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Opinión

Vie 20 Sep 2019

Volvemos a las urnas

Por: Mons. César Balbín - Sí, volvemos a las urnas, otra vez, después de haberlo hecho en el primer semestre del año pasado, cuando fuimos a las urnas a elegir Presidente de la República y congresistas: senadores y representantes a la Cámara. Estas elecciones del próximo mes serán para la elección de mandatarios regionales: gobernadores y alcaldes, y para diputados y concejales. Por ello estas tienen unos ingredientes, que no tienen las presidenciales, como el hecho de concentrarse más en departamentos y municipios. Cuando fui párroco de una parroquia pequeña y muy rural, ubicada en un corregimiento, tuve conocimiento de que la promesa de asfaltar la carretera que llevaba hasta allí, había servido para elegir los últimos 5 o 6 alcaldes. Pues aún siendo pequeña la población, ponía un buen caudal de votos, y los candidatos lo sabían, y siempre con la promesa de asfaltar la carretera, obtenían los votos necesarios para acceder al primer cargo del municipio. Incumplido el compromiso, porque se necesitaba que la carretera sirviera para las próximas elecciones, volvía a ser promesa en la próxima campaña y así sucesivamente. Entonces el mejor consejo que se le podía dar a esta comunidad era que dieran el voto a quien no prometiera la obra en mención. Por estos días pasa lo mismo: los candidatos analizan las necesidades y carencias de los municipios y departamentos, y a partir de ahí elaboran su plan de gobierno. Carencias materiales, de infraestructura, escuelas, colegios y vías, urbanas y rurales; carencias en salud, hospitales y centros de salud, carencias en seguridad, entre muchas otras. Algunos logran marginarse un poco de las obras materiales, “como ustedes no ven obras, no creen”, decía Jesús, (cfr. Jn 4, 48), y apuntan a cambios de paradigma en la convivencia de los ciudadanos, a la seguridad, la familia, los niños, los jóvenes y los adultos mayores, tan vulnerables y abandonados en este país. La falta de formación política lleva a los electores a pensar en partidos y en puestos, sin un análisis imparcial de los candidatos: por el hecho de ser de mi corriente, de mi partido, ya es bueno y elegible. Es comprensible que, de ahí, de los partidos y los puestos, puede depender la gobernabilidad, cuando quienes están en las corporaciones (asambleas y concejos), les interesa más ubicar en puestos estratégicos a sus congéneres, pensando más en las próximas elecciones, que, en el bien común, que debe ser el motor de la buena política. Sin embargo, no toda la culpa es de los candidatos, pues ellos encuentran en la ignorancia de los electores el terreno abonado para obrar en consecuencia. La falta de formación política, la falta de interés, la opción por partidos herencia del pasado bipartidista, lleva a elegir siempre a los mismos, y a que una verdadera renovación siga siendo siempre una deuda pendiente, pues los concejos, las asambleas y el Congreso de la República no se reformarán si no se renuevan sus miembros. Si se elige a los mismos, ellos siguen lo mismo, o ¿a qué debe que las reformas políticas en este país no lleguen a nada? Si se eligen los mismos, entonces el adagio de «los mismos con las mismas» seguirá siendo la consigna. La formación política, y todos nos la debemos procurar, nos debe llevar a tener claridad a la hora de elegir a nuestros gobernantes. Dice el Papa Francisco: «"Un buen católico no se inmiscuye en política. Eso no es cierto. Este no es un buen camino. Un buen católico debe entrometerse en política, dando lo mejor de sí, para que el gobernante pueda gobernar. Y ¿qué es lo mejor que podemos ofrecer a los gobernantes? ¡La oración! Eso es lo que dice Pablo: ‘La oración para todos los hombres y para el rey y para todos los que están en el poder’. ‘Pero, Padre, aquella es una mala persona, debe ir al infierno...’. "Reza por él, reza por ella, para que pueda gobernar bien, para que ame a su pueblo, para que sirva a su pueblo, para que sea humilde"» … «Ninguno puede decir: "Yo no tengo nada que ver con esto, son ellos los que gobiernan... No, no, yo soy responsable de su gobierno y tengo que hacer lo mejor, para que ellos gobiernen bien y tengo que hacer lo mejor por participar en la política como pueda"». (Papa Francisco, misa en casa Santa Marta, 16 de septiembre de 2013). Abrigamos la esperanza de que las cosas vayan cambiando y podamos siempre elegir los mejores, y no los menos peores. + Cesar Alcides Balbín Tamayo Obispo de Caldas

Lun 16 Sep 2019

La paz no es un sueño

Estamos este año, de nuevo, celebrando la Semana por la Paz. Es una iniciativa que, por décadas, ha apoyado la Iglesia Católica en Colombia, con el fin de invitar a toda la sociedad a un mayor empeño para construir una convivencia armoniosa y fecunda entre todos los hijos de una misma patria. Infortunadamente, las noticias de estos días oscurecen este propósito: un grupo disidente de guerrilleros reanuda la lucha armada; crece el número de bandas y grupos que generan violencia en las ciudades; al parecer, existe el riesgo de una internacionalización del conflicto colombiano. Nosotros, sin embargo, no podemos desanimarnos frente al compromiso y a la esperanza de lograr la paz. La paz no es una utopía, no es un sueño. La paz es posible porque es un don con el que Dios bendice a su pueblo (Sal 29,11) y es una obra que brota de la decidida cooperación de todos. La persona humana está hecha para la paz y la paz es el ambiente en el que se debe desarrollar una sociedad. Sin embargo, a veces se presenta la paz como una realidad que se busca en sí misma y así nos equivocamos. Esa paz se vuelve un espejismo y no un compromiso serio de todos. La paz no se construye en el aire. Ella brota naturalmente cuando, en primer lugar, se valora y se defiende la familia y las demás instituciones que contribuyen a la recta y pacífica organización de la sociedad. Es en el hogar donde se aprende a vivir en paz, valorando la dignidad de cada persona humana, formando una conciencia recta que distingue entre el bien y el mal, procediendo en todo con un comportamiento justo, actuando con profundo respeto a los demás. La familia, aun siendo una sociedad tan pequeña, es el primer lugar donde se gana o se pierde la paz. Si queremos vivir en paz, más que muchos discursos y tratados teóricos, nos sirve defender la vida humana desde su concepción hasta su término natural. Cada vida humana es única y tiene un inmenso valor; pero la violencia en las diversas instituciones, en el ambiente social, en los medios de comunicación y en el corazón de cada uno de nosotros, nos ha llevado a no apreciar este gran don. Es preciso saber que si yo puedo hacerme dueño de la vida de otros, cualquiera también puede ser dueño de la vida mía. Si se legalizan el aborto y la eutanasia, finalmente todo asesinato puede ser justificado. La paz llega, no por hablar de ella y desearla, sino educándonos para actuar con la verdad, para trabajar con honestidad, para practicar la justicia, para respetar los derechos de otros, para vivir en solidaridad con los demás. La paz es fruto de una educación que lleve a acoger esos principios que están inscritos en la naturaleza humana, que son reconocibles con la razón y que son comunes a toda la humanidad. Sólo con una buena formación ética, que haga posible en todo momento un comportamiento recto de la persona y una actitud fraterna frente a los demás, se logra la paz interior y exterior. La paz verdadera, que no es mera ausencia de guerra sino la realización plena de la persona y de la sociedad, brota de acoger y vivir el Evangelio de Cristo, quien es nuestra paz y reconciliación (Ef 2,14) y quien tiene la clave para promover el desarrollo integral de los pueblos. Es con una evangelización a fondo y una sólida espiritualidad como la Iglesia puede dar el mejor aporte para que cada ser humano tenga la paz que el mundo no sabe dar y se haga obrero de la paz (cf Jn 14,27; Mt 5,9). Los conflictos más hondos de la persona y las confrontaciones violentas entre grupos humanos tienen su raíz, en último término, en no estar dentro del proyecto salvífico de Dios. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 6 Sep 2019

En vísperas de la misión

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Bautizados y enviados, es el tema básico que tendrá la misión extraordinaria pedida por el Papa Francisco, para el próximo mes de octubre. Esta misión se llevará a cabo en todo el territorio nacional. Es oportuno señalar, que, en el caso de la Arquidiócesis de Cali, esta misión extraordinaria, se inserta en el plan pastoral arquidiocesano, que incluye la misión permanente como acción ordinaria y cotidiana. De hecho, a lo largo del año, iniciativas tendientes a la realización de la misión de octubre, y otras actividades misionales se han venido realizando. Para la misión toda la comunidad debe prepararse. ¿Cómo? Primero con la oración. Recordemos que, en el mes de la misión, celebramos la memoria de la patrona de las misiones, Santa Teresita del Niño Jesús, quien, desde la clausura, oraba sin cesar por las misiones. Segundo, las asambleas pastorales parroquiales deben estudiar. Bajo el liderazgo del párroco, han de estudiar los temas, los modos, los tiempos, los destinatarios de la misión. A través de la acción pastoral de la Iglesia, el Señor Jesús nos elige y envía a la misión. Tercero, se debe hacer una aproximación locativa particular. La idea de la misión es hacer caso al Papa Francisco que nos invita a “callejear la fe, para llegar a los más alejados”. Si la misión se reduce solo a los que van a misa, se queda en la mitad del camino. Pero no. De lo que se trata es precisamente llegar a los que se han distanciado o no conocen a Jesucristo. Si una parroquia tiene 10.000 habitantes, y en las misas dominicales, por ejemplo, solo asiste el 10%, es decir, 1.000 feligreses, ¿qué hacer con los otros 9.000?, pues hacerles la misión, llevarles con cariño el mensaje de salvación predicado por Cristo. De eso se trata. Cuarto, tomar conciencia de que el bautismo nos hace testigos, misioneros del Evangelio de Jesucristo. Quinto, ser valientes. En los tiempos actuales, se requiere en el misionero valentía, creatividad, entusiasmo, perseverancia. Las palabras de Jesús han de resonar en cada momento de la acción misionera: “En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!, yo he venido al mundo” (Jn. 16, 33). “Y no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; … Por todo aquel que se declare en favor mío ante los hombres, yo también me declararé en su favor ante mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10, 28. 32). Y, “vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19 - 20). Por todo esto, ¡ánimo, el Señor nos envía a la misión! +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 2 Sep 2019

Voto que impulse paz

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Septiembre es “el mes de la Paz”, no solamente en Colombia sino en el mundo entero. Será, además, la antesala de las elecciones locales y regionales: la elección popular de alcaldes, gobernadores, concejos, juntas administradoras y asambleas departamentales. Este marco democrático de los entes territoriales es de vital importancia para canalizar la institucionalidad del Estado. Son las instancias intermedias que unen el nivel central con los núcleos concretos de población. Al mismo tiempo, legitiman e integran como Estado el “auto-gobierno” y la autogestión que ejercen estos núcleos, organizados como ciudadanía local. Juntas locales, municipios y departamentos, con el ejecutivo y legislativo, se eligen con el voto mayoritario, ojalá libre, secreto, en conciencia y consecuente con el bien común, con la convivencia social, con el cuidado de la “casa común” y con el mejor futuro para las próximas generaciones. Un voto que impulse paz, debería ser la consigna al pensar, no solamente en la trayectoria de los políticos, que es fundamental, sino en la pertinencia de las políticas que nos permitan avanzar como sociedad, para salir del pantano de las barbaries y de su actual conector, fraudulento y corrupto, que es el narcotráfico. Para San Agustín la paz es la “ordenada concordia”, que se puede dar en los tres grados de la sociedad humana: la casa, la urbe y el orbe. Respectivamente, la paz doméstica, la paz cívica y la paz internacional. A ellas habría que añadir hoy la paz territorial y ambiental. El país necesita que la paz sea el clima constitucional en el que se hacen posible las demás políticas. No debe quedar duda alguna que el conflicto con armas y confrontación letal, subversivo y en su contra, así como las economías criminales que se absorbieron a ambos bandos e infiltra la sociedad y la institucionalidad, requieren decisión espiritual y moral para ponerle fin. Colombia en paz, en reconciliación y progreso, requiere de una votación masiva, contundente, que separe del poder legítimo a todos los violentos y corruptos que se escudan en “la democracia”, quieren la continuidad de la confrontación armada y asaltan el presupuesto de la nación. Septiembre es el mes de la paz, con fechas imborrables: día internacional de la paz (21), semana por la paz colombiana (2 al 9) de septiembre, día de la firma de los Acuerdos con las FARC (26 septiembre 2016, en Cartagena), y segundo aniversario de la visita del Papa Francisco (del 6 al 10, en 2017). Septiembre es, entonces, toda una inspiración para retomar el camino del proceso de paz, impulsando la implementación de los Acuerdos y generando un nuevo proceso, más desde la población y los territorios, más integral y sincrónico, simultáneo, que supere el no dialogo oficial. Colombia requiere la distensión anímica y la inclusión posible de todos los antagonistas en mesas y procesos: entre gobierno y opositores, entre gobierno y subversiones, entre Colombia y Venezuela, entre gobierno y sectores populares que construyen paz. Distensión, diálogo y avance, sean propósitos para este mes y preparación popular para las elecciones de octubre. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mié 21 Ago 2019

Proceso electoral y participación responsable

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra -Se disparó ya en el país, la agitación del proceso electoral para la designación de autoridades en departamentos y municipios. Experiencia a la que nos hemos ido acostumbrando en sus diversas manifestaciones por cuánto van formando parte de la cultura política y del así llamado ejercicio democrático. Cada vez tenemos que preguntarnos sobre la madurez alcanzada a medida que pasa el tiempo y las lecciones aprendidas, sea para realizar elecciones limpias y libres como para lamentar sus vicios e incoherencias. Es propio del sistema de la democracia, recurrir al voto para elegir representantes y autoridades. Desde el punto de vista del discernimiento de la Iglesia en su pensamiento social, ésta “aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (C.A. #46). Una consecuencia primera de estas características es que no se puede admitir la formación de grupos dirigentes tipo “élite restringida” que, por motivos ideológicos o intereses particulares, someten a cautividad el poder del Estado. Por eso se necesita que exista un Estado de derecho que tenga en alta consideración la dignidad de la persona humana, sus derechos y una clara concepción del bien común. Sin embargo, es recurrente observar, para el aseguramiento del poder, el recurso a alianzas entre grupos y partidos con tal de sumar, a como dé lugar, los resultados electorales deseados. Se ve a menudo entonces, sacrificado el anhelo de los ciudadanos de tener propuestas programáticas claras, coherentes con las reales necesidades actuales y visión de futuro, para ver a cambio ofertas que “engolosinan”, de coyuntura, que una vez asegurado el poder, tampoco se cumplen. Parece contradictorio que, en el panorama político contextual de los comicios electorales, por una parte, se vea la fragmentación y multiplicación de candidatos y grupos – en busca de avales y alianzas - y por otra, la polarización del país. ¿En este escenario, qué le espera a la anhelada unidad para construir y hacer sostenible una verdadera paz? Es deseable que los partidos organizados, que en su estructura interna deben ser democráticos, ponderados en sus análisis y propuestas, asuman la tarea de favorecer la más amplia participación y el acceso de todos los ciudadanos a las responsabilidades que definen el bien común. Es necesario por otra parte, propender por el respeto recíproco de candidatos, de la ponderada e inteligente capacidad de escucha para decantar y precisar lo que constituyen acertadas propuestas y serios programas de solución a las necesidades de los ciudadanos. Cuánto deben influir en este último aspecto los sistemas de comunicación y los medios de información como son las redes sociales, los espacios en radio y televisión y los espacios editoriales, para evitar la plaga de las “fakes news” o informaciones falsas o falseadas que tanto daño hacen a personas y grupos, lo mismo que a la seriedad y objetividad de las mejores propuestas y programas. De ahí, el manejo necesariamente ético de todos estos procesos para asegurar su trasparencia, resultados constructivos y paso adelante para vencer violencias, fanatismos y a cambio, suscitar responsable participación ciudadana, apoyados en la verdad, la solidaridad y equidad y en últimas, para favorecer condiciones de paz. Con mi fraterno saludo. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Mar 20 Ago 2019

Respetar las reglas de juego

Escrito por: Mons. Froilán Casas Ortiz -Convivir implica respetar unas mínimas reglas de convivencia; la cultura anárquica es incompatible con la vida en sociedad. La ley del salvaje Oeste, es la ley de la pistola, la ley del más fuerte, es la cultura que pisotea todos los valores. Nuestro país ha vivido la cultura de los privilegios, de las dádivas, de los que gobiernan, de las excepciones; esto ha generado una conducta social caótica. Se llega incluso a hacer alarde del desorden: atravesados como los campoalegrunos, por ejemplo. ¿Cómo es posible que nos jactemos de vivir un antivalor? ¡Ah, así son las cosas! Debemos ir cambiando el disco duro, no podemos vanagloriarnos de nuestras falencias. ¿Cómo es posible que tras de ladrón, bufón? ¿Por qué hay violencia? Porque no se respetan las reglas de juego pactadas. Muchos emplean la ley del embudo: lo ancho para mí y lo angosto para usted. La violencia es producto del irrespeto al otro. Cuando usted es tramposo, a cada santo le debe una vela, usted resulta una persona antisocial, no puede vivir en sociedad. ¿Por qué usted exige respeto si no respeta al otro? No sea incongruente, su cultura es el reflejo de su personalidad. Si usted es sucio en los negocios, en toda parte va a envenenar el ambiente. El avariento, el ambicioso, en todas partes va a generar conflictos. Huya de este tipo de especímenes, no maltrate la hermosura de la paz que debe reinar en su espíritu. Hay que huir de las personas ruidosas y amargadas, ellas son un fastidio para el espíritu y la paz de su alma. No haga negocios con el avariento, mañana le pone la zancadilla. ¿Por qué fracasan las sociedades comerciales, los grupos de estudio, los grupos musicales, etc.? Por la ambición de alguno o algunos. Por favor, tenga cuidado con ese tipo de “personajes”. Usted debe seguir esta máxima: GANA, GANA. Si usted va a “tumbar” al otro, usted es un asqueroso. A usted lo debería aislar la sociedad, a usted hay que tenerlo de lejos. Si usted se “aprovecha” de la ignorancia del otro, nada queda oculto; más temprano que tarde se descubrirá el descaro de la trampa y la mentira. Los colombianos, infortunadamente, tenemos fama de tramposos, -algo es verdad-. Los japoneses, los coreanos del Sur, no se roban “un peso”; ellos han sido formados desde el seno de la misma familia a respetar lo ajeno. Japón y Corea del Sur, son los países de más bajo índice de corrupción: para ellos, lo que no es mío debe ser de otro. ¡Qué tristeza! En nuestro país se aplaude la viveza criolla. Al que roba se le llama vivo y al que es honrado se le califica de tonto, no aprovechó el cuarto de hora. Mientras no tengamos una cultura que censure el robo, seguiremos siendo cleptómanos. Por favor, no aplaudamos el mal. Al pillo se debe meter a la cárcel, -bueno, -ante tanto pillo, no alcanzan las cárceles en Colombia-. Por favor: que el bandido no salga con las suyas. Necesitamos que el imperio de la ley se imponga sobre la falacia y la mentira. + Froilán Casas Ortiz Obispo de Neiva

Lun 12 Ago 2019

Preparemos el sínodo estudiando ‘Laudato si’ (III)

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Raíz humana de la crisis ecológica, es el título del capítulo tercero de la Carta Encíclica Laudato Si. En esta parte del documento pontificio el Papa Francisco establece sin ambigüedades que en el centro de los problemas ambientales está el ser humano. De este modo, el Santo Padre plantea las siguientes causas: 1. La tecnocracia: creatividad y poder (nn. 102-105) El Papa advierte de la doble faceta que representa para el hombre y para la creación, los progresos que se han registrado en los dos últimos siglos: desde la revolución industrial hasta la revolución tecnológica, con avances enormes en robótica, biotecnología y nanotecnología. Si bien por un lado estos progresos generan entusiasmo «frente a las amplias posibilidades que nos abren» en diversos campos, encaminados a superar tantos males que dañan y limitan al ser humano, por otro lado estos progresos, sin unos referentes éticos y claros marcos legales, amenazan con convertirse en un instrumento de dominio para las comunidades humanas más vulnerables. En efecto, señala el Santo Padre: «Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vayan a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo». Y concluye el Romano Pontífice que el hombre «puede disponer de mecanismos superficiales, pero… le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación». 2. Globalización del paradigma tecnocrático (nn. 106-114) El Papa plantea que más adentro de la problemática ambiental está «el modo como la humanidad… ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional». Es decir, que «ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma que tiene delante, pues la naturaleza es vista como “recursos disponibles incondicionalmente para ser manipulados a placer”. Y esto conduce a una falsa concepción: la ilimitada disponibilidad de los bienes del planeta, lo cual lleva a empujar al plantea incluso más allá de sus límites. A medida que el paradigma tecnocrático avanza sin control, se constituye en un instrumento de dominio ideológico, económico y político (Cf. nn. 108-109), lo cual el Papa constata cuando «tenemos un superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora». Ante el dominio de la tecnocracia, el Santo Padre tiene claro que es urgente «avanzar en una valiente revolución cultural»; y sin que se trate de un retroceso en los logros que ha obtenido la ciencia y la tecnología, «es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano. 3. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno (nn. 115-136) Desde que el hombre se ha autoproclamado como el centro de todo, se ha terminado por “colocar la razón técnica sobre la realidad”. Desde esta perspectiva, el Sucesor de Pedro sostiene que «ha llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los límites que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y social más sano y fecundo». Esto implica pasar de la desfigurada concepción del ser humano como “señor” de la creación a la de “administrador responsable”. Y para analizar cuidadosamente las concepciones equivocadas del hombre y su lugar en el mundo, el Papa señala algunos aspectos que es importante considerar: El relativismo práctico: Esto significa que cuando el ser humano se coloca en el centro de todo, termina por dar prioridad absoluta a lo que le conviene, volviendo todo lo demás relativo. Esto lleva a lo que el Santo Padre llama la patología de aprovecharse incluso de los demás tratándolos como meros objetos. Necesidad de preservar el trabajo: en su más pura esencia, el trabajo es constructivo, responsable y nunca debe ser deshumanizado ni depredador. Así, el Papa afirma: «la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que Él mismo colocó en las cosas». Y recuerda la naturaleza humana del trabajo, señalando que «es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal». Innovación biológica a partir de la investigación: por último, el Papa Francisco hace memoria del potencial que Dios le ha participado al ser humano de ser capaz de razonar y de hacer investigar, desentrañando así el misterio de las cosas. Pero recuerda también que, si bien con ello ese hombre puede investigarlo todo, este poder «tiene límites y… es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas». Igualmente refrenda los límites éticos de la manipulación genética, de cualquier ser creado, incluido el mismo ser humano. Y para concluir, sentencia: «cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítimo cualquier práctica». +Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano - CELAM [icon class='fa fa-download fa-2x'] Preparemos el sínodo estudiando ‘Laudato si’ (I)[/icon] [icon class='fa fa-download fa-2x'] Preparemos el sínodo estudiando ‘Laudato si’ (II)[/icon]

Jue 8 Ago 2019

El servicio como Evangelio

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía -“La Verdad te hizo libre, para que el amor te haga esclavo”, escribió el gran San Agustín. Para servir como Jesús, necesitamos ser liberados, tener desatados el corazón, los pies y las manos. A mayor libertad en el corazón y en las condiciones de vida, mayor capacidad para amar y darse a los demás. Podremos ser “servidores del Evangelio” solamente si nos transforma “el Evangelio del servicio”. Y éste no es otro que la persona de Jesús, “Siervo de Yahvé” y “servidor de todos”. Jesús es el enviado del Padre y el Buen Samaritano de la humanidad que sufre: de las víctimas por la discriminación de género (mujer samaritana), por la violencia de los ladrones (parábola del samaritano) y por la degradación y la exclusión (leproso samaritano). Esta “trilogía samaritana” del Evangelio, marca la ruta del servicio al Dios Único, al prójimo victimizado y al Cuerpo de Cristo (comunidad eclesial), saliendo de la “lepra” egocéntrica, que despedaza y excluye. Jesús no solamente se compadece de todo ser humano, sino que asume en su pasión, en su cruz y muerte violenta, todo el dolor causado por la inhumanidad y por los antihumanos de la historia. Es el Siervo que sufre y el Servidor a quien le dan vinagre en su sed. “Yo doy mi vida...nadie me la quita”, podrá decir ante los lobos que asedian al pastor y a su rebaño (Jn10, 17.18). “Él dio su vida por nosotros para que también nosotros demos nuestras vidas por los hermanos” (1Jn3,16). Este es el kerigma, el Evangelio del servicio que dará como fruto la conversión pastoral del ministerio apostólico (obispos, presbíteros y diáconos), para que, dando testimonio de quien “está entre nosotros como el que sirve”, podamos conformar la Asamblea de Servidores en cada parroquia, inicio del Plan Pastoral. Recibir esta gracia del kerigma y anunciarlo, personalmente, cada uno de los párrocos, marcará el comienzo de la renovación de la parroquia, del paso de una Iglesia clericalizada a una comunidad y cuerpo de servidores, que se conforma desde el Altar del Sacrificio, desde la asamblea eucarística. Este comienzo significa hoy el fin del clericalismo y de su exclusión de los laicos, hombres y mujeres, del abandono a los esposos y familias, del inexcusable e intolerable abuso a menores, abuso sexual, de autoridad y de la conciencia débil ante la figura religiosa. Desde los inicios, la Eucaristía, sacramento del sacrificio de sí mismo que ofrece el Siervo-Servidor, Jesús, estuvo esencialmente unida al “lavatorio de los pies”, como sacramento de su diakonía o servicio en el mundo. La comunidad creyente de Juan, el apóstol y autor del cuarto evangelio, sitúa este gesto de Jesús en el Cenáculo de la institución eucarística y del mandamiento nuevo del amor fraterno. En el seno de la comunidad creyente, el servicio como Evangelio adquirió categoría de ministerio apostólico, como lo tiene hoy, en proceso de restauración, la Iglesia del Vaticano II, en el Diaconado Permanente (Lumen Gentium, 29). Este ministerio identifica la vocación de todo creyente, de toda comunidad eclesial y de todo ministerio, a vivir la vida como servicio a Cristo, a Dios y a la humanidad. En sintonía con la reorganización de la Santa Sede, que recoge en un nuevo dicasterio todas las obras e instituciones eclesiales para el servicio al desarrollo humano integral, la Arquidiocesis de Cali iniciará, también, una articulación de la obra de pastoral social o evangelización de las diversas realidades sociales. Será la nueva vicaría episcopal para el servicio al desarrollo humano integral. Desde la Escuela Diaconal Paulo VI y la parroquia de Nuestra Señora de Los Remedios, Jesús Siervo de Yahvé y María Sierva del Señor, Remedio para los enfermos y pobres, emprenderemos esta nueva etapa de la “pastoral de la sociedad” o pastoral social. El Evangelio del servicio, el ministerio de los servidores o diáconos permanentes y la Vicaría del Servicio al DHI, nos permitan a todos avanzar hacia la madurez de los “servidores buenos y fieles”, que deberá ser la vocación y misión de todos en la Iglesia. Sustentados en esta comprensión de la vida humana como servicio a Cristo y al prójimo en la comunidad de la Iglesia, se ilumine también el valor ético del existir humano, personal y cultural. La Iglesia “servidora de la humanidad”, anime así a nuestros pueblos a construir la vida y la política, la autoridad y las responsabilidades sociales, sobre el perfil de todo ser humano como servidor. Haciéndonos servidores unos de otros, podremos desmontar la inhumana cultura del abuso, de la opresión y explotación, de la depredación y trata de personas, de tantas formas de violaciones y violencias. El servicio de Cristo sea la verdad que nos libera de los pasos mal dados en la vida y de las culpas acumuladas (lavatorio de los pies), para que, con Él, el amor nos vuelva esclavos unosde otros en la entrega por los demás. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali