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jesús resucitado

Dom 17 Abr 2022

Él había de resucitar de entre los muertos

DOMINGO DE PASCUA EN LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR Abril 17 de 2022 Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10, 34a.37-43 Salmo: 118(117), 1-2.15c y 16a y 17.22-23 (R. 24) Segunda lectura: Colosenses 3, 1-4 o bien 1 Cor 5, 6b-8 Evangelio: Juan 20, 1-9 I. Orientaciones para la Predicación Introducción En este Domingo de Pascua gritamos con todas nuestras fuerzas y desde lo más profundo de nuestro corazón: “¡Cristo ha resucitado de entre los muertos dándonos a todos la vida!”. Este es el Domingo que le da sentido a todos los domingos en el que, con la ayuda del Espíritu Santo, queremos hacer una proclamación de júbilo y de victoria que sea capaz de asumir nuestros dolores y los transforme en esperanza, que nos convenza de una vez por todas que la muerte no es la última palabra en nuestra existencia. A la luz de esta certeza hoy brota lo mejor de nosotros mismos e irradia con todo su esplendor nuestra fe como discípulos de Jesús. Efectivamente, somos cristianos porque creemos que Jesús ha resucitado de la muerte, está vivo, está en medio de nosotros, está presente en nuestro caminar histórico, es manantial de vida nueva y primicia de nuestra participación en la naturaleza divina, de nuestro fundirnos como una pequeña gota de agua en el inmenso mar del corazón de Dios. Y nos levantamos con una nueva mirada sobre el mundo porque la resurrección de Jesús tiene un significado y una fuerza que vale para toda la humanidad, para el cosmos entero y, de manera particular, para los dolorosos acontecimientos que afligen a la humanidad. La Buena Nueva de la Resurrección de Jesús es palabra poderosa que impulsa nuestra vida. Por eso en este Tiempo Pascual que estamos comenzando tenemos que abrirle un surco en nuestro corazón a la Palabra, para que la fuerza de vida que ella contiene sea savia que corra por todas las dimensiones de nuestra existencia y se transforme en frutos de vida nueva. Es así como la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado cala hondo: se entreteje con nuestras dudas, con nuestro ensimismamiento en la tristeza, delatando nuestra pobre visión de la vida y mostrándonos el gran horizonte de Dios desde donde podemos comprender el sentido y el valor de todas las cosas. Cristo resucitado se hunde en nuestro corazón y desata una gran batalla interior entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación, entre la resignación y la consolación. San Gregorio Nacianceno, predicando en un día como hoy decía: “Ha aparecido otra generación, otra vida, otra manera de vivir, un cambio en nuestra misma naturaleza”. ¡Esa es hoy nuestra seguridad! 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? En el Evangelio, encontramos dos escenas muy bien tejidas en relación con el sepulcro: la reacción de María Magdalena y la de Pedro y del discípulo amado. Esta última está preparada por la anterior y da la clave con que interpretar el sepulcro vacío: creer sin ver la resurrección de Jesús. La ida de María Magdalena al sepulcro introduce otra ida, la de Simón Pedro y el otro discípulo, “a quien Jesús amaba”. Ambos se mueven por la denuncia del robo del cuerpo del Señor. Así consta que no fueron sus discípulos y que el amor mueve a María Magdalena a ir a encontrar al Señor, aunque siempre es el Señor quien se deja encontrar. La escena de la reacción de Pedro y del otro discípulo destaca la reacción del discípulo amado ante la misma visión: los lienzos puestos en el suelo y el sudario.., puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Son señales que nos remiten a Juan 11, 14, donde el muerto Lázaro sale «atado» . El discípulo amado lo ve y cree. El evangelista no indica, sin embargo, cuál es la reacción de Pedro después de haber visto. Con ello no quiere dejar en mal lugar a Pedro, sino que quiere afirmar que existió un discípulo que creyó en el Señor resucitado antes que las apariciones lo confirmaran. Nadie se esperaba la resurrección de Jesús. Sólo se «ve» desde la fe que surge del amor o de la acogida de la Palabra de Dios. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos del Señor –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resucitado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual. La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”. ¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua! 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? “Día de la Resurrección. Resplandezcamos de gozo en esta fiesta. Abracémonos, hermanos, mutuamente. Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian. Perdonemos todo por la Resurrección y cantemos así nuestra alegría: Cristo ha resucitado de entre los muertos con su muerte ha vencido la muerte y a los que estaban en los sepulcros les ha dado la vida” (Del Tropario). ________________ Recomendaciones prácticas: • Con las Vísperas del Domingo de Resurrección termina el Sagrado Triduo Pascual (NUALC, n.19). • Para concluir el Triduo Pascual, se recomienda un lucernario antes de rezar las vísperas comunitariamente. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa En el alba del domingo, resplandece la luz pascual de Cristo que ha vencido las tinieblas de la muerte. En este solemne día de la Pascua, los cristianos acudimos, como María Magdalena, para encontrar al Resucitado y nos encontramos con el gozo de la Pascua, donde descubrimos la novedad de Cristo vivo en la fracción del Pan. Celebremos con fe este misterio infinito del amor de Dios que nos reconcilia y nos hace hermanos. Monición a la Liturgia de la Palabra La Resurrección del Señor es el centro de nuestra fe, y ha sido predicada desde los comienzos del cristianismo. Por tanto, la importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús. Anuncian que Cristo vive, y éste es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! Escuchemos con atención la Palabra de Dios. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Cristo nuestra Pascua ha resucitado y camina con su pueblo, por eso hoy presentemos nuestra oración confiada al Padre, y digamos juntos: R. Dios de amor, escuchamos. 1. Padre santo, te pedimos por la Iglesia, para que caminemos como compañeros, uno al lado del otro en el mismo camino en este proceso Sinodal. Roguemos al Señor. 2. Padre de bondad, acompaña a nuestros gobernantes, para que el don de la paz que da Cristo resucitado los fortalezca en el trabajo por la justicia y la equidad. Roguemos al Señor. 3. Padre misericordioso, que nos llamas a buscar los bienes celestiales, has que los exiliados y quienes pasan por dificultades, puedan experimentar la fuerza que los lleve a levantar la cabeza y experimentar la libertad que nos das. Roguemos al Señor. 4. Padre amoroso, abre nuestros corazones para que acojamos tu Palabra, santifica esta comunidad que celebra la fe en el Señor Resucitado y danos siempre la gracia de reconocerte en el camino. Roguemos al Señor. 5. Padre Justo, te pedimos por los que estamos aquí reunidos celebrando esta Eucaristía, para que la resurrección de Cristo nos renueve en la fe y el amor. Roguemos al Señor. Oración conclusiva Padre santo, que en Jesucristo nos has manifestado tu amor, atiende estas súplicas que te hemos presentado con fe y esperanza. Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. R. Amén.

Jue 13 Mayo 2021

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»

SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA ASCENSIÓN DEL SEÑOR Mayo 16 de 2021 Primera Lectura: Hch 1,1-11 Salmo: 47(46),2-3.6-7.8-9 (R. cf. 6) Segunda Lectura: Ef 1,17-23 o Ef 4,1-13 (forma larga) o Ef 4,1-7.11-13 (forma breve) Evangelio: Mc 16,15-20 I. Orientaciones para la Predicación Introducción La Palabra de Dios nos orienta y fortalece: • Cuarenta días después de la resurrección, Cristo asciende a los cielos como cabeza de la Iglesia para que nosotros, como miembros de su Cuerpo Místico, podamos alcanzar su misma victoria. • Antes del acontecimiento de la Ascensión, el Resucitado envía a los Once a proclamar el Evangelio al mundo entero. Cristo se marcha físicamente, pero permanece vivo en su Iglesia que tiene la misión de anunciar la buena noticia y de bautizar a todo el que crea. • “Dios asciende entre aclamaciones”. Nosotros, los discípulos de Cristo de este tiempo presente, mientras contemplamos al Señor que asciende, nos alegramos hasta el punto de entonar todas las alabanzas y aclamaciones que salen de nuestro corazón. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El prólogo del libro de los Hechos de los Apóstoles (1,1-4) que encontramos en la primera lectura, pone en evidencia que estamos ante la continuación del relato evangélico de Lucas. Así, la vida de la Iglesia (narrada en la segunda parte de la obra lucana) queda firmemente enraizada en el ministerio de Jesús. Esta vida de la Iglesia comienza en Jerusalén (es evidente el interés teológico de Lucas por colocar a Jerusalén como punto de partida de la expansión de la Iglesia hasta los confines de la tierra) y allí recibirá la promesa del Espíritu Santo. Así queda patente el vínculo entre la solemnidad de hoy y la gran solemnidad de Pentecostés, vínculo que también Jesús expresó cuando les dijo a los discípulos que se marchaba para que vinera el Paráclito (cf. Jn 16,7). Si queremos ver la relación de la primera lectura con el Evangelio de esta solemnidad, lo podemos notar, no sólo en la descripción de la Ascensión que ambos textos nos presentan, sino en la misión que el Resucitado encomienda a los apóstoles: La voluntad de Jesús es clara: consiste en que sus apóstoles reciban el Espíritu Santo para ser testigos y vayan a anunciar la Buena noticia. Y es que la tarea evangelizadora tiene su fundamento en la experiencia de ser testigos del Resucitado, llenos de la fuerza (dynamis) del Espíritu. También queda patente el universalismo de esta misión en las expresiones: “hasta los confines del mundo” (Hch 1,8) y “vayan al mundo entero” (Mc 16,15). La Iglesia es esencialmente misionera y sus fronteras serán las del mundo. En cuanto al relato de la Ascensión, el texto de Hch se distingue por la referencia a ciertos detalles: la aparición de la nube, signo bíblico de la presencia divina; las palabras alentadoras de los personajes celestiales; el mensaje para la Iglesia en la expectativa del regreso de Jesús. Mientras tanto la breve narración de Marcos resalta el hecho de que el Señor se siente a la derecha del Padre para inaugurar su reinado universal como Mesías e interceder por nosotros como Sumo Sacerdote (cf. Hb 8,1; CEC 663-664). En la segunda lectura (Ef 1,17-23) el apóstol Pablo, a manera de oración, manifiesta que el cristiano necesita ser iluminado por Dios para comprender la riqueza de la gloria que le espera en el cielo, gracias al poder de Cristo resucitado y glorificado. Y esto porque conocer la futura herencia por la fe significa poseerla ya anticipadamente. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? Podríamos preguntarnos ¿Qué efecto tiene la Ascensión de Jesús para nuestra vida en el presente que estamos viviendo? Es importante que reflexionemos que, desde el momento en que Cristo asumió nuestra condición humana, podemos afirmar una gran verdad: donde esta Cristo, está su Iglesia, estamos los bautizados. Esto significa, de cierta manera, que, si Cristo está en el cielo, los que somos de Cristo (cf. 1Cor 15,23) ya estamos con Él y podemos aspirar a disfrutar de su gloria. Claro que tenemos que esperar a que llegue el momento definitivo. No obstante, Cristo nos está preparando un lugar (cf. Jn 14,3), un lugar al que aspiramos, mientras en la vida diaria luchamos por la santidad. Con la esperanza de llegar al cielo es que se mueve nuestra vida cristiana, en medio de los gozos y las fatigas de cada día. No es casualidad que el apóstol Pablo señale que necesitamos comprender cuál es nuestra esperanza pues es muy fácil olvidar cuál es la meta de nuestra vida, en medio de tantas cosas que tenemos que pensar y que hacer, en medio de los afanes y preocupaciones de cada día. Cristo en el cielo nos dice: “Tú meta es el cielo”. Y si hay una meta que vale la pena, también valdrán la pena todos nuestros esfuerzos aquí en la tierra: los esfuerzos de todos los hombres y mujeres para sacar su vida adelante, sobre todo cuando las crisis económicas y sociales nos golpean; los esfuerzos por conseguir una sociedad llena de paz, justicia y progreso; los esfuerzos por aprender a amarnos entre hermanos; y qué decir de los esfuerzos por anunciar el Evangelio, la misión que nos encomienda Cristo resucitado. Para la misión de la Iglesia y para la vida de sus discípulos, el Señor nos promete el Espíritu Santo. La presencia visible del Verbo encarnado culmina con su Ascensión, pero toma protagonismo la acción del Espíritu Santo que es fuerza para ser testigos de Cristo (cf. Hch 1,8), fuerza en nuestro camino hacia el cielo. Litúrgicamente, la espera de esta promesa será el motor que mueva nuestro interior durante esta última semana de Pascua que comienza hoy y que nos llevará a la solemnidad de Pentecostés. Que cada día podamos invocar: “Ven Espíritu Santo”. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Nuestra oración ha de ser necesariamente una mirada dirigida al cielo. En el cielo está Cristo que mira con misericordia las situaciones difíciles que debemos pasar en la tierra. La Ascensión del Señor, según nos lo recuerda san León Magno, lejos de desanimarnos, aumenta nuestra fe, ya que nos empuja a creer sin vacilación en la presencia invisible y sacramental de Cristo en la Iglesia. Con esta fe pidamos por toda la humanidad y por las dificultades que pasa en estos tiempos. El tiempo pascual está llegando a su fin, pero la alegría pascual tiene que ser más fuerte que nunca. Esta alegría deben contemplarla en nuestra vida todos los que nos rodean. Es la alegría que se nutre de la esperanza de la vida futura que nos garantiza Cristo con su Ascensión. No nos dejemos robar ni la alegría ni la esperanza. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa Llegados a este punto culminante del tiempo Pascual nos disponemos a celebrar el gran acontecimiento de la Ascensión del Señor. Nos alegramos con esta solemnidad porque Cristo sube al cielo para mostrarnos el camino y, al mismo tiempo, se ha quedado con nosotros en la Iglesia para sostenernos. Que se acreciente cada vez más nuestro gozo pascual para ser verdaderos testigos y anunciadores del Evangelio. Participemos con fe. Monición a la Liturgia de la Palabra Al escuchar la Palabra de Dios en este domingo, la Ascensión de Jesús se nos manifiesta como un acontecimiento actual. Hoy es el día en que Cristo es glorificado y en donde se renueva nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor para convertirnos en testigos de la Pascua, en testigos de Aquel que está sentado a la derecha del Padre. Escuchemos con atención. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Con Cristo que sube al Padre, suben también las oraciones de la Iglesia que intercede por toda la humanidad. Son las plegarias que ahora presentamos, movidos por la esperanza que no nos defrauda y que nos anima para aclamar al Padre y decirle: R. Tú que tanto nos amas, escúchanos, Padre 1. Padre del cielo, te pedimos por la Iglesia, enviada por Cristo a evangelizar y bautizar, para que renueves en ella la efusión del Espíritu para recibir la fuerza que la capacita para dar testimonio del Señor resucitado, vencedor de la muerte. Oremos. 2. Padre Santo, te pedimos por los elegidos para gobernar las naciones y los pueblos, para que infundas en ellos los valores necesarios para trabajar por las personas, de manera que alcancen los altos ideales que corresponden a su dignidad. Oremos. 3. Padre Creador, te pedimos por los que sufren la enfermedad, el abandono, la pobreza, la violencia y otras situaciones difíciles, para que los confortes en la tribulación y, a nosotros, nos des la fuerza para acompañarlos con nuestra caridad. Oremos. 4. Padre misericordioso, te pedimos por esta asamblea que se congrega a celebrar la victoria de Cristo que asciende a los cielos, para que, comprendamos la riqueza de la gloria que nos espera para avanzar con mayor deseo hacia los bienes del cielo. Oremos. En un momento de silencio presentemos nuestras intenciones personales Oración conclusiva Escucha, Padre eterno las oraciones de toda la humanidad, sedienta de amor, de paz y de felicidad. Te lo pedimos por la Ascensión de tu Hijo que asumió nuestros sufrimientos para glorificarnos. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén

Vie 9 Abr 2021

¡Jesucristo ha resucitado! ¡Aleluya!

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - En la noche santa de la Pascua, la Palabra de Dios resonó en el sepulcro y liberó a Jesús de las garras de la muerte. “No tengan miedo; sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado” (Mt 28, 6). Este anuncio contiene toda nuestra FE, toda nuestra ESPERANZA y toda la CARIDAD, que se tiene que hacer real en nuestra vida cristiana en este tiempo en que hemos venido asumien­do las consecuencias de esta pandemia; pero, que, desde la alegría de los hijos de Dios, descubrimos la luz de la FE que da sentido a nuestra vida. Continuemos viviendo estos momentos de prueba con la valentía de ser testi­gos de Cristo y comunicando esta verdad a nuestros hermanos, sacán­dolos del sinsentido, del aburrimiento y la desesperanza. Llevemos a un mundo confundido e inquieto la maravillosa noticia que santa Teresita del Niño Je­sús repetía: “¡Todo es gracia! Existe el perdón de los pecados, existe la absolu­ción para el pecado del mundo. Cristo Resucitado es nuestra reconciliación, nuestra paz y nuestro futuro”. Jesucris­to Resucitado es nuestro futuro, Él es la única esperanza que nos da paz en todos los momentos y circunstancias de la vida. Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de co­razón a quien nos ha ofendido y pida­mos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí, que Dios hace nuevas todas las cosas. No tema­mos, no tengamos preocupación algu­na, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor, es nuestro alimento, es la esperanza y la fortaleza que nos conforta en la tribu­lación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva con mucho entusiasmo a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Aleluya! La vida del Resucitado hace que nuestro cora­zón esté pleno de gra­cia y lleno de deseos de santidad. La voluntad de Dios es que seamos san­tos, recordando que la santidad es ante todo, una gracia que proce­de de Dios. En la vida cristiana hemos de intentar acoger la santidad y hacerla realidad en nuestra vida, mediante la caridad que es el camino preferente para ser santos. El profundo deseo de Dios es que nos parezcamos a Él siendo santos. La caridad es el amor, y la san­tidad una manifestación sublime de la capacidad de amar, es la identificación con Jesucristo Resucitado. El caminar de hoy en adelante, afron­tando los momentos de prueba, lo va­mos a hacer como María al pie de la Cruz. Recordemos que toda la FE de la Iglesia quedó concentrada en el co­razón de María al pie de la Cruz. Mien­tras todos los discípulos habían huido, en la noche de la Fe, Ella siguió creyen­do en soledad y Jesús quiso que Juan estuviera también al pie de la Cruz. Lo más fácil en los momentos de prueba es huir de la realidad, pero por la gra­cia del Resucitado que está en nosotros, vamos a permanecer todo el tiempo al pie de la Cruz, ese es nuestro lugar, ese es el lugar del cristiano que se identifica con Jesucristo. En la Muerte y Resurrección de Cristo hemos sido rescatados del pecado, del poder del demonio y de la muerte eterna. La Pascua nos recuerda nuestro nacimiento sobrenatural en el Bautismo, donde fuimos constituidos hijos de Dios, y es figura y prenda de nuestra propia resurrección. Nos dice san Pablo: Dios nos ha dado vida por Cristo y nos ha resucitado con Él (Cfr. Ef 2, 6). La gran noticia de la Re­surrección del Señor es el anuncio de la Iglesia al mundo, desde la mañana de Pascua, hasta el final de los tiempos. Jesucris­to Resucitado, cambia el curso de la historia porque significa que la vida ha vencido sobre la muerte, la justicia sobre la iniqui­dad, el amor sobre el odio, el bien sobre el mal, la alegría sobre el abatimiento, la felicidad sobre el dolor y la bienaven­turanza sobre la maldición. Todo ello, porque Jesucristo Resucitado es nuestra esperanza, sobre todo en este tiempo de prueba, tormenta e incertidumbre que hemos vivido en esta pandemia; pero, con la Esperanza puesta en Él, que es nuestra fortaleza. La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las con­trariedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesu­cristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con to­dos los santos. Aspiremos a los bienes de arriba y no a los de la tierra, vivamos ya desde ahora el estilo de vida del cielo, el estilo de vida de los resucitados, es decir, una vida de piedad sincera, alimentada en la oración, en la escucha de la Palabra, en la recepción de los sacramentos, espe­cialmente la confesión y la Eucaristía, y en la vivencia gozosa de la presencia de Dios. Una vida alejada del pecado, de los odios y rencores, del egoísmo y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, sobria, fraterna, edificada sobre la justicia, la misericordia, el perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, cimentada en la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nues­tro Padre Dios. Procuremos llevar la alegría de la Re­surrección a la familia, a nuestros lu­gares de trabajo, a la calle, a las rela­ciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad, ante todo, de la paz y de la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado. ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en el testimonio sonriente de un buen cristiano! La alegría es una enor­me ayuda en el apostolado, porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección. Los invito a seguir en ambiente de ora­ción, de alegría pascual y gozo por la Resurrección del Señor. Que la oración pascual nos ayude a seguir a Jesús Re­sucitado con un corazón abierto a su gracia y a dar frutos de fe, esperanza y caridad para con los más necesitados. Nos ponemos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra espe­ranza y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorio­so patriarca san José, que nos protegen. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Lun 4 Dic 2017

Navidad para la calma

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Los ánimos, de final y comienzo de años como estos, están tensos. El mundo siente la incertidumbre de la tragedia por venir, provocada por el terrorismo de ISIS, por el exhibicionismo armamentista de los americanos, en lo interno y en lo internacional; en fin, por el acontecer riesgoso de aquí y de allá. En nuestra realidad local y nacional, cada vez más globalizada, se vive la tragedia de desbordamientos naturales y sociales, de incertidumbres políticas y contrastes económicos. Caminamos entre avances visibles, porque no todo es desastre; entre soluciones frustradas por la corrupción e ineficiencia de lo público, temores y trancas para avanzar hacia la pacificación, la participación democrática, la reconciliación social y la legalización de la economía nacional. A todos, aquí y en el mundo, nos afectan los cambios culturales y tecnológicos, los fanatismos, la manipulación por fuerzas dañinas de las redes y medios masivos. A todos nos llena de ansiedad el efecto global y planetario del modelo económico, que daña suelos, subsuelos, océanos y atmósfera, y arrastra a la depredación y degradación consumista del medio ambiente. Pero, sin duda alguna, lo que más duele y produce gran tristeza, es la degradación y enajenación de las personas, las heridas del tejido de género y generación, la destrucción del trabajo humano y de los sistemas de salud, de justicia y cárceles, de seguridad para la vida humana, para los bienes y la convivencia pacífica y honrada. Es una crisis cultural que pone en vilo el futuro de muchos sectores poblacionales, de instituciones y valores esenciales para el sano funcionamiento colectivo. La coyuntura que vive Colombia es de gran cambio en la valoración del país por el resto del mundo, en lo regional, el continente y el concierto de naciones. La economía de lo global, hacia lo local y regional, y sus estrategias; los procesos de paz interna, los reconocimientos políticos y deportivos, la visita del Papa Francisco, el drama fronterizo con Venezuela, el crecimiento del turismo hacia Colombia, entre otros factores, nos han puesto, positivamente, en el escenario mundial. Cali y El Valle, la región Pacífico y Suroccidente, tienen mucho que ver con todas estas dinámicas. Como Iglesia, en esta Arquidiocesis de Cali y de la Provincia Eclesiástica del Valle, en continuidad con la tradición propia de la fe católica, seguimos atentos a todos estos logros y desafíos sociales, para sacar nuevas respuestas del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, en términos de evangelización, pastoral de las comunidades y de la sociedad (Pastoral Social), y de mediación eclesial para la reconciliación y construcción de paz. La Navidad 2017, con la sensación de tiempo veloz y espacio copado, nos exige abrir espacio interior para la espiritualidad, la familia, la vecindad, los símbolos tradicionales del misterio de Jesús, Dios Humanado. Serán espacios para vernos ante el relato bíblico, la representación del pesebre, las expresiones de arte tradicional y de la creatividad cristiana en cada época. La contemplación, la calma, la alegría sana, el intercambio humano, el descanso y la reflexión con la Novena de Navidad, los recordados mensajes del Papa Francisco, nos ayuden a ver más allá del comercio, de los viajes y de las ferias. Preparémonos para un año 2018, que exigirá de todos afinar el sentido de las propias responsabilidades, sobre todo ciudadanas, buscando hacernos parte del avance constructivo de nuestras vidas, vínculos, familias y nación. La paz del corazón, que nos viene del estar Dios-con-nosotros, de estar Jesús Resucitado y su Palabra Viva en nuestras vidas y contextos, capacite a nuestras comunidades eclesiales, a cada parroquia, para hacer presencia, más viva e incidente, en los territorios en que están. Vienen los tiempos para definir si seguiremos avanzando hacia el desarme de los ilegales, tanto de la subversión como de la criminalidad. Si el cese pactado en Quito se prolonga indefinidamente, como lo esperamos las mayorías, más allá del 9 de enero de 2018. Si el sometimiento a la justicia ordinaria por las BACRIM, y a la JEP (Justicia Especial para la Paz) por actores, gestores y promotores de hechos criminales), ayudan a conocer la verdad como justicia necesaria para corregir y sanar. Si optamos por construir sobre lo logrado o nos devolvemos al pasado con los profetas del desastre y falsos Mesías de la riqueza y de la inversión extranjera, especialmente la minera, que, supuestamente, crea bienestar colectivo. Esta Navidad 2017 tendrá, entonces, no solamente la hermosa y colorida memoria de dos mil años atrás, con el Nacimiento de Jesucristo en Belén, sino la preocupante proyección del futuro inmediato, a corto y largo plazo, para nuestra patria, nuestra sociedad, nuestro territorio y entornos humanos. Cien días después de haber recibido al Papa Francisco en Colombia, que se ajustarán el 14 de diciembre, volvamos a hacer resonar su voz afectuosa, testimonial, serena, con la que denunció el espejismo y la maldición del narcotráfico, el riesgo en que están nuestras generaciones jóvenes de sucumbir también al engaño y la mentira, la amenaza brutal de la corrupción, y de la guerra infinita que la alimenta en nuestro medio. ¡Navidad haga feliz, en diciembre, el corazón de todos! +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali