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arzobispo medellín

Mar 14 Feb 2017

Educar es enseñar el arte de vivir

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos iniciando un nuevo año escolar. Es oportuno pensar que la educación no es cuestión insignificante, que no es responsabilidad de otros, que no es una actividad ya establecida que se reproduce mecánicamente. Por medio de la educación aportamos a la construcción de las personas y realizamos el modelo de nuestra sociedad a corto y largo plazo. De acuerdo con el tipo de educación que implementamos o que excluimos así será la sociedad que tendremos en el presente y en el futuro. Por eso, ciertas ideologías se proponen entrar abierta o sigilosamente en la educación, para moldear la sociedad desde la perspectiva que les interesa. Una cosa es educar y otra bien distinta domesticar. La primera es ofrecer principios, aportar valores, crear destrezas y hacer capaces de las virtudes en los que se fundamenta una civilización y la otra es la imposición de visiones y prácticas que alguien decide introducir en las nuevas generaciones y en la sociedad a partir de determinadas políticas. Toda la sociedad debe estar vigilante para cuidar los principios y valores a los que no se puede renunciar y que son garantes de la dignidad de la persona humana, de la estructura natural de la sociedad y de las exigencias del bien común. En este proceso tienen un papel protagónico e inalienable los padres y madres de familia, pues les asiste un derecho primigenio a orientar la educación de sus hijos, que ninguno puede conculcar. Así mismo, en este campo tienen una palabra esencial los maestros que, a partir de su vocación, de su experiencia y de su responsabilidad social, son una fuente objetiva de perspectivas para ayudar a elegir los mejores modelos educativos. Igualmente, la Iglesia por su misión y por su trayectoria de servicio a la humanidad no puede renunciar a ofrecer sus análisis y sus propuestas. Hay una educación que el Estado debe propiciar con todos sus recursos desde unos criterios, para no caer en un totalitarismo, acordados con la sociedad; pero hay una educación que respetando y aun promoviendo esos mismos criterios tiene su propia perspectiva desde la iniciativa particular. En ese contexto se sitúa la llamada Escuela Católica. No es desconocida la enorme labor que realizan tantos colegios y universidades dirigidos por diócesis, comunidades religiosas y asociaciones eclesiales, que aportan con respeto y competencia un específico modelo educativo. No se le puede negar a la sociedad que intervenga en la orientación de la educación ni a la Iglesia que ofrezca su manera de ver al hombre y a la mujer, su concepción de la sociedad y de la historia y su propuesta de realización de la persona humana aprendida desde su búsqueda espiritual, desde sus aciertos y sus errores. Se trata de un servicio honesto y creativo en una cosmovisión plural y democrática en la que también los cristianos tenemos un contenido para proponer y una pedagogía respetuosa para aportar dentro del único objetivo de lograr la realización integral de las nuevas generaciones y de toda la sociedad. Al iniciar este nuevo año lectivo debemos hacernos conscientes del valor y del derecho de la educación; debemos aprender a estar vigilantes frente al propósito de algunos, como se ha visto recientemente, de introducir conceptos y prácticas inaceptables en la educación; debemos defender el derecho de los padres de familia a escoger el modelo educativo que quieren para sus hijos; y debemos empeñarnos todos en mejorar y extender la calidad de la educación a fin de que sea más humana, ayude a encontrar el sentido trascendente de la vida y transmita valores y reglas de conducta para una armoniosa convivencia. Educar es algo muy grande, es enseñar el arte de vivir. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 23 Ene 2017

Un nuevo año, con María como patrona

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Estamos iniciando las tareas de nuestra Arquidiócesis en este nuevo año. Para que no sea un retorno rutinario a proyectos y actividades, hagámonos conscientes de la profundidad y belleza de la misión de la Iglesia, en la que se sitúan nuestros propósitos y nuestras labores. El fundamento último de la tarea evangelizadora está en el designio de Dios de salvar a la humanidad; para ello, ha enviado a su propio Hijo y ha derramado sobre nosotros la luz y la fuerza de su Santo Espíritu. Dios se revela, entonces, como amor que se compromete con nosotros y se entrega hasta las últimas consecuencias. La Iglesia es la depositaria y la promotora de ese amor. Ella debe revelar la misericordia del Padre; ella es enviada para ofrecer a todos la vida nueva y eterna que nos ha traído el Hijo; ella camina y trabaja bajo el impulso del Espíritu. Ella, en síntesis, es el primer lugar en el que Dios busca a las personas y el mejor espacio para nuestro encuentro con Él. Con esta certeza, ponemos de nuevo la mano en el arado para labrar el campo del Señor. Desde esta convicción, percibimos como una gracia y como una nueva oportunidad el poder ir a la viña a continuar la siembra del Evangelio. No nos cansemos, no nos movamos en la superficialidad y la rutina, no rompamos la comunión, no nos alejemos de los proyectos y propósitos con que marcha toda la Arquidiócesis. Debemos recordar que estamos en “estado permanente de misión”, para que todo en la vida y la estructura eclesial se vuelva un medio adecuado para la evangelización de nuestra sociedad y un signo del amor divino que se nos ha revelado en Cristo. El Papa Francisco nos pide que sigamos avanzando juntos en “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas”. En las tareas pastorales que reemprendemos no estamos solos, ni contamos únicamente con nuestras fuerzas. Nos preside Cristo, nos movemos en el poder del Espíritu Santo, están con nosotros la Virgen María y todos los santos. En este sentido, debemos valorar la gracia de entrar en este año celebrando a Nuestra Señora de la Candelaria como Patrona de la Arquidiócesis de Medellín. He tenido ya la ocasión de explicar el proceso y el sentido de esta concesión de la Santa Sede. Se trata ahora de aprovechar la figura de María, el ejemplo de su vida y su poderosa intercesión en la realización de nuestro ser y misión de Iglesia particular. Por tanto, invito a toda la comunidad diocesana a unirse profundamente a la celebración en honor de Nuestra Señora de la Candelaria el próximo 2 de febrero, que a partir de ahora tiene para nosotros carácter litúrgico de solemnidad. Se celebrará en todas las parroquias y capillas con los textos propios de la festividad de la Presentación del Señor. Contemplando así el misterio de la salvación realizado por Cristo, veremos a la Santísima Virgen María unida a él como madre del Siervo doliente, como ejecutora de una misión al servicio de la humanidad y como modelo del nuevo Pueblo de Dios. Ruego que a cuantos les sea posible se unan a la celebración que tendremos el 1 de febrero a las 6.00 p.m. en la Catedral y a la siguiente procesión hacia la basílica de Nuestra Señora de la Candelaria. Pido que se le dé especial realce a esta solemnidad en las parroquias proponiendo a María como ejemplo de fe, de esperanza y de caridad y suplicando con insistencia su ayuda en favor de nuestra Arquidiócesis. Sintámonos, en verdad, fortalecidos con su ejemplo y su intercesión para realizar, con pasión y con esperanza, las tareas que nos piden en este año la gloria de Dios y la salvación de nuestros hermanos. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 27 Dic 2016

“Den gracias a Dios por todo”

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Cercanos a concluir este año, tenemos la ocasión de vivir la recomendación del apóstol Pablo: “Den gracias a Dios por todo” (1 Tes 5,18). Dar gracias es una forma de leer la historia en clave de verdad y de bondad, es asumir la vida que tiene raíces en el pasado y que extiende sus ramas hacia el futuro, es percibir el paso sigiloso o clamoroso de Aquel que siendo eterno nos acompaña con paternal solicitud en el tiempo. Dar gracias es algo fundamental en el arte de vivir. En este año que culminamos, Dios nos ha mantenido en el milagro de la vida, nos ha permitido avanzar en el cumplimiento de una misión, ha hecho posible el fortalecimiento de relaciones entrañables con tantas personas y el nacimiento de nuevos encuentros por la amistad o el servicio, nos ha dado fortaleza para sobrellevar las pruebas y nos ha llenado los ojos de esperanza para proseguir el camino. Un año atesora tantas experiencias originales e irrepetibles que marcan la más honda identidad de cada persona. A nivel mundial, en este año, hemos vivido acontecimientos que han desconcertado a los sabios, que han mostrado el magnífico e impredecible juego de la libertad humana, que nos han dejado desconcertados al ver que la maldad llega tan lejos o al percibir que la ciencia y la técnica escalan metas tan altas. Nos sentimos protagonistas y a la vez prisioneros en un proceso que en ocasiones nos desespera con su lentitud y en ocasiones nos asusta con su velocidad. Entonces, como Jesús, alabamos al Padre porque a él le ha parecido bien así (Lc 10,21). Este año, en Colombia, todos hemos sentido la necesidad de la paz. Hemos aportado ideas y esfuerzos para diseñarla, conquistarla, protegerla. Como, fundamentalmente, la paz no está por fuera sino por dentro, cada uno le pone su rostro y su medida. Esto mismo nos enfrenta y nos divide. Es dramático y apasionante ser personas humanas, construir juntos una sociedad, establecer un proyecto seguro hacia el mañana. Cuando, al final de todo, no sabemos o no podemos ponemos en las manos de Dios nuestros sueños y nuestras luchas. Entonces, nos da paz saber que él nos lleva y nos hace capaces de crear el futuro. En la Iglesia, entre luces y sombras, hemos continuado la misión de anunciar la fuerza salvadora del Evangelio, de trabajar por la dignidad y los derechos de todo ser humano, de sembrar fraternidad y solidaridad en todos los surcos que se abren, de invitar a levantar el corazón a Dios, fuente de la verdadera alegría. En este sentido, damos gracias por la vida litúrgica en las parroquias, por las iniciativas de evangelización en tantos campos, por el acompañamiento, muchas veces desconocido pero siempre valioso, a los que sufren. Debemos dar gracias por este año que nos condujo de modo particular a contemplar, vivir e irradiar la misericordia de Dios, por la oración silenciosa pero fecunda de tantas personas que ha puesto cimiento a todo lo bueno que hemos hecho, por la vocación de servicio que hemos mantenido en medio de múltiples dificultades, por todos los apóstoles del bien que han surgido y se van formado entre los laicos, por la multiforme labor de las congregaciones religiosas y demás asociaciones católicas, por las pequeñas comunidades eclesiales que se van configurando y están trabajando para que Dios viva y reine en todo. Dar gracias a Dios por lo que hemos vivido en este año nos reconcilia con los demás y con nosotros mismos, nos hace valorar lo que hemos realizado aunque muchas veces no tenga la perfección que queríamos, nos da seguridad y pasión para afrontar con valores ciertos e ideales grandes el año que viene, nos llena de luz y de fuerza al sentir una Providencia que nos supera y que amorosamente nos cuida y nos guía. Como enseña San Pablo, demos gracias a Dios por todo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 16 Sep 2016

La UPB cumple 80 años de formación continua al servicio del país y de la Iglesia

Con una solemne Eucaristía presidida por monseñor Ricardo Tobón Restrepo, Arzobispo de Medellín y Gran Canciller de la Universidad Pontificia Bolivariana, se celebraron los 80 años de fundación de esta casa de formación humana y académica. A la ceremonia celebrada en la Catedral Metropolitana asistieron más de 10 obispos del país, así como directivos, docentes y alumnos del colegio, y diferentes personalidades de Ciudad que realizaron su formación académica en esta Alma Mater. En su discurso, el presbítero Julio Jairo Ceballos Sepúlveda, rector de la UPB, dio gracias a Dios por esta obra de la Iglesia de Medellín, que cumple sus 80 años de formación ininterrumpida cumpliendo con sus objetivos misionales, y recordó de manera especial, a aquellos que creyeron en la fundación de este claustro educativo y aportaron sus conocimientos, consejos y aportes materiales para hacer de la UPB, una de las universidades más reconocidas en Latinoamérica y el mundo. "El amor de la Santísima Trinidad lo ha vivido la Universidad Pontificia Bolivariana en sus 80 años de servicio a la evangelización de la cultura, mediante la búsqueda de la verdad, desde los valores del humanismo cristiano, para ofrecer una educación integral, rica en valores que se conjugan en el diálogo fe y cultura, fe y ciencia, que constituyen la excelencia educativa católica con la cual nos hemos comprometido para formar líderes éticos, científicos, empresariales, religiosos y sociales para el servicio de la comunidad, con la calidad de la docencia, la investigación y la proyección social que impregna en nuestros egresados el Espíritu de nuestra Universidad", aseguró el sacerdote. Fuente: Of. comunicaciones Arquidiócesis de Medellín