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Opinión

Lun 30 Mar 2020

Cuaresma – Cuarentena

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Curiosamente ambas palabras hacen alusión a 40 días, que además de tener un sentido convencional y etimológico, se aplica litúrgicamente al tiempo de preparación a la Pascua del Señor o Cuaresma. Cuarentena, es aplicado también convencionalmente a un tiempo prudencial de aislamiento para prevenir el contagio de una enfermedad, que según parece tiene su origen en el tiempo calculado, obviamente sin base científica, para prevenirse de la “peste negra”, en la Edad Media. También se aplica en informática para prevenir los “virus” que se aíslan para que no dañen los programas en los computadores. Pero más allá de estos significados, constituye un hecho inédito, por decirlo así, que nos ha correspondido vivir en el mundo cristiano: es una Cuaresma en ambiente de cuarentena, por el efecto que está produciendo en todo el mundo el coronavirus Covid 19. Paradójico pero real y para todos, indudablemente, una gran oportunidad de discernimiento y reflexión, para registrar experiencias y vivencias seguramente nunca sentidas, que sin duda dejarán una huella imborrable en esta generación. Es de considerar que la crisis de la Covid, - como deberían ser todas - se convierte en una gran oportunidad para dar pasos definitivos adelante, de superación en lo personal, en las comunidades y diversos pueblos, así como en toda la humanidad. Debe ser una crisis de crecimiento y de aprendizaje. Un pequeño microorganismo ha puesto en jaque y muy en serio peligro, la salud de tantas personas en el mundo, a los sistemas sanitarios, a gobiernos y sistemas económicos y también a las formas tradicionales y habituales de convivencia entre los humanos. También ha sido una verificación más, del mundo globalizado que caracteriza esta nueva época. Por eso la palabra “pandemia” (todo el pueblo) es aplicable con pleno significado, tal vez por primera vez, a la totalidad del mundo conocido. Pero vale la pena que pensemos a nivel de Iglesia y cristianismo lo que ésta cuarentena cuaresmal puede significar para nosotros. Sabemos del sentido catecumenal y de renovación bautismal que tiene la Cuaresma como preparación a la Pascua del Señor. Y la actitud fundamental como hilo conductor es la conversión. El Señor nos habla a través de los acontecimientos de la vida, para ser examinados a la luz de la fe y sacar de ellos, no solamente la corrección de rumbo, a veces necesaria, sino el doble impulso para un acercamiento más pleno a Él y a las situaciones sobre todo “límites” o de periferia, de los hermanos. Si consideramos solamente un efecto, sería el de dar pasos para la superación de la “cultura de la indiferencia” y sustituirla por la “cultura del encuentro”, como con tanta insistencia nos ha invitado el Papa Francisco. La pandemia que sufrimos, ha conmovido a la fuerza, el sentido de solidaridad, por una parte, y paradójicamente, ante la necesidad de tomar distancia física entre los seres humanos y exigir aislamiento y cuarentenas para evitar el contagio, se suscita la nostalgia y la necesidad del encuentro con los demás para compartir, para convivir, para construir comunitariamente la vida. Además, cuando por primera vez, seguramente en la historia de la iglesia, hemos tenido que celebrar en privado, en un formato impensado, sin la presencia física de los fieles, la Pascua del Señor, la invitación a interiorizar el sentido profundo del misterio que celebramos cada año, nos ha de preparar para una más intensas “salida misionera”, hasta los confines de la tierra, como ha sido el deseo de Jesús, para que el Evangelio, más que por “contagio” como lo está haciendo el coronavirus a la fuerza, sea por “atracción”, insistencia de los últimos Papas, para ser aceptado con la verdadera libertad de los hijos de Dios. Fraternalmente, con mi saludo Pascual. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Mié 25 Mar 2020

Bajo tu amparo, Santa Madre de Dios

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid -Con gran esperanza y fe, escribo estas palabras para el periódico diocesano LA VERDAD, que en esta ocasión llega a ustedes por medio de los modernos medios de comunicación social, en forma virtual. Para todos es bien conocida la situación en la cual nos encontramos por un gran riesgo sanitario, ocasiona­do por un agente biológico, el virus CORONAVI­RUS, que ha ocasionado más de 240.000 contagios, superando las 10.000 personas fallecidas en más de 170 países del mundo, en cantidades diversas pero que ya es una PANDEMIA declarada. Con nuestros ojos y con nuestra particular forma de comprender las cosas vamos viendo ya los signos de esta gran preocupación para toda nuestra comunidad. También en Colombia, al momento de escribir estas palabras los infectados positivos al virus, son 145 personas y esta cifra está en crecimiento. Es una triste realidad, que por las condiciones de glo­balización y de posibilidad de movimiento y viajes que tienen las personas hoy, ha permitido el avance y contagio de este virus, que amenaza la vida humana. Seguramente hay otros virus y enfermedades que glo­balmente, ocasionan más muertes entre nosotros, pero la difusión que han hecho los medios de comunica­ción social y la virulencia y agresividad de este agente biológico, hacen temer un gran número de muertes en nuestro medio, especialmente las personas ancianas, con dificultades y problemas en sus defensas o que tienen otros problemas graves de salud los amenazan grandemente. Esta situación nos ha tocado también en la fe, en la vivencia de nuestra vida cristiana, privándonos de la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, decisión dolorosa pero necesaria para no arriesgar la vida de muchos hermanos o la vida personal de quien se expone al virus, que es de muy fácil propagación. Debemos como comunidad de fe, reflexionar también en esta situación y en las enseñanzas que podemos adquirir todos en medio de esta prueba. Para muchos de nosotros la renuncia a la celebración de la Eucaristía, los sacerdotes la siguen celebrando en privado, nos hace reconocer la centralidad e im­portancia de este encuentro personal con Jesucris­to, donde le recibimos real y personalmente presente en el Pan y el Vino, que son su Cuerpo y su Sangre. También sentimos la ausencia de la comunidad de fe, de los hermanos que juntos se encuentran y viven comunitariamente su fe en la vivencia de los sacra­mentos, en la formación y catequesis que acompañan la vida cristiana. También tenemos que entender el sacrificio, la cari­dad, el dolor de muchos en este momento que están privados de lo necesario por la ausencia de trabajo o de bienes, por la dedicación inmensa que tienen que hacer de su vida y de sus acciones al servicio de los hermanos que viven la prueba. Esta gran emergencia tiene que hacernos pensar en muchos de los criterios que aplica la economía y el mercado imperante, los salarios de los jugadores son exorbitantes, como las ganancias de los artistas, que seguramente corresponden a su esfuerzo, pero se nos muestra que la compensación de los agentes sanita­rios (médicos, especialistas, investigadores, perso­nal de los hospitales, enfermeros) no corresponde a su trabajo generoso y riesgos asumidos en el servicio de los otros. La situación que enfrentamos, que ape­nas comienza, tiene que hacernos pen­sar en valores superiores, el cuidado y la dedicación a los ancianos que te­nemos que proteger y acompañar, la dolorosa realidad de los pobres y nece­sitados, la difícil situación de los que viven en condiciones precarias por la falta de trabajo, de justas oportuni­dades y remuneración. Muchos dedicarán su tiempo, su es­fuerzo, su tarea con un gran riesgo para atender la emergencia, en pri­mer lugar los Gobernantes, a nivel mundial y a nivel nacional, en nuestra región, de ellos esperamos gran decisión, claridad y precisión en sus decisiones. Para ellos pedimos a Dios las luces del Espíritu Santo. En sus decisiones está el futuro y el rumbo que tomen los volúmenes de contagio de esta enfermedad, que no perdonará a muchos. En momentos de la historia humana, donde el hom­bre consideraba que estaba a salvo y se consideraba el amo y señor de la naturaleza y del ambiente, un pequeño virus, ha tomado al descubierto a las nacio­nes más importantes de la tierra, poniéndolas de rodi­llas. Esta enfermedad nos recuerda la fragilidad de la vida humana, de su naturaleza superior por la inteligencia y capacidades decisionales, propias de su alma, pero también la fragilidad de la condición biológica de la persona humana. Un pequeño virus tiene en vilo a la humanidad entera. Se unen en el hombre su gran naturaleza y valor, pero también su gran fragilidad. De frente a esta gran pandemia, tenemos que entender que el hombre hace parte también de una realidad bio­lógica muy compleja, que no conocemos totalmente y que muestra la debilidad del hombre. Tenemos que aprender que el hombre es limitado, y no tiene las respuestas a todos los retos de la vida y existencia humana. La fragilidad y la debilidad de estos momentos nos tienen que llevar a respetar y a defender la vida humana en todas sus dimensiones, desde la concepción, desde el pri­mer instante, hasta el término na­tural de la existencia, esta es una de las grandes enseñanzas. El hombre y su inteligencia ha hecho adelantos inmensos en los últimos decenios, especialmente en la medicina, pero en esta situa­ción concreta se encuentra débil y con las manos vacías. En estas circunstancias aprende­mos muchas cosas, una de ellas la necesidad de la caridad y el servi­cio que debemos todos vivir, para ayudar a los enfermos, a los ne­cesitados, para propiciar la ayuda a quien esté en dificultades. En primer lugar los médicos, las autoridades, las fuerzas del orden -Ejercito y Policía Nacional- que están des­plegando su ingente tarea y acción. Es de valorar el esfuerzo de nuestros hospitales, clínicas, lugares de atención médica, a ellos tenemos que ayudar y prote­ger, de ellos depende nuestra vida. Gratitud para quienes nos siguen brindando la po­sibilidad del alimento, la provisión de lo necesario para la vida. Tenemos que ayudarnos y cuidarnos todos, mutuamente, en familia, permaneciendo en nuestros hogares y espacios seguros, para evi­tar ser transmisores de la enfermedad. Gran res­ponsabilidad en el aprovisionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad, caridad hacia los pobres y necesitados, donde podamos ayudar y completar lo necesario a niños y ancianos. Saludo afectuosamente a los sacerdotes, quienes viven un particular momento de prueba en estos momentos por la ausencia de sus comunidades. Los invito a cui­dar a los enfermos, a los pobres, a los necesitados en estos momentos de prueba. A los religiosos y religio­sas, también un saludo para que continúen viviendo la caridad de Cristo en sus carismas y llamadas recibidas de Dios. A los seminaristas los exhorto a continuar su proceso formativo con gran responsabilidad, con la oración y el estudio. En esta grave crisis, como Obispo diocesano de Cú­cuta, he repetido la consagración que esta ciudad hizo al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del gran terremoto y que se cumplió en la construc­ción del Monumento de Cristo Rey que preside la ciudad. A Él, con fe cierta, pedimos la protección de la ciudad y de sus hijos, de Norte de Santander y de Colombia entera, también del hermano pueblo de Venezuela en momentos bien difíciles de su histo­ria. He querido llevar con devoción y solemnidad el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad y bendecir cada uno de sus espacios, implorando la protección del Señor sobre nosotros. Los invito a que no cesemos en la oración, en la pe­tición a la protección de Dios sobre nosotros y sobre todo el mundo. Con devoción pidamos también a la Santa Madre de Dios que salvó a Roma de la peste negra en el año 590 que nos proteja. Oremos todos con devoción y fe: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, de todo peligro líbranos oh Virgen Gloriosa y Bendita. Amén. San José, nuestro celeste Patrono nos proteja como protegió a su Santa Familia, Jesús y María Santísima. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 10 Mar 2020

La vida, sí

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Hemos sido testigos de otro “round” legislativo del empeño recurrente de avanzar en la despenalización del aborto. Desafortunadamente, además de las presiones internas de parte de algunos sectores sociales e ideológicos, sabemos que corresponde también a una agenda internacional que presiona a los Estados en tal sentido. En este momento, por ejemplo, especialmente en la Argentina, como en otros países de la región, se libran debates en relación con el tema de la adopción del aborto como “derecho”, aplicado especialmente a la mujer, por definición y sublime identidad, protectora y defensora de la vida humana. La inevitable insistencia en el tema, nos da también la oportunidad de ratificar, en favor de la vida, lo que, desde la ley natural, el Evangelio y el discernimiento de hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo, se evidencia como fundamento para el cuidado y protección de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. Necesario es, por ejemplo, retomar las ponderadas consideraciones de San Juan Pablo II en su carta encíclica “El Evangelio de la Vida”, tan luminosa, sin duda, para ubicar los fundamentos éticos sobre todo del tema, sin omitir los contextos culturales y presiones políticas que explican, entre otras razones, la recurrencia del mismo y las contradicciones internas de quienes lo plantean. Simplemente tomo algunas afirmaciones suyas referidas a nuevas y diversas formas de atentar contra la vida: “...Está también en el plano cultural, social y político… la tendencia, cada vez más frecuente, a interpretar estos delitos contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos” (EV.18). No es difícil notar que los atentados contra la vida van exactamente en dirección contraria a los de su respeto fundamental y en tal sentido, constituyen una “amenaza frontal a toda la cultura de los derechos del hombre” (Ibidem). Y en las raíces de estas concepciones, a no dudar, está el concepto subjetivo de libertad y la separación de ésta con la verdad. A propósito, afirma el Papa: “hay un aspecto aún más profundo que acentuar: la libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad” (#19). Sorprende la cantidad de argumentos que se esgrimen para justificar el aborto, como, por ejemplo, que el nuevo ser humano engendrado, sería una “extensión”, o un “apéndice” del cuerpo de la mujer, sobre el que ella tiene derecho, y no una vida humana en desarrollo, con su propia identidad genética, peculiar y distinta de quienes la han engendrado, no obstante recibir el ADN de ambos. Esta realidad, si lo vemos fenomenológicamente y nos miramos a cada uno de nosotros, fue el origen de nuestro propio ser, existente, visible y verdadero ser humano con una vocación, misión y un proyecto de vida personal, aún en desarrollo. Por fortuna no truncado en sus inicios. Una realidad y verdad que no se puede separar de una presunta libertad para ir en contra. Sin ambages, ante la terminología ambigua que se suele usar para definir el aborto, como por ejemplo “interrupción voluntaria del embarazo” (IVE), para atenuar su gravedad ante la opinión pública, San Juan Pablo la define: “el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento” (EV,58). Verdad objetiva y libertad no son separables desde el punto de vista ético. El relativismo moral, entre otras razones, ha llevado a este divorcio. Advertir proféticamente y llamar la atención sobre las consecuencias para el presente y futuro de la humanidad sobre la defensa y protección del niño por nacer, paradójicamente y con pertinencia hoy tan preocupada por el medio ambiente, donde la vida en todas sus formas ocupa el primer lugar, ha de ser una convicción profunda, expresada con respeto y paciencia, pensando siempre en el bien de la familia humana que en los planes de Dios nos mira con amor y misericordia. ¡La vida sí! Con mi fraterno saludo. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Jue 5 Mar 2020

Querida Amazonía

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Para un lector o actor desprevenido, este título podría sugerirle una declaración sentimental, o el título de un nuevo libro sobre esta importante franja de la tierra o una poesía para exaltar su belleza y singularidad. Pero la mirada atenta a una preocupación fundamental que el Papa Francisco, con insistencia y convicción ha querido posicionar en el mundo de hoy, como es el grave asunto de tomar en serio y responsablemente una “ecología integral”, permite a la Iglesia universal y a la sociedad global, conocer la Exhortación Apostólica así titulada. Ella recoge un serio discernimiento, juiciosamente desarrollado en varias etapas, en actitud profunda de escucha y sinodalidad, sin veto alguno a temas por clarificar y profundizar, para que al final de esta parte del camino emprendido, pudiéramos compartir el conocimiento más cercano de una realidad como es la de la Amazonía, no como realidad aislada sino de interés universal, vista en sus implicaciones éticas, sociales, económicas, políticas, culturales así como también religiosas y eclesiales. Como tantas visiones proféticas que llaman la atención en un momento dado de la historia, ésta, sin duda, a medida que se vaya entendiendo su carga de profundidad, por tratarse de tema de máximo interés y mucha actualidad, seguramente irá encontrando las respuestas adecuadas y responsables, especialmente de los Estados y gobiernos, en la toma de medidas para favorecer el bien común y la supervivencia de toda la humanidad. Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que ya en la V Conferencia General del episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida (2007), como antecedente, con la presencia e influencia notable del entonces Cardenal Jorge Bergoglio, ahora Papa Francisco, hubo una alerta sobre la necesidad de tomar muy en serio este tema: en efecto en la mirada a la realidad del continente, al referirse a la biodiversidad, ecología, Amazonía y Antártida, constata que “América Latina es el continente que posee una de las mayores biodiversidades del planeta y una rica socio diversidad, representada por sus pueblos y culturas”, destacando que “Un ejemplo muy importante en esta situación es la Amazonía”. Y en nota de pie de página hace un inventario de lo que esto significa: “…ocupa un área de 7.01 millones de kilómetros cuadrados que corresponden al 5% de la superficie de la tierra; al 40% de la superficie de América del Sur; contiene el 20% de la disponibilidad de agua dulce no congelada. Abriga el 34% de las reservas mundiales de bosques y una gigantesca reserva de minerales. Su diversidad biológica de ecosistemas es la más rica del planeta. En esa región se encuentra cerca del 30% de todas las especies de la fauna y flora del mundo” (Cfr D.A. 83-84). Y al final, en las propuestas pastorales se habla de “Crear conciencia en las Américas sobre la importancia de la Amazonía para toda la humanidad… Y apoyar con los recursos humanos y financieros necesarios, a la Iglesia que vive en la Amazonía para que siga proclamando el evangelio de la vida y desarrolle su trabajo pastoral en la formación de laicos y sacerdotes a través de seminarios, cursos, intercambios, visitas a las comunidades y material educativo”. (Cfr D.A. 475). “Querida Amazonía”, responde con creces y con abundancia de reflexión y argumentos, ahora como llamado global y muy serio, en cabeza del Papa Francisco, a lo que en Aparecida fuera un deseo, que, en los planes de Dios, empieza a tomar fuerza en la Iglesia universal y como profético llamado a toda la humanidad, que tiene sin duda, como un referente cumbre y marco esencial de discernimiento, la carta encíclica Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común. Estamos invitados a profundizar en su contenido y tomado muy en serio, aplicarlo en todos los escenarios y situaciones. Con mi fraterno saludo y bendición. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Jue 27 Feb 2020

Misericordia quiero y no sacrificios

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Comenzamos la cuaresma 2020. De nuevo los católicos tenemos la oportunidad de volver la mirada a nosotros mismos para reconocer con humildad nuestro pecado. Este es un tiempo de gracia durante el cual también dispondremos el corazón, la mente y el espíritu, para celebrar dignamente la Pascua, y escucharemos el llamado hecho por San Pablo: “En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios” (2Cor. 5, 20). Serán cuarenta días en los cuales seremos invitados a renovar los compromisos del bautismo, cuya profesión solemne de fe se hará en la noche santa de la Pascua. Tres serán los medios pedagógicos que se proponen en estos días: la penitencia, el ayuno y la limosna. Pero serán primero los profetas quienes, en repetidas ocasiones nos van a decir que lo más importante para Dios es la conversión del corazón: “Así dice el Señor: volved a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llantos; rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras, volved al Señor vuestro Dios, él es clemente y misericordioso, lento a la ira, rico en amor y siempre dispuesto a perdonar” (Joel, 2, 12-13). Y luego, Jesús dirá: “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Vayan, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt. 9, 12 - 13. cfr. 12, 7). Aquí se encuentra buena parte del sentido y valor de la cuaresma como ayuda para orientar la vida por el camino correcto, para asumir una autentica vida religiosa. No se es más creyente o religioso por los muchos ritos u holocaustos que se hagan, sino por el esfuerzo de tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo… haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (1 Filp. 2,5-8). Es la conversión del corazón, resultado de la penitencia cuaresmal, que nos tiene que llevar a todos a amar de corazón a Dios, a los hermanos y a nosotros mismos, a perdonar sinceramente a los enemigos y a quienes nos hacen o desean el mal y a orar por ellos, a cuidar la casa común, a anunciar la buena nueva de la salvación a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La cuaresma 2020 no puede ser igual a todas las anteriores. Esta tiene que ser diferente, no tanto por lo que la Iglesia y la liturgia nos proponga, sino por el compromiso personal y comunitario para hacer de este tiempo, un auténtico tiempo de salvación. Qué bueno fuera que, desde ya, con el rito sacramental de la imposición de la ceniza, cada uno defina un plan espiritual para estos días anteriores a la pascua, de manera que se puedan obtener verdaderos frutos de conversión, de vida nueva, y sean ofrecidos al Señor en la fiesta de su resurrección. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mar 25 Feb 2020

Palabras de aliento: Un cristiano jamás acepta el aborto

Por: P. Rubén Darío García Ramírez - Nuestro país enfrenta una situación absurda: el derecho a la vida se quiere irrespetar desde su raíz interrumpiendo la gestación del ser humano desde el vientre de la madre. ¡El aborto es un crimen abominable! Las primeras comunidades cristianas escuchaban la Didaxe, o doctrina de los apóstoles, escrita entre los años 65 y 80 d.C. En la instrucción dice textualmente en el número 2, justo al inicio: “No matarás. No cometerás adulterio. No corromperás a los jóvenes. No fornicarás. No hurtarás. No harás brujerías. No prepararás venenos. No cometerás aborto ni infanticidio. No codiciarás los bienes de tu prójimo”. Un cristiano jamás acepta el aborto. La legislación civil tiene que cuidar y proteger el bien común y la vida es el “Bien común” por excelencia. Muchos países legislan hoy a favor del crimen contra la vida naciente pero nosotros no podemos tolerar tal decisión. Una madre defiende naturalmente la vida de sus hijos, la decisión de “matar a su hijo en el vientre” está viciada, no puede ser libre ni corresponder al recto juicio de conciencia: “El don de la vida, que Dios Creador y Padre ha confiado al hombre, exige que este tome conciencia de su inestimable valor y lo acoja responsablemente”. La Iglesia muestra con su historia el camino de la vida para alcanzar la plenitud de la felicidad. Como fermento en la masa, los creyentes en Cristo, bautizados, con su defensa de la vida y su valoración de la dignidad humana, dan al mundo un mensaje de esperanza, actuando según los principios del Evangelio: la vida humana no puede ser interrumpida ni en su proceso de gestación ni en ninguna de sus etapas de existencia. La ley civil debe respetar este principio, de lo contrario pierde fuerza de ley y no estamos obligados a respetarla: “En ningún ámbito de la vida la ley civil puede sustituir a la conciencia ni dictar normas que excedan la propia competencia”. El problema crece porque el entramado político e ideológico que se dedica a imponer leyes abortistas en el mundo, participa en negocios lucrativos ( ej. La venta de órganos de fetos abortados, tan debatida desde 2015 4) y participa en ataques y amenazas contra los defensores de la vida y, particularmente, contra la cristiandad. Hasta se incendian iglesias. Adicionalmente, cruel paradoja, se multiplican los casos de personas que “arriendan” vientres o acuden a costosos métodos de inseminación artificial para tener hijos: ¿En dónde quedaron la ética y la moral? ... Y no hemos mencionado las leyes de eutanasia. Esta es una guerra mundial contra la vida que se intenta ganar imponiendo leyes de muerte y convirtiendo en “derecho” el acceso al crimen. Un movimiento oscuro. El ambiente abortista promueve la cultura de la muerte, pisotea la dignidad humana y promueve enfermedad mental y formas abyectas de negocio. Más contundente que la bomba atómica resulta ser la ideología de la muerte…Pero siempre llega un día en que la consciencia grita. Desde la FE, no podemos callar ante esta situación atroz y el sufrimiento de los inocentes. No podemos dejar de ser testigos. Llamamos, a quienes tienen en sus manos las decisiones de la ley, a considerar la vida como Don, como regalo. Ninguno se ha dado la vida a sí mismo. ¡Hermanos católicos, no tengamos miedo! El Señor Jesús nos dice: “Tendrán luchas en el mundo, pero ánimo, yo he vencido al mundo”. “Si el mundo los odia precisamente es por esto, porque ustedes no son del mundo” (Juan 15,18).

Vie 21 Feb 2020

Custodiemos las dos vidas

Por: Luis José Rueda Aparicio - En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se tiene como premisa fundamental el derecho a la vida. Encontramos además que es muy claro que la misma Constitución Política de Colombia en el Articulo 11 declara “el Derecho a la vida es inviolable y no habrá pena de muerte”. Algunas entidades de salud no son garantes de la vida de los bebés: En estos lugares se encuentran madres gestantes, en muchas salas de espera, preparadas con batas quirúrgicas y listas para ser canalizadas sus venas, estas mujeres sienten miedo, porque en el fondo de su conciencia hay una voz que les dice: “no matarás”. Estas mujeres en su crisis, no buscaban el aborto provocado, pero fue la única salida que les ofrecieron. En general las mujeres en estado de gestación son sensibles y vulnerables: Ante la noticia de su embarazo, solicitan procedimientos para solucionar el problema de una gestación, no deseada, no aceptada, no comprendida. La verdad es que ellas NO necesitan un aborto, sino que se les brinde sustento, acompañamiento y cercanía en su difícil situación. Ellas en medio de esta situación de crisis, no buscan el aborto como tal, sino un apoyo a su difícil situación. Buscan que alguien las escuche y las oriente. Buscan argumentos verdaderos para poder tomar una decisión de vida. Un llamado a la conciencia de los profesionales servidores de la salud: Hago un llamado a médicos, enfermeras, trabajadores sociales, psicólogos para que, por amor a la vida, disciernan cada situación, porque en la gran mayoría de los abortos que se practican, la justificación se ubica en la salud mental de la madre. Todos nosotros en el vientre, hemos puesto en riesgo la salud integral de nuestras mamás. Sobre la salud mental de la madre, pregunto: ¿A qué se refieren realmente con esto? Tal vez, significa que, la mujer no está preparada emocionalmente para esta nueva etapa de la vida. Pero, si nos detenemos a mirar más a fondo, podemos preguntarnos: ¿Será que esa mujer está preparada para vivir las consecuencias de un aborto? El post – aborto es una herida profunda en su ser y en su historia personal de mujer. Ante el aborto, custodiemos las dos vidas: Defendamos la vida de la madre y la vida del niño. Toda crisis humana es pasajera pero el aborto es para siempre, es irreversible. De ahí que, la mujer tiene el derecho a estar debidamente informada de las posibles soluciones, distintas a suspender la gestación, por ejemplo, dar al niño en adopción. Existen instituciones dispuestas y muy preparadas para custodiar la vida de la madre junto con la vida de su niño. Son personas profesionales y servidores de la vida. Y finalmente una solicitud en nombre de los niños que ya fueron abortados: Por favor no los eliminen dentro de los desechos biológicos hospitalarios, permítannos llevarlos al campo santo, a un lugar de esperanza, a un lugar digno donde alguien llegará con fe a orar junto a ellos. + Luis José Rueda Aparicio Arzobispo de Popayán

Jue 13 Feb 2020

Jornada Mundial del Enfermo: no se trata sólo de curar sino también de cuidar

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro Como cada año el 11 de febrero, en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, la Iglesia celebra la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo. Y como cada año, el Papa dirige un mensaje a quienes sufren por causa de tantas enfermedades, a quienes les cuidan desde el campo profesional y científico, a los agentes pastorales que les acompañan y al mundo en general. Con la cita de Mateo 11,28: «Vengan a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo los aliviaré», en esta oportunidad el Papa Francisco anuncia con fuerza a un Jesús que está cercano a la realidad del sufrimiento humano. «Jesús mira la humanidad herida. Tiene ojos que ven, que se dan cuenta, porque miran profundamente, no corren indiferentes, sino que se detienen y abrazan a todo el hombre, a cada hombre en su condición de salud», dice el Santo Padre. El Papa nos recuerda que esta especial cercanía de Jesús al mundo del dolor se arraiga en el hecho de que él experimentó en carne propia el sufrimiento y desde allí quiere ser presencia que consuela y fortalece. Subraya el Santo Padre que hoy se percibe «una carencia de humanidad» ante la cual ha de agregarse al concepto de curar el de cuidar. Puesto que en los momentos de enfermedad el enfermo no sólo experimenta que le falta la salud, sino que todo su ser se ve comprometido, espiritual, emocional, afectivamente. A los enfermos, el Papa les asegura que ellos están entre los “cansados y agobiados” que menciona el evangelio y atraen así la mirada y el corazón de Jesús. Y les anuncia que en Jesús «encontrarán fuerza para la afrontar las inquietudes y las preguntas que surgen… en esa “noche del cuerpo y del espíritu”». A la Iglesia le recuerda que está llamada a ser «la “posada” del Buen Samaritano» en la que pueden encontrar gracia, acogida y consuelo, donde también habrá personas dispuestas, desde la propia experiencia de su fragilidad y de la misericordia recibida, a ayudarles a llegar la cruz del dolor. A los profesionales del mundo de la salud los convoca el Santo Padre a actuar con competencia, pero también a ir más allá y hacer sentir la presencia de Cristo que consuela y se hace cargo de los enfermos curando sus heridas. Además, les recuerda que ellos también son frágiles y pueden enfermarse, por lo cual la llamada de descansar en Cristo y acercarse a su presencia reconfortante, también les aplica y es conveniente para un mejor y más humano ejercicio de su profesión. Finalmente les invita a recordar que el enfermo es persona con una dignidad que le es propia y en los casos donde la ciencia médica no encuentra respuestas, abrirse a la dimensión trascendente. A los gobiernos e instituciones sanitarias, por último, el Papa Francisco les recuerda los principios de la solidaridad y la subsidiaridad que deben mantener presentes como un imperativo ético que les impulse a abrir frentes de actuación a todos aquellos que no tienen la posibilidad de acceder a tratamientos adecuados, dada su condición de extrema pobreza. +Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali Secretario General del Celam