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alma

Vie 20 Jun 2025

El oído del discípulo: Cuando escuchar se convierte en misión

Por Pbro. Mauricio Rey - En algunos momentos muy particulares de la vida no todos sabemos escuchar. No todos queremos escuchar. No todos podemos escuchar.En una época donde se premia al que más habla, al que más publica, al que más grita... escuchar parece cosa de ingenuos, de débiles, de los que se quedan en segundo plano. Pero no. Escuchar no es rendirse. Escuchar no es callar por miedo. Escuchar, cuando se hace desde lo profundo del corazón, es un acto de valentía espiritual. Escuchar puede ser una de las formas más poderosas de amar. Y cuando se escucha con el corazón dispuesto, se entra en el terreno sagrado, donde el otro, puede ser realmente quien es, sin ser juzgado. El oído del discípulo no se forma en la teoría, se forma en la vida. Se forma cuando alguien se atreve a quedarse junto al que llora sin entender por qué. Se forma cuando el otro habla desordenado, repite cosas, se contradice... y uno sigue ahí. Sin corregir, sin huir, sin poner reloj. Se forma cuando un joven dice que ya no cree, y quien lo escucha no lo juzga ni sermonea, sino que lo abraza con el alma. Se forma cuando una madre, un líder, un amigo, deja de pensar en lo que va a decir después, y simplemente escucha con el cuerpo entero.¿Cuántas veces nos han escuchado de verdad? ¿Cuántas veces hemos sentido que alguien nos prestaba su alma, no solo su tiempo? ¿Cuántas veces nos hemos sentido acompañados sin palabras? Ese tipo de escucha que no interrumpe, que no da consejos forzados, que no minimiza lo que uno siente. Esa escucha que se vuelve casa, pozo, refugio, y sobre todo, silencio habitado de sentido en plenitud. Jesús escuchaba así. A los suyos, a los marginados, a los excluidos, a los niños, a los que no tenían voz. No solo les respondía; los dejaba ser. No corregía de inmediato, ni se apresuraba a enseñar. Escuchaba hasta el fondo. Y cuando hablaba, sus palabras caían como semillas bien sembradas. Jesús no interrumpía el dolor, lo acogía. Por eso transformaba desde lo más profundo del corazón. Y entonces el oído del discípulo no es solo un sentido; es una actitud, una decisión, una forma de ser y estar en el mundo. Porque cuando un discípulo aprende a escuchar, deja de buscar solamente tener razón. Y empieza a buscar la verdad del otro. Deja de mirar para responder, y empieza a mirar para comprender. Y eso, desde la potencia del Evangelio, es capaz de sanar y transformar.Muchas heridas no se curan con palabras. Muchas búsquedas no necesitan una doctrina, sino una presencia que diga: “Te escucho, estoy aquí, no tienes que explicarlo todo”. Y eso vale más que mil palabras. Hay personas que nunca olvidan a quien les escuchó, cuando nadie más lo hizo. Hay niños que florecen cuando alguien les escucha de verdad. Hay comunidades que sanan cuando la Iglesia deja de solo dar respuestas, y empieza a escuchar sus procesos. Escuchar, entonces, no es pasividad, es misión, es comunión, es discernimiento. No todo se trata de ir lejos, de predicar en multitudes, de dar conceptos. A veces la misión más concreta es detenerse, mirar, hacer silencio, contemplar y prestar el oído con el alma limpia. Ahí se siembra el Reino de Dios, desde el silencio, sin escándalo, sin micrófono, sin espectáculo ni rumor.La escucha del discípulo también es incómoda. Porque no todo lo que se oye es bonito, ni fácil de procesar. A veces se escucha el dolor crudo, el odio no resuelto, la tristeza acumulada, el grito ahogado... y no se sabe qué hacer. Pero está. Y en ese estar, Dios actúa. Porque no se trata de solucionar todo, sino de mantenerse en pie y no huir. De no callar lo ajeno. De no reducir al otro a una frase corta o a una conclusión final. Hay que quedarse. Aunque duela. Aunque no sepamos qué decir. El oído del discípulo no es indiferente. Tampoco impaciente. No busca aprovecharse de lo que escucha, y mucho menos, usarlo para controlar. El verdadero discípulo guarda lo que escucha como quien cuida un tesoro. No repite, no expone, no traiciona la confianza. Escucha y ora. Escucha y ama. Escucha y se deja tocar.Y aquí viene lo más fuerte, no se puede escuchar de verdad si uno no se ha dejado escuchar primero. Por Dios, por alguien, por uno mismo. El que nunca fue acogido, el que nunca fue escuchado con amor, difícilmente sabrá cómo hacerlo con otros. Por eso, a veces, el primer paso es reconocer cuánto necesitamos ser escuchados nosotros también. Reconocer que hay un clamor en nuestro interior que pide lo mismo que los demás: espacio, compasión, acogida. Solo cuando nos dejamos escuchar por Dios en la oración desnuda, en el silencio verdadero, podemos empezar a escuchar a los demás, como Él lo haría.Por eso, la escucha del discípulo no es estrategia, es espiritualidad, es encarnación, es entrega, es dejar que la vida del otro entre en la nuestra sin condiciones. Es hacer de nuestro corazón una tierra buena, donde el otro pueda reposar, aunque sea solo por un rato, nada más. La Iglesia necesita más oídos abiertos y menos respuestas automáticas. Necesita menos prisas y más presencia. Necesita discípulos que no teman sentarse en el suelo con los que lloran, ni escuchar en silencio a los que dudan. Porque el Reino de Dios no se impone. Se escucha. Y si aún dudamos de cuánto bien puede hacer una escucha verdadera, pensemos en aquella vez que alguien nos escuchó en verdad. Sin señalar, sin juzgar, sin apurar. Solo estuvo. ¿No fue eso una forma cercana de salvación? Tal vez la pregunta hoy no sea: ¿qué vamos a decir al mundo?, sino ¿qué estamos dispuestos a escuchar de él?Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Lun 30 Oct 2023

Algunos conceptos doctrinales en el contexto del 31 de octubre

Por Pbro. Raul Ortiz Toro - 1. Suele ser cada día más difundida entre nosotros la celebración, de origen foráneo, del 31 de octubre como un “día de las brujas” o “día de los niños”. Un cristiano católico no debería participar en esta celebración porque su origen y esencia es pagana y esotérica.2. Esto no quiere decir, consecuentemente, que deba darse el calificativo de “diabólico” a este día o que quien participe en estas celebraciones incurra en un pecado mortal irreparable por, presuntamente, “consagrar su alma al demonio”.3. No solo el 31 de octubre, sino todos los días, el cristiano lucha por no caer en las fauces del enemigo que “ronda como un león rugiente buscando a quien devorar” (1 P 5, 8); esta es una batalla diaria contra la “acción ordinaria del demonio” que actúa, principalmente, a través de la tentación. Por ello, una persona que aparenta bondad, pero que su corazón esté lejos de Dios, compromete más su salvación eterna que una persona que, sin pretender ofender a Dios, participa con un disfraz el día 31 de octubre.4. Lamentablemente, el 31 de octubre - no se puede negar-, ha sido elegido por algunas personas alejadas de Dios, como un día para realizar prácticas ocultistas, espiritistas y satánicas. Además de la “acción ordinaria del demonio” (la tentación), existe una “acción extraordinaria” del demonio que, como lo llamó el papa San Pablo VI es “pervertido y pervertidor”. La “sujeción diabólica” es una de esas acciones extraordinarias (es decir, poco comunes) mediante la cual la persona se siente sujeta al enemigo (aun cuando quede salva la voluntad y libertad para liberarse). Es el caso de los médiums, ocultistas, espiritistas, satánicos; pero, también, de todos aquellos que sistemáticamente su sujeción al demonio, en ámbitos distintos a los tradicionalmente reconocidos como esotéricos y demoniacos, los hace obrar constantemente contra Dios. Como la acción ordinaria, también la acción extraordinaria del demonio puede vencerse. Ninguna persona está indefectiblemente condenada. Por ello, el 31 de octubre y el 1 de noviembre, la Iglesia ora por todos aquellos que obran contra el plan de Dios para que encuentren personas y circunstancias que los acerquen al Creador Bondadoso y se detenga la espiral de maldad, sobre todo en contra de los niños inocentes.5. Debemos tener claro que la inocencia infantil nunca busca ofender a Dios. Para que haya pecado mortal se necesita: pleno consentimiento de ofender a Dios, plena conciencia de que se está trasgrediendo su ley de amor, y que la materia del pecado sea grave. Los padres de familia, docentes y adultos en general, deben enseñar a los niños a “no seguir la corriente de este mundo en que vivimos” (Rom 12, 2). Cuando un niño recibe explicación de por qué estas celebraciones no son cristianas, puesto que no pocas veces exaltan antivalores que contradicen el Evangelio de la Luz de Cristo y el amor del prójimo, el niño entiende que debe alejarse de estos contextos.6. Para ello, la Iglesia ofrece la celebración correcta del 31 de octubre: La víspera de la Solemnidad de Todos los Santos, ocasión propicia para exaltar los valores del Evangelio; la imitación de las virtudes de los Santos, la alegría de estar llamados a un mismo destino final en unión con Cristo en la eternidad. En este sentido, muchas parroquias católicas incentivan hoy en día la participación de los niños el 1 de noviembre a la Eucaristía o a encuentros específicos, más que disfrazados, “revestidos de Cristo”, imitando perfiles de Santidad. Si la comunidad eclesial invita a los niños y niñas a vestirse como un arcángel, el Papa, una religiosa, una Santa o Santo en particular, propondrá a los pequeños una ocasión celebrativa y gozosa alternativa. Es cuestión de planeación pastoral.7. En algunas parroquias, la noche del 31 de octubre, se incentiva a las familias para que, en el caso de llegar a su puerta algún niño pidiendo dulces, se le regale una estampa de un santo o una oración o una cita bíblica (por ejemplo, Efesios 6, 1-3: “Hijo, honra a tu padre y a tu madre, tendrás larga vida y te irá bien”) junto con un dulce. O también se les puede invitar a rezar una oración a la Virgen María o a San José, patronos de las familias. Son alternativas que no “satanizan” sino que acogen y cuestionan según la pedagogía de Jesús.P. Raúl Ortiz ToroDirector de los Departamentos de Doctrina y PUD