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arzobispo medellín

Mié 19 Dic 2018

Adviento: Invitación a la esperanza

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Cada etapa, en el año litúrgico de la Iglesia, tiene su índole y su peculiaridad. El Adviento es el tiempo que nos lleva a pensar en las promesas que Dios nos ha hecho en orden al proyecto que está realizando en la historia. El Adviento es, entonces, una ocasión para comprender lo que es y realiza, en la vida de cada uno y de todos nosotros, la esperanza. La esperanza como virtud que conforta y sostiene al ser humano en su camino. Nuestra sociedad está herida en la esperanza. Se percibe en la tristeza de tantos jóvenes, en la mediocridad de tantas personas, en el egoísmo que nos encierra a casi todos. Son signos de que nos falta esperanza la agitación, la amargura, la superficialidad, la inestabilidad. En la sociedad aparece la ausencia de esperanza en la falta de claridad frente al futuro, en la incoherencia que destruye la unidad interior, en la dispersión en múltiples cosas, en la deshonestidad para favorecer cualquier interés personal. Tantas caídas, desilusiones, frustraciones y crisis en la vida familiar, laboral, espiritual o apostólica tienen su origen en la ausencia de esperanza. La falta de esperanza y de fortaleza es el resultado de no tener perspectivas con relación al futuro, que termina por encerrar la persona en sí misma, por hacerle pensar que está terminada y por impedirle la libertad de ver el mañana desde el amor y el poder de Dios. Debemos preguntarnos: ¿Es posible ofrecer a tantas personas, con dolorosas señales de desesperación, manifiesta o escondida, un motivo de esperanza? ¿Se puede dar a este mundo fatigado, desilusionado y hasta enfadado un mensaje vigoroso de esperanza? Estas preguntas hay que hacerlas porque, dentro de algunos años, sólo sobrevivirán los que hayan encontrado, como los santos, motivos para tener esperanza. La esperanza no equivale a indiferencia ni a resignación ni a vivir de una ilusión. La esperanza es aprender a ver el proyecto que Dios va realizando en el mundo para colaborar con él y para animar a otros a tener la alegría de trabajar por un mundo nuevo. La esperanza es la capacidad de no aniquilarse en la rutina, de no perderse ante la incertidumbre del porvenir, de no replegarse ante los grandes proyectos de la historia. Es la fuerza que nos lanza hacia algo más allá de nosotros mismos, es la sabiduría para situarnos en los planes de Dios. La esperanza tiene dos características que el Adviento nos hace presentes. Es dinámica porque anima; hace ver la meta y, por tanto, impulsa hacia ella sin que preocupe tanto el cansancio o la distancia. Viendo la meta se corre hacia ella, como el que, perdido en una selva o en una ciudad, una vez encuentra una señal que lo oriente se apresura para alcanzar el lugar de llegada. La esperanza sostiene e impulsa para proseguir hasta el final a pesar de las dificultades que se presenten. De otra parte, la esperanza es la purificación que corrige y transforma el ser humano. Haciendo ver el objetivo que se busca, señala también aquello que falta a cada uno para poderlo alcanzar. La esperanza es como una levadura en la entraña misma de la persona, es como un acicate interior que empuja para obtener lo que se espera. Si mi esperanza es vivir la misión que he recibido, qué debo hacer todavía. Si Cristo es mi esperanza, qué me falta para alcanzarlo y tener su vida . Es necesario asumir estas dos dimensiones de la esperanza. La fuerza que estimula y hace llegar y la exigencia de cambio que evita caer en la desesperación. Aprendamos a vivir el tiempo de Adviento con los ojos fijos en Cristo que sustenta nuestra esperanza. Que desde él demos sentido a todo lo que somos y hacemos y con él tengamos sabiduría y fortaleza para llegar hasta el final. Sintamos con el salmista: el Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? (Sal 26,1). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 31 Oct 2018

Crece la drogadicción

Por: Ricardo Tobón Restrepo - El consumo de drogas va adquiriendo proporciones sorprendentes y constituye ya un problema grave en nuestra sociedad. Es un fenómeno propiciado por los intereses económicos de diversos grupos, en crecimiento por la dependencia creada en tantas personas, manejado a través de un mercado bien organizado que trasciende los confines nacionales, vinculado a grupos dedicados a actividades criminales. Agrava la situación la estrategia de los traficantes de incentivar el consumo en niños y jóvenes de los centros educativos para volverlos adictos y hacerlos luego parte de sus redes. Las consecuencias de la drogadicción se van viendo cada vez más preocupantes: degenera las personas, favorece la inseguridad y la violencia, crea problemas de salud mental, aumenta el número de habitantes de la calle, obstaculiza un desarrollo integral de la sociedad. En una palabra, afecta el equilibrio síquico, la vida familiar y la realidad social de los consumidores y de muchas otras personas. Quienes usan drogas piensan que encontrarán un estimulante para vivir y en realidad llegan a situaciones lamentables, que limitan las relaciones y reducen notablemente la libertad a veces hasta anularla. Este hecho humano y social requiere un profundo análisis y acciones decididas. Sin embargo, con frecuencia hay indiferencia y hasta complicidad. Cuando se dan eventos excepcionales se aplican soluciones de emergencia, más bien que trabajar sistemáticamente en una cultura capaz de formular objetivos concretos, medios y recursos para garantizar coherencia y estabilidad en el propósito de afrontar a fondo el problema. El avance creciente de la drogadicción indica los vacíos de la planeación en las políticas y en las estrategias de lucha contra este fenómeno. La batalla contra este flagelo hay que empezarla antes que las personas sean adictas. Hay que comenzar por ser conscientes y sentirnos todos responsables para lograr dar respuestas adecuadas. Es necesario ver que la adición no puede ser concebida solamente como un problema personal, sino como una realidad que entraña una dimensión social, cultural y colectiva. Hay que entender el uso de drogas como una respuesta al malestar que generan carencias esenciales, como un modo de escapar de lo que hace sufrir. La falta de amor, de formación, de trabajo, de solvencia económica para las necesidades primarias provoca o agrava las situaciones de adición. La problemática de la drogadicción es una prolongación de la problemática social; es la consecuencia de un conjunto de situaciones negativas; la desesperación lleva a escoger caminos equivocados. La verdadera solución no es atacar la última manifestación sino ir a las causas. A la raíz del consumo de drogas está la familia, la educación, la falta de espiritualidad. Es en estos ámbitos donde hay que poner las mejores prácticas sobre prevención, lucha, tratamiento, rehabilitación y reinserción que lleven a los drogadictos a descubrir y vivir su auténtica dignidad. Dentro de un programa preventivo, hay que trabajar por la organización y estabilidad familiar, por fortalecer la salud mental de los niños y los jóvenes, por la construcción de una sociedad acogedora y equitativa. Hay que promover iniciativas en los colegios y en las parroquias para ayudar a los niños y adolescentes a encontrar el sentido de la vida, para acompañar su crecimiento, para animarlos a que superen los problemas; las respuestas que ofrezcamos después son limitadas y tardías. La atención debe ser integral tomando la persona en su totalidad y convocando toda la comunidad frente a esta urgente tarea. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 17 Sep 2018

Un momento difícil y salvífico

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Han generado inquietud y dolor una serie de acontecimientos en los que está involucrada la Iglesia Católica. Los más recientes han sido el informe sobre mil víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes de siete diócesis de Pensilvania en los últimos setenta años; la situación de la Iglesia en Chile creada por numerosos casos de pederastia que al parecer han sido encubiertos; también se han denunciado casos de abuso a menores en nuestra Arquidiócesis y otros escándalos de sacerdotes en diversos lugares; finalmente, lo más grave es la acusación contra el Papa Francisco de que ha encubierto el lamentable comportamiento moral de un cardenal de Estados Unidos. Ante estas situaciones, comentadas por algunos medios de comunicación, varias personas me han preguntado: ¿Qué está pasando en la Iglesia? ¿Cuál es la causa o realidad de fondo de estas denuncias? ¿Qué debemos pensar y hacer frente a esta situación? Me parece que estos interrogantes no admiten respuestas evasivas o simplistas. Sin poder agotar la materia, me propongo exponer algunos elementos de respuesta y de reflexión para los fieles católicos que, como es natural, sienten una honda preocupación por su Iglesia y necesitan un poco de claridad frente a la confusión generada por las diversas informaciones de distintas fuentes. Pido el favor de tomar en su conjunto el contenido de este texto. 1. ¿Qué está pasando en la Iglesia? + Debemos comenzar por reconocer que la pederastia es un mal gravísimo, que atenta contra la dignidad, el bienestar y el futuro de las niñas, los niños y los adolescentes. Está presente en el mundo del deporte, de la salud, de la educación, de la familia y también, qué dolor y vergüenza, donde menos debería estar, en la Iglesia. + Los actos de pederastia de algunos sacerdotes y su ocultamiento por parte de la Iglesia se vienen denunciando desde hace unos veinte años. Ha sido un proceso que ha comenzado en Estados Unidos y que luego ha ido recorriendo las diócesis de diversas naciones del mundo. + Han aparecido casos reales de abusos a menores por parte de eclesiásticos y religiosos, que nos han llenado de tristeza. También, es preciso decirlo, se ha dado en diversas ocasiones manipulación y tergiversación de la información por parte de algunos medios. + La denuncia de pederastia en la Iglesia, aún en ocasiones con fundamento en la realidad, aparece en el contexto de un conjunto de acciones que, no se puede ignorar, afectan su vida y misión. Tal es el caso de documentales que, en algunos eventos, tergiversan la historia, promoción de leyes contra valores innegociables del cristianismo como la vida y la familia, estrategias para desdibujar la naturaleza y el innegable aporte de la Iglesia a la sociedad. + La Iglesia Católica ha venido condenando fuertemente este delito, ha promovido diversas iniciativas para prevenir dentro y fuera de ella el abuso a menores, ha emanado unas normas canónicas concretas y exigentes para el tratamiento de las denuncias y el acompañamiento de las víctimas, que no eximen a los abusadores de los procesos civiles. La aplicación de estos medios ha tenido variantes según las circunstancias eclesiales y las leyes civiles de cada país. 2. ¿Cuál es la realidad de fondo de estas denuncias? + La causa primera y fundamental de estas denuncias es que en la Iglesia algunos sacerdotes y religiosos han caído en el grave delito de la pederastia. Con estos actos han hecho mucho mal a los menores, a la Iglesia y a toda la sociedad. Por eso el Papa y los obispos hemos pedido repetida y humildemente perdón y nos hemos empeñado con todas nuestras fuerzas en la erradicación de este mal. + También está, en ciertos casos, aún sin mala voluntad, la lentitud o imprecisión para tratar estas situaciones en las que ha habido abuso sexual, de poder y de conciencia. Pueden darse también abusos que no se procesan porque no son denunciados. + Igualmente, en otras ocasiones, ha habido dificultades procesales porque no siempre se cuenta con declaraciones y pruebas concretas, porque se reciben testimonios contradictorios, porque hay que respetar la intimidad de las víctimas y porque es preciso cuidar la reserva necesaria en las posibles investigaciones de las autoridades civiles. + Algunos hablan también de que existe una agenda internacional que, a partir de hechos graves de pederastia que ocurren en la Iglesia, promueve este movimiento de denuncias y las acciones indicadas antes, con propósitos concretos en orden a una nueva visión y organización del mundo, en las que la Iglesia católica resulta incómoda. + En el fondo de todo, está la acción de Dios que, a través de estas dolorosas situaciones, nos llama a todos con urgencia a la conversión. Como dice san Pablo, Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman (Rm 8,28). 3. ¿Qué debemos pensar y hacer frente a esta situación? + Trabajar seriamente en una purificación de la Iglesia. La orden del Papa Francisco ha sido la de “tolerancia cero” para los casos de pederastia. Esta es una forma de valorar y amar a la Iglesia, que tiene personas que han pecado y que han cometido delitos, pero que no es una institución de criminales. Son muchos más los sacerdotes, religiosos y laicos que viven fielmente el Evangelio. + Luchar por acabar con todas las formas del mal que afectan a la Iglesia; su purificación no es sólo erradicar casos de pederastia. Debemos construir una comunidad que viva con santidad y eficacia su identidad y su misión: ser signo e instrumento del amor y de la salvación de Dios en el mundo. En la Iglesia todos hemos pecado y todos formamos un solo cuerpo (1Cor 12,26-27), por eso, como ha escrito el Papa Francisco, todos estamos implicados y todos somos responsables. + Continuar e incrementar los diversos programas e iniciativas para la protección de niñas, niños y adolescentes y para prevenir los abusos a menores, en colaboración armónica con las autoridades civiles. Esto es inherente a la misión de la Iglesia. De otra parte, como el buen Samaritano, debemos acompañar a las víctimas, compartir su dolor y sanar sus heridas. + Orar siempre sin desfallecer (Lc 18,1). Orar pidiendo perdón a Dios; un corazón quebrantado y humillado él no lo desprecia (Sal 51,19). Orar para tener un corazón limpio que nos permita ver a Dios y lo que él quiere (Mt 5,8). Orar por los obispos y por los sacerdotes. Orar por las víctimas y los abusadores. Orar y hacer penitencia por todos, para que aprovechemos esta hora de salvación. + Construir una profunda comunión eclesial. Es hora de apoyarnos unos a otros. Como recomienda san Pablo, los más fuertes deben hacerse cargo de los más débiles (Rom 15,1). Urge unir y formar a los fieles en pequeñas comunidades; es necesario llegar a tener laicos santos y apóstoles, que asuman su puesto y su misión en la Iglesia. Es el momento para construir la Iglesia con una profunda evangelización, con una liturgia viva, con un fuerte compromiso social; no para abandonarla. No hundimos el barco por unas personas que dentro de él se comportan mal. + Tener fortaleza y perseverar. No nos vamos a ahorrar los sufrimientos de la purificación. Jesús mismo no quedó exento del sufrimiento de la obra redentora. Hijo y todo como era, dice la Carta a los Hebreos, aprendió por los padecimientos la obediencia (Heb 5,8). La pascua es la fragua en la que se forja la vida de los cristianos. Este dolor nos debe dar fuerzas para luchar por una Iglesia mejor. Cuando nos denuncian no siempre nos hacen mal; si lo hacen con recta intención y con objetividad, lo debemos agradecer pues nos ayudan a encontrar la verdad, que aunque sea dolorosa nos libera (cf. Jn 8,32). + Mantener viva la confianza y la esperanza. No podemos desesperarnos ni impacientarnos. Es preciso avanzar en la fe y la responsabilidad. Como nunca, según la recomendación del Apóstol, debemos tener los ojos fijos en Jesús (Heb 12,2). La Iglesia es de él. Por eso, ella es más que sus miembros y a pesar de los pecados con los que la afeamos, ella sigue ofreciendo a todos enormes recursos para ser libres y felices en la vida nueva que presenta el Evangelio. Este es un momento de salvación; es la ocasión para una profunda renovación de la Iglesia. Ya sabemos, las fuerzas del mal no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 24 Jul 2018

Un canto al amor y a la vida

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Se llega en este mes al quincuagésimo aniversario de la promulgación de la encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI. Un documento importante que proclamó la belleza del amor y la grandeza de la vida humana en un momento en el que el desarrollo tecnológico y la mentalidad materialista, que empezaban a difundirse, acrecentaban la ruptura entre sexualidad y amor, entre sexualidad y vida. Con clarividencia y valentía, Pablo VI señaló los principios cristianos, su aplicación al tema de la regulación de la natalidad y las consecuencias de no seguirlos. La encíclica desató una de las mayores controversias en diversas publicaciones, el desacato por parte de grandes entidades mundiales y aun la rebeldía en un amplio sector de la Iglesia. No se entendió su mensaje ni se descubrió su honda finalidad porque con miopía se redujo el documento a la prohibición del control artificial de la natalidad. No se tuvo en cuenta que, desde el comienzo, el cristianismo vio el amor y la vida como dones de Dios que hacían posible en nosotros su imagen y semejanza. Juzgada con superficialidad, la Iglesia apareció desconectada de la realidad y obstinada en mantener sus creencias en contravía a la mentalidad prevalente. No se entendió que el matrimonio no es un contrato social heredado, sino el designio de Dios mismo; que los hijos no son el objetivo de un proyecto humano, sino un auténtico don que los padres reciben con generosidad responsable; que la vida, como debemos aceptarlo todos con profunda gratitud, proviene de un Amor muy grande que nos ha elegido y nos ha llamado. La Humanae Vitae respondió a través de la antropología cristiana, que ilumina la verdadera dignidad del ser humano por encima de condicionamientos ideológicos, demográficos o tecnocráticos, a los graves desafíos de la cultura contemporánea en la que aparece la revolución sexual cabalgando en el egoísmo, que sólo desea complacer los instintos aprovechándose de los demás. Esta visión sobre la persona humana es la misma que guía a la Iglesia en su trabajo por la justicia social y en su opción por los pobres. La incapacidad de comprender el mensaje profundo que entraña la Humanae Vitae trajo las nefastas consecuencias sociales, culturales y religiosas que ya había advertido Pablo VI: el relajamiento del comportamiento moral, la falta de respeto por la mujer que se convierte en un objeto de placer, la imposición del control de la natalidad como política demográfica, la desestabilización de la familia y el miedo a asumir compromisos, el ejercicio de la sexualidad en edad cada vez más temprana, la dificultad para lograr el relevo generacional que crea sociedades moribundas. La forma como fue acogida la Humanae Vitae reveló también profundos vacíos en la Iglesia sobre la comprensión de la persona humana, la naturaleza de la sexualidad, la visión del matrimonio tal como aparece en el plan de Dios. De otra parte, llevó a la sociedad desarrollada a tomar distancia de la fe y de la moral cristianas. No es difícil percibir que en ciertos sectores culturales hay fragmentos de ideas cristianas, pero sacadas de su contexto original y usadas del modo que le conviene a cada uno. No podemos quedarnos indiferentes frente a esta realidad que parece querer crear una nueva religión que remplace al cristianismo y parte de ese cambio son las nuevas costumbres sexuales. Es necesario un serio compromiso educativo que lleve a valorar la dignidad de cada persona, ilustre la conciencia para que no quiera dar forma a la naturaleza según el propio antojo, integre la afectividad y la sexualidad del ser humano, acompañe a los jóvenes para que sepan vivir con verdad la vocación al amor. Entonces, la Humanae Vitae aparecerá como un canto al amor y a la vida, que nos lleva a la libertad y a la alegría en Cristo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 21 Jun 2018

La Misión del padre y de la madre

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos celebrando la Semana de la Familia y el próximo domingo será el Día del Padre. Es una ocasión propicia para pensar, una vez más, que el matrimonio y la familia son valores esenciales para la humanidad. Allí se transmiten la vida y el amor, allí se tiene un nombre y una historia personal, allí se comparten las tristezas y las alegrías, allí se aprende a vivir la libertad dentro del vínculo con los demás seres humanos, allí se percibe y acepta la diversidad del otro, allí se tiene la iniciación para incorporarse a toda la sociedad humana, allí cada momento trasmite una chispa del amor de Dios. Mientras damos gracias a Dios por tantas familias que en nuestra Arquidiócesis se esfuerzan por vivir su vocación y su misión, reflexionemos de nuevo sobre la importancia del padre y de la madre en un hogar. A ello se refiere el Papa Francisco en la Exhortación Amoris Laetitia, cuando nos muestra la belleza de la apertura a la vida y del acompañamiento de los hijos por parte de los padres. El amor conyugal no se agota dentro de la pareja. Los esposos, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de ellos mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre (cf AL, 165). La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la aceptación de la vida que llega como regalo de Dios. El don de un nuevo hijo, que reciben el padre y la madre, comienza con la acogida, sigue con la ayuda a lo largo de la vida y tiene como última meta el gozo de la vida eterna. Comprender esto hace a los padres más conscientes de que Dios les ha dado una joya y una bendición. El Papa muestra también la maravilla de las familias numerosas y recuerda que tener hijos es una aventura que exige unos padres maduros. Se ama un hijo, no por sus características, sino porque es hijo; y el amor de los padres es instrumento del amor de Dios que acepta gratuitamente cada niño (cf AL, 170-171). Hoy, cuando tantos niños viven un sentimiento de orfandad, es preciso saber que todo niño tiene el derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos son necesarios para su maduración integra y armoniosa. Respetar la dignidad de un niño significa afirmar su necesidad y derecho natural a una madre y a un padre. No se trata del amor del padre y de la madre por separado, sino del amor entre ellos, percibido como fuente de la propia existencia y como fundamento de la familia. Ambos, padre y madre, son cooperadores del amor creador de Dios. Ellos enseñan el valor de la reciprocidad, donde cada uno aporta su propia identidad y sabe también recibir al otro (cf AL, 172). En nuestro tiempo es posible ver lo difícil que es una maduración equilibrada de los hijos si falta uno de los padres que ejerzan su función educadora desde la identidad maternal femenina y paternal masculina. La madre que ampara con su ternura ayuda a experimentar que el mundo es un lugar bueno que nos recibe y esto facilita desarrollar la autoestima. La figura paterna contribuye a percibir los límites de la realidad, ayuda a salir hacia un mundo más amplio y desafiante, invita al esfuerzo y a la lucha. Un padre con una clara identidad masculina, que a su vez convine el afecto y la protección, es tan necesario como la madre (cf AL 175). Después el Papa señala que en nuestra cultura la figura del padre estaría simbólicamente ausente, desviada, desvanecida. Aun la virilidad pareciera cuestionada. Se ha producido una confusión en nombre de una liberación del padre representante de la ley. Y hoy el problema no parece ser la exagerada autoridad del padre en el hogar, sino su ausencia. De ahí pueden derivar en los hijos diversas situaciones afectivas, de inseguridad personal y de desadaptación en la sociedad. Cada vez, resulta más urgente defender la familia y apoyarla para que, no obstante las dificultades actuales, realice su tarea preciosa e imprescindible en el mundo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 26 Abr 2018

Marcha por la vida

Por. Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La defensa de la vida es fundamental para el futuro de la humanidad. La gran batalla que se viene librando en las últimas cuatro décadas busca proclamar la dignidad inviolable de toda persona humana, en cualquier momento de su desarrollo o en cualesquiera de sus circunstancias particulares. La Iglesia Católica ha asumido siempre esta causa como un servicio fundamental a la justicia social y como un apoyo a los más débiles y oprimidos. La batalla contra la destrucción de la familia, el aborto, la eutanasia, las diversas formas de maltratar la vida, las actitudes que desconocen la dignidad y la misión de la mujer, ha sido ampliamente ilustrada por el Magisterio, porque es la frontera decisiva de nuestro tiempo. El Papa Francisco, en su reciente exhortación apostólica, ha vuelto con fuerza sobre este tema diciendo: “La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte” (Gaudete et exultate, 101). San Juan Pablo II, por su parte, nos hacía ver nuestra grave responsabilidad personal: “Estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ‘cultura de la muerte’ y la ‘cultura de la vida’. Estamos no sólo ‘ante’, sino necesariamente ‘en medio’ de ese conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente a favor de la vida…Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida” (Evangelium Vitae, 28). Sin embargo, no obstante estas enseñanzas y esfuerzos, vemos con honda preocupación cómo se multiplican en el país diversas acciones contra la vida humana: promoción del crimen del aborto, asesinatos, personas destruidas que no logran encontrar sentido y esperanza en su existencia y, últimamente, la reglamentación que ha hecho el Gobierno de la eutanasia para niños y adolescentes, aun contra las clamorosas manifestaciones del pueblo colombiano. La Conferencia Episcopal advirtió: “Promover la eutanasia es sumarle más muertes a las muertes que ya hemos sufrido; no alcanzaremos la paz si continuamos atentando contra la vida” (Comunicado, 20.3.2018). Por tanto, nos vamos a unir todos a la XII Marcha Nacional por la Vida, que tendrá lugar el próximo 5 de mayo. En Medellín, habrá una gran concentración en el Parque Bolívar a partir de las 10.00 a.m. Luego, a las 12.00 m., celebraremos la Eucaristía en la Catedral. Así queremos manifestar nuestro compromiso con el anuncio del Evangelio de la Vida, defender el principio firme y no negociable de que la vida es un don de Dios del que nosotros no podemos disponer, y elevar nuestra oración para que cesen todos los atentados contra la vida humana y se garantice este derecho fundamental e inviolable. Que nos mueva a todos a participar en esta marcha la enseñanza del Papa Francisco cuando nos ha dicho que un ser humano es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los demás derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno (Evangelium Gaudium, 213). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 18 Abr 2018

El rostro más bello de la Iglesia

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El Papa Francisco acaba de entregarnos la exhortación apostólica “Gaudete et exultate”. Con ella busca “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades” (n.2). Lo primero que deberíamos preguntarnos es por qué el Papa vuelve a un tema propuesto con fuerza por el Concilio Vaticano II y en varias ocasiones retomado por sus predecesores. Pienso que el Señor nos quiere decir que lo más importante y urgente en este momento de la Iglesia es la vida espiritual; no nos podemos quedar en la reforma de las estructuras, en las celebraciones rituales, en las actividades exteriores. La emergencia que vivimos es de espíritu. La enseñanza del Santo Padre se estructura en cinco capítulos. En el primero, nos expone la llamada a la santidad que es para todos y busca hacernos más humanos. El segundo es una descripción de “dos sutiles enemigos de la santidad”: el gnosticismo y el pelagianismo. Después, en el capítulo siguiente, responde, a partir del camino de las bienaventuranzas, cómo debe ser un verdadero cristiano. En el cuarto se refiere a algunas características de la santidad en el mundo actual y a algunos riesgos de la cultura de hoy. El último capítulo explica que la vida cristiana es un combate permanente, que requiere valentía para resistir y que nos permite hacer fiesta cada vez que Dios vence en nuestra vida. El Papa explica cómo la santidad, en último término, es Cristo amando en nosotros, porque el designio del Padre es Cristo y nosotros en él. Citando al Papa Benedicto dice: “la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el modo como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya”. Por tanto: “cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo” (n.21). Y más adelante desea que logremos reconocer cuál es el mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con la vida de cada uno de nosotros (n.24). Así se ve que santidad y misión se encuentran; “no es que la vida tenga una misión, sino que es misión” (n.27). La exhortación advierte también sobre los enemigos y peligros de la santidad. El gnosticismo que confía al conocimiento la salvación, identificando la santidad por la capacidad de comprender determinadas doctrinas, sin la dimensión de la caridad (n.36-46). El pelagianismo pone la salvación en las obras y lleva a pensar que somos superiores a los demás porque se observan determinadas normas o se tiene un cierto estilo católico (n.49). El dualismo, en cualquier forma, que contrapone la vida contemplativa a la vida actica o el compromiso social con la espiritualidad; esto lleva a enfermar el alma. Igualmente, se refiere a la maledicencia y a la exclusión de los pobres, los migrantes y los débiles. El Papa nos deja una serie grande de reflexiones, de llamamientos, de exhortaciones para trabajar la santidad en medio del combate de la vida. Nos dice que no es una propuesta para elegidos y para héroes sino para todos y la aterriza en la vida cotidiana. Nos indica cómo en la Iglesia tenemos los recursos para hacer posible esta gracia en nosotros. Creo que Dios nos está pidiendo a todos, sacerdotes, religiosos y laicos, que nos decidamos a ser santos; no se trata de un lujo, sino de una necesidad en esta hora de la Iglesia y del mundo. Es el momento de hacer arder de veras la llama de nuestro Bautismo. Porque la santidad es el rostro más bello de la Iglesia y la única tristeza es no ser santos. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 24 Oct 2017

Permanecer

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Quisiera, también hoy, hacer eco a la Visita del Papa Francisco a Colombia reflexionando sobre algunos aspectos de su mensaje en el Centro La Macarena de Medellín. Tomando como punto de referencia la alegoría de la vid y los sarmientos que encontramos en el Evangelio (Jn 15,1ss) e invocando el ambiente de intimidad del cenáculo, el Santo Padre nos ha dicho que la verdadera vocación es permanecer unidos a Cristo y señaló, como dice el Documento de Aparecida, que “conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (n. 29). Luego, ha explicado que “permanecer no significa solamente estar, sino que indica mantener una relación vital, existencial, de absoluta necesidad; es vivir y crecer en unión fecunda con Jesús, fuente de vida eterna. Permanecer en Jesús no puede ser una actitud meramente pasiva o un simple abandono sin consecuencias en la vida cotidiana”. Un mensaje fundamental hoy cuando debemos superar el momento difícil que vivimos de una grave confrontación histórica y cultural entre el Evangelio y el mundo. El Papa nos propone tres modos concretos de este permanecer: tocar la humanidad de Jesús, contemplar su divinidad y vivir en la alegría. Recojamos algunos elementos de esta rica alocución, que no es posible agotar en un breve artículo. Es necesario permanecer en Jesús, ante todo, tocando la humanidad de Cristo. Esto significa contemplar la realidad con la mirada y los sentimientos de Jesús, no como un juez sino como buen samaritano; reconocer los valores del pueblo con el que se camina, así como sus heridas y pecados; descubrir y conmoverse ante el sufrimiento silencioso y las necesidades de las personas, sobre todo, cuando éstas se encuentran avasalladas por la injusticia, la pobreza deshumana, la indiferencia o la acción perversa de la corrupción y la violencia. Permanecer es manifestar, con los gestos y las palabras de Jesús, alegría y generosidad en la entrega y el servicio, sobre todo a los más pequeños, rechazando con fuerza la tentación de dar todo por perdido, de acomodarnos o de volvernos solamente administradores de desgracias. En segundo lugar, se permanece en Jesús contemplando su divinidad. Esto implica despertar y mantener la admiración por el estudio que acrecienta el conocimiento de Cristo. Para ello hay que privilegiar el encuentro con la Sagrada Escritura, particularmente con el Evangelio, donde Cristo nos habla, nos revela su amor incondicional al Padre, nos contagia la alegría que brota de la obediencia a su voluntad y el servicio a los hermanos. Debe ser un estudio “que nos ayude a interpretar la realidad con los ojos de Dios, que no sea un estudio evasivo de los aconteceres de nuestro pueblo, que tampoco vaya al vaivén de modas o ideologías”. Contemplar la divinidad de Jesús es también hacer de la oración parte fundamental de nuestra vida, pues ella nos libera del lastre de la mundanidad, nos enseña a vivir de manera gozosa, a crecer en libertad, a ponernos en las manos de Dios para realizar su voluntad. Finalmente, hay que permanecer en Cristo para vivir en la alegría, para que su alegría esté en nosotros. Entonces, no seremos discípulos tristes y apóstoles amargados, sino que reflejaremos y daremos a otros la alegría verdadera, el gozo pleno que nadie nos puede quitar, difundiremos la esperanza de la vida nueva que Cristo nos ha traído. “Dios no nos quiere sumidos en el cansancio que viene de las actividades mal vividas, sin una espiritualidad que haga feliz nuestra vida y aun nuestras fatigas. Nuestra alegría contagiosa tiene que ser el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios. Somos verdaderos dispensadores de la gracia de Dios cuando trasparentamos la alegría del encuentro con Él”. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín