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proceso de evangelización peip

Mar 16 Ago 2022

La corrección fraterna ayuda a vivir la comunión

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve -En el desarrollo del Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular (P.E.I.P.) de nues­tra Diócesis de Cúcuta, este mes de agosto está destinado a reunirnos para celebrar juntos la fiesta dioce­sana, con el lema “Encontrémonos como hermanos, sigamos adelan­te”, el cual tiene como propósito que cada uno pueda afianzar los vínculos de caridad necesarios para vivir en comunión fraterna, en la familia y en la comunidad de creyentes que es la Iglesia. Todos experimentamos en el presen­te un clima de mucha incertidumbre y violencia, donde la raíz de estas di­ficultades está en el hecho de que el otro se ha convertido en una ame­naza para la vida personal. Ya no se mira al prójimo como un hermano, sino como un enemigo, alguien que obstaculiza los planes personales egoístas y mezquinos. Frente a esa realidad, nuestro Señor Jesucristo en el sermón de la montaña, nos enseña que el mandamiento nuevo del amor tiene su alcance en amar a los enemi­gos y a los que se convierten en un obstáculo para mi vida: “Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre jus­tos e injustos” (Mt 5, 43-45). En este camino cristiano y espiritual, el prójimo no es una amenaza, sino un hermano que está frente a mí, a quien debo custodiar y ayudar para que su vida crezca y para que llegue a la santidad. Por este motivo frente al pecado del otro, frente a la equi­vocación que pueda tener en su vida, el camino para recuperarlo es la co­rrección fraterna, tal como lo plantea el evangelista Mateo cuando enseña: “Por eso, si tu hermano te ofende, ve y llámale la atención a solas. Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18, 15), haciendo de la corrección fraterna, un servi­cio fraterno, en la línea de la recu­peración de quien se ha equivocado, como un modo evangélico de situar­se ante el pecado ajeno, tal como lo enseña Terrinoni cuando dice que la corrección fraterna “es un gesto purísimo de cari­dad, realizado con discreción y humil­dad, en relación con quien ha errado; es comprensión carita­tiva y disponibilidad sincera hacia el her­mano para ayudar­le a llevar el fardo de sus defectos, de sus miserias y de­bilidades a lo largo de los arduos senderos de la vida; es una mano tendida hacia quien ha caído para ayudarle a levantarse y reempren­der el camino”. De esta manera, se puede decir que es una solícita intervención fraterna que quiere curar las heridas del alma, sin causar sufrimientos, ni humilla­ciones, que va desde la ayuda que se presta al hermano para que no se extravíe, el apoyo que se ofrece a los débiles o el estímulo dirigido a los pusilánimes, la exhortación, la lla­mada de atención y la corrección. Evidentemente, este modo de enten­der la corrección fraterna exige una ampliación de la perspectiva del sentido del “yo”, una genuina y autén­tica conversión interior. Para llegar exactamente a invertir la insolente frase de Caín (cf. Gén 4,9) y recono­cer que sí, que soy yo el guardián de mi hermano, que Dios lo ha puesto a mi lado para que me ocupe de él, porque es voluntad del Padre celes­tial que no se pierda ninguno. Vivir en familia y en comunidad, consagrados al mismo Padre, signi­fica tomar la decisión de recorrer el mismo camino de santidad. La fami­lia, la comunidad parroquial, es un espacio para crecer en santidad, es el lugar donde cada uno construye su propio itinerario per­sonal de perfección. La corrección frater­na es la manifestación coherente de la res­ponsabilidad asumida en relación con aquel que es mi hermano, y cuya santidad me preocupa, más aún, junto al cual yo me santifico. De lo contrario, lo que hay es aislamiento, marginación fraterna, esa sutil violencia de la perfección privada que no deja espacio para el otro en mi corazón, en definitiva, lo que hay es el “homicidio”. No hay que pensar que este término es exagerado, porque, o me hago res­ponsable de mi hermano o lo exclu­yo de mi vida, exactamente como si lo matara; no hay un término medio. Realmente Caín mató y obró “como si matara” a su hermano Abel, cuan­do a la pregunta del Señor respondió: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9); ahí, en ese preciso momento le asestó el golpe de gracia; esas palabras matan de­finitivamente a un hermano, a una familia y a una comunidad; pronun­ciadas ante Dios que es Padre, pre­tenden suprimir cualquier rastro de paternidad. Este es el gran peligro de quien no re­conoce su propia responsabilidad en relación con el otro; pero vaya donde vaya, aunque huya, le perseguirá y no lo dejará en paz la pregunta del Padre: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9). De esta manera, ‘comuni­dad cainita’ es la que demuestra des­interés por el prójimo, como si uno no fuera el guardián de los demás y más aún cuando el hermano está a punto de caer o ya ha caído. Como creyentes en Cristo seguimos comprometidos con la comunión que estamos llamados a realizar desde la caridad, que tiene una misión muy importante en la corrección fraterna y que ayuda a encontrarnos como hermanos, no como simple acto emo­cional, sino como una respuesta de fe en nuestro Señor Jesucristo, que nos invita desde el Evangelio a amarnos los unos a los otros, tal como Él nos ha amado, creando comunión y for­taleciendo los vínculos de unidad desde el perdón y la reconciliación, incluyendo a nuestros enemigos. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las gracias y bendi­ciones necesarias, para vivir la co­munión en la familia y en la Iglesia, desde la corrección fraterna, con la certeza que es la respuesta adecua­da para un mundo que se torna cada vez más dividido y violento. Por eso resuena en el corazón la invitación: encontrémonos como hermanos, sigamos adelante. Reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta