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Opinión

Jue 11 Feb 2021

17 de febrero - Miércoles de Ceniza

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - De nuevo daremos inicio al tiempo de cuaresma en la Iglesia. No sabría decir si lastimosamente, pero sí, nos toca vivirlo en un período de tiempo muy difícil provocado por la pandemia del coronavirus. Hasta la Iglesia ha debido hacer algunas recomendaciones relacionadas con el rito, no con el fondo de la celebración. Ojo. La Congregación para el Culto Divino y los Disciplina de los Sacramentos ha pedido que en relación con el rito de la imposición de la ceniza se retorne a la usanza antigua, como lo describen los textos sagrados cuando se habla de los penitentes que se cubrían de saco y ceniza. En ninguna parte se dice “se untaban” ceniza (cfr. Jonás, 3, 5-6). Respetuosamente quiero hacer mención a lo sucedido con las prescripciones de bioseguridad respecto de la recepción de la comunión en la mano y no en boca, donde no pocas personas se han sentido afectadas y temerosas, pues consideran que no son dignas de recibir el cuerpo de Cristo en sus manos. Muchos se han quedado en la forma de recibir a Jesús sacramentado, y han preferido -dolorosamente- abstenerse de recibirlo, cuando la recepción en la mano ha sido tan antigua en la tradición de la Iglesia. Lo mismo sucede con la santa ceniza. Lo primero que en estos tips pastorales quiero recordar, es que este es un sacramental. Es decir, una ayuda espiritual para hacer más factible el propósito personal del creyente, en este caso, de la conversión, del cambio de vida, que comienza con el reconocimiento de los propios pecados. Desde siempre la ceniza se ha esparcido o echado en seco sobre la cabeza de los fieles. Así ha sido en Roma. Comenzando por los Papas, la han recibido en sus cabezas, de manos del Cardenal camarlengo. La tradición de mojar totalmente la ceniza y untarla es realmente de Latinoamérica, pero no hace parte de ningún dogma o mandato que diga que debe siempre untarse en la frente. Ahora, por la pandemia, se invita a que el sacerdote diga una sola vez la fórmula de la unción, y en silencio, con los cuidados del protocolo de bioseguridad, a los fieles que se acerquen, les echa con sus dedos un poco de ceniza seca en las cabezas sin tocarlos. No se es más o mejor cristiano porque la cruz de ceniza se vea más. Se es más cristiano cuando cada uno tome conciencia de la necesidad de volver a Dios, de convertirse y de tener una vida según su santa voluntad. Los signos de la Cuaresma como la penitencia, la limosna, la oración, el ayuno, sí que se pueden vivir personal y comunitariamente en este tiempo Cuaresma, cuando son tantos los que por causa de la pandemia del COVID-19 y las injusticias humanas sufren hambre, están ayunando física y espiritualmente y esperan de todos una limosna, o mejor, unos brazos extendidos que hagan sentir cercana la misericordia y el amor divinos. Que la Cuaresma 2021 permita a los creyentes en Cristo y a los miembros de la Iglesia, escuchar la voz de Dios, que en la pandemia nos está llamando a convertirnos, porque su tiempo ha llegado. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar

Lun 8 Feb 2021

Un cáncer que hace metástasis

Por: Mons. Froilán Tiberio Casas Ortiz - ¡Qué pandemia tan terrible, la corrupción! ¡Qué horror, no tiene límites! El corazón del corrupto no conoce ningún principio ético, para él (ella), todo es permitido. Es una persona obsesionada por el tener y el poder. Es una persona sin conciencia; es más, es una persona cínica: tiene el descaro de presentarse como persona honesta y ofrece su nombre para que sea designado en algún cargo directivo de elección popular o de dirección administrativa. Busca por todos los medios brillar públicamente. Ordinariamente los corruptos se rodean de gente que tienen el mismo pelambre; bajo una banda de corifeos y bufones, todo son aplausos, no importan los canales, el fin justifica los medios. ¿Por qué son aplaudidos? Porque todos buscan sacar tajada del ponqué burocrático y de la fuente de contratación. ¿Por qué llega, como en Venezuela y Nicaragua, la autodenominada izquierda al poder? Por la corrupción de quienes dirigen un país, de quienes tienen que tomar decisiones. La corrupción se despliega por todo el tejido social, permeando por desgracia, a tantos funcionarios que otrora eran honestos. ¡Cómo me causa tristeza el dios de los corruptos! Tienen el descaro de profesar con sus labios fe en Dios. Pregunto: ¿qué tipo de dios han fabricado? Un dios permisivo, un dios gelatina que se acomoda a los intereses mezquinos de cada quien, un dios “tapahuecos”, que se utiliza como un idiota útil a la voracidad de la avaricia y la codicia personales. Un dios a la medida de la ambición humana. Excúsenme decirlo: le doy gracias a Dios porque hay infierno, -tiene que haber un castigo para tantos pícaros y bellacos-. Tanta retórica para acabar la corrupción, -discurso que lleva décadas-, los resultados son nulos; por el contrario, según la ONG Trasparencia Internacional, Colombia sigue ocupando uno de los primeros puestos en corrupción. Mucho ruido y pocas nueces. ¡Cómo necesitamos un líder como LEE KUAN YEW! Hace sesenta años la Ciudad-Estado, Singapur era más pobre que Colombia, la corrupción galopaba por todas partes y ¿hoy? Es uno de los países más prósperos del planeta, es una de las economías más sólidas, ocupando uno de los diez primeros puestos en la escala de prosperidad económica. Con pañitos de agua tibia y compresas no se sacan los tumores: se requiere el bisturí. + Froilán Tiberio Casas Ortiz Obispo de Neiva Publicado: Diario la Nación de Neiva

Jue 4 Feb 2021

Otro “día internacional”, ¿para los otros o para nosotros?

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El 4 de febrero ha sido designado por la Organización de Naciones Unidas (ONU) como el Día Internacional de la Fraternidad Humana. ¿Otro “día internacional” más? ¿No hay ya bastantes? Y, ¿qué tiene este de especial? ¿En qué nos afecta? Los siguientes párrafos abordan algunas de estas dudas y cuestiones. Pero, antes de ello, conviene compartir ciertas informaciones que explican por qué esta nueva jornada internacionales un evento especialmente relevante. Fue una resolución aprobada por la Asamblea General de la ONU el 21 de diciembre de 2020 la que decidió celebrar cada año el Día Internacional de la Fraternidad Humana, a partir de este 2021. Estamos, pues, ante la primera ocasión de este acontecimiento. ¿Por qué se escogió esta fecha? Sencillamente, para conmemorar la reunión del 4 de febrero de 2019 entre el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad al-Tayyib, celebrada en Abu Dabi, en la que se firmó el documento “La fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”. Reconociendo el impulso de las diversas religiones para construir una verdadera cultura de paz y para impulsar la fraternidad humana, la ONU invita “a promover la paz, la tolerancia, la inclusión, la comprensión y la solidaridad”. No deja de ser significativo que los ocho países que impulsaron la iniciativa (cuatro africanos, uno americano y tres de Oriente Próximo) no sean precisamente los más poderosos e influyentes del planeta. Dicho esto, que nos ayuda a situarnos, volvamos a la cuestión planteada desde el comienzo en el título de esta reflexión. ¿Qué nos puede decir a nosotros este Día internacional? ¿Está dirigido a ‘los otros’ o, realmente, nos podemos sentir afectados ‘nosotros’, cada una de las personas que lee este texto? ¿Cómo podemos abrirnos a la interpelación y a la oportunidad que nos brinda este Día Internacional de la Fraternidad Humana? Recurramos, para ello, al magisterio del Sucesor de Pedro, tal como lo formula en la encíclica Fratelli Tutti (FT), sobre la amistad social y la fraternidad humana. De entrada, y frente a “la tentación de hacer una cultura de muros” que evita el encuentro con el otro, el Santo Padre reivindica la importancia de la alteridad (FT 27), como fuerza que humaniza. Y es que, “la persona humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con otros” (FT 111). De hecho, el “ser humano está hecho de tal manera que no se realiza” y “ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros” (FT 87). Es decir, que el ‘nosotros’ se encuentra entrelazado con ‘los otros’; nuestra identidad pasa por la alteridad. Esto implica un doble dinamismo. Por un lado, valorar y cultivar el “propio tesoro”, ya que “no hay diálogo con el otro sin identidad personal” (FT 143). Debemos reconocer que “no me encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero” (FT 143). Por otro lado, y de manera simultánea, sabemos que, “desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser” (FT 88). No es extraño, entonces, que el Obispo de Roma insista en la necesidad del diálogo, de suscitar el encuentro con el otro para llegar a ser nosotros mismos: “El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo” (FT 48). Se trata de una dinámica exigente: “El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas”, ya que esas acciones “brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro” (FT 94). Y añade Su Santidad: “Solo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos” (FT 94). Ahora bien, este“gusto de reconocer al otro […] implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social” (FT 218), que exige un cierto “realismo dialogante”, que supone “el auténtico reconocimiento del otro, que solo el amor hace posible, y que significa colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses”(FT 221). Ya se ve claro, con todo lo dicho, que necesitamos seguir creciendo en la fraternidad humana y en la amistad social. Y que solo viviremos cristianamente si ampliamos el ‘nosotros’ hasta que llegue a ser realmente inclusivo y universal. Pensemos, por ejemplo, en el flagelo del hambre, que lograremos erradicarlo si vivimos auténticamente la fraternidad global. Como decía el mismo Papa, “ojalá que [pasada la crisis sanitaria] al final ya no estén‘los otros’, sino solo un ‘nosotros’”(FT 35). El Día Internacional de la Fraternidad Humana ofrece, pues, una buena oportunidad para afianzar este dinamismo: no para ‘los otros’, sino para ‘nosotros’, para todos. A este respecto, nos vendrá bien volver a escuchar las palabras de Benedicto XVI: “También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón” (Mensaje para la Cuaresma 2012. 3 de noviembre 2011, n. 1). Nos servirá igualmente recordar a san Pablo VI, cuando denunciaba con audacia el daño que procuraba a la sociedad la ausencia de fraternidad: “El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos” (Populorum Progressio, n. 66). Ojalá nunca lo olvidemos. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA (*) (*) Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA).

Lun 1 Feb 2021

¿Cómo asumir ahora la pandemia?

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Estamos en “el pico de los picos”, dicen los expertos, para hablar sobre la curva o línea de evolución de la COVID-19 y sus mutaciones. Es una hora crucial, quizás definitiva, para la supervivencia y el futuro de la humanidad en la tierra, en el mundo de los vivientes. Quizás todo dependa de un movimiento inverso al inicial: abrirnos, en vez de encerrarnos. Abrirnos a Dios, garante de nuestro ser y existir. Fuerza o energía de amor, interior y externamente perceptible. Fuerza que atrae y enamora el alma humana, imagen suya para “ser su semejanza”; gracia de filiación divina, de fraternidad humana, de unión y transmisión de las vidas humanas, de cuidado de “la casa común”. Abrirnos a los demás, en cada pareja, casa y familia, en la vecindad y la etnia y cultura, en la patria propia y en el mundo como patria y casa común. Abrirnos, incluso a los enemigos y adversarios, que deben pasar al plano de la oportunidad común de supervivencia, de existencia solidaria, de cancelación y perdón de deudas, de ser buenos prójimos, buenos ciudadanos y buenos ancestros para las generaciones nuevas y futuras. Abrirnos a las primacías y valores de la “civilización del amor” que enseña y obra Dios en Jesús y para todos: *Primacía del espíritu sobre la materia. *Primacía de la vida sobre la muerte. *Primacía de las personas sobre las cosas. *Primacía de la ética sobre la técnica y la ciencia. *Primacía del trabajo y la producción sobre el capital y el mercado. La dignidad humana, el diálogo, la verdad, la justicia, la paz, la libertad y la unidad o consenso vital, son valores que reclaman puesto en la consciencia personal y colectiva de la humanidad. No es nada nuevo, pero todo es en serio, en lo concreto, en decisiones precisas. Si no, no identificaremos las causas, ni abriremos los procesos de corrección, de nuevos estilos y nuevos modelos de vida, de nuevas fronteras y nuevos territorios para una nueva habitabilidad; de ciudades y colonias agrícolas planeadas y construidas, de manera que convirtamos en museos muchas de las actuales, al borde del colapso. Si no, no integraremos a los migrantes ni saldremos del “invierno demográfico” y ruptura generacional, y de los modos de producir y de consumir que desatan virosis del animal al humano, que rompen las barreras bioquímicas y los equilibrios biológicos y ecológicos. Escuchar a fondo la voz de la pandemia es mucho más que buscar y esperar una vacuna, mucho más que “darnos inyecciones de ánimo”. El cambio de corazón, de mente y de conductas no da espera. Desde la fe, Dios es “Dios de la Oportunidad” para todos. Quiere “que ninguno se pierda”. Es oportunidad de perdón y cambio, de reconciliación y verdad, de crecer y ajustarnos a una tierra que puede y debe ser el Edén de la vida, el remanso de la paz y la esperanza, la civilización del Amor. ¡Démonos la Oportunidad! ¡Démonos a Dios Amor! En la Iglesia católica, el Papa Francisco ha signado el 2021 como “El Año de San José”, conmemorando los 150 años de haber sido declarado “Patrono Universal de la Iglesia”. Es el varón justo que tomó a María como esposa y a Jesús como hijo adoptivo. Indicó también el Papa que será el Año de la Familia, conmemorando los primeros cinco años de la Exhortación Apostólica “Amoris laetitia”. Y abrió el año con dos mensajes claves: “la cultura del cuidado como camino de paz mundial” y “los ministerios instituidos, lectorado y acolitado, para las mujeres” (Carta “Spiritus Domini”). El varón, la mujer, los esposos, la familia, la casa, la identidad de cuidadores de la vida y del ser y el obrar de Dios en el mundo, están en primer plano. Son realidades de siempre para vivirlas como nunca las habíamos vivido. Que el 2021 nos impulse a volver a casa, no por confinamientos ni toques de queda, sino por una nueva consciencia desde la fe, la esperanza y el amor, vividos con personas y realidades concretas. Es el año para que la humanidad adopte como estilo de vida el caminar juntos, la sinodalidad, superando lo que nos despedaza y destruye, lo que nos divide e intoxica. Amén. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Vie 29 Ene 2021

¡Cállate y sal de él!

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Durante la semana que acabamos de terminar, como presbiterio, vivimos nuestros ejercicios espirituales. Esta vez realizados a través de la plataforma Zoom. Ha sido una experiencia maravillosa, porque hemos recordado una vez más aquello que dice la Palabra de Dios: “Cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará” (Mt 6,6). A lo largo de estos días, nuestro Padre Dios, en la intimidad de nuestro corazón y en un ambiente de silencio interior nos ha hablado por medio de la Palabra y, además, con el acompañamiento de un predicador laico que nos ha dejado una pregunta para responder: ¿Cuál es la misión de mi vida? Se trata de una pregunta aparentemente sencilla, porque, desde la teología simplemente, mi tarea como sacerdote y Obispo, mi misión es: enseñar, santificar y gobernar. Teológicamente, es verdad, esta es mi misión. La pregunta del millón es: ¿y cómo llevar a cabo semejante misión? A la luz del Evangelio de San Marcos, dónde se nos presenta un Jesús itinerante, Maestro, Médico, expulsando demonios y en actitud orante, he respondido: El cómo de mi ministerio episcopal es vivir como vivió Jesús, ser como Él, hacer lo que él hizo. Mi gran desafío, hermanos, es ser Cristo en medio de ustedes otro Cristo. Tarea y desafío no sólo para mí, también para ustedes queridos hermanos, porque, todos los aquí presentes y los que me escuchan hemos sido bautizados y, por lo tanto, consagrados. Como personas consagradas a Dios en el bautismo, tenemos que sentirnos amados por el Padre y, por lo tanto, en Jesús, el Señor, debemos sabernos hijos de Dios (hijos en el Hijo). Cada uno pensemos: si soy consagrado a Dios, mi primera gran misión es vivir como hijo de Dios. Además, de ser bautizado, si soy sacerdote y Obispo, también esta es mi tarea: vivir como Obispo. Si soy esposo (a), mi reto es vivir como esposo (a). Si soy hijo, debo vivir como hijo, si soy gobernante, tengo la misión de asumir las tareas propias de gobernante. Ser lo que cada uno somos, esta es nuestra gran tarea, nuestro reto, nuestro desafío. A la luz de esta invitación: Ser lo que somos, ser lo que prometimos ser, escuchemos la manera como comienza el santo evangelio de hoy: “En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar, estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas”. Como actitud, como camino pedagógico, como estrategia evangelizadora, hermanos, la única manera de ser fieles es siendo lo que somos y la única manera de ser de verdad maestros auténticos es dejando que Jesús el Señor, el Emmanuel, el Dios con nosotros entre a la sinagoga interior de nuestro corazón. Nuestra enseñanza como hijos de Dios, como sacerdote, como Obispo, como maestro, como padre de familia…, sólo será contundente si hemos dejado permear nuestra vida por la vida del Maestro de los maestros, Jesús el Señor. Miremos una particularidad más del evangelio de este domingo, escuchemos: “Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús lo increpó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él”. Hermanos, nuestro corazón, nuestra memoria, nuestra inteligencia, nuestra imaginación, no pueden estar vacíos. Nuestra interioridad, la ocupa Dios, la ocupan las virtudes y los valores del evangelio o la ocupa espíritus inmundos. El hombre de la sinagoga a quien tenía un espíritu inmundo conocía a Jesús, sabía quién era Él, sabía que Jesús era el Santo de Dios, pero no le permitía que ocupara su ser interior. Este hombre, conocía racionalmente a Dios, pero no lo conocía en la integridad de su ser. Jesús, el Señor, que conoce la interioridad de cada corazón, sabe que este hombre está atado por un espíritu inmundo, el cual, no le permite ser él mismo. El Señor sabe que este hombre ha extraviado su misión. Por eso, quiere con su poder liberarlo, sanarlo, devolverle la salud integral, la salud del alma y del cuerpo. La Palabra de Dios, en boca del mismo Señor, cuando le dice al espíritu inmundo: ¡Cállate y sal de él!, nos esta diciendo a nosotros que con los espíritus inmundos no se dialoga. Jesús al hombre que está poseído por el espíritu inmundo, le habla con autoridad. Hermanos, sólo la autoridad divina, permite la liberación del mal. No busquemos sanación en los objetos creados. Sólo Dios sana. Lo dice la Palabra: “He venido a sanar a quienes tienen destrozado el corazón” (cf Lc 4,16-19); “He venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Sin la fuerza poderosa de Dios que nos libera del mal no es posible vivir en libertad. Sin la gracia de Dios, no es posible ser lo que el día de nuestra consagración sacerdotal o nuestra opción matrimonial prometimos ser. Dice la Palabra: ¡Cállate y sal de él! Jesucristo, nuestro Dios y Señor, sabe que el demonio nos genera ruido interior. Al demonio no le gusta que nosotros hagamos silencio, por eso, nos pone todos los espacios posibles para que nos entretengamos en medio del ruido. El ruido nos desenfoca de nuestra misión. Hermanos, entendamos que nuestra vida cristiana es fundamentalmente un camino. Lo más grave que nos puede pasar es quedarnos quietos, estancarnos. Es peligrosísimo saber sólo algunas cosas de Dios y contentarnos con ello. Vivir en Dios es fundamentalmente una experiencia “mística”. La vida en Dios y desde Dios es una acción de lucha continua contra el mal. Vivir en Dios, desde Dios y para Dios, es una fuerza profunda que oxigena nuestra interioridad para que, con la fuerza y el poder de Jesús el Señor, podamos vencer los espíritus inmundos que nos atormentan. La vida cristiana es un combate espiritual. Escuchemos la Palabra en los consejos que San Pablo dirige a la comunidad de los Efesios: “Por lo demás, fortalézcanse en el Señor con su energía y su fuerza.Lleven con ustedes todas las armas de Dios para que puedan resistir las maniobras del diablo.Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba. Por eso pónganse la armadura de Dios, para que en el día malo puedan resistir y mantenerse en la fila valiéndose de todas sus armas” (Ef 6,10-13). Hermanos, si queremos crecer espiritualmente y si queremos ser fieles a nuestra misión de ser consagrados en el bautismo y para ser fieles en cada una de nuestras vocaciones, necesitamos de la fuerza poderosa del Espíritu que nos impulsa a dejarnos liberar del mal. Recordemos un poco aquellos pensamientos impuros que nos atormentan y escuchemos la voz de Cristo, nuestra Dios y señor, que nos dice con autoridad: ¡Cállate y sal de él! Aunque no lo creamos, pero, la verdad es que aquellos pensamientos impuros que a veces alimentamos con cierto deleite, al final se van volviendo pensamientos que nos atormentan y nos quitan la paz. La verdad es que, sin fuerza espiritual divina, la vida se va quedando sin sentido. Sólo el Espíritu de Dios moviliza nuestra alma y la impulsa a vivir en serenidad, paz y armonía. Hermanos, hoy como ayer, el Señor, sigue pasando vecino a nosotros y quiere entrar a la sinagoga de nuestra interioridad y continúa diciéndole al espíritu inmundo que nos atormenta: ¡Cállate y sal de él! Preguntémonos: ¿Qué es aquello inmundo que hoy debo presentarle al Señor? ¿De qué necesito ser curado? Pidámosle al Señor que nos cure de la inmundicia del odio, los resentimientos, los deseos de venganza. Cada uno de nosotros, conocemos nuestro ser interior, dejemos entrar al Señor a nuestra vida y permitámosle que nos sane de nuestras heridas, de nuestras inmundicias. Cada uno conoce cuál es el espíritu inmundo que lo atormenta, con sinceridad de corazón, permítale a nuestro Señor que lo libere del mal. Abramos nuestro corazón al Señor y dejemos que nos diga con la fuerza poderosa de su palabra: “espíritu inmundo cállate y sal de este hijo de Dios”. Qué en esta Santa Misa dominical, con el poder de Dios, seamos capaces de soltar el grado de maldad que haya en nuestro corazón. Tengamos presente hermanos, el Señor tiene el poder para devolvernos la salud integral del cuerpo y del alma, lo más importante es dejarlo obrar con todo su poder. Para terminar, permítanme compartir con ustedes las siete armas espirituales que nos propone Santa Catalina de Bolonia (1413 -1463), para combatir el maligno: Tener cuidado y solicitud en obrar siempre el bien. Creer que nosotros solos nunca podremos hacer algo verdaderamente bueno. Todo es gracia. Confiar en Dios y, por amor a Él, no temer nunca la batalla contra el mal, tanto en el mundo como en nosotros mismos. Meditar a menudo los hechos y las palabras de la vida de Jesús, sobre todo su pasión y muerte. Hay que recordar que debemos morir. Tener fija en la mente la memoria de los bienes del Paraíso. Tener familiaridad con la Santa Escritura, llevándola siempre en el corazón para que oriente todos nuestros pensamientos y acciones. Benedicto XVI, agrega un arma más: Tener un buen programa espiritual. Les invito a realizar un buen programa espiritual para el presente año. Marcos 1, 21-28 En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar, estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús lo increpó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea. Tarea: Leer, meditar y orar el capítulo segundo del evangelio según San Marcos

Mar 26 Ene 2021

Tres encíclicas, tres relaciones

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - Desde que fuera elegido Sumo Pontífice, en el año 2013, Francisco ha publicado tres encíclicas: Lumen fidei (2013), sobre la fe; Laudato Si’ (2015), sobre el cuidado de la casa común; y Fratelli tutti (2020), sobre la fraternidad y la amistad social. Pienso que puede ser útil detenernos a hacer una lectura combinada de estos tres escritos del Santo Padre, trazando un cierto hilo conductor entre ellos. Esto nos permitirá aclarar cómo podemos mejorar nuestras relaciones con Dios, con la creación y con los demás. La relación con Dios, el Creador Ya desde su mismo título, la encíclica Lumen Fidei (en adelante, LF) busca “recuperar el carácter luminoso propio de la fe” (LF 4), recordando que “la fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor” (LF 4). En realidad, “la fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (LF 8). Es claro que “Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en la relación de persona a persona” (LF 36). Ahora bien, “quien recibe la fe descubre que las dimensiones de su ‘yo’ se ensanchan, y entabla nuevas relaciones que enriquecen la vida” (LF 39). Por eso “la fe no es únicamente una opción individual que se hace en la intimidad del creyente, no es una relación exclusiva entre el ‘yo’ del fiel y el ‘Tú’ divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Por su misma naturaleza, se abre al ‘nosotros’, se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia” (LF 39). Es decir, que, “en la fe, el ‘yo’ del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor” (LF 21). Al ensancharse, “la fe se muestra universal, católica, porque su luz crece para iluminar todo el cosmos y toda la historia” (LF 48). “No se trata solo de una solidez interior, una convicción firme del creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas” (LF 50), “ilumina todas las relaciones sociales” (LF 54) y la misma “vida en sociedad” (LF 55). Desde aquí es fácil ver la conexión con las otras dos encíclicas. Por un lado, la historia de la Modernidad nos ha mostrado que intentar construir la fraternidad “sin referencia a un Padre común como fundamento último, no logra subsistir. Es necesario volver a la verdadera raíz de la fraternidad” (LF 54). Por otro lado, la fe, al revelarnos el amor de Dios, “nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla” (LF 55). La relación con la casa común, la Creación Una de las convicciones centrales de la encíclica Laudato Si’ (en adelante, LS) es que “todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (LS 70). En otro momento, vuelve el Papa sobre este argumento indicando: “Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra” (LS 92). Por eso “el descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro” (LS 70). Dicho ahora en positivo, esto “implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza” (LS 67). Pero, por lo mismo, necesitamos recuperar “una sana relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona” (LS 218).Así, Su Santidad invita “a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado” (LS 221). Y es que “no habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano” (LS 118). Dicho de otro modo: “no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano” (LS 119). Las relaciones de fraternidad, las criaturas La encíclica Fratelli Tutti (en adelante, FT) quiere impulsar una “fraternidad abierta, que permita reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite” (FT 1). Por eso, dice el Papa, “no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones: no solo el actual sino también el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive solo por su relación conmigo, ni yo vivo solo por mi referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y enriquecen” (FT 89). De aquí se sigue que, de acuerdo con la visión cristiana, “el amor no solo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (FT 181). Dos concreciones son la amabilidad y la solidaridad. Escuchemos al Sucesor de Pedro cuando afirma: “El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas” (FT 224). Por otro lado, la solidaridad significa “luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales” (FT 116). Un aspecto de la mirada católica al mundo es la opción preferencial por los pobres. Así, procurar “la amistad social no implica solamente el acercamiento entre grupos sociales distanciados a partir de algún período conflictivo de la historia, sino también la búsqueda de un reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables” (FT 233). “Por consiguiente, un pacto social realista e inclusivo debe ser también un ‘pacto cultural’, que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad” (FT 219). Conclusión En resumen, las tres encíclicas convergen en subrayar que “para una adecuada relación con el mundo creado no hace falta debilitar la dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su apertura al ‘Tú’ divino. Porque no se puede proponer una relación con el ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios” (LS 119). La misma Biblia nos muestra “que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra” (LS 66). Ojalá que nunca lo olvidemos. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Lun 11 Ene 2021

El derecho a envejecer dignamente

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - En Colombia y el mundo la vejez se convirtió en un problema complejo. Es verdad que, en diversas culturas, la vejez se interpretaba como una desgracia, implicaba un dolor que se llevaba a cuestas por la fatalidad de no ser observado. Es más, el concepto viejo o anciano pasó a ser un concepto peyorativo al que se le unieron otros términos degradantes que fácilmente se han ido introduciendo en la llamada ‘cultura del descarte’: decrepitud, senectud, vetestuz. En la literatura griega, por ejemplo, se hablaba de una vejez ridícula y repulsiva de las comedias y en tiempos de Homero, los consejos de ancianos eran órganos consultivos, pues las decisiones estaban en manos de los jóvenes. Sin embargo, para otras culturas antiguas, como la cultura hebreo cristiana, los ancianos estaban investidos de una misión sagrada, la vejez era sinónimo de sabiduría, la historia comprimida en un corazón que ardía de amor por la humanidad y, llegar a la ancianidad, era un privilegio como debería serlo hoy; la longevidad se leía como una recompensa por la vida digna y recta; de hecho, en el decálogo de la ley, Dios nos ofrece un mandamiento con una promesa: “honra a tu padre y a tu madre y tendrás larga vida” (Dt 5, 16) y el filósofo, Tales de Mileto, enseñaba: “espera de tus hijos lo que has hecho con tus padres”. La ancianidad o la vejez se vivía como una bendición. A mí me gusta la frase del Papa San Juan Pablo II hablando sobre la vejez, la llamaba “el otoño de la vida”, -citando a Ciceron- en su carta a los ancianos del 1 de octubre de 1999. Y el salmo 90 nos enseña: “Aunque uno viva setenta años, el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil porque pasan aprisa y vuelan”. No hay duda que las brechas generacionales tan evidentes en la sociedad de hoy ha llevado a subvalorar a los ancianos y esta pandemia nos ha dejado ver el pensamiento indolente de algunos gobernantes que se atreven a expresar públicamente que, si mueren los viejos, ya han vivido lo suficiente, como si esta fuera una sociedad solo para los jóvenes. Hoy más que nunca es importante transformar nuestro pensamiento y entender lo que significa envejecer; cuando las personas se detienen en su historia personal y se bloquean en su vida es cuando empiezan a envejecer. Baste darnos cuenta que hay muchos jóvenes con el corazón arrugado y muchos ancianos con el corazón rejuvenecido, capaces de hacer fiesta en medio del dolor y de sembrar esperanza en medio de la desdicha. El confinamiento de los adultos mayores, encerrados en sus casas, es una evidencia social que nos debe hacer pensar si realmente los estamos encerando para cuidarlos y custodiarlos porque son un tesoro para nuestra sociedad o simplemente, los encerramos por considerarlos un peligro de contagio para la sociedad. Nuestros ancianos son un patrimonio cultural, social, familiar; ellos, llevan en su corazón los trazos y las huellas de una historia vivida entre luces y sombras; ellos, con su sonrisa, su rostro lleno de arrugas y sus manos encallecidas, nos revelan la verdad de una historia tejida entre violencias y senderos de paz. Ellos, con su fe, tenacidad y arrojo nos muestran que la vida no ha llegado a su fin y el valor de la confianza en Dios. Los ancianos, con su amor a Dios y a la vida, enseñan a las jóvenes generaciones que, superando las brechas generacionales y trabajando unidos por la paz, se construye una sociedad en armonía, más humana y justa. Así, podríamos entender que la vejez es un tesoro y que todos tenemos el derecho a envejecer dignamente. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de la diócesis de Armenia

Mar 5 Ene 2021

Europa se viste de Burka

Por: Mons. César Balbín Tamayo - La muerte violenta de tres fieles católicos franceses en la Basílica de Nuestra Señora de Notre Dame, en Niza, Francia, por parte de un islamista, es uno de los últimos acontecimientos conocidos de intolerancia religiosa en el país galo. Seguramente ha habido otros en otras latitudes y seguramente no sean los últimos. Lo que llama la atención de manera especial es que el alcalde de Niza de manera inmediata ordenó el cierre de todos los templos católicos de la ciudad para evitar futuros atentados. Con lo anterior no queda sino pensar en que no solo es la comunidad católica la que fue agredida en aquellos tres fieles, sino que fue la comunidad católica la «castigada» por el desafortunado hecho. No es que se esté pidiendo que entonces se cierren las mezquitas, pues lógicamente no podremos decir que todos los musulmanes son los culpables del hecho. No, eso no. Lo que no se comprende es por qué se revictimiza a la Iglesia en este contexto: no solo que las víctimas eran cristianos católicos, sino que se les cierran los templos. También fue noticia que un joven de 19 años arrancó la cruz de una iglesia baptista en Londres ante la mirada indiferente de los transeúntes. ¿Este joven se hubiese atrevido a hacer lo mismo en una mezquita arrancando alguno de sus símbolos? La respuesta es no. A no ser que aquel joven tuviese sed de martirio. Como en la Iglesia se predica y se trata de vivir un espíritu de paz y de reconciliación, y no se debe acudir a ningún tipo de venganza, aquellos otros lo saben y se aprovechan de ello. El Papa Francisco en muchas ocasiones ha llamado la atención sobre las persecuciones de los cristianos, de cualquier denominación, y en muchos lugares del mundo: en Asia, en África y en América, y de ello nadie se hace eco: ni gobiernos, ni organismos multilaterales, ni medios de comunicación. ¿Estaremos, tal vez, de frente a una de las más grandes persecuciones?. Europa es especialmente tolerante con el islamismo. Y también estos se hacen sentir cuando los que consideran sus derechos, son conculcados; y se hacen sentir de manera violenta. Otro es el asunto de la libertad de expresión y el respeto al sentimiento religioso de las personas. El derecho a la libertad de expresión que algunos medios de comunicación esgrimen y el derecho a no ser molestados, no puede ser solo para ellos, debe valer también para los demás, y entre lo demás no podemos dejar de lado a nadie, sea del credo que sea. Ese derecho a no ser molestados no puede ser solo para algunos pocos, y no para los demás. Sin duda que los cristianos se están convirtiendo, en todo el mundo, en símbolos que deben ser abatidos, destruidos, borrados de la faz de la tierra. Europa calla de manera cómplice ante los desmanes de unos pocos extremistas islámicos, calla ante el reclamo de derechos de mucho de ellos y trata de borrar todo trazo de cristianismo y también de herencia católica Desde ya se prevé que en unos 30 años Europa tendrá un población musulmana del 30% del total de la población y la cuestión es sencilla: mientras los europeos limitan al máximo el nacimiento de nuevos hijos, los musulmanes procrean sin medida, pues tienen claro que es la forma de hacerse a Europa, y a fe que lo están logrando. Así que en no muchos años, Europa se vestirá de Burka. + César Alcides Balbín Tamayo Obispo diócesis de Caldas