Dios. El Supremo Creador, “le insufló” vida, (Gen 2, 7). El alma está unida al cuerpo, haciendo al hombre “imagen de Dios”. Esta forma de comprensión del hombre, que con un nombre técnico en la filosofía cristiana es llamado el “hilemorfismo” es fundamental para entender qué es el hombre, cuál es su misión, su futuro, la razón de su ser. El hombre, en el bello relato del Génesis, se separa de la voluntad de Dios por el pecado, ello lo llevó a vivir las limitaciones propias del cuerpo, de su condición humana y corporal (Cf. Gen 3, 1-24). Si bien el hombre es parte de la creación, recibió un particular interés y condición, que le hace diverso a las demás realidades creadas (materiales y animales). Fue Dios mismo quien le dio su forma y su ser, y unió inexorablemente el alma y el cuerpo. Si queremos comprender al hombre, tenemos que entenderlo como una creatura de Dios y que tiene en Dios su fin, que Él, como Creador le dio una misión particular en el jardín del Edén, en la Tierra. Son muchos los tipos y formas de comprender la vida humana, muchas las lecturas que desde las ciencias humanas se hacen del hombre. Son distintos los acentos, las formas de subrayar, una u otra dimensión. Hay muchas formas para entender al hombre, pero hoy especialmente tenemos muchas antropologías (estudio sobre el hombre) que dejan de lado su dimensión espiritual, lo leen sin hacer referencia al alma. El hombre, como creatura de Dios, posee unas capacidades intelectuales, de comportamiento, de lenguaje, de relación y de interacción con otros seres como él; pero también tiene las limitaciones biológicas propias del cuerpo que ha recibido. En él hay una unidad fundamental, establecida de forma particular por Dios (de este tema da una explicación hermosísima Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica en la Primera parte, cuestión 42 y siguientes. S. Th. I, q.42, q. 44). Hoy tenemos en nuestra cultura, en pleno siglo XXI, grandes tentaciones para leer al hombre desde la sola dimensión de su cuerpo, como realidad biológica, reduciéndolo a la mera expresión de sus sentidos o de su corporalidad. Es claro que en nuestro tiempo hay también grandes retos, pues se quiere separar al hombre de su condición espiritual y trascendente, en la comprensión de la vida del hombre. Aquello que aparece delante de nuestros ojos, es la sola corporalidad, las sensaciones y la expresión sensorial de los sentidos. Esta dimensión ha sido resaltada por el fortalecimiento de una lectura meramente “erótica” y de bienestar del hombre, que nuestra sociedad defiende al realizar casi un “culto al cuerpo y a su belleza”. Son muchas las formas de expresar el bien del hombre, pero muchos lo limitan a las condiciones meramente corporales. En las antropologías de nuestro tiempo, en las formas de comprender al hombre, se ha marcado y subrayado la condición corporal, muchos otros han marcado también la condición social del hombre, el aspecto social de relaciones y de interacción entre los hombres (antropología social y cultural). Algunos marcan las relaciones o conciencia del hombre sobre sí mismo, reduciendo la antropología al estudio de la realidad de su mente, de su sicología. Precisamente, las situaciones que nos trae la historia de la humanidad en estos días, con la enfermedad causada por el COVID-19, nos ha mostrado en toda su fuerza la condición frágil de la persona humana, pero, sobre todo, la lectura limitada que se hace de su condición y de su realidad, donde los pacientes son contados como números: contagiados, fallecidos, recuperados. Las graves consecuencias de la enfermedad que ataca la raza humana, ha recordado a los hombres todos de mundo, sin distinción de sexo, raza, edad, condición social, religión, lengua, procedencia, las limitaciones de la corporalidad del hombre. Es la clara afirmación de nuestra limitación corporal. Esto fue notorio en otras épocas de la humanidad, pero a historia reciente, los avances de la ciencia nos habían dado mucha seguridad y confianza en las capacidades científicas y tecnológicas de las cuales disponíamos. Los antiguos, en la escuela griega de COS, donde enseñó Hipócrates, aleccionaban que la naturaleza del cuerpo es el inicio de su ser. Al afrontar el dolor, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte de personas queridas, tenemos que enfrentar con mucha claridad las tentaciones que podemos tener, al reducir al hombre a esta mera lectura de tipo corporal. El hombre no es sólo parámetros biológicos, olvidándonos de su dimensión espiritual y de la integralidad de su ser. Somos seres espirituales, trascendentes, tenemos que mirar a Dios y fortalecer elementos espirituales en nosotros. Tenemos sed del Dios vivo (cf. Salmo 42, 2). De esta manera el hombre trasciende la mera dimensión humana y busca a su Creador, a través de valores y metas espirituales. Nuestra condición corporal, nuestros sentidos y realidad biológica son la puerta para entrar en relación con el mundo (Gabriel Marcel, Homo viator, 1944), pero no podemos olvidar la dimensión espiritual. Cuando en estos momentos trágicos de la humanidad, tenemos más de 600 mil muertos, 16 millones de contagiados y muchos enfermos graves, todos queremos conservar la salud. No podemos reducir la vida a la condición óptima del cuerpo. No es sólo el bienestar físico del hombre, es también su bienestar espiritual, también mental y social. Tampoco podemos pensar que el único elemento de lectura de esta realidad es el económico, donde se hace primar el bien de la economía y de los negocios, al bien del hombre, de la comunidad humana. Esta triste realidad tiene que traer una nueva y responsable lectura de la vida del hombre. Estos son momentos para una profunda vida espiritual, dando un gran valor y respeto a la vida humana, al valor infinito que posee. A cualquier costo, incluso económico, debe sostenerse la vida de todos y cada uno de los enfermos y no puede ahorrarse en este campo. Son muchos los esfuerzos que se hacen en este momento, pero no podemos dejar a nadie sin asistencia y ayuda. Son fundamentales los valores morales y religiosos en nuestra realidad. Para comprender los retos de esta enfermedad, tenemos que mirar los altos valores espirituales del hombre. Tenemos que agradecer a quienes están entregando su vida en esta emergencia, los que han muerto por acompañar y cuidar a los enfermos (me refiero al personal médico y sanitario, a los que responsables de esta crisis, en primera persona han pagado con su vida). Acompañemos espiritualmente a los enfermos con nuestra oración y vida espiritual. Ojalá Dios nos conceda rápidamente poder volver a tener al pueblo de Dios en las celebraciones de la Eucaristía. Oremos a la Santa Madre de Dios, Salud de los enfermos, por todos los que padecen enfermedad y por los que sufren. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Jue 13 Ago 2020

Los pueblos indígenas en tiempos de covid-19

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El día 9 de agosto se celebra, como cada año, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Hablamos de unos 476 millones de personas que habitan en 90 países, representando el 6,75% de la población mundial. Sus condiciones de vida están marcadas por la exclusión, la discriminación y la pobreza; por mencionar un único dato, las estadísticas oficiales indican que las poblaciones indígenas tienen una probabilidad tres veces más alta de vivir en pobreza extrema que el resto de sus connacionales. ¿Cuál es la situación de los pueblos indígenas en medio de la pandemia de covid-19?. Sin querer ser exhaustivo, es importante recordar, en primer lugar, que a lo largo de la historia hemos conocido numerosos episodios en los que una epidemia de tipo vírico o bacteriano ha diezmado la población indígena, debido a que no existen las mismas defensas en los diversos grupos humanos. El caso más conocido y dramático tuvo lugar en la América de los siglos XVI y XVII, cuando la viruela, el sarampión, la gripe, el tifus, la peste bubónica y otras enfermedades infecciosas esquilmaron la población local, en un grado incluso más intenso que las guerras de conquista o la explotación laboral. A mediados del siglo XX, un brote de sarampión redujo al pueblo Yanomaní, en Venezuela y Brasil, a un tercio de su población previa. También en estos tiempos de covid-19 hay unos riesgos específicos para estas poblaciones tan vulnerables. La crisis sanitaria de covid-19 se entrelaza con una crisis social, como hemos visto en muchas zonas del planeta. En este caso, particularmente, constatamos que a las dificultades epidemiológicas (especialmente agudas en el caso de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario o "no contactados") se suman una serie de graves limitaciones estructurales, que afectan tanto a los pueblos originarios que viven en las zonas rurales como a los indígenas urbanos. Se trata de realidades tan básicas como el acceso a agua limpia y sancamiento, el sostenimiento de los medios tradicionales de subsistencia (por ejemplo, en el pueblo de Ruanda) o la ausencia de una cobertura sanitaria (por ejemplo, entre los Navajos de Estados Unidos). La pandemia de coronavirus está mostrando la importancia de articular correctamente los diversos niveles de atención médica. Mientras los pueblos indígenas sufran de malnutrición y no puedan ejercer la soberanía alimentaria, es claro que quedarán muy debilitados para hacer frente a cualquier enfermedad. Los fallos estructurales y el abandono sistemático de las poblaciones indígenas amazónicas por parte de los diversos estados se han puesto de manifiesto de modo dramático en esta coyuntura. A este respecto, cabe señalar que la Iglesia en territorio amazónico está escribiendo bellas páginas de solidaridad para salir al encuentro de los enfermos por covid-19, sobre todo entre los indígenas. De acuerdo con los datos de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), a finales del pasado mes de julio, había 27.517 personas de pueblos indígenas contagiadas por covid-19, de las 1.108 habían fallecido. Unos 190 pueblos o nacionalidades indígenas han sido afectados por la pandemia en los nueve países que conforman la Panamazonía. De manera particular, se está viendo cómo el coronavirus golpea a los indígenas ancianos, como en otras zonas del planeta, privando así de una fuente irremplazable de sabiduría ancestral. Cabe destacar, entre otros muchos nombres, el fallecimiento por covid-19 en el Perú del líder del pueblo Awajún Santiago Manuin, activo colaborador con la Iglesia local, que fue recibido por el Papa Francisco en el encuentro con los pueblos de la Amazonía, en enero de 2018. En medio de toda esta dolorosa situación, debemos subrayar la resiliencia de los pueblos indígenas, que es precisamente la temática escogida por las Naciones Unidas para la celebración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas en 2020. Ante una patología tan novedosa como la covid-19, para la que no existe aún un tratamiento que permita curar la enfermedad, resulta muy conveniente controlar de manera temprana los síntomas. En este ámbito, se han constatado iniciativas exitosas con prácticas de medicina tradicional entre los pueblos indígenas de Canadá, Colombia, Nepal y Congo, entre otros. Otra iniciativa relevante tiene que ver con el ritual tradicional del "KrohYee" (cierre de la aldea) entre el pueblo Karen de Tailandia, que se ha recuperado en el contexto de convid-19. Prácticas semejantes se han realizado en Malasia, Bangladesh y en diversos países de América Latina. Resulta evidente la importancia que tiene, para ello, el derecho a la autodeterminación de los pueblos indígenas y el derecho efectivo al territorio integral ancestral. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica Querida Amazonía, escribió: "Nuestro sueño es el de una Amazonía que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un ‘buen vivir’. Pero hace falta un grito profético una ardua tarea por los más pobres" (n. 8). Y en el número 52 añadió: "Si el llamado de Dios necesita de una escucha atenta del clamor de los pobres y de la tierra al mismo tiempo, para nosotros el grito de la Amazonía al Creador, es semejante al grito del Pueblo de Dios en Egipto (cf. Ex 3,7). Es un grito de esclavitud y abandono, que clama por la libertad". La celebración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas en estos tiempos de covid-19, supone, para todos nosotros, una llamada a escuchar este grito y a responder a él con nuestra plegaria humilde y nuestra solidaridad activa. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO

Lun 10 Ago 2020

Pandemia y espiritualidad II

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? (Mt 13, 51-52). Jesús el Señor, después de enseñar la realidad sobre el Reino de los cielos, a través de siete parábolas (Mt 3,1-50), les pregunta a sus discípulos y a todas aquellas personas que le escuchaban: ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? A renglón seguido dice la Palabra que ellos respondieron: “Sí”. Jesús, entonces hace un elogio al respecto con las siguientes palabras: “Está bien: cuando un maestro ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas” (Mt 13, 52). Dice San Agustín: “Todos poseemos una docta ignorancia”. Es decir, somos doctos en algunas ciencias e ignorantes en otras. En el lenguaje popular decimos: “Zapatero a tus zapatos”. En el castellano la palabra entender se define así: “Percibir y tener una idea clara de lo que se dice, se hace o sucede o descubrir el sentido profundo de algo”. Las tres potencias o facultades del ser humano son: Memoria, entendimiento y voluntad. Nos dice la Palabra que, a la pregunta de Jesús: ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? Alguna parte del grupo que lo escuchaba, entre ellos algunos maestros de la ley dijeron: Sí. La misión del maestro, del buen maestro, del excelente pedagogo es precisamente, lograr que sus discípulos entiendan lo que él quiere transmitir, hacer que sus alumnos entiendan la importancia del asunto que se les quiere enseñar. ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? Sí. Desde luego, que, en el aprendizaje, el cien por ciento no lo hace el maestro, también es sumamente importante la competencia del discípulo y sobre todo el interés por lo que se le quiere transmitir. Un alumno sin motivación, sin deseos y sin la necesidad de aprender, no asume el conocimiento, por más buen pedagogo que sea su maestro. Cuando el discípulo le responde a su maestro que sí entendió, el maestro, puede darse por bien servido. ¡Cómo es de agradable el encuentro de un maestro con su alumno agradecido y valorando lo que aprendió a través de él! Cuando se da ese complemento: enseñanza – aprendizaje, ambos: maestro y alumno, deben sentir una bella satisfacción. El maestro puede exclamar: “Somos simples servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Cf Lc 17,10), y el alumno puede decir: Gracias buen maestro, gracias. Desde la espiritualidad cristiana mis queridos sacerdotes, religiosos (as), fieles laicos, padres de familia, hermanos todos, hombres y mujeres de buena voluntad…, nuestra gran tarea es entender la importancia del Reino de los cielos. Reino de justicia y paz, de amor y libertad, de unidad y fraternidad. Jesús nos dice en la Palabra: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15). El Reino de Dios está cerca. El Reino es Jesús, nuestro Señor, el Dios encarnado. El Reino es el hermano que está a mi lado y que es imagen y semejanza de Dios. El Reino de Dios está cerca, lo podemos tocar y sentir. El Reino de Dios está dentro de nosotros, renunciemos al mal camino de la indiferencia, del pecado, de la corrupción, de la injusticia y convirtámonos. Hermanos, en este tiempo de pandemia y siempre, por favor, que no se nos olvide, todos los días, hacer nuestro “examen de conciencia”. Este bonito ejercicio lo enseñó con vehemencia San Ignacio de Loyola y seguramente, la mayoría de nosotros, lo aprendimos de nuestras madres, quienes, a su vez, fueron nuestras primeras maestras. Aprovechemos este aprendizaje que hace parte de nuestra espiritualidad cristiana, para que no seamos indiferentes frente a la situación que estamos viviendo: Crisis mundial, nacional y regional por el COVID 19. Permítanme que juntos, a manera de examen de conciencia, nos posibilitemos algunas preguntas: Desde que comenzó la noticia del COVID 19: ¿Cómo ha sido mi actitud, mi respuesta, mi responsabilidad? ¿Qué pienso de este “instante vital” que estamos viviendo? ¿Entiendo lo que está pasando? ¿Me doy cuenta de las transformaciones mundiales que se están generando a partir de la crisis que estamos viviendo? ¿He entendido lo que está pasando? ¿Estoy aprendiendo algo nuevo? ¿Estoy dispuesto a sacar del armario de mi memoria y mi entendimiento cosas nuevas y antiguas? ¿Con toda la conciencia de mi entendimiento, estoy siendo responsable, es decir, cuido mi vida y la vida de mis hermanos? ¿Soy respetuoso de los protocolos necesarios para preservar mi salud y la salud de mis amigos, compañeros y familiares? En estos días le he escuchado decir a muchas personas: “Es el momento para amar la vida”. Toda crisis bien asumida, con fe y esperanza es beneficiosa, es pedagógica, es retadora, es desafiante. Toda crisis nos hace salir de nuestras comodidades nos hace comprender que la realidad del mundo es mucho más de lo que nos acostumbramos a vivir. Toda crisis nos hace entender que el ser humano no solo es carne, materialidad, el ser humano es también espíritu, fraternidad, solidaridad. El ser humano no es solamente sentidos externos, es también sentidos internos. Toda crisis pone de manifiesto nuestra fragilidad, pero, a su vez nos hace pensar con sentido de eternidad y trascendencia. Toda crisis nos pone de cara a un ser superior, de cara a Dios. Escuchemos la Palabra: “Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: ¡Animo, soy yo, no tengan miedo!” (Cf Mt 14,22-33). “Es el momento para amar la vida”. Es el momento para valorar la vida, es el momento para ver la vida incluso de cara a la enfermedad, el sufrimiento y la misma muerte. Nadie quiere sufrir, todos por intuición natural le huimos a la enfermedad, a la cruz y a la muerte. Pero todos como los discípulos de Jesús, estamos invitados a ir en la barca de la fe y la esperanza. Este es un tiempo oportuno para contemplar a Jesús, aunque en un principio, lo veamos como un fantasma. Es el momento también de la confianza y con Pedro decir: “Señor, si eres Tú, mándanos ir a Ti”. Estemos seguros de que el Señor nos acoge y nos dice: En este tiempo de incertidumbre, si tienen fe, serán capaces de caminar sobre mil peligros y no les pasará nada, porque yo los llevo en mis brazos. Frente a la crisis actual, no podemos ser indiferentes. ¿Hemos entendido esto? ¿Queridas familias han vuelto a entender la importancia y la grandeza de la familia? Démonos cuenta, cuando uno sufre sólo quedan dos alternativas: “Dios y familia”. Dice la Palabra: “A quién vamos a ir sólo tu tienes palabras de vida eterna”; y, ¿Con quién hemos contado, después de Dios, realmente en estos días de pandemia? Sin duda que con la familia. Esa familia, que por tantos medios sigue amenazada. Aprendamos al menos, que es tiempo de volver a valorar la familia, como célula fundamental de la sociedad. Queridos padres de familia, formen a sus hijos, no sólo para responder a las necesidades del mundo. No sólo necesitamos profesionales, necesitamos profesionales éticos y con grandes valores humanos y de fe, valores que se aprenden fundamentalmente en la familia. Estimadas familias, fórmense no sólo en valores humanos, sino también, en valores trascendentes y trascendentales, valores que los prepare para saber dar respuestas sabias a interrogantes con sentido de eternidad; para responder no sólo a interrogantes en tiempos de felicidad y placer, sino también, en tiempos de crisis. Queridos maestros, instituciones educativas, la misión de ustedes es formar “buenos cristianos y honestos ciudadanos” (San Juan Bosco). Educadores, junto con la familia, son ustedes la gran alternativa de cambio. Sin educación no hay futuro. Sin un camino certero, perdemos el sendero. “Quien no sabe para donde va, llega a cualquier lugar”. No se nos olvide que nuestra meta es el cielo. Nuestra patria es el cielo y allí vamos de la mano del gran Maestro de Nazareth. Confiemos en el poder de la gracia, es esta la que nos debe conducir y la que nos da los criterios de fe para juzgar con esperanza el momento presente. Queridos dirigentes…, apuéstenle – apostémosle – a educar para formar el entendimiento. Superemos ya el camino del sólo sentimiento, de las emociones y las pasiones. Recordemos lo que con frecuencia nos dice el Papa Francisco: “Todo está interconectado”, también nuestro ser. Somos una integridad, somos unidad. Recordemos que somos seres racionales; crezcamos en potenciar nuestro entendimiento. El entendimiento y/o la razón es la bella facultad que Dios nos ha dado para que fuéramos los “señores” del mundo. Es decir, para que administráramos el mundo para el bien y no para la destrucción. Entender, hermanos, entender. Entendamos que el momento que vivimos es desafiante y retador. A problemas humanos y éticos, no estemos esperando sólo soluciones técnicas. Ejemplo: frente al COVID, no bastan sólo los ventiladores (gracias a quienes han gestionado estos aparatos para el Caquetá). Pero ¡y qué sentido tienen muchos ventiladores, si no entendemos la necesidad de cuidarnos, para cuidar a nuestros hermanos! Bienvenida toda la ayuda científica y tecnológica. Gracias, muchas gracias, personal de la salud y administradores, gracias por buscar el bien común, gracias por cuidar la salud de sus semejantes. Pero por favor, hermanos, amemos la vida, cuidemos la vida, responsabilidad frente a la vida. Unidos y de la mano de Dios venceremos. ¡Adelante, paso de vencedores! Cuidemos nuestra salud, es un gran tesoro al que lamentablemente, por lo general, valoramos, sólo cuando la perdemos. Por favor, hermanos, no hagamos de este momento tan crucial de la historia algo intrascendente… De cara a la realidad que vivimos es tiempo para agradecer a Dios el don de la vida, para valorar la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte. Es tiempo para estar en familia y amar nuestra relación familiar. Es tiempo para manifestar nuestro afecto y cercanía con los amigos. Es tiempo para escuchar la voz de Dios que nos invita a la conversión. Hagamos de este momento histórico un acto salvífico, un pasar de Dios por nuestra historia, un momento oportuno para la fraternidad y la caridad. Así como se ha globalizado el virus, globalicemos también el Reino de los cielos. Entendamos que sólo en Jesús nuestro Señor encontraremos consuelo. Escuchemos siempre a Jesús el Señor que nos dice: ¡Animo, soy yo, no tengan miedo!”. Ánimo, yo voy con ustedes, no tengan miedo. ¡Qué la Virgen Santísima, nos acompañe durante este tiempo de pandemia embravecida que nos quiere destruir! + Omar de Jesús Mejía Giraldo Arzobispo de Florencia [icon class='fa fa-download fa-2x'] Lea pandemia y espiritualidad I[/icon]