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niño no nacido

Mié 7 Mar 2018

El valor superior de la vida humana

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Muchas de las noticias que recibimos, en distintos frentes, tanto nacionales como internacionales, nos hacen pensar en el valor de la vida humana. Se propone nuevamente el tema de la llamada “Eutanasia”, la decisión de morir, asumida voluntariamente. En muchas circunstancias y hechos de vida, vemos cómo el hombre toma en sus manos la vida humana y la destruye, decide sobre su término. Es necesario que volvamos muchas veces sobre el valor absoluto de la vida humana, de ese don precioso que el hombre tiene que cuidar y defender siempre en sus hechos y acciones. No puede decidir él, libremente sobre la opción por la muerte. Tal es el caso de las decisiones que en estos días tocan la aplicación de la eutanasia a niños y jóvenes. El tema de la vida es un tema superior, un argumento en el cual todos deberíamos volcar nuestra atención y hacer las necesarias reflexiones éticas y morales. La ética, y la actitud moral del hombre, deben volcarse siempre en la defensa de estas verdades y realidades que tocan el ser mismo del hombre. No es una decisión banal, simple. Debe respetarse la voluntad de Dios. La ética y también para los que somos creyentes, la moral, tiene que aplicarse a los nuevos campos en los cuales se toca la vida humana. La ética de la vida humana, la bioética, está relacionada con los distintos momentos de la vida del hombre, su concepción, el respeto del ordenamiento biológico y genético de la persona, su generación, el desarrollo, el cuidado en condiciones óptimas de vida y también en la enfermedad, el término natural de la vida del hombre. Muchos estudiosos entienden también esta lectura y análisis a las condiciones síquicas y al entorno en el cual el hombre tiene su espacio biológico natural. Los desarrollos sociales, biológicos, médicos de nuestra sociedad van poniendo retos y argumentos que tienen que ser analizados y, sobre todo, custodiados desde principios éticos que son inalienables y que no dependen de la propia concepción o del propio capricho. Todos los hombres y mujeres tenemos que defender la vida, procurar que sus espacios naturales y de respeto de ella, sean fortalecidos en nuestras legislaciones pero especialmente en nuestras vidas y hechos diarios. Muchos reducen la vida y su defensa a interpretaciones meramente legales o de defensa de principios libertarios (en los cuales se resalta el parecer individual, rechazando la ley, el ordenamiento al bien común y los principios morales de los valores espirituales y religiosos). Es común escuchar como aquellos que defienden la vida, su valor absoluto, son tachados de “integralistas” o “fundamentalistas” e incluso acusados de ser “confesionales” en sus juicios y propuestas. La vida humana es sagrada y no puede el hombre apropiarse el destino de ella, en su concepción, nacimiento, desarrollo o fin. Tampoco el hombre puede, como individuo o como sociedad manipular, cambiar, inferir, sobre la vida y sus condiciones. Podría ser para muchos de ustedes un tema complejo, tal vez pensarían que se limita a especialistas o a personas en capacidades técnicas. Para muchos la ética y la moral, pueden ser reducidos a juicios simples: “hacer el bien y evitar el mal”, pero no es así, estos temas que tocan la vida en todas sus dimensiones son bien importantes, nos tocan muchos momentos y circunstancias y por ello, tenemos que estar preparados y conocer muy bien sus implicaciones. Estos argumentos y temas nos tocan a todos, sin excepción alguna y por ello, tenemos que poder dar razón de la vida y de su realidad como “valor superior”. La vida de un niño no nacido, de quien está en el vientre de su madre, no puede depender de la voluntad o decisión de su madre, de la decisión de un médico o de quien no desea el nacimiento de esta vida humana. Podrían tomarse otros ejemplos y otras circunstancias, como la enfermedad de un anciano o las terapias medicinales tan en boga en este momento. Tal es el caso de la situación que ahora se presenta, la decisión de la muerte tomada por un niño o joven, que no tiene la capacidad –humanamente hablando- de tomar esa decisión acerca del fin de su vida. Nunca la decisión de un hombre o mujer, puede llevarnos a escoger la muerte, llámese eutanasia o suicidio asistido. Existen momentos en los cuales es necesario reflexionar y defender y, especialmente, fundamentar estos valores y principios que nos tocan profundamente. Es necesario fortalecer algunos momentos en la defensa y cuidado de la vida humana. El primer momento es el fortalecimiento del actuar moral, buscando siempre en cada uno de estos actos esté el defender ese principio fundamental, fortaleciendo la conciencia con una profunda reflexión moral. La segunda es la defensa de este valor, entrando en el análisis y comprensión de las verdades morales en las cuales está fundamentado este valor. La tercera, en el restablecimiento de normas justas, de normas que correspondan verdaderamente a la defensa del valor de la vida. Por último el fortalecimiento de las conciencias, porque en ello está en definitiva la defensa de la vida humana, que se manifiesta en los actos justos, en las acciones que defienden al hombre. Nuestros gobernantes tienen que defender estos principios, estos valores, esta dimensión superior del hombre. Las normas, las leyes, tienen siempre que tener y fortalecer valores superiores que busquen fortalecer el universo de los valores biológicos, espirituales, afectivos y sociales. Si delante de nuestros ojos alguien está siendo atacado, ¿no lo defenderíamos? Si un niño no nacido, débil, indefenso es atacado ¿no tendríamos que defenderlo? Si a un anciano se le arrebata un bien precioso, ¿No lo defenderíamos cuando se le quita la vida? Si en nuestra patria hombres y mujeres sufren la violencia, ¿no tendríamos que defenderlos en todo momento y circunstancia? Reflexionemos siempre en la búsqueda de valores superiores, siempre desde nuestra perspectiva de fe en Jesucristo, único y verdadero Salvador del mundo, verdadero hombre y verdadero Dios. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta