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Monseñor Darìo Monsalve

Vie 3 Sep 2021

La paz es un bien irrenunciable

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - No quiero ocultarles que escribo este mensaje editorial con el corazón palpitante de angustia y con un inevitable sentimiento de impotencia humana, ante la cruel realidad por la que pasamos y ante el horizonte incierto del inmediato futuro en el que nos adentramos. “Verdad que podemos” es el lema que nos han propuesto a nivel nacional para esta 34ª Semana por la Paz 2021. Es un llamado a valorar este bien irrenunciable de la paz y a rehacer el protagonismo ciudadano, personal y colectivo, en su construcción. Es también un llamado a la conciencia que interioriza el valor de la paz como meta, camino y método, basados en la verdad y el respeto por el diverso y por el adversario. La paz transita por el ejercicio de la palabra entre personas, en todo espacio y territorio, entre etnias y pueblos, entre sociedades e instituciones, entre Estado y pueblo, entre nacionalidades y naciones. Es el bien que nos permite forjar una consciencia de humanidad planetaria, de ciudadanos de la tierra y buenos ancestros de las generaciones futuras. Las realidades actuales de la migración que rompe las más lejanas y disímiles fronteras, para nosotros, un país del que muchos emigran por sus graves desajustes y carencia de garantías para la vida, pero que no recibía, hasta hace poco, una inmigración significativa, es una necesidad inmediata. La llegada de poblaciones migratorias es algo que estamos improvisando y que hemos de leer como “providencial” para que salgamos de nuestros muchos egos violentos y acaparadores, hacia un nosotros de gentes solidarias y fraternas. Siempre el forastero fue una imagen bíblica de la visita de Dios a pueblos “cerrados”. Siempre las inmigraciones fueron constructoras de naciones abiertas y prósperas. Venezolanos, haitianos, asiáticos, africanos, quizás afganos, más las corrientes turísticas y de inversionistas mundiales, nos deberían “sacar” de estas mentalidades bandoleras y bravuconas, hegemónicas y tramposas, que han dominado y sepultado gran parte de nuestra historia doméstica colombiana. Junto a ello, necesitamos un país al que retornen los compatriotas exiliados, que no son pocos, los talentos forjados en niveles de vida superiores al nuestro. Esta triste historia de Colombia necesita ya un punto final, un punto de inflexión, liberándola del yugo opresor que se reproduce sobre las mismas carencias y necesidades que produce, mantiene y explota, con demagogia, mentira y fraude. Septiembre es el mes de los derechos humanos y de la “Semana de la Paz”, en torno a la magnífica e insuperable figura de San Pedro Claver, el “esclavo de los esclavos negros”, el defensor de la igual dignidad humana y de los derechos humanos. Para Colombia y para nuestras poblaciones y etnias negras, para la criminal trata de personas como “herramientas de trabajo” y de explotación sexual o como “mercancía humana”, que, dolorosamente aún persisten, quedó sembrada su semilla de inconformidad, de denuncia y protesta cristiana, evangélica, pacífica pero interpelante y solidaria con las víctimas, contra todo tipo de abusos y de esclavitudes. Pero, más que defensor de estas causas, recordadas alrededor de su fiesta litúrgica del 9 de septiembre, San Pedro Claver plantó en el puerto negrero de Cartagena de Indias, como los grandes evangelizadores de la historia de la Iglesia y de la humanidad, el deber creyente de escuchar siempre, en todo tiempo, en todo lugar y modelo social, el clamor de las víctimas, de los indefensos, de los más débiles y de los más necesitados. Hoy en día tendríamos que añadir el clamor del inmigrante y el clamor mismo del planeta tierra. Desde que Dios se hizo hombre, toda persona es más que mera imagen de Dios y todo prójimo hace parte de la fe como deber de amor, respeto y justicia. “Apenas llegaban los barcos con los esclavos, reza un testimonio, miraba por la ventanita pequeña de su cuarto y decía: 'Es Cristo que viene a mi ‘. Y, entonces, iba con sus traductores y ayudantes a llevarles alimento, medicinas y los primeros auxilios, a ayudar al bien morir a los que llegaban moribundos y a mostrarles algo de misericordia”. Las Jornadas de Derechos Humanos y de la Paz Colombiana (del 5 al 12), el Día Internacional de la Paz (el día 21), el mes de la Biblia, dedicado este año a San José de Nazaret, y la 107ª Jornada Mundial de los Migrantes (26 de septiembre), con el mensaje pontificio “hacia un nosotros cada vez más grande”, sean ocasiones para que nuestras comunidades e instituciones eclesiales demos testimonio de nuestro sentido social, arraigado en la Persona de Cristo y en la fe de todo verdadero cristiano. Los días venideros serán nuevamente una prueba a nuestra capacidad de construir paz con justicia social. La pobre y muchas veces dura y virulenta respuesta a los desafíos de la protesta social y del paro nacional, de las “primeras líneas”, buscando culpables sin reconocer responsabilidades de cambio, ni redoblar garantías de derechos y democracia, presagian nuevas movilizaciones y más fuertes reclamos sociales. Ante la jornada electoral del 2022 y su antecedente campaña política, necesitamos preparar la consciencia ciudadana y hacer el compromiso moral de exigir garantías y de votar con absoluta libertad y, quizás, con la responsabilidad más grande de toda nuestra historia. ¡No nos podemos equivocar! No podemos legitimar un estado de cosas como el que indican los asesinatos y las masacres, la corrupción y la represión a los clamores sociales. Oramos unidos y nos unimos a la lucha pacífica y al compromiso comunitario por el logro de una Colombia con pan, educación, convivencia, democracia y seguridad para todos. Nos unimos para promover e impulsar un Estado con garantías para la institución familiar y una economía que incluya a todos y cuide el medio ambiente, que preserve los recursos y el futuro. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mar 15 Jun 2021

“Semana Arquidiocesana” en Cali

A partir del 13 y hasta el 20 de junio, la Arquidiócesis de Cali celebrará la “Semana Arquidiocesana”, centrada en el compromiso con los enfermos y en la pastoral de la salud humana. Esta celebración se vivirá en un momento coyuntural generado, no solo por la pandemia de la Covid-19, sino además por la crisis de conflicto social que atraviesa, entre otras regiones, esta zona del país. La “Semana Arquidiocesana” es una celebración que se realiza desde hace siete años, y este será en el marco de la conmemoración del aniversario número 111 de la Arquidiócesis de Cali. Durante estos días se honra también a la Virgen de los Remedios como protectora y patrona de esta Iglesia particular y del Valle del Cauca. A partir de este objetivo, a lo largo de esta semana se realizará una serie de eventos orientados a la intervención comunitaria y de la salud de las comunidades más vulnerables. Para ayudar a encaminar esta jornada, el arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve, ha querido ofrecer una reflexión, que contextualiza la realidad del tiempo de crisis que está viviendo la ciudad “sultana” y todo el Valle del Cauca, en materia social, política y económica. [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar comunicado[/icon]

Jue 13 Mayo 2021

Arzobispo de Cali propone cooperación para el salvamento colectivo

La realidad social que enfrena hoy Colombia preocupa a la Iglesia, es por ello que monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía, arzobispo de Cali, a través de un video mensaje, hace un llamado a superar la confrontación, la violencia, el vandalismo e invita a los colombianos a sumarse a lo que él ha denominado “ruta de cooperación para el salvamento colectivo”. “Esa es la ruta que desde la Iglesia estamos impulsando en la ciudad de Cali, en la sociedad colombiana, en el Gobierno y con la Comunidad Internacional”, afrima. La Iglesia Católica celebra el próximo domingo 23 de mayo la solemnidad de Pentecostés, en la cual se conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo. En este contexto, el arzobispo de Cali extiende la invitación a toda la comunidad católica para que en cada parroquia y centro de culto se realice la novena al Espíritu Santo. “Será la novena sobre los frutos del Espíritu que comienzan con amor, alegría, paz, paciencia, bondad; que esos frutos los podamos recibir y actualizar con la gracia del Espíritu Santo”, puntualiza.

Mar 27 Abr 2021

Revuelta o autorreforma

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Los hechos desbordan los relatos y las palabras. No nos queda a quien reclamarle, porque la sordera es la primera “respuesta” de la terquedad. Ni declaraciones, ni comunicados, ni movilizaciones y plantones, ni encuestas, mucho menos aún el vandalismo o el extremo de la indiferencia, el “non me ne frega niente” (no me importa nada) del italiano. Vamos en un punto en el que sólo nos queda volvernos sobre nuestra propia libertad y acción. Solo nos quedan la fidelidad a valores y principios de vida y la disciplina social de la palabra, de romper cercos y prejuicios, de promover acuerdos de emergencia y de aplicación personal, doméstica, entre vecinos territoriales, gremios e instituciones. Todo, con la cooperación en redes y medios. Y con la fuerza misteriosa y espiritual del Dios o del Ser Superior presente en la propia consciencia. Se proclama a los cuatro vientos una “reforma tributaria”. Algo obtuso en su concepción, inoportuno en su concepto, inviable en su contexto. Pero algo válido, paradójicamente, en la pretendida filosofía de “solidaridad sostenible”. Porque es lo único salvable, quizás, de ese lenguaje engañoso que reviste, exactamente lo contrario, la sostenibilidad del “status quo” en el desastroso esquema del gobierno actual. ¡Más sobre la teoría de la irrigación descendente del poder económico sobre la miseria de los excluidos! ¡Más de la “economía naranja” basada en el “exprimidor” y en los agregados de agua! Lo que tendríamos que buscar es la solidaridad de quienes tienen el deber de pagar la gigantesca deuda social, empezando por la intervención que garantice sustento, territorio, techo, trabajo, especialmente el de economía familiar y de autoabastecimiento nacional. Nacionales y migrantes necesitan cobertura de “piso” y garantía legal de ingreso. Estado y privados tendrían que concertar una AUTORREFORMA en esa dirección. Solo garantizando piso y sustento a todo hogar y hogar comunitario a todo destechado y hambreado, en un país lleno de baldíos, de latifundios y propiedades en el limbo de la “extinción”, de tierras suburbanas y extensiones remotas, se podría pensar en esta base o cimiento de sostenibilidad y de crecimiento sostenible, hacia condiciones dignas y pacíficas de vida. La AUTORREFORMA es camino que no se mide en filigranas técnicas tributarias dentro del modelo injusto, sino en incluir a todos en la extensión de derechos y en la cobertura solidaria del bienestar básico. Todos necesitamos ser invitados a la mesa social de una vida con dignidad y respeto, pactando en cada hogar y vecindad “la disciplina del diálogo”, el recurso a la palabra, el desarme físico y el desmonte de extorsión y amenaza, de “dictaduras” y fronteras de muerte. Las reformas promovidas por el estado deberían ubicarse en este contexto de deuda social nacional, de grave emergencia para los más débiles, y de hacer pagar deudas como las de las acaparadoras EPS que quiebran el servicio de salud a los más pobres, en hospitales como El San Juan de Dios de Cali. La pandemia puede convertirse en un “modo sistemático de vida”. Ya la violencia y las armas, el asesinato y la fuerza extorsiva, se convirtieron en sistemáticos, en “pandemia de desangre”, hemorragia de barbarie. Quizás esta sea la última oportunidad para la humanidad y el planeta, en riesgo de desaparecer como biosfera que no encontró su equilibrio y armonía para mantener la vida. Desaparecer como género humano es ya, tristemente, una posibilidad a la vista. Todas nuestras calculadoras de economía, de política, de globalización, de longevidad y apariencia, de seguridad privada e ideologías de seguridad nacional y totalitaria, de demografía y control migratorio, los cálculos de todos los sistemas e “ismos”, entraron en crisis. La AUTORREFORMA y no unos ciclos de revueltas y vandalismo, que acelerarían la autodestrucción irracional de lo construido, que agudizan contradicciones y conflictos, es el camino que nos propone la vida y que coincide con el principio evangélico: “hagan con los demás lo que esperan que los demás hagan con cada uno de ustedes”. Mayo es un mes que nos pone ante el trabajo y la vida, la salida acordada del conflicto insurgente y armado, la reconciliación, la familia, con la figura de la madre y del hogar de Nazaret, la educación y la necesidad más profunda de ser “hombres y mujeres con Espíritu Santo”. Rescato el 2 de mayo, la memoria de Bojayá y del Cristo Mutilado, “El Santo Cristo Negro de Bojayá”, como lo llamó el Papa Francisco. Y el 3 de mayo, día tradicional de la Santa Cruz, para acordarnos de la no violencia, del perdón y la reconciliación. A todos, hombres y mujeres, se nos conmueva el corazón y asumamos nuevas decisiones de vida, decisiones de AUTORREFORMA. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Lun 15 Mar 2021

A la Pascua con San José

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua”. “Cuando tuvo doce años...el niño se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres” (Lucas 2, 41 -43). Al escribir este mensaje editorial, en el año de San José y para el mes de marzo, dedicado a él y centrado en su fiesta del día 19, me viene espontánea esta imagen de la familia de Nazaret, que recorre y corre presurosa este camino de fieles peregrinantes a su “fiesta nacional”, fiesta de las fiestas. Es la imagen que recogen los misterios gozosos del Santo Rosario: “la pérdida y el dichoso reencuentro de María y José, con su hijo adolescente, Jesús” (quinto misterio). Una imagen que nos convoca como Pueblo de Dios a “caminar juntos”, Iglesia y humanidad, en esta hora de la historia. A caminar con Jesús y con María, fijando esta vez los ojos y el alma en la figura de José, el varón justo, descendiente de David, esposo de María, padre legal de Jesús, protector y custodio de la Iglesia que nace con ellos, carpintero de Nazaret. Acostumbrados a esta jornada anual, los padres de Jesús se integraban a la caravana de los hombres y a la de las mujeres, turnándose, al parecer, el llevar consigo al niño Jesús. Pero esta Pascua sería inolvidable para ellos: marcó todo un “crecimiento en la fe” para la Sagrada Familia. Descubrir los alcances de la filiación divina de Jesús; acoger, en diálogo y escucha cuidadosa, la autonomía y la “vocación” de Rabino, de Maestro, sin mengua de la sujeción y obediencia filial de Jesús a ellos; rehacer el camino de la ida y regreso pascual, por el de “angustiados te buscábamos”; superar la costumbre de suponer que Jesús estaba con ellos y ellos con Jesús; tener qué enmarcar ahora su misión de padres en la misión de Jesús, la de “ocuparse de las cosas” de su Padre: toda una “Nueva Evangelización”, diríamos hoy, para unos buenos e inmejorables cristianos convencionales, llamados a un discipulado del Padre a través del Hijo, de su hijo, su adolescente Jesús. Creyentes, esposos, padres e hijos, pastores y religiosos, todos podemos compartir esta Pascua 2021 como una prueba de Dios a nuestra fe quieta, a nuestra religiosidad de mera costumbre rutinaria, a nuestro vacío de diálogo y escucha con Dios, entre pastores y fieles, entre esposos y padres, con los hijos, especialmente los adolescentes y los jóvenes. La Pascua 2021, después del encierro por el coronavirus, que nos privó de la Semana Santa 2020, sea un “comenzar de nuevo”, después del frenazo histórico por la pandemia, nuestra relación más personalizada y cierta con Jesús y entre nosotros. Sea ésta la Pascua que recoge las angustias de una humanidad que busca superar la pandemia con la vacuna y la reactivación económica. La Pascua 2021 nos haga más espirituales, más humildes y fraternos, más unidos en cada casa, en cada parroquia, y en esta Nación y Casa Común, en el planeta Tierra de todos. A San José le encomendamos la gracia de “una buena muerte”, ahora que el virus deja tantos duelos por doquiera. Sobre todo en nuestra Colombia amada, donde “la mala muerte”, la que llega por vía del asesinato, rompiendo la ley de Dios y las leyes de la naturaleza humana, del cuidado que obliga a cada persona, sociedad e institución, con toda vida humana. Morir en los brazos de Jesús y de María; morir en el hogar de la Iglesia y por muerte natural; morir en la voluntad y la gloria de Dios, como obediencia del corazón, sean gracias que imploramos a San José, Custodio, protector e intercesor nuestro, Patrono de la Iglesia Universal. De San José aprendamos la espiritualidad del silencio, de la noche y de los sueños. Es la espiritualidad del discernimiento entre las tinieblas del alma y el amanecer de Dios y de sus planes. Es la “escucha del Ángel” que visita al corazón, cuando se debate en dudas y temores, y le susurra lo que hay qué hacer. Es responder con hechos de obediencia, ahorrándonos las palabras, haciendo de la profesión de fe una proclama de total certeza en Dios. Nos ayude, a servir a Cristo y a salvar unidos la humanidad, este varón silente y justo; este hombre que antepone a sus derechos la dignidad de la mujer y la grandeza inviolable de la vida humana; este esposo que honra a Maria y da ascendencia y ciudadanía a Jesús; este padre solícito y trabajador creativo de la carpintería; este destechado en Belén y migrante en Egipto. Difundamos el rico mensaje Josefino que nos dio el Papa Francisco con su Carta Apostólica “Patris Corde” (“Con corazón de Padre”) y veneremos con devoción y compromiso cristiano al gran San José, vinculado por Dios de manera esplendorosa al misterio de su Encarnación, del Verbo hecho carne, que “habitó entre nosotros”. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Lun 15 Mar 2021

A la Pascua con San José

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua”. “Cuando tuvo doce años...el niño se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres” (Lucas 2, 41 -43). Al escribir este mensaje editorial, en el año de San José y para el mes de marzo, dedicado a él y centrado en su fiesta del día 19, me viene espontánea esta imagen de la familia de Nazaret, que recorre y corre presurosa este camino de fieles peregrinantes a su “fiesta nacional”, fiesta de las fiestas. Es la imagen que recogen los misterios gozosos del Santo Rosario: “la pérdida y el dichoso reencuentro de María y José, con su hijo adolescente, Jesús” (quinto misterio). Una imagen que nos convoca como Pueblo de Dios a “caminar juntos”, Iglesia y humanidad, en esta hora de la historia. A caminar con Jesús y con María, fijando esta vez los ojos y el alma en la figura de José, el varón justo, descendiente de David, esposo de María, padre legal de Jesús, protector y custodio de la Iglesia que nace con ellos, carpintero de Nazaret. Acostumbrados a esta jornada anual, los padres de Jesús se integraban a la caravana de los hombres y a la de las mujeres, turnándose, al parecer, el llevar consigo al niño Jesús. Pero esta Pascua sería inolvidable para ellos: marcó todo un “crecimiento en la fe” para la Sagrada Familia. Descubrir los alcances de la filiación divina de Jesús; acoger, en diálogo y escucha cuidadosa, la autonomía y la “vocación” de Rabino, de Maestro, sin mengua de la sujeción y obediencia filial de Jesús a ellos; rehacer el camino de la ida y regreso pascual, por el de “angustiados te buscábamos”; superar la costumbre de suponer que Jesús estaba con ellos y ellos con Jesús; tener qué enmarcar ahora su misión de padres en la misión de Jesús, la de “ocuparse de las cosas” de su Padre: toda una “Nueva Evangelización”, diríamos hoy, para unos buenos e inmejorables cristianos convencionales, llamados a un discipulado del Padre a través del Hijo, de su hijo, su adolescente Jesús. Creyentes, esposos, padres e hijos, pastores y religiosos, todos podemos compartir esta Pascua 2021 como una prueba de Dios a nuestra fe quieta, a nuestra religiosidad de mera costumbre rutinaria, a nuestro vacío de diálogo y escucha con Dios, entre pastores y fieles, entre esposos y padres, con los hijos, especialmente los adolescentes y los jóvenes. La Pascua 2021, después del encierro por el coronavirus, que nos privó de la Semana Santa 2020, sea un “comenzar de nuevo”, después del frenazo histórico por la pandemia, nuestra relación más personalizada y cierta con Jesús y entre nosotros. Sea ésta la Pascua que recoge las angustias de una humanidad que busca superar la pandemia con la vacuna y la reactivación económica. La Pascua 2021 nos haga más espirituales, más humildes y fraternos, más unidos en cada casa, en cada parroquia, y en esta Nación y Casa Común, en el planeta Tierra de todos. A San José le encomendamos la gracia de “una buena muerte”, ahora que el virus deja tantos duelos por doquiera. Sobre todo en nuestra Colombia amada, donde “la mala muerte”, la que llega por vía del asesinato, rompiendo la ley de Dios y las leyes de la naturaleza humana, del cuidado que obliga a cada persona, sociedad e institución, con toda vida humana. Morir en los brazos de Jesús y de María; morir en el hogar de la Iglesia y por muerte natural; morir en la voluntad y la gloria de Dios, como obediencia del corazón, sean gracias que imploramos a San José, Custodio, protector e intercesor nuestro, Patrono de la Iglesia Universal. De San José aprendamos la espiritualidad del silencio, de la noche y de los sueños. Es la espiritualidad del discernimiento entre las tinieblas del alma y el amanecer de Dios y de sus planes. Es la “escucha del Ángel” que visita al corazón, cuando se debate en dudas y temores, y le susurra lo que hay qué hacer. Es responder con hechos de obediencia, ahorrándonos las palabras, haciendo de la profesión de fe una proclama de total certeza en Dios. Nos ayude, a servir a Cristo y a salvar unidos la humanidad, este varón silente y justo; este hombre que antepone a sus derechos la dignidad de la mujer y la grandeza inviolable de la vida humana; este esposo que honra a Maria y da ascendencia y ciudadanía a Jesús; este padre solícito y trabajador creativo de la carpintería; este destechado en Belén y migrante en Egipto. Difundamos el rico mensaje Josefino que nos dio el Papa Francisco con su Carta Apostólica “Patris Corde” (“Con corazón de Padre”) y veneremos con devoción y compromiso cristiano al gran San José, vinculado por Dios de manera esplendorosa al misterio de su Encarnación, del Verbo hecho carne, que “habitó entre nosotros”. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Sáb 27 Feb 2021

Iglesia en Cali da último adiós a monseñor Francisco Sarasti

Este sábado, 27 de febrero, se llevó a cabo en la Catedral San Pedro Apóstol, las exequias del arzobispo emérito de Cali, monseñor Francisco Sarasti Jaramillo, en ceremonia que fue presidida por el arzobispo de esta jurisdicción eclesiástica, monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía. “Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo”(Jn 17,24), con estas palabras de súplica, monseñor Monsalve pidió entregar a Dios el alma del arzobispo, resaltando que esta fue la actitud interior que definió siempre al ser humano, creyente y pastor, que fue monseñor Sarasti. Durante su homilía resaltó su caminar pastoral y entrega generosa de servicio a la Iglesia, destacando su valentía ante la enfermedad que durante años le agobió, pero que nunca fue impedimento para manifestar ese “espíritu juvenil de gozo y de querer caminar con su Iglesia, con su pueblo y con sus pastores”. “Un ofertorio que lo llevó al Altar del Sacrificio, no solo como sacerdote que presidió la Santa Eucaristía, sino como discípulo del Crucificado, que comió del Pan que es “su Cuerpo, entregado por nosotros“, y bebió del cáliz de su Sangre, derramada por nosotros y por muchos, para el perdón de nuestros pecados”. “Este sacerdocio martirial, lo vivió nuestro hermano, en la experiencia de su entrega pastoral tan generosa y “con olor a oveja”, y lo testimonió, como discípulo crucificado con Cristo, en la prueba de la adversidad inclemente y de la enfermedad más agobiante”. El prelado destacó dentro de su mayor servicio pastoral, el sacramento de la confesión y agradeció en nombre de tantas personas que encontraron en él el perdón de Dios, a través del sacramento de la confesión. “Fue ejemplar y asiduo al exigente ministerio del confesionario, aún en sus años de enfermedad”. Subrayó, algunas acciones que a lo largo de estos 19 años de pastoreo en esta ciudad del Valle, marcaron el caminar de monseñor Sarasti. Entre ellas: la creación de un número importante de parroquias, la sensibilidad por lo social, la creación del Banco de Alimentos y el impulso dado a la Universidad Católica Lumen Gentium, entre otras obras. Al hacer presente la enfermedad que aqueja a la humanidad, y de la cual monseñor Sarasti no fue ajeno, la pandemia del Covid-19, dijo que su muerte se “une al duelo y a las angustias de tantas personas, de una humanidad herida por el miedo al contagio y afectada por los efectos del virus”. “En esta Iglesia Catedral, donde reposarán sus restos junto a los pastores difuntos de esta Iglesia Particular de Cali, el recuerdo y la plegaria por este pastor nos hagan sentir cumplida la promesa de Jesús: “Estén seguros que yo estaré con ustedes, día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Finalmente, extendió un saludo de cercanía a la familia Sarasti Jaramillo, a las personas que siempre estuvieron presentes en el cuidado de su salud y de manera particular pidió por la pronta recuperación de la señora Dalila Aguirre, fiel colaboradora y ama de llaves de monseñor Sarasti, quien también resultara afectada por el virus.

Lun 1 Feb 2021

¿Cómo asumir ahora la pandemia?

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Estamos en “el pico de los picos”, dicen los expertos, para hablar sobre la curva o línea de evolución de la COVID-19 y sus mutaciones. Es una hora crucial, quizás definitiva, para la supervivencia y el futuro de la humanidad en la tierra, en el mundo de los vivientes. Quizás todo dependa de un movimiento inverso al inicial: abrirnos, en vez de encerrarnos. Abrirnos a Dios, garante de nuestro ser y existir. Fuerza o energía de amor, interior y externamente perceptible. Fuerza que atrae y enamora el alma humana, imagen suya para “ser su semejanza”; gracia de filiación divina, de fraternidad humana, de unión y transmisión de las vidas humanas, de cuidado de “la casa común”. Abrirnos a los demás, en cada pareja, casa y familia, en la vecindad y la etnia y cultura, en la patria propia y en el mundo como patria y casa común. Abrirnos, incluso a los enemigos y adversarios, que deben pasar al plano de la oportunidad común de supervivencia, de existencia solidaria, de cancelación y perdón de deudas, de ser buenos prójimos, buenos ciudadanos y buenos ancestros para las generaciones nuevas y futuras. Abrirnos a las primacías y valores de la “civilización del amor” que enseña y obra Dios en Jesús y para todos: *Primacía del espíritu sobre la materia. *Primacía de la vida sobre la muerte. *Primacía de las personas sobre las cosas. *Primacía de la ética sobre la técnica y la ciencia. *Primacía del trabajo y la producción sobre el capital y el mercado. La dignidad humana, el diálogo, la verdad, la justicia, la paz, la libertad y la unidad o consenso vital, son valores que reclaman puesto en la consciencia personal y colectiva de la humanidad. No es nada nuevo, pero todo es en serio, en lo concreto, en decisiones precisas. Si no, no identificaremos las causas, ni abriremos los procesos de corrección, de nuevos estilos y nuevos modelos de vida, de nuevas fronteras y nuevos territorios para una nueva habitabilidad; de ciudades y colonias agrícolas planeadas y construidas, de manera que convirtamos en museos muchas de las actuales, al borde del colapso. Si no, no integraremos a los migrantes ni saldremos del “invierno demográfico” y ruptura generacional, y de los modos de producir y de consumir que desatan virosis del animal al humano, que rompen las barreras bioquímicas y los equilibrios biológicos y ecológicos. Escuchar a fondo la voz de la pandemia es mucho más que buscar y esperar una vacuna, mucho más que “darnos inyecciones de ánimo”. El cambio de corazón, de mente y de conductas no da espera. Desde la fe, Dios es “Dios de la Oportunidad” para todos. Quiere “que ninguno se pierda”. Es oportunidad de perdón y cambio, de reconciliación y verdad, de crecer y ajustarnos a una tierra que puede y debe ser el Edén de la vida, el remanso de la paz y la esperanza, la civilización del Amor. ¡Démonos la Oportunidad! ¡Démonos a Dios Amor! En la Iglesia católica, el Papa Francisco ha signado el 2021 como “El Año de San José”, conmemorando los 150 años de haber sido declarado “Patrono Universal de la Iglesia”. Es el varón justo que tomó a María como esposa y a Jesús como hijo adoptivo. Indicó también el Papa que será el Año de la Familia, conmemorando los primeros cinco años de la Exhortación Apostólica “Amoris laetitia”. Y abrió el año con dos mensajes claves: “la cultura del cuidado como camino de paz mundial” y “los ministerios instituidos, lectorado y acolitado, para las mujeres” (Carta “Spiritus Domini”). El varón, la mujer, los esposos, la familia, la casa, la identidad de cuidadores de la vida y del ser y el obrar de Dios en el mundo, están en primer plano. Son realidades de siempre para vivirlas como nunca las habíamos vivido. Que el 2021 nos impulse a volver a casa, no por confinamientos ni toques de queda, sino por una nueva consciencia desde la fe, la esperanza y el amor, vividos con personas y realidades concretas. Es el año para que la humanidad adopte como estilo de vida el caminar juntos, la sinodalidad, superando lo que nos despedaza y destruye, lo que nos divide e intoxica. Amén. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali