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obispo de cúcuta

Mié 22 Feb 2023

Caminemos juntos con el Proceso Evangelizador de la Iglesia

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Jesús cuando convocó a sus discípulos en Galilea, les encomendó la tarea evangelizadora, haciendo que la Iglesia desde el principio se identifique con esta misión: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 16-20), recibiendo este mandato como su vocación esencial, porque “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (Evangelii nuntiandi #14). La Iglesia tiene el mandato de llevar a todo el mundo la Magnífica Noticia del acontecimiento que cambia la historia del ser humano y de la sociedad. Cada persona cuando recibe el anuncio de Jesucristo y responde con la conversión, que significa transformación de la propia vida en Cristo, renueva no solamente su vida personal, sino que todo el entorno donde vive comienza a ser iluminado por la gracia, porque el Reino de Dios llega con toda su fuerza para transformar el mundo: “El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). El mensaje es el mismo, pero los contextos cambian y por eso los desafíos para evangelizar necesitan evangelizadores con mucho fervor e ímpetu misionero, que sigamos sin desfallecer en la misión encomendada por Jesús, con la certeza que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (cfr. Mt 28, 20), de tal manera que, se nos pide ser instrumentos dóciles a la gracia de Dios, poniendo toda la confianza únicamente en Él y dejándonos iluminar cada día por el Espíritu Santo, que con sus dones, nos va capacitando para esta tarea que es de Dios, pues “no habrá nunca Evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75). La Iglesia siempre actúa con el poder del Espíritu Santo y se ha dejado renovar por Él. Toda la acción pastoral debe ser dócil a la moción y luz del Espíritu Santo, ya que es Él quien orienta y renueva la misión evangelizadora en la Iglesia. Para dejar obrar el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, es necesario asumir en serio el llamado a la conversión: “conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15), que significa el retorno a Dios, el cambio de mentalidad, es decir transformación de la vida en Cristo, hasta llegar a decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), dando testimonio de su proceso de conversión, afirmando: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21). En nuestra Diócesis de Cúcuta queremos dejarnos iluminar por el Espíritu Santo, siguiendo el Proceso Evangelizador que la Iglesia ha aplicado desde siempre para evangelizar. Somos conscientes del mandato de Jesús, de ir por todas partes a anunciar el Evangelio, y por eso queremos poner en práctica con la mayor fidelidad posible ese mandato misionero de Jesús, con la certeza que todo tiene que brotar de una oración constante, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, para poder tener el discernimiento suficiente que nos impulse al acompañamiento de todas las personas, para que puedan crecer en el fe, la esperanza y la caridad y perseveren en la gracia de Dios, siempre con la confianza puesta en Él. Siguiendo la enseñanza de la Iglesia en su magisterio, vamos a continuar con el desarrollo del Plan de Evangelización de la Diócesis de Cúcuta, inspirado en el proceso por el que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal manera que, impulsada por la caridad, impregna y transforma a toda la sociedad, dando testimonio entre las gentes de la nueva manera de vivir en Cristo, proclamando explícitamente el Evangelio mediante el primer anuncio que llama a la conversión; iniciando en la fe y la vida cristiana mediante la catequesis a los que se convierten a Jesucristo, alimentando la fe de los fieles mediante la Eucaristía y la caridad y suscitando permanentemente a la misión, anunciando a Jesucristo con palabras y obras (cfr. Directorio General para la Catequesis #48). De esa manera, en fidelidad a Jesucristo y la Iglesia, con renovado fervor pastoral y en salida misionera, nos disponemos a fortalecer el proceso evangelizador, que según lo sintetiza el Directorio General para la Catequesis del año 1997, “está estructurado en etapas o momentos esenciales: La acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequética para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos no son etapas cerradas, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad” (DGC 49, cfr. DGC, 2020, 31-35). Al avanzar en este nuevo año pastoral, los convoco para que “caminemos juntos”, dejándonos orientar por la luz del Espíritu Santo que ilumina nuestros pasos y nos saca de la oscuridad que deja el mal y como fruto del seguimiento de Cristo, alimentados por la Eucaristía, brote un caudal de caridad en nuestra Diócesis, que nos permita hacer presente el mandamiento del amor, que sea luz para muchos que viven en las tinieblas del pecado. Que nuestra caridad sea la voz de Dios para que muchas personas amen a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos. El camino para crecer y salvarse es vivir plenamente la vida de Jesucristo en la familia y en la parroquia. Hagamos de nuestras familias y ambientes parroquiales lugares de fe, esperanza y caridad que nos lleven a la salvación y que orienten la vida de muchas personas con la luz de Cristo que ilumina nuestra vida. En unión de oraciones, “caminemos juntos, renovando nuestra fe”. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 18 Ene 2023

“Yo no me preparo para un fin, sino para un encuentro”: Benedicto XVI

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - El Ministerio Petrino en la Iglesia Católica se fundamenta en el texto bíblico del Evangelio de san Mateo que enseña: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Con esta certeza que proporciona la Palabra de Dios, comprendemos que la misión que desempeña cada uno de los Pontífices de la Iglesia Católica, es una elección de Dios que responde a su voluntad y al plan de salvación para la humanidad. Como fieles bautizados, creyentes en Cristo, estuvimos unidos en oración desde el pasado 28 de diciembre, cuando conocimos la noticia que Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, experimentaba complicaciones en su salud. Después de su partida a la Casa del Padre, el sábado 31 de diciembre de 2022, queremos presentarles a los bautizados de la Diócesis de Cúcuta esta edición especial del Periódico La Verdad, como un homenaje de esta Iglesia Particular, a quien fue el sucesor de Pedro y Vicario de Cristo desde el año 2005 a 2013. Joseph Ratzinger sufrió los horrores y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, experiencia dolorosa, que le dio la fuerza interior y la luz necesaria para rechazar, desde su magisterio, el nazismo y todas las políticas que atentan contra la libertad y los derechos humanos. Decía en Auschwitz: “Hablar en este lugar de horror, cúmulo de crímenes contra Dios y contra los seres humanos sin igual en la historia resulta casi imposible. Es especialmente difícil y opresivo para un Papa que viene de Alemania”, lo que le permitió en su humildad como persona, ver de cerca la miseria humana causada por el pecado y el horror de la guerra, para enfrentarlos con decisión y claridad. Recordamos al Papa emérito Benedicto XVI, como un hombre de fe profunda, amor al estudio, dedicado a la academia y de gran producción intelectual, que aportó fe y doctrina en diversas etapas de su vida, dejándonos un legado del que todos nos beneficiamos, porque con su doctrina profundizamos más en la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Su experiencia cristiana, recibida desde el hogar y vivida con gran fervor, le llevó a entender la fe como un encuentro personal con Jesucristo que debe ser anunciado: “No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no se guarden a Cristo para ustedes mismos. Comuniquen a los demás la alegría de su fe. El mundo necesita el testimonio de su fe, necesita ciertamente a Dios” (Mensaje a la juventud en Madrid), enseñándonos que el cristiano no se prepara para un fin de la vida, sino que la fe en Jesucristo prepara al creyente para un encuentro con Él. La entrega y vocación que encarnó en su misión, fue un gran testimonio para la Iglesia, ya que desde muy joven recibió encargos de gran responsabilidad, que, aunque nunca los esperó, los ejerció con generosidad, serenidad y humildad, pero también con seriedad y determinación, mostrando con ello que su único deseo siempre fue ser “un humilde servidor de la viña del Señor”, como lo afirmó el día que fue elegido Papa en el año 2005. Inició su servicio prominente en la Iglesia como asesor teológico del Concilio Vaticano II, brillando por su grandeza intelectual. Posteriormente fue Arzobispo de Munich y Frisinga (Alemania); Cardenal, Prefecto para la Doctrina de la Fe y decano del Colegio Cardenalicio. A pesar de su admirable capacidad intelectual, su humildad era lo que más brillaba en su persona. Fue claro e íntegro en sus declaraciones, habló de forma certera, denunciando desde el Evangelio los terribles males que aquejaban en su momento al mundo y a la fe cristiana. Su humildad fue gracias a la indiscutible confianza en el Señor, haciendo en todo la voluntad de Dios, que guio su ministerio desde el momento de su ordenación sacerdotal en el año 1951. Para la Iglesia ha sido una gran pérdida, un hombre de fe, que, desde su servicio eclesial y la producción intelectual, contribuyó para que el Evangelio de Jesucristo fuera comprendido en los diversos ámbitos en los que se mueve el ser humano. Ahora, en la gloria de Dios, hemos ganado un intercesor que pedirá al Señor, para que la Iglesia, en salida misionera, continúe su misión anunciando a Jesucristo. El Señor en su gran bondad y proveyendo lo mejor para su Iglesia, concede para cada tiempo los pastores eximios a la altura de las exigencias de las épocas, y desde los carismas que el Espíritu Santo infunde en ellos, sirven oportunamente para seguir guiando la Iglesia, en medio de muchas tormentas que la intentan derrumbar. Damos gracias a Dios por la vida y testimonio de Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, y nos unimos en oración constante con toda la Iglesia Universal, para que esté gozando de la gloria de Dios que predicó con fe y que explicó con la razón a través de sus escritos. Pidamos al Señor que siga guiando a la Iglesia por caminos de fe, esperanza y caridad, de manera que todos nos sintamos protegidos por la gracia de Dios y así, caminemos juntos, en salida misionera, como hijos de Dios, en el Proceso Evangelizador de nuestra Diócesis, hasta que lleguemos un día a gozar de la plenitud de Dios en su gloria. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para que practicando la enseñanza que nos ha dejado el Papa emérito Benedicto XVI, podamos crecer en santidad y nos preparemos también nosotros un día no para un fin de nuestra vida, sino para un encuentro con el Señor. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 2 Dic 2022

Preparémonos para la venida del Señor

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Comenzamos un nuevo Año Litúrgico con el Tiempo de Adviento que posee una doble característica, en primer lugar, es el tiempo de preparación a la Navidad, solemnidad que conmemora la primera venida del Hijo de Dios en la carne, cuando Jesús se hace uno de nosotros, “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14); y es a su vez, el momento que hace que todos dirijamos la atención a esperar el segundo advenimiento de Cristo, un tiempo de esperanza, por la llegada del momento en que participaremos de la gloria de Dios, en el encuentro con el Señor cara a cara. Desde el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y el regreso al Padre en la gloriosa Ascensión al Cielo, tenemos la certeza que Él siempre está con nosotros y camina con nosotros, “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20). Esta certeza ha acompañado a la Iglesia a lo largo de toda su historia y en cada celebración de la Navidad, vuelve a resonar en nuestro corazón, al prepararnos paso a paso para la segunda venida del Señor. De la presencia permanente del Señor, debemos sacar un impulso renovado en la vida cristiana, con el deseo interior de caminar desde Cristo y con Cristo, en un proceso de conversión constante que es transformación de la vida en Él y que renovamos con alegría y fervor interior al comenzar este Tiempo de Adviento, como preparación para que Jesús siga naciendo en nuestro corazón. Todo el trabajo pastoral y la evangelización que realizamos a lo largo del año, tiene como objetivo hacer que Jesús se quede en el corazón de muchas personas, para que al celebrar su nacimiento en cada corazón, cada creyente tenga un nuevo nacimiento para tener la vida eterna, porque “el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 3), de tal manera que, el proyecto pastoral tiene a Jesucristo como centro a quien “hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (‘Novo Millennio Ineunte’ #29), que preparamos en este Tiempo de Adviento cantando con entusiasmo “ven Señor Jesús” (1 Cor 16, 20). El Hijo de Dios que se hizo hombre por amor al ser humano, sigue realizando su obra en nosotros, por eso tenemos que disponer el corazón para convertirnos en testigos de su gracia y también ser instrumentos de ese don para los demás. Prepararnos para celebrar la Navidad, es contemplar a Jesús que nos invita una vez más a ponernos en salida misionera: “Vayan pues y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). El mandato misionero nos introduce en el misterio mismo de la Encarnación, invitándonos a tener el fervor y el ardor para comunicar ese mensaje, así como lo hicieron los primeros cristianos. Para ello, tenemos la certeza que contamos con la fuerza del mismo Espíritu que fue enviado en Pentecostés y que nos entusiasma hoy a comunicar el mensaje de salvación, animados por la esperanza en Jesucristo que lo trasforma y lo renueva todo. Comenzamos un tiempo del año, en el que vamos a estar muy saturados por lo que el comercio ofrece para preparar la Navidad, que termina por opacar y desdibujar el verdadero sentido del Adviento como preparación para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Contemplemos en cada una de estas semanas a Jesús, que viene a salvarnos, abramos el corazón a la gracia de Dios y dispongámonos con un corazón limpio a celebrar este tiempo, como un momento de gracia para caminar con Cristo, siguiéndolo a Él que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva hasta el Padre (cf. Jn 14, 6). Por otra parte, este Tiempo de Adviento nos invita a detenernos desde el silencio del corazón a captar la presencia de Dios en nuestra vida y la importancia de la gracia de Dios que habita en nuestros corazones, que es luz para nuestras vidas que no todos perciben, pero que los cristianos reconocemos como la luz de Cristo que ilumina nuestros corazones. Tendremos muchas luces externas en este tiempo, que iluminan las calles y las casas, pero no dejemos apagar la luz de Jesucristo que quiere iluminar el camino de cada uno, para vivir caminando desde Cristo, sin las tinieblas del mal y del pecado. Como creyentes en Cristo, nosotros tenemos la misión de ser reflejo de la luz de Cristo, que iluminó la noche de Belén donde nació Jesús como “Luz del mundo” (Jn 8, 12) y nos pidió que fuéramos luz para los pueblos, “ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 14), cumpliendo el mandato misionero que será posible si nos abrimos a la gracia que nos trae este Tiempo de Adviento y nos hace hombres nuevos en Jesucristo Nuestro Señor, que está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28, 20), mientras que anhelamos la segunda venida del Señor. Que la Santísima Virgen María, Madre de la Esperanza y el glorioso Patriarca san José, custodio del Niño Jesús, alcancen del Señor la gracia de vivir este tiempo en la espera gozosa del Señor. Agradecidos, sigamos adelante. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Jue 24 Nov 2022

La caridad es la vocación cristiana

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Desde hace ya varios años el Papa Francisco nos ha convocado hacia el final del año litúrgico a celebrar una Jornada Mundial de los Pobres, con el propósito de sensibilizar a todos los cristianos, para que produzcan el fruto maduro de la fe y la esperanza en Jesucristo Nuestro Señor, en la manifestación de la caridad, que es el culmen de las virtudes cristianas y la puerta de entrada al Cielo. “Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme” (Mt 25, 34-36), concluyendo que cada vez que un cristiano hace esto por un hermano necesitado, lo está haciendo por el mismo Jesucristo. La caridad es una virtud que se cosecha en el corazón del cristiano que ama a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas, y con todo el ser, ama al prójimo como a sí mismo, sabiendo que en estos dos mandamientos está todo lo que necesita un creyente para salvarse (cf. Mt 22, 37-40), concluyendo con esta verdad que la caridad no es una acción social que pertenece a una organización de beneficencia, sino que es una expresión del amor de Dios que se hace presente a través de un creyente que ha entendido su compromiso cristiano en la comunidad de creyentes que es la Iglesia, que se deja guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Ga 5, 6). La caridad es la vocación que tiene el cristiano para mirar el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la herida del otro que está tirado en el camino y tenderle una mirada de amor, como manifestación del amor que viene de Dios. Jesús lo enseña en la parábola del “Buen samaritano”, cuando le responde al experto en la ley que le pregunta quién es el prójimo (cf. Lc 10, 30-36), invitándolo a hacer otro tanto, haciéndose prójimo del que sufre sin preguntar por su identidad política, social o religiosa. Así lo reitera el Papa Francisco en ‘Fratelli Tutti’: “La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia” (FT 80), invitándonos a todos a hacernos prójimos y a “dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera” (FT 80). Vivir la caridad cristiana no es un aprendizaje que se recibe en las academias donde se llena el cerebro de la ciencia humana, sino que es fruto de la fe en Dios que nos enseña a amar al prójimo con el corazón de Jesús, sin cálculos humanos, reconociendo al mismo Jesucristo en todos los que sufren, tal como nos lo ha enseñado en el Evangelio al hablar de la ayuda que damos a los demás (cf. Mt 25, 31-46), descubriendo que “para los cristianos, las palabras de Jesús implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido” (FT 85). De esta manera, entendemos que el cristiano tiene vocación a la caridad porque está en unión íntima con Dios, que lo mueve desde dentro a ser un instrumento en sus manos para realizar su obra con los que están caídos en el camino de la vida. La caridad nace de un cristiano contemplativo, que se pone de rodillas frente al Señor y allí encuentra la motivación más profunda para volverse prójimo del que sufre. El Papa Francisco expresa esta verdad cuando afirma: “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es ‘el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de la vida humana’” (FT 92), concluyendo que la caridad es posible en un cristiano que se relaciona con Dios a través de la oración y que se mantiene en la gracia y en la paz del Señor y la transmite a los que están en su entorno. En todos los ambientes sociales queremos la paz y hacemos cálculos humanos para tenerla, llegando a convertirla en un negocio mezquino, olvidando que la paz es un don de Dios que brota de la caridad y desde la caridad, que es amor de entrega total se puede lograr que el corazón del hombre se transforme y transforme la sociedad, ya que “la caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos” (FT 183), de tal manera que la caridad no es solamente el centro de todas las virtudes, sino que es también “el corazón de toda vida social sana y abierta” (FT 184). Con esto entendemos que la caridad va mucho más allá de una jornada en la que servimos a los pobres. La caridad es el sello del cristiano y está todo el tiempo en el corazón. La caridad es la manera de ser del cristiano, que en el camino de la vida se agacha a sanar las heridas de quien está caído en el camino de la vida. Sigamos adelante construyendo juntos un mundo nuevo y mejor desde la caridad, que es el amor de Dios que se hace presencia a través de cada uno de los cristianos, que peregrinamos en la santa Iglesia de Dios, hasta llegar un día a la salvación eterna. Que la Santísima Virgen María, madre de la caridad y el glorioso Patriarca san José, custodien la fe y esperanza en nosotros, que produce el fruto maduro de la caridad y agradecidos, sigamos adelante. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 24 Oct 2022

Evangelizar a los que están lejos

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en este mes de octubre dedicado en la Iglesia a la oración, reflexión y ayuda a las misiones en todo el mundo y sobre todo, a tomar conciencia de la tarea evangelizadora de la Iglesia y de cada uno de los bautizados, en muchos ambientes y sectores que están físicamente cerca de nosotros, pero viven muy lejos de Dios y de su Palabra de Salvación. Ya el tiempo donde todos en la familia eran creyentes con fe firme, está pasando, y estamos en una época donde muchos recibieron el bautismo, pero en lo que se refiere a la fe, son indiferentes e incluso, rechazan abiertamente a Jesús. El Papa Pablo VI, en su momento, así lo percibía cuando afirmó: “aunque el primer anuncio va dirigido de modo específico a quienes nunca han escuchado la Buena Nueva de Jesús o a los niños, se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de la vida cristiana” (‘Evangelii Nuntian¬di’ #52). Esta realidad descrita por el Papa Pablo VI, es un fenómeno común en las nuevas generaciones de muchas de las familias creyentes y por esta razón, el Papa Francisco vuelve a retomar el tema cuando llama a evangelizar en todos los ámbitos, sin descuidar la pastoral ordinaria que se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios. Es necesario reconocer el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo y también hace el llamado a proclamar el Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado (cf. ‘Evangelii Gaudium’ #14), recordando que “los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG 14). La preocupación de toda la Iglesia, pastores y fieles, a lo largo de los siglos ha sido anunciar el Evangelio a los que están alejados de Cristo y por eso, en una época se identificaban los alejados con quienes habitaban fuera de las fronteras de nuestro entorno y existía una vocación misionera para atender directamente a esos hermanos nuestros. Pero hoy la realidad de los alejados está presente en nuestro territorio, en nuestra Diócesis, en las periferias y en el centro de nuestra ciudad, en la parte urbana y en el campo. Por ello, retomamos como propio el llamado del Papa Francisco cuando nos dice que “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15), de tal manera que, lo tenemos que hacer presente con la salida misionera a la que estamos convocados todos los creyentes. La salida misionera es el camino adecuado en este momento de nuestra historia para volver a traer al redil de la Iglesia a la oveja perdida. Jesús en el Evangelio nos da el testimonio del Pastor bueno que sale a buscar una oveja perdida, dejando las noventa y nueve en el redil (cf. Lc 15, 4-6), hoy tenemos que retomar la salida misionera para ir en busca de las noventa y nueve, dejando una en nuestro redil. Si no lo hacemos entre todos, corremos el riesgo de dejar a todo el pueblo de Dios a la deriva, con la conciencia que “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20), periferias que vemos avanzar en nuestra ciudad, no solamente por la limitación física de los recursos de muchas personas, sino por el vacío en la fe que padecen muchas personas que son nuestros vecinos y cercanos. Recordemos que los discípulos que se reunieron en torno a Jesús y que salieron a predicar con Él, no tenían un lugar para permanecer, porque “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20); siempre fueron itinerantes, siempre estaban en misión de un lugar para otro y así nació la Iglesia, en camino, en salida misionera. El Papa Francisco nos recuerda esta verdad cuando afirma: “La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (EG 23). La Iglesia comunidad de creyentes en su tarea evangelizadora tiene el mandato de la salida misionera. En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos disponibles a cumplir con esta tarea, siendo comunidad de discípulos misioneros que nos involucramos y acompañamos a todos y les entregamos con gozo el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Que la Santísima Virgen María, Estrella de la evangelización y el glorioso Patriarca san José, fiel custodio de la fe, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, el fervor pastoral, para estar siempre en salida misionera. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 20 Jul 2022

¡Este es el Sacramento de nuestra fe!

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Cada vez que celebramos la Eucaristía hacemos profesión de fe en este admirable sacra­mento, que es Jesucristo presente en el altar para alimentarnos con su Cuerpo y con su Sangre y fortale­cernos en el camino de la vida en esta tierra y abrirnos la puerta del Cielo en la eternidad, “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 54), de tal mane­ra que la Eucaristía tiene que ocu­par un lugar central en nuestra vida cristiana. Así lo enseñó el Concilio Vaticano II cuando afirmó que “la Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana” (LG 11) y “fuente y cima de toda evangeli­zación” (PO 5), de tal manera que no tenemos que esperar milagros o manifestaciones extraordinarias en nuestra vida de fe, porque en la Eucaristía tenemos al que es todo, a Jesucristo nuestro Señor, tal como nos lo ha enseñado el Concilio: “La Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (PO 5). Jesucristo en persona se hace pre­sencia real en la Eucaristía cum­pliendo lo anunciado en el Evan­gelio, “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20), de tal manera que la presencia eucarística es certeza sacramental de que Cris­to, el Salvador, está presente en la vida de cada uno, guía los pasos de cada creyente y acompaña la vida en las luchas, dolores e incertidumbres y también en los momentos de ale­gría y entusiasmo, para que vivamos la propia historia como una historia de salvación, con una fe profunda que culmina en el permanecer con Cristo, como respuesta a la súplica confiada en la oración que los dis­cípulos de Emaús nos han enseña­do para implorar que Jesús habite en nuestro corazón: “Quédate con nosotros Señor” (Lc 24, 29), supli­cando que se quede en nuestro ho­gar, en los ambientes de trabajo y en la sociedad tan golpeada por tantos males y pecados que la dividen y la destruyen. El camino de nuestra fe fortalecido con el sacramento de la Eucaristía, nos debe llevar a una experiencia profunda de amor, porque la Eucaris­tía es escuela de ca­ridad, de perdón y reconciliación, in­dispensable en los momentos actuales, cuando la humanidad está desgarrada por odios, violencias, re­sentimientos, rencores y venganzas, que están destruyendo y dividiendo la vida de las personas, de las fami­lias y de la sociedad, que se percibe desmoronada y abatida por la falta de Dios en el corazón de cada per­sona que deja entrar toda clase de males. Frente a tantas incertidumbres y di­ficultades que pretenden desanimar a quienes trabajan por el estableci­miento del bien y de la caridad entre los pueblos, es necesario que brille la esperanza cristiana, que necesa­riamente tendrá que brotar de la Eu­caristía, que cura todas las heridas provocadas por el mal y el pecado que se arraiga en la vida personal y social, que sana la desesperación en la que podemos caer, frente a tanto mal y violencia en el mundo y en nuestra región, donde la vida huma­na es pisoteada y destruida y el ser humano manipulado por todas las formas de mal que quieren arraigar­se en la sociedad. Frente a este panorama tenemos la certeza que nos da la fe, que la Eucaristía es forma superior de oración que ilumina la historia per­sonal como historia de salvación, donde Dios está siempre presente y al centro de cada combate humano, cristiano y espiritual. La Eucaristía tal como la presenta la liturgia de la Iglesia es oración de alabanza, ado­ración, profesión de fe, invocación, exaltación de las maravillas de Dios, petición y súplica de perdón, ofrenda de la propia existencia, intercesión ferviente por la Iglesia, por la humanidad y las ne­cesidades de todos. Todo está en la Euca­ristía, especialmente en la plegaria eucarística donde se concentra el poder total de la oración. Esta realidad que vivimos en torno a la Eucaristía se lleva a plenitud en la comunidad de los hijos de Dios, que es la Iglesia, de tal manera que como dice el Concilio “ninguna comuni­dad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la Santísima Eucaristía” (LG 11), realidad que ha profundizado san Juan Pablo II cuando nos ha enseñado que “la Iglesia vive de la Eucaristía” añadiendo además que “esta verdad encierra el núcleo del misterio de la Iglesia (Ecclesia de Eucharistia 1), que es misterio de comunión, pues la “Eucaristía crea comunión y educa a la comunión” (Ibid 40), que debe ser interna por la disposición interior a la gracia, y externa, incluyendo el decoro y el respeto por la celebración de la Eucaristía, con las normas litúrgicas propuestas por la Iglesia, para forta­lecer el sacramento de la fe en cada creyente. Al participar en la Eucaristía que­damos con el compromiso de ir en salida misionera a comunicar a Jesucristo presente en el Santí­simo Sacramento, siendo testigos de la misericordia del Padre para con nosotros y convirtiéndonos en instrumentos del perdón hacia los demás, para vivir perdonados y re­conciliados, con apertura a recibir el don de la paz que el Señor nos trae en cada Eucaristía y de esa ma­nera salir de la Santa Misa con la misión de sembrar amor donde haya odio, perdón donde haya injuria, fe donde haya duda, esperanza donde haya desesperación, luz donde haya oscuridad, alegría donde haya tris­tezas; para vivir en un mundo más unido y en paz, donde todos seamos instrumentos de comunión, para gloria de Dios y salvación nuestra y del mundo entero. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesa­rias, para reconocerlo en la Santa Eucaristía, que es el ¡Sacramento de nuestra fe! En unión de oraciones, sigamos adelante. Reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 23 Mayo 2022

La paternidad y maternidad: vocación a custodiar la vida

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - En el mes de mayo veneramos de manera especial a la Santí­sima Virgen María, Madre del Niño Jesús y con Ella celebramos con alegría la misión de las madres, que han permitido la vida de sus hi­jos, protegiendo, defendiendo y cus­todiando la vida humana en todas sus etapas. Asistimos a un momen­to histórico en el que la maternidad llega a considerarse un obstáculo para la realización de la mujer, sin embargo, es exactamente lo contra­rio, la maternidad es una vocación que viene del Señor, con la misión de custodiar la vida humana como regalo de Dios. En este orden de ideas, celebrar el día de la madre es reconocer una vocación y una misión que está ins­crita por Dios en el corazón de cada mujer y que realiza plenamente con la vocación y misión del padre, que a ejemplo de San José custodia la vida del nuevo ser que se gesta en el seno materno. El Papa Francisco así lo expresó en Amoris Laetitia cuan­do dijo: “Todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y ar­moniosa. Respetar la dignidad de un niño significa afirmar su nece­sidad y derecho natural a una ma­dre y a un padre” (AL 172). Cada mujer ha recibido de Dios la vocación de acoger la vida, abrazar­la, protegerla, darla a luz, alimentar­la, sostenerla, acompañarla y de esa manera realizar su vida como mujer y madre, que descubre la belleza del nuevo ser humano que va crecien­do y desarrollando su ser de manera integral, con la ayuda, la compañía y la custodia del padre, que da al hijo la capacidad de enfrentarse al mundo. De esa manera paternidad y maternidad se complementan y aportan al crecimien­to y desarrollo de la vida humana. Así lo expresa el Papa Fran­cisco cuando afirma: “La madre, que ampara al niño con su ternura y compa­sión, le ayuda a des­pertar la confianza, a experimentar que el mundo es un lu­gar bueno que lo recibe, y esto per­mite desarrollar una autoestima que favorece la capacidad de intimidad y la empatía. La fi­gura paterna, por otra parte, ayuda a perci­bir los límites de la realidad, y se caracte­riza más por la orientación, por la salida hacia el mundo más amplio y desafiante, por la invitación al esfuerzo y a la lucha” (AL 175). Paternidad y maternidad hacen par­te de la vocación y misión del ser humano para conformar familia y para generar la vida humana, que se recibe en el hogar como don de Dios y que hay que respetar, custodiar, proteger y cuidar en todas las etapas de la existencia del ser humano. El cuidado paterno es tan importante como el materno y juntos contribu­yen al desarrollo armónico del niño. Así lo expresa el Papa Francisco: “Un padre con clara y feliz iden­tidad masculina, que a su vez combine en su trato con la mujer el afecto y la protec­ción, es tan necesario como los cuidados maternos. Hay roles y tareas flexibles, que se adaptan a las cir­cunstancias concretas de cada familia, pero la presencia clara y bien definida de las dos figuras, femeni­na y masculina, crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño” (AL 175). De todo esto se desprende que la familia tal como Dios la quiso des­de el principio, un padre, una madre y unos hijos, con­tribuye a construir persona y socie­dad en armonía y equilibrio, dando a cada nuevo ser lo suficiente para su crecimiento y desarrollo sano, que permita en un futuro relacionarse con Dios, consi­go mismo, con los demás y con el mundo que lo rodea de manera sana y estable. Esto constituye un reconocimien­to de la paternidad y la maternidad como una contribución a la forma­ción de la sociedad, porque “una sociedad sin madres sería una so­ciedad inhumana, porque la ma­dres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza mo­ral” (AL 174), pero una sociedad sin padres, sería carente de tenaci­dad y capacidad para la lucha; un matrimonio sin hijos, sería como un jardín sin flores, porque “el amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal no se agota dentro de la pareja. Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de si mismos la realidad del hijo, refle­jo viviente de su amor, signo per­manente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del pa­dre y de la madre” (AL 165). Estamos llamados a fortalecer la fa­milia como célula fundamental de la sociedad y como Iglesia doméstica, donde se genera, se protege, se de­fiende y se custodia la vida humana. “La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios” (AL 166). Que al celebrar en este mes de mayo a la Santísima Virgen María y al glorioso Patriarca san José, poda­mos reconocer la paternidad y la maternidad como una vocación y misión para custodiar la vida huma­na en todas las etapas. Que a ejemplo del hogar de Naza­ret, podamos fortalecer nuestras familias con vocación a la genera­ción y acogida de la vida, que ayuda a fortalecer la fe, la esperanza y la caridad, en el ejercicio de nuestra vocación y misión. En unión de oraciones, sigamos adelante. Reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 28 Mar 2022

San José, maestro de la escucha

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Hemos celebrado la solem­nidad de san José, patrono de la Iglesia Universal, de nuestra Diócesis y de varias ins­tituciones de nuestra Iglesia Par­ticular. Son muchas las virtudes que hemos reflexionado sobre la figura de san José, pero en este momento lo vamos a considerar como maestro de la escucha. San José escuchó todo lo que Dios le pedía y en el silencio de su vida lo pudo realizar, en una acti­tud obediente a la voluntad de Dios. El Evangelio nos presenta a san José en silencio, sin embar­go, toda su vida es una escucha atenta de la llamada del Señor, con corazón abierto y disponible para todo lo que Dios le pide. San José escuchando en silencio supo contemplar el misterio del plan de Dios, que se hizo hombre como nosotros, para perdonarnos y lle­varnos a la vida eterna. El Papa Francisco ha convocado a la Iglesia Universal a participar del sínodo, que tiene como lema: “Por una Iglesia sinodal: comu­nión, participación y misión”, haciendo énfasis en la necesidad de la escucha de unos para con otros, realidad tan difícil de con­cretizar en una sociedad del ruido, de los afanes, del individualismo y la ansiedad, que impide arrodi­llarse en silencio a escuchar; en primer lugar, la Palabra de Dios que nos guía, nos orienta y nos ilumina, pero también escuchar al otro, que necesita una escucha atenta, compasiva y misericordio­sa, capaz de mirar el dolor ajeno y hacerlo propio. Escuchar significa hospedar al otro en el propio co­razón, y por eso la escucha es una puesta en práctica de la caridad, es la obra de caridad más necesa­ria, sencilla y eficaz en el momen­to presente. El ambiente familiar hoy necesita muchos espacios de escucha, el esposo que escuche a la esposa, la esposa que escuche al esposo, y como padres escuchen a los hijos, estos también escuchen a sus pa­dres y juntos escuchen al Espíritu Santo, para descubrir entre todos la voluntad de Dios, de tal mane­ra que en el hogar no prevalece el que más grite, maltrate o alce la voz, sino quien sea capaz de permanecer en silencio escuchan­do al otro, sin pedir muchas razones y explicaciones, sino hospedando al próji­mo en la propia vida, para compartir juntos las alegrías y las tris­tezas, los aciertos y desaciertos del diario vivir. San José con una fe firme nos en­seña a escuchar la voz de Dios, con la disposición de la obedien­cia a su voluntad y con gran doci­lidad, a su Palabra. La misión que se le confiaba no era fácil de en­tender en el momento, sin embar­go, con la simplicidad de su vida interior, supo contemplar al Señor y obedecer sus mandatos desde una vida silenciosa. San José que vivió en silencio fue el primero en escuchar la Palabra. Al respecto San Juan Pablo II en ‘Redempto­ris Custos’ (Custodio del Reden­tor) afirma: “El clima de silencio que acompaña a todo cuanto concierne a la figura de José se extiende también a su trabajo de carpintero en su casa de Nazaret. Se trata de un silencio que revela de manera especial el perfil in­terior de esta figura. Los Evan­gelios hablan exclusivamente de lo que José ‘hizo’, pero permite descubrir en estas ‘acciones’, envueltas en el silencio, un clima de profunda contemplación del misterio de Dios” (RC 25). Este silencio es contemplativo del misterio de Dios, que como luz ilumina a todo ser humano, por eso san José habló más con el si­lencio que con las palabras, él que conoce su misión, la cumple totalmente y está completamen­te atento y presente para hacer la volun­tad de Dios, en una actitud de obedien­cia sin límites. San José el hombre de la fe, de la disponibili­dad, de la obedien­cia y de la entrega de sí mismo para realizar los pla­nes de Dios y servir a la humani­dad, es modelo en nuestro camino de vida cristiana y en mostrar con el ejemplo de vida el Evangelio a todos los que nos encontramos ca­minando juntos en la misión que cumplimos. Desde el primado de la Gracia de Dios y de la vida interior en cada uno, san José enseña la sumisión a Dios, como disponibilidad para dedicar la vida de tiempo com­pleto a las cosas que se refieren al servicio del Señor, logrando ha­cer su voluntad, desde el ejercicio piadoso y devoto a las cosas del Padre Celestial, que ocupaban el tiempo del niño Jesús, desde que estaba en el templo en medio de los doctores de la ley escuchándo­los y haciéndoles preguntas (Cf. Lc 2, 46 - 49). Ser cristiano hoy teniendo como modelo a san José, es vivir la fe sin buscar protagonismos, vivir la esperanza con la confianza pues­ta en Dios, aún en los momentos de dolor, saber estar como Ma­ría al pie de la Cruz, esperando la promesa de la salvación y vi­vir en cada momento la caridad como amor total a Dios, en quien vivimos, nos movemos y existi­mos, también amando al prójimo en una entrega de total donación y escucha, sobre todo a los más pobres, sencillos y humildes que están frente a nosotros. La Iglesia siempre ha mirado a María y a José como modelos y patronos, reconociendo que ellos, no sólo merecieron el honor de ser llamados a formar la familia en la que el salvador del mundo quiso nacer, sino que son el signo de la familia que Él ha querido reunir; la Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. Que la contemplación de la figura de san José nos ayude a todos nosotros a ponernos en camino, dejando que la Palabra de Dios sea nuestra luz, para que así, encendido nuestro corazón por ella (Cf. Lc 24, 32), podamos ser auténticos discípu­los de Jesús y transformar la vida en Él, siguiéndolo como Camino, Verdad y Vida, en la acogida de la Palabra de Dios y en la escucha de unos para con los otros caminan­do juntos. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta