Pasar al contenido principal

padre

Lun 29 Mar 2021

San José, maestro de la vida interior

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Su Santidad, el Papa Francisco, para celebrar el 150 aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia Univer­sal, ha dedicado este año a resaltar su figura e impulsar la devoción y el amor de todos los fieles a este gran santo, Así, motivados por su ejemplo e intercesión, ayude a todos a imitar sus virtudes, para vivir en la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad. La Sagrada Escritura no dice mucho sobre san José, pero con lo que pre­sentan en los episodios bíblicos, se re­fleja a san José fue un hombre con un amor profundo y ardiente por Dios, ya que en él predominó la decisión de hacer la voluntad de Dios, antes que su propia voluntad; en la dedicación al trabajo como carpintero, pero con pro­funda entrega al plan de Dios y a sus designios, que cumplió perfectamen­te, sin preguntar de qué se trataba el llamado y la misión, sino que supo vi­vir en los acontecimientos de su vida diaria, la entrega de toda su existencia, para que se cumpliera la voluntad del Padre Celestial de salvar a toda la hu­manidad. Frente a la llamada de Dios, siempre se le encuentra en las Escrituras como el hombre justo. La justicia es camino de santidad, manera de ser del cris­tiano, que vive en esta tierra con los criterios de Dios y no con la lógica del mundo; lo que significa vivir aferra­dos a Dios y no a la carne. Es vivir apegados a la Verdad absoluta que es Dios, transformando la vida en Cristo, viviendo con los mismos sentimientos del Hijo (Cf. Fil 2, 5). San José, siempre vivió su vida como fiel oyente del Señor, acudiendo a la oración, a la escucha orante de su Pa­labra y a los enviados de Dios para discernir, ha­cer y amar la voluntad de Dios. Para llegar a esta serenidad y armonía de su existencia, aún en medio de las dificul­tades y la Cruz, tuvo una profunda vida in­terior, es decir una pre­sencia permanente del Espíritu Santo de quien se dejaba iluminar día a día, en esa búsqueda del querer de Dios para rea­lizarlo en una vida sencilla, humilde y entregada totalmente al servicio de su Palabra. Vivió su vida en un trabajo activo como carpintero, pero en un clima de profunda contemplación, que lo ponía en contacto con la gracia de Dios des­de el silencio interior que lo caracteri­zaba y recibiendo la fuerza necesaria de lo alto para renunciar a su propia vida y asumir la vida de Dios en él. Así lo expresa el Papa San Juan Pablo II en Redemptoris Custos: “El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singula­rísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner ense­guida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima voca­ción humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor con­yugal que la constituye y alimenta” (n. 26). En esta síntesis que hace el Papa, en­cuentra ayuda y sostén toda vocación y misión a la que Dios llama a sus hijos. En­cuentra fundamento la fidelidad conyugal, que, en san José, le ayudó a renunciar a todo lo mun­dano, para entregarse sin reservas a la Santísima Virgen María y a Nuestro Señor Jesucristo con in­comparable dedicación. En la vida interior de san José y en su fidelidad conyugal, los matrimo­nios que han recibido la bendición de Dios, encuentran la fuer­za para seguir en sus luchas diarias de la vida, siendo fieles el uno al otro y fortaleciendo la propia familia a ejem­plo de la familia de Nazaret de la que San José es su custodio. Los sacerdotes y los consagrados al Señor en la vida religiosa, hombres y mujeres, con alma limpia y senci­lla, encontramos en san José, el fun­damento y la fuerza que nos enseña a renunciar al amor natural conyugal y a una familia en esta tierra, para en­tregar toda nuestra libertad, nuestros proyectos, por un amor virginal in­comparable, en la entrega generosa de la propia vida, abrazando la Cruz del Señor, en una actitud contemplativa que tiene como primacía la gracia de Dios y la vida interior. Desde el primado de la Gracia de Dios y de la vida interior en cada uno, San José enseña la sumisión a Dios, como disponibilidad para dedicar la vida de tiempo completo a las cosas que se refieren al servicio de Dios, logrando hacer su voluntad, desde el ejercicio piadoso y devoto a las cosas del Padre Celestial, que ocupaban el tiempo del niño Jesús, desde que esta­ba en el templo en medio de los docto­res de la ley escuchándolos y hacién­doles preguntas (Cf. Lc 2, 46 - 49). En san José todos encontramos la en­señanza que la vida contemplativa y activa no están en oposición, sino que se complementan, por el amor pleno por la Verdad, que es el mismo Dios, que se obtiene por la profunda con­templación, y por el amor pleno por la caridad, que se obtiene por el trabajo diario, en el servicio a los hermanos sin esperar nada a cambio, entregando la vida por todos, como lo hizo tam­bién la Santísima Virgen María, al dar el Sí a la Voluntad de Dios cuando re­cibió el anuncio del ángel, que iba a ser la madre del Salvador. No en vano la Iglesia mira a María y a José como modelos y patronos, reconociendo que ellos, no sólo me­recieron el honor de ser llamados a formar la familia en la que el salvador del mundo quiso nacer, sino que son el signo de la familia que Él ha que­rido reunir: la Iglesia comunidad de creyentes en Cristo. Que la meditación de la figura de San José nos ayude a todos nosotros a po­nernos en camino, dejando que la Pa­labra de Dios sea nuestra luz, para que así, encendido nuestro corazón por ella (Cf. Lc 24, 32), podamos ser au­ténticos discípulos de Jesús y transfor­mar la vida en Él, siguiéndolo como Camino, Verdad y Vida. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Lun 26 Oct 2015

Halloween

Escrito por: P. Raúl Ortiz Toro No sé si soy un sacerdote "incrédulo" porque no estoy de acuerdo en aceptar que tan solo disfrazar a un niño el 31 de octubre es hacerle un favor a Satanás. Yo me disfracé siempre, hasta que me dio vergüenza, y nunca me sentí en un culto satánico. Y, más bien, siempre me ha dado miedo de la gente que vive más pendiente de qué hace o deja de hacer el diablo y descuida lo que Dios quiere. No faltará el que diga que la obra más grande del espíritu del mal es hacernos creer que no existe y que caigo en ese error. Pero yo aquí no estoy negando su existencia, que es una verdad incontrastable; ni siquiera niego que en aquella noche algunas personas aprovechan todo el imaginario de sombras y de brujas para hacer el mal y practicar ritos satánicos; lo que cuestiono es tanta algarabía por un tema que podemos evangelizar en lugar de estar simplemente alarmando. Sé que ya somos muchos los sacerdotes que en las parroquias alentamos a que la víspera de la gran Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre, sea celebrada de una manera muy religiosa. De ese modo, el 31 de octubre se convierte en una oportunidad. Discúlpenme por referir una experiencia personal, pero desde hace cuatro años realizo un concurso de disfraces donde los niños se visten de santos, de ángeles, del papa, de sacerdote; a mí eso no me parece obra de ningún demonio sino una oportunidad de incentivar en los más pequeños la idea de ser mejores, seguir ejemplos de virtud, sin negarles la alegría de ese día. Los jóvenes nos ayudan haciendo carteleras con la vida de los santos, se distribuyen estampas de éstos y se hacen concursos – trivias sobre sus historias de vida, especialmente con los niños que no van disfrazados para vincularlos también. Porque la solución facilista de "No te disfrazas", la entiende un grande, que ya no sabe qué es admiración y que tiene el corazón más duro ante las cosas sencillas, pero un pequeño no comprende por qué no puede vestir un disfraz o disfrutar un dulce; me parece esa posición muy mezquina de parte de un adulto. Las acciones del hombre tienen significado y ese significado lo otorga la persona que ejerce la acción. El significado que le otorga el niño a ese día es el de la alegría, el de salir a compartir con sus amigos el gozo de ser pequeños. Ahora bien, incentivemos disfraces alusivos al bien, desestimulemos los que tienen que ver con la maldad, la brujería, el terror, el miedo. Insistamos a los padres de familia en que no dejen solos a sus niños sino que los acompañen con amor y servicio. He leído la iniciativa de un sacerdote que invita a que las familias tengan dulces en sus casas y un pequeño altar de la Santísima Virgen o del Señor Jesús; cuando pasen los niños pueden invitarlos a repetir una jaculatoria, un Ave María o un Padre Nuestro. En las parroquias una Eucaristía Solemne de Vísperas de Todos los Santos y una oportuna oración de desagravio por los pecados que se cometen en aquella noche, son iniciativas oportunas y realizables. ¡Feliz Solemnidad de Todos los Santos! P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán [email protected]

Mar 20 Oct 2015

Ante un fallo inicuo

Escrito por: P. Mario García Isaza La Corte Suprema de Justicia, ante la cual había sido interpuesta apelación de un fallo del tribunal de Ibagué, ha emitido el suyo, en relación con la demanda instaurada contra la Diócesis de Líbano-Honda por abusos sexuales con menor de edad, cometidos por un sacerdote. En la inicua sentencia se condena a la Diócesis, y se la obliga a pagar una gran suma de dinero como reparación a las víctimas. Las reacciones de los medios de comunicación con mayor poder y difusión, - El Espectador, El Tiempo, Semana, las cadenas de TV...- han sido una muestra más, - ¡por si hiciera falta! - , de su inocultable malquerencia para con la Iglesia Católica. Columnistas ha habido que sin el menor recato han expresado el júbilo que les provoca cualquier cosa que mancille la imagen de la Iglesia o pretenda quitarle piso a su tarea pastoral. Tal, por citar uno, el caso del señor Felipe Zuleta, ( el mismo que demandó a un Señor Obispo porque exponía argumentos contra la posible adopción de niños por parte de parejas homosexuales...) quien, en El Espectador, parece solazarse ante la perspectiva de que ahora se venga una cascada de sentencias contra la Iglesia; de sujetos como él, sería ingenuo esperar una reacción distinta; pero es que hasta intelectuales habitualmente ponderados y sesudos, como Abdón Espinosa Valderrama, parecen haber perdido la objetividad y la lucidez : en su columna de El Tiempo, considera un triunfo de la justicia lo que a todas luces es una perversa decisión de la Corte. Lo sucedido nos causa profundo dolor. Y cuando digo lo sucedido, me refiero tanto a los hechos innombrables del abuso cometido contra niños inocentes por un miembro del clero, como a la sentencia de la corte. Una y otra cosa encierra una atroz iniquidad. Tan injustificable y aberrante como el pecado cometido por el abusador, es la sentencia proferida por el alto tribunal. No es verdad, como los medios a que me he referido afirman, que la Iglesia, universal o particular, haya sido connivente cuando se han cometido abusos; no lo es que la Diócesis ahora injustamente condenada no haya hecho cosa alguna en favor de las víctimas. Sé, y puedo aducir pruebas, que antes que muchas otras diócesis, la de Líbano-Honda tenía un Código de protección de menores, sustentado con un Decreto episcopal; sé, así mismo, que de manera inmediata, al denunciarse los hechos, la misma autoridad diocesana destituyó al sacerdote, antes de cualquier juicio y de manera preventiva; sé que, manifestó su deseo de colaborar incondicionalmente con la autoridad civil; sé que, antes de que se diera un veredicto condenatorio de los tribunales, el clérigo recibió la máxima pena que puede infligirse a un sacerdote: la suspensión del ministerio sacerdotal; y además, se inició, ante la Santa Sede, el trámite conducente a la expulsión del ministerio, que culminó bajo el actual Pontífice, el papa Francisco. Por otra parte, el Señor Obispo, desde el primer momento, buscó el contacto con las víctimas y su familia, e hizo cuanto estaba a su alcance para brindarles ayuda; esa solicitud está documentada en acta oficial, después de una visita del padrastro de los niños abusados. Los cuales recibieron, mientras fue posible, ayuda a través del Hogar del Niño, fundación diocesana. Todo lo que se diga en contrario es flagrante mentira. Pero los interesados en zaherir a la Iglesia no se toman el trabajo de indagar, antes de pronunciarse, sobre las acciones y medidas que los superiores eclesiásticos han tomado para prevenir y para castigar cualquier delito cometido por un clérigo. ¿Será honesto ese proceder? ¿Tendrán los medios de comunicación social derecho de actuar con tan poca objetividad y de manera tan evidentemente proclive en contra de la Iglesia? Me pregunto, y con seguridad lo hacen muchísimos otros: ¿por qué se condena a la Diócesis por el delito cometido por un sacerdote? ¡Dizque porque él es un "empleado" de la institución! ¡Vaya solidez de argumento! El clérigo no cometió su crimen en ejercicio de su ministerio sacerdotal; las circunstancias de los hechos no fueron, en manera alguna, las que rodean el cumplimiento de dicho ministerio; fueron actos cumplidos en tiempo y lugar en que la persona no actuaba "quatenus sacerdos", en cuanto sacerdote; actos absolutamente particulares, de un individuo, no en razón o en función del cargo a él encomendado por la autoridad eclesiástica; y eso no queda desvirtuado por el hecho, innegable, de que se haya prevalido de su rol y de su imagen para lograr más fácilmente su protervo propósito. Y nos preguntamos también, muchísimos : según esta "jurisprudencia" de la inefable corte, si un militar, o un maestro, o un médico, comete abuso sexual contra niños, si el hecho se da no en momentos o circunstancias en que ellos desempeñan su oficio como tales, sino, por ejemplo, en su casa, cuando no están ejerciendo su cargo, ¿ será condenado a pagar el ejército, o el ministerio de educación, o el hospital en que trabaja el profesional, ya que ellos son "empleados" de tales instituciones?... ¡ Sería lo lógico...! Pero no, es que no se trata de la Iglesia... Padre, Mario García Isaza C.M, Formador, seminario mayor, Ibagué

Vie 9 Oct 2015

Justos pagan por pecadores.

P. Juan Álvaro Zapata Torres Justos pagan por pecadores ha sido una realidad a lo largo de la historia de la humanidad, en particular en la vida de la Iglesia. El primero de ellos fue el mismo Jesús, quien libre de culpa, justo e inocente, asumió sobre sí el pecado del mundo y murió en la cruz para dar la salvación a todos. Hoy esta historia se repite de muchas otras formas a través de los misioneros asesinados por la fe, los cristianos perseguidos, los cientos de miles de obispos, sacerdotes y religiosos que viven fiel y radicalmente su consagración, pero que a causa de unos cuantos incoherentes y faltos de honestidad, son medidos con el mismo rasero. Es justo que los pecadores o culpables por cualquier delito, falta o aberración que hayan cometido (laicos, sacerdotes o consagrados), paguen por sus acciones y paguen con todo el rigor de la ley y la justicia, pero no está bien que se haga pagar a los inocentes por las acciones de los que libre, voluntaria y conscientemente se apartaron de la verdad, de la moral y del evangelio. En el caso concreto de los pocos sacerdotes que viven una dicotomía en sus vidas es mejor apartarse del ministerio. Quien ama en verdad a Dios y a su Iglesia no la lastima, no la corona con las espinas de la humillación, del escarnio público o del rechazo de muchos. Tampoco le da latigazos con sus incoherencias y mentiras, no le da escupitajos por medio de sus injustos reclamos, exigencias o mal ejercicio de su ministerio. Ni mucho menos pone en ridículo a los miles que se esmeran por vivir en rectitud su entrega. El pueblo de Dios merece pastores que los acerquen a su Señor, que revelen con su vida al Salvador y no lo contrario. No en vano nos dice la Palabra: "Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar" (Mt 18,6). En los seminarios no ha de importar primero el número y luego la calidad. La delicada responsabilidad que tienen los formadores en los seminarios es de alta proyección, no solo beneficiarán a una persona sino que impactarán a toda la Iglesia y la sociedad, de ahí que los procesos de discernimiento han de ser obligatorios, estructurados, claros, intensos, integrales y procesuales, para que se compruebe que quienes son admitidos a la formación sacerdotal cuenten con todos los elementos necesarios, para dar una respuesta idónea conforme a la misión que se les va a confiar. Asimismo, si existen dudas de frente a una persona es mejor no admitirla o retirarla del seminario antes que pensar que con el tiempo esas dudas desaparecerán por arte de magia. Los formadores han de ser verdaderos maestros, su misión no es simplemente transmitir unos conocimientos o nociones de fe, es ante todo la de dar testimonio de lo que debe ser un sacerdote, revelar con palabras y obras la radicalidad del evangelio que ha impregnado sus propias vidas. Es ser cernidores, solo dejar pasar a aquellos que muestran la idoneidad para el ministerio. Es ser hermanos mayores, que saben educar, corregir y orientar hacia la meta de ser alter Christus. Por lo tanto, la compasión no puede llevarnos a dejar pasar a todos y la lastima no es un argumento formativo, ni mucho menos cristiano. Por ello, es importante que en los equipos de formadores exista unidad de criterios y apoyo mutuo a la hora de tomar decisiones de frente a un candidato, para que antes de pensar en favoritismos o amistad, se piense en el bien de la Iglesia y en la exigencia que pide Dios a quienes llama para el ministerio sacerdotal. Quien hoy es seminarista ha de pensar si su vocación es propia o es del Señor, si está dispuesto a vivir la coherencia y entrega que este ministerio exige, y si en verdad ama a la Iglesia con todo su corazón, para darse plenamente a favor de ella y del evangelio. Asimismo, si cuenta con las herramientas humanas, cristianas y vocacionales suficientes para corresponder a tan alta y santa misión. Si algo faltara es mejor hacer un pare temporal o definitivo, para no ir contracorriente y hacer que mañana por un capricho o por falta de honestidad personal, termine cooperando para que nuevamente justos paguen por pecadores. P. Juan Álvaro Zapata Torres Secretario adjunto Conferencia Episcopal de Colombia

Jue 1 Oct 2015

Justicia para la paz

Escrito por: Francisco de Roux Esta justicia nueva solo es posible si se da entre nosotros una verdadera metanoia personal y colectiva por la paz y la restauración de Colombia. En La Habana se dio a conocer el resumen del acuerdo sobre justicia, que fue recibido con entusiasmo por millones de colombianos y rechazado por la oposición política. Por otra parte, desde el campo jurídico y de derechos humanos se levantaron preguntas que tienen respuesta si se acepta una nueva comprensión de la justicia, que preserva y fortalece su vigor desde el objetivo supremo de la paz. Todos los elementos presentados en La Habana derivan su legitimidad de esta nueva comprensión de justicia que me atrevería a caracterizar como restaurativa-transicional y que es distinta de la penal y de la meramente transicional. Si las cortes y el Ministerio Público aceptan esta nueva comprensión, la justicia presentada en La Habana es legítima y consistente, pero no lo es si es entendida desde el paradigma penal o meramente transicional. Adentrarse en esta nueva comprensión requiere un cambio de mente, una metanoia por la causa de la paz. Se sabe que un problema de orden jurídico, o de cualquier orden, tiene sentido dentro del marco de comprensión o paradigma en que se plantea, y no puede resolverse desde otra comprensión sin cambiarle de sentido. Por eso, un problema jurídico, planteado desde el paradigma de la justicia restaurativa-transicional no encuentra solución ni a la impunidad ni a la no repetición si se lo trata de resolver desde el paradigma penal o meramente transicional. Dentro del paradigma penal, se hace justicia metiendo en la cárcel al culpable. Dentro del paradigma transicional, el problema se resuelve cuando por decir la verdad se paga una cárcel ampliamente recortada, como en la justicia que se aplicó a cerca de 70.000 crímenes de los paramilitares que no tenían la categoría de rebelión, en un proceso de logros importantes pero de muchos problemas sin resolver: victimarios de gravísimos crímenes liberados de toda responsabilidad en ocho años que salen a la inseguridad jurídica y física, miles de víctimas temerosas esperando reparación, y el paramilitarismo reciclado en las 'bacrim'. El texto que conocemos públicamente de lo acordado en La Habana establece un paradigma de justicia restaurativa-transicional nuevo, que se aplica a los responsables del conflicto armado de todos los lados y que, poniendo primero a las víctimas, supera las dificultades anteriores de la justicia penal y meramente transicional. Aquí se hace justicia no cuando se paga cárcel –si bien hay restricciones de libertad–, sino cuando el victimario, una vez dejadas las armas, ejecuta obligaciones consecuentes con el objetivo supremo de la paz actuando como restaurador de sus propias víctimas y de la sociedad, en acciones definidas para superar el mal causado. Se crea la jurisdicción especial para la paz, que investiga y juzga a los máximos responsables de crímenes graves que son condenados a restricciones de la libertad bajo condiciones especiales y diferenciadas. Restricciones que son asumidas por los responsables como contribución a la seguridad de las víctimas y al proceso de paz, al tiempo que esos mismos responsables se involucran, como sujetos activos de justicia, en tareas de restauración. En este contexto riguroso de no impunidad, la decisión de reparación y no repetición y el arrepentimiento puesto en obras por quien causó inmenso sufrimiento humano en la guerra dan lugar a la restauración del mismo victimario y a la posibilidad pública del perdón si las víctimas quieren. Quedando claro que quien no acepta las condiciones de verdad y responsabilidad ante la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad pasa a la justicia penal ordinaria. Esta justicia nueva, muy valorada internacionalmente, cuidadosamente acordada, solo es posible si se da entre nosotros una verdadera metanoia personal y colectiva por la paz y la restauración de Colombia. Publicado en diario El Tiempo