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yo soy el pan

Sáb 17 Jun 2017

“Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo”

Por: Mons. Omar de Jesus Mejía Giraldo - El domingo anterior celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad y como identidad misma del misterio trinitario recordábamos que Dios es: Misterio de comunión, misterio de amor y misterio que se entrega. Precisamente, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es quien nos da a conocer a Dios, Él lo dice: “Nadie va al Padre si no por Mí”. “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por Mí”. Jesús se está dirigiendo a los judíos, a quienes invita a que se adhieran a Él por la fe. Ellos (los judíos), según la Palabra viven aún anclados en la ley de Moisés y no logran comprender el misterio de Jesús; para ellos Jesús no es el signo de unidad y por eso lo rechazan. “Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo”. Con ésta expresión Jesús revela su identidad, se auto manifiesta, se da a conocer y a su vez invita a los judíos y desde luego a los discípulos y hoy a nosotros, a que nos acerquemos a Él, nos unamos a Él y en Él descubramos la identidad de Dios: comunión, amor, entrega. La Eucaristía es el sacramento que Dios nos da a través del sacrificio único de Cristo, para conmemorar su obra de Salvación. La Eucaristía es sacramento, porque es presencia real y es a su vez manifestación del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Eucaristía es sacrificio, porque en ella, Cristo ha salvado la humanidad. La Eucaristía es Memorial, porque, al celebrar la eucaristía, lo que la iglesia hace es celebrar el acto redentor de Cristo. Por eso, no hay muchas Eucaristías, no hay eucaristías más importantes que otras, la Eucaristía es una sola; la Eucaristía es Cristo mismo que se entrega. Celebrar la eucaristía es celebrar el misterio pascual de Cristo. Cada Eucaristía es la Pascua, porque es el paso de Dios por la vida de cada persona y por la vida de la comunidad. Sin la Eucaristía no hay salvación, la sola Palabra no salva, lo dice la misma Palabra: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Hermanos si queremos vivir en Cristo y morir en Cristo tenemos que alimentarnos con la mesa de la Palabra y con la mesa de la Eucaristía. Jesús lo dice: “El que come mí carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él”; ser salvo es vivir en Jesús; es necesario pues, entender que la Eucaristía nos trae vida y no vida pasajera. La Eucaristía nos trae vida eterna, porque cuando participamos plenamente de ella, es a Jesús mismo, el envidado del Padre, a quien recibimos. Al comulgar, comulgamos con la vida divina, comulgamos con la iglesia y su enseñanza; comulgamos con la comunidad, con el hermano. Jesús nos dice que ha bajado del cielo, ha venido para darnos vida y vida en abundancia; ha venido, no para darnos cosas, no; Jesús ha venido para darse así mismo; por eso dice: “Tomen y coman, esto es mi carne, está es mi sangre”. En la Eucaristía Jesús se da en todo su ser, se entrega, se dona, da su vida, para que el mundo tenga vida por Él. Por eso la Eucaristía es tan importante para la iglesia. La Eucaristía es el centro y el culmen de nuestra vida cristiana. Todo acto del cristiano, cualquier acción apostólica y misionera de la iglesia debe terminar en la Eucaristía, porque es allí, donde realmente se vive el amor ágape, es decir, el amor en plenitud, amor de entrega, amor sin esperar recompensa. En la Eucaristía Cristo manifiesta su amor infinito y su amor incondicional. Es urgente que nos enamoremos de la Eucaristía, en ella, Cristo mismo se nos da. La Eucaristía es el alimento vivo, por lo tanto al celebrarla recibimos vida. La vida da vida. El mundo da mundo. Jesús es el pan vivo, bajado del cielo, Él nos da manjar de ángeles. En la Eucaristía Cristo nos da pan para fortalecer nuestra comunión con Él y con nuestros hermanos. Con un ejemplo sencillo vamos a entender el gran desconocimiento que poseemos los cristianos sobre el misterio eucarístico: Una vez le pregunte a alguien: ¿eres católico?, y me dijo: claro padre y muy católico; le pregunte entonces: ¿y vas a misa el domingo?, a lo que me respondió, a no padre católico sí, pero no fanático. Muchas personas consideran que ir a la santa misa es fanatismo; otras creen que no necesitan de éste alimento espiritual; un gran número de personas son indiferentes; muchas otras personas asisten sólo a las misas “sociales”, por la muerte de alguien, por el matrimonio de un amigo… Falta más amor a la Santa Eucaristía y generalmente se da por ignorancia. Hermanos, amemos la Eucaristía y nos daremos cuenta cómo vamos creciendo en vida espiritual, en vida fraterna, en perdón y en las diferentes virtudes humanas y cristianas. Retos: 1 Impulsar la debida cercanía a la Eucaristía, que se haga con amor y respeto. 2 Promover el amor a la Eucaristía, tanto su celebración como la adoración eucarística. 3 Valorar el sentido de lo Sagrado en la Celebración Eucarística y en el culto al Santísimo Sacramento en el tabernáculo. 4 Participar activamente en la celebración Eucarística. 5 Motivar entre nuestros hermanos la recepción digna y frecuente del sacramento de la Eucaristía. Esto supone una acción a dos niveles. Por un lado conviene insistir en todos los frutos espirituales que se siguen de la comunión frecuente; pero, por otro lado, conviene insistir en la necesidad de acercarse al sacramento con una conciencia limpia. En este sentido es importante valorar la necesidad del sacramento de la penitencia. + Omar de Jesus Mejía Giraldo Obispo de Florencia