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Opinión

Lun 23 Nov 2020

El desperdicio de alimentos: una herida sangrante

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El recrudecimiento de la pandemia en curso está generando ingentes desafíos a la seguridad alimentaria en muchos países, así como crecientes obstáculos para el abastecimiento de los comercios con productos agrícolas, pesqueros y ganaderos. Las medidas de cuarentena, las interrupciones en las cadenas de suministro, el cierre de fronteras, las trabas en el desplazamiento de la población y otra serie de iniciativas han contribuido a que muchos productos queden en la mar o en el campo y no lleguen a los distribuidores, o no encuentren mercados a los que abastecer, por lo cual terminan perdiéndose. En algunas naciones se llegó incluso al desabastecimiento en los supermercados, los cuales tampoco podían regalar comida a unos bancos de alimentos ya de por sí diezmados por una demanda creciente a causa del alza del desempleo. Por otra parte, las compras frenéticas o compulsivas y una cierta variación en el hábito de consumo durante el confinamiento causaron un gran desperdicio alimentario. Si la pérdida de alimentos se asocia a las regiones del sur del mundo, nuestro hemisferio contempla en mayor medida el derroche alimentario, una lacra que, si todos pusiéramos de nuestra parte, dejaría de existir o se vería aminorada de modo considerable. En efecto, en nuestros pueblos y ciudades, sonroja ver montones de comida tirada en la basura, a la vez que va incrementándose el número de personas que no tienen lo necesario para llenar su estómago. Conviven individuos que no pueden alimentarse ni sana ni suficientemente junto a otros que malgastan y derrochan sin control. Nos deberíamos avergonzar de esta atroz contradicción, sobre todo si traemos a colación tantos niños como mueren de hambre diariamente en el mundo. Es un escándalo que clama al cielo pidiendo justicia, como la sangre del Abel (cfr. Gen 4,10). El despilfarro de alimentos es un triste fenómeno que ha de interpelar nuestras conciencias y resolverlo compete a todos. Las cifras hablan por sí solas. Si pensamos en el entorno que nos circunda, según estudios atendibles, España es el séptimo país de la Unión Europea que más comida dilapida. De media, cada persona arroja al vertedero unos 179 kilos de comida al año. Importante es no ignorar que, de todos los alimentos desechados, aproximadamente 1,2 millones de toneladas son aptos para el consumo. Las estadísticas señalan además que hasta 98 millones de toneladas de alimentos se despilfarran anualmente en la Unión Europea. Según la FAO, más de 690 millones de personas sufren desnutrición en el mundo. Otras fuentes ilustran este dato informando que en torno al 9,6% de la población europea no alcanza a comprar comida de calidad cada dos días. Desconcierta saber, en fin, que el 20% de los alimentos producidos en el viejo continente se desperdicia, con un coste económico estimado en 143.000 millones de euros. Si ahondamos en el problema, observamos que el derroche de alimentos no solo supone prescindir irresponsablemente de comida, una comida que, bien utilizada, podría servir para aliviar las necesidades nutricionales de quienes lo precisan. Entraña también echar por la borda mucha mano de obra, usada inútilmente para producir alimentos que a la postre acaban desperdiciados. Significa igualmente un empleo innecesario de recursos que no son ilimitados, sino más bien escasos, como la tierra, el agua y la energía. Pero el impacto del despilfarro alimentario no es solamente cuantificable desde la perspectiva financiera. El medio ambiente es otro de los grandes afectados por los desperdicios de alimentos, ya que su producción conlleva la utilización de fertilizantes y pesticidas. Esos ingredientes menoscaban enormemente nuestro planeta, ya bastante vapuleado por otros efectos nocivos del cambio climático: por cada kilogramo de alimento producido, 4,5 kg de dióxido de carbono (CO2) va a la atmósfera. Permanecer impasible ante esta grave temática, o reputarla como una cuestión que no nos afecta, es ciertamente erróneo. Los medios de comunicación, la escuela, pero sobre todo la familia, han de sensibilizar a la opinión pública para encarar muy en serio un problema que depende, en gran medida, de haber recibido una educación correcta, que otorgue a los alimentos el valor que realmente tienen. Nadie, pues, puede contentarse con ser un mero espectador en la lucha contra el derroche de alimentos, siendo una herida que supura, perjudicando sin piedad a multitud de personas, especialmente a los pobres y vulnerables de la sociedad. A este respecto, pocos meses después de ser elegido Sucesor de Pedro, el papa Francisco, en la audiencia general del 5 de junio de 2013, hablando de la cultura del descarte, dijo sin medias tintas que “nos hemos hecho insensibles al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre!”. Por tanto, poner fin a una mentalidad caprichosa en el uso de los alimentos, que los desdeña sin ningún miramiento, ayuda a combatir también el desprecio a las personas cuando estas ya no son útiles, son ancianas o están enfermas, han perdido su apariencia o se han vuelto frágiles y débiles. El asunto no es de poca monta: de hecho, sabemos que se desperdicia un tercio de los alimentos producidos para consumo humano en todo el mundo, es decir, unos 1300 millones de toneladas anuales. Esta cantidad sería suficiente para dar de comer al menos a unos 2.000 millones de personas en nuestro planeta. En este sentido, el día 18 de noviembre de 2019, el Santo Padre, en su Mensaje con ocasión de la apertura del segundo período ordinario de sesiones de la Junta Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, denunciaba sin ambages que “el derroche de alimentos lacera la vida de muchas personas y vuelve inviable el progreso de los pueblos. Si queremos construir un futuro en el que nadie quede excluido, tenemos que plantear un presente que evite radicalmente el despilfarro de comida. Juntos, sin perder tiempo, aunando recursos e ideas, podremos presentar un estilo de vida que dé la importancia que merecen a los alimentos. Este nuevo estilo consiste en estimar en su justo valor lo que la madre Tierra nos da, y tendrá una repercusión para toda la humanidad”. Ante semejante panorama, ¿cuál puede ser nuestra contribución personal? Todo tiene que arrancar de una convicción: no podemos seguir adelante con un estilo de vida que contemple el despilfarro de alimentos como algo normal, sin importancia. Es fundamental un cambio de paradigma en el plano económico, ecológico, educativo y social, que potencie la convergencia de medidas internacionales, estatales, regionales, locales y, en particular, individuales, con el fin de zanjar una problemática que tiene terribles secuelas negativas. Se trata de identificar vías y modos que, afrontando sensatamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de generosidad con los más necesitados. Sin afán de ser exhaustivos, apunto algunas pistas para focalizar el asunto y atisbar soluciones al mismo. Primero, en el ámbito personal y familiar. Hemos de subrayar que los alimentos se despilfarran en todas las fases de la cadena de alimentos (producción primaria, procesamiento, venta, servicios de comida, etc.), pero es en el marco hogareño donde más se desperdicia. Contrarrestar esta tendencia es una obligación, algo verdaderamente imprescindible. Para ello es cuestión de no olvidar acciones tan sencillas como cocinar cantidades pequeñas, reutilizar las sobras, comprar solo lo necesario, no dejarse llevar por las apariencias (para desechar “frutas feas”, por ejemplo), revisar el refrigerador, consumir primero los alimentos más antiguos, entender las etiquetas de fechas (“consumir antes de”, “consumir preferentemente antes de”, “fecha de caducidad”), compostar y donar los excedentes a instituciones que harán buen uso de ellos. En segundo lugar, hemos de apoyar a las entidades sociales y organizaciones no gubernamentales (ONG)que están plantando cara al desperdicio de alimentos de forma creativa y eficiente, intentando salir al encuentro de quienes lo precisan. En este apartado es justo incluir asimismo los esfuerzos que están llevando a cabo muchos comedores promovidos por parroquias, institutos religiosos, grupos juveniles y asociaciones cristianas para redistribuir alimentos. Y esto, en muchas ocasiones, contra viento y marea, incitados por la fantasía y la pujanza que nacen del amor desinteresado, venciendo burocracias agobiantes, sin reparar en cansancios o cortapisas. Remediar el derroche de alimentos pasa, pues, por la conjunción de medidas individuales, pero también comunitarias e institucionales. En tercer lugar, en la lucha contra el despilfarro las empresas ocupan un puesto de relieve. En numerosos centros industriales, restaurantes, grandes superficies y supermercados, por ejemplo, se están poniendo en marcha “auditorías de desperdicios” que permiten ser mucho más eficaces en la gestión de los recursos. Por el lado del consumidor, algunas aplicaciones permiten, a través del teléfono móvil, encontrar comida sobrante de restaurantes a precios rebajados. En comercios de alimentación de diversos países, se está implantando la costumbre de vender las frutas, verduras y hortalizas por unidades y no por paquetes o manojos. Se ha comprobado que de esta manera se reduce el desperdicio de alimentos en torno al 25%. El papel de las ONG de consumidores ha sido muy relevante a la hora de lograr estos avances. Un cuarto aspecto nos lleva al terreno político y legislativo. En estos momentos, determinados países cuentan con leyes que prohíben a los supermercados, a los hospitales y a los hoteles tirar o destruir alimentos. En lugar de eso, están obligados a cederlos a diversas organizaciones benéficas, que son las encargadas de distribuirlos entre las personas y familias necesitadas. Sería esta una iniciativa que habría que generalizar y ampliar más todavía por el beneficio que comporta. Finalmente, están los organismos internacionales y, entre ellos, el Programa Mundial de Alimentos, que lanzó la campaña global Stop Desperdicio. En el Mensaje enviado el 18 de noviembre de 2019 a esta agencia de las Naciones Unidas, con ocasión de la apertura del segundo período ordinario de sesiones de su Junta Ejecutiva, el Papa se refería a ella con estas palabras: “Deseo que esta campaña sirva de ayuda a quienes en nuestros días sufren las consecuencias de la pobreza y pueda demostrar que, cuando la persona ocupa el centro de las decisiones políticas y económicas, se afirma la estabilidad y la paz entre las naciones y crece por todas partes el entendimiento mutuo, cimiento del auténtico progreso humano”. En definitiva, el desperdicio de alimentos constituye una cuestión de conspicua envergadura, que exige implementar inteligentemente acciones que la aborden desde su raíz, sin superficialidades, sesgos o negligencias. Es por eso que, en 2019, la LXXIV Asamblea General de la ONU designó el 29 de septiembre como el Día Internacional de Concienciación de la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. Este año 2020 ha sido la primera vez que se ha celebrado esta jornada con el fin de fortalecer nuestra responsabilidad en el consumo adecuado de los alimentos, evitando malas prácticas y decisiones, como el derroche alimentario. En este terreno cada uno de nosotros podemos hacer algo para impedirlo. Como recuerda el papa Francisco, “una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas” (Laudato Si’, n. 230). Si nos mentalizamos auténticamente, si unimos ideas y voluntades y redoblamos nuestro compromiso, afrontando sin improvisaciones el despilfarro de alimentos, este flagelo quedará relegado al pasado y podremos construir un presente más justo, que abra las puertas a un futuro en donde todos puedan comer de forma digna, sana y nutritiva. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Sáb 21 Nov 2020

Jesucristo, Rey – Pastor

Por: Mons. Omar Mejía - La celebración de la Santa Misa de hoy tiene dos particularidades: Celebramos el último domingo del tiempo ordinario y la solemnidad litúrgica de Nuestro Señor Jesucristo, rey del universo. El Santo evangelio (Mt 25, 31-46), nos ofrece para nuestra meditación un texto fundamental para nuestra vida cristiana. En su conjunto la Palabra de Dios el presente domingo nos ofrece la oportunidad de contemplar la acción de Dios manifestada en la segunda persona de la Santísima Trinidad: Jesús Nuestro Señor, rey del universo. En dos palabras sintetizamos el mensaje de hoy: Dios es: Rey – Pastor. Escuchemos el inicio del santo evangelio: “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda”. Según el evangelista San Mateo, esta narración bíblica es la última enseñanza magistral que realiza Jesús, nuestro Rey y Pastor. Quizás al evangelista le interesa que a su comunidad le quede grabada en su mente la acción misericordiosa, compasiva y cercana de Jesús nuestro Señor. Pero también le interesa dejar en la mente de su comunidad la necesidad de asumir la vida cristiana con responsabilidad frente al cuidado de los más pequeños y necesitados. No cuidar de los pequeños es un acto de injusticia que puede ser juzgado por el mismo Dios como una falta de misericordia y compasión. Dios es el Rey del universo y como rey se sienta en su trono y posee toda la autoridad de juzgar nuestros actos; pero, a su vez, Dios es también Pastor y como Pastor cuida de su pueblo. Escuchemos nuevamente lo que hemos proclamado en la primera lectura: “Esto dice el Señor Dios: Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré, como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré” (Ez 34,11-12). Fijémonos en una expresión sumamente interesante en el texto: “Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré”. Cuidar es lo propio de una madre y lo propio de un médico, de una enfermera (o). Cuidar es lo propio del rey. El rey cuida su imperio. El pastor cuida sus ovejas. Por más sencilla que sea nuestra vida, todos tenemos algo que cuidar. Debemos cuidar nuestra vida, nuestra salud, nuestra vocación, el trabajo, nuestros bienes… El evangelio muy concretamente nos invita a cuidar nuestra salvación y hemos de hacerlo, a través de las obras de misericordia. Escuchemos la Palabra: “Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a verme”. Notemos con atención la naturaleza de estas seis obras de misericordia: comida, bebida, acogida, ropa, cuidado, visita. Todos por más pobres que seamos tenemos el potencial para proveer este tipo de misericordia. No necesitamos ser ricos para comprar un pastel y una gaseosa para una persona hambrienta. No necesitamos ser enfermeros (as) para visitar una persona enferma, basta simplemente poseer la sensibilidad y la voluntad de hacerlo. No necesitamos ser misioneros para visitar un prisionero en la cárcel, es suficiente ser sensibles frente a la soledad y el agobio que siente un prisionero. Las obras que se ven recompensadas según el santo evangelio están al alcance de todos. Estas obras de misericordia son demasiado sencillas y no necesitan de grandes sacrificios de parte de quienes las practican, pero sí dan un alivio inmenso a quienes reciben la misericordia. Cuidar nuestra vida y cuidar la vida de los demás, es una gran tarea. Cuando cuido mi vida, cuido la vida de los demás. Quien no es responsable con su propia vida, tampoco es responsable con la vida de los demás. Quien cuida, busca, apacienta, recoge, ánima, acoge al descarriado, venda las de heridas quienes están sufriendo. Quien cuida, cura, fortalece, da esperanza… Dios, nuestro Rey – Pastor, cuida de nosotros, el secreto está en que nos dejemos cuidar de Él. El Salmo responsorial nos acaba de decir: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar. Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tu vas conmigo, tu vara y tú cayado me sosiegan”. “Tu vas conmigo”. Dios siempre va con nosotros. Escuchemos lo que nos dice la Palabra de Dios: “Señor, tú me examinas y conoces, sabes si me siento o me levanto, tú conoces de lejos lo que pienso. Ya esté caminando o en la cama me escudriñas, eres testigo de todos mis pasos” (Sal 139,1-3) (138). El único que realmente nos conoce en la integridad de nuestro ser es Dios. Por eso dice la Palabra: “Bendito el hombre que confía en Dios, maldito el hombre que confía en el hombre” (cf Jr 17, 1-13). Hermanos, ante la crisis que vivimos toda nuestra confianza debe estar centrada en Dios. Para los que aman a Dios todo les acontece para su bien. Las personas de fe, de las grandes crisis sacan grandes enseñanzas. El tiempo presente es un momento oportunísimo para rescatar con fuerza las obras de misericordia. La Palabra de Dios del presente domingo nos invita a la solidaridad universal, pero, se trata de una solidaridad que se particulariza en el ejercicio de la caridad hecha real y concreta en personas especificas, en seres humanos concretos que necesitan de nuestra ayuda. También el santo evangelio de una manera particular nos invita a realizar un buen examen de conciencia, escuchemos: “Apártense de mí, malditos vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron”. La caridad se ejerce en lo concreto, en los espacios de la vida cotidiana. Allí donde hay un hermano que sufre necesitan de mi presencia. “Obras son amores y no buenas razones”. La Palabra de Dios nos invita hoy a revisar nuestros pecados de omisión. ¡Cuantas veces Dios se nos hace presente a través de un hermano que sufre y nosotros pasamos de largo! El Rey – Pastor nos conoce y observa con dolor cómo muchas veces nos convertimos en machos cabríos e indomables. Quienes en el juicio final son declarados malditos, se debe a su falta de caridad, una falta que entre otras cosas, como nos lo presenta el evangelio, a veces pasamos de una manera desapercibida. Escuchemos la Palabra: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Y él les replicará: En verdad les digo: lo que no hicieron con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo”. Uno de los pecados más graves es el pecado contra la caridad. Pongamos atención porque, con mucha facilidad faltamos a la caridad, pensemos, por ejemplo, en el chisme, la calumnia, el asesinato, el aborto, el homicidio, el mismo suicidio. El don más grande que Dios nos ha regalado es la vida, de tal manera que una falta contra la vida es una falta contra la caridad. El Rey – Pastor que cuida…, con dolor observa cómo sus hijos se alejan de Él, cuando no ejercen la caridad con sus hermanos los más humildes. El Rey – Pastor, ante la realidad del pecado de la humanidad, tiene que pronunciar una sentencia de condena: “Apártense de mi, malditos…” Hermanos, la mayor gloria de Dios es el hombre, la mayor gloria del hombre debería ser Dios. ¿Cómo glorificar a Dios?, según nos narra el evangelio, glorificamos a Dios, rindiéndole tributo de adoración y sirviendo generosamente a nuestros hermanos. Cuando servimos con honestidad y rectitud de corazón a los hermanos estamos dando gloria a Dios. La Palabra nos dice: Cuanto hicieron a dejaron de hacer a uno de estos mis hermanos más pequeños a mi me lo hicieron o a mi me lo dejaron de hacer. La enseñanza es que el reino de los cielos, la vida eterna, la vida en Dios, nos la granjeamos todos los días y en los pequeños detalles de cada jornada (Sólo por hoy y con la gracia de Dios). La crisis que vivimos en la actualidad es una gran oportunidad para ejercer la caridad y la misericordia al estilo de Jesús Rey – Pastor. En las actuales circunstancias que vivimos, tengamos en cuenta tres actitudes básicas: Presencia, discernimiento, orientación. Estimados sacerdotes: presencia, discernimiento y orientación. El pastor conoce a sus ovejas, las defiende, las cuida y si es necesario da la vida por sus ovejas. Queridos padres, presencia en sus parroquias, dedicación. Nuestros feligreses nos quieren y nos necesitan al cien por ciento pastores. Religiosas (os), presencia, discernimiento, orientación. El religioso (a) es signo de la presencia de Dios entre nosotros. El religioso (a) es fiel a su vocación cuando ejerce la caridad como misión primaria en el ejercicio de su vida consagrada. Educadores: presencia, discernimiento, orientación. Estimados maestros y maestras, dice San Juan Bautista de la Salle: “Quien desconoce a Jesucristo no puede ser maestro”. Por favor, estén al lado de sus alumnos, hoy más que nunca los necesitan maestros, maestros al cien por ciento. Ustedes son guías, acompañantes y orientadores, ustedes son la luz que ilumina la vida de muchos jóvenes. No se dejen robar la ilusión de luchar por un mundo mejor. Padres de familia: presencia, discernimiento, orientación. Sus hijos aprenden más por lo que observan que por sus palabras; sean rectos y honestos en la vocación de ser los heraldos de la verdad, de la justicia, de la paz, y la fraternidad. Sus hijos los necesitan exigente, pero cercanos. Gobernantes: presencia, discernimiento, orientación. El pueblo ha confiado en ustedes, el pueblo los necesita limpios de corazón, sin ambiciones, dedicados al servicio, amables y cercanos. El pueblo está cansado de falsas promesas. El pueblo los necesita dedicados y pulcros en la administración de los bienes públicos. Utilizando las palabras de Papa Francisco, estimados gobernantes, trabajen incansablemente por la “amistad social”. La misericordia debe ser ilimitada, como son ilimitadas las necesidades Mateo 25, 31- 46 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a verme. Entonces los justos le contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: En verdad les digo que cada vez que lo hicieron con uno de éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron. Entonces dirá a los de su izquierda: Apártense de mí, malditos vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron. Entonces también estos contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Y él les replicará: En verdad les digo: lo que no hicieron con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo. Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.

Mar 17 Nov 2020

La Jornada Mundial de los Pobres

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid- Ha querido el Papa Francisco que uno de los domingos del año se dedique a pensar y actuar en favor de los pobres, ha establecido esta jornada que hoy celebramos, para que miremos a los pobres, a los vulnerables, a los que en medio de esta sociedad tienen ingen­tes necesidades, fruto de la inequidad de nuestro contexto social. Este domingo, 15 de noviembre, se tendrá esta oportunidad de pensar en esta rea­lidad dramática e iluminarla desde la fe. Pero, sobre todo, nos tiene que ani­mar a tener gestos y acciones que toquen las necesidades de los pobres. “La hermana pobreza”, la llamaba san Francisco de Asís, debe ser acogida y recibida en un espíritu de libertad, de gozosa generosidad, de aprecio por lo que se posee descartando la obsesión de convertirnos en acaparadores de bienes, trabajando para tener lo que se posee con sentido fraterno, con visión generosa, con esa luz de esperanza que recibe la vida cuando hay mucho más gozo en dar que en recibir. El mundo en el cual vivimos, es un mun­do que ha resaltado el bienestar, el consu­mo, el derroche, hemos vuelto absolutos los bienes materiales, casi como objeto de nuestra vida, la razón última del trabajo y de la acción humana. La situación con­creta de la COVID-19 ha desnudado aún más la pobreza. En el Evangelio de Jesucristo, la pobreza es un don, no una limitación. Es don por­que nos da la oportunidad de encontrar en el necesitado, el rostro mismo de Dios, porque nos permite descubrir que en el hermano que sufre no hay, como lo pre­tenden tantos sistemas económicos, una deplorable situación, sino que en el cora­zón del pobre encontraremos siempre la oportunidad de escuchar el reclamo divi­no que nos pide que nos olvidemos de esa conquista desaforada de bienes y riquezas que esclavizan y nos dediquemos, mejor, a encontrar el modo más efectivo de ca­nalizar todas las oportunidades para que el que experimenta esta realidad, pueda ser restituido a la dignidad propia del ser humano. En el Antiguo Testamento en­contramos grandes enseñanzas sobre los pobres (Cf. Ex 21, 16; 22, 20s.25s; Lev 19, 13s). Sería objeto de una gran profun­dización de nuestra parte para un creci­miento espiritual, el ser “pobres”, según el corazón y la voluntad de Dios. ¿Cómo se ha desfigurado el concepto de pobreza? A veces se la instrumentaliza para ha­cer del necesitado “el caldo de cultivo” de tantas doctrinas que buscan generar el caos y transforman el justísimo recla­mo de solidaridad con el necesitado en una manipulación del que debería ser asistido con amor, para convertirlo en un feroz perseguidor de sus hermanos, para seguir­lo humillando en vez de socorrerlo, para seguirlo explotando y hundiendo en la miseria. En nuestro contexto ha sido usada la pobreza para fortalecer la confrontación social y, no en cambio, la oportunidad de trabajar para sacar a muchos de esta situación de dolor y necesidad. La auténtica pobreza es discreta, no se disfraza, no humilla al otro recordándole a cada instante su miseria y su dolor, por­que solo se acerca al que necesita para dar con amor, para expresar el gozo de la vida en la sobriedad digna con la que no repar­timos, sino que compartimos, en la que no entregamos, sino que nos damos con el alma al que el mismo Dios nos pone en el camino para que lo colmemos primero de amor y de bondad y luego saciemos su necesidad. La pobreza es una gran realidad en la Diócesis de Cúcuta, una ciudad con grandes retos de pobreza y necesidad, co­menzando por el desempleo y la falta de recursos para muchos. La pobreza que Dios quiere que socorra­mos y asistamos con amor, es aquella rea­lidad de una humanidad en la que muchí­simos hermanos nada tienen, porque otros tantos han acaparado las posibi­lidades y las oportunidades. Tenemos delante de nosotros a los emigrantes, a los retornados colombianos, a los que no tie­nen empleo, a los que ancianos no tienen una pensión, a los niños que no tienen lo necesario para vivir. Hay un constante crecimiento de este cua­dro doloroso entre nosotros, mientras que la indiferencia culpable de los poderosos de este mundo, se alejan del deber de compartir con amor y de dar con genero­sidad, sobre todo teniendo como certeza que, al final nada podremos llevarnos a la eternidad y que el tesoro que guardamos en el cielo no son los bienes de este mundo sino la generosidad con la que hayamos salido al encuentro del hermano que sufre y del que tantas veces se ha olvidado el mundo. Los pobres son el gran tesoro de la Iglesia, nos enseñó San Lorenzo, diácono, al inicio de la predica­ción del Evangelio. La Iglesia ha sido siempre maestra en el servicio a los pobres. No en vano es la única institución humana en la que la so­lidaridad deja de ser un acto filantrópico para convertirse en un acto de amor pro­fundo y cercano que ilumina la vida, que alimenta física y espiritualmente a quien asistimos con sentimientos convencidos y claros que nos hacen ver en el que sufre al mismo Cristo. Es la caridad de Cristo que nos urge, enseña San Pablo (Cf. 2 Cor 5, 14). Cuánto nos convendría aplicar constan­temente el criterio con el que seremos juzgados: “tuve hambre y me diste de co­mer, tuve sed y me diste de beber” (Mateo 25.35 ss.), porque nuestra caridad no es­pera otra cosa que llenar las manos vacías con la doble ración amorosa del pan que calma el hambre y del amor con el que se ofrece al necesitado el mismo corazón. Hemos tratado en nuestra Iglesia Particu­lar de servir a los pobres, con tantas ini­ciativas: la primera, la Casa de Paso ‘Di­vina Providencia’; el Banco Diocesano de Alimentos (BDA), que ha entregado desde hace más de 20 años alimentos a los pobres. Las parroquias han servido a los pobres y necesitados; la Fundación Asilo Andresen que atiende a niños ne­cesitados; la obra de tantas religiosas que con amor acuden a los ancianos en el asilo de los ancianos regentados por las Hermanitas de los Ancianos Desam­parados y las misioneras de la Santa Madre Teresa de Calcuta, y tantas otras comunidades de religiosos y religiosas dedicados a la educación. Injusto será negar la acción de la Igle­sia. Somos, gracias a Dios, maestros en caridad, porque sabemos dar, sabemos ofrecer amor, sentimos que, en un miste­rio admirable, el mismo Cristo al que so­corremos con amor en tantísimas obras, de las que Cúcuta y su Iglesia pudiera ofrecer la muestra más viva, es que nun­ca dejará que se vacíen los graneros del corazón para seguir dando amor y nunca se vacíe la despensa con la que calmamos el hambre material mientras anunciamos que es Dios el que nos hizo ministros de amor y de su misericordia. Cada uno de nosotros puede tener algún gesto concreto con los pobres, en esta Jornada, pensemos en nuestros vecinos ancianos, enfermos, pobres, excluidos, los presos, que les ayudemos siempre, inspirados en el amor de Cristo. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 13 Nov 2020

Por tutela retiran piezas religiosas de la Gobernación del Valle del Cauca

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Se está volviendo reiterativo el hecho de querer imponer un pensamiento religioso, desconociendo algo que es muy claro en Colombia, “el hecho religioso católico” de un país que por siglos se ha ido consolidando en los cimientos del Evangelio y del humanismo cristiano. “La decisión obedece a una tutela en la que se argumentó que, en el edificio se estaba violando el derecho fundamental de laicidad del Estado” (Periódico El País, nov. 7 de 2020, A10). Según se pudo comprobar, en un espacio pequeño en que había un oratorio, se tenían el Sagrario con Santísimo sacramento y dos imágenes muy queridas por los vallecaucanos: el Cristo Milagroso de Buga y la imagen del San Juan Pablo II, especialmente. Me vienen unas series de preguntas que considero oportuno compartirlas: ¿Qué entienden los jueces y algunas personas por “Estado laico”? ¿Acaso la laicidad madura no implica el respeto de los credos de los demás? ¿Entonces la ley de libertad de cultos y expresiones religiosas que nos honramos de tener en nuestra constitución en qué queda? ¿Será que la presencia del Sagrario con la Eucaristía y una imagen de tanta tradición como la del Milagroso de Buga, afecta la conciencia y va en contra de los principios de las personas, creyentes o no? ¿Qué daños hacen la Eucaristía y la imagen del Señor de los Milagros? ¿Por qué se busca privatizar la fe de los creyentes restringiéndola solo a lo íntimo de cada uno? ¿Se tiene presente cuántos son los servidores públicos, en este caso de la Gobernación del Valle, que profesan la religión católica? ¿No podrán ellos reclamar su derecho a la libre expresión de la fe y a tener derecho a un lugar digno donde hacer oración y recuperar las fuerzas ante las dificultades y retos que deben afrontar en todo momento? ¿Pueden los accionantes demostrar que la Gobernadora o alguno de los servidores de la gobernación católicos, imponen su fe a quienes atienden en sus oficinas? ¿A alguno han “obligado” asistir una ceremonia religiosa? ¿Qué se está buscando con esta estrategia? ¿Será que se está preparando el terreno para imponer un día a los trabajadores del Estado a que renieguen de su fe católica o asuman un agnosticismo radical? Ante tantos problemas realmente graves y urgentes por los que atravesamos actualmente, ¿cómo entender que los jueces interpreten como un derecho fundamental estas querellas, con el tiempo que realmente quitan a las administraciones y a ellos mismos? ¿Si fuera claro, acaso no se está así vulnerando el derecho fundamental de culto a los que lo profesan lícitamente?. En la reciente encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco de nuevo convoca a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a trabajar por el respeto mutuo, a valorar al otro, a reconocer que en la diferencia hay riqueza. Frente al tema del respeto de las tradiciones religiosas, de cualquier credo, y en particular de las convicciones cristianas, dice el Papa, primero, que “El culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y el compromiso amoroso por todos” (FT, 283), y, segundo, que “los cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría (y en Colombia no lo somos, pero a veces nos tratan como minoría), se garantice la libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos allí donde ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones” (FT, 279). Como Obispo católico, en nombre de quienes hacemos parte de la Iglesia católica, invito a que en vez de gastar tiempo y energías en este tipo de declaraciones, tutelas y sentencias judiciales, trabajemos juntos, sabiendo que, como también lo dice el Papa Francisco, “esa libertad religiosa proclama que podemos encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes; atestigua que las cosas que tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios” (FT, 279). En este caso la tutela fue contra la Gobernación del Valle del Cauca, pero los afectados son los ciudadanos que profesan la fe católica, comenzando por la Gobernadora, a quien se le quiere impedir que viva y exprese coherentemente sus convicciones de fe, tal como se quiso hacer con el Presidente de la República, en el caso de la Imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y su presencia en la Eucaristía en honor del Señor Caído de Monserrate. Mañana, Dios no lo quiera, se buscará entutelar al Señor de la historia y del mundo, pues su existencia, que nada ni nadie puede negar, es escándalo y necedad para algunos. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mié 11 Nov 2020

Concretar acciones al servicio de los pobres

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - Con cierta frecuencia, a propósito de las enseñanzas de la Iglesia y, más en particular, de los documentos pontificios, algunas personas parecen tener la sensación de que son textos demasiado genéricos. Bonitas palabras, pero difíciles de llevar a la práctica. Esta impresión se difumina leyendo el magisterio del papa Francisco, colmado de ejemplos sugerentes y de retos específicos. En estos párrafos quiero evocar algunas de las concreciones que el Obispo de Roma ha formulado en sus dos últimas encíclicas: Laudato Si’ (LS), sobre el cuidado de la casa común, de 2015, y Fratelli Tutti (FT), sobre la fraternidad y la amistad social, de 2020. Son pautas que nos llevan a compartir, a vencer nuestro egoísmo y salir de nosotros mismos para auxiliar a quienes se hayan sometidos a pruebas diversas. Pueden servir para celebrar con genuino provecho la IV Jornada Mundial de los Pobres. Esta iniciativa, alentada por el Santo Padre con entusiasmo y ardor, coincide con el 33º domingo del Tiempo Ordinario. Esta vez tiene lugar el 15 de noviembre próximo y es una llamada imperiosa a tender la mano a los menesterosos. Recordando la distinción clásica entre las obras de misericordia corporales y espirituales (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2447), divido mi exposición en dos secciones. Concreciones ‘corporales’ Comentando la parábola evangélica del buen samaritano (cfr. Lc 10, 25-37), Su Santidad indica que “es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido. Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia” (FT 78). En Laudato Si’, el Sucesor de Pedro había ya observado: “Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida” (LS 211). A continuación, individuaba varios ejemplos bien asequibles para cambiar el rumbo de nuestra vida a mejor: “Evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias” (LS 211). En varios momentos de la encíclica Fratelli Tutti, habla el Papa de la importancia de la caridad política. Es interesante reconocer que lo hace de un modo bien preciso, estimulante, cercano e inclusivo: “Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política” (FT 186). En el siguiente párrafo seleccionado, por ejemplo, el Papa es capaz de vincular algo tan cotidiano como es cuidar el agua que sale del grifo en casa con el nivel moral de la humanidad, la preocupación ecológica y el respeto a los derechos humanos: “Cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a ese mínimo de conciencia universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede quedar en las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente humano! Esta misma actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras”(FT 117). Otras pistas las encontramos cuando al Santo Padre alude a la importancia de la sobriedad y dice: “Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración” (LS 223). Con ello, enlaza ya con la importancia de humanizar las relaciones cotidianas, reivindicando el “laborioso cultivo de la amistad”, que a veces puede quedar minusvalorado en nuestro mundo, marcado por las relaciones digitales. “Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (FT 43). Si en vez de gastar tanto tiempo en enviar mensajes, mirar el teléfono móvil o quedar atrapados por el brillo de la pantalla de una tablet, miramos a quien tenemos al lado, lo escuchamos, salimos a su encuentro, lo tomamos en serio, secamos sus lágrimas, compartimos sus anhelos, etc., estamos inyectando enormes dosis de bondad llamadas a romper círculos viciosos y nocivos. Pero con esto entramos ya en otra sección, tan inspiradora como la primera. Concreciones ‘espirituales’ “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor” (LS 231). Recojo ahora cinco tipos de gestos cotidianos que podemos considerar como “obras de misericordia espirituales”. Son actitudes que caldean nuestra alma y la hacen sensible a las necesidades ajenas, sobre todo a las penurias de los más vulnerables. Según indica el papa Francisco, la amabilidad nos libera de la crueldad, de la ansiedad y de la urgencia distraída. “Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir ‘permiso’, ‘perdón’, ‘gracias’. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa”(FT224). Esta amabilidad se plasma en el cuidado del diálogo, que tantas veces hoy brilla por su ausencia y se convierte en manipulación, sucesión de monólogos o meras negociaciones interesadas. “Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica enfermiza y decidan sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más allá de las conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se estén gestando silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad”(FT 202). Un modo bien concreto en el que la amabilidad y el diálogo toman forma es el espíritu del ‘vecindario’, sobre todo en ciertos barrios populares, que viven auténticas relaciones de vecindad, “donde cada uno siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial. Ojalá pudiera vivirse esto también entre países cercanos, que sean capaces de construir una vecindad cordial entre sus pueblos” (FT 152). Por supuesto, nada de esto evita la existencia de conflictos. Pero, ¿qué hacer con ellos? “Es fácil hoy caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió́ y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios! Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa” (FT 249). Y advierte el Obispo de Roma: “No me refiero solo a la memoria de los horrores, sino también al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad. Es muy sano hacer memoria del bien” (FT 249). Relacionado con ello, está la última de las concreciones que he seleccionado: “Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso” (LS 215). Invitándonos a todos a ser contemplativos en medio de la vida cotidiana, el Papa afirma que “el universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre” (LS 233). Para cultivar esta actitud contemplativa, en el sexto capítulo de la encíclica Laudato Si’, Francisco recuerda la importancia de los signos sacramentales, del descanso dominical y del encuentro festivo comunitario, entre otras ayudas privilegiadas que encontramos en nuestra tradición eclesial. Una Jornada que estimule nuestra creatividad No echemos en saco roto estas pistas tan luminosas que Su Santidad nos brinda como una oportunidad de gracia. Sintámonos todos, leyendo su magisterio, invitados a estar cerca de quienes carecen de lo necesario, de aquellos que están hartos de palabras banales y tienen sed de un amor concreto, diligente y raudo, que abra nuevos horizontes y arranque del pesimismo y la postración. Las sugerencias del Papa piden ser comentadas en reuniones de pastoral, grupos apostólicos, ambientes juveniles que busquen caminos no roturados, escuelas de formación cristiana, reuniones de Caritas… Pueden servir de acicate para llenar de contenido esta Jornada de los Pobres, oportunidad propicia para cancelar nuestra posible tibieza y atender a los necesitados, implicándonos en la solución de sus problemas, como hicieron los santos, que resplandecen en la historia como antorchas de incesante caridad. Santos como Francisco de Asís, Ángela de la Cruz, Juan de Dios, Teresa de Calcuta, Damián de Molokai, Leopoldo de Alpandeire, Carlo Acutis y otros, nos enseñan a seguir las huellas de Cristo, poniendo por obra lo que leemos en la Carta a los Romanos: “Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde” (12,15-16). De ellos aprendemos que nadie se salva solo. Todos somos deudores. Por eso hemos de sumar voluntades, desgranar ideas, emprender acciones benéficas, de modo que nuestras almas se conmuevan ante el clamor de quienes menos tienen. Socorriendo a los desvalidos, al estilo de Cristo Jesús, nuestra fe se volverá activa, nuestra esperanza firme y dinámica nuestra caridad. Ojalá que, por medio de esta Jornada, Dios ensanche nuestros corazones, para que sepamos poner en marcha una creatividad eficaz y regeneradora en aras de una vivencia profunda y cotidiana del Evangelio, continuamente al servicio de los pobres y desfavorecidos de este mundo. Tras lo dicho, alguien puede pensar que los esfuerzos y puntos reseñados no van a cambiar el mundo. Que lo sugerido por Su Santidad es una simple minucia, poco para lo mucho que hay que arreglar a nuestro alrededor. A este respecto, hay que llenarse de esperanza y ánimo tomando en cuenta una observación que hace el mismo papa Francisco: “Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente” (LS 212). Adelante, pues. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Lun 9 Nov 2020

Nos examina el amor

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía – “En el atardecer de nuestras vidas nos examinará el amor” (San Juan de la Cruz). Jesús, en el Evangelio de Mateo, nos propone este examen en tres parábolas, colectadas en el capítulo 25 y puestas como Evangelio en los tres últimos domingos del ciclo litúrgico. 1. (Domingo XXXII). Se trata, en primer lugar, del Amor como espiritualidad, participando del Amor Esponsal entre Cristo e Iglesia. El amor es la auténtica espiritualidad de toda la Iglesia, raíz y razón de ser de toda acción eclesial y de todo carisma para el servicio de los demás. Es este “amor como espiritualidad” el que desplaza nuestro corazón del yo al otro, al prójimo, al necesitado y más pobre, al diverso y contrario, incluso al que nos pone como sus “enemigos”. El amor al pobre y la solidaridad con el necesitado nacen de esta raíz espiritual, liberándolos del egocentrismo y de las manipulaciones ideológicas, demagógicas, narcisistas y populistas. La imagen de la salida, con la Esposa, a recibir al Esposo que llega; y de la entrada, al banquete de bodas con Él, centra la espiritualidad del Amor en la eucaristía y en la espera vigilante, enamorada, “pilosa”, dirían hoy. Es estar siempre bien provistos del aceite y de la luz de las lámparas encendidas, del corazón en vela, aunque duerma y descanse el cuerpo. Las amigas de la novia y los amigos del novio han de propiciar este encuentro y esta “conducción” de la novia al banquete de bodas del cordero. Una imagen tomada de la cultura esponsalicia del pueblo hebreo. El Resucitado y Vencedor, el Cordero Inmolado en la cruz, es el Esposo que conduce a la Iglesia, identificada como la Nueva Jerusalén y ciudad santa, e integrada por ciudadanos que son “santos”, o sea, creyentes fieles a Jesús, hasta la ofrenda de sus vidas y el martirio. Ya desde ahora, como invitados que respondemos al Amor de Cristo, nos preparamos para esta Alianza de Bodas, no ya como meros invitados, sino como partícipes y dignos merecedores de este Amor Esponsal. En la Eucaristía somos invitados y comulgantes, haciéndonos Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios y Esposa del Cordero. “Dichosos los invitados que entran al banquete de Bodas del Cordero”, a la Cena del Señor(Ap19,9). 2. En el penúltimo Domingo, el XXXIII, Jornada mundial de los en pobres, el amor se convierte en responsabilidad y laboriosidad, administrando y haciendo rendir los bienes que nos son confiados. La espera amorosa vence el miedo y la negligencia, y nos consagra a la misión para dar los mejores frutos y resultados a la llegada del Dueño. El amor examinará nuestra respuesta a la gracia, los frutos o resultados de esta unión entre gracia divina y libertad humana. Es la parábola de los talentos. Pero, a la luz de la Jornada de los pobres, podemos leer en la parábola, tanto la INCLUSION que pide Dios de todos en las oportunidades, como la responsabilidad de cada persona ante el don y la confianza que Dios deposita en ella: da “a cada uno según su capacidad”. Mujeres hacendosas y hombres emprendedores, son los depositarios del don de la vida, pero, sobre todo, de la dignidad humana y la solidaridad fraterna: “abre sus palmas al necesitado y extiende sus manos al pobre” (Pr 31, 20). Esta frase de Proverbios, en la primera lectura, identifique a cada comunidad creyente con esa mujer elogiada por su virtud, su dignidad y esfuerzo, su solidaridad y buenas obras. A tono con este pensamiento, el Papa nos propone, del Sirácida o Eclesiástico, el mismo mensaje: “TIENDE TU MANO AL POBRE”(7,32).El signo de tender la mano, dice, exprese nuestra cercanía, solidaridad y amor. Y contrarreste el de tantas manos tendidas para obrar el mal y causar daño al prójimo y a las sociedades, empobreciendo y llenando de dolor la humanidad. “La libertad que nos ha sido dada con la muerte y resurrección de Jesucristo, es una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles” (8). 3. Finalmente, en el Domingo de Cristo Rey, final del año litúrgico, el examen del amor recaerá sobre el cuidado de los pobres y necesitados, y sobre el cuidado de la casa común, de los recursos comunes y del bien común. Es la parábola del juicio a las naciones, del rey y pastor que identifica nuestra capacidad de escuchar y responder al clamor de las víctimas del despojo, al clamor de los excluidos y pobres, de los reclusos y enfermos. Un mundo sin hambre ni carencia de agua potable, sin desplazados y emigrantes forzosos, sin destechados y carentes de abrigo, sin reclusos hacinados y delitos en crecida, sin daños a la salud humana y contaminación y depredación de los territorios, un mundo más humano, fraterno y sano, es posible, es necesario. El amor cristiano, si se vuelve eficaz y profético, no solamente hace obras de misericordia con individuos y grupos necesitados, sino que alienta la transformación colectiva de las causas que originan estas necesidades insatisfechas en tantos pueblos y naciones del planeta. Esta semana de los pobres, acreciente y extienda la labor de la Iglesia a todos los sectores urbanos y rurales. ¡Manos a la obra! Jesús nos una y nos conceda su paz. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mar 3 Nov 2020

“Hermanos todos”, un camino para reconstruir las relaciones entre los hombres, desde la fe (II)

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Deseo ofrecerles una segunda re­flexión sobre la Encíclica “Fra­telli tutti”, Hermanos todos, del Papa Francisco y, concretamente de sus enseñanzas en este impor­tante documento Pontificio. Estos elementos que nos regala el Santo Padre, nos permiten hacer una gran síntesis de la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones que se establecen entre las personas humanas, en­tre los hombres de la tierra. La enseñanza del Papa, nos presen­tan algunos elementos que son centrales en toda la enseñanza del Evangelio y de la Iglesia a lo largo de los siglos. Estos elemen­tos nos tienen que animar para fortalecer las relaciones entre los hombres, entre las diversas condiciones sociales e incluso entre las diversas religiones de la tierra. Es importante resaltar la realidad del amor que Cristo nos propo­ne, que nos regala en el Evan­gelio y que nos permite entrar en la centralidad de su mensaje y de su doctrina. El amor es la clave para la relación entre to­dos los hombres, para todos los pueblos de la humanidad. Todo el capítulo segundo de la Encíclica, que presenta al hombre herido y puesto en la sombra. Esta reali­dad del hombre herido es pre­sentada en varias oportunidades, permitiéndonos hacer una lectura de la realidad social desde la fe y desde el texto del Buen Samarita­no, expresamente. Es muy bello el uso del lenguaje en este aparta­do de la Encíclica, que nos lleva a la actitud de amor que debe dis­tinguirnos, donde vivamos “com­pasión y dignidad” Número 62. Partiendo de la reflexión sobre este texto bíblico nos hace mirar y reflexionar sobre la indiferencia y las actitudes que en el mundo de hoy nos tocan. Es importan­te resaltar como muestra, en su reflexión el Santo Padre, que el hombre tiene su origen en Dios como creador y que esta es la base de su dignidad, al ser ima­gen de Dios (n. 57). En su propuesta nos hace re­flexionar sobre la necesidad de acoger al extranjero, en una gran llama­da al amor fraterno (n. 61) y a acoger al “hermano herido”, donde se resalte la compasión y la dig­nidad de la persona humana (n. 62). De frente a las distintas realidades del mundo, y concretamente de cuanto vive el hombre de nuestro tiempo es necesaria la cercanía, el empeño, la propia capacidad de poner el “dinero del bolsillo” y ocuparse de las necesidades del otro para atenderlo (n. 63). Es uno de los pasajes más bellos de la Encíclica: El abandonado 63. Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el cami­no, que había sido asaltado. Pasa­ron varios a su lado, pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el co­razón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo an­sioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus necesidades, compro­misos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el he­rido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo. 64. ¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pare­ces? Nos hace falta reconocer la tenta­ción que nos circun­da de desentendernos de los demás; espe­cialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos anal­fabetos en acompa­ñar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbra­mos a mirar para el costado, a pa­sar de lado, a ignorar las situacio­nes hasta que estas nos golpean directamente. El Papa nos hace una llamada para atender al abandonado, para detenernos y saber que tenemos que cuidar de los demás, de aque­llos que sufren y, especialmente del que disturba, del que molesta o nos presenta problemas particu­lares. No podemos dar la espalda al dolor humano y las necesida­des de los otros (n. 65). La propuesta es novedosa, la creación de nuevas relaciones en­tre los hombres, como ciudadanos del mundo entero. Las relaciones entre los hombres nos hacen de­pender unos de otros, fortalecien­do las relaciones que Él llama, las relaciones del encuentro (n. 66). Hay una renovada expresión de lo mejor de la Doctrina social de la Iglesia, en la invitación a forta­lecer caminos de modelos econó­micos, políticos, sociales e inclu­so de tipo religioso para unir a los hombres (n. 69). Repasemos un apartado de la En­cíclica, que nos puede ser bien iluminador para entender el sen­tido de las enseñanzas de FRAN­CISCO. 67. Esta parábola es un ícono ilu­minador, capaz de poner de ma­nifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para recons­truir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta heri­da, la única salida es ser como el buen samaritano. Otra opción ter­mina al lado de los salteadores, o bien, al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabili­tan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la pa­rábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludi­bles de la realidad humana. 68. El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se cir­cunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces ol­vidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción po­sible vivir indiferentes ante el do­lor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta ha­cernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad. El mundo en el cual vivimos ha creado exclusiones, de muchas formas y modalidades, que exclu­yen al hombre. Estas reflexiones, que continuaremos en nuestra si­guiente edición, nos permitirán entrar con atención en las ense­ñanzas muy actuales del Obispo de Roma. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta Lea “Hermanos todos”, un camino para reconstruir las relaciones entre los hombres, desde la fe (I) [icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon]

Sáb 31 Oct 2020

«Hermanos todos» (II)

Por: Mons. César Alcides Balbín Tamayo - Salió a la luz la muy anunciada y esperada tercera encíclica del Papa Francisco: Fratelli tutti, firmada por el Pontífice en Asís el 3 de octubre del presente año 2020. En ocho maravillosos capítulos y 287 números, el Santo Padre desarrolla el tema sobre la fraternidad y la amistad social. Leemos en el nro. 6: «Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras.» Lo primero a destacar es que la encíclica en mención es de tinte social, tal como Laudato Si, y como las encíclicas sociales de los Papas anteriores, y que aunque toca temas de indudable actualidad, también centra la reflexión en el compromiso de cada hombre y de cada mujer, de cualquier raza, religión y condición, como quien le habla a cada uno, para que evitemos el prurito de mirar al lado cuando expone los argumentos. El Santo Padre antes de centrarnos en lo que debe ser el compromiso de todos, nos pone, en el capítulo primero, de frente a la realidad que actualmente nos envuelve con un sinnúmero de sombras, que hacen que sea necesario un urgente cambio de rumbo, a saber: desesperanza, desconfianzas múltiples, polarización, atentados contra la vida, desigualdades y esclavitudes, deterioro de la ética y de los valores espirituales. A partir de estas constataciones Francisco comienza a proponernos un cambio en nuestra manera de interrelacionarnos con los otros. Es necesario, dice, que nosotros pensemos en ser prójimos más que en esperar que los demás lo sean de nosotros, toda vez que esto lleva al egoísmo; en cambio aquello lleva a la entrega y a la generosidad. Abrirse a los demás, de mente, de corazón y de espíritu, para hacer caer las barreras que nosotros mismos creamos o pensamos en términos de comunidad, o todos igualmente perecemos y esta pandemia nos lo ha venido a confirmar. La reflexión del Santo Padre escala también hacia ámbitos más altos: la política. Pero esta entendida como un aspecto importante de la caridad en cuanto tiene en cuenta el bien común. «Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad» (FT 180). Insiste y recalca en la Encíclica que es necesario, para vivir como verdaderos hermanos, acercarse, escucharse, expresarse, conocerse, tratar de comprender, reconociéndonos como hermanos, no como extraños en un mundo extraño y cada vez más hostil, buscando, por lo tanto, caminos de reencuentro, de reconciliación y de acercamiento con todos, especialmente con los más pobres, y lejos de diferencias de cualquier índole: de ideas, de lengua, de religión o de cultura. (Cfr. FT n. 254). Y en esa amplitud de miras del Papa Francisco, nos regala una reflexión sobre las religiones como constructoras de fraternidad en el mundo. En más de una ocasión hemos escuchado sobre aquellos de las «guerras de religión». El mero pensarlo debería causar en nosotros inmediato rechazo, claro, si entendiéramos que Dios nos ama a todos. En este orden de ideas, dice, la Iglesia es una casa de puertas abiertas (n. 176), y ello porque es madre. Nos auguramos que esta Encíclica tenga no solo la recordación, sino también la difusión que ha tenido Laudato Sí. De ella podemos extraer maravillosas enseñanzas para nosotros y para un mundo cargado de ansiedad, como dice un canto de entrada a la Santa Misa. La responsabilidad de la construcción de un mundo mejor, es cierto es de todos, pero primero es mía. Hermanos todos, pero primero soy yo quien debo hacerme hermano y prójimo, y no esperar a que los demás se reconozcan como tales. + César Alcides Balbín Tamayo Obispo de Caldas - Antioquia Lea «Hermanos todos» (I) [icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon]