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Dios

Jue 14 Jun 2018

Construyamos el reino de Dios desde las cosas más pequeñas

Nuestras acciones no son neutrales, un día tendremos el encuentro con el resucitado en su tribunal para recibir el premio o el castigo. Por ello, se nos invita a usar bien la vida para construir, sembrar, ser guiados siempre por la fe, mantener la confianza en Dios y construir el reino desde las cosas más pequeñas a las más grandes. Tareas: Haz un examen de conciencia. ¿Si hoy fuera tu encuentro con el resucitado qué recibirías?¿qué estás construyendo: vida eterna o condenación? Construye el reino de Dios desde lo más pequeño, usa buenas palabras, erradica la mentira de ti; no nos acostumbremos a decir mentiras. Comprometámonos como buenos cristianos con el país y con la familia.

Vie 1 Dic 2017

Si logras juzgarte bien a ti mismo. Eres un verdadero sabio

Por: Mons. Gonzalo Restrepo Restrepo - Una de las señales de la sabiduría de una persona es la prudencia. Alguien prudente es aquel que sabe callar cuando hay que hacerlo y sabe hablar cuando se necesita. Una persona prudente no hace juicios de nadie. Quien verdaderamente busca la sabiduría de la vida, entiende que no se debe juzgar a nadie porque el hombre no está hecho para juzgar a nadie. Sólo Dios puede juzgar a todos porque sólo él nos conoce enteramente en todo lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos. Sólo él conoce toda nuestra realidad, nos conoce por dentro y por fuera, íntegramente. Así que los juicios pertenecen sólo a Dios. Tú puedes y debes juzgarte a ti mismo, pero de la mejor manera. No tienes por qué ser un verdugo para ti mismo. Hay muchos que son tiranos para sí mismos. Debes mirarte con realismo, juzgarte con verdad porque cuando haces juicios exagerados sobre ti mismo, para ensalzarte o para despreciarte, te estás destruyendo. La verdadera sabiduría está en lograr juzgarte con verdad y realismo a ti mismo. ¿porqué andas buscando qué decir, qué opinar, qué pensar sobre los demás? Hay quienes viven alimentando pensamientos en contra de los demás, sueñan en lo que los demás no han hecho ni han pensado para desfigurar su imagen y esclavizarlos. Hay personas con las cuales no se puede convivir porque son tan imprudentes que no se les puede confiar nada, aunque están ávidos de saberlo todo para poder contar y tener la última noticia. No tienen el más mínimo sentido de la intimidad, del secreto, de la reserva. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás. Cuando se trata de juzgarnos a nosotros mismos, huimos, siempre nos justificamos sea lo que sea, siempre buscamos razones que nos justifiquen y no permitimos una condena como la que normalmente hacemos de los demás. Qué difícil es juzgarse a uno mismo y juzgar a los demás. Te invito a que manifiestes tu sabiduría, tu equilibrio y tu prudencia, haciendo un esfuerzo por no juzgar a nadie y por enfrentarte a ti mismo con realismo y con verdad. Sólo Dios puede juzgar al hombre. No tienes por qué apropiarte este derecho. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Vie 10 Nov 2017

Crueles herencias

Por: Mons. Luis Augusto Castro - La médica vino a hablarme de una investigación en proceso. Hay en nuestro departamento una enfermedad que genera retraso mental, deformidades físicas y otras dolencias. El estudio realizado la hace derivar de tiempos ancestrales, prehispánicos, cuando en los grupos, dadas las lejanías de unos a otros, se casaban entre primos hermanos. Estos matrimonios desaparecieron, pero por los factores hereditarios, de vez en cuando aparece algún enfermo de este tipo. No son pocos. No sé si llamarlo hereditario o no, pero algo parecido acontece con las guerras del pasado que transmiten rasgos de violencia impensables. Somos herederos de guerras muy crueles. Primero las llamadas guerras civiles a partir del 1812 hasta el 1877. Luego otra guerra terrible del 1899 al 1902. Luego la guerra de una violencia atroz desde el 1948 al 1958. Y luego la violencia de los grupos guerrilleros desde hace más de cincuenta años, etc. Cuántos nombres aparecieron entonces: Pájaros, chulavitas, bandoleros, comunistas, guerrilleros, paramilitares, etc. Así como se logra determinar la fuente de un mal tan terrible como el anotado al principio, cuyas raíces son las uniones de primos hermanos y que dura a través de los siglos hereditariamente y que aparece también hoy de manera inesperada, ¿no podemos formular una hipótesis semejante como la siguiente? Esta es: “Muchos grandes políticos y otros ciudadanos de hoy que luchan por la victoria de la guerra para acabar con la violencia, y ello, eliminando a los violentos, son un producto casi hereditario de miles de guerras del pasado y que van generando personas que quieren seguir con la violencia buena para acabar con la violencia mala, o mejor, para acabar con los violentos”. Se sabe ya que el deseo de venganza es hereditario, que puede transmitirse de padres a hijos y de generaciones a generaciones. Cuántos vengadores actuales, revestidos, sin saberlo, de un gen de violencia, quieren perpetuar la violencia justa pues ésta es su incurable enfermedad. Dar el paso del deseo de venganza a la posibilidad del perdón y la reconciliación no les es nada fácil. Pero no hay que desesperar. La gracia de Dios puede actuar poderosamente en estos corazones. Estoy seguro de que la mismísima visita del Papa motivó a más de uno a liberarse del deseo de venganza justa, para dar el primer paso hacia la reconciliación. Dios los ayuda. DESTACADO: “Dar el paso del deseo de venganza a la posibilidad del perdón y la reconciliación no es nada fácil” + Luis Augusto Castro Arzobispo de Tunja Fuente: Revista Vida Nueva

Vie 29 Sep 2017

Explicar el dolor

Escrito por: P. Raúl Ortiz Toro - Ni las preguntas sobre la existencia de Dios, ni sobre la virginidad de María, ni los cuestionamientos de los protestantes o los tristes casos de corrupción dentro o fuera de la Iglesia me han puesto tanto en aprietos como lo ha hecho la pregunta sobre la razón del dolor humano, máxime cuando son los niños quienes lo soportan o son ellos las víctimas fatales. Ninguna pregunta es tan misteriosa. Por ejemplo, estoy pensando en los niños muertos en los terremotos, en los huracanas, por causa de la violencia, del abuso, de las enfermedades. Muchos han intentado responder esta pregunta y se han quedado simplemente en el preámbulo. ¿Será una pregunta sin respuesta? ¿Se tratará de una pregunta retórica? Por supuesto la teología tiene una respuesta: desde el Génesis el dolor tiene una razón de ser como consecuencia del pecado. Incluso, la teología escolástica habló de la diferencia entre la voluntad activa de Dios (por la cual Él quiere el bien para el hombre) y su voluntad permisiva (por la cual permite el mal para sacar de allí un bien mayor). Es más: Cristo encarna en su propia persona como Hijo de Dios el dolor de la humanidad, del inocente, del que sufre como consecuencia del pecado de los otros. Él, que no tenía pecado, terminó siendo reo de muerte pero salió victorioso en la resurrección. La teología es una disciplina iluminadora, es fundamental para la vida de fe, pero no puede caer en el simplismo de las respuestas académicas ni estar desencarnada de la realidad. Por ello la teología necesariamente debe ir acompañada de actos concretos y, en el caso particular del dolor, de actos de solidaridad. Creo que la solidaridad hace concretas las respuestas teológicas. Leyendo el hermoso relato de la poeta Piedad Bonett titulado “Lo que no tiene nombre” donde hace una especie de catarsis espiritual tras la muerte de su joven hijo, sentí vergüenza ajena con estas líneas, cuando la autora cuenta el momento del funeral: “El sacerdote, un hombre joven que queriendo parecer simpático y desenvuelto me ha hecho bromas insulsas y extemporáneas antes del oficio, repite vaguedades y lugares comunes sobre Daniel, y a la hora de la homilía cuenta anécdotas triviales que aspiran a parecer sabias…” Entonces me pregunto: como sacerdote, pero sobre todo como ser humano ¿he sabido llegar al corazón del que sufre? Cuando celebro unas exequias ¿tengo buen trato hacia los dolientes? Cuando alguien siente dolor ¿Cuáles son mis palabras de consuelo? ¿He caído en la trivialidad de quien ve el dolor como algo normal? ¿Soy indiferente ante el mal que sufren los demás? Para intentar en algo explicar el dolor humano, sobre todo el de los niños, cuando unos padres me preguntan por qué murió su niño recién nacido, por qué fue abusada su pequeña, por qué su hijo sufre matoneo, etc. lo primero que hago es pedirles que hagamos un momento de oración; breve, espontáneo, pero sincero. “Señor, danos tu paz, que sepamos entender este momento de la vida y tengamos mirada amplia para saber lo que quieres de nosotros, valorar más lo que tenemos, corregir nuestros equívocos. Danos tu paz, Señor”. Un momento de silencio, un abrazo, una palabra de consuelo y de ánimo. Luego la escolástica; porque la solidaridad es la mejor respuesta al dolor. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán [email protected]

Sáb 25 Feb 2017

Primero lo primero

Por: Mons. Omar Mejía Giraldo - El domingo anterior el evangelio nos ponía de manifiesto el amor como la máxima virtud cristiana, un amor que si es verdadero y si está inspirado desde Dios debe culminar en el “amor a los enemigos”, amor que se manifiesta fundamentalmente en el perdón. Hoy tenemos otra gran lección, la cual hace explicito el primer mandamiento de la ley de Dios: “Amar a Dios sobre todas las cosas”. Primero lo primero. Dice San Juan: “Dios nos amó primero”. El amor cristiano no consiste en que nosotros amemos a Dios, el amor cristiano es fundamentalmente dejarnos amar de Dios. Todo, absolutamente todo, lo debemos entender desde el amor divino y no meramente desde el amor humano. El amor de Dios es eterno, el amor humano es pasajero. Desde el amor de Dios, desde el amor a sí mismos y desde el amor a los demás, debemos asumir el amor a los bienes materiales (dinero). Nuestra relación con todo lo creado, incluyéndonos a nosotros mismos y a nuestro hermanos, debe brotar de la virtud del amor a Dios no al mundo. Jesús en el evangelio empieza diciendo: “Ustedes no pueden servir a dos patrones…. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero”. El evangelio no nos invita a despreciar el mundo, sus bienes , el dinero, no. El evangelio nos está exhortando a realizar una inversión de valores. “Primero lo primero”, primero Dios. Jesús no niega ninguna de las búsquedas, sencillamente las trastoca. Nuestra experiencia nos demuestra que solo se busca lo que consideramos necesario. En definitiva la Palabra de Dios nos dice que debemos poseer una auténtica jerarquía de virtudes y valores…. El evangelio nos convoca a buscar una justicia distinta, la justicia divina, la justicia que Jesús nos vino a proponer; justicia que necesariamente debe pasar por el tamiz del amor que Jesús vino a predicar. En éste orden de ideas es necesario entender que “sólo es libre nel que sirve a Dios”. Sólo es libre quien entiende que los bienes materiales son el medio y no el fin. La fe verdadera lejos de ser un desentenderse de la propia vida y de la vida de los demás, es más bien un modo diverso de asumir la vida, de asumirla y de tomarla a cargo responsablemente delante de Dios. Desde el punto de vista objetivo, la pobreza material no es querida por Dios, no figura en su plan. Representa entonces una contradicción con su voluntad y, por eso mismo un "pecado social" (Puebla 28). Por tanto, hay que erradicarla. La pobreza como virtud evangélica nace del Espíritu, de la confianza en Dios, de la fe en Él. La pobreza desde el Espíritu. Si no es así, la pobreza se rechaza; y si se tiene no se vive, se sufre, nos resiente, nos hace vivir amargados… La fuerzas humanas no bastan para asumir la virtud de la pobreza. Las fuerzas humanas no bastan para oponernos a la fuerte atracción que ejerce sobre nosotros el dinero. Recordemos la Palabra de Dios: “Lo que es imposible humanamente, es posible para Dios” (Mt 19,23-26). Solamente desde Dios es posible asumir la pobreza como virtud y como estilo de vida. Jesús nos exige entrega total y sabe muy bien que el apego esclavizante a la seducción de las riquezas es uno de los mayores obstáculos para el servicio incondicional por el Reino de Dios. La pobreza virtud es la disposición permanente de ofrecerse. La pobreza evangélica, es tener las manos abiertas para ofrecer lo que se es y lo que se tiene. Es ofrecer también las futuras posibilidades. La pobreza es virtud, porque hay entrega, no porque no se posea. Quien comienza el camino de esta virtud, llega a no tener, porque lo ha dado todo. Jesús mismo es quien primero nos da ejemplo de esta virtud: “Nació en un pesebre”. “No tenía donde reclinar la cabeza”. En la cruz entrego su Espíritu: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”. El rico según el evangelio se contrapone al Reino y le es difícil entrar en él (fíjese bien, difícil, no imposible). Rico es el que acapara y acapara porque su confianza está en lo que acapara. El rico “defiende” lo suyo, el pobre ofrece lo suyo. El rico es insaciable en el “poseer”, el pobre es insaciable en el dar. Dar es pobreza, tener es riqueza. En la pobreza como virtud no se habla de cantidades, sino de actitudes. Por eso desde la visión evangélica de la pobreza, hay pordioseros con actitudes de ricos y hay ricos con actitudes de pobreza. Por eso, desde la pobreza virtud, actitudes como saber ser prudentes, ver la oportunidad, el saber repartir, el saber tener y acrecentar, el ser generoso, no despilfarrar y hasta ahorra…, son elementos que bajo el objetivo de “servir mas y mejor”, de tener más para ofrecer más, acrecientan la virtud. El Papa Benedicto XVI decía: “La caridad debe ser organizada”. El principio es claro: “Acrecentar lo que se tiene para servir más”. Lo importante es que el espíritu oferente sea el motor de todo. Si se pierde la visión – objetivo, que es ofrecer, se ha perdido la virtud, así se viva en la más física pobreza. De acuerdo al evangelio: Dar lo que no sirve es un engaño; dar lo que sobra, es obligación; dar de lo necesario, es virtud; darlo todo es santidad. Recordemos: “Sean santos como mi Padre celestial es santo”. La pobreza virtud hace que poseamos cosas, sin que las cosas nos posean a nosotros. A veces pensamos que tenemos, por ejemplo una finca, un carro, un animal… y lo que realmente pasa es que esas cosas tienen un esclavo a su servicio. La pobreza virtud, finalmente termina manifestándose en la sobriedad de vida y en el desprendimiento de los objetos materiales. La pobreza evangélica termina siendo confianza absoluta en la providencia divina, termina siendo fe, esperanza y caridad, termina siendo una lectura constante de los signos de los tiempos a la luz del querer de Dios. Por eso, pobreza es capacidad de dar y recibir. Pobreza es también recibir aún las contrariedades de la vida, con la claridad del objetivo por el cual se trabaja. Ejemplo, la Madre Laura: Cuenta la historia que ella, un día se dispuso a entrar a los diferentes lugares de su pueblo, para pedir una ayuda y así poder socorrer sus indígenas; en una tienda la insultaron y ella les dijo, ya me dieron a mi lo que yo me merezco, ahora, por favor denme una ayuda para mis indios”. Pidamos a Dios que nos conceda lo necesario para vivir dignamente y sin apegos humanos. Un ser humano libre, sin esclavitudes afectivas, no se instala, vive siempre como huésped y sabe que camina como peregrino hacía la patria celestial (somos los peregrinos que vamos hacia el cielo). Un ser humano libre posee y disfruta pero no es poseído, ni adora la riqueza, ni la maldice, usa libremente de ella y la comparte fraternalmente. Para ello es necesario aprender lo que San Ignacio de Loyola llamaba “La santa indiferencia”. + Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Mié 25 Ene 2017

Y el tiempo no se detiene…

Por: Mons. Jaime Uriel Sanabria Arias - Como todos los años, para comenzar se hacen muchas promesas, que generalmente se quedan en eso, porque están movidas por la emoción del momento, y en un contexto que normalmente e stá fuera de lo cotidiano. Por eso, ahora que estamos más tranquilos los invito a pensar más en serio el año que hemos comenzado. Hay dos maneras de enfocar la vida: como derecho, algo que se nos debe; o como un don, un regalo que hemos recibido. ¿Qué sucede cuando pensamos que la vida es un derecho, algo que se nos debe? Cuando creemos que la vida es algo que se nos debe, entonces nos sentimos propietarios de nosotros mismos. Pensamos que la manera más acertada de vivir es organizarlo todo en función de nosotros mismos. Yo soy lo único importante. ¿Qué importan los demás? Algunos no saben vivir sino exigiendo. Exigen y exigen siempre más. Tienen la impresión de no recibir nunca lo que se les debe. Son como niños insaciables, que nunca están contentos con lo que tienen. No hacen más sino pedir, reivindicar, lamentarse. Sin apenas darse cuenta, se convierten poco a poco en el centro de todo. Ellos son la fuente y la norma. Todo lo han de subordinar a su ego. Todo ha de quedar instrumentalizado para su provecho. La vida de la persona se cierra entonces sobre sí misma. Ya no se acoge el regalo de cada día. Desaparece el reconocimiento y la gratitud. No es posible vivir con el corazón dilatado, sino con el corazón endurecido. Se sigue hablando de amor, pero “amar” significa ahora poseer, desear al otro, ponerlo a mi servicio. Esta manera de enfocar la vida conduce a vivir cerrados a Dios. La persona se incapacita para acoger. No cree en la gracia, no se abre a nada nuevo, no escucha ninguna voz, no sospecha en su vida presencia alguna. Es el individuo quien lo llena todo. Por eso es tan grave la advertencia del evangelio de San Juan: “La Palabra era la luz verdadera que alumbra todo hombre. Vino al mundo… y en el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Nuestro gran pecado es vivir sin acoger la luz. ¿Qué sucede cuando entendemos la vida común don, un regalo que hemos recibido? Vivimos eternamente agradecidos porque reconocemos que no somos nosotros quienes hemos decidido nacer. No nos escogimos a nosotros mismos; no elegimos a nuestros padres ni nuestro pueblo. Todo nos ha sido dado por Dios, y con la intervención de nuestros padres. Vivir es ya, desde su origen, recibir para dar. La única manera acertada es también ofrecerme, donarme con todas mis capacidades y mi tiempo por el bien de los demás, vaciarme de mis riquezas para enriquecer a quienes me rodean y al mundo donde vivo. “Hay más alegría en dar que en recibir”. + Jaime Uriel Sanabria Arias Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia

Lun 28 Nov 2016

La pandemia de la corrupción

Por pbro Juan Álvaro Zapata - La paz es un sueño que ha tocado las puertas de todos los colombianos en varias oportunidades, pero por diversas razones la hemos dejado pasar de largo y no se ha podido quedar en nuestros hogares. Por décadas hemos visto cómo algunos compatriotas, por diferentes motivos, han desangrado, enfrentado y aniquilado a cientos de colombianos, sembrando el terror y la desesperanza. ¿Cuántos llantos hemos escuchado a causa de la barbarie de las armas y de los corazones sumidos en el odio y la sed del egoísmo? ¿Cuántos rostros destrozados por la pérdida de un padre, madre, hijos o amigos, han contemplado nuestros ojos a lo largo de estos años de conflicto? ¿Cuántas víctimas han dejado los conflictos violentos en Colombia? y ¿Cuánto retraso se ha gestado en Colombia a causa de la violencia sin sentido? Estas son algunas preguntas que surgen fruto de la realidad violenta que ha vivido nuestro país. Pero no solamente la violencia armada ha sido la causa de tanto dolor y sufrimiento en Colombia, existe otra pandemia todavía más fuerte que ha aniquilado, robado sueños y gestado más injusticias y violencias: la corrupción. Con dolor hay que afirmar que muchos colombianos, a lo largo de la historia de este país, y en particular en este tiempo, han sido verdaderos conquistadores de la corrupción, se han robado el capital de los colombianos, por medio de triquiñuelas y mentiras han duplicado los costos en obras nacionales, han incrementado desmesuradamente los costos de los productos, han vivido como parásitos a costas de los recursos de otros, por medio del chantaje y los cobros adelantados para hacer favores o aprobar contratos, han favorecido a sus más allegados por encima de los verdaderamente necesitados. Estos hechos parecen normales para muchos y se ha convertido en el modus vivendi de un gran grupo de la sociedad, es por eso, que el Papa Francisco dice: “la corrupción se ha vuelto natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras…es la victoria de la apariencia sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción honorable”. Por eso, aquellos que creen que siendo corruptos son más ricos, lo que consiguen es empobrecerse humanamente, arruinar a la sociedad y gestar nuevas violencias porque “la codicia es la raíz de todos los males” (1 Tm 6,10). A la hora de analizar las raíces de estos conquistadores de la corrupción, duele constatar que muchos de ellos son bautizados de familias respetables y han pasado por colegios o universidades prestigiosas. La pregunta que surge es: qué nos está fallando, dónde está el vacío en la formación o por qué el ejemplo no está dejando huella en las nuevas generaciones. Otrora se hablaba de la lealtad a la palabra, se veía cumplimiento en lo pactado, y no se percibía, como ahora, una jauría de lobos que arrasan todo lo que se les ponga por delante. Por lo tanto, si no queremos que estos hechos sigan siendo el pan diario colombiano, hemos de ser conscientes que el logro de la paz no es un globo que cae de la nada y se inserta en los seres humanos, sino que es un don y una tarea. Don porque se ha de pedir insistentemente a Dios, para que sane nuestros corazones heridos. Y tarea, porque debe ser buscada y construida en cada acción y palabra de la vida cotidiana. De la misma forma, dejemos claro que la paz no es simplemente atacada por las armas, sino también por la corrupción galopante inserta en muchas instituciones y personas. Pero también que la paz no se alcanza simplemente firmando documentos o haciendo promesas grandiosas, es necesario erradicar la sed de egoísmo manifestada en esa enfermedad de la corrupción y evitar la tentación del camino fácil y de la ley del menor esfuerzo, que por años ha venido cultivando la sociedad. Se requiere pensar en todos y no en unos solamente, dejando las hegemonías y buscando todo por la legalidad. Formar a las nuevas generaciones en conseguir el bienestar personal por el trabajo duro y honesto, procediendo con justicia, caridad y misericordia para con todos, en especial con quienes viven la limitación y la pobreza. Pero, ante todo, grabar en la mente y en el corazón las palabras de la Sagrada Escritura que nos advierte: “no torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos” (Dt 16,19). Estoy seguro que, si practicamos esto, solo así podremos decir con certeza, ¡Se acerca el fin de la guerra! Padre Juan Álvaro Zapata Torres Secretario adjunto Conferencia Episcopal de Colombia

Mié 16 Nov 2016

El arte de confesar

Por Pbro. Raúl Ortiz Toro - Una pareja de holandeses pregunta, estupefacta, a un guía en la Basílica de San Pedro: “What is this?” (¿Qué es esto?). Algunos japoneses se acercan; quieren saber de qué se trata. El grupo se encuentra delante de un invento de San Carlos Borromeo en el siglo XVI, que el guía señala con el dedo índice y acompaña el gesto con una voz un tanto sepulcral, como si se tratara de un artificio de esoterismo, diciendo: “Es un confesionario”. Los oyentes deben seguir preguntando, porque no les dice nada la descripción: ¿Para qué sirve? ¿Quién lo usa? ¿Qué importancia tiene? Desde hace ya un buen tiempo se nos viene diciendo que el sacramento de la confesión está en crisis. Algunos confesionarios en la actualidad suelen estar vacíos: en Europa por falta de penitentes y en América por falta de confesores. Hace un tiempo salió una noticia novedosa en Francia sobre un sacerdote que había revivido su parroquia con un “novedoso método”: Se sentaba a confesar. Toco el tema porque en la conclusión del Año Jubilar de la Misericordia la gente ha acudido masivamente al sacramento de la confesión pero son, en general, los que regularmente se confiesan; algunos casos excepcionales se presentan, pero el gran porcentaje de penitentes es de fieles que suelen hacerlo y, la verdad, no son muchos, comparados con la cantidad de católicos que asisten a Misa. Algún sacerdote se quejaba de que antes del Concilio Vaticano II había más confesiones que comuniones y que después del Concilio más comuniones que confesiones. ¿Es verdad? Y, si lo es, ¿Qué cambió después de 1965? Si bien es cierto que el Concilio alentó en algunos numerales a la práctica de la confesión, sin embargo, el cambio de paradigma pastoral supuso una prelación a las formas no sacramentales de la Reconciliación como, por ejemplo, el acto penitencial de la Misa que, en lengua propia, permitió una mayor conciencia de pecado pero sin la catequesis suficiente consintió pensar que era suficiente incluso para el perdón de los pecados graves; además de ello, el perdón de los pecados por la escucha de la Palabra de Dios (no en vano la oración secreta del sacerdote, después de proclamar el evangelio, es: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”) y la oración de perdón en la oración individual, influencia de corte pentecostal, con la que muchos se conforman en la comodidad y soledad de su habitación. Pero también es cierto que gran parte de la crisis de la confesión se debe a que los sacerdotes dedicamos poco tiempo a este sacramento; además, en algunos casos, la moderna terapia psicológica ha desplazado a la confesión como método de catarsis para quienes la usaban con este fin y, sobre todo, la pérdida del sentido de pecado ha ocasionado que muchos no vean útil pedir perdón. Lo que sí es cierto es que una de las maneras concretas de sentirse pastor el sacerdote es sentándose a confesar. No es fácil; se encuentran allí casos de santidad que nos cuestionan, casos de conversión que nos alientan a seguir dando una palabra de misericordia, casos de contumacia que nos mueven a la compasión y a la oración. Un buen legado de este Año Jubilar, para penitentes y sacerdotes, ha de ser cuestionarnos sobre el papel de la confesión en nuestra vida: si hemos hecho lo suficiente y si lo hemos hecho bien. Por Pbro: Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor de Popayán [email protected]