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pandemia y espiritualidad

Lun 10 Ago 2020

Pandemia y espiritualidad II

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? (Mt 13, 51-52). Jesús el Señor, después de enseñar la realidad sobre el Reino de los cielos, a través de siete parábolas (Mt 3,1-50), les pregunta a sus discípulos y a todas aquellas personas que le escuchaban: ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? A renglón seguido dice la Palabra que ellos respondieron: “Sí”. Jesús, entonces hace un elogio al respecto con las siguientes palabras: “Está bien: cuando un maestro ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas” (Mt 13, 52). Dice San Agustín: “Todos poseemos una docta ignorancia”. Es decir, somos doctos en algunas ciencias e ignorantes en otras. En el lenguaje popular decimos: “Zapatero a tus zapatos”. En el castellano la palabra entender se define así: “Percibir y tener una idea clara de lo que se dice, se hace o sucede o descubrir el sentido profundo de algo”. Las tres potencias o facultades del ser humano son: Memoria, entendimiento y voluntad. Nos dice la Palabra que, a la pregunta de Jesús: ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? Alguna parte del grupo que lo escuchaba, entre ellos algunos maestros de la ley dijeron: Sí. La misión del maestro, del buen maestro, del excelente pedagogo es precisamente, lograr que sus discípulos entiendan lo que él quiere transmitir, hacer que sus alumnos entiendan la importancia del asunto que se les quiere enseñar. ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? Sí. Desde luego, que, en el aprendizaje, el cien por ciento no lo hace el maestro, también es sumamente importante la competencia del discípulo y sobre todo el interés por lo que se le quiere transmitir. Un alumno sin motivación, sin deseos y sin la necesidad de aprender, no asume el conocimiento, por más buen pedagogo que sea su maestro. Cuando el discípulo le responde a su maestro que sí entendió, el maestro, puede darse por bien servido. ¡Cómo es de agradable el encuentro de un maestro con su alumno agradecido y valorando lo que aprendió a través de él! Cuando se da ese complemento: enseñanza – aprendizaje, ambos: maestro y alumno, deben sentir una bella satisfacción. El maestro puede exclamar: “Somos simples servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Cf Lc 17,10), y el alumno puede decir: Gracias buen maestro, gracias. Desde la espiritualidad cristiana mis queridos sacerdotes, religiosos (as), fieles laicos, padres de familia, hermanos todos, hombres y mujeres de buena voluntad…, nuestra gran tarea es entender la importancia del Reino de los cielos. Reino de justicia y paz, de amor y libertad, de unidad y fraternidad. Jesús nos dice en la Palabra: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15). El Reino de Dios está cerca. El Reino es Jesús, nuestro Señor, el Dios encarnado. El Reino es el hermano que está a mi lado y que es imagen y semejanza de Dios. El Reino de Dios está cerca, lo podemos tocar y sentir. El Reino de Dios está dentro de nosotros, renunciemos al mal camino de la indiferencia, del pecado, de la corrupción, de la injusticia y convirtámonos. Hermanos, en este tiempo de pandemia y siempre, por favor, que no se nos olvide, todos los días, hacer nuestro “examen de conciencia”. Este bonito ejercicio lo enseñó con vehemencia San Ignacio de Loyola y seguramente, la mayoría de nosotros, lo aprendimos de nuestras madres, quienes, a su vez, fueron nuestras primeras maestras. Aprovechemos este aprendizaje que hace parte de nuestra espiritualidad cristiana, para que no seamos indiferentes frente a la situación que estamos viviendo: Crisis mundial, nacional y regional por el COVID 19. Permítanme que juntos, a manera de examen de conciencia, nos posibilitemos algunas preguntas: Desde que comenzó la noticia del COVID 19: ¿Cómo ha sido mi actitud, mi respuesta, mi responsabilidad? ¿Qué pienso de este “instante vital” que estamos viviendo? ¿Entiendo lo que está pasando? ¿Me doy cuenta de las transformaciones mundiales que se están generando a partir de la crisis que estamos viviendo? ¿He entendido lo que está pasando? ¿Estoy aprendiendo algo nuevo? ¿Estoy dispuesto a sacar del armario de mi memoria y mi entendimiento cosas nuevas y antiguas? ¿Con toda la conciencia de mi entendimiento, estoy siendo responsable, es decir, cuido mi vida y la vida de mis hermanos? ¿Soy respetuoso de los protocolos necesarios para preservar mi salud y la salud de mis amigos, compañeros y familiares? En estos días le he escuchado decir a muchas personas: “Es el momento para amar la vida”. Toda crisis bien asumida, con fe y esperanza es beneficiosa, es pedagógica, es retadora, es desafiante. Toda crisis nos hace salir de nuestras comodidades nos hace comprender que la realidad del mundo es mucho más de lo que nos acostumbramos a vivir. Toda crisis nos hace entender que el ser humano no solo es carne, materialidad, el ser humano es también espíritu, fraternidad, solidaridad. El ser humano no es solamente sentidos externos, es también sentidos internos. Toda crisis pone de manifiesto nuestra fragilidad, pero, a su vez nos hace pensar con sentido de eternidad y trascendencia. Toda crisis nos pone de cara a un ser superior, de cara a Dios. Escuchemos la Palabra: “Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: ¡Animo, soy yo, no tengan miedo!” (Cf Mt 14,22-33). “Es el momento para amar la vida”. Es el momento para valorar la vida, es el momento para ver la vida incluso de cara a la enfermedad, el sufrimiento y la misma muerte. Nadie quiere sufrir, todos por intuición natural le huimos a la enfermedad, a la cruz y a la muerte. Pero todos como los discípulos de Jesús, estamos invitados a ir en la barca de la fe y la esperanza. Este es un tiempo oportuno para contemplar a Jesús, aunque en un principio, lo veamos como un fantasma. Es el momento también de la confianza y con Pedro decir: “Señor, si eres Tú, mándanos ir a Ti”. Estemos seguros de que el Señor nos acoge y nos dice: En este tiempo de incertidumbre, si tienen fe, serán capaces de caminar sobre mil peligros y no les pasará nada, porque yo los llevo en mis brazos. Frente a la crisis actual, no podemos ser indiferentes. ¿Hemos entendido esto? ¿Queridas familias han vuelto a entender la importancia y la grandeza de la familia? Démonos cuenta, cuando uno sufre sólo quedan dos alternativas: “Dios y familia”. Dice la Palabra: “A quién vamos a ir sólo tu tienes palabras de vida eterna”; y, ¿Con quién hemos contado, después de Dios, realmente en estos días de pandemia? Sin duda que con la familia. Esa familia, que por tantos medios sigue amenazada. Aprendamos al menos, que es tiempo de volver a valorar la familia, como célula fundamental de la sociedad. Queridos padres de familia, formen a sus hijos, no sólo para responder a las necesidades del mundo. No sólo necesitamos profesionales, necesitamos profesionales éticos y con grandes valores humanos y de fe, valores que se aprenden fundamentalmente en la familia. Estimadas familias, fórmense no sólo en valores humanos, sino también, en valores trascendentes y trascendentales, valores que los prepare para saber dar respuestas sabias a interrogantes con sentido de eternidad; para responder no sólo a interrogantes en tiempos de felicidad y placer, sino también, en tiempos de crisis. Queridos maestros, instituciones educativas, la misión de ustedes es formar “buenos cristianos y honestos ciudadanos” (San Juan Bosco). Educadores, junto con la familia, son ustedes la gran alternativa de cambio. Sin educación no hay futuro. Sin un camino certero, perdemos el sendero. “Quien no sabe para donde va, llega a cualquier lugar”. No se nos olvide que nuestra meta es el cielo. Nuestra patria es el cielo y allí vamos de la mano del gran Maestro de Nazareth. Confiemos en el poder de la gracia, es esta la que nos debe conducir y la que nos da los criterios de fe para juzgar con esperanza el momento presente. Queridos dirigentes…, apuéstenle – apostémosle – a educar para formar el entendimiento. Superemos ya el camino del sólo sentimiento, de las emociones y las pasiones. Recordemos lo que con frecuencia nos dice el Papa Francisco: “Todo está interconectado”, también nuestro ser. Somos una integridad, somos unidad. Recordemos que somos seres racionales; crezcamos en potenciar nuestro entendimiento. El entendimiento y/o la razón es la bella facultad que Dios nos ha dado para que fuéramos los “señores” del mundo. Es decir, para que administráramos el mundo para el bien y no para la destrucción. Entender, hermanos, entender. Entendamos que el momento que vivimos es desafiante y retador. A problemas humanos y éticos, no estemos esperando sólo soluciones técnicas. Ejemplo: frente al COVID, no bastan sólo los ventiladores (gracias a quienes han gestionado estos aparatos para el Caquetá). Pero ¡y qué sentido tienen muchos ventiladores, si no entendemos la necesidad de cuidarnos, para cuidar a nuestros hermanos! Bienvenida toda la ayuda científica y tecnológica. Gracias, muchas gracias, personal de la salud y administradores, gracias por buscar el bien común, gracias por cuidar la salud de sus semejantes. Pero por favor, hermanos, amemos la vida, cuidemos la vida, responsabilidad frente a la vida. Unidos y de la mano de Dios venceremos. ¡Adelante, paso de vencedores! Cuidemos nuestra salud, es un gran tesoro al que lamentablemente, por lo general, valoramos, sólo cuando la perdemos. Por favor, hermanos, no hagamos de este momento tan crucial de la historia algo intrascendente… De cara a la realidad que vivimos es tiempo para agradecer a Dios el don de la vida, para valorar la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte. Es tiempo para estar en familia y amar nuestra relación familiar. Es tiempo para manifestar nuestro afecto y cercanía con los amigos. Es tiempo para escuchar la voz de Dios que nos invita a la conversión. Hagamos de este momento histórico un acto salvífico, un pasar de Dios por nuestra historia, un momento oportuno para la fraternidad y la caridad. Así como se ha globalizado el virus, globalicemos también el Reino de los cielos. Entendamos que sólo en Jesús nuestro Señor encontraremos consuelo. Escuchemos siempre a Jesús el Señor que nos dice: ¡Animo, soy yo, no tengan miedo!”. Ánimo, yo voy con ustedes, no tengan miedo. ¡Qué la Virgen Santísima, nos acompañe durante este tiempo de pandemia embravecida que nos quiere destruir! + Omar de Jesús Mejía Giraldo Arzobispo de Florencia [icon class='fa fa-download fa-2x'] Lea pandemia y espiritualidad I[/icon]

Lun 27 Jul 2020

Pandemia y espiritualidad

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Al terminar el año anterior y al comenzar el presente, escuchábamos una noticia internacional, reportada desde Wuhan,China, nos decían los noticieros: Se han reportado unos casos de neumonía, “se trata de un virus aún desconocido”. Con las primeras noticias, no hubo ninguna alarma. Primero, porque no comprendíamos la gravedad de la situación y segundo, porque veíamos la enfermedad demasiado lejana a nosotros, pues geográficamente China, nos parecía demasiado apartada de nuestra región. A principios del presente año la OMS, al ver la extensión del virus se atrevió a llamar esta enfermedad con el nombre de pandemia. Así se define etimológicamente el término: “Pandemia viene del griego πανδημία, de παν, pan, 'todo', y δήμος, demos, 'pueblo', expresión que significa 'reunión de todo un pueblo'. Es la afectación de una enfermedad infecciosa de los humanos a lo largo de un área geográficamente extensa”. En un principio, al ver que la enfermedad comenzó a extenderse a Europa, comenzamos a alarmarnos y, sin embargo, nos creíamos aún lejanos de semejante realidad tan grave. Fue pasando el tiempo hasta que en marzo comenzaron a aparecer los primeros enfermos de COVID 19 en el país, especialmente en Bogotá. En el Caquetá decíamos: Estamos aún lejos de la capital, lo importante es que nadie entre al departamento…; tenemos que encerrarnos para preservar nuestra salud. Incluso nos parecía difícil que el virus llegara a nuestra región, decíamos, por ejemplo: la selva nos preserva de la enfermedad, etc. En fin, cada persona podrá recordar las múltiples interpretaciones que le dábamos a las circunstancias. Nos encerramos con mucho miedo, frente a un enemigo mortal que nos era invisible y que no sabíamos por donde podría llegar a nuestra región. En un principio fuimos disciplinados, porque nos impulsaba el miedo al virus desconocido y mortal. En la medida que fue avanzando el tiempo, se fue viendo la necesidad de salir, por múltiples circunstancias, entre muchas por la situación de pobreza. La verdad es que para muchas familias la antinomia ética es: Nos encerramos y morimos de hambre o salimos y corremos el riesgo de contagiarnos. Es necesario reconocerlo, muchas personas también han sido, (hemos sido), desobedientes e “indisciplinadas socialmente”. Ahora el virus en nuestra región es una realidad, ya ha cobrado la vida de muchas personas, que hacían parte de nuestra comunidad. Esto nos debe doler y frente al hecho no podemos ser indiferentes. La primera consciencia que hemos de tener es que, nos cuidamos, para cuidar a los demás o corremos el riesgo de contaminarnos todos y habrá por lo tanto una mortandad incontrolable en nuestro departamento. Como no soy médico, ni soy gobernante, quiero dirigirme a ustedes queridos hijos e hijas como pastor de almas, como sacerdote y, sobre todo, como una persona de fe, que a lo largo de mi vida sacerdotal y episcopal he tratado de iluminar mi vida desde la espiritualidad del Evangelio o Buena Nueva de salvación, inaugurada por Jesús nuestro Señor, nuestro Maestro, nuestro Profeta y nuestro Médico (Cf Mt 4,23; Mt 9,35). Mi modelo de vida en el Espíritu es Cristo, quisiera que lo fuera también para ustedes. El diccionario de la lengua castellana nos ofrece los siguientes elementos para comprender la palabra espiritualidad, dice: “La espiritualidad es elconocimiento, aceptación o cultivo de la esencia inmaterial de uno mismo”. Espíritu a su vez, lo define el diccionario así: “Esla gracia que Dios o un ser superior da al hombrepara diferenciarse del resto de los animales. El espíritu es definido como elalma racional donde reside el pensamiento, la espiritualidad y la comunión. Espíritu proviene del latínspiritus, que significa ‘respiro’ y todo lo relacionado con el elemento aire. Se traduce al griego comopneûma, que se relaciona con ‘aliento’, ‘respiración’ y ‘espíritu’”. Desde la antigüedad, la filosofía griega nos dice que el ser humano es un “animal racional”. Aquí está la gran diferencia con los demás animales del planeta, el hombre, además, de tener vida, sabe que la tiene; además de poseer emociones y pasiones, posee capacidad racional. Es la razón pues la que nos diferencia de los demás seres de la creación. Nuestra inteligencia es don de Dios, dice la Palabra que Dios nos ha hecho a su “imagen y semejanza”. Dice la Palabra: “Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer” (Gen 1, 27). Porque somos imagen y semejanza de Dios podemos dialogar con Él, podemos entrar en comunión con Él y por lo mismo podemos vivir fraternalmente entre nosotros. Nuestra inteligencia a imagen y semejanza de Dios es la que nos permite estar abiertos a la espiritualidad, es decir a las realidades más íntimas y profundas del ser humano. El ser humano es todo aquello que lo hace ser desde dentro, pero a su vez, todo aquello que le permite que su existencia se pueda manifestar hacía lo externo. El ser humano es relación íntima entre mundo interno y mundo externo. Los sentidos externos e internos están estrechamente relacionados, se complementan y hacen parte de un mismo ser. Lo interno se muestra al exterior por medio del cuerpo y el cuerpo a su vez es manifestación de lo que se vive en lo más profundo de su ser o sea su espíritu. Como seres racionales, inteligentes, espirituales, no podemos ser indiferentes frente a la realidad que se vive en cada “instante vital” de la existencia. Hoy vivimos una pandemia. La podríamos entender o iluminar de mil maneras. También se puede interpretar desde otras orillas antropológicas y espirituales. De nuestra parte, les propongo asumirla desde la antropología cristiana o espiritualidad del Evangelio. Lo primero a lo cual nos invita la espiritualidad cristiana es a fijar nuestra mirada en la Palabra de Dios. Nuestra fe nos enseña que la Palabra de Dios es la fuente y el origen de todas nuestras convicciones de vida y a su vez es la herramienta esencial para juzgarlo todo, tanto los momentos de crisis y soledad, como los momentos cumbres de alegría y comunión entre los hermanos. La Palabra de Dios debe ser la puerta de entrada y la puerta de salida de cualquiera de los momentos y circunstancias que estemos viviendo a lo largo de nuestra existencia. Por eso, la primera invitación es a que, a la luz de la Palabra de Dios nos preguntemos: ¿Qué aspectos positivos, propositivos y esperanzadores podemos aprender del momento presente que estamos viviendo hoy? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cómo personas inteligentes y/o espirituales, qué podemos hacer para que entre todos superemos la situación en la cual estamos sumidos? Un reto grande en la actualidad es entender que la ciencia y la técnica no son respuesta absoluta a todos los interrogantes del hombre. Es necesaria también la espiritualidad como herramienta fundamental que ayuda a darle sentido a la vida. Sin espiritualidad el ser humano termina siendo un simple objeto de valor, al que se le aprecia solo por lo que hace y no por lo que es. En el mundo ya se dio la revolución industrial, la revolución de la ciencia y de la técnica, la revolución electrónica. Estamos viviendo la revolución de lo virtual y de las redes sociales. Nos queda como reto desde la espiritualidad cristiana hacer la revolución de la fraternidad. Así como una pandemia, es algo universal, nuestro gran reto es universalizar la fraternidad. San Juan Pablo II hablaba de la globalización de la fraternidad. Una cosa hemos de tener clara y es que el mundo, después del coronavirus, no volverá a ser el mismo. La pandemia ha puesto a prueba nuestra humanidad, nuestra racionalidad, nuestra capacidad de fraternizar. Nosotros no podemos asumir la pandemia como un castigo de Dios. La verdad es que todos, de una o de otra manera, con culpa o sin culpa, todos hemos aportado nuestro granito de arena, para que llegáramos a la situación mundial de desgaste cósmico, humano y ético al cual hemos llegado. Desde nuestra espiritualidad cristiana digamos: Dios nos corrige, aceptemos entonces, este momento como un hecho pedagógico divino, escuchemos la Palabra: “Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge” (Heb 12,6). Aceptemos este momento como un acto pedagógico divino a través del cual nos corrige porque nos ama. Así las cosas, es tiempo para asumir cada uno de nosotros nuestra propia responsabilidad. Veníamos sumidos en un individualismo terrible, donde la filosofía parecía ser: “sálvese quién pueda”. Ahora la realidad nos dice: vamos todos en la misma barca, nos salvamos o parecemos todos. Aparece entonces, la espiritualidad de comunión que tanto eco ha tenido a lo largo de la historia de nuestra fe. Nos recordaba el Papa San Juan Pablo II: “Hacer de la Iglesiala casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. Continuaba el santo: “… espiritualidad de comunión es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf.Ga6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (Novo Millennio Ineunte, 43). La verdad es que, frente a la realidad del deber de cerrar nuestros templos, como Iglesia, hemos despertado a una mayor y mejor utilización de los medios de comunicación y las redes sociales. Durante la pandemia han abundado las misas transmitidas por las redes sociales y los medios virtuales de comunicación. Los medios virtuales de comunicación se están instalando como herramientas necesarias para la educación, la evangelización y la extensión de nuestra espiritualidad cristiana, esto es un hecho y no lo podemos negar, no nos podemos esconder. Sin embargo, vale la pena reconocer que estos medios externos no nos pueden agotar la manera de transmitir el evangelio, la verdad de nuestra fe, la revelación, nuestra espiritualidad. No podemos caer en una especie de gnosticismo. Escuchemos al santo Padre Francisco: “La familiaridad con Jesús debe ser comunitaria: con la Iglesia, con los sacramentos y con el pueblo. Una familiaridad sin comunidad, una familiaridad sin el pan, una familiaridad sin la Iglesia, sin el pueblo, sin los sacramentos, es peligrosa. Puede convertirse en una familiaridad gnóstica. Una familiaridad desvinculada del pueblo de Dios. La familiaridad de los apóstoles con el Señor siempre era comunitaria, siempre era ‘en la mesa’, signo de la comunidad, siempre era con el sacramento, con el pan” (abril 17, 2020). El COVID 19, nos hizo caer en la cuenta de que somos seres humanos frágiles y que nos necesitamos los unos a los otros. Somos seres con espíritu y vocación de comunión. No podemos vivir encerrados, nuestra vida tiene sentido cuando nos encontramos con el Otro (ser superior), con los otros, con el cosmos. Somos hechos para estar en sociedad. Desde nuestra antropología cristiana y nuestra espiritualidad inspirada en el evangelio, es tiempo de entender que hoy es la oportunidad de comprender que nuestro compromiso por construir una sociedad más fraternal es impostergable. Es necesario recordar el siguiente principio: “No hay actos individuales que no tenga consecuencias sociales”. No somos islas. Necesitamos encontrarnos, tocarnos, besarnos… Necesitamos sentir que nuestro cuerpo está vivo y que éste es vía de comunión y vinculo de unidad como humanos. El cuerpo no es malo, es una bendición. Nuestro cuerpo habla. A través del cuerpo manifestamos lo que hay al interior de nuestro espíritu. Ciertamente el Covid 19 nos está limitando el poder expresar con toda nuestra fuerza corporal nuestros sentimientos y deseos. La invitación es a que seamos creativos, propositivos y proactivos, no nos dejemos limitar de la situación, seamos responsables, pero también reinventémonos. Toda crisis es la gran oportunidad de ir más allá de lo acostumbradamente normal. La espiritualidad de comunión nos hace comprender que hacemos parte de una familia, la cual comparte una casa común, la que debemos cuidar y por la cual debemos preocuparnos, porque si la destruimos, todos finalmente nos quedaremos sin donde habitar. Nuestra espiritualidad nos enseña que todo esta íntimamente interconectado, el mundo es un macrocosmos, que lo componen pequeños microcosmos, todos con igual grandeza e importancia, porque todos aportamos al equilibrio necesario para preservar la vida en el planeta. Si queremos volver a la “normalidad de antes”, ¿cuál normalidad?... O si queremos derrotar el coronavirus y, sobre todo, para derrotar la pandemia del individualismo, del egoísmo, de la corrupción, de la envidia y los celos; desde nuestra espiritualidad propongo lo siguiente: Pensemos en la muerte, no vivamos sólo para este mundo, vivamos con sentido de eternidad; por lo tanto, luchemos por derrotar el miedo a la muerte. La muerte ha sido una realidad que hemos convertido en un mito, en un tema vedado lingüísticamente. La muerte la hemos visto desde la barrera y como una intromisión con la cual no queremos contar en nuestro diario vivir, la hemos pretendido vivir a escondidas… La verdad es que sobre la muerte nos cuesta hablar, se ha convertido en un tema del cual no sabemos qué decir, ni qué pensar y esto se ha convertido en una falta enorme. La muerte es real y el coronavirus nos lo recordó. La pandemia nos ha puesto en presente la muerte, una realidad que aún desde nuestra espiritualidad cristiana se nos había olvidado meditar, orar, predicar y recordar. El mundo ha querido ocultarnos el misterio de la muerte, ha pretendido negarla y por eso, trata de maquillar lo mejor posible nuestros cadáveres. Pero el coronavirus, ni esto nos ha permitido. Hemos enterrado a nuestros difuntos sin ningún maquillaje, estrictamente forrados y sin saber siquiera si realmente ese es nuestro familiar o será otro cadáver y sin una posibilidad de elaborar el duelo. Algunos cadáveres han sido llevados al horno crematorio o a su tumba, sin una pequeña oración. La pandemia nos ha recordado que somos seres para la muerte. Desde la espiritualidad cristiana es el momento más oportuno, para volver a presentar la muerte como la gran realidad por la cual debemos atravesar, para poder contemplar a Dios cara a cara. Dice San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón vive inquieto hasta que descansa en ti”. La muerte para el cristiano no es el final, lo rezamos en la Santa Misa de funeral: “Nuestra vida no termina, se transforma”. Hoy debemos hablar del misterio de la muerte como un hecho real que nos pone de cara a la eternidad y, por lo tanto, el final de nuestra existencia es tan real como la vida misma. La muerte no nos viene de fuera, la llevamos dentro, cuando nacemos ya somos lo suficientemente viejos para morir. La muerte nos ayuda a comprender la grandeza y el sentido de la vida; sin muerte la vida no tendría sentido. Los jóvenes son los más contagiados por el virus, aunque los que más mueren son las personas mayores, esto debe decirnos algo. De morir tenemos, el día, la hora, cómo y cuando no lo sabemos. Si no morimos de coronavirus, nos moriremos de otra cosa. Enfrentemos la muerte con esperanza y fe. Muchas veces hemos centrado solo nuestra mirada en los súper poderes de la ciencia y la técnica; con el Covid 19, nos dimos cuenta de que aún los científicos están desconcertados. La espiritualidad cristiana nos invita a fortalecer la virtud de la esperanza. Virtud que ha de estar centrada en la importancia de la razón como instrumento para avanzar en una investigación científica que sirva de opción al momento y la situación que vivimos. Pero también es el momento de la esperanza en el buen Dios de la misericordia y en oración, pedirle que manifieste compasión para con esta humanidad agobiada y doliente. Es el momento de la esperanza en la fraternidad humana. Por lo tanto, es un “instante vital”, fundamental, para acrecentar entre nosotros la ministerialidad eclesial. Como personas de fe y asumiendo una espiritualidad madura, hemos de entender el momento presente como un “Kairos” (tiempo de Dios), tiempo de salvación. No podemos vivir en el sentimiento de la resignación, vivamos así, porque nos toco, no. Debemos asumir el presente con fortaleza y una oportunidad para soñar el futuro de la mano de Dios y como hermanos consolidar aquello que nuestras comunidades ancestrales llaman “El buen vivir”. Más que ayer y como siempre, la espiritualidad hoy es indispensable. Necesitamos sembrarla en nuestros gobernantes y líderes sociales y comunitarios, en nuestros niños y jóvenes, en nuestros estudiantes, en nuestras familias, en nuestras instituciones, en la Iglesia, en las Iglesias, en todos los espacios y rincones donde vivimos. La espiritualidad no puede ser una simple idea, no es una doctrina, no puede ser un discurso para mostrar nuestra erudición. La espiritualidad es un estilo de vida, es vivir movidos por la imagen y semejanza que Dios ha sembrado en nosotros desde siempre. La espiritualidad es estar siempre impulsados por el Espíritu divino, fuente y cumbre de la espiritualidad cristiana. La espiritualidad, hecha vida hoy, nos empuja a vivir la virtud de la compasión; la espiritualidad nos empuja a no ser indiferentes frente al sufrimiento de los hermanos. En tiempos de crisis la espiritualidad le da sostén a nuestra vida, no nos permite que sucumbamos en el dolor y el sufrimiento. Ante la realidad del sufrimiento, lo que es paja se quema, lo que es oro se acrisola. La espiritualidad nos ayuda a fortalecer nuestra esperanza, nuestra confianza en Dios y nuestra esperanza en los resultados honestos y rectos de la ciencia. + Omar de Jesús Mejía Giraldo Arzobispo de Florencia