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Pandemia y espiritualidad II
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Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? (Mt 13, 51-52). Jesús el Señor, después de enseñar la realidad sobre el Reino de los cielos, a través de siete parábolas (Mt 3,1-50), les pregunta a sus discípulos y a todas aquellas personas que le escuchaban: ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? A renglón seguido dice la Palabra que ellos respondieron: “Sí”. Jesús, entonces hace un elogio al respecto con las siguientes palabras: “Está bien: cuando un maestro ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas” (Mt 13, 52).
Dice San Agustín: “Todos poseemos una docta ignorancia”. Es decir, somos doctos en algunas ciencias e ignorantes en otras. En el lenguaje popular decimos: “Zapatero a tus zapatos”. En el castellano la palabra entender se define así: “Percibir y tener una idea clara de lo que se dice, se hace o sucede o descubrir el sentido profundo de algo”. Las tres potencias o facultades del ser humano son: Memoria, entendimiento y voluntad. Nos dice la Palabra que, a la pregunta de Jesús: ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? Alguna parte del grupo que lo escuchaba, entre ellos algunos maestros de la ley dijeron: Sí. La misión del maestro, del buen maestro, del excelente pedagogo es precisamente, lograr que sus discípulos entiendan lo que él quiere transmitir, hacer que sus alumnos entiendan la importancia del asunto que se les quiere enseñar.
¿Han entendido ustedes todas estas cosas? Sí. Desde luego, que, en el aprendizaje, el cien por ciento no lo hace el maestro, también es sumamente importante la competencia del discípulo y sobre todo el interés por lo que se le quiere transmitir. Un alumno sin motivación, sin deseos y sin la necesidad de aprender, no asume el conocimiento, por más buen pedagogo que sea su maestro. Cuando el discípulo le responde a su maestro que sí entendió, el maestro, puede darse por bien servido. ¡Cómo es de agradable el encuentro de un maestro con su alumno agradecido y valorando lo que aprendió a través de él! Cuando se da ese complemento: enseñanza – aprendizaje, ambos: maestro y alumno, deben sentir una bella satisfacción. El maestro puede exclamar: “Somos simples servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Cf Lc 17,10), y el alumno puede decir: Gracias buen maestro, gracias.
Desde la espiritualidad cristiana mis queridos sacerdotes, religiosos (as), fieles laicos, padres de familia, hermanos todos, hombres y mujeres de buena voluntad…, nuestra gran tarea es entender la importancia del Reino de los cielos. Reino de justicia y paz, de amor y libertad, de unidad y fraternidad. Jesús nos dice en la Palabra: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15). El Reino de Dios está cerca. El Reino es Jesús, nuestro Señor, el Dios encarnado. El Reino es el hermano que está a mi lado y que es imagen y semejanza de Dios. El Reino de Dios está cerca, lo podemos tocar y sentir. El Reino de Dios está dentro de nosotros, renunciemos al mal camino de la indiferencia, del pecado, de la corrupción, de la injusticia y convirtámonos.
Hermanos, en este tiempo de pandemia y siempre, por favor, que no se nos olvide, todos los días, hacer nuestro “examen de conciencia”. Este bonito ejercicio lo enseñó con vehemencia San Ignacio de Loyola y seguramente, la mayoría de nosotros, lo aprendimos de nuestras madres, quienes, a su vez, fueron nuestras primeras maestras. Aprovechemos este aprendizaje que hace parte de nuestra espiritualidad cristiana, para que no seamos indiferentes frente a la situación que estamos viviendo: Crisis mundial, nacional y regional por el COVID 19. Permítanme que juntos, a manera de examen de conciencia, nos posibilitemos algunas preguntas: Desde que comenzó la noticia del COVID 19: ¿Cómo ha sido mi actitud, mi respuesta, mi responsabilidad? ¿Qué pienso de este “instante vital” que estamos viviendo? ¿Entiendo lo que está pasando? ¿Me doy cuenta de las transformaciones mundiales que se están generando a partir de la crisis que estamos viviendo? ¿He entendido lo que está pasando? ¿Estoy aprendiendo algo nuevo? ¿Estoy dispuesto a sacar del armario de mi memoria y mi entendimiento cosas nuevas y antiguas? ¿Con toda la conciencia de mi entendimiento, estoy siendo responsable, es decir, cuido mi vida y la vida de mis hermanos? ¿Soy respetuoso de los protocolos necesarios para preservar mi salud y la salud de mis amigos, compañeros y familiares?
En estos días le he escuchado decir a muchas personas: “Es el momento para amar la vida”. Toda crisis bien asumida, con fe y esperanza es beneficiosa, es pedagógica, es retadora, es desafiante. Toda crisis nos hace salir de nuestras comodidades nos hace comprender que la realidad del mundo es mucho más de lo que nos acostumbramos a vivir. Toda crisis nos hace entender que el ser humano no solo es carne, materialidad, el ser humano es también espíritu, fraternidad, solidaridad. El ser humano no es solamente sentidos externos, es también sentidos internos. Toda crisis pone de manifiesto nuestra fragilidad, pero, a su vez nos hace pensar con sentido de eternidad y trascendencia. Toda crisis nos pone de cara a un ser superior, de cara a Dios. Escuchemos la Palabra: “Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: ¡Animo, soy yo, no tengan miedo!” (Cf Mt 14,22-33).
“Es el momento para amar la vida”. Es el momento para valorar la vida, es el momento para ver la vida incluso de cara a la enfermedad, el sufrimiento y la misma muerte. Nadie quiere sufrir, todos por intuición natural le huimos a la enfermedad, a la cruz y a la muerte. Pero todos como los discípulos de Jesús, estamos invitados a ir en la barca de la fe y la esperanza. Este es un tiempo oportuno para contemplar a Jesús, aunque en un principio, lo veamos como un fantasma. Es el momento también de la confianza y con Pedro decir: “Señor, si eres Tú, mándanos ir a Ti”. Estemos seguros de que el Señor nos acoge y nos dice: En este tiempo de incertidumbre, si tienen fe, serán capaces de caminar sobre mil peligros y no les pasará nada, porque yo los llevo en mis brazos.
Frente a la crisis actual, no podemos ser indiferentes. ¿Hemos entendido esto? ¿Queridas familias han vuelto a entender la importancia y la grandeza de la familia? Démonos cuenta, cuando uno sufre sólo quedan dos alternativas: “Dios y familia”. Dice la Palabra: “A quién vamos a ir sólo tu tienes palabras de vida eterna”; y, ¿Con quién hemos contado, después de Dios, realmente en estos días de pandemia? Sin duda que con la familia. Esa familia, que por tantos medios sigue amenazada. Aprendamos al menos, que es tiempo de volver a valorar la familia, como célula fundamental de la sociedad. Queridos padres de familia, formen a sus hijos, no sólo para responder a las necesidades del mundo. No sólo necesitamos profesionales, necesitamos profesionales éticos y con grandes valores humanos y de fe, valores que se aprenden fundamentalmente en la familia. Estimadas familias, fórmense no sólo en valores humanos, sino también, en valores trascendentes y trascendentales, valores que los prepare para saber dar respuestas sabias a interrogantes con sentido de eternidad; para responder no sólo a interrogantes en tiempos de felicidad y placer, sino también, en tiempos de crisis.
Queridos maestros, instituciones educativas, la misión de ustedes es formar “buenos cristianos y honestos ciudadanos” (San Juan Bosco). Educadores, junto con la familia, son ustedes la gran alternativa de cambio. Sin educación no hay futuro. Sin un camino certero, perdemos el sendero. “Quien no sabe para donde va, llega a cualquier lugar”. No se nos olvide que nuestra meta es el cielo. Nuestra patria es el cielo y allí vamos de la mano del gran Maestro de Nazareth. Confiemos en el poder de la gracia, es esta la que nos debe conducir y la que nos da los criterios de fe para juzgar con esperanza el momento presente.
Queridos dirigentes…, apuéstenle – apostémosle – a educar para formar el entendimiento. Superemos ya el camino del sólo sentimiento, de las emociones y las pasiones. Recordemos lo que con frecuencia nos dice el Papa Francisco: “Todo está interconectado”, también nuestro ser. Somos una integridad, somos unidad. Recordemos que somos seres racionales; crezcamos en potenciar nuestro entendimiento. El entendimiento y/o la razón es la bella facultad que Dios nos ha dado para que fuéramos los “señores” del mundo. Es decir, para que administráramos el mundo para el bien y no para la destrucción.
Entender, hermanos, entender. Entendamos que el momento que vivimos es desafiante y retador. A problemas humanos y éticos, no estemos esperando sólo soluciones técnicas. Ejemplo: frente al COVID, no bastan sólo los ventiladores (gracias a quienes han gestionado estos aparatos para el Caquetá). Pero ¡y qué sentido tienen muchos ventiladores, si no entendemos la necesidad de cuidarnos, para cuidar a nuestros hermanos! Bienvenida toda la ayuda científica y tecnológica. Gracias, muchas gracias, personal de la salud y administradores, gracias por buscar el bien común, gracias por cuidar la salud de sus semejantes. Pero por favor, hermanos, amemos la vida, cuidemos la vida, responsabilidad frente a la vida. Unidos y de la mano de Dios venceremos. ¡Adelante, paso de vencedores! Cuidemos nuestra salud, es un gran tesoro al que lamentablemente, por lo general, valoramos, sólo cuando la perdemos.
Por favor, hermanos, no hagamos de este momento tan crucial de la historia algo intrascendente… De cara a la realidad que vivimos es tiempo para agradecer a Dios el don de la vida, para valorar la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte. Es tiempo para estar en familia y amar nuestra relación familiar. Es tiempo para manifestar nuestro afecto y cercanía con los amigos. Es tiempo para escuchar la voz de Dios que nos invita a la conversión. Hagamos de este momento histórico un acto salvífico, un pasar de Dios por nuestra historia, un momento oportuno para la fraternidad y la caridad. Así como se ha globalizado el virus, globalicemos también el Reino de los cielos. Entendamos que sólo en Jesús nuestro Señor encontraremos consuelo. Escuchemos siempre a Jesús el Señor que nos dice: ¡Animo, soy yo, no tengan miedo!”. Ánimo, yo voy con ustedes, no tengan miedo. ¡Qué la Virgen Santísima, nos acompañe durante este tiempo de pandemia embravecida que nos quiere destruir!
+ Omar de Jesús Mejía Giraldo
Arzobispo de Florencia
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“Les traigo la paz” (Juan 20, 19.21.26)
Vie 5 Abr 2024
Mar 2 Abr 2024
“Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Con esta expresión el evangelista Marcos resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra profesión de fe, que se hace realidad en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos con gozo la resurrección del Señor. Ya en el momento del calvario pocos segundos después de Jesús lanzar un fuerte grito y expirar, el centurión romano hizo profesión de fe cuando dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), encontrando la certeza plena en el anuncio que el joven vestido de blanco les dijo a las mujeres que fueron a ver el sepulcro: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (Mc 16, 6-7).Frente a un mundo con mucho odio, venganza y violencia, la Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema para decirle a la humanidad que finalmente no reina el mal, sino que reina Jesucristo Resucitado que ha venido a traernos perdón, reconciliación y paz, para que todos tengamos en Él la vida eterna. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17), pero como Cristo resucitó, Él es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).El desarrollo de la vida diaria tiene que conducirnos a un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en misioneros del Señor resucitado, según su mandato a los discípulos: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación por todos los confines de la tierra.Pedro, ante la pregunta de Jesús de quien era Él para ellos, le contesta: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), pero como todavía no había llegado la hora, Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Ahora con la certeza de la resurrección, después de pasar por la cruz, todos salen a comunicar esa gran noticia por todas partes. También nosotros haciendo profesión de fe como Pedro, en el momento presente somos testigos de Jesucristo resucitado y cumplimos con el mandato de ir por todas partes a anunciar el mensaje de la salvación, con la certeza que no estamos solos en esta tarea, Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 19-20).Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento y fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6).La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contra-riedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su resurrección.Haciendo profesión de fe en el Señor, miremos y contemplemos el Crucificado y digamos: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y en ambiente de alegría pascual por la Resurrección del Señor, afrontemos nuestra vida diaria renovados en la fe, la esperanza y la caridad y vayamos en salida misionera a comunicar lo que hemos experimentado al celebrar esta semana santa. Puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, pidamos la firmeza de la fe para ser testigos de la Resurrección del Señor.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Jue 7 Mar 2024
Cuaresma: un camino de fe en comunidad
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Cuaresma, si por una gracia especial de Dios la vivimos en serio, es un verdadero camino hacia la Pascua. Es decir, asumimos el éxodo en que estamos y aprendiendo a interpretar y a aprovechar los dones y las pruebas en medio de las que avanza nuestra existencia, vamos haciendo resurrección en cada uno de nosotros y en las personas que nos rodean. Para esclarecer las sombras, afrontar las luchas y no perder la esperanza, es necesario peregrinar en comunidad a la luz de la fe. Tal vez, entonces, la primera pregunta es si hoy tiene sentido creer.Partamos de la realidad. Junto a tantos signos de bondad y junto a un desarrollo impensable de la ciencia que cada día abre nuevos horizontes, crece igualmente una especie de desierto espiritual. Se tiene la sensación de que, a pesar de tantos logros, a veces el mundo no se dirige hacia la construcción de una sociedad más justa y fraterna. El hombre no aparece más libre y humano, continúan tantas formas de explotación y de violencia, quedan preguntas fundamentales sin responder, constatamos que, además del pan, necesitamos también sentido, fundamentos seguros, amor y esperanza.En este contexto, se requiere una renovada educación para la fe, que lleve a un conocimiento de la verdad y de los acontecimientos de la salvación, pero que brote sobre todo de un encuentro con Dios. Realmente, la fe verdadera se produce en un contacto profundamente personal con Dios, que nos pone frente a Él en absoluta inmediatez de modo que podamos hablarle, amarlo, entrar en comunión con Él, permitirle que nos toque en lo más íntimo de nosotros mismos. La fe es confiarse a un Tú, que es Dios, el cual nos da una certeza diversa, pero no menos sólida de la que viene de los cálculos exactos de la ciencia.La fe no es un mero asentimiento intelectual a unas verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que nos confiamos libremente a un Dios que es Padre y que nos ama, es adhesión a un Tú que nos da confianza y esperanza. Este amor tiene su máxima revelación en la cruz de Cristo. Con la muerte y resurrección de su Hijo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para levantarla hasta Él. Así la fe hace ver cómo el amor de Dios es capaz de transformar toda forma de mal en salvación y cómo en Cristo se ha revelado la realidad profunda de la persona, el camino a la libertad y la posibilidad del amor.La fe viene por la escucha, dice San Pablo; es necesario escuchar a Dios que, a partir de una historia que Él mismo ha creado, nos interpela. Para que podamos creer tenemos necesidad de testigos que han encontrado a Dios y nos lo hacen accesible. De ahí la importancia de la comunidad. Pero la comunidad de fe no se crea por sí sola. La Iglesia ha sido creada por Dios y viene continuamente formada por Él. Esto encuentra su expresión en los sacramentos, especialmente en el Bautismo, en el que venimos acogidos por una comunidad, que no se ha originado por sí misma y que se proyecta más allá de sí misma.Esta realidad profundamente personal que es la fe está en relación inseparable con la comunidad. La fe es un don comunicado a través de otro don que es la comunidad. En efecto, es parte de la esencia de la fe el hecho de quedar introducidos en el nosotros de los hijos de Dios, en la comunidad peregrina de los hermanos y hermanas. El encuentro con Dios significa que, al mismo tiempo, somos sacados de nuestra soledad y acogidos en la comunidad viva de la Iglesia. Ella es mediadora de nuestro encuentro con Dios, que llega al corazón de cada uno de un modo completamente personal.La Cuaresma es entonces una oportunidad imperdible para consolidar nuestra fe y al mismo tiempo construir la comunidad cristiana. Nuestra sociedad requiere cristianos que se comprometan con Dios y su proyecto de salvación, que estén vitalmente incorporados a Cristo por la acción de su Espíritu, que sean la Iglesia que testimonia al mundo la experiencia de la vida nueva que surge del bautismo. Tengamos presente que esto se logra por la acción de Dios mediante la catequesis bien conducida, la liturgia celebrada con unción, la práctica de la oración humilde y el ejercicio de la caridad con todos los hermanos. Esta es la tarea pastoral de las parroquias en este tiempo de Cuaresma.+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín
Mié 21 Feb 2024
Conversión pastoral para ir en salida misionera
En nuestra Diócesis de Cúcuta, siguiendo el llamado del Papa Francisco, estamos en salida misionera y para ello nos proponemos evangelizar con una nueva mentalidad, respondiendo al llamado constante que la Iglesia nos hace a la conversión. Hemos comenzado el tiempo cuaresmal el pasado Miércoles de Ceniza, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la profesión de fe en el Señor, diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), recordándonos la necesidad de conversión, para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y limpios de co-razón, transmitir el Evangelio de Jesucristo por todas partes.El llamado permanente del Papa Francisco a ser Iglesia en salida misionera, lo percibo muy vivo en cada uno de los evangelizadores de nuestra Diócesis, ya que encuentro sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos, religiosas y agentes de pastoral comprometidos con la tarea evangelizadora, cumpliendo el mandato del Señor: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 - 20).Mi compromiso constante consiste en animarlos para que sigan comunicando la alegría que produce el encuentro con Jesucristo. Seguiré dedicando todo mi tiempo y esfuerzo para acompañar en primer lugar a los sacerdotes, invitándolos a hacer todos los días con Pedro, la profesión de fe, reconociendo que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Los animo a que sigan viviendo este ministerio santo en gracia de Dios y en salida misionera.También seguir dedicando tiempo para acompañar a las instituciones diocesanas, con el fin de que puedan seguir siendo ejemplo de caridad en el desempeño de su misión y finalmente, quiero seguir acompañando a los feligreses en cada una de las parroquias, con las visitas pastorales y la administración del sacramento de la Confirmación, fortaleciendo con ello la acción misionera en cada una de las comunidades parroquiales.Los invito a fortalecer la conversión personal, que tiene que conducir a transformar nuestra vida en Cristo. La conversión es ir hacia adelante en el seguimiento de Jesús, sabiendo que en un primer momento es dejar un pecado, un vicio dominante que va arruinando nuestra vida, pero en un nivel superior es transformar la vida en Cristo, para decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20), de tal manera que todo nuestro actuar, sentir y vivir es en Cristo, como lo expresaba san Pablo en su experiencia espiritual: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21).Comprometidos con la conversión personal, tenemos la fortaleza que nos da la gracia para vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como pensamos y realizamos la pastoral (Cfr. DA 368), en este sentido “la conversión pastoral exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”.Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acoge-dora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370), teniendo presente que la hoja de ruta que hemos trazado para nuestra Diócesis de Cúcuta es la salida misionera que significa: “Salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).Nuestro punto de partida tiene que ser una sincera conversión personal, pastoral y de las estructuras, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Iglesia, conscientes que lo que se nos pide a todos es disponernos a la con-versión, mediante el encuentro con Jesucristo y la decisión de hacer profesión de fe en Él, diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29). Esto significa un cambio profundo de actitud, que conlleva a una transformación de nuestra vida en Cristo, aceptando su cruz, contemplando al Crucificado y escuchando lo que el Espíritu Santo está diciendo en este momento a la Iglesia y a nuestra Diócesis.Nuestra fuerza está en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que nos envía en salida misionera a evangelizar al mundo entero (Cf Mt 28, 19 - 20), que identificamos como nuestra misión, conscientes que la fuerza interna, proviene del Espíritu Santo a quien reconocemos como primer protagonista en la tarea del anuncio del Evangelio (Cfr. EN 75).El comienzo de la Cuaresma tendrá que ser una oportunidad para hacer profesión de fe en el Señor y en actitud contemplativa, mirando al Crucificado decir: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29). Que la intercesión de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor la gracia para cada uno de nosotros, de una auténtica conversión pastoral, para ir en salida misionera a anunciar el mensaje de la Salvación por todas partes.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Mar 13 Feb 2024
2024 de la mano de Dios
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Sin duda que el refrán de que cada día tiene sus afanes, es cierto. Así como cada año que comenzamos viene cargado de expectativas y sueños. Estamos dando inicio formal a las actividades administrativas en la Arquidiócesis y en general en todas nuestras comunidades. De nuevo quiero expresarles mis mejores deseos para que este año represente un tiempo de paz y reconciliación, así como de crecimiento en la fe y en el compromiso de vivir una vida según el querer del Señor. Vivámoslo de la mano de Dios.Para la Iglesia universal, por querer del Papa Francisco, el 2024 será el año de la oración. Él ha querido que, en la proximidad del año santo jubilar, que se celebrará en el 2025, los que hacemos parte de la Iglesia católica nos unamos en un mismo sentir y un solo corazón, por la gracia y acción del Espíritu Santo que debemos dejar actuar en cada uno. Y un medio para discernir lo que el Señor quiere para todos es la oración.El Catecismo de la Iglesia Católica dedica toda la cuarta parte a la oración cristiana, en los números 2558 – 2865. Los invito para que los retomen y los lean; es una joya catequética que nos ayuda a comprender la importancia de la oración cristiana y los beneficios que de ella surgen. En estos números nos enseña a orar y hacer de la vida una oración.En estos tiempos, que no son los últimos, pero que nos ayudan a prepararnos para cuando el momento final llegue, el Catecismo dice, entre otras cosas, lo siguiente: “Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que el Señor compara el Reino (cf. Lc. 13, 20-21)” (n. 2660).Y estas formas de oración son: vocal, meditación y contemplación, y en estas expresiones están la oración de bendición, de adoración, de petición, de intercesión, de acción de gracias y de alabanza.En este primer editorial del año, solo los quiero motivar para que acojamos la invitación del Papa para que se intensifique la oración, en estos tiempos de prueba. La Arquidiócesis irá ofreciendo subsidios, con base en el Catecismo, para que se sumerjan en el misterio del amor de Dios que es también la oración. Si Cristo oró, lo hizo porque para Él la oración era vital, y para enseñarnos a orar.El 2 de febrero celebramos la solemnidad de la Presentación del Señor en el templo, conocida también esta fiesta litúrgica como de Nuestra Señora de la Candelaria. Pedimos al Señor, que vino a nosotros como la luz de las gentes, que también nosotros seamos luz llena de esperanza para los demás.Igualmente se celebra el 11 de febrero, la Jornada Mundial del Enfermo, en concordancia con la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes. Oramos por los enfermos, por los que están en clínicas y hospitales, y oramos también por el personal de salud, médicos, personal de enfermería, administrativos y directivos de estas instituciones. También pedimos para que las políticas de salud que se están implementando, no vulneren los derechos de nadie, ni de los enfermos, ni de los prestadores de salud. En el centro de todo esfuerzo está la persona, y es a ella a la que se debe servir con amor y eficacia.El miércoles 14 de febrero damos inicio al tiempo de Cuaresma, con la imposición de la ceniza. Que sea un día de auténtico compromiso de cambio y de conversión personal y comunitaria.Y el 22 de febrero, celebramos la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Es el día en el que oramos por el Papa Francisco, sucesor de Pedro, y al orar por él, oramos por toda la Iglesia. El ser católico conlleva la comunión con el Papa. Él nos pide siempre que oremos por sus intenciones. Hagámoslo. Y oremos también por nuestro seminario Arquidiocesano San Pedro Apóstol, pidiéndole a San Pedro que interceda por esta importante y querida obra arquidiocesana, la casa donde se forman los futuros presbíteros.