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monseñor jaime prieto

Mié 30 Sep 2020

Monseñor Jaime Prieto, testimonio de evangelización de lo social

Por: Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria - Identificar conflictos y sus caminos de transformación. Dialogando con la sociedad y con otras perspectivas de análisis. En las décadas recientes, los colombianos han reconocido el papel dinámico de la Iglesia Católica y en particular de la Conferencia Episcopal en la búsqueda de la paz y de la reconciliación. Con frecuencia se ven en los medios de comunicación documentos en los cuales se han elaborado propuestas con sentido constructivo frente a la situación de conflictos internos y simultáneamente declaraciones críticas frente a situaciones y estructuras consideradas como contrarias a la convivencia entre los colombianos. Igualmente, los integrantes de la Iglesia han conocido particularmente entre los años 2000-2010 las consecuencias de un clima de violencia que ha tocado con la vida de todos los sectores de la nación, un número significativo de agentes pastorales han sido asesinados incluyendo un Arzobispo, Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, catequistas, etc. Las posiciones de la Iglesia son con frecuencia objeto de análisis y de controversia en los medios de comunicación y en los debates públicos, lo cual refleja el grado de importancia que revisten las posiciones de la comunidad católica en estos temas. La Iglesia Colombiana ha reflexionado a varios niveles sobre su rol en la construcción de la paz en el país. Son numerosos los sectores eclesiales que han intervenido en la reflexión sobre las respuestas a estos y otros interrogantes. La Conferencia Episcopal no dejó nunca de elevar su voz sobre los grandes desafíos del país. De otro lado este ejercicio de cuestionamientos e interrogantes ha abierto la posibilidad de escuchar a otros actores de la sociedad colombiana que han hecho aportes muy significativos en la reflexión en medio de los enfrentamientos directos, de los actos de terror y de violencia generalizada. Los documentos del magisterio católico tienen una larga tradición de elaboración en el nivel universal sobre las posibilidades de los diferentes sectores de la comunidad católica y del país. Desde la década de los 80 se ha intensificado en la Iglesia colombiana la reflexión sobre la caracterización de la situación que vive Colombia y sus diversas violencias para dar una mejor perspectiva del papel de la Iglesia frente a los múltiples desafíos. Una gran necesidad ha sido el llegar a definiciones sobre el papel de la Conferencia Episcopal frente a los retos enormes del presente y la forma como se integran los diversos sectores de la Iglesia en la búsqueda de alternativas u opciones de transformación frente a la situación de enfrentamientos que han sacudido a Colombia a lo largo de los siglos. En la búsqueda de respuestas frente a la situación del país, la Iglesia Católica en Colombia ha tenido que hacer muchos aprendizajes de otros países en América Latina y el Caribe, pero bajo muchos aspectos se ha visto ante situaciones completamente novedosas. A diferencia de otras situaciones eclesiales, en Colombia no se trata de una Iglesia que responde a los retos de una dictadura militar, tampoco se trata de un país en el cual los bandos en conflicto están tan diferenciados en dos grupos como en otros casos. Este hecho ha exigido un ejercicio de aprendizaje y reflexión junto a otras perspectivas de análisis y de pensamiento. El dialogo con distintos actores de la sociedad colombiana ha llevado a la Iglesia a tomar posición frente a la definición de la situación que vive el país, que ha sido caracterizada en numerosos documentos del episcopado como un “conflicto armado interno” entre sectores enfrentados desde hace décadas y por otro lado la definición de que la salida tendrá que pasar por una negociación justa. Desde la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa los Obispos de este organismo han sido un eje de reflexión permanente y de diálogo con diferentes sectores de la sociedad colombiana. Esta Comisión, desde el mandato recibido de la Conferencia Episcopal, ha representado el rostro de “una Iglesia en salida”, en diálogo e interacción con una sociedad muy viva en sus aspiraciones de paz, justicia y reconciliación. Esto ha posibilitado el que la Conferencia Episcopal haya entrado en interlocución con otros sectores de la sociedad civil y del Estado para definir mejor su papel en el campo de la construcción de la paz y lo específico de sus aportes a la misma, así como para abordar temas como “el orden público”, “la negociación política del conflicto armado”, “la seguridad democrática”, etc. Al lado de esa complejidad, la Iglesia ha resaltado el hecho de que existe una dinámica comunitaria y regional esperanzadora por la riqueza de una variedad enorme de propuestas para construir la paz desde la base. La Conferencia Episcopal ha resaltado el hecho de que “en cada colombiano hay capacidad de construir algo nuevo”. Es justamente este hecho el que ha permitido que se pueda asumir la voz de todos los sectores sociales que en su nivel están comprometidos con la construcción de un proyecto nuevo de nación. El acercarse bajo la óptica de leer “los signos de los tiempos” es la posibilidad de reconocer la historia con sus acontecimientos y en medio de ella descubrir el misterio de la presencia de Dios y su querer. Allí está en gran parte el aporte de la Iglesia en el diálogo. Como fruto de esos diálogos y encuentros con los distintos sectores sociales se han definido mejor las posibilidades de intervención en el conflicto armado. Los roles asumidos por la Conferencia Episcopal que son más conocidos públicamente han tenido que ver con la facilitación, la tutoría moral, la intermediación, en varios casos de negociaciones entre el Estado y actores armados irregulares. Esto hace que hoy muchos consideren a la Iglesia Católica como un actor muy importante o fundamental en la construcción de acuerdos de paz con los diferentes grupos armados tanto de la guerrilla como de los paramilitares o autodefensas. La Iglesia Católica ha prestado sus servicios a las negociaciones de paz bajo la perspectiva de que al mismo tiempo se deben dar pasos que lleven a que el país tenga una política nacional permanente de paz: “La Iglesia Católica Colombiana ha expresado en su trabajo por la paz un concepto de Política Nacional Permanente de Paz o Política de Paz de estado” como una guía para la construcción de la paz que debe tener los siguientes elementos: Consenso Nacional. La política de paz de estado debe ser fruto de un gran consenso nacional, que consulte el interés nacional y no dependa de intereses particulares o de grupos. Por ello deben participar en su elaboración y ejecución todos los sectores representativos de la nación….”. El concepto de fondo sobre la participación de todos los sectores en la construcción y ejecución de una política de paz, ha llevado a que se creen espacios de reflexión nacionales, regionales y locales en los cuales se promueve la formación en la participación ciudadana y en la construcción de la paz desde la base. La perspectiva de lograr la paz después de décadas de confrontación y de millones de víctimas exige un proceso participativo y una pedagogía en todos los ámbitos de la sociedad. Ambas cosas: el proceso participativo y la pedagogía que le deben acompañar han sido poco a poco definidos a lo largo de miles de encuentros y experiencias comunitarias. El trabajo desde la Iglesia por la participación ciudadana y la pedagogía de la paz reconoce que existen distintos escenarios y la construcción de la paz, pero que no son compartimentos separados sino que deben estar en relación estrecha. Por un lado está el escenario de la negociación del conflicto armado, en el cual participan sectores del Estado, de las organizaciones al margen de la ley, otras instituciones involucradas y facilitadores; otro escenario tiene que ver con la conformación y fortalecimiento de la sociedad civil organizada con capacidad de interlocución frente a los múltiples conflictos que atraviesa la sociedad al menos un tercer escenario es el de la construcción de estructuras que aseguren la justicia social y la convivencia desde la base. Allí quienes actúan desde la pastoral encuentran el reto de dialogar para transformar la forma como se expresan y simbolizan los aspectos más profundos de las relaciones en torno a la convivencia. En 1996 el país estaba entrando en una dinámica cada vez más compleja de conflicto y de intentos de negociación política. En ese contexto la Conferencia Episcopal nombra a Monseñor Jaime Prieto, Obispo de Barrancabermeja, como Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa. Monseñor Jaime identifica ese momento como la encrucijada histórica para fortalecer la capacidad de construir puentes y de llevar el mensaje del Evangelio a los complejos escenarios de “lo social” en los cuales el debate era intenso y desafiante por la emergencia creciente de sectores sociales y de la que se constituiría cada vez más como la sociedad civil con enfoque en la construcción de la paz. Pensar un proyecto de país abierto a esa construcción fue uno de los grandes centros de atención de Monseñor Jaime, al cual le dedicaría gran parte de sus energías de Pastor y hombre de fe. Un proyecto de nación. La construcción de lo público Al lado de esta labor de la Conferencia Episcopal, y estrechamente vinculada con ella, es la que ha posibilitado el avance de perspectivas sobre la construcción de un país reconciliado y con justicia social. “Hacia la Colombia que queremos” era el taller que los Obispos de Colombia realizaron en esos años para plantearse el modelo de país al que la Iglesia le está apostando. Allí se hizo un análisis detenido en los campos de la economía y la pobreza, el aparato de justicia, la seguridad, en fin, los ejes claves de la vida nacional. La óptica de la justicia social y el compromiso con la misma ha tenido un peso tan importante que ha hecho que la Conferencia Episcopal adelante en todo el país programas en todos los órdenes para aportar a la superación de la inequidad que caracteriza las relaciones en Colombia. Inequidad y extrema pobreza son dos de los grandes retos que los Obispos han identificado en torno a la construcción de la paz. Monseñor Jaime Prieto, en un comentario sobre el ejercicio de repensar a Colombia anotaba: “Veo importante la pregunta sobre qué tipo de Estado y para qué tipo de sociedad. Precisamente la pregunta que nos tenemos que hacer es qué tipo de Iglesia para qué tipo de sociedad”. La reflexión en torno al proyecto de país ha conducido a una reflexión sobre la necesidad de aportar a la construcción de lo público como “aquel ámbito en el cual se exponen distintos puntos de vista, se tramitan y aceptan las diferencias”, como un espacio de pluralismo y de debate que permite la tolerancia y el reconocimiento del papel de la palabra en la construcción de un modelo nuevo de sociedad. Para Monseñor Jaime era clave responder a la pregunta sobre el tipo de Estado, de sociedad y de Iglesia que se impone en un mundo tan cambiante y exigente en términos de participación ciudadana como el actual. Un perfil de Monseñor Jaime no puede olvidar esa faceta ciudadana y de compromiso con la democracia que le acompañó a lo largo de su vida episcopal. El desarrollo de este rol de construcción de ciudadanía y de proyecto de país, ha colocado a la Conferencia Episcopal en interlocución estable con organizaciones de la sociedad civil y de la comunidad política. Los encuentros ecuménicos con líderes de otras Iglesias y confesiones religiosas para dialogar sobre este proyecto de país compartido han dejado grandes lecciones. Con el tiempo se ha ampliado el rango de acciones y campañas que tienen un carácter ecuménico en Colombia. Algo que puede ayudar a comprender el rol de la Iglesia Católica en la construcción de país ha sido la participación en la discusión y concertación sobre el plan de cooperación internacional con Colombia. El llamado proceso Londres – Cartagena, que fue seguido muy de cerca y apoyado decididamente por Monseñor Jaime, ha convocado a sectores de la sociedad civil y les ha creado condiciones de diálogo con la comunidad internacional y con el gobierno colombiano sobre las prioridades y ejes de la cooperación internacional. Es tal vez este un escenario estable de diálogo sobre la problemática del país y el rol de la comunidad internacional en la perspectiva de la paz que tiene un impacto mayor por la magnitud de los temas que se discuten, tales como el de la vigencia de los derechos humanos en Colombia. Entre los sectores sociales que han participado activamente a lo largo del proceso se encuentra la Pastoral Social Nacional bajo el liderazgo de Monseñor Jaime. Otro escenario muy importante ha sido el de los diálogos con organizaciones sociales involucradas en la construcción de la paz en Colombia. La Conferencia Episcopal ha participado activamente de estos espacios por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social, con el compromiso decidido de todos los Obispos que la componen. El caminar simultáneo en la búsqueda de un proyecto de país con relaciones justas y equitativas, al lado del ejercicio de construcción de puentes con los bandos enfrentados son dos ejes a los que habría que unir el compromiso con los desplazados y las víctimas del conflicto armado, todo bajo una perspectiva de lo que es propio de la misión de la Iglesia que es el compromiso con el Evangelio y con el anuncio de la vida que da el Resucitado. “El clima que hace posible la realización de la gran tarea de la edificación de un mundo en paz es el de la preocupación por la justicia, concebida en un sentido profético. Además de esto, el fundamento de esa gran tarea lo constituye, desde la perspectiva evangélica a la que siempre tiene que recurrir la Iglesia, lo que hemos llamado el ideal de una civilización del amor y de una cultura de la misericordia”. El rol humanitario En 1996 no existía un documento que alertara sobre el problema del desplazamiento forzado interno en Colombia. En ese momento la Conferencia Episcopal tomó la decisión de adelantar una investigación nacional y regional para llamar la atención de las autoridades y del país sobre la grave situación que vivían las víctimas del conflicto colombiano. Desde entonces las problemática del desplazamiento forzado han sido seguida y analizada por organismos de Naciones Unidas, de la sociedad colombiana y ahora se cuenta con una ley que hace de marco de atención estatal a las víctimas de este flagelo. Una resolución de la Corte Constitucional que obliga a la atención inmediata de las urgentes necesidades de esta población es uno de los resultados de la acción que la Iglesia inició en ese momento. Al conmemorar los 10 años de la primera investigación, la Conferencia Episcopal por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social dio un nuevo documento de seguimiento y actualizó las recomendaciones que elaborara inicialmente. Este proceso que ha estado en el corazón de la Conferencia Episcopal como expresión de su opción por las víctimas y los más necesitados fue altamente animado por Monseñor Jaime quien asumió y encarnó este compromiso como representante de la Iglesia en el campo social. El trabajo del Secretariado Nacional de Pastoral Social ha incluido un programa especial de investigaciones en el campo del desplazamiento y de la situación de las víctimas del conflicto con el fin de dar recomendaciones al gobierno nacional, a la comunidad internacional y para orientar las acciones que la Iglesia adelanta en el campo de la prevención de las violaciones a los derechos humanos, la atención y protección de las víctimas y la labor de largo plazo de restitución de sus derechos. Todo esto ha llevado a que la Iglesia colombiana en su trabajo en el terreno haya claramente optado por trabajar al lado de los que sufren y de las víctimas. Habría varios niveles en el trabajo al lado de los que sufren: uno es el investigativo del cual hacen parte los trabajos de las bases de datos sobre desplazamiento forzado: RUT y el de recuperación de la memoria histórica: TEVERE. Ambos programas aprobados desde su nacimiento por la Comisión Episcopal de Pastoral Social bajo el liderazgo de Monseñor Prieto Amaya. Otro nivel hace parte de los planes de incidencia para lograr una mayor atención internacional y nacional frente a las víctimas, por ejemplo el haber dado inicio a una campaña internacional con la red Caritas que se enfoca todavía hoy sobre la crisis humanitaria en Colombia. Monseñor Jaime justamente participaba con regularidad en las reuniones internacionales del Grupo de Trabajo Colombia de Caritas sobre la situación humanitaria de paz en Colombia y su último viaje al exterior fue justamente para una de esas reuniones en Oslo donde tuvo una destacada intervención sobre la posición de la iglesia colombiana en esta materia. Mientras tanto acompañaba el trabajo junto a otras organizaciones sociales y redes de víctimas para lograr la elaboración y puesta en ejecución de la ley sobre desplazamiento forzado. Las acciones emprendidas a favor de la población desplazada tienen una perspectiva de restauración de derechos y por lo tanto hacen parte de un esfuerzo más amplio de la Conferencia Episcopal y de la Pastoral Social de promover la defensa de los derechos humanos de todos los colombianos. De hecho existen nexos muy estrechos con organismos de derechos humanos no gubernamentales en Colombia y con organizaciones del nivel internacional para actuar conjuntamente en la promoción y defensa de la dignidad de cada hombre y mujer de Colombia. Diálogos pastorales La labor de la Iglesia en la facilitación de procesos de paz ha sido fuertemente avalada por su presencia junto a las víctimas y por su labor en todas las regiones del país con ellos. El telón de fondo de todas estas intervenciones ha sido la construcción de formas de acercamiento y de crear confianza y espacios para la palabra. Entre estas posibilidades hay que recordar los “diálogos pastorales” como de ejercicios de encuentro y escucha con actores enfrentados para establecer puentes de comunicación y abrir posibilidades de encuentro. El diálogo pastoral es una figura que ha sido muy debatida en Colombia. En algunos momentos ha sido objeto de debate jurídico y legal, en otros se ha discutido sobre su pertinencia. El dialogo pastoral tan valorado y defendido por Monseñor Jaime es un ejercicio eclesial que resulta de una reflexión y discernimiento desde el Evangelio sobre lo que exige el momento actual a la Iglesia local. El Obispo con los integrantes de la comunidad eclesial analizan las circunstancias, las leen con perspectiva evangélica. Al final como responsabilidad de Iglesia el Obispo define el tipo de diálogo pastoral que más conviene. Es muy conocido este ejercicio fue muy promovido por Monseñor Jaime a nivel regional y nacional. El dialogo pastoral puede estar orientado hacia asuntos prioritariamente humanitarios, como la liberación de secuestrados, la situación de personas amenazadas, la presión sobre comunidades para que se desplacen. Pero el diálogo pastoral puede ir más lejos hacia la búsqueda de caminos para la terminación de enfrentamientos tal como lo hizo Monseñor Jaime. Por diálogo pastoral se ha entendido la posibilidad de explorar caminos en forma creativa y con gran imaginación pastoral, descubriendo posibilidades y fortalezas en los interlocutores pero sin dejar de lado la voz profética que denuncia el mal de la violencia y proclama la necesidad de construir formas diferentes de buscar los fines que se persiguen. Lo que parecería muy importante es que la intervención de la Iglesia ha buscado legitimar el diálogo como forma de resolver las confrontaciones y conflictos que vive el país. Recuperar el valor de la palabra es una tarea difícil y muy exigente cuando se tienen décadas de confrontaciones armadas y multiplicidad de conflictos. Otro elemento importante es que el rol asumido en cada proceso de negociación o de acercamientos para la paz ha sido previamente reflexionado en la Conferencia Episcopal para llegar a unas definiciones concertadas sobre los pasos a dar. Monseñor Jaime fue miembro desde la fundación de la “Comisión de Paz” del Episcopado que reúna a los Obispos que intervienen en cada uno de estos acercamientos. Hay una realidad muy significativa y es que un cuerpo como la Conferencia Episcopal mantiene la reflexión y la acción común frente a las distintas posibilidades. Indudablemente que las dinámicas y posibilidades que se establecen en los acercamientos cada grupo armado son muy diversas y es necesario un mecanismo que permita revisar lecciones aprendidas y avanzar en retos de largo plazo. Una pastoral para la paz y la reconciliación Uno de los aportes más significativos de Monseñor Jaime Prieto Amaya, el hombre del diálogo social con diversos y distantes, el hombre gran sensibilidad por las problemáticas humanitarias, el Pastor dedicado al discernimiento del querer de Dios para la Iglesia y el país, el incansable evangelizador de lo social, fue la pastoral de la paz y la reconciliación. Si se pregunta por la estrategia que la Iglesia Colombiana ha desarrollado a la largo de estas décadas en materia de paz, la respuesta está en una serie de acuerdos y de principios que están consignados en documentos que se pueden aglutinar bajo el nombre genérico de “pastoral para la paz y la reconciliación”. Los documentos que responden a la necesidad de una respuesta de Iglesia frente a los retos que impone el aportar a un proceso de paz. Estos documentos desarrollan el principio de que la paz y la reconciliación son centrales en la construcción de una sociedad que asegure la realización humana plena de todos sus asociados y al mismo tiempo que la paz es central en el mensaje cristiano como práctica. Por lo tanto ubica los niveles de compromiso, los valores, principios y directrices de acción y los roles de cada uno. El tener un conjunto de tomas de posición, declaraciones o verdaderos documentos de la Iglesia colombiana al respecto, ha sido de una gran utilidad práctica para que en las parroquias del país y en los grupos eclesiales se identifique el compromiso con la paz como parte integrante de la labor eclesial. Esto ha asegurado el que las acciones de la Conferencia Episcopal en el campo de las negociaciones con grupos armados puedan tener un efecto en procesos comunitarios de largo plazo que conducen hacia la reconciliación. La reflexión sobre los roles y posibilidades se ha mantenido activa a lo largo de los años y ha dejado algunas lecciones importantes sobre la forma como se puede intervenir desde una posición de “reserva moral” de un país, fuertemente respaldada en la credibilidad por el compromiso con la búsqueda de soluciones. Cada conflicto, en su especificidad, ha requerido de una reflexión ética que el de alternativas en términos de justicia y al mismo tiempo ha exigido que quien intervenga entre los actores enfrentados tenga la credibilidad moral necesaria. Esto ha tenido exigencias grandes para la Iglesia en Colombia; le ha colocado como tarea el preguntarse constantemente sobre el tipo de mensaje que transmite para hacer posible la paz. Al lado de estas lecciones ha producido una reflexión muy profunda sobre la manera como se pueden integrar todas las posibilidades que tiene la iglesia para dar una intervención más enriquecedora y completa frente al fenómeno de la guerra y la violencia. Crear espacios para el encuentro, la escucha, la consolación, la reconciliación Integrar voces de distintos sectores afectados por la situación de conflicto y acercarse al dolor por las atrocidades vividas ha conllevado la tarea de “crear espacios” para la reflexión y la acción promovidos por la Iglesia con sus Diócesis y organismos locales. El crear espacios es ante todo una tarea que la Iglesia ha identificado frente al conflicto armado y particularmente frente a las víctimas de las agresiones y violaciones a los derechos humanos. Se trata de una respuesta cercana y muy humana que abre puertas para quienes no tienen manera de vivir sus sufrimientos y elaborar sus duelos, e incluso para quienes no logran hacer escuchar sus propuestas de paz y reconciliación. Cuando hablamos de “espacios” pensamos no sólo en lugares físicos, pensamos en ambientes en los cuales se puedan hacer y rehacer relaciones que permitan vivir la dignidad humana. La percepción es que el espacio vital está muy restringido o limitado en regiones en las cuales la confrontación tiende a involucrar a todos sus habitantes. La propuesta de crear espacios en términos pastorales apuesta a dar la posibilidad de vivir en la práctica los grandes principios que están en la base de la convivencia humana, es decir a crear las condiciones para que las personas puedan vivir su dignidad en plenitud en medio de circunstancias sociales que les son muy adversas. Se trata del poder expresar la palabra y escuchar otras voces, el poder dar a conocer sus sentimientos y sufrimientos al mismo tiempo que sus anhelos y sueños. Es encontrar la posibilidad de soñar con otros en un futuro en paz. Finalmente es crear posibilidades para una esperanza comprometida, activa, transformadora. Son justamente estos espacios de vida y de esperanza los que han caracterizado la presencia de la Iglesia en sectores en los cuales no se conoce una presencia social del Estado y donde el espacio pastoral está acompañado de múltiples servicios comunitarios que brindan educación, salud, recreación, etc. En torno a los “espacios” gira sobre todo la pregunta sobre las relaciones que se necesitan para que cada quien pueda sentir que las relaciones que establece son seguras y fraternas. Podríamos encontrar miles de ejemplos. Uno de ellos tiene que ver con el programa Testimonio, Verdad y Reconciliación, TEVERE, que es una metodología de recuperación de la memoria histórica, acogida de las víctimas, sanación de las agresiones sufridas y puesta en marcha de nuevas posibilidades. El proceso de curación debe ser iniciado desde ahora en términos sociales y comunitarios aunque el conflicto con actores a los que Monseñor Jaime dedicó muchas energías para convencerles del camino de la paz sigue produciendo dolor y muerte. Al cumplirse 10 años del paso de Monseñor Jaime Prieto Amaya a la Casa del Padre Celestial siguen grabados profundamente sus esfuerzos, firmes convicciones y permanente compromiso con una Iglesia volcada hacia las periferias existenciales del sufrimiento por las crisis humanitarias y de las esperanzas que vienen de la presencia del Resucitado. Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Caritas Colombia

Jue 27 Ago 2020

Monseñor Jaime Prieto: El hombre

Por: Mons. Orlando Olave Villanoba - Dos hechos me llegan a memoria cuando inicio a escribir este semblante de Monseñor Jaime Prieto Amaya, que espero sea inspirador para muchos de nosotros. El primero de mayo de 2006, caminábamos varios sacerdotes de la Diócesis de Barrancabermeja junto a Monseñor en la popular marcha de la clase obrera. El primero, de tipo personal, fue que se me acercó y en su acento bogotano, me dijo: “!!! ala Orlando… y te vas para Roma No¡¡¡¡¡¡¡ (Unos meses después viaje a Roma para adelantar estudios de especialización en Teológica Pastoral). El segundo fue una respuesta que le hicieron varios periodistas al terminar la marcha, ¿Monseñor Jaime y usted por que se mete a apoyar estas marchas… estos no son de izquierda y ateos? Su respuesta fue ciertamente provocadora: ¡Pues si no me quieren ver en estas marchas … que me nombren Arzobispo de Bogotá! Algunos se miraron, otros simplemente nos reímos, entendimos que detrás de esta respuesta estaba su manera de ser Pastor, de ser Obispo. Su pueblo le interesaba, su pueblo le dolía y por eso lo hacía. El hombre de Iglesia Del primer hecho, que no quiero profundizar, me queda esa forma desparpajada, sencilla y directa con que afrontaba muchas de las circunstancias de su vida que no se puede entender como superficial o desinteresada; por esto quiero quedarme en la segunda, que me parece ejemplifica su talante humano y cristiano: era un Obispo con una conciencia profundamente eclesial. San Ireneo de Lyon escribió hace muchos años: “lo que no se asume no se redime” palabras que son retomadas en el siglo pasado por el concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium Et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”. Creo que estas dos frases tan llenas de profundidad fueron un faro para el quehacer pastoral de Monseñor Jaime y nos permiten entender su modo tan especial de ser Pastor: Presbítero y Obispo. Él fue un hombre que siempre sintió con la Iglesia, quizá no siempre con la Iglesia institucional, pero si con la Iglesia, con la Iglesia pueblo de Dios, con ese rebaño que la misma madre Iglesia le había encomendado. Fue un obispo que entendió que debía caminar con su pueblo: con los campesinos, con lo sindicalistas, con los líderes sociales, con los empresarios, con las familias, con los niños, y los jóvenes, con su rebaño, siempre pensado en el bien común, en llevarlos a Jesús. El hombre con los pies en la tierra Este modo de ser, insertado en la realidad que había con alegría asumido al aceptar este nombramiento como Obispo de Barrancabermeja, nos permite entender su proceder. Sin duda muchas veces sus opciones no fueron entendidas por muchos —me incluyo— quizá censurada por otros y hasta señalada —también por algunos en el seno de la Iglesia— de peligrosa y por diversos actores armados de derecha de subversiva. Jamás para Monseñor fue esto un problema, él tenía clara su opción profundamente eclesial, que sin lugar a dudas por esa misma convicción que le daba aquel documento del concilio enunciado. Él entendía que al ser Obispo de Barrancabermeja, asumía su historia, sus luchas, sus triunfos y también sus derrotas. Quizá en él podemos comprender esta frase del Papa Francisco que «más vale una Iglesia herida por salir a la calle, que una sana escondida en la sacristía». Monseñor entendía este riesgo. Unos años después en los viajes de regreso al lugar donde se hospedaba cuando participaba en un encuentro en Roma, me soltó una de esas frases lapidarias, pero que en su rostro expresaba todo lo que tenía por dentro: “En ocasiones me siento incomprendido por mis opciones pastorales”. Y guardó silencio. Pero a pesar de esa incomprensión jamás lo vi quejarse, siempre fue un ser humano de acción, de procesos, que era capaz de entender la realidad humana, pero que tenía muy claro su caminar pastoral, su tarea misionera. El hombre místico Una cosa si es clara en la vida de Monseñor Jaime, era un hombre místico, un hombre con una fuerte experiencia de Dios, que lo llevó incluso a colocar su propia vida en riesgo, pero esa experiencia le permitió colocarse siempre en las manos de Dios. Unas palabras del Papa Francisco podrían ayudarnos entender a Monseñor Jaime: “La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás”. Esta profundidad espiritual de Monseñor le dio una característica muy especial como es ser casi un adelantado a su época. Muchas veces me he imaginado a Monseñor Jaime ejerciendo su ministerio episcopal con este pontificado de Francisco. Cuanta alegría le hubiera provocado escuchar a nuestro Papa actual, cuantas veces él nos dijo que era necesaria una renovación de las estructuras pastorales. Cuanto nos insistía en esa tarea evangelizadora que debía emprenderse con alegría, cuanto amor le tenía a la Pastoral de la tierra y la promoción que hizo de esos procesos. Sí, fue un místico con los pies en la tierra, que nos impulsó a hacia una nueva evangelización. El hombre buscador de paz Finalmente, pero no menos importante, fue él un apóstol de la paz, con cuánta pasión hablaba de ello, con cuanta inteligencia creó procesos, dinamizó acciones, provocó estrategias que beneficiaron ese sueño, mejor, comprendía en profundidad que la paz era la mejor apuesta para el desarrollo de los pueblos. Cuánto esfuerzo hizo para dinamizar en el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, cuanto vigor le imponía a la Comisión Diocesana de Vida, Justicia y Paz. No olvidamos sus valientes declaraciones y homilías donde desarrollaba esa idea de construir una sociedad en paz y señalaba valientemente aquellos que se oponían a este sueño compartido. Recordamos como participó en diversas comisiones de diálogo de paz, cuántos diálogos no emprendió con los actores armados, buscando siempre mediar en la consecución de acuerdos de paz que desescalarán la guerra en nuestros territorios. También aquí fue incomprendido, no valorado suficientemente e incluso señalado, lo que le provocó momentos dolorosos y riesgosos a su seguridad física. Nada de eso lo amilanó, al contrario, siempre encontró fuerzas en el Señor para seguir siendo mensajero de la paz, constructor de puentes y el hombre buscador de paz. Gracias Monseñor Jaime + Orlando Olave Villanoba Obispo de Tumaco

Mar 25 Ago 2020

Diócesis de Barrancabermeja recuerda vida y obra de mons. Jaime Prieto, apóstol de la justicia y la paz

En el décimo aniversario de la partida a la Casa del Padre de monseñor Jaime Prieto Amaya, la Iglesia Católica en Barrancabermeja, a través de su obispo, monseñor Ovidio Giraldo Velásquez, recordó y exaltó su legado como apóstol de la justicia, la paz y el desarrollo integral, durante dieciséis años de pastoreo en este territorio. “Entendió, monseñor Prieto, que la unión con Dios, el vivir en referencia a Él como una rama agarrada al tronco, requería la valoración de la vida, la justicia, la equidad, la paz, la fraternidad y la comunitariedad (…) Supo, nuestro recordado obispo, que el primer paso era la escucha, el diálogo, crear canales de encuentro y de reconocimiento de los habitantes del territorio para encontrar y construir con ellos los senderos de la reconciliación, la paz y el desarrollo integral y sostenible”, destacó monseñor Giraldo Velásquez . Durante la celebración eucarística del 25 de agosto de 2020, en memoria de quien en vida “supo afanarse primariamente por la evangelización y el acompañamiento pastoral”, se animó a la comunidad a “seguir cultivando su legado en la nuestra región”. “La vida y la obra de monseñor Jaime Prieto nos ayuda a entender la tarea que hoy nos corresponde, nos alienta y compromete, sobre todo, por su confianza tan grande en el amor de Dios, en su providencia, en su misericordia y en su fidelidad a su promesa de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde no haya ya más llanto ni infamia, donde las lanzas se transformen en podaderas y ya nadie más se adiestre para la guerra”. Monseñor Jaime Prieto Amaya falleció el 25 de agosto de 2010, siendo obispo de la Diócesis de Cúcuta.