Pasar al contenido principal

Mons. Omar Giraldo

Sáb 4 Jun 2016

Dios ha visitado a su pueblo

Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo: - Todo el libro del Antiguo Testamento, en la Palabra de Dios, nos presenta a Dios cercano a su pueblo. Dice la Palabra que “Dios se paseaba por el jardín del Edén” (Gen “,8). “Dios ve el sufrimiento de su pueblo y viene en su ayuda” (Ex 3,7). Ciertamente Dios es infinito y trascendente, pero no es indiferente; es también cercano y comparte el dolor de su pueblo. Por eso, suscita patriarcas, profetas…, hombres y mujeres que en su nombre acompañen a su pueblo. La plenitud de la cercanía divina se da en la persona de Jesucristo, el Señor. Él es Dios con nosotros, es el “amigo que nunca falla” (ya no los llamo siervos, sino amigos), Él es pan partido para darnos su vida (esto es mi cuerpo, está es mi sangre). Dios es compañero de camino (camino de Emaús). El evangelio de hoy es un texto paradigmático que debemos meditar, orar y contemplar con fe y esperanza. Éste precioso texto nos muestra a un Jesús cercano; a un Jesús en la calle, compartiendo los sufrimientos de su gente. Jesús va de camino (la vida es un camino) y allí observa el sufrimiento de una viuda. Es viuda y además lleva a enterrar a su hijo único, es entonces, una mujer absolutamente desprotegida, la misma ley la condenaba a perderlo todo, porque ella no tenía derecho a heredar. Allí actúa Jesús, es su gran momento para acercarse a la “periferia existencial” de la mujer. Detiene la marcha fúnebre, se acerca al féretro y da una orden categórica al cadáver: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!. Dice el texto: “El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre”. El maestro y Señor, Jesús, es cercano y con sus actitudes manifiesta: fe en el hombre, respeto profundo, interiorización en la libertad, exquisita comprensión en el gozo y en el dolor del hombre. En este pasaje, como en muchos otros, Jesús es siempre una respuesta de sí rotundo a la vida. Jesús está entre las gentes y con las gentes como un don maravilloso de comunicación. Nunca estuvo el cielo más cerca de nosotros. Y este cielo, posible y realizable, Jesús lo plasmó no sólo en doctrina, sino que fundamentalmente nos dejó unas formas y modos de acción. El evangelio de hoy es un canto a la vida. Jesucristo se enfrenta a la muerte y la vence. Hoy en el evangelio hay dos realidades, la dos grandes realidades del hombre, la muerte y la vida. Hoy a nuestro alrededor están presentes estas dos realidades, y en medio de ellas cada uno de nosotros con dos posibilidades: vencer la muerte o acabar con la vida. Los cristianos sólo podemos estar del lado de la vida pero estando conscientes de que esa elección puede ser, en muchas ocasiones, a costa de lo que podamos entender por bienestar o lo que hoy tan fácilmente llamamos “calidad de vida”. Hermanos, sólo si somos capaces de dar amor al prójimo, sobre todo a los más indefensos (donde la sociedad pone calidad de vida), estamos en el mejor momento de nuestra fe, porque es así como logramos reconocer de hecho y de derecho que el ser humano debe vivir, desde el momento que se anuncia en el seno de su madre hasta el final de su existencia, cuando por la edad vuelve a ser totalmente indefenso. Lo dice el Papa: “Una sociedad es realmente humana, cuando cuida de los dos seres más indefensos, los niños y los ancianos”. ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! ¡Jóvenes adelante!, si hay futuro, no todo está perdido. Jóvenes, ustedes son la esperanza de la sociedad. Jóvenes, vale la pena soñar con una sociedad nueva y esa la deben asumir ustedes. Jóvenes reciban con fe y esperanza la antorcha de nosotros los mayores. Jóvenes aprendan de nosotros lo bueno y corrijan nuestros errores. Ahora hermanos, pongámonos los zapatos y ubiquémonos en la persona de la viuda de Naín, escuchemos lo que nos dice: “Jesús me vio, me comprendió y me amó”. Nuestro gran reto es trabajar en favor de la vida. No podemos ser indiferentes frente a la violencia, frente al aborto y la eutanasia. Todo cristiano, toda persona de fe, tiene que estar en favor de la vida y debe anteponer sus intereses personales, porque la vida es la vida y sin vida no hay nada. Sin amor a la vida nos quedamos sin futuro. Si no amamos la vida no soñemos con la paz, no soñemos ni siquiera con “calidad de vida”, porque ¿cuál calidad de vida sin la vida? Hermanos, por favor, amor a la Palabra, escuchemos la Palabra, vivamos desde la Palabra. Solamente la palabra de Dios puede “consolar” definitivamente, porque solamente Dios puede asegurar la victoria sobre lo que “hace llorar” por encima de todo: la muerte. Es la Palabra de Dios la que vivifica y da esperanza. Hoy también, nosotros, los hombres y mujeres de fe, debemos ir por nuestras calles, campos y ciudades gritando: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! Desde dentro de nuestro corazón, desde un alma enamorada de Dios, amemos al hermano y digámosle: Dios ha visitado a su pueblo, yo lo he experimentado. Por eso, los cristianos tenemos que volver a proclamar desde dentro de nosotros mismos que es una actitud maravillosa de la vida comprender, respetar, amar… Gritémosle al mundo: Vale la pena conmoverse y compadecerse frente al dolor del hermano, eso es lo propio de la fe y del amor verdadero. Nos dice la iglesia: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Jesús. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Gaudium et spes 1). Vámonos pues de nuestra misa con el deseo profundo de compartir la vida cotidiana, los gozos y las esperanzas de los demás, al estilo de Jesús, el Señor. Tarea:Durante esta semana recordemos y practiquemos las obras de misericordia corporales: 1) Visitar a los enfermos 2) Dar de comer al hambriento 3) Dar de beber al sediento 4) Dar posada al peregrino 5) Vestir al desnudo 6) Visitar a los presos 7) Enterrar a los difuntos Por: Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de la Diócesis de Florencia

Sáb 21 Mayo 2016

Para orar, meditar y vivir

“El me glorificará” Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Con está oración, damos gloria a Dios. Está oración la repetimos con frecuencia, pero, ¿sabemos realmente que queremos expresar con ella? Empecemos por conocer qué significa bíblicamente la palabra gloria, miremos: (1)“Honor”, “alabanza”, “estima”; son cualidades que producen honor o provocan admiración. (2) "Brillo" que emana de un ser u objeto radiante y que lo rodea; gloria entonces es "esplendor". Decir gloria al padre…; es sumergirnos en el misterio de Dios, uno y trino. El primer mandamiento de la ley de Dios manda: “Amar a Dios sobre todas las cosas”. En otras palabras está diciendo: “Sólo a Dios adorarás y a Él sólo darás culto”. Sólo a Dios todo “honor”, a Él toda “alabanza”. Sólo en Dios contemplamos todo el “esplendor” de la “belleza”. Él es la plenitud de todo. “Él lo es todo”. A Dios se le da gloria con los labios, pero también con el corazón. A Dios se le glorifica en la intimidad del corazón y la mente, pero también con la vida. El evangelio dice: “El me glorificará” (16,14a). Se trata de la gloria dada por el Padre al Hijo desde la eternidad: “la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo fuese” (17,5b). El “dar gloria” a Jesús resume lo que se había dicho anteriormente sobre el Señorío de Cristo en el mundo, esto quiere decir que, llevando a plenitud la obra de Jesús en el mundo, el Espíritu está anticipando su plenitud final en la historia. Él nos lleva de brazos abiertos ante Dios. ¿Y qué es lo que trae la “gloria”? Pues la misma vida de Dios y sus tesoros inagotables. Jesús dice: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (16,15a). Este “mío” o “de mi propiedad” indica hasta dónde es capaz de llegar el amor: hasta compartirlo todo. Cuando dos se aman se entregan mutuamente –con absoluta confianza- todo lo que son y tienen: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (17,10); “hijo todo lo mío es tuyo” (15,31). La comunidad de amor es también comunidad de bienes (P. Fidel Oñoro). Cuando realmente dos o más personas se aman comparten también sus bienes. Decía Mons. Alfonso Uribe: “La conversión llega a su máxima expresión cuando toca también el bolsillo”. “Dios es amor” y como tal, Dios en su misterio trinitario comparte mutuamente su amor con la humanidad y lo hace a través de su Hijo, quien se hizo hombre para nuestra salvación. Jesucristo es la “plenitud”, es la “belleza” suma, es “Dios con nosotros”. Al igual que al Padre y al Espíritu Santo, a Él todo “honor” y toda “gloria”, por los siglos de lo siglos. Durante el tiempo pascual fuimos comprendiendo paso a paso la acción de Dios en medio nuestro, el mismo Cristo, en los evangelios meditados en los domingos anteriores nos fue mostrando pedagógicamente el rostro amoroso y misericordioso de Dios uno y trino, miremos: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre… Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (14,9.11). “Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (14,23). “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, lo enseñará todo” (14,26). “Como el Padre me amó, yo también los he amado yo” (15,9). “Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (17,21). “Subo a mi Padre y al Padre de ustedes, a mi Dios y al Dios de ustedes” (20,17). “Como el Padre me envió, también los envío yo”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo” (20,21b-22). Decía Sor Isabel de la Trinidad: “Sumerjámonos en esta trinidad Santa, en este Dios todo amor. Dejémonos transportar hacia aquellas regiones donde no está sino Él, sólo Él”. Hermanos para conocer a Dios es necesaria la teología como ciencia, sí. Pero es aún más importante la fe y el amor. Sin fe y amor es imposible sumergirnos en Dios. La experiencia de Dios uno y trino es fe y vida, vida y fe. Los primeros cristianos primero vivieron el misterio de la fe y luego la formularon. Lamentablemente hoy, en muchos de nuestros casos, primero formulamos y luego creemos o queremos vivir. Hermanos, lo primero - primero, es vivir, y desde vivir, adorar y contemplar, para luego formular. Debemos tener en cuenta que el verdadero problema de nuestra fe no está únicamente en “saber” explicar el misterio trinitario o en conocer perfectamente las enseñanzas de Jesús. El problema verdadero está en llevar a la práctica la Palabra de Dios y sólo cuando se lleva a la práctica, ésta se comprende plenamente. Es lo propio del conocimiento que se deriva de la fe. Primero se vive en la experiencia cotidiana y luego se pone por escrito. Contemplemos algunas acciones y palabras trinitarias de nuestra vida cotidiana, que debemos profundizar para relacionar estrechamente entre fe, vida y conocimiento: En la Santa Misa: “La gracia nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo este con todos ustedes” (2 Corintios 13,13). “Por Cristo con Él y en Él, a Ti, Dios padre omnipotente…”. La bendición: En el nombre del Padre… Signarnos, persignarnos, santiguarnos. Bendecir los alimentos. Dios te bendiga: Bendecir los hijos; Bendecir los alumnos, los enfermos, los encarcelados… Bendecir, bendecir… Decía San Ignacio de Loyola: “En último término el objetivo de la vida del cristiano es dar gloria a Dios y servir a los hermanos”. Glorificar y servir, he ahí el centro de la vida asumida desde Dios y para Dios. Hermanos, si damos gloria a Dios, la consecuencia lógica debe ser la de servir a los demás, sin mirar la raza, el credo o el estrato social. Y viceversa, si servimos a los demás, allí, debemos descubrir que con ello estamos dando gloria a Dios, porque en cada hermano descubrimos la imagen y semejanza de Dios. “Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y mi dieron de beber, estuve enfermo y me visitaron...”. Ni un baso de agua se queda sin recompensa si se ofrece con fe y se descubre que cuando se sirve a la persona, se le está sirviendo a Dios. Dice San Juan: ¿Cómo dice que amas a Dios, a quien no ves con los ojos de la carne, si no sirves a tu hermano, a quien si puedes ver con tus ojos físicos? Hermanos volvemos a aterrizar en la caridad como máxima virtud de nuestra vida cristiana. Cuando vivimos la caridad estamos glorificando a Dios y cuando oramos, estamos fortaleciendo el amor a Dios y desde Dios el amor a los demás. La invitación es pues a unir fe y vida, oración y trabajo. Gloria la padre y al Hijo... Tarea Recuperar en nuestra vida cotidiana la oración: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. + Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de la diócesis de Florencia

Sáb 23 Abr 2016

La clave es el amor

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo. Dos términos del santo evangelio de este domingo les propongo que meditemos: “Glorificar” y “amar”. Glorificar En el lenguaje bíblico, glorificar significa hacer visible a alguien en el luminoso esplendor de su verdadera realidad; glorificar: es evidenciar, visibilizar lo más profundo del otro, sacar a la luz su grandioso misterio escondido (P. Fidel Oñoro). Dice la Palabra: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él”. Éste pasaje nos invita a centrar nuestra atención en el amor que hay entre el Padre y el Hijo y éste amor se da a conocer definitivamente por medio de la “glorificación en la cruz”. En el misterio de la cruz comprendieron los discípulos cuanto los amaba Jesús (aunque no todos, Judas se quedo a mitad de camino). Dice el Papa San Juan Pablo II: “La cruz es sobreabundancia de amor de Dios hacia el mundo”. En la cruz Jesús, el Señor, fue congruente, puso en práctica todo lo que le había enseñado a sus discípulos y a las gentes. En la cruz murió perdonando: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En la cruz Jesús, el Señor, murió salvando: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. En la cruz Jesús, el Señor, murió amando y confiando absolutamente en el Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. La cruz manifiesta en su plenitud el amor de Dios Padre y Dios Hijo. La cruz visibiliza el verdadero amor del padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre. La cruz saca a luz el misterio escondido, que en el misterio trinitario es el Espíritu Santo. El amor mutuo entre el Padre y el Hijo se ve reflejado en la fuerza del Espíritu. Por eso, queridos hermanos, la vida cristiana consiste no tanto en que nosotros amemos a Dios, no. La vida cristiana es fundamentalmente, experimentar el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en nuestra vida. Vivir cristianamente no es centrar la atención en una idea o ideología, no. La vida cristiana es experimentar en lo cotidiano la fuerza vivificadora del Espíritu Santo. La vida cristiana es permitirle a Dios que se glorifique en nosotros, es dejar que se haga su voluntad (Hágase tu voluntad). La vida cristiana es participar con Jesús, el Señor, del amor de Dios Padre. Dice el Papa Francisco: La vida cristiana es “sencilla”: escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica, no limitándonos a“leer” el Evangelio, sino preguntándonos de qué forma sus palabras hablan a nuestra vida. Si glorificar es poner en evidencia lo profundo del otro y precisamente en la cruz, se manifiesta el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; quiere decir, que la evidencia del amor de una persona hacia otra se manifiesta realemente en los instantes de cruz. No en vano, el día del matrimonio, lo snovios se prometen murtuamente amor eterno: “Prometo serte fiel en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, amarte y respetarte durate todos los día de mi vida”. Es precisamente en las circunstancias de cruz, de pasión de sufrimiento del otro, donde el conyugue glorifica al otro y una vez que es glorificado, responde con una nueva glorificación. No en vano escuchamos con frecuencia estas palabras: El oro se prueba en el crisol. Hermanos queridos, el amor, amor, amor real, se conoce en los momentos de prueba. La persona muestra que es fiel cuando tiene la oportunidad de ser infiel, pero permanece fiel. Se manifiesta realemente el amor, cuando una persona posee todo como para odiar, pero no se deja llenar de dolor y resentimiento y todo lo cambia por amor y misericordia. Amar Dice la Palabra: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado. El mundo conocerá que son mis discípulos si se aman los unos a los otros”. Jesús, el Señor, no está enseñando una teoría sobre el amor, no da ideas sobre la manera como debe ser el amor. Jesús, el Señor, parte de su experiencia práctica. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he escuchado a mi Padre”. Esta segunda parte del evangelio se centra en el amor que debe reinar entre los discípulos…, ese amor es aquel que los discípulos han contemplado entre el padre y el Hijo y es el amor que Jesús le ha manifestado a ellos y a las multitudes, durante su ministerio público. Lo nuevo está en la experiencia de base: Jesús no habla de amor en abstracto o de forma genérica sino que su referente es Él, “como yo los he amado”. Es el comportamiento y las actitudes de Jesús lo que da los límites y el estilo de este amor; en este sentido el mandato de Jesús es completamente nuevo, porque sólo los discípulos han experimentado su amor y porque sólo en la Cruz se reveló en plenitud el amor de Jesús y el del Padre” (P. Fidel Oñoro). + Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de la diócesis de Florencia