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Mons Luis Adriano Piedrahita

Mié 14 Sep 2016

A los sacerdotes, religiosas, seminaristas y fieles laicos

Por Mons Luis Adriano Piedrahita Sandoval - El escuchar de nuevo el domingo pasado, 24º del tiempo ordinario, la parábola del hijo pródigo, me he animado a escribir algunas reflexiones que tienen que ver con el proceso que los colombianos vivimos en la actualidad de cara al plebiscito del próximo dos de Octubre. Las propongo como un aporte al descernimiento responsable que estamos llamados a hacer ante nuestra participación en tan importante evento ciudadano. ¿No es ésta parábola, me pregunto, una radiografía, de lo que puede estar sucediendo con algunos ahora, identificándose con el hijo mayor, que se resistía a que su hermano menor fuera aceptado de nuevo y reintegrado a la vida de la familia? En este proceso de discernimiento no podemos, como creyentes, dejar de lado la Palabra de Dios que está destinada a iluminar las circunstancias personales y sociales de nuestra vida de cristianos, lo que quiere decir que ella debe contar efectivamente, más allá de las consideraciones meramente humanas o políticas que se nos puedan ocurrir. La comisión permanente de la Conferencia Episcopal de Colombia emitió un comunicado el nueve de septiembre reafirmando el pensamiento de los obispos, que invitan a los fieles a interesarse por esta jornada y a participar en la consulta de manera responsable, con un voto informado y en conciencia, que exprese libremente su opinión. Se trata de una posición sobre el tema que “en modo alguno significa neutralidad de la Iglesia y los obispos frente a la construcción de la paz, ya que la reconciliación y la paz están en la entraña misma del Evangelio”. A la luz de este principio y con todo respeto a la opinión que cada uno de ustedes pueda formarse en el santuario sagrado de la conciencia individual, me permito invitar fraternalmente a colocar el énfasis en principios que son propios de nuestra fe cristiana. Uno es el de la valoración de la paz como un don preciado, del que el Señor Resucitado nos hizo sus depositarios: “Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo” (Juan 14,27). Sabemos que dicha paz no nos la van a dar los acuerdos de la Habana. Pero podemos entender este momento como una oportunidad que tenemos para que los colombianos nos empeñemos con especial compromiso en la construcción de la paz que viene de Dios. En este sentido van las recomendaciones que hizo la Asamblea Plenaria del Episcopado el mes de julio, de erradicar las raíces de las diversas violencias que padecemos: El alejamiento de Dios, la crisis de humanidad, la desintegración de la familia, la pérdida de valores y el relativismo ético, los vicios del sistema educativo, la ausencia del Estado o su debilidad institucional, la inequidad social, la corrupción. Son éstos los retos que tenemos todos como llamados a ser artesanos de la paz. Es bueno que nos preguntemos qué es mejor: ¿o vivir en la guerra o vivir en la paz? ¿Siete u ocho mil hombres armados creando violencia, o esos mismos desarmados y reintegrados a la vida civil? Otro es el énfasis que hemos de hacer en el futuro más que en el pasado. Del pasado debemos conservar la experiencia negativa de la violencia, guardar memoria, reparar las víctimas y los daños causados en la medida de lo posible. Pero, más importante, a mi manera de ver, es mirar el horizonte amplio y despejado del futuro. Esa era la mirada de Jesús: Como la mirada del Padre aquel que tuvo para con su hijo indisciplinado, del que se desatendió de su mal comportamiento para ofrecerle una vida renovada. A la mujer adúltera que se acogió a su misericordia solamente le exigió lo siguiente: “Vete y no peques más”. Otro es el énfasis que hemos de colocar en la justicia de Dios que es precisamente misericordia, más que en la justicia humana, que se queda en la mera retribución. Ese es precisamente el mensaje central de la parábola de Jesús: El hijo mayor no entendía la generosidad del Padre porque juzgaba según la justicia meramente humana, una justicia retributiva, de dar a cada uno lo que se merece; era incapaz de pensar de otra manera. Por el contrario, Dios no pasa cuentas, no hace preguntas, no pone condiciones, no le importa que le tomen del pelo: ¿Con qué garantías contaba este padre de que aquel hijo pródigo no iba a marcharse cualquier otro día, o no le organizara luego algún otro problema? Los invito a pensar más en las víctimas posibles, el dolor, el sufrimiento, las lágrimas, que sobrevendrán si la guerra continúa. Valoremos el don de la reconciliación que es, por cierto, el núcleo de la acción redentora de Cristo, quien siendo nuestra paz, por medio de la cruz derribó el muro divisorio de la enemistad (Ef 2,14ss), valoremos el mandamiento cristiano del perdón que es por cierto de las cosas que nos identifican como cristianos (Mt 5,46ss), valoremos la oportunidad de la reintegración y de una rehabilitación, la posibilidad de dar un giro a la vida. Pidamos al Señor el don de la paz y nuestro compromiso de construirla; pidámosle la iluminación de las conciencias, la reconciliación de los colombianos, las disposiciones necesarias para erradicar las múltiples raíces de la violencia. + Luis Adriano Piedrahita Sandoval Obispo de Santa Marta