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Omar Mejía

Sáb 25 Nov 2017

Rey con actitud de pastor

Por: Monseñor Omar de Jesús Mejía - Para terminar el año litúrgico en el cual nuestro tema central ha sido el “Reino de los Cielos”, el escritor sagrado nos presenta una figura bien simpática: “Un Rey con actitud de pastor.” Jesucristo es Rey. Recordemos lo que dice la Palabra: “Pilato entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37). A la luz del mundo el rey está sentado en un trono dando órdenes y ejerciendo un poder según las leyes y la justicia humana. En el evangelio de hoy existe algo muy particular, Jesucristo es Rey, pero es a la vez pastor. El texto puntualiza el reinado de Dios en el mundo, pero a su vez presenta al mismo Dios con actitud de pastor. Recordemos la Palabra: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10, 11), “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Cfr Jn 10, 10). Jesucristo como Rey posee el derecho de juzgar, aún más, Él es el único que tiene la autoridad de juzgar; dice la Palabra. “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 16-20). Jesús, el Señor, es el “Buen Pastor”. Como Rey y Pastor, viene continuamente y vendrá definitivamente en el último día para hacer justicia en la tierra. El único punto de referencia a través del cual un cristiano se juzga a sí mismo y juzga a los demás es desde la misma persona de Jesús. El evangelio es claro, dice: “Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.” El único que posee el derecho de hacerle juicio a nuestras obras es el mismo Dios y con la rectitud que recibimos de Dios, es desde donde debemos juzgar nuestros actos y los actos de los demás. Si vivimos según la ley de Dios no tiene porque existir miedo frente a Él. El miedo al juicio de todos los días (examen de conciencia) y el miedo al juicio final delante de Dios debe perderse con la imagen del Pastor, quien representa siempre cuidado, atención y amor con su rebaño. “El separará a unos de otros.” La separación del Rey con actitud de Pastor es una invitación para revisar nuestra elección. El criterio central es el amor: “Cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” y lo mismo acontece en forma negativa: “Cuanto dejaron de hacer a estos pequeños a mi me lo dejaron de hacer.” “Los justos contestaron ¿cuándo te vimos con hambre…?,” y al final el texto dice: “los justos irán a la vida eterna.” La Palabra de Dios y la solemnidad litúrgica de hoy nos están invitando a confrontar nuestra vida de cara a Dios mismo, de cara a su justicia. La Palabra dice: “Ningún hombre es justo frente a Dios.” Según la Sagrada Escritura, justa es aquélla persona que “obra con rectitud y procura el bien”. En clave de vida cristiana es inseparable la santidad de la justicia, ambas se correlacionan, no puede darse la una sin la otra. La persona justa tiene la mente en Cristo, sus pensamientos son rectos y puros, tiene una meta sobria. Los justos no están esperando recompensa, obran con justicia, porque esa es la actitud normal. Los justos se acostumbran a obrar con justicia, porque la virtud de la justicia la han incorporado en su mismo ser. Los justos no son tramposos, no poseen una doble agenda, los justos son transparentes y asumen una vida integra… Los justos viven por la fe, es la fe la que les permite reconocer las maravillas de Dios y a su vez es la fe la que les da la posibilidad de ver las necesidades de los demás. Las personas justas, no se afirman así mismas, ni confían en su propia justicia, sino que viven bajo la justicia que ha traído Cristo, que no es otra que la opción por la vida en el amor. Recordemos lo que nos dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor” “y el amor debe ser probado, verificado en sus motivos internos. Por eso el evangelio de hoy está en términos de juicio, de evaluación. Por un momento nos transportamos hasta el final de la vida, el encuentro cara a cara con Jesús para responder por nuestras acciones y por aquellas inconclusas o eludidas.” (Meditación del evangelio, P. Fidel Oñoro). En este último domingo hermanos los invito para que confrontemos nuestra vida de cara a Dios, Él debe ser para nosotros nuestro único punto de referencia, Él es el que nos debe haber inspirado durante todo el año litúrgico a obrar el bien. Él será quien en última instancia juzgará definitivamente nuestra existencia, a Él no le podemos esconder absolutamente nada; Él nos conoce por dentro y por fuera, Él sí conoce realmente con qué intención hemos obrado. El único que conoce de verdad la intención de nuestro amor es Dios. Entendamos una cosa, el amor de Dios es más que un simple consuelo, el amor de Dios es una confrontación, el amor de Dios es concreto y objetivo. El amor de Dios tiene que inspirar el amor entre nosotros de los contrario el amor se queda en discurso, en teoría, en filosofía, en poesía y a lo sumo en buenas intenciones. Según el evangelio de hoy el amor de Dios se vive en lo concreto. El amor de Dios, cuando es verdadero y cuando realmente nos hemos dejado transformar por éste amor, se convierte en la respuesta a las precariedades concretas de la vida. El evangelio que estamos meditando nos presenta seis situaciones en las cuales ponemos en práctica el amor, práctica que a su vez nos conduce a la vida eterna. Se trata de situaciones comunes para todo mortal. Precariedades que de una u otra manera todos hemos experimentado alguna vez de nuestra vida y por lo tanto deberían hacernos sensibles para obrar siempre con rectitud y en nuestro actuar procurar siempre hacerle el bien al hermano. Esas precariedades son: El hambre, la sed, la necesidad de techo, la desnudez, la enfermedad, la pérdida de la libertad en una cárcel. Éstas precariedades y muchas otras con las cuales tenemos que aprender a convivir y que nos hacen entender que finalmente todos somos frágiles, limitados, “vulnerables” deberían hacernos comprender que los imperativos de la vida cristiana se centran en: 1. Compartir la mesa (danos hoy nuestro pan de cada día). Si compartiéramos más, habría menos hambre en el mundo. Si no compartimos corremos el riesgo de ir al fuego eterno… La virtud del compartir se convierte en las llaves del cielo en las manos del otro. Cuando alguien se me presenta para que lo ayude, me está ofreciendo las llaves del cielo para recibir la vida eterna. “Vengan benditos de mi Padre” 2. Acoger con el doble abrigo de la casa y del vestido propio al hermano necesitado. Miremos nuestras ostentaciones y observemos a nuestro lado, para que nos demos cuenta qué es urgente acoger a los más necesitados. Si no acogemos corremos el riesgo de ir al castigo eterno. El Papa nos habla de la “cultura del encuentro.” 3. Salir de la comodidad para buscar a uno que está solo y que, humillado, no puede valerse por sí mismo. ¿Cuántos desvalidos hay a nuestro lado, los observamos, o somos ciegos, frente al necesitado? Cuidado hermanos nuestra ceguera nos puede lleva al castigo eterno. ¿Vemos las necesidades de nuestros hermanos o nos hacemos los ciegos, para no desinstalarnos de nuestras comodidades? En una sola palabra podríamos sintetizar el mensaje de la Palabra de Dios hoy: “Integridad de vida.” + Omar de Jesús Mejía Obispo de Florencia Mateo 25,31-46 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?, ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Y él replicará: Os aseguró que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos. los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna. Tarea: Recordemos las obras de misericordia e intentemos practicarlas, durante la presente semana, al menos pongamos en práctica una obra corporal y otra espiritual. Obras de misericordia corporales 1. Visitar a los enfermos 2. Dar de comer al hambriento 3. Dar de beber al sediento 4. Dar posada al peregrino 5. Vestir al desnudo 6. Visitar a los presos 7. Enterrar a los difuntos Obras de misericordia espirituales 1. Enseñar al que no sabe 2. Dar buen consejo al que lo necesita 3. Corregir al que se equivoca 4. Perdonar al que nos ofende 5. Consolar al triste 6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo 7. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Sáb 25 Feb 2017

Primero lo primero

Por: Mons. Omar Mejía Giraldo - El domingo anterior el evangelio nos ponía de manifiesto el amor como la máxima virtud cristiana, un amor que si es verdadero y si está inspirado desde Dios debe culminar en el “amor a los enemigos”, amor que se manifiesta fundamentalmente en el perdón. Hoy tenemos otra gran lección, la cual hace explicito el primer mandamiento de la ley de Dios: “Amar a Dios sobre todas las cosas”. Primero lo primero. Dice San Juan: “Dios nos amó primero”. El amor cristiano no consiste en que nosotros amemos a Dios, el amor cristiano es fundamentalmente dejarnos amar de Dios. Todo, absolutamente todo, lo debemos entender desde el amor divino y no meramente desde el amor humano. El amor de Dios es eterno, el amor humano es pasajero. Desde el amor de Dios, desde el amor a sí mismos y desde el amor a los demás, debemos asumir el amor a los bienes materiales (dinero). Nuestra relación con todo lo creado, incluyéndonos a nosotros mismos y a nuestro hermanos, debe brotar de la virtud del amor a Dios no al mundo. Jesús en el evangelio empieza diciendo: “Ustedes no pueden servir a dos patrones…. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero”. El evangelio no nos invita a despreciar el mundo, sus bienes , el dinero, no. El evangelio nos está exhortando a realizar una inversión de valores. “Primero lo primero”, primero Dios. Jesús no niega ninguna de las búsquedas, sencillamente las trastoca. Nuestra experiencia nos demuestra que solo se busca lo que consideramos necesario. En definitiva la Palabra de Dios nos dice que debemos poseer una auténtica jerarquía de virtudes y valores…. El evangelio nos convoca a buscar una justicia distinta, la justicia divina, la justicia que Jesús nos vino a proponer; justicia que necesariamente debe pasar por el tamiz del amor que Jesús vino a predicar. En éste orden de ideas es necesario entender que “sólo es libre nel que sirve a Dios”. Sólo es libre quien entiende que los bienes materiales son el medio y no el fin. La fe verdadera lejos de ser un desentenderse de la propia vida y de la vida de los demás, es más bien un modo diverso de asumir la vida, de asumirla y de tomarla a cargo responsablemente delante de Dios. Desde el punto de vista objetivo, la pobreza material no es querida por Dios, no figura en su plan. Representa entonces una contradicción con su voluntad y, por eso mismo un "pecado social" (Puebla 28). Por tanto, hay que erradicarla. La pobreza como virtud evangélica nace del Espíritu, de la confianza en Dios, de la fe en Él. La pobreza desde el Espíritu. Si no es así, la pobreza se rechaza; y si se tiene no se vive, se sufre, nos resiente, nos hace vivir amargados… La fuerzas humanas no bastan para asumir la virtud de la pobreza. Las fuerzas humanas no bastan para oponernos a la fuerte atracción que ejerce sobre nosotros el dinero. Recordemos la Palabra de Dios: “Lo que es imposible humanamente, es posible para Dios” (Mt 19,23-26). Solamente desde Dios es posible asumir la pobreza como virtud y como estilo de vida. Jesús nos exige entrega total y sabe muy bien que el apego esclavizante a la seducción de las riquezas es uno de los mayores obstáculos para el servicio incondicional por el Reino de Dios. La pobreza virtud es la disposición permanente de ofrecerse. La pobreza evangélica, es tener las manos abiertas para ofrecer lo que se es y lo que se tiene. Es ofrecer también las futuras posibilidades. La pobreza es virtud, porque hay entrega, no porque no se posea. Quien comienza el camino de esta virtud, llega a no tener, porque lo ha dado todo. Jesús mismo es quien primero nos da ejemplo de esta virtud: “Nació en un pesebre”. “No tenía donde reclinar la cabeza”. En la cruz entrego su Espíritu: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”. El rico según el evangelio se contrapone al Reino y le es difícil entrar en él (fíjese bien, difícil, no imposible). Rico es el que acapara y acapara porque su confianza está en lo que acapara. El rico “defiende” lo suyo, el pobre ofrece lo suyo. El rico es insaciable en el “poseer”, el pobre es insaciable en el dar. Dar es pobreza, tener es riqueza. En la pobreza como virtud no se habla de cantidades, sino de actitudes. Por eso desde la visión evangélica de la pobreza, hay pordioseros con actitudes de ricos y hay ricos con actitudes de pobreza. Por eso, desde la pobreza virtud, actitudes como saber ser prudentes, ver la oportunidad, el saber repartir, el saber tener y acrecentar, el ser generoso, no despilfarrar y hasta ahorra…, son elementos que bajo el objetivo de “servir mas y mejor”, de tener más para ofrecer más, acrecientan la virtud. El Papa Benedicto XVI decía: “La caridad debe ser organizada”. El principio es claro: “Acrecentar lo que se tiene para servir más”. Lo importante es que el espíritu oferente sea el motor de todo. Si se pierde la visión – objetivo, que es ofrecer, se ha perdido la virtud, así se viva en la más física pobreza. De acuerdo al evangelio: Dar lo que no sirve es un engaño; dar lo que sobra, es obligación; dar de lo necesario, es virtud; darlo todo es santidad. Recordemos: “Sean santos como mi Padre celestial es santo”. La pobreza virtud hace que poseamos cosas, sin que las cosas nos posean a nosotros. A veces pensamos que tenemos, por ejemplo una finca, un carro, un animal… y lo que realmente pasa es que esas cosas tienen un esclavo a su servicio. La pobreza virtud, finalmente termina manifestándose en la sobriedad de vida y en el desprendimiento de los objetos materiales. La pobreza evangélica termina siendo confianza absoluta en la providencia divina, termina siendo fe, esperanza y caridad, termina siendo una lectura constante de los signos de los tiempos a la luz del querer de Dios. Por eso, pobreza es capacidad de dar y recibir. Pobreza es también recibir aún las contrariedades de la vida, con la claridad del objetivo por el cual se trabaja. Ejemplo, la Madre Laura: Cuenta la historia que ella, un día se dispuso a entrar a los diferentes lugares de su pueblo, para pedir una ayuda y así poder socorrer sus indígenas; en una tienda la insultaron y ella les dijo, ya me dieron a mi lo que yo me merezco, ahora, por favor denme una ayuda para mis indios”. Pidamos a Dios que nos conceda lo necesario para vivir dignamente y sin apegos humanos. Un ser humano libre, sin esclavitudes afectivas, no se instala, vive siempre como huésped y sabe que camina como peregrino hacía la patria celestial (somos los peregrinos que vamos hacia el cielo). Un ser humano libre posee y disfruta pero no es poseído, ni adora la riqueza, ni la maldice, usa libremente de ella y la comparte fraternalmente. Para ello es necesario aprender lo que San Ignacio de Loyola llamaba “La santa indiferencia”. + Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Sáb 9 Jul 2016

Para orar, meditar y vivir

Seguimiento – Misericordia Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo - Seguir a Jesús, ser sus discípulos implica identidad y misión, pero es además una acción concreta que se manifiesta en la misericordia. No basta con decir Señor, Señor, ni tampoco es suficiente saber la ley. Es necesario reconocer la vida eterna como una acción absolutamente gratuita de Dios, pero que me compromete compasivamente con el prójimo. Con éste preámbulo que nos muestra la estrecha unidad de la liturgia de la Palabra de cada domingo, miremos la pregunta con la cual comienza el evangelio de hoy: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Pregunta hecha por un letrado a Jesús, además, para ponerlo a prueba. Jesús antes de responder plantea a su vez otra pregunta: ¿Qué dice la escritura o que dice la ley? La respuesta del letrado es precisa y demuestra gran erudición: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser y amarás a los demás como te amas a ti mismo”. La clave es el amor, ¿pero qué clase de amor? Amar es el imperativo del cristiano. Amar al estilo de Dios, amar como Dios ama, amar sin limites, amar sin esperar recompensa. Dice San Agustín: “la medida del amor es el amor sin medida”. Según el texto y la respuesta del letrado, que recibe la aprobación de Jesús, la ley como ley es clara y contundente, la ley es precisa, la ley es propositiva, la ley es un consenso. Aún más la ley según la Sagrada Escritura es un mandato: “Amarás al Señor tu Dios…”; pero la clave está en el corazón y en la mente. Del corazón del hombre nacen la buenas y las malas intenciones. La ley sin un corazón nuevo, sin un corazón anclado en Dios, se queda en letra muerta que no transforma absolutamente a nadie. El hombre del evangelio sabe perfectamente la ley, es un hombre doctrinalmente bien formado, sabe que la vida eterna es una herencia, es don, es misericordia. En la conversación con Jesús el letrado no se contenta con responder bien. Recordemos que él quiere poner a prueba a Jesús y además quiere demostrarle que él es un hombre justo. El Señor va más allá, Él exige que el amor a Dios se manifieste en lo práctico, en el amor a los hermanos. Dice el apóstol San Juan: “Cómo dices tu que amas a Dios a quien no ves, si no amas a tu hermano a quien si pues ver”, y San Mateo en el capítulo 25 dice: “Todo aquello que hiciste con uno de mis hermanos más pequeños a mi me lo hiciste”. Así pues, amar a Dios con todo el corazón, con toda la inteligencia, con todo el ser, consiste en amar al prójimo con la misma fuerza que Dios nos ama y con el mismo impulso que de nuestra parte decimos que amamos a Dios. La pregunta que el letrado le hace a Jesús, es también nuestra pregunta: ¿Y quien es mi prójimo? La respuesta de Jesús, es la respuesta valida para hoy y para mañana. Es una respuesta testimonial, ejemplarizante y contundente, se trata de un hecho real y no de un simple discurso sobre la misericordia. La respuesta a la pregunta la tiene la parábola del buen samaritano. Miremos la acción de éste hombre de Samaria. Con los siguientes gestos manifiesta misericordia, compasión, cercanía y fraternidad. El samaritano va de camino y se encuentra con un hecho inesperado y espontáneo: un herido en el camino. Allí está la oportunidad para ejercer la caridad y la misericordia sin mucho discurso y quizás sin saber mucha doctrina al respecto. Contemplemos su actitud: Se acerca, venda las heridas, monta al herido en su propia cabalgadura y lo traslada a una posada, cuida personalmente de él, paga la cuenta de la primera noche y deja su anticipo, se muestra disponible para seguir cuidando de él. El samaritano se involucra activamente en la vida del enfermo. El samaritano se conmovió interiormente, hasta tal punto que el dolor del enfermo del camino le entró hasta sus entrañas, hasta su propio corazón, por eso tuvo compasión. El samaritano no es un asistencialista, comparte el dolor del enfermo y hace todo lo que está a su alcance para que el herido restablezca su salud. Recordemos que una vez recuperada su salud el hombre puede volver a sus labores cotidianas y recuperar sus relaciones con los demás. Hermanos, ser prójimo es tomar la iniciativa para ir hacía el otro, en especial hacía aquel que sufre. No se pueden trazar limites en el amor, hay que ayudar allí donde Dios nos ha puesto. Soy yo el que me hago prójimo, para ver la necesidad y poder socorrer al otro. En el prójimo estoy yo porque lo amo. El samaritano se hizo prójimo del herido y no se preguntó quien era el otro, respondió en lo inmediato y en una necesidad real. Conclusión final de la parábola: ¿Cuál de los tres se comportó recta y misericordiosamente? Quien práctico misericordia. ¡Anda, y haz tu lo mismo! La misericordia hace que el seguimiento del Señor sea concreto y se dé realmente en la acción. El discípulo debe saber, pero debe también practicar lo que sabe. Finalmente, es necesario decirlo: la misericordia es la manera más concreta y real de demostrar que se es discípulo del Señor. Sin misericordia no se es cristiano. Tarea: Practiquemos la misericordia. Que no pase una semana sin visitar a un enfermo y manifestarle nuestro acompañamiento, nuestra misericordia. Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia