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monseñor josé libardo garcés

Mié 15 Dic 2021

Diócesis de Cúcuta repudia actos de violencia que atentan contra la vida

Frente al atentado que se registró en la mañana del 14 de diciembre en el Aeropuerto Internacional Camilo Daza y un sector aledaño, la Diócesis de Cúcuta, en nombre del obispo, José Libardo Garcés Monsalve, emitió un comunicado en el que rechaza este acto violento que dejó como saldo tres personas fallecidas. En el mensaje se lee "Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, obispo de la Diócesis de Cúcuta, en nombre de esta Iglesia Particular, rechaza con vehemencia los hechos de violencia en contra de la vida humana y la tranquilidad de la sociedad civil". A través del escrito hacen un llamado a la reconciliación y al desarme de los corazones de aquellas personas violentas que siguen atentando contra la vida de las personas. "Pedimos con urgencia seguir construyendo el camino hacia la paz, que no sea vulnerado con este tipo de hechos que traen más dolor e incertidumbre a esta región del país que ha sido por años fuertemente golpeada por la violencia". Finalmente, extienden un saludo de acompañamiento y su oración a los familiares de los integrantes de la Fuerza Pública que perdieron la vida en este lamentable hecho. Descargar comunicado [icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon]

Jue 18 Nov 2021

El Obispo sucesor de los Apóstoles

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Al recibir el nombramiento que me ha hecho el Papa Francis­co, como Obispo de la Dióce­sis de Cúcuta, como sucesor de los Apóstoles les ratifico mi oración fer­viente al Señor con la intención del crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad, para seguir construyendo en camino sinodal, una comunidad viva, en salida misionera, al servicio de Dios y de los más pobres y nece­sitados. En la Iglesia Católica tenemos el re­galo de la sucesión apostólica, así lo enseña la Palabra de Dios cuando nos dice que: “El Señor llamó a los que Él quiso y se acercaron a Él. Desig­nó entonces a doce, a los que llamó Apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13 - 15), y aprendieron de Jesús todo cuanto debían anunciar por todas partes. Esta designación fue una elección gratuita de Dios, los Apóstoles no eligieron el estado apostólico, fue el Señor quien los llamó, así lo expresa el Apóstol san Juan: “No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15, 16), de esta manera, fueron hechos portadores del testimonio de Jesús, de su muerte y resurrección y del anuncio gozoso de la gran noticia de la misericordia del Padre para toda la humanidad y de la presencia perma­nente en la Iglesia de los misterios de la Salvación. Para cumplir con el mandato del Señor de anunciar todo el misterio pascual de la pasión, muerte y resu­rrección de Nuestro Señor Jesucris­to, los Apóstoles instituyeron a otros hombres, con la misma autoridad y función en la Iglesia que ellos, y los llamaron Obispos, estableciendo a la vez colaboradores para el servicio del culto y el anuncio del Evangelio, a quienes llamaron presbíteros, y eli­gieron a otros para el servicio de la caridad, a quienes denominaron diá­conos (Cf. LG 20). Desde el mismo origen, con Pedro a la cabeza por elección del mismo Se­ñor y los demás Apóstoles, Nuestro Señor Jesucristo instituye la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que sigue presente en los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos, que juntos conforman el Colegio Episcopal, al cual pertenecen to­dos los Obispos en co­munión con el Roma­no Pontífice, que en el momento actual es el Papa Francisco. Los Obispos presiden cada diócesis y garantizan la comunión en la ca­ridad, con Pedro y bajo la autoridad de Pedro; de tal manera, que la Iglesia de Cristo existe donde se encuentren hoy los sucesores de los Apóstoles, en comunión y obediencia al sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Desde el principio hasta el día de hoy, el Obispo tiene la misión de ser testi­go de la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, principio de la comunión católica, animador de la misión de la Iglesia y estímulo para que el pueblo de Dios crezca en la fe, la esperanza y la caridad. Así lo enseña el Concilio Vaticano II cuando dice: “Con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres ‘supremo sacerdocio’ o ´cumbre del ministerio sagrado´. Ahora bien: la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también los de enseñar y regir, los cuales, sin embargo, por su naturaleza, no pue­den ejercitarse sino en comunión je­rárquica con la Cabeza y miembros del Colegio… los Obispos en forma eminente y visible, hacen las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y obran en su nombre” (LG 21). La clave para el ejercicio del minis­terio episcopal está en la Comunión, afectiva y efectiva en el hoy de la historia con el Papa Francisco, como sucesor de Pedro y con la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, misterio que se hace presente en cada diócesis, donde está un Obispo legítimamente constituido y que a la vez es garantía de la sucesión apostó­lica, enseñanza que a la vez retoma Apare­cida cuando afirma: “Reunida y alimen­tada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia Católica exis­te y se manifiesta en cada Iglesia Particu­lar, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, ‘una porción del pueblo de Dios confiada a un Obispo para que la apaciente con su presbi­terio” (DA 165). En virtud de esa institución divina, los Obispos representan a Cristo, de manera que escucharlos significa es­cuchar a Cristo. Así pues, además del sucesor de Pedro, también los otros sucesores de los Apóstoles represen­tan a Cristo pastor. Esto lo enseña el Concilio: “En la persona de los Obis­pos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, pontífice supre­mo, está presente en medio de los fieles” (LG, 21), realidad que tiene raíces en el Evangelio: “Quien los escucha ustedes, a mí me escucha (Lc 10, 16). De tal manera, que escuchar al Obispo sucesor de los Apóstoles es escuchar a Nuestro Señor Jesucristo. Los invito a que en espíritu de comu­nión, todos vivamos este comienzo de una nueva etapa, como diócesis en camino sinodal y en salida misionera. Por voluntad de Dios y llamado de la Iglesia, en cabeza del Papa Francisco, vengo a caminar con ustedes, con la convicción que yo los voy a escuchar, ustedes me van a escuchar y juntos vamos a escuchar al Espíritu Santo, que nos iluminará para discernir la Voluntad de Dios para este momento de nuestra historia diocesana, que será estar en salida misionera, buscando a los que están alejados, siguiendo el espíritu de la enseñanza de Apareci­da cuando afirma: “La Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una ‘comunidad misionera’, cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecua­damente a los grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no partici­pan en la vida de las comunidades cristianas” (DA 168). Con este buen propósito nos pone­mos bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, Estrella de la Evangelización, que nos protege y ampara y del Glorioso Patriarca San José nuestro patrono, que custodia nuestra fe, esperanza y caridad. Que ellos nos alcancen de Jesucristo todas las bendiciones y gracias necesarias, para emprender esta experiencia en camino sinodal y en salida misionera, para mayor gloria de Dios y salvación nuestra. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo electo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 5 Oct 2021

La caridad, ruta de navegación del nuevo obispo de Cúcuta

El obispo electo de la Diócesis de Cúcuta José Libardo Garcés Monsalve, ha dicho que dentro de su plan pastoral a seguir está el acompañar y trabajar por los pobres, los más necesitados, los migrantes y todos aquellos que viven en las periferias. “El papa Francisco nos ha convocado a todos en su magisterio, llegar a todos y, precisamente la salida misionera es uno de los propósitos que tengo para que junto al presbiterio y todos los agentes de pastoral, hagamos camino sinodal, caminemos juntos anunciando a nuestro Señor Jesucristo”. En una entrevista concedida al centro de comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta, el prelado resaltó también, que, continuará acompañando al presbiterio diocesano, religioso, seminaristas y a todo el pueblo de Dios en la tarea del anuncio gozoso del Evangelio. “Me pongo en las manos de Dios y convoco a todo el presbiterio y a los fieles a hacer camino sinodal, a caminar juntos para que la fe, la esperanza y la caridad puedan crecer en esta porción del pueblo de Dios que se me ha confiado”. La caridad ocupa un lugar importante dentro del plan pastoral Cabe resaltar que, monseñor Garcés Monsalve, venía desempeñándose desde hacía 8 meses como administrador diocesano de esta Iglesia particular, por lo que al ser interrogado sobre la impresión del trabajo que allí se adelanta, destacó entre algunos aspectos: la fe viva de los creyentes, un presbiterio trabajador, el trabajo social y la caridad que se vive por los más necesitados. “La caridad ocupa un lugar importante dentro del plan pastoral y creo que lo han venido haciendo con mucho fervor y celo pastoral, quisiera que entre todos reforzáramos esa vivencia de la caridad como fruto maduro de la vida cristiana”. Gratitud a la Diócesis de Málaga De la Diócesis de Málaga-Soatá, ubicada en el Departamento de Santander, donde estuvo por 5 años, el prelado recordó con alegría y entusiasmo sus visitas pastorales por las veredas visitando a los campesinos y compartiendo con ellos el mensaje del Evangelio. Igualmente, expresó su agradecimiento y gratitud al clero y, a todos aquellos que le acompañaron durante su paso por esta Jurisdicción. Finalmente, colocó en manos de Dios este nuevo camino pastoral y pidió de todos sus oraciones, así como también, asumió el compromiso de orar a diario ante el Santísimo Sacramento por la labor que se ha de realizar en esta porción del pueblo de Dios que se le ha confiado. Posesión Canónica Mons. Garcés Monsalve tomará posesión Canónica de la sede, el próximo 20 de noviembre a las 9:00 a.m. en la Catedral San José de la ciudad de Cúcuta.

Lun 4 Oct 2021

El Papa Francisco nombra obispo para la Diócesis de Cúcuta

Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, fue nombrado por el Papa Francisco como nuevo titular de la sede de Cúcuta, en el departamento Norte de Santander, convirtiéndose en el décimo prelado desde que se fundó la diócesis en 1956. El nuevo obispo de Cúcuta viene de pastorear, desde el año 2016, la Diócesis de Málaga-Soatá, una jurisdicción eclesiástica ubicada en el Departamento de Santander. Además, desde el 30 de enero de 2021, por decreto de la Congregación para los Obispos y por voluntad del Papa Francisco, asumió como administrador apostólico de la Diócesis de Cúcuta, cargo que ocupa actualmente. Perfil de Mons. JOSÉ LIBARDO GARCÉS MONSALVE El prelado nació en Aguadas - Caldas (Colombia) el 26 de Septiembre 1967 y ordenado sacerdote el 27 de Noviembre de 1993, para la Arquidiócesis de Manizales. Realizó sus estudios de Filosofía y Teología en el Seminario Mayor de Manizales desde el año 1986 a 1992. Es licenciado en Filosofía y Ciencias Religiosas por la Universidad Santo Tomás en Colombia y en Psicología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En su ministerio pastoral ha ocupado entre otros cargos: Vicario Parroquial de la parroquia San José de Pácora de 1994 a 1995; formador y ecónomo del Seminario Mayor de Manizales, de 1996 a 1998; estudiante de psicología en Roma de 1998 al 2002; formador del Seminario Mayor de Manizales de 2002 a 2009; párroco de Nuestra Señora de los Dolores en Manizales de 2010 a 2013; párroco de la Catedral Basílica de Manizales de 2014 a 2016; canciller de la Arquidiócesis de Manizales de 2015 a 2016; en la Arquidiócesis de Manizales fue miembro del Consejo Presbiteral y del Colegio de Consultores. El 1 de septiembre de 2016 fue ordenado obispo para la Diócesis de Málaga - Soatá, tomando posesión del cargo el 30 de septiembre del mismo año. Por decreto de la Congregación para los Obispos y por voluntad del Papa Francisco, el 30 de enero de 2021, fue nombrado como administrador apostólico de la Diócesis de Cúcuta. El 4 de octubre de 2021, el Papa Francisco lo nombra obispo titular de la Diócesis de Cúcuta. [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar Biografía[/icon]

Sáb 4 Sep 2021

Así vivirá la Diócesis de Cúcuta la 34 versión de la Semana por la Paz

Durante 34 años, diferentes instituciones y colectivos sociales colombianos promueven la gran movilización de la ‘Semana por la Paz’, para impulsar iniciativas que dignifiquen la vida en los territorios del país. Tradicionalmente se desarrolla en el marco de la celebración de los días de los Derechos Humanos en Colombia y el de san Pedro Claver (9 de septiembre). Este año, se desarrollará del 5 al 11 de septiembre. La Iglesia Católica en Colombia, a través del Secretariado Nacional de Pastoral Social, se ha vinculado año tras año en este ejercicio, con el objetivo de promover en las comunidades de las jurisdicciones eclesiásti­cas, espacios de reflexión so­bre el compromiso cristiano en la construcción de paz y la re­conciliación, desde la transfor­mación de relaciones consigo mismo y con el otro, a partir del reconocimiento de la diversidad y como aporte para el fortale­cimiento del tejido social en la búsqueda del bien común. Así mismo, la Diócesis de Cúcuta acoge esta iniciativa y por medio de la Corporación de Servicio Pastoral Social (COSPAS), desarrolla en esta zona de frontera la celebración de la Semana por la Paz, que, en esta versión, bajo el lema: “Verdad que podemos”, busca discernir sobre las prácticas y acciones que contribuyen a la construcción de la paz a nivel personal, familiar, espiritual, educativo, sociopolítico, ecológico y virtual. Para esto, a partir del material elaborado por la Pastoral Social nacional, COSPAS, ha organizado los temas dentro del contexto que se vive en esta Iglesia Particular y los va a desarrollar a través de encuentros virtuales, que serán transmitidos a través de los medios de comunicación diocesanos (Facebook, YouTube y Emisora Vox Dei). Igualmente, la Diócesis de Cúcuta en su página web ha dispuesto un ‘banner’, donde al ingresar, encuentran la cartilla para leer, reflexionar y desarrollar los encuentros en sus entornos académicos, sociales o con su comunidad eclesial, además de esto, material gráfico y audiovisual. El administrador apostólico de la Diócesis de Cúcuta, Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, a través de un video-mensaje, invita a todos los fieles bautizados a participar de la Semana por la Paz, orar por ella y “recibirla como don de Dios”, que cada uno pueda fortalecerla, para hacer de cada ambiente, lugares de “unidad, comunión y armonía”. Descargar los insumos para animar esta Semana [icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon] Fuente: Fuente: Centro de comunicaciones Diócesis de Cúcuta

Mar 31 Ago 2021

Bienaventurados los que trabajan por la paz

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), son las palabras de Jesús en el discurso de despedida y que nos indican que tenemos que trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz. Esta paz interior y exterior no depende de nuestro esfuerzo y méritos, sino de la gracia de Dios. Durante la celebración de la eucaristía el sacerdote dice: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ‘la paz les dejo, mi paz les doy’, no mires nuestros pecados sino la fe de la Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad”. Luego extiende las manos y nos dice: “La paz del Señor sea siempre con ustedes”. ¿Qué es esta paz? Es un maravilloso regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre para nosotros y que nos quiere dejar para que vivamos en comunión y unidad. De nuestra parte está la responsabilidad de aceptarla, acogiéndola como don de Dios para nuestra vida. Cuando aceptamos a Jesucristo en la vida personal y familiar, brota del interior el deseo de trabajar y construir la paz; como consecuencia de ello seremos llamados por el mismo Señor, bienaventurados. Así lo expresa Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), esta es la tarea de todo cristiano, ayudar a que todos vivamos en paz. Llegar a trabajar por la paz presupone que reinen en nuestro corazón las demás bienaventuranzas. Cuando tengamos la confianza puesta solo en Dios desde la pobreza evangélica, cuando tengamos el alma limpia de todo pecado, comenzamos a tener paz en nosotros mismos y también la podemos ofrecer a los demás. Quienes trabajan por la paz son bienaventurados, porque primero tienen la paz en su corazón y después procuran ambientes de paz entre los hermanos que están en división y conflicto. Para trabajar por la paz y transmitirla a los otros, se necesita tener en el corazón todas las cosas ordenadas, dejar entrar todas las virtudes, desde la fe, la esperanza y la caridad que nos ponen en paz con Dios y luego las demás virtudes que rigen toda la vida del creyente y lo ponen en actitud de acogida del hermano. Desde un corazón que está limpio, que está en gracia de Dios, es posible trabajar por la paz, recibiendo cada uno la paz que Jesucristo nos ha dejado y que nos conduce al encuentro con Él. Del 5 al 12 de septiembre celebramos la semana por la paz, en donde nos disponemos a rezar por la paz tan anhelada por todos y a trabajar para que vivamos en familias perdonadas, reconciliadas y en paz. Se necesitan corazones perdonados y reconciliados con Dios y con los hermanos para que podamos tener una paz verdadera, estable y duradera. Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla. En Colombia sabemos de la necesidad que tenemos de la paz, pero no podemos olvidar que es un don de Dios y que trabajar por la paz, nos hace hijos de Dios y hermanos entre sí. Mientras no tengamos este principio cristiano bien anclado en el corazón, todos los esfuerzos meramente humanos que hacemos por conseguir la paz, quedan a mitad de camino y desfallecen en la mitad del sendero. Se necesita amar la paz, que en la vida concreta es amar a Jesucristo, príncipe de la paz y tenerlo en el corazón de hijos de Dios. En este trabajo intenso y desde el corazón, tenemos la certeza de un premio: “bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), sabiendo que el Padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia, si no vivimos en paz entre todos por medio de la caridad fraterna, trabajando por crear armonía y unidad en nuestro entorno. Esta es la misión de Nuestro Señor Jesucristo, conducirnos a la paz, reunir a los que están dispersos y divididos y establecer la paz entre los que crean divisiones. Sobre todo, su misión es devolvernos la paz con Dios, perdida a causa del pecado, poniendo en nuestro corazón la gracia para vivir en la presencia permanente de Dios, sabiendo que somos pacíficos cuando en nosotros no hay nada que se oponga a Dios y todos estamos cerca del Señor, así lo expresa el Apóstol san Pablo: “mas ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos, han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz… para crear en sí mismo… un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca” (Ef 2, 13 - 15). Nuevamente Jesucristo necesita que lo dejemos obrar en nuestro corazón y que lo dejemos entrar en nuestra vida: “mira que estoy a la puerta y llamo. Cuando alguien me oye y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3, 20), esta es la clave para vivir perdonados, reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Mar 27 Jul 2021

Hagan lo que Él les diga

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - En el mes de julio celebramos con gozo dos advocaciones de la Virgen muy queridas por todos: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y Nuestra Señora del Carmen. La devoción a la Virgen María en todas sus advocaciones, es un fuerte llamado a la vida interior, que es de modo muy especial contemplar la vida de María, siguiendo sus pasos en lo que nos presenta el Evangelio. Una vida interior de total unión con Dios Ella proclamó ante el anuncio del ángel: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38) y en las bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). La Santísima Virgen María nos quiere cristianos semejantes a Ella en la vida de oración, de recogimiento interior, de contacto continuo, unión íntima con el Señor y de entrega permanente a la voluntad de Dios. El corazón de María siempre fue un santuario reservado solo a Dios, donde ninguna criatura humana le robó esta atención, reinando solo el amor y el fervor por la gloria de Dios, colaborando así, con la entrega de su vida a la salvación de toda la humanidad, en total unión con su Hijo Jesucristo. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “Al pronunciar el Fiat de la Anunciación y al dar su consentimiento al misterio de la Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde Él es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico” (CCE 973). Hacer lo que el Señor nos dice, es cumplir cada día con la voluntad de Dios a ejemplo de María, tal como lo oramos varias veces al día en el Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), en actitud de oración contemplativa, en una vida por entero dedicada a la búsqueda de Dios. Así nos lo enseñó el Concilio Vaticano II: “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de ‘hijos en el Hijo’ nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (Cf. Lc 1, 45) y obediencia a la Voluntad de Dios (Cf. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra de Dios y de las acciones de Jesús Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor” (LG 53). En este mundo con tanto ruido y confusión exterior, donde se ha perdido el horizonte y la meta de la vida, se necesita el corazón de los creyentes fortalecido por el silencio interior, que hace posible el contacto continuo con Dios; en actitud contemplativa vamos descubriendo en cada momento la Voluntad de Dios, con una vida en total entrega a la misión, como María nos lo enseña permanentemente. Es esta la gracia que debemos pedir a la Virgen, cada vez que nos dirigimos a Ella y en los momentos en los que celebramos una de sus advocaciones, renovar nuestro deseo de tenerla siempre como patrona y maestra de nuestra vida interior. Cuando el discípulo de Cristo desarrolla su vida interior, a ejemplo de María, es capaz de discernir todos los momentos de la vida, aún los momentos de cruz, a la luz del Evangelio. María precisamente, enseña al creyente a mantener la fe firme al pie de la Cruz, Ella estaba allí con dolor, pero con esperanza, en ese lugar Ella estaba en total comunión de mente y de corazón, con su Hijo Jesucristo, así lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica cuando dice: “La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la Cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26-27) (LG 58)”. (CCE 964). De un corazón que aprende a hacer lo que el Señor diga, brota también la capacidad para vivir los momentos difíciles y tormentosos de la vida como una oportunidad para fortalecer la fe, mantener viva la esperanza y acrecentar la caridad cristiana. María al pie de la Cruz, da a la Iglesia y a cada uno, la esperanza para iluminar cada momento de la existencia humana, aún los más dolorosos. Estamos pasando por situaciones difíciles en el mundo, en Colombia y en las familias a causa de la pandemia y de otros sufrimientos que afrontamos. Sin embargo, no todo está perdido, en medio de tantos dolores, incertidumbres y cruces, ahí está la Madre, la Santísima Virgen María, animando a cada uno de sus hijos y a cada familia, para no desfallecer; Ella, Madre de la Esperanza está acompañando el caminar de todos. También en la cruz y la dificultad, estamos llamados a descubrir qué nos está pidiendo Dios y hagamos lo que Él nos vaya diciendo en el silencio del corazón. Jesús hoy nos dice que confiando en su gracia escuchemos su Palabra, recibamos los sacramentos, oremos y pongamos de nuestra parte toda la fe, toda la esperanza y toda la caridad, y Él se encargará del resto, de darnos su gracia y su paz, en todos los momentos de la vida; en los más fáciles y también en las tormentas que llegan a la existencia humana y todos en comunión hacernos servidores los unos de los otros. Sólo poniendo al servicio de Dios y de los demás lo que somos y tenemos, todo irá mejorando a nuestro alrededor, en la familia, en el trabajo, en la comunidad parroquial y en el ambiente social. Los convoco a poner la vida personal y familiar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, en todas las circunstancias de la vida, aún en los momentos de cruz, tengamos siempre presente el llamado de María: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Que el Glorioso Patriarca san José, unido a la Madre del Cielo, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, muchas gracias y bendiciones para cada uno de ustedes y sus familias. Para todos, mi oración y bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Jue 8 Jul 2021

El perdón y la reconciliación que llevan a la paz

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - A nivel mundial, particularmente en Colombia y en nuestras fami­lias, el ser humano está pasando por una crisis de convivencia, manifes­tado esto en corazones llenos de odio y resentimiento que generan cada día más violencia y confusión al interno del grupo familiar y de la sociedad. Se escucha desde distintos enfoques que es necesario un proceso de perdón y recon­ciliación para llegar a la paz. Sin embar­go, no se llega a la tan anhelada paz, tan querida por todos, porque en la huma­nidad prevalece el uso de la fuerza y la violencia para resolver sus conflictos, al tiempo que se desea vivir en paz. Al hablar de perdón y reconciliación se está tocando un aspecto central de la fe cristiana. Muchas situaciones persona­les, familiares, sociales, etc., que se viven en conflicto, hacen necesario un proceso de perdón y reconciliación, pero no se concreta quitando a Dios del centro de la vida, de tal manera, que la virtud de la fe es definitiva cuando se quiere hablar de perdón y reconciliación y por eso es que a las comunidades cristianas en Colom­bia, hay que pedirles como primera obra en el trabajo de la reconciliación, que se encuentren para rezar. La oración es el clamor de quien no se resigna a vivir en el odio, el resentimiento, la violencia y la guerra. El perdón y la reconciliación son virtu­des cristianas que brotan de un corazón que está en gracia de Dios, nos permi­te ver la dimensión del don de Dios en nuestras vidas. Nacen estas virtudes de la reconciliación con Dios, mediante el perdón de los pecados que recibimos, cuando arrepentidos nos acercamos al sacramento de la penitencia a implo­rar la misericordia que viene del Padre y que mediante el perdón nos deja re­conciliados con Él. Estar en gracia de Dios, perdonados y reconciliados son características fundamentales de la fe cristiana. El perdón y la reconciliación son gra­cias de Dios y por eso no son fruto de un mero esfuerzo humano, sino que son dones gratuitos de Dios, a los que el cre­yente se abre, con la disposición de reci­birlos, haciéndose el cristiano testigo de la Misericordia del Padre y convirtién­dose en instrumento de la misma, frente a los hermanos. Un cora­zón en paz con Dios, que está en gracia de Dios, es capaz de transmitir este don a los demás, mediante el perdón y la reconciliación en la vi­vencia de las relaciones con los otros. No hay reconciliación y paz sin perdón, y todo tiene su origen en Dios Padre que envió a su Hijo Jesu­cristo, para que nos reconciliara con Él y efectivamente así lo hizo desde la Cruz, cuando nos otorgó su perdón y nos dejó el mandato de perdonar a los hermanos. El origen del perdón es la experiencia que Jesús tiene de lo que es la Misericor­dia infinita del Padre y por eso desde la Cruz lanza esa petición de perdón para toda la humanidad pecadora y necesita­da de reconciliación: “Padre, perdóna­les porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Es por esto que ninguna ley civil y nin­gún poder humano podrá obligar a nadie a conceder y pedir el perdón. Solo la ley moral lo hace porque tiene su funda­mento en Dios mismo que siembra en nosotros la semilla del perdón y la re­conciliación, en el perdón que Él mismo nos ofrece, del cual somos testigos y por gracia de Dios y desde la fe, somos instrumentos de la misericordia del Padre. Para los creyentes la reconciliación con Dios es condición básica y necesaria para la reconciliación humana. Hemos de estar reconciliados con Dios si que­remos vivir reconciliados entre los seres humanos, así lo decimos en la oración del Padre Nuestro: “Perdónanos nues­tras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 12). Como cristianos creemos que el agente principal del perdón y la reconciliación es Dios. Orar por el per­dón y la reconciliación es mostrar que estamos convencidos que esto no es una lucha humana, sino un don de Dios. Esto, no declina nuestra dedicación activa por vivir perdona­dos y reconciliados, sino que nos dispone abrien­do el corazón a esta gracia de Dios. La oración estimula nuestra actividad y creatividad en trabajar por un mundo y una Colombia perdonada y reconcilia­da. Siempre en el mundo los grandes ar­tífices y trabajadores de la paz han sido personas de oración ferviente al Señor, pidiendo constantemente el perdón y la reconciliación que nos lleva a la verda­dera paz. Con Dios al centro de la vida y vivien­do en su gracia y en oración fervien­te, un instrumento fundamental en el proceso del perdón y la reconciliación es el diálogo, tan añorado en estos tiempos de violencia y dificultad en nuestra patria, válido para resolver conflictos familiares, vecinales, socia­les, políticos, etc. El diálogo ha evitado muchos enfrentamientos violentos a lo largo de la historia, en todos los sectores sociales. Dialogar implica escuchar de verdad las razones del adversario y estar dispuestos a modificar nuestra posición. Con la gracia de Dios en el corazón, el diálogo que lleva al perdón y la recon­ciliación se busca como un beneficio para el otro, sin Dios al centro se bus­ca el perdón y la reconciliación como un beneficio egoísta para sí mismo. La paz que nos trae el Señor, no como la que da el mundo sino Dios, implica una búsqueda continua del bien del otro, que lleva finalmente a trabajar de manera incansable por el bien común. Esto es un aprendizaje que se hace desde la fe, dejándonos educar por Dios mismo, que quiere que seamos sus hijos y entre no­sotros verdaderos hermanos. Aparecida expresó esta verdad diciendo: “Es necesario educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e integración. La comunión alcanzada en la sangre recon­ciliadora de Cristo nos da fuerza para ser constructores de puentes, anunciadores de verdad, bálsamo para las heridas. La reconciliación está en el corazón de la vida cristiana. Es iniciativa propia de Dios en busca de nuestra amistad, que comporta consigo la necesaria reconci­liación con el hermano. Se trata de una reconciliación que necesitamos en los diversos ámbitos, en todos y entre todos los países. Esta reconciliación fraterna presupone la reconciliación con Dios, fuente única de gracia y de perdón, que alcanza su expresión y realización en el sacramento de la penitencia que Dios nos regala a través de la Iglesia” (DA 535). Que Nuestro Señor Jesucristo, por in­tercesión de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, nos concedan la gracia de vivir en Colombia perdonados, reconciliados y en paz. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis Málaga Soatá y Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta