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Mar adentro - blog

Mié 4 Jun 2025

SINODALIDAD: EL EVANGELIO HECHO CAMINO COMPARTIDO

Por Pbro. Mauricio Rey - En muchos momentos de la vida, las personas sienten que caminan solas, que cargan responsabilidades sin ser tenidas en cuenta, que sus palabras no cambian nada. Esa misma experiencia, con sus heridas y silencios, también se ha vivido dentro de la Iglesia. Quienes aman profundamente su fe muchas veces han sentido que no tienen lugar para hablar desde su experiencia, ni espacio para participar en las decisiones que también les afectan. Ante esta realidad, el Papa Francisco ha hecho una convocatoria clara y necesaria, pues nos llama a volver al modo de Jesús, es decir, recuperar el estilo original del Evangelio. Esa forma concreta de ser Iglesia tiene un nombre exigente y contundente: Sinodalidad.La sinodalidad no es un modelo organizativo; es el retorno a una forma de vida eclesial en coherencia con el Evangelio, es una respuesta madura y consciente ante los desafíos de nuestro tiempo actual. Supone comprender que la Iglesia no se edifica desde las cúpulas, sino desde el encuentro, desde la escucha, desde la comunión. Que todos, laicos, consagrados, pastores, somos responsables de la vida de la Iglesia, porque todos hemos recibido el Espíritu en el Bautismo y la Confirmación. Esto se plantea como una convicción vivida, todos tenemos una palabra que ofrecer, una historia que contar, una luz que aportar al discernimiento común. El Concilio Vaticano II ya nos recordó que la Iglesia es el Pueblo de Dios en camino, no una minoría iluminada que decide por el resto, sino una comunidad donde cada persona tiene un lugar, una dignidad y una misión. La sinodalidad recoge ese llamado y lo actualiza para nuestro tiempo, quiere formar una Iglesia que no tema escucharse, que no tema dialogar, que no tema caminar juntos, incluso cuando el camino sea incierto, difícil o complejo.Sin embargo, esta llamada toca nuestras resistencias, pues nos exige una conversión integral. Porque caminar juntos implica renunciar al control, requiere humildad, paciencia, abrirse a la escucha, aceptar el tiempo del otro; implica aceptar que el Espíritu Santo actúa más allá de nuestros esquemas, permitiendo que pueda hablar por medio de quien menos imaginamos, y que de esta manera, ninguna vocación cristiana puede vivirse aislada del resto del Cuerpo de Cristo. Implica crear espacios reales de diálogo, donde no se decida todo desde los escritorios, sino desde el encuentro con la vida cotidiana de las personas en contextos concretos. Por eso, la sinodalidad también es una conversión espiritual, pues conlleva pasar de la autorreferencialidad al discernimiento comunitario, del individualismo eclesial al nosotros eclesial, de la comodidad de lo establecido al dinamismo del Espíritu.Todo esto se concreta en lo cotidiano. Una comunidad sinodal es aquella donde las decisiones no se imponen desde arriba sin diálogo, sino que se toman a la luz de la Palabra y la experiencia del pueblo fiel. Una parroquia sinodal es aquella que escucha activamente a sus agentes pastorales, a los jóvenes, a las mujeres, a los adultos mayores, a los pobres, y no los deja fuera del proceso pastoral. Una Iglesia sinodal es aquella que reconoce que su credibilidad se juega no sólo en lo que anuncia, sino en cómo vive internamente la comunión, la participación y la corresponsabilidad en su misión. Muchos están cansados de instituciones que excluyen o que solo hablan desde la distancia. La sinodalidad responde a ese cansancio con una firme propuesta, que caminemos juntos como hermanos, no como competidores; escuchar para transformar, no solo para cumplir; construir juntos una Iglesia que nos acerque mucho más al Reino que Jesús anunció.Esto no significa que todo se decida por mayoría ni que todo se relativice. No se trata de diluir la verdad, sino de buscarla juntos, sabiendo que el Espíritu Santo guía a toda la Iglesia, no solo a unos pocos. La sinodalidad no reemplaza el Magisterio, lo enriquece desde la escucha del sensus fidei del pueblo fiel. No debilita la autoridad, la purifica y la humaniza. No es desorden, es comunión vivida con plena madurez. Nos invita a preguntarnos con honestidad cómo vivimos nuestra fe cristiana eclesialmente, cómo la transmitimos, y si nuestras estructuras ayudan o dificultan su testimonio.Y cuando se vive con autenticidad, la sinodalidad no solo transforma la Iglesia, sana también las heridas del alma. Porque todos hemos sentido alguna vez lo que significa no ser escuchados. Por eso, una Iglesia sinodal no es solo más evangélica, sino también más humana, más fraterna, más cercana. Más parecida a esa comunidad que anhelamos en nuestras propias familias, en nuestros barrios, en nuestras relaciones. Una Iglesia que no juzga de entrada, que no impone, que no margina; sino que acoge, acompaña, discierne y camina al ritmo del pueblo.Así entendida, la sinodalidad no es simplemente “hacer juntos”. Es discernir juntos, orar juntos, decidir desde una misma fe, pero con todas las voces en la mesa, porque no hay Evangelio sin comunidad; no hay comunidad sin escucha; no hay escucha sin humildad; y no hay humildad sin amor por la verdad. Por eso, la sinodalidad es hoy uno de los rostros más necesarios de la Iglesia. Es el modo concreto de vivir el Evangelio con otros, no como una carga, sino como una gracia compartida. Es una manera de decirle al mundo que sí es posible caminar juntos, decidir sin imponer, vivir la fe sin excluir, buscar la verdad sin miedo, y servir sin dominar.Si la Iglesia quiere responder con verdad a los desafíos del presente, debe ser una Iglesia que escucha, que discierne y que camina con su pueblo. Ese es el llamado. Ese es el camino. Y ese es el Evangelio que nos acompaña siempre, el mismo que hoy estamos llamados a vivir.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Jue 29 Mayo 2025

¡Han dictado sentencia!

Por Pbro. Raúl Ortíz Toro - Un abuso de cualquier tipo es una infamia. Pero también lo es criminalizar a un ciudadano, no por haber cometido un delito, sino por el simple hecho de ejercer una labor; por ejemplo, la labor sacerdotal. En el primer caso las autoridades civiles y canónicas competentes deben cumplir con la obligación de hacer justicia a las víctimas. En el segundo caso se configura una persecución indirecta que busca deshonrarnos y desprestigiarnos; infamarnos, por decirlo de otro modo.Y es que la palabra “infamia” describe exactamente la situación que estamos viviendo los sacerdotes católicos romanos en Colombia. Al mejor estilo de las condenas sociales del antiguo derecho romano, en las que se daba una sanción social que acarreaba la pérdida de la fama, la buena reputación y el desprecio social como consecuencia de la comisión de algún delito o incluso una mala conducta, ahora, sin cometer delito alguno, hemos sido declarados “infames”, en un claro atentado a nuestra honra, no por haber realizado una acción criminal sino por el simple hecho de ser sacerdotes.Me explico. El pasado 26 de mayo, la Corte Constitucional publicó el Comunicado 19, fechado el 14 de mayo, en el que se anuncia la Sentencia SU-184-25 sobre “los derechos de petición y de información de periodistas para acceder a los datos de miembros de instituciones religiosas”. La primera parte del Comunicado indica que la Sentencia (que aún no ha sido publicada sino solamente anunciada) obliga a las Arquidiócesis, Diócesis, Vicariatos Apostólicos y Congregaciones Religiosas a entregar a los periodistas que soliciten, a través de derechos de petición, la información “en el marco de investigaciones relacionadas con presuntas conductas sobre violencia sexual en contra de niños, niñas y adolescentes”.Otra cosa es el segundo tema que tendrá la sentencia y que, a mi parecer, es sencillamente una decisión que vulnera nuestros derechos como ciudadanos y sacerdotes a la buena fama, a la protección de datos personales que son semiprivados, a la presunción de inocencia. Dice el Comunicado que las Jurisdicciones deben entregar “la información relativa a los sacerdotes o clérigos que han ejercido labores pastorales y, en general, de relacionamiento con la sociedad”. ¿Qué quieren hacer con las hojas de vida de los inocentes? ¿Cómo es posible que la hoja de vida de un sacerdote que no tiene denuncias por haber cometido algún tipo de delito resulte en una lista indiscriminada en razón del ejercicio de su ministerio? No faltará quien piense que el que nada debe, nada teme.Eso es verdad, pero a la vez no justifica el asunto porque aquí estamos hablando de un sesgo, de la creación y, tristemente, la consolidación en la sociedad de un estereotipo: el sacerdote católico es un delincuente no por lo que haya o no haya hecho, sino por lo que es. ¡Qué tristeza! ¡Qué indignación! La profecía del Señor se cumple una vez más: “Incluso llegará la hora en que cualquiera que les dé muerte pensará que da gloria a Dios” (Jn 16, 2b).Soslayadamente somos declarados culpables a priori y tendremos que demostrar lo contrario. En efecto, la decisión de la mayoría de miembros de la Corte Constitucional nos criminaliza prejuiciosamente a todos los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos) por el simple hecho de ejercer una labor pastoral con las comunidades, destruyendo así el principio de presunción de inocencia y convirtiéndolo en ¡presunción de culpabilidad! Precisamente, la palabra infamia, como la describe magistralmente el jurista mexicano del siglo XIX Manuel de Lardizábal “es una pérdida del buen nombre y reputación, que un hombre tiene entre los demás hombres con quienes vive: es una especie de excomunión civil, que priva al que ha incurrido en ella de toda consideración y rompe todos los vínculos civiles que le unían a sus conciudadanos, dejándole como aislado en medio de la misma sociedad”.Lo más absurdo del asunto es la argumentación que usa la Corte Constitucional para justificar que las Jurisdicciones Eclesiásticas deben entregar la información semiprivada de todos los sacerdotes incardinados desde la creación de la sede episcopal: óigase bien, cito el comunicado: “su estudio [es decir, el de las hojas de vida de todos los sacerdotes que no estamos siendo investigados por delitos] es central para el periodismo de investigación, dado que permite identificar patrones y circunstancias especiales en la trayectoria de los sacerdotes, lo que resulta crucial para identificar casos de violencia sexual y/o encubrimiento, al analizar los cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes” (No está subrayado en el original).¿Cuáles serán entonces los parámetros que usarán los periodistas/jueces para determinar la relación entre la comisión del delito y el traslado del sacerdote de un lugar a otro, en un tiempo determinado? ¿cómo llegarán a conclusiones con los datos de sacerdotes de los siglos XVI al XIX e incluso de gran parte del XXI? ¿Serán incriminados post mortem porque los trasladaron demasiado pronto de una parroquia a otra? ¿A qué se enfrentan las diócesis centenarias si no entregan la lista de sus sacerdotes de toda su historia con los respectivos traslados de oficio eclesiástico? Para algunas diócesis se trata de unas décadas de historia, para otras, ¡siglos de información!, a veces difícil, otras veces imposible de encontrar por el estado de conservación o inexistencia de archivos históricos, pero siempre oneroso trabajo que desgasta administrativamente.Si esto no se llama prejuicio, entonces, ¿cómo llamarlo? ¿Cuánto tiempo debe permanecer un párroco en una parroquia para que su traslado no sea motivo de sospecha? ¿Qué entiende la Corte por “cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes”? ¿Es justo que este prejuicio vaya a conducir a la “identificación de patrones” de casos criminales sin contar con denuncias?Como sacerdote me siento objeto de estigmatización y esta circunstancia no hace más que acrecentar la discriminación y el hostigamiento por motivos religiosos en el país que ya tipificó el Código Penal (artículo 134B). Qué bueno sería que apenas aparezca publicada la Sentencia nos demos a la tarea de estudiarla y profundizarla y con la ayuda del derecho podamos dar respuesta a la Corte Constitucional los ciudadanos que nos sentimos vulnerados, que, en últimas, es vulneración de toda la sociedad.Bendito sea Dios que nos permite estos momentos de persecución religiosa para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza, que no defrauda (cf. Rm 5,5). Esta es una ocasión más para renovar nuestro compromiso vocacional y volver a decirle “sí” al Señor y al servicio de la Iglesia.No quiero terminar estas líneas sin recomendar, valorar y agradecer el salvamento de voto de los Magistrados Jorge Enrique Ibáñez Najar y Cristina Pardo Schlesinger, contenido en el Comunicado 19. Leerlo también nos da confianza en que no todo está perdido. Conocerlo nos da una idea de cuán execrable es el delito de pederastia, existente en lamentables y grandes proporciones en instituciones como la familia, la escuela, el deporte, y demás ámbitos. Los avances de la Conferencia Episcopal de Colombia y, en general, de la Iglesia de nuestro país en lo que concierne la formación para la prevención y tratamiento de casos de abuso demuestran el compromiso por erradicar este flagelo. Ni un solo caso. Ni uno más.P. Raúl Ortiz Toro

Mar 27 Mayo 2025

De la indiferencia a la ternura social: El clamor de Laudato Si’ en nuestra misión

Por Pbro. Mauricio Rey - En estos días en que se conmemora la publicación de Laudato Si’, vale la pena hacer una pausa sincera, una de esas que nacen no solo de la mente, sino del corazón creyente. Escuchar de nuevo sus palabras es, en realidad, escuchar la voz de Dios que sigue pronunciándose en la historia con ternura, fuerza y verdad. No es una Encíclica más. Es un llamado urgente a convertir nuestra mirada, a reenfocar nuestras prioridades, a recordar que cuidar la creación no es una tarea adicional, sino una expresión directa de la fe.El Papa Francisco nos habla desde el dolor del mundo, desde el grito en silencio de los pobres, desde el sufrimiento de la tierra herida, en su agonía. Y al hablar lo hace como pastor, como hermano y como discípulo. Por eso Laudato Si’ no puede ser interpretada como un discurso verde o como una preocupación de moda. Es una invitación a pasar de la indiferencia al verdadero cuidado, del consumo irresponsable a la responsabilidad común, del egoísmo disfrazado de progreso a la ternura social que cuida, escucha y transforma la realidad.Cuando la Iglesia abraza la ecología integral, no está desviando su misión. Está profundizándola. Porque el Evangelio, cuando se encarna, toca la vida entera, en su profundidad, la economía, la cultura, la política, la forma en que nos relacionamos con los otros y con la tierra. Y hoy, esa encarnación pasa por reconocer que vivimos en un sistema que rompe equilibrios, descarta personas, agota recursos y pone en riesgo nuestra casa común, el don confiado por el Creador para que lo administremos convenientemente los hombres que habitamos la tierra. La fe no puede estar al margen de eso.Lo más provocador de Laudato Si’ es que no se limita a hacer diagnósticos, que en muchos casos son relegados. Laudato Si’ nos propone una espiritualidad, una nueva manera de habitar el mundo, una cultura del encuentro con toda la creación, una nueva manera de vivir en armonía con nuestros bienes comunes. Nos recuerda que no somos dueños absolutos, sino custodios de un don confiado. Que la creación no es un escenario neutro, sino el espacio sagrado donde Dios sigue obrando. Que el grito de la Tierra y el de los pobres son un solo clamor, que exige una sola respuesta, una conversión integral real.Y esta conversión, si es auténtica, toca nuestras prácticas cotidianas, nuestras decisiones institucionales, nuestras prioridades pastorales. No basta con celebrar jornadas ecológicas o incluir temas ambientales en los planes de estudio. Se trata de repensar nuestro modo de vivir la fe, de acompañar a las comunidades, de construir parroquias y estructuras que respiren coherencia entre lo que decimos y lo que vivimos. Hablar de ternura social, como nos inspira el Papa Francisco es optar por una firmeza compasiva. Es rechazar la lógica de la explotación con gestos concretos de cuidado. Es transformar el poder en servicio, el individualismo en responsabilidad compartida, la pasividad en compromiso social. La ternura no es debilidad; es una fuerza que humaniza, que reconstruye, que sostiene la esperanza.Hoy, necesitamos volver a Laudato Si’, no como un texto para recordar, sino como una hoja de ruta para discernir. En ella hay una visión de Iglesia en salida, encarnada, humilde y valiente. Una Iglesia que no teme tocar las heridas del mundo y que no se desentiende de los clamores del tiempo concreto. Una Iglesia que sabe y asume valientemente que cuidar la casa común es cuidar a los más vulnerables, defender la vida y anunciar con gestos concretos que otro mundo es posible, es una Iglesia en salida.La conversión ecológica es una expresión madura del amor cristiano. Y ese amor, cuando se toma en serio, nos empuja a la acción, nos saca de la indiferencia individualista, nos convierte en sembradores de cuidado en medio de la fragilidad. Porque el Evangelio no se contenta con observar, por el contrario, con su fuerza y poder, nos impulsa a transformar la realidad.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Vie 23 Mayo 2025

Comunicar la Esperanza: ¿Dónde nace una comunicación con esperanza?

Por. P. Martín Sepúlveda Mora - La esperanza no es una espera pasiva. Es don, pero también tarea. ¿Cómo construir esperanza para comunicarla? Hagamos un recorrido por el reciente magisterio de la Iglesia.1. Del silencio a la palabra que transmite esperanzaLa comunicación nace del equilibrio entre palabra y silencio. Cuando se integran, se logra un diálogo auténtico y profundo. El silencio no es ausencia de contenido, sino su cuna: permite escuchar, pensar, comprender y discernir. En él, descubrimos lo que queremos decir y cómo decirlo.En el mundo saturado de mensajes breves —como versículos bíblicos—, urge cultivar la interioridad para que cada palabra comunique desde la verdad. Dios habla también en el silencio, y allí el hombre puede hablar con Dios. De esta contemplación brota el deseo de comunicar lo que hemos visto y oído: Cristo. Es este Misterio el que da sentido a la misión de la Iglesia y convierte a los creyentes en mensajeros de esperanza.En las redes sociales, los cristianos muestran autenticidad cuando comparten el motivo de su alegría: la fe. No solo con palabras explícitas, sino en cómo comunican, con respeto y apertura, sus decisiones y valores.¿Tenemos espacios de silencio? ¿Están habitados por Dios y por su Palabra?2. Respirar la verdad de buenas historiasHay historias que sanan, construyen y generan esperanza. Como en el Éxodo, donde Dios manda recordar sus signos a hijos y nietos, la fe se transmite narrando la presencia de Dios en la historia.Jesús enseñaba con parábolas: tomaba la vida cotidiana y la convertía en relatos que transformaban a quienes los escuchaban. El Evangelio, más que un código, es una narración viva de buenas noticias. Cada uno tiene historias con “olor a Evangelio”, testimonio del Amor que transforma. Esas historias deben contarse siempre, con todos los lenguajes y medios .¿Reconozco en la historia de las personas el paso de Dios? ¿Estoy atento a los testimonios que pueden inspirar a otros?3. Comunicar encontrando a las personas donde están y como sonCuando los primeros discípulos quieren conocer a Jesús, Él les responde: “Vengan y lo verán” (Jn 1, 39). La fe comienza con la experiencia directa, no con la teoría. Así también debe comunicarse: permitiendo que el otro hable, tocando su realidad .El Evangelio se actualiza en cada testimonio de vida transformada por el encuentro con Cristo. La historia de la fe es una cadena de encuentros personales. Nuestro desafío es comunicar desde ahí: encontrando a las personas como son, donde están y conociendo sus historias, desgastando la suela de los zapatos para ir a los lugares donde están las personas y no ser evangelizadores de escritorio.¿He descubierto historias de vida donde Dios se hace visible? ¿Reconozco esas narraciones como lugares teológicos y pastorales?4. Escuchar con los oídos del corazónEn la Biblia, “escuchar” es mucho más que oír. Es una actitud interior. El “Shema Israel” (Dt 6, 4) se repite como la base de toda relación con Dios. San Pablo lo confirma: “la fe viene de la escucha” (Rm 10, 17).Escuchar bien implica atención, apertura y empatía. El rey Salomón pidió un corazón capaz de escuchar (1Re 3, 9), y san Francisco de Asís invitaba a “inclinar el oído del corazón”. En la Iglesia necesitamos escucharnos. Este servicio lo aprendemos de Dios, el Oyente por excelencia. Dietrich Bonhoeffer recordaba: “Quien no escucha al hermano, pronto no podrá escuchar a Dios”.En la pastoral y en el ejercicio de comunicación, el “apostolado del oído” es esencial. Santiago lo resume: “Prontos para escuchar, lentos para hablar” (St 1, 19). Escuchar es caridad, es presencia. Y en las redes sociales, donde se valoran la interacción y el diálogo, es fundamental cultivar esta actitud.¿Escucho con disponibilidad? ¿Mi ministerio incorpora verdaderos espacios de escucha sinodal?5. Hablar con el corazón en la verdad y el amorLos verbos “ir, ver y escuchar” preparan el corazón para hablar. Sólo desde un corazón tocado por el otro, se puede comunicar con esperanza. Hablar con el corazón implica ofrecer una palabra que construye, no que destruye; que respeta, no que impone .Hablar así no es ingenuo: implica proclamar la verdad con caridad, incluso cuando cuesta. Es participar del estilo de Cristo, como el Peregrino de Emaús: se hace cercano, escucha, acompaña, explica y deja arder el corazón de los discípulos (cf. Lc 24, 32).Comunicar con el corazón es tener en cuenta el decálogo de una comunicación no hostil en donde:Lo virtual es realSe es lo que se comunicaLas palabras dan forma al pensamientoAntes de hablar hace falta escucharLas palabras son un puenteLas palabras tienen consecuenciasCompartir es una responsabilidadLas ideas se pueden discutir. Las personas se deben respetar.Los insultos no son argumentosTambién el silencio comunicaConclusiónComunicar la esperanza no es una técnica, sino una vocación. Implica entrar en el ritmo de Dios: callar, contemplar, escuchar, narrar y hablar con el corazón. Es ser testigos en un mundo hambriento de sentido, proclamando con gestos, historias y palabras que la luz sigue brillando en medio de las sombras.P. Martín Alberto Sepúlveda MoraDirector de Comunicaciones y TecnologíasConferencia Episcopal de Colombia

Mié 21 Mayo 2025

Era digital: Iglesia que acompaña a los jóvenes en su mundo

Por Pbro. Mauricio Rey - Hoy no basta con que la Iglesia tenga redes sociales, debe tener presencia viva y significativa en los entornos digitales donde los jóvenes se expresan, cuestionan y buscan sentido. Ellos no van ya a preguntar en la sacristía, ni esperan el domingo para escuchar un mensaje inspirador. Lo hacen en línea, muchas veces en silencio, desplazándose por historias de Instagram o buscando respuestas en videos de menos de 60 segundos.La pregunta es directa ¿estamos ahí, con ellos?No con estrategias de marketing ni con publicaciones que imitan el lenguaje juvenil sin comprenderlo. No como espectadores pasivos o como emisores de contenido programado, sino como presencia que acompaña, escucha y camina a su lado. Porque el verdadero desafío de la era digital no es técnico, sino evangélico. El reto es aprender a habitar con sentido y ternura un territorio nuevo, lleno de vida y también de heridas silenciosas, que gritan desesperadamente.Los jóvenes no están alejados de la fe por desinterés, sino porque la forma tradicional de presentar el Evangelio no siempre conecta con sus búsquedas reales. Muchos no han rechazado a Dios; simplemente no han encontrado una Iglesia que los escuche sin prejuicio, que los mire sin temor, que los entienda con honestidad. Quieren ser acogidos en su complejidad, en sus preguntas abiertas, en su manera única de habitar la realidad.Vivimos en un entorno saturado de imágenes y mensajes fugaces, lo que más falta es alguien que mire con atención, que permanezca, que escuche sin interrumpir. Y ahí es donde la Iglesia puede ser verdaderamente significativa; no compitiendo por atención, sino ofreciendo profundidad. No buscando viralidad, sino construyendo vínculos. No gritando en medio del ruido, sino susurrando esperanza en medio del cansancio digital.Acompañar en el mundo digital no significa multiplicar publicaciones. Significa comprender las heridas, las búsquedas y los lenguajes de los jóvenes, y atreverse a estar cerca sin invadir. Significa que cuando alguien tropieza con una historia de fe, un testimonio honesto o una palabra serena, no se encuentre con una campaña, sino con una comunidad que ora, que sostiene, que desde una vida íntegra, camina con ellos.La Iglesia necesita dejar de hablar “sobre” los jóvenes y empezar a hablar “con” ellos. Y muchas veces, más que hablar, necesita aprender a callar y escuchar. Porque el Evangelio no se impone, se comparte en el cruce de miradas, en los gestos sencillos, en la fidelidad a la vida concreta.La era digital no es una amenaza ni un obstáculo, sino un nuevo territorio de encuentro, no porque sea moderno o llamativo, sino porque es donde está el pueblo. Y si los jóvenes están ahí, la Iglesia no puede ser y/o estar ausente. Como Jesús con los discípulos de Emaús, estamos llamados a acercarnos con discreción, caminar a su ritmo, preguntarles qué les preocupa y dejar que nos cuenten a su modo por qué arde o no arde su corazón.La pastoral juvenil no puede limitarse a invitar a eventos o a replicar contenido atractivo. Necesita cultivar relaciones, acompañar procesos, abrir espacios de confianza donde la fe se viva en diálogo con la cultura digital, sin miedo a las preguntas difíciles y sin ansiedad por tener siempre la última palabra.En lugar de pensar en cómo volver a atraerlos al templo, tal vez debamos preguntarnos ¿qué imagen de Iglesia les estamos ofreciendo? ¿Una que exige, pero no escucha? ¿Una que señala, pero no se acerca? o ¿una que camina con ellos, también en sus dudas e inquietudes, en sus profundas búsquedas y en su modo de habitar el presente? Por tanto, no basta con que la Iglesia tenga presencia en redes, la iglesia está llamada a ser red de vínculos, de escucha, de comunidad verdadera. Una red que no encierra, sino que sostiene. Una red tejida con humanidad, paciencia y Evangelio encarnado.Porque, los jóvenes no buscan fuegos artificiales. Buscan algo o mejor, alguien que no desaparezca cuando se apague la pantalla. Y ahí, en ese anhelo callado y sincero, la Iglesia tiene todavía mucho que ofrecer... si está dispuesta a estar, mirar y acompañar con la fuerza del Evangelio.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Jue 15 Mayo 2025

Discernir La Voluntad De Dios En Medio Del Ruido Que Produce El Mundo.

Por Pbro. Mauricio Rey - Hay momentos en que el alma se cansa de tanto estímulo, de tanta opinión vestida de verdad, de tanta prisa con promesas de plenitud. Uno se detiene, a veces sin querer, y surge la pregunta que no se puede ignorar ¿Qué quiere Dios de mí en este instante de la historia? No es una curiosidad espiritual ni una frase piadosa. Es una necesidad profundamente radical. Porque vivir sin discernimiento es como navegar sin brújula: mucho movimiento, y muy poco sentido.Esa pregunta, cuando brota del fondo del corazón, tiene el peso de lo sagrado. No pide una respuesta inmediata, ni una fórmula segura. Pide camino, tiempo y silencio. Porque discernir no es elegir entre lo bueno y lo malo, eso es más bien cuestión de conciencia básica, sino aprender a reconocer lo mejor, lo más conveniente, entre las varias posibilidades buenas. Es escuchar lo que el Espíritu va diciendo en lo más íntimo de nuestra conciencia para la vida concreta, encarnada, llena de luces y sombras. Es poner el corazón frente a Dios y preguntarle con honestidad: “¿A dónde me llevas? ¿Dónde te sirvo mejor? ¿Qué estás esperando de mí, ahora, aquí, en lo que soy, en lo que hago y en lo que tengo?”Discernir es una forma de amar. Porque quien busca la voluntad de Dios no está huyendo de sí mismo, sino buscando vivir con más verdad, con más fecundidad, con más entrega. La voluntad de Dios no es un dictado externo que nos esclaviza; es una melodía interior que ordena el caos, que da sentido al camino, que revela nuestra verdad más honda. Descubrirla no es fácil, pero es siempre una experiencia liberadora. Nos saca de la dispersión y nos introduce en la unidad. Nos arranca del miedo y nos conduce a la paz.Pero esta búsqueda no se da en el vacío. Vivimos en medio de un ruido constante, no solo exterior, sino también interior. El rumor que produce el ego, el ruido provocado de la vanidad, del deseo de ser aprobados, del temor, del miedo a perder, del impulso por controlar. El discernimiento no ocurre cuando todo está en calma, sino precisamente cuando en medio del desorden, del caos, del ruido y el rumor, se decide abrir espacio para que hable Dios, con esa Voz que no grita; esa voz que no compite con las demás, esa voz que espera. Espera a que callemos lo suficiente como para poder ser escuchada. Por eso, discernir es también una forma de resistencia. Resistencia contra la prisa, contra el ruido, contra la rumorosa superficialidad. Requiere detenerse, hacer silencio, contemplar, mirar con profundidad.La voluntad de Dios no se impone. Se revela. Pero solo lo descubre quien se atreve a mirar la vida con los ojos del Espíritu. No se trata de una lógica mágica, ni de un código secreto. Dios habla en los acontecimientos, en las personas, en las heridas, en los sueños, en la historia compartida, sobre todo, habla en el corazón. No en cualquier corazón, sino en el que se deja moldear, en el que se vacía de sí mismo para llenarse del querer de Dios. Como María, la mujer que supo decir: “Hágase en mí, según tu palabra”. En ella vemos que discernir es abrirse a lo imprevisible, es dejar que la vida tome un curso nuevo porque Dios así lo ha insinuado.Hoy, donde todo se mide por la eficacia, por los resultados y la estadística de una acción, el discernimiento propone una lógica contracultural: la lógica de la fidelidad. No busca resultados inmediatos, sino frutos duraderos. A veces, lo que Dios quiere no coincide con lo que esperábamos. Nos lleva por caminos que no elegimos, pero que nos transforman desde dentro. Porque Dios no nos llama a ser exitosos, sino a ser fecundos. Y esa fecundidad se alcanza cuando se vive en sintonía con su divino querer.Sin embargo, nadie discierne en solitario. Dios ha querido que el camino de la fe sea comunitario. La Iglesia, al ser verdaderamente madre y maestra, ofrece espacios y acompañantes que ayudan a escuchar mejor, a poner nombre a lo que se mueve en el alma, a contrastar los propios deseos con el Evangelio. El acompañamiento espiritual no reemplaza la libertad, pero la purifica. Nos ayuda a no confundir nuestros anhelos con la voz de Dios. Y al mismo tiempo, nos recuerda que esa voluntad no se busca para encerrarnos en una devoción individualista, sino para enviarnos al mundo con una misión clara y generosa.Discernir la voluntad de Dios en medio del ruido del mundo es, al final, una forma de vivir despiertos. Porque quien ha escuchado a Dios no puede seguir viviendo dormido entre superficialidades. Quien ha probado su Palabra, no puede contentarse con migajas de sentido. La voluntad de Dios, cuando se acoge con humildad, da dirección, renueva la esperanza, y transforma incluso el dolor en ofrenda de corazón.Tal vez lo que más necesita nuestro tiempo no es gente perfecta, sino personas que vivan con mayor discernimiento. Personas que, sin estridencias, aprendan a preguntarse cada día: ¿Qué quiere Dios de mí hoy? ¿Dónde estoy llamado a sembrar vida? ¿Qué pasos debo dar para amar más y mejor? Esa, en el fondo, es la pregunta decisiva. Porque cuando se responde desde la fe, ya no hay ruido que apague la plenificante paz del corazón.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Vie 9 Mayo 2025

León XIV: Renovado impulso misionero en la Iglesia del siglo XXI

Por Pbro. Mauricio Rey - Con el corazón aún palpitante por la emoción y el silencio respetuoso que se apoderó de la Plaza de San Pedro, la humanidad ha sido testigo de un nuevo comienzo. El Papa León XIV, recién elegido sucesor de Pedro, ha salido al balcón no como un gobernante, sino como un hermano entre hermanos, como un pastor que llega con los pies descalzos ante el dolor del mundo, con los brazos abiertos para abrazar a todos.“Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo”, ha citado las palabras de San Agustín, con la sencillez de quien ha comprendido que el verdadero liderazgo nace del servicio humilde y comprometido. Su voz, serena y firme, ha resonado como una invitación clara, “Tenemos que buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera que construya puentes de diálogo, siempre abierta a todos aquellos que tienen necesidad de nuestra caridad, presencia, diálogo y amor.”No es un lema. No es una frase más. Es una hoja de ruta espiritual para toda la Iglesia. El Papa León XIV nos propone una Iglesia que no se encierra en sus templos, sino que se deja tocar por las heridas del mundo. Una Iglesia que no condena desde lejos, sino que se acerca, escucha, llora, acompaña y, sobre todo, ama sin condiciones.Su primer gesto ha sido un llamado a la paz. A una paz verdadera, que nace de corazones reconciliados, de pueblos que se miran a los ojos y se reconocen hermanos. No es una paz ingenua, sino valiente. Una paz que exige renunciar al orgullo, tender la mano primero, y apostar por la reconciliación como camino y posterior meta.El Papa León XIV nos recuerda que ser Iglesia hoy significa estar en movimiento, caminar juntos entre pastores, laicos, consagrados, dejando atrás las comodidades, los miedos, los privilegios, para salir al encuentro del que está caído en el camino. Una Iglesia en salida, como tantas veces lo pidió el Papa Francisco. Una Iglesia madre, no aduana; casa abierta, no fortaleza cerrada.Y su mirada a Roma no fue casual. Con gratitud y afecto, recordó a esta ciudad como un símbolo del mundo entero. Porque Roma, con sus contrastes, sus luces y sombras, es el reflejo de lo que somos: un mosaico de humanidad que clama por sentido, por justicia, por esperanza. Y allí, en ese clamor, León XIV se hace presente como testigo de la misericordia de Dios.El nuevo Papa no ha llegado con promesas vacías. Ha llegado con el Evangelio en el corazón y con la firme convicción de que la caridad es el lenguaje más creíble de la fe. Nos anima a dejarnos transformar por el amor, a tocar las llagas de Cristo en los pobres, en los migrantes, en los descartados, en quienes viven la soledad o el rechazo.Este es el comienzo de una nueva etapa. No se trata de grandes discursos, sino de pequeños gestos cargados de fe. El Papa León XIV ha plantado una semilla, y nos toca a nosotros regarla con nuestra entrega cotidiana. Nos ha recordado que la Iglesia no tiene otro sentido sino el de ser sacramento del encuentro entre Dios y los hombres, y para ello debe estar dispuesta a abrazar a todos, especialmente a los que más necesitan consuelo, dignidad y amor.Con el papa León XIV, la Iglesia vuelve a mirarse a sí misma como discípula y servidora, como comunidad de creyentes peregrinos, unidos en la esperanza. Y eso nos renueva. Nos llama. Nos compromete. Porque la santidad de nuestro tiempo será misionera o no será. Será puente o será muro. Será luz o será silencio.Que este nuevo pontificado sea tiempo de gracia. Que caminemos juntos como Pueblo de Dios, unidos en la fe, en la esperanza y en la caridad, con la certeza de que el amor de Cristo todo lo renueva, pues tiene la potencia, la fuerza y la capacidad de hacer nuevas las cosas.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Jue 8 Mayo 2025

Así sobrevive la gente humilde: minuto a minuto

Por Pbro. Mauricio Rey -Un canto a los que nunca aparecen en los titulares, pero sostienen el mundo desde abajo. Hay vidas que no tienen pausa. Que no pueden darse el lujo de detenerse a planear el futuro, porque el presente les exige todo. Vidas que no transcurren en oficinas ni en cafeterías con wifi, sino en las calles, en las cocinas improvisadas, en los patios de tierra, en los mercados populares. Allí donde cada minuto cuenta, donde cada decisión es una elección entre lo urgente y lo necesario. Así vive la gente humilde, minuto a minuto, con el alma en la mano y los pies firmes en la tierra.No se trata de pobreza como dato. Se trata de una lucha cotidiana marcada por el ingenio, por la fe, por la solidaridad tejida con manos sencillas. Mientras otros se angustian por el futuro, ellos se preocupan por el hoy, por llegar al final del día con algo de pan y dignidad. No porque no sueñen, sino porque han aprendido que la esperanza se construye paso a paso, sin falsas promesas.No es poesía ni romanticismo. Es cruda realidad. En los márgenes de nuestras ciudades, en las laderas, en los barrios populares y zonas rurales, la vida no se vive por días ni semanas. Se sobrevive minuto a minuto. La gente humilde no planea vacaciones ni organiza agendas a largo plazo. Ellos organizan su existencia según lo que hay para el almuerzo, según el clima, según si hoy se pudo conseguir algo de trabajo. Su reloj no mide el tiempo, mide la urgencia.Porque cuando uno no tiene la seguridad del empleo, ni la despensa llena, ni el alquiler garantizado, cada minuto se convierte en una decisión de resistencia. Una madre que parte en dos una arepa para alimentar a sus hijos y se queda sin probar bocado. Un joven que decide no caer en la trampa del delito a pesar de que la necesidad le aprieta la garganta. Un abuelo que cuida con ternura a sus nietos mientras la pensión no alcanza. Estos no son ejemplos aislados. Son rostros concretos. Son historias reales. Son vidas que se narran sin adornos y se sostienen con una fuerza que no se compra ni se aprende en libros.La gente humilde sobrevive porque ha desarrollado una sabiduría del corazón. Saben cuándo esperar, cuándo ceder, cuándo insistir. Saben que la dignidad no depende del bolsillo, sino de cómo se mira al otro, de cómo se comparte lo poco, de cómo se resiste sin perder la ternura. Por tanto, su lucha no es sólo por la comida, sino por mantener en pie los valores que el sistema les niega: justicia, respeto, humanidad.Minuto a minuto, levantan a sus hijos para llevarlos al colegio, aunque no haya desayuno. Minuto a minuto, caminan largas distancias para llegar a sus oficios, aunque duelan los pies. Minuto a minuto, agradecen a Dios por un nuevo día, aunque la noche anterior haya sido de incertidumbre. Minuto a minuto, dan ejemplo sin saberlo. Son los verdaderos testigos del Evangelio, los que hacen vida las Bienaventuranzas sin nombrarlas. Porque suyo es el Reino de los Cielos, aunque el mundo no lo vea.Ellos no viven esperando milagros, pero los provocan. Con su solidaridad, con su capacidad de perdonar, con esa forma tan profunda de acompañarse unos a otros en la necesidad. Hoy, donde muchos tienen de todo y sienten que nada los llena, los humildes tienen poco y comparten mucho. Esa es su riqueza.Sin embargo, duele que su dignidad sea sistemáticamente negada. Que sus voces no sean escuchadas. Que su trabajo no sea reconocido. Que su sufrimiento se normalice. Duele que se piense en ellos sólo como estadísticas o beneficiarios de programas, y no como protagonistas de su propia historia. Porque tienen voz, tienen pensamiento, tienen sueños. Y sobre todo, tienen derecho a una vida más justa.Por tanto, cuando hablamos de justicia social, de desarrollo, de paz, es indispensable empezar por mirar su realidad con ojos nuevos. Escuchar su sabiduría. Reconocer su aporte. Porque mientras el mundo corre detrás del éxito, ellos sostienen la vida. Mientras algunos se encierran en sus privilegios, ellos abren sus puertas. Mientras muchos se sienten vacíos en medio de la abundancia, ellos florecen en medio de la escasez.La gente humilde sobrevive minuto a minuto, pero no es pasiva. No es resignada. Es profundamente resiliente. Y en cada acto sencillo, poner alimento en la mesa, cuidar al enfermo, dar un consejo, levantar al caído, nos muestran el camino de la esperanza.Minuto a minuto, esta gente humilde no sólo sobrevive: construye humanidad. Y es hora de que el mundo lo reconozca.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana