Pasar al contenido principal

Opinión

Mié 8 Jul 2020

La alegría del retorno

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Hemos vivido un frenazo mundial por la pandemia de la covid-19. Para conjurar el miedo a morir masivamente, se optó por un confinamiento de la población, ya que no se estaba preparado, como países y sistemas sanitarios, para detectar a los portadores del virus y aislar solamente a los enfermos, atendiendo en hospitales a los sintomáticos. Desde marzo de este año, el virus llegó a Colombia y desató esta inesperada y paradójica “solidaridad por vía de aislamiento”. Una durísima prueba para todos, que ya sobrepasa el modelo de cuidado individual y doméstico, con autoridad y asistencia social en lo colectivo. Aunque hemos mantenido, como Iglesia católica, una valiosa presencia mediática, virtual, espiritual y de fraterna solidaridad, sentimos ahora el apremio del retorno comunitario, como pedagogía social de respuesta a la pandemia y a sus graves efectos. La Presencia de Cristo “donde dos o más se reúnan en mi nombre”, la han vivido los esposos, las familias, los que conviven bajo un mismo techo. Ha sido un tiempo de prueba a las relaciones, al afecto, al trato entre generaciones, a vivir juntos las necesidades, las carencias, las capacidades y las oportunidades. Coincide esta edición de La Voz Católica con el RENACER DE LA VIDA, en la comunidad presencial de la parroquia. Un renacimiento con las limitaciones de la bioseguridad en espacio cerrado, pero “con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones”, como indicaba Juan Pablo II en Santo Domingo. La imagen bíblica del RETORNO después del EXILIO en Babilonia, recogida en los libros de Esdras, el sacerdote, Nehemías el gobernador, y Ester la mujer piadosa y valiente, puede iluminar este RETORNO y restauración de la comunidad eclesial. Impulsar “el segundo Templo” de Jerusalén, rehacer la escucha de La Palabra, la celebración de los sacrificios y el compartir y ágape gozoso entre los creyentes; así como la reconstrucción de la ciudad y de sus defensas o murallas y la valentía femenina de Ester, frente a la opresión a las mujeres y el riesgo de genocidio sobre su pueblo: entre muchas otras lecciones, podrían ayudarnos a ver cómo se afrontan positivamente contextos difíciles, incrédulos y hostiles, hasta conciliar esfuerzos y un sentido común por el futuro para todos. Nuestro retorno al Templo como ESPACIO PARA LA PRESENCIA Y ASAMBLEA DE LA COMUNIDAD, no signifique relajar el cuidado y la prevención ante el riesgo de contagio, sino el llamado a la sociedad a hacerse PROTAGONISTA de la respuesta a la pandemia. Vale decir: a procurar solidaridad con los enfermos y sus familias en cada territorio, con el personal médico y sanitario, a organizar la seguridad alimentaria y comunicación de bienes con los más necesitados, a valorar y agradecer el compromiso de autoridades y liderazgos sociales. Me uno como obispo, Sucesor de los Apóstoles, a la ALEGRÍA DEL RETORNO. Seamos todos Pueblo de Dios que inicia unido el retorno de este exilio y confinamiento. Tengamos entre todos una gran creatividad para recuperar espacios en los que se construyan vínculos sólidos, firmes, de crecimiento y apoyo, de unión con Dios y entre nosotros, de misión con los más pobres y con el cuidado de la casa común, nuestro ambiente y recursos, nuestros territorios y hábitat. Los bendigo con entusiasmo y esperanza en días mejores. Lo presencial no reemplace ni suprima la comunicación mediática y virtual. Necesitamos continuar todos interconectados e interdependientes. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali Nota editorial tomada de 'La Voz Católica' – Arquidiócesis de Cali.

Lun 6 Jul 2020

Por un mundo mejor

Por: Mons. Luis Adriano Piedrahita Sandoval - El día veinte del mes de julio estamos conmemorando un nuevo aniversario del acontecimiento que marcó los inicios de nuestra vida libre como nación. Una fecha que debe suscitar en el corazón del creyente una plegaria de bendición y acción de gracias al Señor Dios nuestro, en quien, a pesar de las dificultades grandes o pequeñas que hemos podido encontrar en el camino de nuestra historia común, siempre nos hemos de sentir llamados a reconocer su favor hacia nosotros. El que es Dios eterno y de cuya gloria están llenos el cielo y la tierra, con su admirable providencia gobierna el mundo, y en su Hijo Jesucristo, Señor de la historia, nos ha revelado su designio de salvación para todos los pueblos de la tierra. A la manera del pueblo de Israel, llamado a mantenerse en vela por todas las generaciones como aquella noche de su liberación de Egipto, en un recuerdo vivo, como aquella noche Dios había permanecido en vela, vigilante, protegiéndole el camino de la libertad, también nosotros hemos de estar en vela, despiertos, a la escucha, dispuestos a seguirle. Con la misma mirada de fe y de confianza en Dios que nos invita al agradecimiento hemos también de dirigirnos, como peregrinos que somos, para pedirle su mirada favorable para el camino que hemos de seguir recorriendo. Pero también una plegaria de súplica frente a nuestras actuales realidades. Hoy son nuevas las esclavitudes de las que necesitamos ser liberados, no menos opresoras que las cadenas rotas que celebramos en la gesta de la independencia: Necesitamos ser liberados de los sentimientos de odio, de venganza, de violencia, que nos impiden perdonarnos y recorrer el camino de la reconciliación y de la convivencia en paz; necesitamos ser curados del virus del egoísmo humano y de la corrupción, que nos impiden mirar más allá de nuestros intereses particulares y buscar el bien general de la sociedad, el bien común a todos los ciudadanos; necesitamos ser sanados de la ceguera que no nos deja reconocer en todo ser humano la imagen y semejanza de Dios, criatura de Dios, y estar atentos a respetar la dignidad de cada persona, sus derechos y sus obligaciones; necesitamos ser liberados de todo sentimiento de insolidaridad que nos conduce a la insensibilidad ante la necesidad ajena, y que es lo que, en gran parte, nos hace construir una sociedad de grandes desigualdades e inequidades, de carencias para muchos, de miseria, de hambre. Hay que pedirle al Señor nos ayude a todos a asumir el compromiso de hacer en el presente el mundo que Dios quiere. En su visita apostólica a Colombia el Papa Francisco nos recordó algunas de las tareas pendientes que nos corresponde asumir en la construcción de nuestro país: El santo Padre se refirió, en primer lugar, a la tarea de la paz que no da tregua, porque es un trabajo siempre abierto, y que exige el compromiso de todos. “No hay que decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias, y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, colocar en el centro de toda acción política, social y económica a la persona humana, su altísima dignidad y el bien común. Hay que huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses solo particulares y a corto plazo. Hay que reconocer al otro, sanar las heridas, construir puentes, estrechar lazos, ayudarnos mutuamente”. Como dice el lema que lleva nuestro escudo “Libertad y orden”, “los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado la nación por décadas. Leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad, sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Es necesario luchar contra la inequidad que es la raíz de los males sociales”. “Les animo, nos decía el Papa, a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”. Y a la base de dichos compromisos, el Santo Padre nos recordaba algo muy importante que tiene que ver con el alma de nuestra nación, la fe cristiana de los colombianos: “Los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del país; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa. Y no se puede desconocer la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos”. Reciente todavía el Sínodo sobre la Amazonía, y encontrándonos viviendo el año de la “Laudato Sí”, a los cinco años de haber sido publicada dicha Exhortación apostólica, es muy oportuno que recordemos que también el Papa Francisco en su visita a Colombia nos dejó una palabra sobre el compromiso que tenemos de cuidar nuestra casa común: “En este entrono maravilloso, decía en Villavicencio, nos toca nosotros decir sí a la reconciliación concreta; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes”. No podemos, pues, cesar de pedir al Señor para que dé sabiduría a nuestras autoridades, honestidad a los ciudadanos, amor de patria a todos los Colombianos, y así, entre todos, poder direccionar rectamente el camino que transitamos, buscando el bien común por encima de los bienes particulares, trabajando por una cultura que dignifique a la persona y que sea respetuosa con los valores morales y las creencias religiosas, atendiendo las necesidades de los más débiles, esforzándonos por conseguir una vida digna para todos, construyendo el progreso de nuestro país sobre las bases sólidas de la solidaridad, el amor a la verdad, la justicia, el perdón, la fe en Dios, llevando todo con una acción política limpia, honesta, transparente. Así, en medio de la pandemia, entre carencias, sufrimientos e incertidumbres, caminamos acompañados de los anhelos, las esperanzas, las visiones de un mundo mejor. + Luis Adriano Piedrahita Sandoval Obispo de santa Marta

Sáb 4 Jul 2020

La Asamblea del Episcopado colombiano virtual

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - En medio de la contingencia que nos ha tocado vivir por la pandemia del coronavirus, se realizará de forma virtual la 110ª Asamblea del Episcopado Colombiano, los días 6, 7 y 8 de julio, no sin antes haber tenido dos encuentros preparativos, también de forma virtual, de las Comisiones episcopales y las Provincias Eclesiásticas. El objetivo general de la Asamblea convocada es “discernir, a la luz del Evangelio, la hora presente de la Iglesia y el mundo, marcada por la pandemia del Covid-19, que nos pide pensar y replantear las realidades fundamentales de la convivencia social, religiosa, política, económica, cultural y ecológica, para situar la misión de la Conferencia Episcopal en este contexto y establecer sinodalmente las claves y directrices pastorales para continuar la tarea evangelizadora”. Sin duda que será una reunión del todo inédita. Un nuevo aprendizaje, no siempre fácil, nos ha tocado hacer a los Obispos. Es cierto que sentimos nostalgia, pues cada Asamblea, más que el trato de temas y situaciones especiales, es una ocasión de compartir personalmente con los hermanos obispos, fortaleciendo los vínculos de la colegialidad episcopal, la fraternidad y la ayuda espiritual, pues cada reunión tiene una alta dosis de encuentros y celebraciones litúrgicas, en especial la santa Misa concelebrada por todos. Con base en el propósito de esta reunión, aprobada por la Congregación para los Obispos por su especificad, es importante que los presbiterios, las comunidades religiosas, los grupos apostólicos y los fieles en general, se unan en oración para que podamos tener una reunión fructífera. Los retos y necesidades son innumerables. Las enseñanzas de este tiempo de “encierro” tocan todos los campos de la vida individual, de las comunidades eclesiales y el mundo en general. Por eso, haremos los obispos una aproximación a la situación actual, a las luces y sombras que han aparecido en estos días. Igualmente, se compartirán las acciones concretas que la Iglesia colombiana ha hecho en favor de los más necesitados, de los enfermos, de los migrantes, de los presos y de quienes se han visto afectados humana, psicológica y espiritualmente por la pandemia. Se evaluará la presencia física y a través de los medios de comunicación, TV, radio y redes sociales de la Iglesia con las celebraciones litúrgicas, las jornadas de oración, las consejerías y las múltiples iniciativas que los sacerdotes en general han tenido para acompañar a sus fieles y hacer cercano el abrazo paternal del Señor que no abandona a sus hijos. Pero también nos vamos a preguntar sobre el futuro de la Iglesia y su acción evangelizadora en la época de la post pandemia, pues el mundo y la Iglesia no serán iguales una vez pase esta prueba. Más aún, no es necesario mirar al futuro, el presente nos habla a gritos diciéndonos que muchas cosas han cambiado ya. ¿Qué lecciones nos está dejando la pandemia? ¿qué caminos nos está señalando Dios en este momento? Serán las preguntas claves de nuestro encuentro virtual. Nos vamos a preguntar, seguramente, sobre el significado de la “nueva normalidad” de la que se habla tanto, y la visión que desde el humanismo cristiano esa “nueva normalidad” deberá tener. En fin, desde ahora los obispos nos ponemos en las manos de Dios, le pedimos su luz y su fuerza para entender este su kairós y la paciencia para estar cerca de seis horas diarias delante del computador. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mié 1 Jul 2020

De las dificultades nacen oportunidades

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Para muchos esta situación particular que estamos viviendo, no solamente en nuestro país, sino en todo el mundo, en la que el contagio de la COVID-19, ha desatado una pandemia y nos ha obligado a vivir en aislamiento social; ha sido vista como una tragedia, por el elevado número de muertes y los altos índices de contagio, sin mencionar las dificultades que social y económicamente ha dejado esta situación después de haber sido decretada la emergencia sanitaria. Deseo con ustedes, queridos lectores de LA VERDAD, reflexionar con algunos elementos que pueden enriquecer nuestra vida en estos momentos. Desde la antigüedad, la palabra CRISIS -especialmente desde los griegos- ha tenido un profundo significado que conduce necesariamente a pensar en las oportunidades. Vivimos una situación compleja que ha sido transmitida por los modernos medios de comunicación social. Esta amenaza ha destruido muchas vidas, abriendo escenarios muy complejos en la humanidad. Además, hoy suena con mayor fuerza la palabra “crisis”, desde todos los ámbitos: crisis de la salud, crisis económica, crisis laboral, crisis mundial, etc. Pero antes de ver la realidad con desánimo y frustración, nuestra fe en Dios nos reconforta, nos alienta y nos llena de esperanza porque nosotros “esperamos anhelantes en el Señor, él es nuestra ayuda y nuestro escudo, en él nos alegramos de corazón y en su santo nombre confiamos” (Sal 33, 20-21). Tenemos que leer con fe, con seguridad y confianza en Dios todos estos acontecimientos que nos afligen. Dicha confianza es una certeza espiritual que nos fortalece en estos momentos de tantas limitaciones (humanas y materiales) en los que somos más conscientes de nuestra fragilidad humana, ante la cual, todos estamos en el mismo nivel de vulnerables, pero con una “esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5). San Pablo vivió situaciones en las cuales sintió de cerca su fragilidad, pero pudo entender que en esa fragilidad era donde se hacía más fuerte porque solo le bastaba la Gracia de Dios: “Pero el Señor me dijo: «mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 9-10). Seguramente esta pandemia deber ser una oportunidad para reflexionar en muchos aspectos de la vida y la manera como la estamos asumiendo, nos debe llevar a entablar relaciones más fraternas sin distinción de raza, ideología, sino como lo quiere el Señor “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17, 21). Y por eso en este punto de la reflexión, quiero compartirles cuatro elementos que como enseñanza nos debe dejar esta pandemia: 1. Oración: Antes que nada, debemos intensificar nuestra vida de oración en los diferentes ámbitos: personal, familiar y comunitaria. Se nos ha dado el tiempo necesario para crecer en lo espiritual, para interiorizar, reflexionar, pero sobre todo para no perder nuestra relación íntima con Dios. Aunque los templos estén cerrados la Iglesia como Madre y Maestra no ha cesado de orar y se nos han abierto otras posibilidades de encuentro comunitario para vivir unidos en las parroquias. Muchos de nuestros sacerdotes se han esforzado por llegar a cada uno de sus hogares a través de las redes sociales, haciéndoles partícipes de la Santa Misa diaria, de manera que podamos siempre “orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1b). 2. Caridad: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14). Esta situación que vivimos es una oportunidad para sentirnos más hermanos, reconociendo el dolor del que sufre y no cuenta con lo necesario para vivir, ni con condiciones de vida elementales. Por ello es un tiempo para actuar desde la bondad y la generosidad de nuestro corazón con el fin de ayudar a aquel que más lo necesita e incluso ayudar a la Iglesia en sus acciones de caridad y en su labor social. Cuando pase esta emergencia, tendremos que incrementar la caridad, el servicio, la ayuda a los hermanos, para estar más cerca de los que sufren. 3. Responsabilidad: Es un tiempo donde debemos acatar y respetar todas las medidas de bioseguridad que las autoridades competentes nos han indicado, ya que el amor al prójimo también se concretiza en acciones puntales de protección y cuidado. El gesto más grande de amor al prójimo que podemos realizar es prevenir, acatando indicaciones de las autoridades para salvaguardar la vida y la integridad del otro. Este fenómeno, por ahora, no se superará fácilmente, tendremos que cuidarnos todos, ayudarnos y evitar su mayor difusión. 4. Servicio: Esta actitud por muy sencilla o simple que parezca aporta un gran dinamismo al desarrollo de nuestra región: Salud, comercio, transporte, educación, etc. A todos les invito a seguir el mandato del Señor que no vino para ser servido sino a servir (Cf. Mc 9, 35). En la comunidad, en nuestro entorno social, todos tenemos que dar nuestro aporte, con gran disponibilidad y constancia, pensando siempre en los altos valores y dimensiones que nos superan en la fragilidad humana. La Iglesia tiene que seguir dando su aporte, generoso, constante, virtuoso en esta gran necesidad que atravesamos como humanidad. No desfallezcamos en nuestro propósito. Esta situación grave es una gran oportunidad para ser más Iglesia, para vivir profundamente en esperanza, mirando a Jesucristo, Evangelio viviente del Padre. Que Nuestra Señora de Cúcuta interceda por cada uno de nosotros y San José, nuestro celeste patrono nos ayuden a crecer en el amor a Dios y al prójimo. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Mié 24 Jun 2020

La economía solidaria como opción de superación en la post pandemia

Por: Mons. César Balbín - Ante la situación inédita que estamos viviendo a raíz del Convid-19, pandemia que ha afectado al mundo entero, es necesario plantearse un escenario post pandemia, que nos lleve a pensar en categorías diferentes a aquellas que han prevalecido hasta ahora. Vivimos un tiempo de verdadera prueba. Es claro que nos enfrentamos a una de las más profundas crisis que haya sufrido la humanidad en muchos aspectos en los últimos siglos. Y es por esto por lo que debemos empeñarnos en recuperar lo que es esencial, especialmente tres elementos: la dignidad humana, el bien común y la solidaridad. El papa Francisco, en muy frecuentes intervenciones, nos ha dejado claro que la pandemia deberá ser una oportunidad para un cambio de mentalidad y de paradigma, donde conceptos preconcebidos, en muchas ocasiones egoístas, queden atrás y se propugne por una manera de ser y de estar en el mundo, totalmente nuevas. Es por ello por lo que es válido hacerse la siguiente pregunta: ¿Será pertinente que en América latina y en el mundo entero, se propugne por una economía solidaria, que es más inclusiva, después de la pandemia? Bien sabemos, también, que en este escenario de pandemia hay una disyuntiva entre la salud y la economía, en el sentido de que es necesario cuidarse y resguardarse, y por ello la cuarentena; pero que también es oportuno que los medios de producción sigan funcionando, de tal manera que se puedan seguir produciendo y adquiriendo los bienes y servicios necesarios para la subsistencia, tales como la alimentación, la salud, la vivienda, educación, y demás. Esta pandemia nos ha hecho ver nuestros egoísmos y también nuestras profundas limitaciones, lo mismo que lo endeble de los sistemas económicos, donde los beneficios no logran llegar a todos.Aquí bien vale la pena traer a colación las palabras del Señor al rico que pretendía construir aquellos grandes silos para almacenar el abundante grano de la cosecha: «¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?» (Lc 12, 20). Es esto se hace necesaria una reflexión sobre la importancia de propender por una economía solidaria que permee todas las capas de la sociedad y todos los pueblos, especialmente los más pobres, que en no pocas ocasiones quedan a merced de una economía capitalista y salvaje.Una economía solidaria que permita volver, de una manera novedosa y creativa, a mover la economía, especialmente la familiar, pero también la de los países, lo que redundaría en beneficio de todos. Las experiencias de economía solidarias que en nuestro continente se han dado deben ser «abonadas», de tal manera que germinen, florezcan y fructifiquen nuevas iniciativas, que la solidaridad nunca será estéril ni infecunda. Solo contemplar la Trinidad de Dios, y nos daremos cuenta de la fuerza de la solidaridad en favor de la humanidad entera. Reconociendo que la mayoría de nuestras cooperativas de ahorro y crédito, al menos en Colombia, surgieron bajo el cobijo y amparo de las parroquias y de los sacerdotes y así se fueron fortaleciendo, es necesario volver a tomar la iniciativa y prestar ese servicio a nuestros pueblos latinoamericanos, con la esperanza de un mundo mejor y más humano, siempre con colaboración de un laicado fuertemente comprometido. Retomemos las recomendaciones de Aparecida: La Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de algunos de sus miembros, ha dado testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y brindado su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el esfuerzo por promover su dignidad, y también en el empeño de promoción humana en los campos de la salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la tierra, cultura, vivienda y asistencia, entre otros. (DA 98). + Cesar Alcides Balbín Tamayo Obispo de Caldas - Antioquia

Sáb 20 Jun 2020

La Solemnidad del Corpus

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Estos días, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Preciosa Sangre de Cristo. Es la fiesta que conocemos habitualmente como el CORPUS. Una celebración que nos hace poner de frente al gran misterio de la Eucaristía. Don precioso que Dios nos ha regalado el Jueves Santo, en la última cena. En la Santa Misa revivimos y hacemos memoria de este mandato del Señor. Es un encuentro personal, directo y real con el Señor Jesús que nos salva y redime. El Señor ha deseado quedarse con nosotros en la Eucaristía para ser alimento, para ser bebida, pero de vida eterna, con sus mismas palabras (ver Juan 6, 51-58). En esta celebración rendimos culto público a Cristo, presente en la Eucaristía. Solemnemente proclamamos la presencia de Cristo en las especies eucarísticas y lo ponemos en el centro de nuestra comunidad, lo llevamos por las calles de nuestra ciudad simbólicamente. Poniendo a Cristo y reconociéndole como Señor. Este año tiene una connotación particular, pues no podemos hacerlo masivamente, no podemos salir en peregrinación, como tradicionalmente lo hemos hecho. Antes de la procesión, en la celebración de la Santa Misa celebramos el misterio de la muerte de Cristo, un sacrificio único por el cual Cristo “muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida” (Prefacio de Pascua I). Es una ofrenda, un sacrificio, que se ofrece en la Santa Misa. Podemos decir que esta fiesta tiene dos momentos, nos marca dos profundos horizontes y que nos permiten crecer espiritualmente. Nos hace entrar profundamente en el misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y nos hace valorar este sacramento de vida en el que participamos. Nos entra en la celebración en sí misma. En segundo momento, nos hace llevar a Cristo Eucaristía por el camino del mundo, desde que comenzó en Lieja, en Holanda, en 1264 esta tradición. Es como el camino del pueblo de Dios en el Desierto. La prueba y el hambre que es saciada por Dios con el maná, el nuevo alimento del cielo que es vida para los hombres. Dios está en el recuerdo de la historia de los hombres. La Eucaristía, nos hace participar de estas bendiciones de Dios, por la presencia misma de Cristo. En este día piadosamente ponemos la presencia de Cristo entre nosotros, lo llevamos como un tesoro precioso en el camino de la historia humana. Repetiremos con fe: Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Llevamos un Pan, no un pan cualquiera, el PAN DE VIDA; VIDA PARA EL MUNDO. Un pan que alimenta y da valor a los hombres para la lucha en el camino de la vida de fe. En el origen de esta fiesta, estaba la adoración: muchos no podían comulgar y adoraban, comprendían el misterio de la vida que se escondía en el PAN DE CRISTO, el Cuerpo de Cristo nos alimenta y nos sacia, nos da la vida eterna. Ha servido también para compartir, para vivir profundamente la caridad entre los hermanos. Se ponen bienes de alimentos, para que muchos puedan alimentarse gracias a la caridad. Cristo se hace PAN Y VINO para nosotros. En el marco de la celebración de la Pascua Judía, siguiendo un particular rito que comporta el uso del Pan Ázimo y del Vino, como signos particulares de la gracia y de la bondad de Dios para con su Pueblo, quiere quedarse con nosotros el Señor. En el Pan, se nos confía un “banquete de amor”, el “sacrificio nuevo de la alianza eterna”, miramos también y adoramos a Cristo presente en el vino, en su Sangre preciosa, que nos redime y nos salva. Es la sangre del cordero, inmaculado, limpio y puro que se ofrece por todos nosotros en el sacrificio de la cruz y que renovamos siempre en cada una de nuestras celebraciones. Esta fiesta está unida también a la fiesta de la Sangre del Señor, Sangre que nos redime y nos limpia, nos salva y nos pone nuevamente de frente al plan de Dios. La Iglesia como en un lienzo blanco y primoroso, recoge el Cuerpo de Cristo y su Sangre, para custodiarlos y repartirlos a todos como don de vida eterna. En estos dos alimentos, humanos y universales por excelencia, experimentamos el amor de Dios y su constante misericordia. En un poco de pan y en un poco de vino, recibimos el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo que nos nutren en el camino de fe y esperanza, viviendo nuestra vida cristiana, para acompañarnos hasta el cielo. Hermanos que aprendamos a ADORAR, a contemplar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía. Que todos reconozcamos la Victima santa y única que se ofrece sobre el altar. Que todos aprendamos a experimentar la presencia vivificante de Cristo en la Eucaristía, a recibirla piadosamente y anhelar poder celebrar prontamente, con las puertas de nuestros Templos abiertas para todos, protegidos por Dios en la precariedad de la vida. Adoremos devotamente la presencia de Cristo en las especies Eucarísticas. Bendito, alabado y adorado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mié 17 Jun 2020

Hipoteca inversa o Inversa la Hipoteca. A este vestido le falta tela

Por: Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas - Duflo y Banerjee, premios Nobel de economía, en su libro Repensar la pobreza, se plantean preguntas sobre la vida económica de los pobres: ¿Pueden los pobres pedir préstamos, ahorrar y asegurarse frente a los riesgos que afrontan? Considero que desde la realidad que vive el País, la respuesta es taxativa: No, a los pobres las entidades financieras no les gestionan préstamos y menos en tiempos de pandemia. En recientes pronunciamientos, el gobierno ha planteado implementar el negocio, porque es un negocio, no es un acto de solidaridad ni un proyecto de política social, la Hipoteca Inversa, que consiste en un modelo de préstamo hipotecario muy particular, que tiene como posibles clientes a las personas mayores de 65 años que sean propietarios de una vivienda; y según la modalidad escogida, si la hipoteca es de única disposición, el adulto mayor puede recibir la cantidad de dinero acordada por una única vez; pero como es negocio, la oferta se amplía y existe la disposición periódica en la cual se hacen desembolsos por un tiempo determinado o pueden concertar una tercera vía, las disposiciones periódicas vitalicias hasta la muerte de quienes son garantía en la hipoteca. Es una estrategia financiera, no obligatoria, pero para algunos atractiva, fascinante, seductora. De lo bueno no dan bastante, la hipoteca será exigible cuando el constituyente de la misma haya fallecido y de manera acuciosa, la entidad financiera inicia el proceso para liquidar la hipoteca a su favor. Ciertamente, estamos en una economía de mercado en la cual el pobre termina siendo más pobre y sus herederos inician de cero y cada día con menores posibilidades y la propuesta, encarnando la figura del Leviatán del Mediterráneo, arrasa con la historia familiar de generaciones que han adquirido su vivienda con inmensos esfuerzos y sacrificios, esa es la manera estratégica como el modelo económico multiplica pobres y reviste de “grandes oportunidades” negocios que acrisolan la riqueza de unos pocos o más aún, de los mismos de siempre. Es injusticia social que el sistema financiero busque ganancias en tiempos tan sombríos para las mayorías y que el Estado, llamado a salvaguardar la calidad de vida integral de los ciudadanos, asista y promueva negocios que le roban la esperanza a las grandes mayorías de la población. Aquí nos preguntamos, ¿qué sucede con los herederos que habitan la misma casa luego del fallecimiento del propietario? La respuesta es hipotética en cuanto que no ha sido emitido el decreto y la reglamentación del negocio, pero es de inferir, que les corresponde la propiedad de la vivienda y la deuda acumulada con la entidad financiera y en lógica comercial, tienen dos posibilidades, liquidar la deuda acumulada con el banco y sino tienen brazo financiero, -las mayorías no lo tienen porque ni empleo hay-, pueden financiar la deuda con una nueva hipoteca y en consecuencia, nuevos clientes y más ganancia para los de siempre. Aún falta quien diga, vendan la propiedad y con el importe de la venta, saldan la deuda de la hipoteca inversa y sino les alcanza, la entidad financiera instará a vender otras propiedades de la herencia, si existen. Este es el modelo existente en otras latitudes. Inversa la hipoteca de la injusticia social institucionalizada, es el imperativo categórico del pueblo a sus gobernantes, para abrir caminos de promoción humana integral, en la cual, todos puedan acceder a salud, vivienda y educación y no construir un falso bienestar sobre las cenizas de las viviendas de los pobres y necesitados. A este vestido le falta tela!!! Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas Ecónomo-Director Financiero Conferencia Episcopal

Mar 16 Jun 2020

El riesgo no dicho del distanciamiento social

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Que no se interprete el título de esta reflexión como una oposición o desconocimiento de la importancia y necesidad de esta norma para la prevención del Covid-19. Todo lo contrario. Reitero la urgencia del cuidado personal y colectivo para que “la velocidad del contagio del coronavirus” disminuya y cada individuo ni contagie ni sea contagiado. Uno de los riesgos es que con el pasar del tiempo lo que dicen las palabras “distanciamiento social” se haga más radical y nos deshumanice. Durante la cuarentena adquirió especial auge el uso de la tecnología con las redes sociales y la virtualidad, como forma de comunicarnos y de establecer una nueva forma de relaciones humanas. Numerosas son las plataformas a través de las cuales se hacen reuniones, se dan clases, se hacen negocios, y hasta se reza. El Papa Francisco llamó la atención sobre el peligro de “acostumbrarnos” a esta nueva forma de encuentro. Por otra parte, los profesionales de la sicología y la sociología describen el miedo con el cual las personas se relacionan con los otros. Lo llaman “síndrome de la cabaña”. De amigos, colaboradores, clientes, se pasa a ver en el otro un presunto contagiado, un peligro de enfermedad, etc. Es una reacción aparentemente normal, por el incremento de noticias e informaciones de todo tipo: Que el Coronavirus o Covid-19 tiene origen animal, que fue producido en un laboratorio y que por error se difundió, que son las antenas de la nueva tecnología 5G el que lo produce, que es una estrategia para consolidar el nuevo orden mundial, que es una forma de depurar la población, haciendo que mueran los ancianos y los que tienen morbilidades o enfermedades graves, que es un desarrollo o mutación de otros virus como el ébola, el chikungunya o el VIH, que es un castigo de Dios, que es la venganza de la naturaleza por el daño que el ser humano le ha hecho, que está en todas partes, que la vacuna está muy cerca, y un largo etc. que lo único que genera es temores, soledades e incertidumbres. ¿Y quién tiene razón? Si la expresión “distanciamiento social” se normaliza como estilo de vida, se corre el peligro de dejar de ver en el otro al hermano, al conciudadano, a la persona con la que igualmente estamos llamados a hacer parte de la casa común. Wilhelm von Humboldt dice que “en el fondo, son las relaciones con las personas lo que da sentido a la vida”. Y es cierto. Por eso la mejor expresión, que recoge el mismo objetivo del cuidado de contagio, podría ser “distanciamiento preventivo”. La expresión distanciamiento social, literalmente hablando, lleva de manera inconsciente a la separación, al egoísmo, a la ruptura con el otro, al ver al otro como lejano y no como prójimo (próximo). La “nueva normalidad” de la vida, orientada a la “reinvención” en todos los campos ha de tener en cuenta, como dice Stephen Covey, que “la tecnología reinventará los negocios, pero las relaciones humanas seguirán siendo la clave”. Eso no se puede perder. Es también importante tener en cuenta lo que el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in Veritate del 2009 afirmó: “la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos” (n.19). Es un llamado de atención siempre actual. Jesús hizo de su cercanía, de su proximidad a todos, una fuente de salvación, de curación. Él tocaba a los leprosos, untaba los ojos de los ciegos con saliva para devolverles la vista, tomaba de la mano a los enfermos y paralíticos, levantó a los que decían que estaban muertos. Y al dejarse tocar curaba a quienes tenían esta oportunidad. La cercanía con prevención, hace que el otro se sienta persona, importante, valorado, y no que se sienta como un enemigo o un intruso. Es mejor apropiarnos del término “distanciamiento preventivo” como una forma de evitar el contagio, pero a la vez de cuidar al otro. No me distancio del otro por miedo, sino por amor y respeto. Porque no quiero hacerle un posible daño, me distancio del otro. Pero ese distanciamiento es físico, no espiritual. Será temporal no definitivo, porque, confiando en Dios, los abrazos, los besos, los aplausos, los cantos, los bailes, el compartir fraterno en el deporte y en la oración comunitaria volverán a ser la rutina de la verdadera normalidad. El ser humano está llamado naturalmente al encuentro, a las relaciones que consolidan el afecto, la solidaridad y el amor. Por eso, al menos por ahora, practiquemos con responsabilidad el distanciamiento preventivo. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali