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monseñor fernando chica

Jue 15 Jul 2021

Devoción a la Virgen del Carmen

Cada 16 de julio celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen María en su advocación del Carmen. Se trata de una fiesta muy popular, extendida por los cinco continentes, en la que invocamos a la Madre de Dios bajo ese título tan entrañable. La piedad hacia la Virgen del Carmen hace referencia a muchos símbolos y a muchos aspectos de la vida cristiana. Está relacionada, en primer lugar, con el mundo carmelitano, con aquellos eremitas que se reunieron a finales del siglo XII o principios del siglo XIII en las laderas del Monte Carmelo, cerca de Haifa, en Israel, para llevar una vida de penitencia y oración y que después trasladarían a Europa su carisma y su espiritualidad. La devoción a la Virgen del Carmen hace referencia, también, al escapulario, ese pequeño signo que nos recuerda nuestra filiación, nuestra consagración bautismal y el compromiso de vida cristiana que supone imitar a María, perfecto modelo de entrega a Dios e intercesora nuestra. Lógicamente, la devoción a la Virgen del Carmen nos pone asimismo en contacto con el mundo de la mística, de la espiritualidad, de la contemplación. La escuela carmelitana, desde hace ocho siglos, ha profundizado en esa dimensión de la vida cristiana tan necesaria en nuestros días: la intimidad con Dios, la hondura espiritual, la oración como fuente de vida. En el caso de España contamos con dos de las figuras más señeras de la historia, no solamente de la espiritualidad carmelita, sino de toda la literatura cristiana: Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Esta fiesta nos remite igualmente al ámbito de la belleza. Ya desde la Escritura, el Carmelo evoca la hermosura. A María la invocamos como “Mater et Decor Carmeli” (Madre y hermosura del Carmelo) y lo carmelitano ha estado siempre relacionado con el arte, con la tersura, con la poesía. Además, la devoción a Nuestra Señora del Carmen está muy vinculada con el mundo del mar. Los marineros, los pescadores, todos los que viven en ese ambiente, a veces peligroso, designan a María como Estrella de los mares e imploran de Ella que sea su guía y protectora. También nosotros en las tormentas de la vida nos ponemos bajo su amparo y, cuando cantamos esa salve marinera que tanto nos emociona, tenemos muy presente a todos los que en las tempestades de todo tipo precisan de su socorro y su ayuda. Este año -qué duda cabe- las festividades de la Virgen del Carmen tendrán un carácter muy especial. La pandemia nos ha sacudido con fuerza y nos ha hecho sentir nuestra fragilidad. El coronavirus nos ha señalado nuestros límites y ha agravado crisis preexistentes. Por ello, a nuestra oración traeremos, particularmente, a los que experimentan la prueba o el dolor. Le pediremos a la Virgen Santísima por los que han perdido a un ser querido, por los que se han visto golpeados por la enfermedad, por los que han batallado en primera línea contra el coronavirus, dándonos un maravilloso testimonio de solidaridad y generosidad. No podemos olvidar a cuantos por razón del COVID – 19 perdieron su empleo, se ven abrumados por las deudas, buscan trabajo y no lo encuentran. Suplicaremos con singular intensidad por los que esta emergencia sanitaria ha debilitado psicológicamente y están sin esperanza, sin ilusión, desanimados o incluso han caído en la depresión. La devoción carmelitana, como todas las devociones marianas, cuando es vivida rectamente y con autenticidad, no nos distrae de nuestros compromisos de vida cristiana o eclesiales, sino todo lo contrario, nos lleva al corazón del Evangelio. María, que fue la primera maestra y también la primera discípula de Jesús, nos enseña a nosotros a ser discípulos, a seguirle en la vida cotidiana, a transformar nuestras actitudes y modos de vida buscando escalar la cima de la santidad. Una de las representaciones más típicas de la Virgen del Carmen es aquella en la que Nuestra Señora aparece rescatando las almas del purgatorio con su escapulario. Más allá de la representación en sí, qué duda cabe que esta imagen tan popular, por ejemplo, en nuestros cementerios, se puede convertir en una provocación, en una invitación para todos nosotros. Como dijo el Prior General de los Carmelitas hace ya algunos años, el devoto de la Virgen del Carmen está llamado a imitar a la Virgen, esto es, a rescatar a tantos hermanos nuestros que soportan el “purgatorio” de la necesidad, del paro, de la droga, de la injusticia, de la enfermedad, de la angustia ante un futuro incierto… y tantas otras lacras como hieren y menoscaban a nuestra sociedad actual. Desde la FAO, desde Caritas, desde Manos Unidas, desde parroquias, congregaciones religiosas, asociaciones juveniles católicas, desde instituciones benéficas alentadas por personas de buena voluntad, se están haciendo ingentes esfuerzos para que disminuya (y un día pueda desaparecer totalmente) la lacra del hambre. Necesitamos cambios estructurales, pero también un cambio de mentalidad o, dicho en lenguaje creyente, una conversión del corazón que consiga unir voluntades y suscitar iniciativas concretas y eficaces que solucionen los problemas de tantos hermanos nuestros como carecen de pan, de salud, de gozo, de libertad o de otros indispensables recursos para llevar una vida digna y en plenitud. Que el ejemplo de la Virgen, nuestra tierna Madre del cielo, bajo la advocación del Monte Carmelo, nos arranque del egoísmo y renueve nuestros criterios, a veces muy estrechos. Que, por su poderosa mediación, edifiquemos entre todos un mundo más justo y más fraterno. Con este propósito, recurrimos a Santa María, que es clemente y piadosa,con un precioso poema de José María Zandueta Munárriz: ¡Oh hermosura del Carmelo, Virgen del Carmen bendita, deja que yo me derrita de amor y de santo anhelo! Tú eres todo mi consuelo mi dicha y felicidad. Tu cariño y tu bondad inundan mi corazón y te digo en mi oración, que te quiero de verdad. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Vie 7 Mayo 2021

Todo un mes con la Virgen María

Por: Mons, Fernando Chica Arellano - Mayo es el mes mariano por excelencia. En este año 2021 el Sumo Pontífice ha convocado a toda la Iglesia para que se una en oración, apoyada en la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, pidiendo el fin de la pandemia y, de manera particular, elevando súplicas por los más afectados. Cada día de este mes la iniciativa ha sido especialmente asignada a un santuario mariano del mundo y el culmen de cada jornada de oración será el rezo del Santo Rosario. Como un modo de unirnos a esta intención, y para facilitar una ambientación general, quiero dedicar los párrafos siguientes a presentar algunas de las referencias explícitas que el Sucesor de Pedro ha reservado a la Madre de Dios en su magisterio pontificio. Concretamente, me centro en sus tres encíclicas: Lumen Fidei (2013), sobre la fe; Laudato Si’ (2015), sobre el cuidado de la casa común; y Fratelli Tutti (2020), sobre la fraternidad y la amistad social. Incluyo además la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual, ya que ha sido considerada por muchos analistas como el documento programático del pontificado de Francisco. Los misterios gozosos y Evangelii Gaudium “La alegría del evangelio” es, ya desde el título, el tema central de Evangelii Gaudium. Lo cual no puede sorprender, ya que “el Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: ‘Alégrate’ es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: ‘Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador’ (Lc 1,47)” (Evangelii Gaudium, n. 5). Los misterios gozosos del rosario nos impulsan a contemplar las escenas de la Anunciación a María, la Visitación de esta a su prima santa Isabel, la Natividad del Señor, la Presentación del Niño en el templo y el episodio del Encuentro en el mismo templo. En ellas, descubrimos que “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (Evangelii Gaudium, n. 286). En realidad, “hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque ‘derribó de su trono a los poderosos’ y ‘despidió vacíos a los ricos’ (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Es también la que conserva cuidadosamente ‘todas las cosas meditándolas en su corazón’ (Lc 2,19). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás ‘sin demora’ (Lc 1,39)” (Evangelii Gaudium, n. 288). Los misterios dolorosos y Laudato Si’ Por su parte, los misterios dolorosos nos conducen hasta la oración de Cristo en el huerto de Getsemaní, la flagelación del Señor, la coronación de espinas, el Via Crucis, y la crucifixión y muerte de Jesús en el monte Calvario. Junto a ello, el Obispo de Roma nosanima a “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (Laudato Si’, n. 49), dado que, en realidad, “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (Laudato Si’, n. 139). También en este punto Nuestra Señora viene en nuestra ayuda. “María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Asícomo lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer ‘vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza’ (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su hermosura. Ella no solo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que ‘conservaba’ cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios”(Laudato Si’, n. 241). Los misterios gloriosos y Lumen Fidei Los misterios gloriosos nos introducen en algunas dimensiones absolutamente nucleares de nuestra fe; son realidades que, además, no pueden captarse plenamente si no es desde la fe. Estamos hablando, en primer lugar, de la Resurrección del Señor, pero también de su Ascensión a los cielos y de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés; en el ámbito más directamente mariano, contemplamos la Asunción de María al cielo y la Coronación de la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado. En la primera encíclica de Francisco leemos que “en la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe. En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo” (Lumen Fidei, n. 58). Por eso, con el Santo Padre, nos dirigimos filialmente a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe, con el texto que aparece en el número 60 de Lumen Fidei: “¡Madre, ayuda nuestra fe! Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada. Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa. Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe. Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar. Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Recuérdanos que quien cree no está nunca solo. Ensénanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino. Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor”. Los misterios luminosos y Fratelli Tutti Finalmente, los misterios luminosos son: el bautismo de Jesús en el río Jordán, la autorrevelación del Señor en las bodas de Caná, la predicación del Reino de Dios, la transfiguración del Señor y la institución de la Eucaristía. Estos misterios fueron introducidos por san Juan Pablo II en el año 2002 con la publicación de la encíclica Rosarium Virginis Mariae, para insistir en que Jesucristo es “la luz del mundo” (Jn 8, 12), lo cual se manifiesta, sobre todo, “en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino” (n. 21). Al servicio de este Reino que Jesucristo anuncia y encarna, “la Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Y como María, la Madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad, para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (Fratelli Tutti, n. 276). La vigorosa llamada del papa Francisco a la fraternidad universal, “tiene también una Madre, llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn 19,26) y está atenta no solo a Jesús sino también ‘al resto de sus descendientes’ (Ap 12,17). Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz” (Fratelli Tutti, n. 278). Conclusión María santísima vivió en intensa y honda comunión con su divino Hijo. Ella es modelo perfecto y puro de santidad. Que su ejemplo nos aliente en este mes de mayo. No dejemos de repetir amorosa y constantemente su Nombre. No nos cansemos de abandonarnos a su cuidado materno, rezando para que se incremente en nuestros días el número de hombres y mujeres que, a través de una fe humilde y sencilla, testimoniada en la vida, sean por doquier sal de la tierra y luz del mundo. Con el rezo diario del Santo Rosario, encomendemos a la guía tierna y solícita de la Madre de Dios la vitalidad de las comunidades cristianas, la fidelidad de las almas consagradas, el camino futuro de los jóvenes, la penuria de los desempleados, la aflicción de los atribulados, la suerte de los prófugos, los migrantes y desterrados, el clamor de los hambrientos y la paz y la concordia del orbe entero. Que María enjugue las lágrimas de los contagiados por el coronavirus y de cuantos han visto fallecer a sus seres queridos por esta cruel pandemia. Que Ella alcance también cuantiosas bendiciones a quienes cotidianamente luchan para erradicar de una vez por todas este flagelo, que tan inicuamente nos está fustigando. Monseñor Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Jue 22 Abr 2021

Invertir la degradación de los ecosistemas

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - “Restaurar nuestra Tierra” es el lema escogido para la celebración del Día Internacional de la Tierra, este 22 de abril de 2021, de acuerdo con la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esta significativa jornada reconoce a la Tierra y sus ecosistemas como el hogar común de la humanidad, así como la necesidad de protegerla para mejorar los medios de vida de las personas, contrarrestar el cambio climático y detener el colapso de la biodiversidad. La salud de nuestro planeta y de los que en él vivimos está fuerte y directamente relacionada con la salud de nuestros ecosistemas, por lo cual es esencial y perentorio atajar e invertir su degradación. En efecto, una mirada atenta a nuestro alrededor pone en evidencia la creciente deforestación, el agravarse de la contaminación de los océanos, que se están colmando de plásticos y volviéndose cada vez más ácidos. También se percibe por doquier el incremento del calor extremo, la propagación de los incendios forestales, una profusión de desastrosas inundaciones, así como la multiplicación de los huracanes, fenómenos que tienen nocivas repercusiones para millones de personas. Estas dañinas problemáticas, que se han visto enormemente agudizadas por la vigente pandemia, reclaman una actuación incisiva y urgente, fruto de una decidida voluntad política, así como de una leal y franca colaboración entre instancias internacionales, gubernamentales, el sector público, el privado y la sociedad civil organizada, sin dejar al margen a las personas individuales, que no podemos ser indiferentes a la suerte y el porvenir de nuestro planeta. Este año la elección del lema sintoniza con la puesta en marcha del Decenio de la ONU sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), que se lanzará oficialmente en el marco del próximo Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio), aunque la acción en todo el mundo ya está despegando. Por ello, vamos a dedicar los siguientes párrafos a reflexionar sobre esta cuestión. Mitigar, adaptar y restaurar El cambio climático constituye uno de los grandes retos del planeta y de la humanidad en estos momentos, y de cara a todo el siglo XXI. De manera general, suele hablarse de una doble estrategia ante este desafío: la mitigación y la adaptación. En primer lugar, mitigar, suavizar, frenar o reducir el cambio climático supone, sobre todo, disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero hacia la atmósfera para, de este modo, evitar que el planeta se caliente de manera más extrema (internacionalmente, se ha marcado el objetivo de impedir que la temperatura media global aumente más de 1,5ºC). En segundo lugar, adaptarse al cambio climático implica modificar nuestras prácticas para proteger nuestra vida y la de nuestro entorno; incluye iniciativas como reforestar bosques, diversificar cultivos, edificar de un manera sostenible o prevenir catástrofes naturales, entre otras. Cuanto más mitiguemos el cambio climático en este momento, más fácil será adaptarse a los cambios que ya no podemos evitar. Estas dos estrategias coinciden en plantear un enfoque pragmático y posibilista; sin duda, necesario y, más aún, imprescindible. Ahora bien, desde la fe cristiana y desde la Doctrina Social de la Iglesia podemos preguntarnos si eso es todo lo que podemos hacer, si este enfoque agota nuestra respuesta. Sinceramente, creo que no. Y aquí es donde entra el tercer verbo que menciono: restaurar. Necesitamos restaurar unas relaciones sanas con el cosmos, con toda la creación. Decía el papa Francisco en su encíclica sobre el cuidado de la casa común: “Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. […] Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración” (Laudato Si’, n. 202). Necesitamos, pues, “una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático” (Laudato Si’, n. 111). Difícilmente podremos restaurar nuestra Tierra mientras no superemos este “paradigma homogéneo y unidimensional”, que vincula tecnología y poder, y que mira la realidad desde la “técnica de posesión, dominio y transformación” (Laudato Si’, n. 106). Restaurar todo en Cristo En este contexto, resuenan con renovada pujanza las palabras de san Pablo, cuando afirma que “la creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios” (Rom 8,19). “Sabemos, en efecto, que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente” (Rom 8,22). Y este anhelo, cósmico y universal, se abre a la promesa de Dios: “Repoblaré las ciudades y haré que las ruinas sean reconstruidas. La tierra desolada, que los caminantes veían desierta, será cultivada de nuevo” (Ez 36,33-34). Los creyentes sabemos que el plan de Dios consiste en llevar a plenitud todo el cosmos, restaurando, recapitulando y reuniendo todas las cosas en Cristo (cf. Ef 1, 10). “En efecto, Dios tuvo a bien hacer habitar en Él toda la plenitud y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo” (Col 1,19-20). Ahí tenemos un paradigma alternativo, que permite verdaderamente restaurar toda la realidad en Cristo, porque, como dijo san Pedro, “llegarán tiempos de consuelo de parte del Señor […] cuando todo sea restaurado” (Hch 3,20-21). O, en palabras del Apóstol de los gentiles, “cuando le están sometidas todas las cosas [a Cristo], entonces el mismo Hijo se someterá también al que le sometió todo, para que Dios sea todo en todas las cosas” (1 Cor 15,28). En realidad cumplir el mandato de trabajar y custodiar la tierra (Gn 2, 14), como ya observaba un autor de la antigüedad, requiere vivir bajo la ley del Creador, y no dejarse arrastrar por la soberbia (cfr. Ambrosiaster, Quaestiones veteris et novi testamenti, 123, 9 [CSEL 50, 377]): tal cosa solo es posible cuando la persona es restaurada por la fe en Cristo. Ahora bien, esta restauración exige un giro radical, un cambio de paradigma. Así, por ejemplo, en 2019, el Documento final del Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía invitaba a una verdadera conversión integral, esto es, a “una conversión personal y comunitaria que nos compromete a relacionarnos armónicamente con la obra creadora de Dios” (n. 17). Esta “única conversión al Evangelio vivo, que es Jesucristo, se podrá desplegar en dimensiones interconectadas para motivar la salida a las periferias existenciales, sociales y geográficas” (n. 19); estas dimensiones son la conversión pastoral, la cultural, la ecológica y la sinodal. Por eso, el mismo papa Francisco planteó, en su exhortación apostólica post-sinodal Querida Amazonía, un cuádruple sueño social, cultural, ecológico y eclesial. Restaurar nuestra Tierra Concluyo con unas palabras de san Pablo VI, cuando reflexionaba sobre los íntimos vínculos entre evangelización y promoción humana, señalando que se trata de vigorosos y profundos nexos antropológicos, teológicos y evangélicos: “No se puede disociar el plan de la creación del plan de la Redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar” (Evangelii Nuntiandi, n. 31). Sí, sin duda, estamos llamados a restaurar nuestra Tierra, en todos los ámbitos de la realidad. Y de este reto ninguno de nosotros estamos excluidos. Por el contrario, todos hemos de poner de nuestra parte con convicción y entusiasmo. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Lun 22 Mar 2021

El derecho humano al agua bajo amenaza

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - A finales del año 2020 el agua comenzó a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street como el petróleo, el oro o cualquier otra mercancía. En realidad, no cotiza el agua en sí misma, sino sus derechos de uso. Y la compraventa no se refiere al uso en el momento actual, sino para el futuro, buscando así garantizar (para el comprador) el acceso al agua en un plazo determinado, por ejemplo, ante períodos de sequía. Basta esta somera explicación para darse cuenta de que esta decisión introduce un bien básico, como es el agua, en el mundo de los mercados bursátiles, abiertos a corporaciones financieras, que nada tienen que ver con la gerencia y el uso del agua. Aunque se intenta justificar la medida afirmando que puede mejorar la tutela, el consumo y la conservación de un recurso escaso, lo cierto es que se plantean numerosas dudas, bastantes sospechas y algunas amenazas, en la medida en que esta dinámica abre las puertas a la acción de los especuladores. Conviene, pues, que consideremos esta cuestión, analizándola con cierto detenimiento e iluminándola desde la Doctrina Social de la Iglesia. Sin agua no hay vida Digamos, de entrada, que el agua está en el epicentro del desarrollo sostenible y es trascendental para el progreso socioeconómico, la energía y la producción de alimentos, los ecosistemas saludables, y la supervivencia misma de los seres humanos y otras especies animales y vegetales. El agua también forma parte esencial de la adaptación al cambio climático, y es el vínculo crucial entre la sociedad y el medioambiente. Por eso, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice que “el uso del agua y de los servicios conexos debe ser orientado a la satisfacción de las necesidades de todos y, sobre todo, de las personas que viven en pobreza. Un limitado acceso al agua potable incide sobre el bienestar de un enorme número de personas y es, las más de las veces, causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza y, además, de muerte” (n. 484). En consecuencia, “el agua, por su propia naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más; su uso debe ser racional y solidario. Su distribución entra, tradicionalmente, entre las responsabilidades de entes públicos, porque el agua ha sido siempre considerada como un bien público, característica que debe ser mantenida si la gestión es confiada al sector privado” (n. 485). Siendo este precioso elemento imprescindible para la vida, lamentablemente, hoy su exigüidad afecta al 40% de la población mundial y más de 2.000 millones de personas no tienen acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura. Los expertos consideran que para el año 2025 la escasez de agua podría afectar a dos tercios de los habitantes del planeta y según la ONU más de 700 millones de personas en el mundo podrían verse forzadas a desplazarse debido a la penuria de agua de aquí a 2030. La bolsa y la vida Habiendo recordado así la importancia del agua, digamos una palabra acerca de la economía financiera. En el año 2018 la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral publicaron, conjuntamente, el documento Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero. En su número 5 leemos: “La reciente crisis financiera era una oportunidad para desarrollar una nueva economía más atenta a los principios éticos y a la nueva regulación de la actividad financiera, neutralizando los aspectos depredadores y especulativos y dando valor al servicio a la economía real”. A pesar de algunos intentos, “parece volver a estar en auge un egoísmo miope y limitado a corto plazo, el cual, prescindiendo del bien común, excluye de su horizonte la preocupación, no sólo de crear, sino también de difundir riqueza y eliminar las desigualdades, hoy tan pronunciadas”. Un poco más adelante, el mismo documento añade: “La finalidad especulativa, especialmente en el campo económico financiero, amenaza hoy con suplantar a todos los otros objetivos principales en los que se concreta la libertad humana” (n. 17). El caso de la cotización del agua en el mercado financiero de futuros muestra que las advertencias arriba indicadas no estaban alejadas de la realidad. Más recientemente, en 2020, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral publicó el documento “Aqua fons vitae”. Orientaciones sobre el Agua, símbolo del grito del pobre y del grito de la Tierra. Allí, citando un texto previo del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’, critica “una concepción excesivamente mercantil del agua que corre el riesgo de considerarla equivocadamente como una mercancía más, planificando incluso inversiones económicas de acuerdo con el criterio de la ganancia por la ganancia” (n. 29). Y continúa: “Hay que reconocer que cualquier intento de reflejar el valor económico del agua mediante un sistema de mercado o por medio de un costo no es suficiente para obtener el derecho universal de beber agua potable” (n. 30). Después, tras citar a San Juan Pablo II, Aqua fons vitae recuerda que “el pensamiento social católico siempre ha hecho hincapié en el hecho que la defensa y la preservación de ciertos bienes comunes, como los entornos naturales y humanos, no se puede dejar en manos solamente de las fuerzas del mercado, ya que tocan las necesidades humanas fundamentales que escapan a la lógica pura del mercado” (n. 31). La ONU y el agua Por su importancia vital para el ser humano, el Derecho al Agua fue reconocido en la ONU como derecho humano en 1977. En el año 2002, la Observación General número 15 de la ONU dejó bien claro que “el agua debe ser tratada como un bien social y cultural, y no fundamentalmente como un bien económico” y añade que “el agua es un recurso natural limitado y un bien público fundamental para la vida y la salud” (1) . Este recurso, por tanto, no es una mercancía que pueda ser privatizada, comercializada o dejada a la total gestión de intereses particulares. En 2015 la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible reconoció que el agua es esencial para el progreso de las personas y los pueblos, indicándolo de forma explícita en el Objetivo n. 6 que contempla: “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. Tres años más tarde, la Asamblea General de la ONU aprobó la “Declaración universal sobre los derechos de los campesinos”, negociada previamente por el Consejo de Derechos Humanos. En ella se advierte sin ambigüedades: “Los Estados protegerán el derecho al agua de los campesinos y otras personas que viven en las zonas rurales frente a los actos de terceros que puedan socavarlo” (art. 21.5). El Relator especial de la ONU sobre el Derecho al agua y el saneamiento, Pedro Arrojo Agudo, que define poéticamente el agua como “el alma azul de la vida en este nuestro mundo”, considera que con ese primordial recurso natural en el mercado de futuros “el riesgo es que los grandes actores de la agricultura y la industria y los servicios a gran escala sean los únicos que puedan comprarla, marginando e impactando a los sectores vulnerables de la economía, como campesinos a pequeña escala” (2). Posición de la Santa Sede El Papa Francisco, en Laudato Si’, ya nos alerta sobre el problema que supone la escasez del agua, así como acerca de los peligros de su mercantilización y control de parte de unos pocos. En el n. 28 de esa encíclica, el Santo Padre considera el agua dulce “indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos”, así como para “sectores sanitarios, agropecuarios e industriales” y reconoce que hoy “en muchos lugares la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término”. En un número posterior, Su Santidad previene de “la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado”, mientras que “en realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos” (LS n. 30). Finalmente, en LS n. 31 lanza la voz de alarma sobre “la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua… si no se actúa con urgencia” y considera que “los impactos ambientales podrían afectar a miles de millones de personas, pero es previsible que el control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de conflictos de este siglo”. En su reciente encíclica Fratelli tutti, el Obispo de Roma ha vuelto sobre el argumento de forma nítida, exhortando a “pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (n. 116). Desde esos principios se puede concluir que “el desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos, sino que tiene que asegurar los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos. El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente, puesto que quien se apropia algo es solo para administrarlo en bien de todos” (FT n. 122). Por el bien de todos, especialmente de los pobres Algunos defienden la inclusión del agua en el mercado de futuros argumentando que así se consigue mayor eficiencia en el uso del recurso. Esto es una falacia, ya que lo que realmente se logra es abrir la posibilidad de que esté disponible al mejor postor, condenando por defecto a las personas y los territorios que no tengan los recursos económicos suficientes. Para el Relator especial de la ONU sobre el Derecho al agua y el saneamiento, Pedro Arrojo, los mercados de futuro son “espacios propicios para promover estrategias financieras especulativas sobre recursos vitales, como es el caso del agua, la energía o la alimentación, generando oportunidades de negocio sobre la base de graves afecciones a los más vulnerables y a las generaciones futuras” y añade que “el agua ya está bajo una amenaza extrema por una población en crecimiento, una demanda creciente y una contaminación grave de la agricultura y la industria minera en el contexto del impacto cada vez mayor del cambio climático. Me preocupa mucho que el agua ahora se trate como el oro, el petróleo y otros productos básicos que se negocian en el mercado de futuros de Wall Street” (3). De hecho, la especulación con los alimentos en el mercado de futuros de Chicago fue la causa determinante de la crisis alimentaria de 2008, crisis que incrementó en un 20% el número de hambrientos en el mundo. En pocos meses el precio del trigo en el mercado internacional se quintuplicó, mientras el maíz y el arroz duplicaban su precio y en tres años los precios de los alimentos subieron de media el 80%. Como consecuencia de ello, el número de hambrientos creció en 250 millones, lo que provocó revueltas callejeras en más de 60 países y la caída de diversos gobiernos. Fue una clara ilustración de que la especulación bursátil con recursos vitales como el agua y los alimentos pone en peligro la Seguridad Mundial. Pero más importante que todo es que esta decisión no aguantaría jamás la mirada a los ojos de nuestros hermanos pobres, sedientos, hambrientos, desvalidos… Escuchar el grito y alzar la voz Para los cristianos, el agua y los demás recursos naturales limitados del planeta son dones divinos que no pueden ser tratados como meras mercancías, ni se debe especular con ellos. Hemos de aprender a escuchar el grito de los empobrecidos que, como Jesús en la cruz, claman diciendo: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Siglos antes, Dios había hecho esta promesa por boca del profeta Isaías: “¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero” (Is 55, 1). Y, haciéndose eco de esta buena noticia, el Señor Jesús afirmó con rotundidad: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba” (Jn 7, 37). Esto lo dijo, solemnemente, en el templo de Jerusalén. Hoy el templo del mundo está siendo profanado y transformado en un gran mercado de valores, donde todo se negocia y comercializa: el alimento, el agua, los bosques, el aire, la biodiversidad, los sentimientos, las ideas, nuestros órganos vitales, la vida misma. A todo se le asigna un precio y es objeto de tráfico, de especulación. Si se reflexiona atentamente, los elementos mencionados anteriormente no son simples productos adquiribles o meros artículos desechables. No se trata de mercancías, de piezas descartables, sino de bienes vitales y sagrados a los que no se les puede asignar un precio porque su valor es incalculable. Son dádivas divinas, revestidas de dignidad inviolable. Son dones del Creador, salidos de sus manos para satisfacer las necesidades de todas sus criaturas y no pueden ser apropiados, ni vendidos para saciar la avaricia de unos pocos. Ha llegado la hora de salir al encuentro de los marginados para colmar sus carencias más perentorias antes de que el mercantilismo bursátil termine destruyendo la dignidad, los valores y la vida de los indigentes y postergados. Lo que realmente se requiere está en las antípodas del mercado de futuros. Necesitamos un gran debate mundial sobre el futuro del agua que culmine en el desarrollo de un instrumento jurídico vinculante que ampare el derecho al agua para todos, en particular para los menesterosos, los marginados, las regiones desfavorecidas u olvidadas de nuestro mundo. Desde 1993, por decisión de Naciones Unidas, cada 22 de marzo se conmemora el Día Mundial del Agua. Esta jornada nos ofrece una gran oportunidad para iniciar este proceso. La pandemia mundial ha subrayado todavía más el inmenso valor de este elemento tan decisivo para la preservación del planeta y la supervivencia humana y de otras especies. En la actual coyuntura una de las cosas que se ha puesto de relieve mayormente es que el agua es un factor sustancial para frenar el coronavirus, así como muchas otras enfermedades infecciosas. Sin embargo, esta cruel crisis sanitaria ha evidenciado aún más la gran desigualdad existente en el acceso y disfrute de este valioso recurso. Los pobres no pueden esperar. Imploran con su clamor que este bien vital no se mercantilice, que no se despilfarre, que no se contamine y que se comparta y use de manera sustentable, equitativa y solidaria. Ellos nos invitan asimismo a pensar no solo en el hoy, sino, sobre todo, en el mañana, que ha de ser luminoso y justo para todos y no únicamente para unos pocos. Valoremos el agua realmente. El agua es vida y la vida no se puede tasar, comercializar o banalizar convirtiéndola en un trivial producto financiero. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA Notas a pie de página 1. El texto se puede consultar en: https://agua.org.mx/biblioteca/observacion-general-15-onu-derecho-al-agua-2002/#:~:text=El%20agua%20es%20un%20recurso,realizaci%C3%B3n%20de%20otros%20derechos%20humanos 2. El texto se puede consultar en: http://www.oacnudh.org/agua-mercado-de-futuros-atrae-a-inversionistas-y-desafia-los-derechos-humanos-basicos-experto-de-la-onu/ 3. El texto puede encontrarse en: https://news.un.org/es/story/2020/12/148543

Jue 18 Mar 2021

Restauración forestal: reto y metáfora

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques, cuyo lema para este año 2021 es “Restauración forestal: un camino a la recuperación y el bienestar”. Además, el próximo 5 de junio se lanzará oficialmente el Decenio de la ONU sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), que supone un llamamiento global para proteger y recuperar el medio ambiente. Alrededor de 1.600 millones de personas dependen directamente de los bosques para sobrevivir, proporcionándoles alimento, energía, medicina y abrigo. Sin bosques, los efectos nocivos del cambio climático se agudizan. En cambio, cuando velamos por los árboles, cuando nos ocupamos de ellos concienzudamente, estamos contribuyendo de forma significativa a la prosperidad de las generaciones presentes y futuras. Los bosques son de vital importancia en la erradicación de la pobreza y para conseguir metas de desarrollo convenidas internacionalmente, incluidos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. Pese a todos estos beneficios, la deforestación continúa de modo acelerado, a un ritmo imparable, de unos 13 millones de hectáreas al año.En vez de potenciar el verde a través de unos bosques hermosos y pujantes, un color tan unido a la esperanza, virtud imprescindible en medio de la cruel pandemia que nos está fustigando, cuando irresponsablemente arrancamos un árbol, cuando dejamos que se seque, estamos tiznando nuestro mundo de negrura, transformándolo en un erial yermo y baldío. Mientras que la pérdida y el destrozo de las selvas, de las arboledas y de los jardines originan grandes cantidades de gases dañinos que contribuyen al calentamiento de la tierra, su restauración y gestión sostenible ayudan a afrontar la doble crisis del clima y de la biodiversidad. De este modo, unos bosques sanos y vigorosos generan bienes y servicios necesarios para la tutela y el adecuado desarrollo de nuestro planeta. Así pues, el reto de impulsar la repoblación forestal se convierte en una interpelación real a nuestra conciencia y a nuestra acción. Debería ser un argumento esencial en la educación de niños, adolescentes y jóvenes. Junto a ello, la restauración de los bosques puede verse como una metáfora de carácter espiritual que, más allá de la realidad concreta, habla del compromiso de Dios con la humanidad y con toda la creación. En los párrafos siguientes brindo algunas pistas bíblicas de reflexión que, espero, nos ayuden a vivir con intensidad los días que nos quedan de la Cuaresma y a afrontar con apertura de espíritu la ya cercana Semana Santa. El sueño de Dios Desde el inicio del mundo, Dios dispuso la creación como un vergel de plenitud y gozo compartido. “El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín y el árbol de conocer el bien y el mal. En Edén nacía un río que regaba el jardín y después se dividía en cuatro brazos” (Gen 2,9-10). Así lo expresa el salmista, mostrando la riqueza de los bosques para el conjunto de la vida vegetal y animal: “Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que Él plantó. Allí anidan los pájaros, en su cima pone casa la cigüeña. Los riscos son para las cabras y las peñas, madrigueras de tejones” (Sal 104,16-18). Otro poeta bíblico se admira al ver que “rezuman los pastos del páramo y las colinas se orlan de alegría” (Sal 65,13). Ahora bien, este sueño y promesa divina, que se ofrecen para el conjunto de la humanidad y para la creación toda, también se concretan para cada una de las personas: “El honrado florecerá como palmera, se elevará como cedro del Líbano, plantado en la casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios. En la vejez seguirá dando fruto, y estará lozano y frondoso” (Sal 92,13-15). El hombre prudente “será como árbol plantado junto a acequias, que da fruto en su sazón, y su follaje no se marchita; todo cuanto hace prospera” (Sal 1,3). La degradación Desgraciadamente, el sueño divino se ha visto truncado y menoscabado por el pecado humano, por caprichos veleidosos, por el egoísmo convulsivo, por la tendencia a apropiarse de lo que es común, por una dinámica de depredación y devastación de la casa común. El creyente percibe la fuerza de este deterioro, como señala el profeta Nahún: “Ruge contra el mar y lo seca y evapora todos los ríos; aridecen el Basán y el Carmelo y se marchita la flor del Líbano. Las montañas tiemblan ante él, los collados se estremecen” (Nah 1,4-5). Por su parte, Miqueas vincula el arrasamiento forestal con la responsabilidad humana, cuando indica que “la tierra se convertirá en un desierto por culpa de sus habitantes y como pago de sus malas acciones” (Miq 7,13). En otras ocasiones, el salmista grita a Dios al constatar cómo se resquebraja su armónica creación: “¿Por qué has abierto brecha en su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” (Sal 80,13-14). Esta imagen de la viña nos es bien conocida gracias al profeta Isaías, que la emplea para hablar de la relación de Dios con su pueblo, de su cuidado y su castigo corrector. “Y ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su cerca para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella” (Is 5,5-6). La restauración Pero no es este el final de la historia. Dios es fiel y nunca abandona a su pueblo ni se despreocupa de su creación. Así, por ejemplo, el mismo Isaías anuncia la restauración del pueblo, el anhelado regreso a la tierra prometida tras los años de destierro: “Brotará agua en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial. En la guarida donde moran los chacales verdeará la caña y el junco” (Is 35,6-7). En el último libro de la Biblia recuperamos la permanente promesa divina, que sigue actualizando el sueño primigenio del Señor: “Me mostró un río de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son medicinales para las naciones” (Ap 22,1-2). Lo que se dice para el pueblo en su conjunto, para la humanidad entera y para la creación como tal, se afirma igualmente para cada persona en particular. Lo atestigua sin rodeos el salmista cuando advierte que el Señor “me hace recostar en verdes praderas; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (Sal 23,2-3). De nuevo, es el profeta Isaías quien indica cómo, al volver al plan de Dios, somos restaurados y, así, quedamos habilitados para restaurar: “Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña, reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre los cimientos de antaño; te llamarán tapiador de brechas, restaurador de casas en ruinas” (Is 58,11-12). De cara a la Semana Santa Nos hallamos en el tramo final de la Cuaresma y, por tanto, a las puertas de la Semana Santa. Esta comenzará el Domingo de Ramos, entre palmas que abren paso al Señor (Mc 11,8). Evocaremos esos días también las palabras de Jesús a propósito de la higuera estéril (Mc 11,12-14) o del leño verde y el leño seco (Lc 23,31). Nos acercaremos al Árbol de la Cruz y ante él nos detendremos para fijar ahí la mirada (cf. Jn 3,13-14). Y, una vez más, el Señor Resucitado saldrá a nuestro encuentro en el Huerto (Jn 20,15). Todo nos invita a dar cada vez un mayor espacio en nuestro interior a la Palabra de Dios, a la plegaria sincera, al silencio meditativo, al examen de conciencia, al ejercicio de la caridad sin fisuras, de manera que este tiempo sea una verdadera restauración para cada uno de nosotros, en todas nuestras relaciones sociales, con las demás criaturas, con la creación y con el Creador. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Lun 8 Mar 2021

Las mujeres desde Fratelli Tutti

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - Aprovechando la ocasión que nos brinda el Día Internacional de la Mujer, vamos a acercarnos en estas páginas a algunas reflexiones que, al respecto, realiza la encíclica Fratelli Tutti. Se inscribe así en la consistente aportación de la Iglesia, que siempre ha afirmado, en su doctrina, la dignidad inviolable de la mujer y siempre ha apostado, en su práctica, por la promoción de las mujeres. Efectivamente, el Papa Francisco recuerda que “así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo” (FT 121). Por eso, “si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país” (FT 125). El análisis de la realidad nos muestra que “la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje. Es un hecho que doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos” (FT 23). En ese sentido, destaca de manera particular la situación de las mujeres rurales, que tantísimo sufrimiento acumulan en sus quehaceres, y que, al mismo tiempo, tantísima energía, esfuerzo, creatividad y audacia encarnan en sus vidas. Logran, de esta manera, abatir el pesimismo, hacer germinar por doquier la fraternidad y abrir horizontes de novedad en nuestros pueblos. Sobre sus hombros de jóvenes, madres, esposas, viudas o abuelas, alentadas por el entusiasmo o revestidas de sabiduría y experiencia, consiguen derrotar el egoísmo, no arredrarse ante las contrariedades y sostener a quienes vacilan, beneficiando de ese modo a sus comunidades, sacando adelante a sus familias e infundiendo en las nuevas generaciones la esperanza en un futuro mejor. Junto a ellas camina y a ellas sirve la Iglesia, la mayoría de las veces de una manera tan silenciosa como eficiente. Como señala la encíclica, “la afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es solo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones” (FT 128). Porque, lamentablemente, “mientras muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud” (FT 189). Para evitar la abstracción necesitamos acercarnos a las personas concretas, con sus historias y sus sufrimientos. “Preguntemos a las víctimas. Prestemos atención […] a las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia. Prestemos atención a la verdad de esas víctimas de la violencia, miremos la realidad desde sus ojos y escuchemos sus relatos con el corazón abierto” (FT 261). Esta actitud nos abrirá a la verdad, de la mano de la justicia y la misericordia. “Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos” (FT 227). En esa verdad encontramos no solo sufrimiento y desgarro, sino también espíritu de superación y un creativo anhelo por la vida, que en numerosas ocasiones y de mil formas diversas logran plasmar tantas mujeres en el mundo, y muy especialmente las que se encuentran en contextos de pobreza y marginación. Muchas de ellas simbolizan la actitud y las acciones del Buen Samaritano; en medio del dolor y de la herida “la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (FT 128). Así pues, “cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano” (FT 79). Por ello los cristianos necesitamos volver una y otra vez a “la música del Evangelio” y permitir que suene “en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía”. De lo contrario, “habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer” (FT 277). Esta música del Evangelio renueva “la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales” (FT 196). Al comienzo de su encíclica, el Papa recuerda que la expresión “Fratelli Tutti” fue empleada por San Francisco de Asís “para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio” (FT 1). Con esa música y ese sabor a Evangelio la verdadera caridad cristiana se expresa “en el encuentro persona a persona” y, a la vez, “es capaz de llegar a una hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar” (FT 165). “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad” (FT 180). También en esto son modélicas muchas mujeres empobrecidas, que saben combinar la ternura y la política, la cercanía y la firmeza, con una imaginación y tenacidad admirables. “Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. […] La ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes” (FT 194). Que el Señor nos conceda avanzar en esta dirección. Y que la Virgen María, Mujer fuerte y Consuelo de los afligidos, interceda por nosotros. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, El FIDA y el PMA

Jue 25 Feb 2021

Comunidad Humana y mundo rural: Una relación necesariamente sustentada por valores éticos

El fundamento ético es inherente a la relación que la comunidad humana ha ido trabando con el territorio a lo largo del tiempo. Cuando aquel se desvanece la buena relación se trunca, originándose graves desequilibrios que no solo provocan efectos en el territorio, sino también en la propia comunidad humana. Como indica el Papa Francisco en su última encíclica, «es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia» (Fratelli tutti, 145). Esta afirmación general se encarna de muy diversas formas en el mundo y, a lo largo de la historia, ha tomado cuerpo de maneras distintas. No obstante, hay algo común en todas ellas: la permanencia de valores éticos, más o menos activados, en el quehacer humano a la hora de manejar los recursos naturales, sin los cuales, como se ha dicho, las consecuencias son claramente negativas. Convencidos de la dignidad de la persona y asumiendo la llamada a la fraternidad universal, podemos «soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos» (FT, 127). Más para alcanzar esta meta es necesario que todos tengan la voluntad de aportar, la capacidad para hacerlo y el sacrificio que comporta tal fin. Vertebro mis reflexiones en tres apartados. En el primero, se hace una rápida presentación de algunas claves que perfilan la significación de los territorios rurales en nuestro mundo actual a la luz de algunos datos ofrecidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En el segundo, se abordan los dos conceptos básicos que arman los procesos activos de uso de los recursos naturales en el mundo rural y terminan por crear organismos productores de bienes: la operatividad y la funcionalidad. En el tercero, se reflexiona sobre la necesaria condición derivada de aquella operatividad y funcionalidad: la sostenibilidad que, en otras palabras, es la expresión más evidente de un obrar ético. 1. ¿Son los territorios rurales protagonistas esenciales en nuestro mundo? La realidad de un mundo industrializado y el enorme peso de la población urbana han enmascarado esa otra realidad que, sin embargo, está ahí y, paradójicamente, resulta esencial para la primera. El mundo rural sigue siendo la pieza clave que ha hecho posible, y lo sigue haciendo, el sostenimiento de los ámbitos urbanos donde sociedades terciarizadas se afianzan y, al contrario de lo que pasa en los territorios rurales, muestran signos de evidente vitalidad. Una breve pincelada resulta suficiente para mostrar la importancia de los territorios rurales en el mundo. Lo son por el peso de las extensiones que ocupan, la población que habita en ellos, las personas que trabajan en la agricultura, ganadería y explotación forestal, y las importantes funciones que desempeñan. En efecto, según el Anuario Estadístico de la FAO de 2020, con datos referidos a los años 2017-2018, los terrazgos labrados y los prados y pastos permanentes ocupan en el mundo el 36,9% de la superficie emergida. Asia es el continente más agrario con el 53,7% de su extensión ocupada por tierras de tal condición, mientras Europa tan solo mantiene un 20,9%. Las tierras de cultivo alcanzan en el mundo los 15,6 millones de kilómetros cuadrados (km2), mientras que los prados y pastos permanentes casi duplican esa cantidad y las tierras forestales alcanzan los 40,6 millones de km2. Dicho de otra manera, algo más de dos terceras partes de la superficie emergida de la tierra tienen un recubrimiento agroforestal; es decir, tiene una potencialidad de uso agrario activada o latente. La tendencia desde el año 2000 es creciente para las tierras agrícolas, que han avanzado en unos 75 millones de hectáreas, mientras que las forestales retroceden en unos 89 millones de hectáreas. Algo más de 3.400 millones de habitantes son catalogados como población rural; es decir, están asentados en espacios rurales. Eso significa el 44,8% del censo demográfico del mundo, alcanzando el 58% en África y el 50% en Asia; mientras, en América, es del 19% y en Europa del 25,4%. La población ocupada en labores agrícolas roza los 900 millones, lo que significa el 27% de la población activa total (en el año 2000 era del 40%). África es el continente en el que el peso es mayor, con el 49,3%, mientras que en Europa es del 5,5%. Sin embargo, a pesar de ofrecer un acusado crecimiento en la aportación del sector agrario al PIB mundial entre el año 2000 y 2018, su significación es escasa (sobre el 4%). Por continentes, los contrastes son claros: en África participa del 18,8%, mientras en Europa lo hace con el 1,6%. Los sistemas rurales hacen uso del complejo tecnológico de modo muy dispar. Asia utiliza 178,4 kg de fertilizantes químicos por cada hectárea de cultivo y 3,67 kg de pesticidas/hectárea de cultivo, mientras África tan solo alcanza 25,1 kg y 0,30 kg. Por último, las emisiones provocadas por los manejos agrícolas y ganaderos se cifran en 5.410,5 millones de toneladas CO2 equivalentes y alcanzan los 10.439 millones de toneladas CO2 equivalentes, si se toma en consideración la conversión neta de bosques y las turberas degradadas. Asia es el continente con mayor participación en la generación de estas emisiones con casi la tercera parte de las mismas (1). A la luz de estos datos, se pue- de contestar con fundamento a la pregunta que encabeza este apartado. En efecto, la importancia de los territorios rurales es significativa en nuestro mundo. Ocupan una buena extensión de las tierras emergidas; albergan a una parte cuantiosa de la población mundial y en ellos trabaja un porcentaje elevado de la población activa, aunque las diferencias entre continentes son muy acusadas; la aportación al PIB mundial, sin embargo, es escasa, si bien en el seno de unos continentes su peso es mucho mayor que en otros; y, por último, la aplicación del complejo tecnológico a los sistemas productivos es muy dispar, así como el impacto generado por las emisiones, cosa a tener muy en cuenta. Ahora bien, junto al protagonismo que mantienen los territorios rurales en la hora presente, es necesario reconocer las tendencias que amenazan al mundo alejado de las grandes urbes. A menudo, la falta de servicios y oportunidades en estas zonas está produciendo una dinámica evidente de despoblación y empobrecimiento. Si no queremos ir muy lejos, se habla, con tanta razón como dolor, de la España vaciada, de la España olvidada (un fenómeno que, por cierto, no es exclusivo de nuestro país) (2). Ante ello, el reto consiste en vigorizar el sentimiento de pertenencia, ocupada favorecer el acceso a unos servicios públicos de calidad, reformar inteligentemente el sector agrario, impulsar la actividad económica, diseñar una fiscalidad apropiada a los territorios despoblados, promover la creación de créditos y avales adecuados, dar a conocer la historia y las tradiciones locales, conservar el patrimonio, reforzar la formación y la educación para coser a los jóvenes al territorio, dotar al entorno de tecnología y mejorar las comunicaciones y demás infraestructuras. Son elementos clave para ofrecer oportunidades vitales a las nuevas generaciones. Si dentro encuentran lo que desean no tendrán que buscar fuera. Hay que brindar a quienes pertenece el porvenir un presente atractivo, fecundo y sólido. Será la mejor herramienta para que puedan construir su propio destino y sean dueños de sus propios sueños. El futuro será real y aceptable para cuantos llaman suyo al mañana si existe un vínculo consistente entre persona, comunidad y territorio. De lo contrario, solo contaremos con espacios urbanos masificados y despersonalizados, por un lado, y con regiones rurales abandonadas, empobrecidas y vaciadas, por otro. El siguiente apartado ofrece algunas pistas en este sentido. 2. Los territorios rurales: una creación de la comunidad humana Desde el primer momento en que la comunidad humana se asienta sobre un territorio crea necesariamente lazos con él. Entabla una relación compleja que se manifiesta en una doble cara: la del beneficio que el hombre obtiene para hacer posible su supervivencia y la del sello que imprime en el medio al intervenir sobre él; sello que se visualiza a través del paisaje y se puede medir por los múltiples impactos ambientales producidos. La intervención humana perdura en el tiempo y termina por acrisolar una madeja de relaciones, que podríamos denominar «trabazón», hasta configurar un nuevo organismo; «un todo animado», podría llamarse, evo cando una expresión de Alexander von Humboldt (3). Esa trabazón que ha surgido implica dos acciones esenciales: la operatividad y la funcionalidad. La primera hace referencia al conjunto de técnicas utilizadas para poder transformar el recurso en producto y la segunda al beneficio mutuo que comporta, o debe comportar, para la comunidad humana y para los ecosistemas naturales. No cabe pensar que la comunidad humana y el complejo físico pudieran ser dos naturalezas contrapuestas, antagónicas, que buscan imponerse una a otra. Más bien, forman parte del mismo entramado natural con evidentes características y potencialidades diferentes. Puede que la más sobresaliente sea la responsabilidad de la comunidad humana derivada de su propia condición de libre, inteligente y dotada de ingenio que le permite ejercer un cierto dominio sobre el escenario natural en el que vive y del que se nutre. Dominio que en términos etimológicos nos hace pensar en la construcción de la casa común a la que tantas veces se refiere el Santo Padre. No se trata, obviamente, de un «dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas» (LS, 83), sino de labrar y cuidar la tierra: «Mientras “labrar” significa cultivar, arar o trabajar, “cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza» (LS, 67). En efecto, la relación hombre-recurso siempre ha estado sustentada por herramientas materiales y organizativas; unas veces de cariz tradicional y otras más evolucionadas. Ellas han hecho posible el progreso y, en suma, la mejora de las condiciones de vida, no solo en el plano material, sino también en aquellos aspectos más nobles propios de la naturaleza humana, notablemente la cultura. La permeabilidad entre civilizaciones ha facilitado la penetración de esos procesos operativos, impulsados por numerosos entes internacionales, entre ellos la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), con el afán de procurar un justo y equitativo desarrollo a todos los pueblos del mundo. Este loable empeño ya posee una primera manifestación del fundamento ético. No basta procurar el desarrollo mediante la enseñanza-aprendizaje de modos más eficientes de operar con los recursos, es necesario hacerlo sin anteponer los intereses propios a los de la comunidad rural que recibe aquellos y eso se llama generosidad. «La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades» (FT, 124). La funcionalidad del recurso natural es el primer efecto de la acción operativa desplegada por el hombre. Poner a funcionar un recurso es activar sus potencialidades para que pueda cumplir el papel encomendado. Del recurso emanan productos necesarios para la satisfacción de las necesidades de la comunidad humana, al mismo tiempo que aquel, podríamos decir, adquiere mayor plenitud. La funcionalidad del recurso, y más en concreto la del recurso natural para la agricultura, no solo implica, por tanto, la provisión de un bien, sino, sobre todo, el ennoblecimiento del propio recurso al dotarlo de «cultura» y convertirlo en una obra creada por el hombre, no pocas veces dotada incluso de valores estéticos. ¿Alguien puede pensar que la funcionalidad del recurso puede ser encomiable, fructífera y hasta engendrar belleza sin el sustento de un comportamiento ético?. En resumen, tanto la operatividad como la funcionalidad, dos procesos clave en la puesta en marcha de las potencialidades de los recursos naturales, rezuman valores éticos que se pueden concretar, por un lado, en la búsqueda de la equidad - un impacto justo en los beneficios del progreso - y, por otro, en el uso sostenible, duradero y hasta ennoblecedor de lo que ofrece el complejo físico hasta «culturizarlo» en el sentido más noble del término. Tal como recuerda el Sumo Pontífice, «hace falta incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura» (LS, 144). 3. El fundamento ético de la sostenibilidad en los territorios rurales Aquella «trabazón» operativa y funcional está sometida a continuos cambios, bien por la mejora del complejo tecnológico utilizado por el hombre, bien porque las demandas sociales se vuelven más exigentes o cambian de orientación. Ese cambio es precisamente el que le dota de vida; carácter ineludible que debe cumplir. Hace ya mucho tiempo que la condición de sostenible se ha vuelto exigible por parte de las instituciones públicas a cualquiera de las acciones que la comunidad humana emprenda en su relación con los recursos naturales; ahí están los programas diseñados a tal fin por los gobiernos y los múltiples foros internacionales que abogan por ello, entre los que descuella la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible, consensuada por la comunidad internacional como plan de acción a favor del progreso de las personas y del planeta (4). No obstante, cabe decir que el interés por una conducción sostenible no es ninguna novedad, pues ahí están los manejos tradicionales de los sistemas agrarios que durante siglos supieron extraer lo necesario para la supervivencia, a la vez que cuidaron exquisitamente el recurso. La sostenibilidad ofrece una diversidad de aspectos que la hacen plural. No se puede hablar tan solo de sostenibilidad ambiental, como una acepción exclusiva y unidireccional. Más bien, el horizonte se amplía al dar entrada a las implicaciones sociales, económicas y culturales que también le son consustanciales. Es ahí donde el comportamiento ético da plenitud a la sostenibilidad al dotarla de fundamentos que hacen posible la satisfacción de los bienes necesarios y el progreso de la comunidad humana, al mismo tiempo que procuran la conservación y mantenimiento de los recursos con toda su vigorosa potencialidad para generaciones futuras. La sostenibilidad ambiental debe ser siempre una condición del obrar humano. Al manejar los recursos naturales, el hombre no toma contacto con algo ajeno a él; más bien, acoge en sus manos un recurso que, de tratarlo indebidamente, produce un daño injusto al recurso y un impacto negativo en el hombre. Por tanto, preservar la integridad del recurso se convierte en el primero de los principios éticos a no soslayar nunca. La sostenibilidad social implica tener como prioritaria «la distribución equitativa de los frutos del verdadero desarrollo», como ya señaló san Juan Pablo II (Sollicitudo Rei Socialis, 26). Sería corrupto acaparar por parte de unos pocos, aunque algunos pudieran pensar que fuera legítimo, los bienes fruto de aquella funcionalidad exitosa e incluso dotada de excelente condición por sus efectos ambientales positivos. La equidad es expresión de la solidaridad y, a la vez, debe ser complementada por esta. De este modo, se convierte en el fundamento ético de la sostenibilidad social. La sostenibilidad económica no alude tan solo a la viabilidad de un determinado uso de los recursos naturales por la suficiente aportación pecuniaria. Esto sería restringir el significado a un balance financiero saneado. Más bien, debe entenderse por tal el uso de los recursos económicos de modo transparente y tomar en consideración la función social de la riqueza generada al margen de la satisfacción exigida por parte de la sociedad por el bien material producido. Por tanto, el enriquecimiento de unos pocos y la aparición y consolidación de sociedades desequilibradas económicamente es una perversión del principio ético de la solidaridad que debe regir la sostenibilidad económica. La sostenibilidad cultural alude al respeto exquisito de las culturas diversas que se han generado en los territorios rurales de todo el mundo. La incorporación en cada una de ellas de procesos operativos más eficientes no tiene por qué suponer una «uniformización cultural»; más bien se deben respetar siempre los legados culturales diversos que son manifestación excelente de la creatividad humana. La respetabilidad, por tanto, debe ser un valor ético sustentador de cualquier acción desplegada en el campo del desarrollo y hace posible al mismo tiempo el progreso y la conservación de las culturas. Estos principios éticos - mantenimiento de la integridad del recurso, equidad social, solidaridad económica y respetabilidad cultural - deben regir las cuatro facetas de una sostenibilidad integral a las que nos acabamos de referir. Cabe preguntarse si aquellos son permanentes o adaptativos a las situaciones concretas que se vivan. Dicho de otra manera, ¿hay un cimiento ético duradero inherente a la relación entre la comunidad humana y los territorios rurales? La vigencia de un fundamento ético permanente que anime al quehacer humano en este campo parece del todo plausible. Este fundamento permanente no puede ser maleable a conveniencia; es decir, el hombre no puede hacer «ingeniería ética» o, lo que es lo mismo, crear en cada momento un panel de principios éticos cambiables y acomodables a su interés inmediato y coyuntural. No serían tales. Se cometería el mayor de los fraudes al vaciar de honesto sentido unas palabras biensonantes. Al contrario, estimo que hay un rescoldo permanente, aunque no estable, que bien pudiera calificarse de progresivo; es decir, lleno de vitalidad que se enriquece continuamente y afianza su base cada día por el crecimiento y la fortaleza que entraña el obrar ético de la comunidad humana explicitado por los valores a los que nos hemos referido anteriormente. Como mencionaba el Obispo de Roma, «la solidez está en la raíz etimológica de la palabra solidaridad. La solidaridad, en el significado ético-político que esta ha asumido en los últimos dos siglos, da lugar a una construcción social segura y firme» (FT, 115, nota 88). Conclusión Más que una conclusión es importante provocar una incitación. Una incitación a pensar conjuntamente si el sustrato ético que debe animar toda acción humana puede obviarse o, al contrario, debe fortalecerse y convertirse en un auténtico tamizador que nos oriente sobre la bondad o maldad de nuestra relación con el medio en el que vivimos. Hemos señalado la generosidad como valor ético que debe presidir la acción del desarrollo. También la sostenibilidad como condición necesaria de una saludable funcionalidad de los territorios rurales. En el seno de esta sostenibilidad se ponen en juego valores éticos como la integridad ambiental, la equidad social, la solidaridad económica y la respetabilidad cultural. ¿Acaso alguien puede afirmar que estos no son valores éticos ejercidos por la comunidad humana en su trato con los territorios rurales y las gentes que los habitan? Más bien, me atrevo a decir que, si perdieran vigor o fueran sustituidos por sucedáneos oportunistas, las consecuencias serían muy negativas, tanto para el medio rural como para la humanidad entera. NOTAS (1) Cfr. FAO. 2020, World Food and Agriculture - Statistical Yearbook 2020, Rome 2020. Puede consultarse en: https://doi.org/10.4060/cb1329en. (2) Sobre el panorama español, sigue siendo de gran interés el estudio de D. PEREI- RA JEREZ, F. FERNÁNDEZ-SUCH, B. OCÓN MARTÍN, O. MÁRQUEZ LLANES, Las zonas rurales en España. Un diagnóstico desde la perspectiva de las desigualdades territoriales y los cambios sociales y económicos, Fundación FOESSA, Madrid 2004. Puede consultarse en: https://www.caritas. es/producto/zonas-rurales-espana diagnostico-perspectiva-desigualdades-territoriales-cambios-sociales económicos/ (3) Cfr. A.VON HUMBOLDT, Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo, Imprenta de Gaspar y Roig, Madrid 1874, Tomo I, 1-69. (4) Un amplio comentario sobre esta iniciativa de la ONU puede encontrarse en: J. M. LARRÚ (coord.), Desarrollo humano integral y Agenda 2030. Aportaciones del pensamiento social cristiano a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2020.

Jue 4 Feb 2021

Otro “día internacional”, ¿para los otros o para nosotros?

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El 4 de febrero ha sido designado por la Organización de Naciones Unidas (ONU) como el Día Internacional de la Fraternidad Humana. ¿Otro “día internacional” más? ¿No hay ya bastantes? Y, ¿qué tiene este de especial? ¿En qué nos afecta? Los siguientes párrafos abordan algunas de estas dudas y cuestiones. Pero, antes de ello, conviene compartir ciertas informaciones que explican por qué esta nueva jornada internacionales un evento especialmente relevante. Fue una resolución aprobada por la Asamblea General de la ONU el 21 de diciembre de 2020 la que decidió celebrar cada año el Día Internacional de la Fraternidad Humana, a partir de este 2021. Estamos, pues, ante la primera ocasión de este acontecimiento. ¿Por qué se escogió esta fecha? Sencillamente, para conmemorar la reunión del 4 de febrero de 2019 entre el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad al-Tayyib, celebrada en Abu Dabi, en la que se firmó el documento “La fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”. Reconociendo el impulso de las diversas religiones para construir una verdadera cultura de paz y para impulsar la fraternidad humana, la ONU invita “a promover la paz, la tolerancia, la inclusión, la comprensión y la solidaridad”. No deja de ser significativo que los ocho países que impulsaron la iniciativa (cuatro africanos, uno americano y tres de Oriente Próximo) no sean precisamente los más poderosos e influyentes del planeta. Dicho esto, que nos ayuda a situarnos, volvamos a la cuestión planteada desde el comienzo en el título de esta reflexión. ¿Qué nos puede decir a nosotros este Día internacional? ¿Está dirigido a ‘los otros’ o, realmente, nos podemos sentir afectados ‘nosotros’, cada una de las personas que lee este texto? ¿Cómo podemos abrirnos a la interpelación y a la oportunidad que nos brinda este Día Internacional de la Fraternidad Humana? Recurramos, para ello, al magisterio del Sucesor de Pedro, tal como lo formula en la encíclica Fratelli Tutti (FT), sobre la amistad social y la fraternidad humana. De entrada, y frente a “la tentación de hacer una cultura de muros” que evita el encuentro con el otro, el Santo Padre reivindica la importancia de la alteridad (FT 27), como fuerza que humaniza. Y es que, “la persona humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con otros” (FT 111). De hecho, el “ser humano está hecho de tal manera que no se realiza” y “ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros” (FT 87). Es decir, que el ‘nosotros’ se encuentra entrelazado con ‘los otros’; nuestra identidad pasa por la alteridad. Esto implica un doble dinamismo. Por un lado, valorar y cultivar el “propio tesoro”, ya que “no hay diálogo con el otro sin identidad personal” (FT 143). Debemos reconocer que “no me encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero” (FT 143). Por otro lado, y de manera simultánea, sabemos que, “desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser” (FT 88). No es extraño, entonces, que el Obispo de Roma insista en la necesidad del diálogo, de suscitar el encuentro con el otro para llegar a ser nosotros mismos: “El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo” (FT 48). Se trata de una dinámica exigente: “El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas”, ya que esas acciones “brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro” (FT 94). Y añade Su Santidad: “Solo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos” (FT 94). Ahora bien, este“gusto de reconocer al otro […] implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social” (FT 218), que exige un cierto “realismo dialogante”, que supone “el auténtico reconocimiento del otro, que solo el amor hace posible, y que significa colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses”(FT 221). Ya se ve claro, con todo lo dicho, que necesitamos seguir creciendo en la fraternidad humana y en la amistad social. Y que solo viviremos cristianamente si ampliamos el ‘nosotros’ hasta que llegue a ser realmente inclusivo y universal. Pensemos, por ejemplo, en el flagelo del hambre, que lograremos erradicarlo si vivimos auténticamente la fraternidad global. Como decía el mismo Papa, “ojalá que [pasada la crisis sanitaria] al final ya no estén‘los otros’, sino solo un ‘nosotros’”(FT 35). El Día Internacional de la Fraternidad Humana ofrece, pues, una buena oportunidad para afianzar este dinamismo: no para ‘los otros’, sino para ‘nosotros’, para todos. A este respecto, nos vendrá bien volver a escuchar las palabras de Benedicto XVI: “También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón” (Mensaje para la Cuaresma 2012. 3 de noviembre 2011, n. 1). Nos servirá igualmente recordar a san Pablo VI, cuando denunciaba con audacia el daño que procuraba a la sociedad la ausencia de fraternidad: “El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos” (Populorum Progressio, n. 66). Ojalá nunca lo olvidemos. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA (*) (*) Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA).