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gobernante

Mié 6 Abr 2022

¡El gobernante para Colombia!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Después de haber vivido las elecciones a cámara y senado y haber pasado por las respectivas consultas, al aproximarse las elecciones para la presidencia 2022-2026 quisiera proponer una reflexión, muy respetuosa y a la vez llena de sensatez, invitando a todos los lectores a pensar en el gobernante que queremos, el gobernante que necesita Colombia. Nuestro país es una maravilla; los bellos paisajes, montañas, cultura cafetera y la pujanza de su gente, es la mejor expresión de lo que esta tierra sigue produciendo, por su fecundidad y alegría. Pues bien, mirando hacia atrás y constatando la podredumbre de la corrupción que agobia a nuestras regiones, contemplando el panorama de un sistema de justicia debilitado y de vicios en los sistemas de contratación, además de muchos males que aquejan a nuestra patria –inseguridad, violación de los derechos humanos, violencia intra-familiar, clientelismo, suciedad en las calles, crecimiento de la pobreza, suicidio, ideologías enquistadas, etc.-, quisiera proponer esta reflexión sobre el gobernante que necesita nuestro país. Colombia necesita un gobernante –hombre o mujer- honesto, que gobierne para la gente, con la gente y por la gente, valiente para denunciar los atropellos contra los derechos humanos; que custodie esos mismos derechos en los niños, niñas, adolescentes y jóvenes; que ame la familia y se preocupe por enaltecer la armonía y la unidad de nuestros hogares, que cuide de nuestros adultos mayores, como un tesoro espiritual invaluable; que sea fiel, leal con sus principios, que diseñe políticas de estado y no se deje llevar por sus propios intereses. Un gobernante comprometido con las minorías e incluyente, pero no sujeto a presiones ni a corrientes que dañen la democracia. Una persona con recta intención, con sabiduría para tomar decisiones, asesorado por personas a quienes les duela el país y su gente. Un gobernante interesado por la educación integral, que no se afane por alcanzar prestigio o recibir honores, que busque menos aplausos y ofrezca más sonrisas, que no pose tanto para las fotos y menos que, convierta, un acto público en un saludo a la bandera. Una persona de probada virtud, que ame la vida y la defienda, desde el momento de su concepción hasta la muerte natural, que esté abierta al diálogo con todos los sectores y se anime a dar soluciones con la participación de los ciudadanos; una persona sensible al dolor de los más pobres, vulnerables y descartados socialmente; que cuide los recursos del erario público evitando la burocracia y que exija a sus colaboradores eficiencia, responsabilidad, compromiso y civismo; que vigile el gasto público, que vele por los derechos de los trabajadores y se interese por una contratación justa y equitativa. Que tenga un corazón dócil para evaluar y corregir errores sobre la marcha, que no tenga miedo en impulsar una reforma a la justicia sin prebendas para los de cuello blanco; que sea cercano a los senadores y representantes a la cámara, una persona conciliadora, que no se deje llevar por la violencia de colores, palabras o improperios; una persona justa, sin altivez, humilde y sencilla. Una persona de fe, que aprenda a confiar en los demás y no se crea un dios, que sea de corazón transparente y palabras diáfanas, pues ‘de la abundancia de su corazón hablarán sus labios’; un gobernante con el corazón abierto a los migrantes y refugiados, capaz de respetar la diversidad y vocación de las iglesias y dispuesto a respetar la espiritualidad de los creyentes; un gobernante que potencialice la economía y con la banca, busque caminos de apoyo solidario a los más pobres; que junto con los empresarios sueñe un país próspero y abra senderos de inversión extranjera; que promueva la exportación de nuestros productos elaborados y cultivados en el territorio nacional y que si hay convenios y alianzas hacia el libre mercado se cuide de no deteriorar a la pequeña y mediana empresa. Que no empeñe nuestra patria a las fórmulas de poder, gobierno y progreso, debilitando los principios morales y destruyendo la belleza de la unidad nacional; que se preocupe por liderar una cruzada hacia la unidad, en donde todos, incluyendo la oposición, puedan ejercer su libertad con responsabilidad, por amor a la democracia. En fin, que sea un colombiano(a), que se sienta orgulloso de su país, que cante el himno nacional con devoción y defienda la soberanía nacional con ahínco; que gobierne sin pretensiones humanas; así, Dios y la patria le premiarán y si no, él y ella le reclamarán. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Vie 2 Dic 2016

La parábola de Fidel

Por: P. Raúl Ortiz Toro - De los muertos no se habla, dice la cultura popular, porque, al final, todos los muertos resultan buenos. Sin embargo, con la muerte de Fidel Castro nos hemos dado cuenta de cómo una misma persona puede encerrar amantes y detractores de una manera tan exacerbada, incluso – y sobre todo - después de su deceso. Algunos en Miami aplauden, otros en Cuba lloran. La izquierda política de América Latina lo percibe como un gran líder mientras la derecha lo considera un nefasto dictador. Unos ven sus logros en salud, educación y seguridad para el pueblo, mientras otros destacan el fracaso en la libertad de expresión, los sistemas de represión y el despotismo. Otros contrastan la riqueza del gobernante con la pobreza de los súbditos. Parece que no hay punto medio en esta serie de percepciones desde diferentes ángulos y el mundo no se pondrá de acuerdo porque son percepciones diametralmente opuestas. Lo cierto es que la Iglesia cubana en el régimen castrista, sobre todo en los años que siguieron a 1959, sufrió una fuerte represión que vio salir de la Isla a muchos sacerdotes y religiosas, sobre todo extranjeros; era la lógica comunista que veía a la Iglesia como enemiga, idea que adquirió Castro por su contacto con la ideología marxista-comunista, olvidando su formación católica pues el mismo Fidel había sido educado en colegios cristianos: tuvo como primera maestra a una monja vicentina, luego entró a un colegio lasallista y a otro jesuítico. Unas dos décadas después de iniciado el régimen, desde 1980 se fue aliviando el tema religioso para la Iglesia Católica en Cuba, gracias a la intervención de la diplomacia vaticana. Hubo un primer encuentro cuando el Papa Juan Pablo II recibió en el Vaticano a Fidel Castro en 1996 y de allí se subsiguieron las visitas del mismo Papa Wojtyla, y luego de Benedicto XVI y Francisco quienes más que “amigos” de Fidel, como algunos han querido presentarlos, se mostraron “amigos del pueblo cubano” ya que sus intervenciones favorecieron el posterior levantamiento del embargo de EEUU a la isla. No falta quién se ha ocupado del destino de Fidel después de su muerte. Y es apenas lógico que nuestra curiosidad ilustrada nos lleve a ponerlo en uno u otro lugar en el más allá. Pienso que ese tema no nos corresponde: Algunos lo han puesto en el infierno, otros en el cielo directamente, otros – por la vía media - en el purgatorio, suponiendo que se haya arrepentido en el momento final y haya pedido a Dios su misericordia. Se me hace muy prudente que la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba en su comunicado del 28 de noviembre pasado haya escrito: “Desde nuestra fe encomendamos al Dr. Fidel Castro a Jesucristo, rostro Misericordioso de Dios Padre, el Señor de la Vida y de la Historia y, a la vez, pedimos al Señor Jesús que nada enturbie la convivencia entre nosotros los cubanos”. Creo que esta es una muestra de sensatez y más tratándose de los Obispos que junto con sus comunidades han vivido en primera persona la realidad cubana. Esto quede claro: Si la Iglesia declara a alguien como santo cuando afirma como verdad de fe que esa persona está en el cielo (lo que llamamos “canonización”), no puede en el caso contrario declarar que una persona está en el infierno. Lo que hace la Iglesia es anunciar durante nuestra existencia terrestre que hay acciones que ponen en riesgo la salvación; la Iglesia anuncia que existe el riesgo de condenarse un hombre si se cierra completamente a la bondad y a la Misericordia de Dios, pero nunca podrá declarar con certeza el destino final de un hombre a la condenación pues eso es competencia de Dios. Me llega a la mente una anécdota que solía contarnos un profesor en el Seminario: Estaba Santa Teresa en una de sus conversaciones con Jesús y le preguntó: “Señor, finalmente, ¿Judas se salvó?”. El Señor miró por la ventana, hacia el patio que ya florecía por primavera, y respondió: “Qué hermosa tarde está haciendo, Teresa”. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán [email protected]