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fernando chica

Mié 14 Abr 2021

Orar por la fraternidad

Por: Mons. Fernando Chica Arellano -En palabras de Guillermo de San Teodorico, “la oración es el afecto del hombre que se une con Dios, un cierto diálogo tierno y familiar, un estado de la mente iluminada para gozar de Dios todo el tiempo que le es permitido” (Mons Dei, 179). Sabido lo cual, como ha hecho en otros documentos previos, el Papa Francisco termina Fratelli Tutti con dos oraciones, una dirigida al Creador (abierta, pues, a todos los creyentes) y otra formulada en términos trinitarios y, así, explícitamente cristiana y ecuménica. Propongo que nos detengamos en los siguientes párrafos en las dos plegarias que coronan la tercera encíclica del Santo Padre y, de este modo, seguir profundizando en la amistad social y creciendo en la fraternidad universal. La Oración al Creador comienza así: “Señor y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad, infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal”. Desde la convicción del señorío único de Dios en la creación, de su común paternidad para con todos los seres humanos y, por tanto, de la dignidad inviolable de cada persona, la oración pide que recibamos el espíritu fraternal en lo más hondo de nuestras personas. Desde ahí, continúa la plegaria: “Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz. Impúlsanos a crear sociedades más sanas y un mundo más digno, sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras”. Obsérvese que, en estas frases, hay un triple movimiento armónico. Se mueve, primero, entre el sueño y la realidad, entre la utopía y la concreción. Bascula, en segundo término, entre la fuerza de Dios (“inspíranos”) y el compromiso humano (“impúlsanos a crear”). Combina, finalmente, una visión más positiva, que habla de reencuentro, diálogo, justicia y paz, con una visión que subraya los elementos más negativos: hambre, pobreza, violencia, guerra. Concluye la oración con esta súplica: “Que nuestro corazón se abra a todos los pueblos y naciones de la tierra, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada uno, para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes, de esperanzas compartidas. Amén”. En este punto hay que recordar que la encíclica Fratelli Tutti comienza señalando las sombras de un mundo cerrado (cap. 1), para después invitar a pensar y gestar un mundo abierto (cap. 3), que requiere un corazón abierto al mundo (cap. 4). No puede extrañar, por tanto, que esta oración pida a Dios que nos abra el corazón. Como tampoco sorprenden las demás demandas orantes: que veamos la belleza de toda persona que encontramos en el camino (cap. 2), que veamos eso mismo en pueblos y naciones (cap. 5), que acojamos el diálogo y la amistad social (cap. 6), que busquemos caminos de reencuentro (cap. 7), que reconozcamos el papel de las religiones para construir la fraternidad en el mundo (cap. 8). Por su parte, la Oración cristiana ecuménica arranca con una intensidad llamativa: “Dios nuestro, Trinidad de amor, desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina derrama en nosotros el río del amor fraterno”. Hay toda una corriente del Amor divino, que fluye en el seno trinitario por toda la eternidad, y que se derrama abundantemente sobre nosotros, en forma de amor fraterno. Recordamos las palabras que Jesús dirigió a la mujer samaritana en el pozo de Siquén: “El que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial que conduce a la vida eterna” (Jn 4, 14). Y, en otro momento, el mismo Jesús prometió: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice la Escritura, de lo más profundo de todo aquél que crea en mí brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38). Pues bien, ahí encontramos el río de amor fraterno que tanto anhelamos y necesitamos. Prosigue la oración: “Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús, en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana. Concede a los cristianos que vivamos el Evangelio y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano, para verlo crucificado en las angustias de los abandonados y olvidados de este mundo y resucitado en cada hermano que se levanta”. La referencia primigenia es la vida de Jesús y, concretamente, sus gestos y acciones, su cercanía solidaria a los más abandonados y, así, su apertura al amor universal y encarnado. Queremos que toda comunidad cristiana y la Iglesia en su conjunto sea un reflejo de este modo de actuar. Inspirado en el texto de Mt 25, 31-46 (“tuve hambre y me distéis de comer…”), la oración pide un aumento de nuestra capacidad contemplativa, para reconocer a Cristo en los sufrimientos de los excluidos pero, también, en la fuerza que habita en cada hermano pisoteado que logra levantarse. Es importante descubrir que, en la perspectiva del Papa Francisco, petición y abandono descansado del orante en las manos de Dios van de la mano. Como recuerda Olegario González de Cardedal, “la súplica intensa y confiada a Dios y el desasimiento confiado y pacífico en sus manos son igualmente esenciales. Sin la primera, Dios quedaría reducido a una lejanía impersonal y descuidada del hombre; sin el segundo, el hombre se elevaría sobre Dios, pretendiendo ser soberano de sus designios” (El quehacer de la teología, Salamanca 2008, 175). El Sumo Pontífice concluye esta plegaria ecuménica con una invocación a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: “Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura reflejada en todos los pueblos de la tierra, para descubrir que todos son importantes, que todos son necesarios, que son rostros diferentes de la misma humanidad que amas. Amén”. Hay aquí un precioso eco del acontecimiento de Pentecostés (la hermosura del Espíritu reflejada en todas las naciones del orbe, con los rostros diferentes de una humanidad amada por Dios) y, fruto de ese asombro contemplativo, una invitación al compromiso: todos los pueblos son importantes, todos son necesarios. Ojalá nunca lo olvidemos. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Mar 16 Oct 2018

Frente al hambre, nuestras acciones son nuestro futuro

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - Un año más, hoy, 16 de octubre celebramos el Día Mundial de la Alimentación. En esta ocasión, el lema escogido es «Un mundo #HambreCero para 2030 es posible». Viene acompañado de una invitación para cada uno de nosotros: «Nuestras acciones son nuestro futuro». A día de hoy, unos 821 millones de personas carecen del pan cotidiano. Desde hace tres años, para sonrojo de la humanidad, la cifra de los hambrientos no ha dejado de aumentar. Lo sorprendente es que, en septiembre de 2015, en el seno de la ONU, 193 países se comprometieron a acabar con la pobreza y el hambre, proteger el planeta y garantizar la prosperidad para todos, de forma que nadie quede atrás. Concretamente, el Objetivo 2 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se propone alcanzar el Hambre Cero. El Papa Francisco, cada vez que se detiene en estas cuestiones, insiste en la necesidad de superar la retórica y las meras declaraciones para pasar a la acción con gestos tangibles e iniciativas bien coordinadas. Individual y colectivamente, todos deberíamos poner lo mejor de nosotros mismos, abandonando la indiferencia y el egoísmo. Solo así terminará la penuria de los postergados de nuestro planeta. A este respecto, cuatro puntos adquieren particular relieve. Necesitamos actuar ya. La llamada a la acción no es algo opcional. Es imprescindible, sobre todo si miramos el trayecto recorrido. Es triste recordar que, ya en 1974, se aprobó la «Declaración universal sobre la erradicación del hambre y la malnutrición», que marcaba el objetivo de que, para el año 1984, «ningún niño, mujer u hombre se vaya a la cama con hambre». A su vez, la Conferencia General de la FAO reiteraba este compromiso al instituir el Día Mundial de la Alimentación en 1979. Ahora se fija el año 2030 como nuevo horizonte para acabar con la lacra del hambre. Es obvio que este plazo queda demasiado lejos para quienes sufren por no tener nada, o casi nada, que llevarse a la boca. Los pobres no merecen esta espera. Necesitamos actuar mejor. En este trayecto, hay lecciones aprendidas, iniciativas exitosas y proyectos fracasados. El problema fundamental no es de producción de alimentos, sino de acceso a los mismos y su distribución equitativa. Sabemos que lograr la seguridad alimentaria exige un enfoque integrado que aborde todas las formas de malnutrición, la productividad y los ingresos de los pequeños productores de alimentos, la resiliencia de los sistemas alimentarios y el uso sostenible de la biodiversidad y los recursos genéticos. El reto es que nada de ello se quede en papel mojado, sino que haya recursos suficientes y voluntad política para emprender una acción eficaz. Desgraciadamente, los datos de seguimiento indican que hay poco avance y algunos retrocesos. A este ritmo, dice la FAO, no se lograrán alcanzar los objetivos trazados en la Agenda 2030. Necesitamos actuar concretamente. Ante la envergadura del drama del hambre, podemos caer en la tentación de la parálisis, al sentirnos desbordados. Sin embargo, siendo un desafío global, es también una realidad muy cercana. Recordemos, por ejemplo, que un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo se pierde o se despilfarra. En Europa cada consumidor desperdicia unos cien kilogramos de comida por persona y año. Son estadísticas escandalosas. Algo se podría remediar si, cada día, en la cocina y el comedor de nuestros hogares, en los restaurantes y supermercados de nuestras ciudades, tomáramos medidas más incisivas y solidarias para que mucha comida no acabara en la basura. Necesitamos actuar con visión amplia. Alrededor del 80 por ciento de las personas que sufre pobreza extrema en el mundo vive en zonas rurales. La mayoría de ellas depende de la agricultura. Según informes recientes, los conflictos y el cambio climático están afectándoles gravemente, sobre todo en África y Asia. Es necesario cambiar de rumbo, invertir en paz, sumar esfuerzos para paliar los desastres relacionados con la variabilidad climática extrema, que causan incontables daños en el sector agrícola y ganadero. El Señor, Jesús, al ver que sigue habiendo una multitud hambrienta, nos dice a cada uno de nosotros con toda claridad: «Dadles vosotros de comer» (Mt. 14, 16). A este imperativo se agregan las palabras del apóstol Santiago: «Suponed que un hermano o hermana andan medio desnudos, faltos del sustento cotidiano, y uno de vosotros le dice: “id en paz, calientes y saciados”, pero no le da para las necesidades corporales, ¿de qué sirve? Lo mismo la fe que no va acompañada de obras, está muerta del todo» (2,15- 17). Frente al hambre no bastan las palabras. Obras son amores y no buenas razones. Serán las acciones las que posibilitarán el futuro de nuestros hermanos más pobres. Y también el presente. Mons. Fernando Chica Arellano Observador permanente de la Santa Sede ante la FAO el FIDA y el PMA

Mié 4 Oct 2017

El Vaticano advierte a la FAO sobre las dificultades del sector pesquero

El Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO (Food and Agriculture Organization), monseñor Fernando Chica Arellano, lamentó –en su discurso pronunciado en la VI edición del Congreso Internacional sobre cambio climático y pesca, promovido por la FAO y que del 3 al 5 de octubre se está celebrando en la ciudad española de Vigo- que en el sector de la pesca “se detectan graves violaciones de los derechos humanos de los pescadores”, a pesar de que “la pesca y la acuicultura son esenciales para la prosperidad económica de muchísimas regiones y particularmente para las comunidades costeras de numerosos países en vías de desarrollo”. Monseñor Arellano advirtió contra esa degradación del sector pesquero “que esconde formas de violaciones de los derechos humanos, de trabajo forzado y de tráfico de seres humanos”. Esas violaciones “tienen entre sus posibles causas precisamente fenómenos como la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada”. La pesca ilegal e indiscriminada causa “el agotamiento gradual de los recursos pesqueros en las aguas costeras y ha obligado a los pescadores a trasladarse hacia zonas más alejadas de la costa. Esto ha hecho necesario reclutar a tripulaciones que permanecen en los pesqueros durante largos períodos de tiempo”. La mayor permanencia en el mar supone un aumento de los costes y esto “ha provocado el que se contrate a trabajadores ‘de bajo coste’, por así decirlo, que permitan un ahorro salarial”. “En general, los miembros de estas tripulaciones provienen de áreas muy pobres”, señaló el representante vaticano. “Son personas sumidas en la miseria y lastradas por la falta de trabajo. Muchas de ellas son jóvenes, a menudo analfabetos o con un bajo nivel de educación y que pueden, por lo tanto, ser fácilmente engañados. Otros, en cambio, poseen un diploma otorgado por escuelas náuticas y aceptan cualquier trabajo con tal de no esperar indefinidamente un empleo mejor pagado en la marina mercante”. En su argumentación, señaló a “las agencias de reclutamiento sin escrúpulos”, que “proponen el trabajo en los pesqueros como llevadero y bien pagado y hacen firmar a sus víctimas un contrato que prevé un salario que muy raramente se puede calificar de justo”. En ocasiones, incluso se pide a los pescadores pagar “una cierta cantidad de dinero con el fin de obtener el trabajo y son obligados así a endeudarse ellos mismos y sus familias y a hipotecar la propia tierra”. “Una vez que han subido a bordo, los pescadores se encuentran con la cruda realidad. Pueden vivir aislados en los pesqueros durante varios años, lo cual vuelve imposible el desarrollo de una normal vida familiar y social”. Aunque resulte paradójico, el desarrollo de la tecnología pesquera ha favorecido esta explotación del trabajador del mar, ya que “las naves en donde embarcan son enormes y no tienen necesidad de atracar en los puertos, pues disponen de embarcaciones más pequeñas, con las que es posible transportar a tierra lo que se ha pescado y abastecerse de carburante”. “La falta de acceso a los puertos, por lo tanto, impide la huida de los pescadores víctimas de los atropellos, así como el que puedan solicitar asistencia a las autoridades, muchas veces implicadas en la trata”. Las condiciones dentro de los pesqueros son terribles, denunció: “los pescadores están obligados a trabajar entre 18 y 20 horas al día, 7 días a la semana, a menudo soportando inclementes condiciones meteorológicas; frecuentemente andan faltos de alimentos y el agua potable se distribuye de forma racionada; la privación de horas de sueño, las enfermedades y la malnutrición facilitan que se produzcan accidentes laborales; carecen de equipamientos de seguridad, de una digna y adecuada asistencia médica y de medicinas; los camarotes son estrechos y no respetan las normas higiénico-sanitarias más elementales”. Abusos físicos y verbales, amenazas, homicidios, violencia sexual y esclavitud son otros de los ataques contra los derechos humanos de los trabajadores del mar apuntados por el Observador de la Santa Sede en la FAO (Food and Agriculture Organization). Además, advirtió que estas graves irregularidades cometidas en el sector pesquero que suponen un grave daño contra el medio ambiente como consecuencia de la sobrepesca que está esquilmando los océanos. Según la FAO, explicó, “a nivel global, en la captura de un tercio de los peces que se pescan no se respeta el ritmo de los tiempos que se necesitan para asegurar su reproducción en niveles biológicamente sostenibles”. “Esta depredación ha de ser frenada porque el desarrollo económico y el amplio espectro de beneficios ligados a este sector no pueden afectar a la salvaguarda del medioambiente ni dejar de considerar las necesidades de las personas que vendrán después de nosotros”. Por ello, abogó por garantizar el trabajo digno de los trabajadores del mar. “Hablar de trabajo digno significa reconocer sobre todo la centralidad y la dignidad de la persona humana. De hecho, solamente el reconocimiento de la centralidad y de la dignidad humana hace posible la promulgación de normas que tutelan el trabajo digno”. En este sentido, destacó el compromiso de la iglesia, que “siempre ha mirado con especial predilección a los que viven y trabajan en el mar”. La Santa Sede, “que siempre ha mostrado una significativa sensibilidad por los trabajadores de la mar, está dispuesta a ofrecer su propio apoyo a los gobiernos, a las organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales, a las organizaciones de la sociedad civil y del sector privado y a todos los que quieran defender el trabajo decente en la pesca y en la acuicultura”, indicó. Fuente: Agencia AICA

Mar 22 Nov 2016

Iglesia pide respeto por los derechos humanos de la población pesquera

En un evento coordinado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el observador permanente del Vaticano, fue presentado el mensaje por el Día Mundial de la Pesca. Durante la presentación, el director general de la agencia de las Naciones Unidas, José Graziano da Silva, señaló que, si bien la pesca proporciona alimentos e ingresos a millones de personas, "desafortunadamente, la misma industria que ofrece tantas oportunidades victimiza también a los más vulnerables". En su discurso, el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, sostuvo la necesidad de ayudar a los pescadores explotados para facilitar su reintegración; pidiendo velar por el cumplimiento de las normas internacionales para la pesca; y luchar contra el tráfico y el contrabando para imponer el estado de derecho y el respeto de los derechos humanos. "Sólo trabajando conjuntamente y coordinando nuestros esfuerzos, seremos capaces de romper la cadena de explotación que afecta a la industria pesquera en muchos países", expresó. Por su parte al cierre del evento, monseñor Fernando Chica Arellano, Observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, agradeció el aporte de todas las organizaciones que trabajan en favor de la dignidad de esta población vulnerable y pidió pasar de la reflexión a la acción. “Es hora de pasar a la acción y que aquellos pescadores que llevan a cabo sus tareas en condiciones inhumanas, casi de esclavitud, vean restaurada su dignidad, y que nunca más haya entre ellos víctimas del tráfico de personas o del trabajo forzado”, aseveró monseñor Chica. Finalmente, tanto la FAO como el Vaticano acogieron con satisfacción las noticias sobre la ratificación del Convenio núm. 188 (Normativa laboral internacional para el sector pesquero mundial), por parte de un número suficiente de países que permitirá su entrada en vigor en noviembre de 2017. El Día Mundial de la Pesca, instituido en 1998, se celebra cada año el 21 de noviembre en todo el mundo por las comunidades de pescadores. Foto: Tomada de internet