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formadores

Vie 9 Oct 2015

Justos pagan por pecadores.

P. Juan Álvaro Zapata Torres Justos pagan por pecadores ha sido una realidad a lo largo de la historia de la humanidad, en particular en la vida de la Iglesia. El primero de ellos fue el mismo Jesús, quien libre de culpa, justo e inocente, asumió sobre sí el pecado del mundo y murió en la cruz para dar la salvación a todos. Hoy esta historia se repite de muchas otras formas a través de los misioneros asesinados por la fe, los cristianos perseguidos, los cientos de miles de obispos, sacerdotes y religiosos que viven fiel y radicalmente su consagración, pero que a causa de unos cuantos incoherentes y faltos de honestidad, son medidos con el mismo rasero. Es justo que los pecadores o culpables por cualquier delito, falta o aberración que hayan cometido (laicos, sacerdotes o consagrados), paguen por sus acciones y paguen con todo el rigor de la ley y la justicia, pero no está bien que se haga pagar a los inocentes por las acciones de los que libre, voluntaria y conscientemente se apartaron de la verdad, de la moral y del evangelio. En el caso concreto de los pocos sacerdotes que viven una dicotomía en sus vidas es mejor apartarse del ministerio. Quien ama en verdad a Dios y a su Iglesia no la lastima, no la corona con las espinas de la humillación, del escarnio público o del rechazo de muchos. Tampoco le da latigazos con sus incoherencias y mentiras, no le da escupitajos por medio de sus injustos reclamos, exigencias o mal ejercicio de su ministerio. Ni mucho menos pone en ridículo a los miles que se esmeran por vivir en rectitud su entrega. El pueblo de Dios merece pastores que los acerquen a su Señor, que revelen con su vida al Salvador y no lo contrario. No en vano nos dice la Palabra: "Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar" (Mt 18,6). En los seminarios no ha de importar primero el número y luego la calidad. La delicada responsabilidad que tienen los formadores en los seminarios es de alta proyección, no solo beneficiarán a una persona sino que impactarán a toda la Iglesia y la sociedad, de ahí que los procesos de discernimiento han de ser obligatorios, estructurados, claros, intensos, integrales y procesuales, para que se compruebe que quienes son admitidos a la formación sacerdotal cuenten con todos los elementos necesarios, para dar una respuesta idónea conforme a la misión que se les va a confiar. Asimismo, si existen dudas de frente a una persona es mejor no admitirla o retirarla del seminario antes que pensar que con el tiempo esas dudas desaparecerán por arte de magia. Los formadores han de ser verdaderos maestros, su misión no es simplemente transmitir unos conocimientos o nociones de fe, es ante todo la de dar testimonio de lo que debe ser un sacerdote, revelar con palabras y obras la radicalidad del evangelio que ha impregnado sus propias vidas. Es ser cernidores, solo dejar pasar a aquellos que muestran la idoneidad para el ministerio. Es ser hermanos mayores, que saben educar, corregir y orientar hacia la meta de ser alter Christus. Por lo tanto, la compasión no puede llevarnos a dejar pasar a todos y la lastima no es un argumento formativo, ni mucho menos cristiano. Por ello, es importante que en los equipos de formadores exista unidad de criterios y apoyo mutuo a la hora de tomar decisiones de frente a un candidato, para que antes de pensar en favoritismos o amistad, se piense en el bien de la Iglesia y en la exigencia que pide Dios a quienes llama para el ministerio sacerdotal. Quien hoy es seminarista ha de pensar si su vocación es propia o es del Señor, si está dispuesto a vivir la coherencia y entrega que este ministerio exige, y si en verdad ama a la Iglesia con todo su corazón, para darse plenamente a favor de ella y del evangelio. Asimismo, si cuenta con las herramientas humanas, cristianas y vocacionales suficientes para corresponder a tan alta y santa misión. Si algo faltara es mejor hacer un pare temporal o definitivo, para no ir contracorriente y hacer que mañana por un capricho o por falta de honestidad personal, termine cooperando para que nuevamente justos paguen por pecadores. P. Juan Álvaro Zapata Torres Secretario adjunto Conferencia Episcopal de Colombia