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Vie 26 Ago 2022

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido

VIGÉSIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Agosto 28 de 2022 Primera Lectura: Sir 3,17-19.28-29 Salmo: Sal 68(67), 4-5ac. 6-7ab.10-11 (R. cf. 11b) Segunda Lectura: Hb 12, 18-19. 22-24a Evangelio: Lc 14, 1.7-14 I. Orientaciones para la Predicación Introducción La liturgia de la Palabra en este domingo encuentra en la segunda lectura la enseñanza fundamental: El comportamiento del creyente se deriva, surge y se alimenta de la nueva Alianza sellada por Dios en Jesucristo. Es en la experiencia de la gratuidad de ese pacto amoroso, que el cristiano debe encontrar la motivación para vivir la humildad y la modestia a la que exhorta el libro de Sirácida en la primera lectura, así como el ejemplo del mismo Jesús, que se hizo servidor de todos, especialmente de los más pobres y necesitados y que en el texto del evangelio nos exhorta a la humildad y al desinterés en nuestras acciones. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La primera lectura está tomada del libro de Sirácida. Se llama así porque en su conclusión está firmado por “Jesús, hijo de Sirá”. En el prólogo de la obra, el autor cuenta que es la traducción al griego de la obra escrita en hebreo por su abuelo “sobre cuestiones de instrucción y sabiduría”, para que, especialmente los que viven fuera de Israel, progresen y lleven una vida más acorde con la Ley. El texto que se proclama en la liturgia toma algunos versículos del final del capítulo tercero, que exhortan a actuar con dulzura y humildad y a vencer el orgullo y la soberbia. La segunda lectura está tomada del final de la Carta a los Hebreos y compara la Alianza del Antiguo Testamento, rodeada de fuego, oscuridad, tinieblas y huracanes que llenaron de miedo al pueblo que tuvo que pedir la intercesión de Moisés, con la Nueva Alianza del Nuevo Testamento en la que el nuevo pueblo de Dios encuentra en Cristo el rostro del Dios amigo de la humanidad, que puede dirigirse directamente a Dios sin miedo ni temor. En el Evangelio, san Lucas narra la enseñanza de Jesús, invitado a comer en la casa de uno de los jefes de los fariseos, que aprovecha la oportunidad para enseñar que en su comunidad no puede haber discriminaciones, sino que los discípulos deben caracterizarse por vivir y testimoniar con los demás el amor gratuito y misericordioso del Padre. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? Debemos estar atentos para que la fe no se convierta en un motivo de soberbia, que nos lleve a creernos superiores a los demás. Ese fue el pecado de Israel en el Antiguo Testamento y de los fariseos y escribas en la época de Jesús. Es lo que el Papa Francisco reiteradamente advierte al hablar de la tentación del “pelagianismo”, una doctrina herética que lleva a pensar que son nuestras buenas obras las que nos llevan a la salvación. Por el contrario, la fe cristiana es fundamentalmente la experiencia de la misericordia de Dios, que nos conduce a ser testigos de la misericordia con los que nos rodean. Servir a los más necesitados. El lavatorio de los pies por el que renovamos el Jueves Santo el gesto de Jesús en la Última Cena, nos invita a redescubrir el sentido de nuestra existencia en el mundo: todo lo que somos y tenemos se orienta al servicio, particularmente al servicio de los más necesitados. Dios nos ha puesto en este mundo para ser sacramento y signo de su amor. Finalmente, uno se muere y nada se lleva. Ayudar a quien pasa necesidad, respetar la dignidad de las personas más humildes, promover la construcción de una sociedad más justa y fraterna, es la misión del cristiano en el mundo. Es una buena oportunidad para recordar las obras de misericordia espirituales y materiales, como un camino concreto para vivir nuestra fe. Vivir con humildad y modestia. Viviendo en una sociedad capitalista que promueve el consumo de bienes muchas veces superfluos, la primera lectura nos recuerda que mientras más grandes seamos, más necesitamos ser humildes. No se trata de rechazar el éxito o de no aspirar a triunfar en la vida. Ojalá todos los creyentes fueran grandes líderes en todos los campos, pero recordando siempre que el poder y la riqueza no son un fin en sí mismo sino una oportunidad para poder servir más y mejor a los más necesitados. Eso exige estar siempre atentos, porque muchas veces la vida nos va llevando a crear necesidades, a llenarnos de soberbia, a creernos superiores a los demás. El modelo para el creyente debe ser siempre el Señor Jesús, que siendo Dios se hizo servidor de todos. Vivir la Nueva Alianza. El texto de la segunda lectura nos recuerda el sentido y la misión de la Iglesia como el pueblo de la Nueva Alianza y de cada uno de los que conformamos esta nueva comunidad, no basada en las leyes del Decálogo sino en el mandamiento del amor. La participación en la Eucaristía, la celebración de los mandamientos, la vida de oración del cristiano debe alimentar de manera constante la misericordia en el corazón del creyente. Misericordia que se manifiesta en el perdón, en el amor desinteresado, en la comprensión de la debilidad ajena, en la conciencia de la propia fragilidad. Y misericordia que se basa en la propia experiencia del amor misericordioso de Dios con nosotros. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Vivir conscientemente. “No hay peor ciego que el que no quiere ver y no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Podemos escuchar la Palabra que la Iglesia nos propone para este domingo pensando en los otros, viendo la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Podemos visualizar personas a nuestro alrededor que discriminan a los que les rodean, que gastan su dinero en cosas innecesarias, que miran por encima del hombro a los demás y se llenan de orgullo y de soberbia. Pero la Palabra se dirige a cada uno de nosotros para que examinemos nuestra propia vida, nuestras propias actitudes, para que nos dejemos interpelar y para que acojamos el llamado de Dios a la conversión. Pidamos hoy al Señor la gracia de contemplar críticamente nuestra vida y nuestras propias actitudes para poder ser más y mejores sacramentos de su misericordia en el mundo. Saber escuchar. Una última reflexión podría surgir de las últimas palabras de la primera lectura: “un oído atento es el anhelo de sabio”. En realidad, a medida que vamos avanzando en la vida, tenemos la tentación de hablar más y de escuchar menos, olvidando que Dios nos dio dos oídos y sólo una boca. Los mayores problemas que surgen en las relaciones interpersonales se dan porque no sabemos escuchar. Y no se trata de escuchar sólo con los oídos. Se trata de una actitud que debe alimentarse para estar atento a lo que nos dice Dios (en su Palabra, en nuestra conciencia, en la historia, por medio de los demás), a lo que nos dicen “los signos de los tiempos”, los acontecimientos de la vida, a lo que nos dicen los demás no sólo con palabras. El creyente atento sabe escudriñar el corazón de sus semejantes. El que ama verdaderamente, intuye las necesidades y no necesita esperar a que le pidan favores. ¿Cómo estoy escuchando? ¿Qué me está diciendo Dios en este momento de la vida? ¿Cómo podría mejorar mi capacidad para escuchar a los que me rodean? _____________ Recomendaciones prácticas: • Jornada Dona Nobis, para la obra evangelizadora de Conferencia Episcopal de Colombia. • Mañana se celebra la Jornada de Oración por los Cristianos Perseguidos. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa Bienvenidos todos a esta celebración de acción de gracias en la que experimentamos la misericordia de Jesús, que nos invita a ser misericordiosos con los hermanos, a vencer el orgullo y la soberbia y a ser testigos del amor desinteresado. Dispongámonos a celebrar nuestra fe y a experimentar la presencia constante y misericordiosa de Dios en nuestra vida, en nuestra familia y en nuestra comunidad. Que esta celebración renueve nuestro espíritu de amor y servicio a los más pobres y necesitados de nuestra sociedad. Monición a la Liturgia de la Palabra La Palabra de Dios nos invita a comportarnos sabiamente, a actuar con sabiduría, venciendo el orgullo y creciendo en humildad. Escuchemos con atención a ese Dios que quiere renovar en esta celebración la Nueva Alianza que tiene su fundamento en el mandamiento del amor. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Dirijamos nuestras súplicas y peticiones al Padre misericordioso con la confianza de los hijos, con la certeza de que Él hace posible lo que para nosotros es imposible y que con su sabiduría nos concede siempre lo que más nos conviene. R. ¡Escucha, Padre, nuestra oración! 1. Por la Iglesia universal, por nuestra Iglesia diocesana y por nuestra propia comunidad eclesial, porque también aquí reinan muchas veces las divisiones y las discriminaciones, para que todos seamos capaces de vencer el orgullo para vivir la verdadera fraternidad. 2. Por los pastores de la Iglesia, para que siempre den testimonio de fe y de fortaleza, para que puedan dar siempre ejemplo de humildad y de ternura, siendo, a ejemplo de Jesús, servidores de los más necesitados. 3. Por los cristianos perseguidos, que han experimentado la marginación y la violencia, y de modo especial por los que han perdido las fuerzas y la esperanza, para que encuentren en los que los rodean un testimonio eficaz de tu misericordia. 4. Por todas las personas que trabajan en el gobierno y en las organizaciones de servicio a los más necesitados y por todos los que arriesgan su vida por ayudar a los que más sufren, para que encuentren en la fe en Cristo la fuerza necesaria para ser incansables testigos de tu amor. 5. Por quienes comparten con alegría desde su pobreza, en esta Jornada Dona Nobis, promovida desde la Conferencia Episcopal de Colombia, para apoyar su acción evangelizadora. Oración conclusiva Escucha, Padre bondadoso, las plegarias que te dirigimos con la confianza de los hijos, porque sabemos que siempre nos concedes lo que más nos conviene. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. R. Amén.

Lun 31 Mayo 2021

“Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza”

EL CUERPO Y LA SANGRE SANTÍSIMOS DE CRISTO Junio 6 de 2021 Primera lectura: Éx 24,3-8 Salmo: Sal 116(115),12-13.15-16.17-18 (R.13) Segunda lectura: Hb 9,11-15 Evangelio: Mc 14,12-16.22-26 I. Orientaciones para la Predicación Introducción De la Palabra de Dios que se nos ofrece para esta solemnidad del Cuerpo y Sangre Santísimos de Cristo, se pueden resaltar tres grandes ideas contenidas en cada una de las tres lecturas: • “La sangre de la Alianza” (Ex 24, 3-8), • “Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza” (Hb 9,11-15), y • “Esta es mi sangre de la Nueva Alianza” (Mc 14,12-16.22-26) 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? “La sangre de la Alianza” (Ex 24, 3-8): Era frecuente entre los pueblos ratificar los pactos mediante un rito o un banquete. En este pasaje del libro del Éxodo se narra un rito con banquete mediante el cual queda sellada la Alianza. Este rito tiene lugar en la cercanía del monte, considerado un lugar sagrado; Moisés se presenta como un intermediario, pero los protagonistas son Dios y su pueblo. La ceremonia tiene dos partes bien significativas: a) la lectura y aceptación del decálogo, b) el sacrificio que sella el pacto. La aceptación del decálogo por parte del pueblo se hace con toda solemnidad, usando una formula ritual: “Haremos todo lo que ha dicho el Señor”. Posteriormente, el pueblo es rociado con la sangre del sacrificio, de esta manera queda asegurado el vínculo a la Alianza. Al distribuir la sangre a partes iguales entre el altar, que representa a Dios y el pueblo, se quiere significar que ambos se comprometen a las exigencias de la Alianza. Cuando Moisés rocía con la sangre del sacrificio al pueblo entero, lo está consagrando, haciendo de él “propiedad divina y reino de sacerdotes”. Jesucristo, en la última Cena, al instituir la Eucaristía, utiliza los mismos términos: “sangre de la Nueva Alianza” (Cf. 1 Cor 11, 23-25), indicando la naturaleza del nuevo pueblo de Dios, que, habiendo sido redimido, es ahora el “Pueblo santo de Dios”. “Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza” (Hb 9,11-15): En la Antigua Ley tanto el sacrificio expiatorio como el ritual de una Alianza exigían el derramamiento de sangre. El autor de la Carta a los Hebreos manifiesta que la mediación sacerdotal de Cristo es la única que puede lograr el perdón de los pecados y el acceso de los hombres a Dios, porque derramó su propia sangre para ratificar la Nueva Alianza. El cristiano puede hacer también de su vida un sacrificio para Dios, uniéndose al sacrificio de Cristo. En otras palabras, la santidad del cristiano deriva directamente del sacrificio del Calvario. Conviene recordar que la Santa Misa es la renovación de este único sacrificio de Cristo, pero no reiteración al modo de los antiguos sacrificios: el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio. Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz; sólo difiere la manera de ofrecer (Cf. CEC 1367). “Está es mi sangre de la Nueva Alianza” (Mc 14,12-16.22-26): El evangelista Marcos es el más sobrio de los evangelios sinópticos (Mt 26,26-29; Lc 22, 14-20) y de la tradición paulina (1Cor 11,23-26) a la hora de narrar la institución de la Eucaristía. La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del “cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) y el sacrificio de la Nueva Alianza que devuelve al hombre la comunión con Dios reconciliándole con Él por “la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28). Jesús estaba reunido con sus discípulos celebrando la Pascua judía, que recordaba la liberación de la esclavitud de Egipto y el paso del Mar Rojo hacia la tierra prometida. En esa cena judía el pan se comía sin levadura, se preparaba un cordero y los alimentos se acompañaban con el vino. Jesús aprovecho esos elementos para darle un nuevo significado. Por eso dice el texto: “mientras cenaban, tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y les dijo: Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos” (Mc 14,22-24). Con Cristo el pueblo cristiano vive su Pascua, es decir, el paso ya no del Mar Rojo, pero sí del pecado a la Gracia, de las tinieblas a la Luz. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? La fiesta del Corpus Christi es inseparable del Jueves Santo, de la misa in Caena Domini, en la que se celebra solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se entrega a nosotros en el pan partido y en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Christi, este mismo misterio se presenta para la adoración y la meditación del pueblo de Dios, y el Santísimo Sacramento se lleva en procesión por las calles de la ciudad y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el reino de los cielos. Lo que Jesús nos dio en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no es sólo para algunos, sino que está destinado a todos. ¡Que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras casas sean casas para él y con él! Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una bendición grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. ¡Que el rayo de su bendición se extienda sobre todos nosotros! 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? En la procesión del Corpus Christi, acompañamos al Resucitado en su camino por el mundo entero. Y, de este modo, respondemos también a su mandato: «Tomad y comed… Bebed todos» (Mc 14,12-16.22-26). No se puede «comer» al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración y procesión forman parte, por tanto, de un único gesto de comunión; responden a su mandato: «Tomad y comed». II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa La Iglesia está de fiesta hoy al celebrar, honrar y venerar la presencia de Cristo en el sacramento de la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre. Participar en este encuentro con el Señor nos impulsa a ser sacramento de amor y de unidad. Con alegría continuemos esta celebración. Monición a la Liturgia de la Palabra La liturgia de la Palabra nos presenta cómo del corazón de Cristo, de su «oración eucarística» en la víspera de la pasión, brota el dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmica, humana e histórica. Todo viene de Dios, de la omnipotencia de su Amor uno y trino, encarnada en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esta razón él sabe dar gracias y alabar a Dios, incluso, ante la traición y la violencia, y de esta forma cambia las cosas, las personas y el mundo. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Acudamos a nuestro Padre Dios, por mediación de Cristo que invita a todos a su Cena y en ella entrega su Cuerpo y su Sangre para la vida del mundo, digámosle: R. Cristo, Pan bajado del cielo, danos la vida eterna 1. Por el Romano Pontífice Francisco, obispos, sacerdotes, religiosos para que unidos por el Cuerpo y la Sangre de Cristo formen una sola familia, roguemos al Señor. 2. Por los gobernantes de las naciones, para que rijan los destinos de los pueblos con equidad y justicia, roguemos al Señor. 3. Por los que sufren, para que sepamos compartir con ellos nuestro pan de cada día, anuncio del Pan de vida eterna, roguemos al Señor. 4. Por toda la asamblea del pueblo de Dios, invitados a la mesa del Señor, para que el Pan de la Palabra y de la Eucaristía disponga nuestro corazón en ayuda a los más necesitados, roguemos al Señor. En un momento de silencio presentemos nuestras intenciones personales. Oración conclusiva Padre misericordioso, recibe estas suplicas que te presentemos con fe y esperanza en esta solemnidad del Cuerpo y Sangre de tu Hijo, Jesucristo, quien vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.