Pasar al contenido principal

pastor

Mar 3 Ago 2021

La CEC saluda a los sacerdotes en la fiesta de su patrono, San Juan María Vianney

En la fiesta de San Juan María Vianney, que se conmemora este 04 de agosto, la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), a través de una carta dirigida a todos los sacerdotes del país, los saluda y agradece por el testimonio de servicio pastoral ofrecido con su trabajo, de manera especial en este tiempo de pandemia. “Esta carta tiene el propósito de agradecerle su caridad pastoral manifestada en tantas iniciativas evangelizadoras y en su testimonio de una iglesia compasiva que vive unida al Pastor. Queremos, además, animarlos para seguir instaurando el Reino prometido por el Señor, que propicie el encuentro entre todos los que habitamos este país”. Los obispos recuerdan como, a ejemplo de San Juan María Vianney, se ha tenido que vivir en este tiempo de la pandemia con ausencia de fieles en los templos, dificultades en recursos humanos y económicos, pero aun así, a pesar de estas crisis han mantenido vivo el espíritu de la creatividad. El mensaje firmado por las directivas de la CEC, observa como a pesar de las fatigas que se hayan podido tener y siempre confiados en la providencia Divina, los ministros han estado acompañando con esperanza a sus comunidades “Hemos sido ministros de esperanza, acompañando a los miembros de nuestras comunidades, en medio de la incertidumbre, sus enfermedades y sus duelos. Hemos presidido las exequias de sus familiares y amigos, respetando todas las medidas de bioseguridad; sabemos lo que implica entregar en las manos del Señor a un ser querido en estas circunstancias, pues cientos de hermanos diáconos, presbíteros y obispos se han sumado a los miles de colombianos y migrantes extranjeros fallecidos en este tiempo de pandemia”. En este contexto, resaltan la presencia de la Iglesia quien a nivel sacramental, evangelizador y asistencial, sigue llegando con dinamismo a los rincones más apartados del territorio colombiano, para atender a los más pobres y vulnerables. Finalmente, ofrecen su compromiso de oración por los sacerdotes pidiendo la intercesión de Cristo y la Virgen María, madre de los sacerdotes. Para que “a ejemplo del Santo Cura de Ars, sigan siendo el palpitar del Buen Pastor, que ama y se entrega por su pueblo”. [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar comunicado[/icon] San Juan María Vianney, el Cura de Ars La Iglesia celebra cada 4 de agosto a San Juan Bautista María Vianney (1786-1859), conocido como el Santo Cura de Ars, debido al nombre del pueblo en Francia donde sirvió por muchos años: Ars-sur-Formans, ubicado a 30 Km de la ciudad de Lyon. San Juan María Vianney es el patrono de los sacerdotes, en especial de los párrocos. Es considerado el paradigma del buen confesor. Poseía dones extraordinarios como la profecía o la capacidad para conocer las almas y penetrar sus intenciones. Fue un hombre muy humilde y de gran discernimiento, modelo de pastor. En repetidas oportunidades, fue blanco de los ataques directos del demonio, lo que supo enfrentar con su alma ligera, fortalecida por la gracia, la mortificación, la oración y el servicio.

Sáb 16 Abr 2016

Pastores para servir

Por Mons. Edgar de Jesús García Gil. Quiero escribir sobre los pastores de la Iglesia (obispos, presbíteros, diáconos) pero desde una orilla que hoy en día es un poco desconocida. Estamos cansados con todos los medios amarillistas que solo se recrean en los malos ejemplos de las diferentes profesiones del mundo, y por supuesto a la Iglesia, con mucha o poca razón, se la aplican hasta el fondo. Mi vocación al sacerdocio se forjó por el respeto profundo que en mi familia y en mi pueblo les tenían a los representantes de Cristo en la tierra. Cuando el padre rector del seminario menor de Cali me pregunto por qué quería entrar al seminario le respondí que yo quería ser sacerdote para servir como veía que hacían los sacerdotes que rodearon mi infancia sobre todo en mi parroquia de Roldanillo. En el seminario menor y mayor San Pedro apóstol de Cali, dirigido por los padres Eudistas, la alegría, la entrega, la tenacidad, la preparación intelectual, la dirección espiritual y la vida de oración que los padres formadores nos mostraban fueron apoyo incondicional para madurar en un sano equilibrio nuestra vocación a la vida cristiana y sacerdotal. Aprendimos a discernir con respetuosa inteligencia que las fallas humanas no tenían que acaparar todo el valor de la persona sino que eran oportunidades para revisar y mejorar. El concilio vaticano segundo (1962-1965), nuevo pentecostés en la Iglesia, indudablemente abrió nuevos horizontes para comprender una Iglesia con sus presbíteros más abierta al mundo y a las necesidades de las personas más pobres. Muchos presbíteros en sus comunidades comenzaron abrir brechas novedosas para que el evangelio incidiera con mayor profundidad en la realidad social. Aunque algunos se quemaron en estos intentos por seguir líneas políticas equivocadas, la mayoría ha sobrevivido aportando desde su experiencia y madurez los logros que ahora estamos cosechando. En América Latina se fue gestando una nueva esperanza para el continente. El consejo episcopal latinoamericano (CELAM) compuesto por un puñado de obispos que entendieron desde el comienzo lo que significaba la comunión y la participación en la tarea de sembrar el Reino de Dios en el mundo ha servido para aplicar la revolución del Concilio en la realidad de nuestro continente. El Papa Francisco es un ejemplo de lo que estoy comentando. Al terminar el concilio muchos presbíteros de varios países de Europa salieron en misión ad gentes para diferentes partes del mundo con el fin de colaborar en una evangelización más inculturada en nuestras propias realidades. Ellos gastaron su vida en la evangelización sin protagonismos políticos o sociales que los halagaran con aplausos y reconocimientos mundanos. Algunos fueron martirizados por el evangelio. Solo la misión comprometida con sus cuotas de sangre es la que suscita vocaciones entre los niños, adolescentes y jóvenes para apostarle a la vida sacerdotal en lo que llamamos la aventura de la fe y del evangelio por instaurar el Reino de Dios entre los hombres. Indudablemente las familias cristianas comprometidas han sido semilleros de vocaciones sacerdotales en nuestro continente. Y es en este espacio de comunión familiar donde ahora tenemos que seguir cultivando más vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. La belleza de la familia se hace visible en los hijos y en sus diferentes opciones de vida que van asumiendo. Los 5200 obispos y los 415.348 presbíteros católicos que vivimos en estos tiempos tratamos de responder a una llamada que es de Dios, en una Iglesia que está guiada por el Espíritu Santo. El pueblo santo de Dios que acompañamos en nuestras diócesis y parroquias es la razón de ser de nuestra entrega porque todos caminamos juntos para vivir la propuesta salvadora de Jesús resucitado que hoy nos vuelve a repetir: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno” Juan 10, 27-30. Felicitaciones a todos los pastores que a ejemplo de Jesús el Buen Pastor trabajan en el campo de Dios por la salvación de la humanidad. + Monseñor Edgar de Jesús García Gil. Obispo de la diócesis de Palmira