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ecosistema

Jue 22 Abr 2021

Invertir la degradación de los ecosistemas

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - “Restaurar nuestra Tierra” es el lema escogido para la celebración del Día Internacional de la Tierra, este 22 de abril de 2021, de acuerdo con la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esta significativa jornada reconoce a la Tierra y sus ecosistemas como el hogar común de la humanidad, así como la necesidad de protegerla para mejorar los medios de vida de las personas, contrarrestar el cambio climático y detener el colapso de la biodiversidad. La salud de nuestro planeta y de los que en él vivimos está fuerte y directamente relacionada con la salud de nuestros ecosistemas, por lo cual es esencial y perentorio atajar e invertir su degradación. En efecto, una mirada atenta a nuestro alrededor pone en evidencia la creciente deforestación, el agravarse de la contaminación de los océanos, que se están colmando de plásticos y volviéndose cada vez más ácidos. También se percibe por doquier el incremento del calor extremo, la propagación de los incendios forestales, una profusión de desastrosas inundaciones, así como la multiplicación de los huracanes, fenómenos que tienen nocivas repercusiones para millones de personas. Estas dañinas problemáticas, que se han visto enormemente agudizadas por la vigente pandemia, reclaman una actuación incisiva y urgente, fruto de una decidida voluntad política, así como de una leal y franca colaboración entre instancias internacionales, gubernamentales, el sector público, el privado y la sociedad civil organizada, sin dejar al margen a las personas individuales, que no podemos ser indiferentes a la suerte y el porvenir de nuestro planeta. Este año la elección del lema sintoniza con la puesta en marcha del Decenio de la ONU sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), que se lanzará oficialmente en el marco del próximo Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio), aunque la acción en todo el mundo ya está despegando. Por ello, vamos a dedicar los siguientes párrafos a reflexionar sobre esta cuestión. Mitigar, adaptar y restaurar El cambio climático constituye uno de los grandes retos del planeta y de la humanidad en estos momentos, y de cara a todo el siglo XXI. De manera general, suele hablarse de una doble estrategia ante este desafío: la mitigación y la adaptación. En primer lugar, mitigar, suavizar, frenar o reducir el cambio climático supone, sobre todo, disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero hacia la atmósfera para, de este modo, evitar que el planeta se caliente de manera más extrema (internacionalmente, se ha marcado el objetivo de impedir que la temperatura media global aumente más de 1,5ºC). En segundo lugar, adaptarse al cambio climático implica modificar nuestras prácticas para proteger nuestra vida y la de nuestro entorno; incluye iniciativas como reforestar bosques, diversificar cultivos, edificar de un manera sostenible o prevenir catástrofes naturales, entre otras. Cuanto más mitiguemos el cambio climático en este momento, más fácil será adaptarse a los cambios que ya no podemos evitar. Estas dos estrategias coinciden en plantear un enfoque pragmático y posibilista; sin duda, necesario y, más aún, imprescindible. Ahora bien, desde la fe cristiana y desde la Doctrina Social de la Iglesia podemos preguntarnos si eso es todo lo que podemos hacer, si este enfoque agota nuestra respuesta. Sinceramente, creo que no. Y aquí es donde entra el tercer verbo que menciono: restaurar. Necesitamos restaurar unas relaciones sanas con el cosmos, con toda la creación. Decía el papa Francisco en su encíclica sobre el cuidado de la casa común: “Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. […] Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración” (Laudato Si’, n. 202). Necesitamos, pues, “una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático” (Laudato Si’, n. 111). Difícilmente podremos restaurar nuestra Tierra mientras no superemos este “paradigma homogéneo y unidimensional”, que vincula tecnología y poder, y que mira la realidad desde la “técnica de posesión, dominio y transformación” (Laudato Si’, n. 106). Restaurar todo en Cristo En este contexto, resuenan con renovada pujanza las palabras de san Pablo, cuando afirma que “la creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios” (Rom 8,19). “Sabemos, en efecto, que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente” (Rom 8,22). Y este anhelo, cósmico y universal, se abre a la promesa de Dios: “Repoblaré las ciudades y haré que las ruinas sean reconstruidas. La tierra desolada, que los caminantes veían desierta, será cultivada de nuevo” (Ez 36,33-34). Los creyentes sabemos que el plan de Dios consiste en llevar a plenitud todo el cosmos, restaurando, recapitulando y reuniendo todas las cosas en Cristo (cf. Ef 1, 10). “En efecto, Dios tuvo a bien hacer habitar en Él toda la plenitud y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo” (Col 1,19-20). Ahí tenemos un paradigma alternativo, que permite verdaderamente restaurar toda la realidad en Cristo, porque, como dijo san Pedro, “llegarán tiempos de consuelo de parte del Señor […] cuando todo sea restaurado” (Hch 3,20-21). O, en palabras del Apóstol de los gentiles, “cuando le están sometidas todas las cosas [a Cristo], entonces el mismo Hijo se someterá también al que le sometió todo, para que Dios sea todo en todas las cosas” (1 Cor 15,28). En realidad cumplir el mandato de trabajar y custodiar la tierra (Gn 2, 14), como ya observaba un autor de la antigüedad, requiere vivir bajo la ley del Creador, y no dejarse arrastrar por la soberbia (cfr. Ambrosiaster, Quaestiones veteris et novi testamenti, 123, 9 [CSEL 50, 377]): tal cosa solo es posible cuando la persona es restaurada por la fe en Cristo. Ahora bien, esta restauración exige un giro radical, un cambio de paradigma. Así, por ejemplo, en 2019, el Documento final del Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía invitaba a una verdadera conversión integral, esto es, a “una conversión personal y comunitaria que nos compromete a relacionarnos armónicamente con la obra creadora de Dios” (n. 17). Esta “única conversión al Evangelio vivo, que es Jesucristo, se podrá desplegar en dimensiones interconectadas para motivar la salida a las periferias existenciales, sociales y geográficas” (n. 19); estas dimensiones son la conversión pastoral, la cultural, la ecológica y la sinodal. Por eso, el mismo papa Francisco planteó, en su exhortación apostólica post-sinodal Querida Amazonía, un cuádruple sueño social, cultural, ecológico y eclesial. Restaurar nuestra Tierra Concluyo con unas palabras de san Pablo VI, cuando reflexionaba sobre los íntimos vínculos entre evangelización y promoción humana, señalando que se trata de vigorosos y profundos nexos antropológicos, teológicos y evangélicos: “No se puede disociar el plan de la creación del plan de la Redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar” (Evangelii Nuntiandi, n. 31). Sí, sin duda, estamos llamados a restaurar nuestra Tierra, en todos los ámbitos de la realidad. Y de este reto ninguno de nosotros estamos excluidos. Por el contrario, todos hemos de poner de nuestra parte con convicción y entusiasmo. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Jue 18 Mar 2021

Restauración forestal: reto y metáfora

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques, cuyo lema para este año 2021 es “Restauración forestal: un camino a la recuperación y el bienestar”. Además, el próximo 5 de junio se lanzará oficialmente el Decenio de la ONU sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), que supone un llamamiento global para proteger y recuperar el medio ambiente. Alrededor de 1.600 millones de personas dependen directamente de los bosques para sobrevivir, proporcionándoles alimento, energía, medicina y abrigo. Sin bosques, los efectos nocivos del cambio climático se agudizan. En cambio, cuando velamos por los árboles, cuando nos ocupamos de ellos concienzudamente, estamos contribuyendo de forma significativa a la prosperidad de las generaciones presentes y futuras. Los bosques son de vital importancia en la erradicación de la pobreza y para conseguir metas de desarrollo convenidas internacionalmente, incluidos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. Pese a todos estos beneficios, la deforestación continúa de modo acelerado, a un ritmo imparable, de unos 13 millones de hectáreas al año.En vez de potenciar el verde a través de unos bosques hermosos y pujantes, un color tan unido a la esperanza, virtud imprescindible en medio de la cruel pandemia que nos está fustigando, cuando irresponsablemente arrancamos un árbol, cuando dejamos que se seque, estamos tiznando nuestro mundo de negrura, transformándolo en un erial yermo y baldío. Mientras que la pérdida y el destrozo de las selvas, de las arboledas y de los jardines originan grandes cantidades de gases dañinos que contribuyen al calentamiento de la tierra, su restauración y gestión sostenible ayudan a afrontar la doble crisis del clima y de la biodiversidad. De este modo, unos bosques sanos y vigorosos generan bienes y servicios necesarios para la tutela y el adecuado desarrollo de nuestro planeta. Así pues, el reto de impulsar la repoblación forestal se convierte en una interpelación real a nuestra conciencia y a nuestra acción. Debería ser un argumento esencial en la educación de niños, adolescentes y jóvenes. Junto a ello, la restauración de los bosques puede verse como una metáfora de carácter espiritual que, más allá de la realidad concreta, habla del compromiso de Dios con la humanidad y con toda la creación. En los párrafos siguientes brindo algunas pistas bíblicas de reflexión que, espero, nos ayuden a vivir con intensidad los días que nos quedan de la Cuaresma y a afrontar con apertura de espíritu la ya cercana Semana Santa. El sueño de Dios Desde el inicio del mundo, Dios dispuso la creación como un vergel de plenitud y gozo compartido. “El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín y el árbol de conocer el bien y el mal. En Edén nacía un río que regaba el jardín y después se dividía en cuatro brazos” (Gen 2,9-10). Así lo expresa el salmista, mostrando la riqueza de los bosques para el conjunto de la vida vegetal y animal: “Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que Él plantó. Allí anidan los pájaros, en su cima pone casa la cigüeña. Los riscos son para las cabras y las peñas, madrigueras de tejones” (Sal 104,16-18). Otro poeta bíblico se admira al ver que “rezuman los pastos del páramo y las colinas se orlan de alegría” (Sal 65,13). Ahora bien, este sueño y promesa divina, que se ofrecen para el conjunto de la humanidad y para la creación toda, también se concretan para cada una de las personas: “El honrado florecerá como palmera, se elevará como cedro del Líbano, plantado en la casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios. En la vejez seguirá dando fruto, y estará lozano y frondoso” (Sal 92,13-15). El hombre prudente “será como árbol plantado junto a acequias, que da fruto en su sazón, y su follaje no se marchita; todo cuanto hace prospera” (Sal 1,3). La degradación Desgraciadamente, el sueño divino se ha visto truncado y menoscabado por el pecado humano, por caprichos veleidosos, por el egoísmo convulsivo, por la tendencia a apropiarse de lo que es común, por una dinámica de depredación y devastación de la casa común. El creyente percibe la fuerza de este deterioro, como señala el profeta Nahún: “Ruge contra el mar y lo seca y evapora todos los ríos; aridecen el Basán y el Carmelo y se marchita la flor del Líbano. Las montañas tiemblan ante él, los collados se estremecen” (Nah 1,4-5). Por su parte, Miqueas vincula el arrasamiento forestal con la responsabilidad humana, cuando indica que “la tierra se convertirá en un desierto por culpa de sus habitantes y como pago de sus malas acciones” (Miq 7,13). En otras ocasiones, el salmista grita a Dios al constatar cómo se resquebraja su armónica creación: “¿Por qué has abierto brecha en su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” (Sal 80,13-14). Esta imagen de la viña nos es bien conocida gracias al profeta Isaías, que la emplea para hablar de la relación de Dios con su pueblo, de su cuidado y su castigo corrector. “Y ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su cerca para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella” (Is 5,5-6). La restauración Pero no es este el final de la historia. Dios es fiel y nunca abandona a su pueblo ni se despreocupa de su creación. Así, por ejemplo, el mismo Isaías anuncia la restauración del pueblo, el anhelado regreso a la tierra prometida tras los años de destierro: “Brotará agua en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial. En la guarida donde moran los chacales verdeará la caña y el junco” (Is 35,6-7). En el último libro de la Biblia recuperamos la permanente promesa divina, que sigue actualizando el sueño primigenio del Señor: “Me mostró un río de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son medicinales para las naciones” (Ap 22,1-2). Lo que se dice para el pueblo en su conjunto, para la humanidad entera y para la creación como tal, se afirma igualmente para cada persona en particular. Lo atestigua sin rodeos el salmista cuando advierte que el Señor “me hace recostar en verdes praderas; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (Sal 23,2-3). De nuevo, es el profeta Isaías quien indica cómo, al volver al plan de Dios, somos restaurados y, así, quedamos habilitados para restaurar: “Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña, reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre los cimientos de antaño; te llamarán tapiador de brechas, restaurador de casas en ruinas” (Is 58,11-12). De cara a la Semana Santa Nos hallamos en el tramo final de la Cuaresma y, por tanto, a las puertas de la Semana Santa. Esta comenzará el Domingo de Ramos, entre palmas que abren paso al Señor (Mc 11,8). Evocaremos esos días también las palabras de Jesús a propósito de la higuera estéril (Mc 11,12-14) o del leño verde y el leño seco (Lc 23,31). Nos acercaremos al Árbol de la Cruz y ante él nos detendremos para fijar ahí la mirada (cf. Jn 3,13-14). Y, una vez más, el Señor Resucitado saldrá a nuestro encuentro en el Huerto (Jn 20,15). Todo nos invita a dar cada vez un mayor espacio en nuestro interior a la Palabra de Dios, a la plegaria sincera, al silencio meditativo, al examen de conciencia, al ejercicio de la caridad sin fisuras, de manera que este tiempo sea una verdadera restauración para cada uno de nosotros, en todas nuestras relaciones sociales, con las demás criaturas, con la creación y con el Creador. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Jue 29 Ago 2019

Iglesia se pronuncia ante desastres ambientales y sociales en la Amazonía

En medio de los vastos incendios que azotan la Amazonía y ante la crisis ambiental en el mundo, la Iglesia colombiana expresa su preocupación por “esta grave tragedia” y piden el “compromiso solidario de todos los gobiernos del mundo, pues la crisis ecológica y el cambio climático son amenazas graves para la casa común”. En un comunicado, los obispos hacen un llamado a la comunidad internacional, regional y nacional a “aunar esfuerzos a fin de frenar y prevenir la devastación y la degradación ambiental en la Amazonía”. Invitan a ver esta problemática de manera global y no territorial, considerando la solución desde un enfoque humano y social, “desde los fundamentos de la ecología integral”. “Hay que garantizar, además, el nivel de vida digno para los habitantes de la Amazonía, logrando que se involucren como actores y socios en el cuidado y protección del amplio bioma amazónico”. En su mensaje los prelados evidencian el grave daño que se le está causando, en el caso de Colombia, al extenso y rico territorio de la Amazonía por causa de la deforestación y expresan su cercanía a todas las comunidades que se están viendo afectadas por la destrucción del ecosistema. "Una vez más expresamos nuestro dolor y acompañamos con nuestra solidaridad a los hermanos de los departamentos de Amazonas, Cauca, Caquetá, Guainía, Guaviare, Meta, Putumayo, Vaupés y Vichada, quienes son testigos impotentes de los abusos de quienes buscan su enriquecimiento particular desde la explotación ambiental de estas tierras (…) El cuidado de la Amazonía será viable en la medida que sintamos como hermanos a sus pobladores", puntualizaron. [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar comunicado[/icon]

Vie 28 Jun 2019

Establecer hábitats de fe

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Saludo de Paz y Bien a todos mis hermanos en la fe. Me dirijo a todos, pero especialmente a ustedes queridos sacerdotes, a quienes invito a ser los primeros interesados en motivar el crecimiento en la fe y en la oración a nuestras comunidades. El Papa Benedicto XVI, nos pide con urgencia, que, en la actualidad, frente a la cultura de lo fácil y de la falta de compromisos estables y duraderos, se establezcan hábitats de fe. “En unecosistema, elhábitates el lugar donde vive lacomunidad”. La Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG11). Así las cosas es necesario entender que la Eucaristía es indispensable para un cristiano – católico. La Eucaristía es el hábitat normal donde cada cristiano – católico debe vivir, porque la Eucaristía es la presencia del mismo Dios y Señor manifestado en la persona de Jesucristo. Dice la Palabra: “Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Hizo lo mismo con la copa después de cenar, diciendo: Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada por ustedes” (Lc 22,19-20). Con fe firme creemos y confesamos que Jesús, el Señor, está presente en el Santísimo Sacramento del Altar y por ello, la Iglesia, sabiendo que la Eucaristía es el mismo Dios que se nos da, nos invita a adorar, contemplar y venerar la Santísima Eucaristía, acto de piedad y de amor que nos convoca a crear un hábitat eucarístico, a crecer en la virtud de la oración y a comunicar nuestra caridad a los hermanos como consecuencia de nuestra entrega a Dios amor. Para la Iglesia siempre ha sido de gran preocupación la santidad de sus ministros; por eso, el mismo Papa Benedicto XVI, en el año 2009, convocó para que el día de la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón, se dedicará una especial oración por la santificación de los sacerdotes. Aprovecho esta oportunidad para invitar de una manera fraterna, afectuosa y reiterada para que juntos, como comunidad de fe y amor, nos sintamos todos llamados a orar sin cesar por la santidad de los sacerdotes de nuestra querida diócesis de Florencia. La propuesta es la siguiente: En la fiesta litúrgica del Sagrado corazón, cada año, tengamos la intención particular de orar por los sacerdotes, pidiendo a Dios la santidad para cada uno. Cada primer Viernes, después de la Santa Misa de las 6.30 AM, en la capilla de la comunidad de las Clarisas, se exponga el Santísimo, para la adoración y que permanezca abierta hasta las 5.00 PM, hora en que se dará la bendición y ojalá en algunas horas del día, algunos sacerdotes puedan estar allí, para ofrecer, a quienes lo deseen, el sacramento de la penitencia. Que se exponga el Santísimo Cuerpo de Cristo, en todos los templos parroquiales, todos los primeros viernes de cada mes, después de la Santa Misa de la noche, hasta las 9.00 PM, y se motive para que la comunidad ore por la santidad del clero, oración que invito, se haga en completo silencio, de tal manera que se propicie un encuentro y un diálogo personal con el Señor. Queridos hermanos, que Dios todopoderoso, los bendiga y acompañe; el corazón Inmaculado de María los acompañe con su Santa y agraciada presencia. “La santidad de los sacerdotes es signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo” (Benedicto XVI) + Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Mié 26 Jun 2019

Preparemos el sínodo estudiando ‘Laudato si’ (I)

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Los grandes problemas que golpean nuestra casa común.De camino hacia el próximo sínodo panamazónico que tendrá lugar en octubre, entremos al primer capítulo de la Encíclica Laudato Si (Alabado seas). Con el título “Lo que le está pasando a nuestra casa”, el Santo Padre aborda los factores principales que están complicando el frágil equilibrio de nuestro planeta. 1. Contaminación y cambio climático (nn. 17-26) En primer lugar, el Papa Francisco recuerda aquellas múltiples formas de contaminación que afectan todos los días al planeta, y consecuentemente a todos los seres vivos, afectando su salud y supervivencia, particularmente de los más vulnerables (entre los cuales debemos contar millones de seres humanos). El humo generado por los combustibles fósiles usados para la cocina, la calefacción, el transporte, la industria; las sustancias que hacen más ácido los suelos y las aguas; los fertilizantes y fungicidas; los residuos que diariamente producimos, son parte del inmenso impacto que está contribuyendo al deterioro progresivo de nuestro planeta. Para el Papa Francisco, «estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura» (LS, n. 22). Ante esto, invita a tener como ejemplo el funcionamiento de los ecosistemas, cuya cadena no deja nada al desperdicio, sino que todo es aprovechado por todos. En este punto se debería trabajar más para reducir el impacto de la contaminación en el rápido deterioro del clima. Y como el efecto de su cambio es global, el Papa afirma que este es un bien común que debe comprometer a todos. 2. La cuestión del agua (nn. 27-31) El segundo factor crítico que preocupa sobre la casa común es el del agua. Sobre el particular, el Papa afirma que «ahora en muchos lugares la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo tiempo»; en efecto, menciona las grandes ciudades que se ven sometidas a racionamientos como consecuencia de esto, al igual que la contradicción de países con abundante agua pero que padecen grave escasez. También llama el Papa la atención sobre problemas ligados al agua: «el de la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días»; las enfermedades relacionadas con el agua; la contaminación de fuentes hídricas por las actividades extractivas, agrícolas e industriales, así como los detergentes y productos químicos que usa la población. Resalta el hecho de que en algunos lugares se da la tendencia a privatizar el uso del agua. Ante esto, recuerda el Papa que «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal». 3. Pérdida de biodiversidad (nn. 32-42) Para el Santo Padre, la depredación de que están siendo objeto los recursos de la tierra, y la consecuente pérdida de selvas y bosques, así como de innumerables especies, es algo de urgente atención, pues además de la ya trágica realidad de la extinción que muchas de estas enfrentan, está comprometer seriamente hacia el futuro «recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios». El Papa llama la atención sobre la causa de la desaparición de tantas especies: la acción humana. Frente a este drama, el Papa Francisco es contundente: «No tenemos derecho». Y dice: «Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre». Ante esta tragedia, el Papa invita a ir «más allá de lo inmediato», por un afán meramente de lucro financiero y hace caer en la cuenta de que «el costo de los daños que se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener». Del mismo modo, convoca a prestar especial atención a algunos lugares del planeta, dada su enorme importancia para el ecosistema mundial, entre ellos la Amazonia, la cuenca fluvial del Congo, los grandes acuíferos y los glaciares, entre otros. 4. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social (nn. 43-47) Para el Papa Francisco, la degradación ambiental, el actual modelo de desarrollo y la cultura del descarte, están teniendo un impacto catastrófico para los seres humanos. Y menciona el crecimiento desmedido y ordenado de las ciudades; la privatización de espacios que restringe el acceso a zonas de particular belleza para disfrute de unos pocos, mientras se descuidan los espacios para la mayoría. Incluso las dinámicas del mundo digital se vuelven una amenaza, cuando desconectan a la gente, dificultando la construcción de relaciones interpersonales más profundas y duraderas. 5. Inequidad planetaria (nn. 48-52) En este punto, el Santo Padre deja clara la mutua dependencia entre el ambiente humano y el ambiente natural. Al respecto, afirma que «no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social». Y de esto, la inequidad, el olvido de las personas más vulnerables es un punto crítico, pues los más graves efectos de los problemas ambientales los sufre la gente más pobre. Llama el Papa a considerar que “los excluidos” son la mayor parte, miles de millones de personas. Por ello plantea la necesidad de «reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres». 6. La debilidad de las reacciones (nn. 53-59) Y si los problemas que afectan nuestra casa común son grandes y su impacto crece con rapidez, el Santo Padre pone de presente que otro factor crítico es justamente las reacciones débiles y que no van al mismo ritmo del progresivo deterioro ambiental. Ante esta debilidad de la reacción política internacional, el Papa, desde la convicción de que «estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que el soñó al crearlo», propone impulsar una cultura que sea capaz de enfrentar la crisis; construir liderazgos que marquen caminos y crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas. Además, reconoce que «hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para que no se vean afectados sus proyectos». 7. Diversidad de opiniones (nn. 60-61) El Papa Francisco evidencia, como último factor crítico en la problemática ambiental, las posiciones tan diversas, contrarias y contradictorias entre sí, que enrarecen cualquier diálogo o acuerdo para enfrentar las crisis. Mientras por un lado algunos se minimiza la situación ambiental, los cuales se podrán resolver con soluciones simples y no de fondo, además sin ningún referente ético, por otra parte, están quienes ven al hombre como una amenaza indefectible para el ecosistema, por lo cual la única solución es reducir la presencia humana en el planeta. Y aunque la solución no es unívoca, el Papa propone identificar posibles escenarios futuros. Además, recomienda tener actitud de apertura y de escucha para generar espacios de diálogo y entendimiento honesto que busque salidas al problema. Esto es urgente, pues «hay regiones que ya están especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista». + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali

Lun 6 Mayo 2019

Especiales Pastoral Social: Indígenas del Vaupés cuidan la casa común

Acompañados por la Iglesia Católica, los pueblos indígenas asentados en el Vaupés realizan valiosos esfuerzos por preservar su cultura, mejorar sus prácticas agrícolas y hacer valer sus derechos frente a los peligros que la minería a gran escala produce en el territorio y su modo de vida. Estos son algunos aspectos centrales del reportaje Mitú: Resguardando la casa común que presenta el Secretariado Nacional de Pastoral Social en su plataforma ‘Especiales Pastoral Social’. En esta historia también se destaca la fuerte conexión que existe entre los indígenas y el territorio y cómo cualquier daño a este ecosistema puede afectar gravemente su presencia. Otro aspecto que se destaca es la implementación de prácticas agrícolas más sustentables para la supervivencia de los pueblos indígenas como la apuesta por la tradicional chagra, pero sin quema. Así también, aprovechando que en estos pueblos todavía se preserva la lengua, danzas, gastronomía y otras prácticas culturales, el reportaje muestra cómo los indígenas construyen planes de vida que les permite preservar su legado cultural y proyectarse hacia el futuro. Todas estas acciones son acompañadas por la Iglesia Católica a través del Vicariato Apostólico de Mitú y la Pastoral Social.